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Frankenstein
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Frankenstein

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Frankenstein, la primera novela de ciencia ficción al alcance de los jóvenes lectores. El ambicioso doctor Victor Frankenstein dota de vida a una nueva creatura con el auxilio de ciertos descubrimientos científicos en materia de electricidad. Durante muchos meses trabaja en lo que imagina lo hará respetado y admirado, y pasa largas horas en los cem
IdiomaEspañol
EditorialEditorial Ink
Fecha de lanzamiento14 feb 2019
Autor

Mary Shelley

Mary Shelley (1797-1851) was an English novelist. Born the daughter of William Godwin, a novelist and anarchist philosopher, and Mary Wollstonecraft, a political philosopher and pioneering feminist, Shelley was raised and educated by Godwin following the death of Wollstonecraft shortly after her birth. In 1814, she began her relationship with Romantic poet Percy Bysshe Shelley, whom she would later marry following the death of his first wife, Harriet. In 1816, the Shelleys, joined by Mary’s stepsister Claire Clairmont, physician and writer John William Polidori, and poet Lord Byron, vacationed at the Villa Diodati near Geneva, Switzerland. They spent the unusually rainy summer writing and sharing stories and poems, and the event is now seen as a landmark moment in Romanticism. During their stay, Shelley composed her novel Frankenstein (1818), Byron continued his work on Childe Harold’s Pilgrimage (1812-1818), and Polidori wrote “The Vampyre” (1819), now recognized as the first modern vampire story to be published in English. In 1818, the Shelleys traveled to Italy, where their two young children died and Mary gave birth to Percy Florence Shelley, the only one of her children to survive into adulthood. Following Percy Bysshe Shelley’s drowning death in 1822, Mary returned to England to raise her son and establish herself as a professional writer. Over the next several decades, she wrote the historical novel Valperga (1923), the dystopian novel The Last Man (1826), and numerous other works of fiction and nonfiction. Recognized as one of the core figures of English Romanticism, Shelley is remembered as a woman whose tragic life and determined individualism enabled her to produce essential works of literature which continue to inform, shape, and inspire the horror and science fiction genres to this day.

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    Frankenstein - Mary Shelley

    Carta I

    San Petersburgo, 11 de diciembre de 17...

    Señora Saville (Inglaterra):

    Te pondrá contenta enterarte que el inicio del proyecto por el que tú tenías malos presagios no tuvo ninguna contrariedad. Ayer llegué, y es mi deber informar a mi hermana querida de mi bienestar, y comentarle mi confianza cada vez más creciente en el éxito.

    Estoy más al norte que Londres, y caminado por San Petersburgo, siento en las mejillas el viento frío que despierta mis nervios y me llena de entusiasmo. ¿Comprendes cómo me siento? Esta brisa, que viene de aquellas zonas hacia las que voy, me anticipa climas gélidos. Me siento espoleado por esta brisa prometedora y así, mis esperanzas se intensifican. Intento convencerme, aunque no lo consiga, que el polo solo tiene hielo y desolación. Todavía me lo imagino como un área de belleza y goce. Allí, Margaret, se ve siempre el sol, su círculo ancho lindando justo con el horizonte y procurando un resplandor perpetuo. Allí, pues, con tu permiso, hermana mía, le daré crédito a los navegantes anteriores, allí, no existen ni la nieve ni el hielo y navegando por un mar calmo se puede llegar a una tierra que supera, en maravillas y hermosura, cualquier región en el planeta descubierta hasta el momento. De hecho, puede que sus productos y paisaje no hayan sido vistos nunca, como indudablemente sucede con los fenómenos de los cuerpos celestes de esos desiertos. ¿Qué puede llamar la atención en un país donde la luz es eterna? Quizá encuentre allí la fuerza increíble que mueve la brújula; quizá incluso pueda comprobar las tesis que necesitan solo de este viaje para resolver de una vez sus contradicciones aparentes. Saciaré mi curiosidad fervorosa viendo una parte del globo que no ha sido visitada hasta ahora y pisaré una tierra donde nunca antes nadie dejó su huella. Estas son mis carnadas, y son suficientes para vencer todo mi miedo al peligro o a la muerte y hacerme comenzar este viaje fatigoso con el placer que siente un niño cuando sube a un bote con sus compañeros para sondear su río. Aún si yo creyera que estas fabulaciones son falsas, no me niegues el bien inestimable que quizá pueda legar a la humanidad, hasta a su última generación, si descubro, cerca del Polo, una ruta hacia aquellos países a los que hoy lleva muchos meses llegar, o si revelo el secreto del imán, para lo cual, si todo esto es posible, solo se exige un proyecto como el que yo despliego.

