Flagelo de una pasión
Por SARAH S. COLLINS
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Este libro narra la vida de Elena, una joven que tiene su destino marcado por el sufrimiento al involucrarse con John. Un hombre misterioso y desconocido. En el momento en que conoce a John, ella se enamora.
Convencida de que era el hombre de su vida, decide casarse con él. Algún tiempo después del matrimonio, John se muestra agresivo, violento y tiende a tener un temperamento frío con su esposa. Decepcionada, Elena se siente sola y deprimida. Y comienza um martirio en el cual ella nunca imaginó vivir.
Cuando el amor se confronta con los límites de la tolerancia, la razón deja de tener sentido.
Ella, una joven que soñaba encontrar su primer amor. Él, um hombre que vive prisionero en su mundo interior, atormentado por su pasado y por los fantasmas de sus recuerdos, por lo cual se siente incapaz de convivir con un amor.
Desvío de conducta, vileza y locura. ¿Será posible que un amor sobreviva a eso? Un trágico destino que cambiará todos los conceptos del amor.
Una historia de amor y pasión basada en hechos reales.
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Flagelo de una pasión - SARAH S. COLLINS
Agradezco, en primer lugar, a Dios por mi vida. Dedico a toda mi familia, en especial a Ismael Lucas un hijo maravilloso a quien amo, a mi madre que siempre estuvo a mi lado en los momentos difíciles de mi vida y a mi sobrina Gabriela.
1
A fines de la Segunda Guerra, Canadá y los Estados Unidos pasaban por una grave crisis financiera. Durante el período de la Guerra Fría, la tasa de desempleo era mucho mayor y faltaba alimento para la población. En los supermercados muchos estantes estaban vacíos y los alimentos no perecibles subían de precio, como consecuencia de eso las tiendas eran destruidas y saqueadas. La desesperación se apoderó de toda la población. Muchas personas contraían neumonía y tuberculosis. Los hospitales no daban abasto para atender a todos, y sin ninguna posibilidad de cura, adultos y niños morían a cada instante en los cuartos de los hospitales. Por las calles de la ciudad también andaban hombres oportunistas, portando armas de fuego y trozos de palos. Invadían las propiedades y expulsaban a sus moradores, y otros propietarios eran asesinados al no querer abandonar sus viviendas. Las ciudades estaban sumergidas en un verdadero caos.
El presidente solo se preocupaba en ganar la guerra y no veía los conflictos civiles que ocurrían en varias localidades del país. El gobernador enviaba diariamente tropas de la policía militar y del ejército a las calles. La orden del gobierno era que los militares detuviesen a todos los rebeldes, sin importar si era niño, mujer o una persona mayor y si no acataban la orden de prisión, los militares podrían utilizar arma de fuego contra todos ellos. No había democracia y el régimen gubernamental se dirigía hacia una dictadura. Muchas personas fueron encarceladas y otras personas sin siquiera llegar a la comisaría, eran asesinadas en las calles o dentro de las patrullas de los militares.
Las noticias que llegaban por radio en todo momento eran cada vez peores, diariamente en las portadas de los periódicos se veían las imágenes del terror en la ciudad. El señor Arthur Brow tuvo que pensar en una manera de huir lo más rápido posible de su ciudad junto a su familia antes de que los vándalos llegasen hasta la hacienda donde él vivía. Los alimentos almacenados en su casa estaban acabándose y se hacía imposible llegar hasta la ciudad para comprar más.
Arthur, un hombre sabio e impetuoso, marido honorable de Elisabeth y padre de siete hijos, en aquel momento no sabía con certeza como debía proceder. Como acostumbraba a hacer siempre en los momentos que quería reflexionar, él se sentó en su silla en la terraza de la casa y encendió su cigarrillo de tabaco.