    Estos pensamientos evaporaron la exaltación con la que comencé a escribirte y siento cómo quema mi corazón por la arrebato que me transporta; nada tranquiliza tanto la mente como un propósito claro, una meta a la cual pueda confiarse el entusiasmo intelectual. En mi juventud, soñaba con esta expedición. Apasionadamente leí los relatos de los viajes que se hicieron para llegar al océano Pacífico Norte a través de los mares que rodean al Polo. Tal vez te acuerdes de que la biblioteca de nuestro buen tío Thomas estaba compuesta por la historia de todos los viajes realizados para exploración. Mi educación estuvo un poco descuidada, pero fui un lector empedernido. Estudiaba estos volúmenes día y noche y el familiarizarme con ellos aumentó mi pesar cuando, siendo un niño, supe que la última voluntad de mi padre en su lecho de muerte era que el tío me prohibiera seguir la vida de navegante.

    Esas ideas se desvanecieron al leer por primera vez aquellos poetas cuyos versos llenaron mi alma y la elevaron al cielo. Así me convertí también en poeta y viví durante un año en el paraíso de mi propia creación; me imaginé que yo podría obtener algún lugar allí donde se halagaba a Homero y a Shakespeare. Tú estás bien al corriente de mi fracaso y de cuán amargo fue el desengaño. Pero en ese momento heredé la fortuna de mi primo, y mis pensamientos volvieron a su cauce anterior.

    Seis años pasaron desde que empecé esta empresa. Ahora, incluso, puedo acordarme del momento exacto en que decidí dedicarme a esta labor enorme. Comencé por acostumbrar mi cuerpo a la privación. Acompañé a los balleneros en varias expediciones al mar del Norte y sufrí voluntariamente sueño, sed, hambre y frío. Muchas veces trabajé durante el día más que cualquier marinero, mientras durante las noches estudiaba matemáticas, medicina y aquellas ramas de las ciencias físicas que, consideraba, serían de utilidad práctica para un aventurero del mar. En dos oportunidades me enlisté como segundo de a bordo en un ballenero de Groenlandia y en ambas veces salí con éxito. Debo reconocer que me sentí orgulloso cuando el capitán me ofreció el puesto de piloto en el barco y me pidió con insistencia que me quedara, dado que valoraban mis servicios. Entonces bien, querida Margaret, ¿no merezco dirigir una empresa enorme? Podía haber pasado mi vida rodeado de lujo y comodidad, pero preferí la gloria a cualquiera de los placeres que da la riqueza. ¡Si tan solo una voz de aliento me respondiera que sí merezco liderar mi proyecto! Mi valor y mi resolución son firmes, sabes, pero mis esperanzas ceden y mi ánimo se deprime con frecuencia. Estoy a punto de emprender un viaje largo y difícil, cuyos obstáculos exigirán toda mi temeridad. Se me pide no solo que aliente a los otros, sino que además conserve mi entereza cuando ellos quieran rendirse.

    Esta es la mejor época para viajar por Rusia. Sobre la nieve, vuelan los trineos, el movimiento es agradable y, a mi modo de ver, mucho más cómodo que el de los coches ingleses con caballos. El frío no es extremo si te envuelves en pieles —ropa que yo ya uso—. Hay una diferencia grande entre andar por la cubierta y permanecer sentado e inmóvil durante horas, sin hacer el ejercicio que impediría que la sangre se te hiele literalmente en las venas. ¡No tengo la intención de perder la vida en la ruta entre San Petersburgo y Arcángel! Dentro de dos o tres semanas, iré a esta última ciudad, y allí pienso rentar un barco, cosa que será fácil si le pago al dueño el seguro; también contrataré cuantos marineros considere necesarios de aquellos acostumbrados a ir en balleneros. No pienso navegar hasta el mes de junio; y en cuanto a mi regreso, querida hermana, ¿cómo responder a esa pregunta? Si tengo éxito, habrán sucedido muchos meses, también años, antes de que tú y yo nos volvamos a ver. En cambio, si fracaso, nos veremos pronto o jamás.

    Hasta luego, mi querida, querida Margaret. Que el cielo te bendiga y que a mí me proteja para que pueda confirmarte siempre mi gratitud por todo tu amor y tu cariño.

    Tu hermano que te quiere,

    Robert Walton

    Carta II

    Arcángel, 28 de marzo de 17...

    Señora Saville (Inglaterra):

    ¡Q ué lentitud la del tiempo, aquí, donde estoy cercado por la nieve y el hielo! Sin embargo, ya di un segundo paso hacia la realización de mi empresa. Renté un barco y estoy ocupado en reunir la tripulación; los contratados son hombres en quienes puedo confiar y sin duda están dotados de un valor invencible.

    Todavía tengo un deseo insatisfecho y esta soledad me oprime ahora de manera terrible. Margaret, no tengo amigos; cuando me exalte con el entusiasmo del éxito, no habrá nadie con quien compartir mi alegría; si soy víctima del desaliento, nadie se esforzará por disipar mi desánimo. Podré plasmar mis pensamientos en el papel, cierto, pero es un medio pobre para expresarme. Añoro la compañía de un hombre que pueda compenetrarse conmigo y cuya mirada responda a la mía. Puedes tacharme de romántico, querida hermana, pero extraño mucho la amistad. No tengo a nadie cerca que sea sereno y a la vez temerario, culto y capaz, que tenga gestos parecidos a los míos, que pueda confirmar o corregir mis proyectos. ¡Qué bien repararía mis errores un amigo! Soy demasiado impulsivo en la ejecución y demasiado impaciente con los obstáculos. Pero peor aún resulta el hecho de haberme autoeducado. Durante los primeros catorce años de mi vida andaba por los campos, como un salvaje, y no leía nada salvo los libros de viajes de nuestro tío Thomas. A esa edad empecé a acercarme a los poetas renombrados de nuestra patria. Pero no vi la necesidad de aprender una lengua distinta que la mía, y no estaba en mi poder conseguir los máximos beneficios de esta convicción. Tengo veintiocho años, y en realidad soy más inculto que muchos estudiantes de quince. Cierto es que he reflexionado más, y que mis sueños son más ambiciosos y magníficos, pero carecen de equilibrio —como dicen los pintores—. Me hace mucha falta un amigo que tenga el suficiente sentido común como para no rechazarme por fantasioso y que me quiera para ayudarme a ordenar mis planes.

    Estas lamentaciones y llantos no tienen ningún sentido. Bien sé que no habrá ningún amigo en el océano inmenso, ni siquiera aquí, en Arcángel, entre mercaderes y hombres de mar. No obstante, seguro que aún en esos corazones rudos se albergan sentimientos distintos a la infamia. Mi lugarteniente, por ejemplo, es un hombre de mucha temeridad y acción, empecinado como está en alcanzar el éxito. Es inglés, y aunque lo colman prejuicios profesionales y nacionales, nunca puestos en cuestión por su educación, tiene a la vez cualidades humanas valiosas. Lo conocí en un ballenero, y cuando supe que estaba sin trabajo en la ciudad, no tuve problema para convencerlo de que me ayudara en mi empresa. El capitán es una persona de excelente disposición y muy querido en el barco por su amabilidad y por su flexibilidad en la disciplina. Tanta bondad tiene que no quiere arponear —deporte predilecto de la gente de aquí, casi la única diversión—, porque no aguanta ver cómo se derrama la sangre. Encierra, ya ves, una generosidad heroica. Se enamoró, hace años, de una muchacha de familia rusa muy acomodada; después de amasar una gran fortuna capturando la flota enemiga, el padre de la chica consintió en la boda. Solo una vez, antes de la ceremonia, él vio a la muchacha. Bañada en lágrimas, ella se arrodilló y le rogó que la perdonara, ya que amaba, en realidad, a otro hombre, con el cual su padre nunca consentiría el matrimonio, porque el muchacho no tenía fortuna. Mi amigo calmó a la chica que suplicaba, y en cuanto supo el nombre del amado, abandonó enseguida su cortejo. Con su dinero, ya había comprado una chacra, donde pensaba pasar el resto de su vida, pero se la entregó al otro hombre, junto con el resto de su fortuna. Todavía más. Él mismo habló con el padre de la chica para pedir el consentimiento para la boda, pero el viejo consideró la deuda de honor, y volvió a negarse. Entonces mi amigo, al ver que el padre se portaba de manera tan rígida, se fue del país y no regresó hasta saber que su ex novia se había casado con el hombre que quería. Qué persona tan noble, vas a decirme, y de hecho, pero no tiene ninguna educación formal: es silencioso como un turco, y lo acompaña una especie de ignorancia fría que moldea su conducta y la hace sorprendente, lo que quita interés y simpatía a lo que él puede generar.