La audaz Elena, hija primogénita de Arthur, era la que más se parecía a él. Elena se destacaba entre sus hermanos más jóvenes por su sangre fría y audacia, sin embargo, presentaba una fuerte personalidad. Incluso teniendo poca edad, Elena tenía buenas ideas y a Arthur siempre le gustaba oírla. Arthur convocó inmediatamente a una reunión familiar para discutir sobre lo que podrían hacer de ahí en adelante. Luego de plantear varias ideas, nada de lo que hablaban funcionaría. Elena pensó entonces en los tíos que vivían en otro estado y le dijo a su padre que les escribiera una carta a ellos, tal vez pudiesen ayudar de alguna forma. Arthur aprobó la idea de su hija y pensó por qué él no había todavía pensado en eso. Abrazó a Elena y le dio un gran beso en el rostro. El estado donde sus parientes vivían todavía no sufría la depresión a causa de la guerra y Arthur sabía que aquella región estaba segura, pues no había oído hablar de ningún conflicto. Arthur escribió un telegrama pidiendo albergue para su familia por un breve período de tiempo, hasta que él pudiera conseguir una estabilidad financiera; y lo envió con urgencia. Arthur no veía a sus hermanos hacía mucho tiempo y esperaba que ellos se acordasen de él y respondiesen el telegrama.
La hacienda en la que Arthur vivía con su familia pertenecía a un ministro que vivía en Vancouver, Canadá. Éste había dejado a Arthur al cuidado de su propiedad. Después que Arthur se fue a vivir a la hacienda él nunca regresó al lugar, simplemente desapareció, Arthur pensaba que podría estar muerto.
Una semana después de enviar el telegrama, Arthur recibió una correspondencia de sus familiares autorizándolo para ir a Michigan. Él notificó rápidamente a su mujer Elisabeth y a sus hijos, y les dijo que prepararan luego el equipaje y después partirían lo más rápido posible. Elisabeth siguió las indicaciones dadas por su marido sin criticarlo, pues confiaba mucho en él y también él sabía lo que estaba haciendo. Si Arthur dijo que lo mejor que se podía hacer era que todos partieran ahora, con certeza esa sería seguramente la mejor alternativa a tomar. Hacía mucho frío en aquella época del año y, cuando todos estuvieron listos, tuvieron que abrigarse bien antes de salir de la casa. Arthur tomó las maletas, cerró la casa y dejó una nota por debajo de la puerta para el ministro, en caso de que apareciese, explicando todo. Después trajo la carroza que usaba para ir hasta la ciudad a vender sus hortalizas, especias y frutas que cultivaba en la hacienda, puso todo el equipaje dentro de ella, amarrándolo firme con cuerdas.
_ Partamos ya.
_ Suban lentamente para no hacerse daño.
_ Elena, usted irá sentada atrás y ayude a sus hermanos.
_ Venga mujer, deme su mano que le ayudaré a subir, y no olvide de sostenerse firmemente a los costados de la carroza para no caerse.
_ Ya sé, hombre, ahora déjeme subir. Dijo Elisabeth a Arthur mientras subía lentamente los peldaños.
Cuando toda su familia estaba ya sentada dentro de la carroza, Arthur subió y se sentó adelante con Elisabeth a su lado. Dio la partida sacudiendo las cuerdas que sujetaban la carroza al caballo y fue directo a la estación de tren. Las carreteras de tierra llenas de baches hacían que la carroza se sacudiese todo el tiempo. Cuando pasaba por un bache todos saltaban dentro de ella. Como Arthur ya lo había mencionado antes, era completamente necesario sostenerse firme en las barras laterales para que ninguno de los ocupantes cayese al camino.
Cuando llegaron a la estación de tren, Arthur descendió de la carroza junto a su mujer y sus siete hijos, retiró todo el equipaje y en seguida ató el caballo a un tronco.
_ Papá, ¿usted va a dejar el caballo aquí? ¿Por qué no lo vende a alguien de aquí? Preguntó Elena.
Arthur también estaba preocupado en qué haría con su animal y decidió buscar un comprador para el caballo. Un vendedor de frutas que Arthur conocía estaba sentado en el barcito al lado de la estación bebiendo una taza de café. Arthur se aproximó a él y le ofreció el caballo con la carroza por un buen precio. El vendedor de frutas se mostró luego interesado en