    No me malentiendas, por favor, y creas que por el hecho de quejarme, o porque sienta que quizá nunca llegue a tener consuelo mi tristeza, esto implique dudar de mi decisión. Mi decisión es tan firme como el destino, y mi aventura se ha demorado porque espero el mejor clima para navegar. Fue un invierno muy duro, pero parece que la primavera será buena y que se adelantará, de modo que quizá pueda zarpar antes de lo concebido. No me apuraré. Me conoces lo suficiente como para confiar en mi cautela y moderación, cuando tengo a mi cargo la seguridad de la gente.

    Imposible hablarte de la emoción que me asalta ante la cercanía del comienzo. Imposible transmitirte la intensidad de esta emoción, mezclada con la alegría y el miedo, con el cual partiré. Me voy hacia lugares donde jamás hubo nadie, hacia la región de la niebla y la nieve, pero no mataré a ningún albatros, así que no habrás de temer por mí. ¿Volveré a encontrarte después de cruzar estos océanos y bordear los cabos de África y América? No me animo a desear tanto éxito, y a la vez, me resulta imposible soportar la idea del fracaso. Sigue utilizando todas las oportunidades para escribirme, posiblemente reciba tu carta —aunque hay pocas esperanzas de esto— en un momento en que más necesite alentarme. Te quiero mucho. Recuérdame con cariño si no vuelves a recibir noticias mías.

    Tu hermano,

    Robert Walton

    Carta III

    7 de julio de 17...

    Señora Saville (Inglaterra), queridísima hermana:

    Te escribo rápidamente para decirte que todo marcha bien y mi proyecto está muy avanzado. Esta carta te llegará gracias a un buque mercante que vuelve a casa desde Arcángel; tiene más suerte que yo, ya que yo, quizá, no vea mi tierra por muchos años todavía. Pero estoy entusiasmado, mis hombres tienen valor y voluntad. No los desmoralizan las capas de hielo que flotan cerca de nosotros todo el tiempo, y que son indicios de los peligros de la región a la que vamos. Alcanzamos ya una latitud muy alta, y aunque estamos en verano y la temperatura no es tan alta como en Inglaterra, los vientos sureños, que velozmente nos llevan hacia las costas que quiero ver, arrastran un grado de calor inesperado.

    No nos ha sucedido nada, hasta el momento, que valga la pena contar. Varias ráfagas y el quiebre del mástil son accidentes que la gente de mar apenas recuerda. Todo seguirá así si nada peor ocurre.

    Hasta pronto, querida Margaret. Y quédate en paz, no afrontaré nada innecesariamente, por ti y por mí. Estaré sereno, insistente y cauto. Mis saludos a los amigos ingleses.

    Pero el éxito DEBERÍA coronar mis esfuerzos. ¿Por qué no? Por tanto, tan lejos como vaya, forjando un camino seguro a través de estos mares no navegados, muchas de las estrellas serán ellas mismas testigos y testimonios de mi triunfo. ¿Por qué no proceder, todavía, sobre el elemento manso y obediente aún? ¿Qué puede frenar al corazón determinado y resuelto de un hombre?

    Mi corazón hinchado involuntariamente se desboca. Pero debo terminar.

    ¡Qué el cielo te bendiga, hermana querida!

    Robert Walton

    Carta IV

    5 de agosto de 17...

    Señora Saville (Inglaterra):

    Sucedió un accidente muy raro que quiero contarte, aunque es muy probable que nos veamos antes de que esta carta llegue.

    El lunes pasado, el 31 de julio, estábamos cercados por el hielo, en el barco, y apenas encontramos agua para continuar. El hecho era un poco inquietante, aún más por la niebla densa que nos cubría. Por eso decidimos detenernos y esperar, esperanzadamente, un cambio en el tiempo y el clima.

    A las dos de la tarde, la niebla se disipó y nosotros pudimos observar cómo los mantos de hielo, quebrados e inmensos, se sucedían sin fin hacia todos lados. Varios de los de mi tripulación gimieron, y yo comencé a asustarme, cuando una imagen rarísima nos llamó la atención. Media milla más allá hacia el norte, un cubículo bajo se sujetaba a un trineo tirado por perros. Una figura que parecía humana, aunque tenía una estatura inmensa, estaba sentado ahí y conducía a los perros. Observamos por los binoculares el recorrido veloz del viajero, hasta que lo vimos perderse por las capas lejanas de hielo. Quedamos pasmados ante esta imagen. Pensábamos estar a muchas millas de cualquier tierra habitada, y esta imagen venía a mostrarnos que, en realidad, no estábamos tan lejos como creíamos. Aunque, como estábamos rodeados por mantos de hielo, no había forma de seguir al viajero que había captado toda nuestra atención. Luego de dos horas, escuchamos un clamor marino y el hielo se partió, liberándonos por fin, antes del atardecer, pero decidimos quedarnos hasta la mañana siguiente, ya que teníamos miedo de encontrar esos témpanos sueltos que así quedan. Aproveché y descansé unas cuantas horas.

    Al amanecer, salí a cubierta y todos mis compañeros parecían estar hablando con alguien fuera del barco, ya que se amontonaban a un costado. De hecho, un trineo como el que habíamos visto la noche anterior estaba sobre un enorme pedazo de hielo que, sin duda, se nos acercó durante la noche. Solo un perro estaba vivo, y había alguien en el trineo, alguien a quien la tripulación convencía para que subiera. Parecía europeo, no un ser salvaje originario de una isla virgen, como el hombre de la noche anterior. Llegué a cubierta y mi segundo oficial gritó:

    —Él es nuestro capitán, y no dejará que usted se muera en el mar.

    El hombre me vio y me habló en inglés, aunque con un fuerte acento extranjero.

    —Antes de que los acompañe —dijo—, ¿sería tan amable de decirme hacia dónde va su barco?

    Fácil adivinar mi sorpresa cuando oí esa pregunta formulada por alguien que estaba a punto de morir; yo había pensado que mi barco era un salvavidas inmejorable aún comparado con todas las riquezas del mundo. Dije que íbamos al Polo Norte, a explorar.

    Quedó satisfecho y subió. ¡Margaret, Dios santo! Si hubieras visto cómo alguien ponía condiciones a su propia salvación, tu asombro sería infinito. Su cuerpo estaba casi helado y desmejorado por el agotamiento y el pesar. Yo nunca había visto a alguien en esa situación tan mala. Quisimos llevarlo al camarote, y sin embargo, no bien lo condujimos, se desmayó, así que tuvimos que subirlo nuevamente a cubierta y lo despertamos frotándole licor y haciendo que tomara un poco. Se despertó y lo abrigamos con mantas y lo situamos cerca del fuego de la cocina, hasta que poco a poco se fue recuperando, incluso bebió sopa, que le hizo bien.

    Sin hablar pasó los primeros dos días, y yo creí que su aventura lo había vuelto loco. Pero cuando se recuperó, lo conduje a mi camarote y lo ayudé tanto como me dejaban mis propias obligaciones. No he conocido a nadie tan interesante como él. Tiene, muchas veces, un fondo de entusiasmo en la mirada, como si estuviera loco, y hay veces en que, cuando cualquiera le presta atención o lo ayuda mínimamente con lo que sea, su cara cambia por una bondad y una ternura que yo no había visto antes. Pero generalmente es un hombre nostálgico y resignado, de tanto en tanto aprieta las mandíbulas, como si estuviera angustiado.

    Pronto mi invitado estuvo mejor, y yo hice un esfuerzo para protegerlo del acoso de los compañeros, que buscaban interrogarlo. Querían cargarlo con su curiosidad aletargada, pero yo lo evité; para mejorar él debía tener reposo absoluto. Pero una vez el lugarteniente le preguntó cómo había podido andar por el hielo en ese trineo tan extraño.

    El dolor se reflejó en su cara enseguida, y respondió:

    —Busco a alguien que escapa de mí.

    —Y el hombre al que persigue, ¿viajaba de ese modo también?

    —Sí.

    —Nosotros lo vimos. El día antes de que usted subiera al barco, divisamos a un hombre en un trineo tirado por perros.

    El extranjero pareció despertarse, hizo muchas preguntas sobre hacia dónde se había ido ese demonio, fue así cómo lo llamó. Y luego, al quedarse solo conmigo, me dijo:

    —Piqué su curiosidad, indudablemente, tanto como la de esta gente, y sin embargo, usted es lo suficientemente discreto como para no interrogarme.

    —Molestarlo sería indiscreto y hasta inhumano.

    —Pero —siguió él— me salvó usted de una situación rara y peligrosa.

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