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Pesadilla En El Maravilloso Pais De Los Sueños
Pesadilla En El Maravilloso Pais De Los Sueños
Pesadilla En El Maravilloso Pais De Los Sueños
Libro electrónico478 páginas8 horas

Pesadilla En El Maravilloso Pais De Los Sueños

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Esta es la historia de una familia Latino Americana que es despojada de sus pertenecas por criminales reconocidos, sin encontrar apoyo en las autoridades corruptas y en su desesperacin, optan por viajar a los Estados Unidos de Norte Amrica, con fines laborales pero les niegan las visas. Es ah donde empieza la tremenda odisea para llegar al Maravilloso Pas de los sueos.
El lector encontrar una historia que le conmover, escrita en un lenguaje simple sin perder su concepto. Tiene de todo. Les gustar.
Efrain Aranzazu Morissi
IdiomaEspañol
EditorialXlibris US
Fecha de lanzamiento23 jul 2010
ISBN9781453545546
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    Pesadilla En El Maravilloso Pais De Los Sueños - Efrain Aranzazu Morissi

    Copyright © 2010 by Efrain Aranzazu Morissi.

    Library of Congress Control Number:   2010910982

    ISBN:   Hardcover   978-1-4535-4553-9

    ISBN:   Softcover   978-1-4535-4552-2

    ISBN:   Ebook   978-1-4535-4554-6

    All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system, without permission in writing from the copyright owner.

    This is a work of fiction. Names, characters, places and incidents either are the product of the author’s imagination or are used fictitiously, and any resemblance to any actual persons, living or dead, events, or locales is entirely coincidental.

    This book was printed in the United States of America.

    To order additional copies of this book, contact:

    Xlibris Corporation

    1-888-795-4274

    www.Xlibris.com

    Orders@Xlibris.com

    84081

    CONTENTS

    AGRADECIMIENTO

    CAPITULO UNO

    CAPITULO DOS

    CAPITULO TRES

    CAPITULO CUATRO

    CAPITULO CINCO

    CAPITULO SEIS

    CAPITULO SIETE

    CAPITULO OCHO

    CAPITULO NUEVE

    CAPITULO DIEZ

    CAPITULO ONCE

    CAPITULO DOCE

    CAPITULO TRECE

    CAPITULO CATORCE

    CAPITULO QUINCE

    CAPITULO DIEZ Y SEIS

    CAPITULO DIEZ Y SIETE

    CAPITULO DIEZ Y OCHO

    CAPITULO DIEZ Y NUEVE

    CAPITULO VEINTE

    CAPITULO VEINTIUNO

    CAPITULO VEINTIDOS

    CAPITULO VEINTITRES

    CAPITULO VEINTICUATRO

    CAPITULO VEINTICINCO

    CAPITULO VEINTISEIS

    CAPITULO VEINTISIETE

    CAPITULO VEINTIOCHO

    CAPITULO VEINTINUEVE

    CAPITULO TREINTA

    CAPITULO TREINTA Y UNO

    CAPITULO TREINTA Y DOS

    CAPITULO TREINTA Y TRES

    CAPITULO TREINTA Y CUATRO

    CAPITULO TREINTA Y SEIS

    CAPITULO TREINTA Y SIETE

    CAPITULO TREINTA Y OCHO

    CAPITULO TREINTA Y NUEVE

    CAPITULO CUARENTA

    CAPITULO CUARENTA Y UNO

    CAPITULO CUARENTA Y DOS

    CAPITULO CUARENTA Y TRES

    CAPITULO APARTE

    CAPITULO CUARENTA Y CUATRO

    CAPITULO CUARENTA Y CINCO

    CAPITULO CUARENTA Y SEIS

    CAPITULO CUARENTA Y SIETE

    CAPITULO CUARENTA Y OCHO

    CAPITULO CUARENTA Y NUEVE

    CAPITULO CINCUENTA

    CAPITULO CINCUENTA Y UNO

    CAPITULO CINCUENTA Y DOS

    CAPITULO CINCUENTA Y TRES

    CAPITULO CINCUENTA Y CUATRO

    CAPITULO CINCUENTA Y CINCO

    CAPITULO CINCUENTA Y SEIS

    CAPITULO CINCUENTA Y SIETE

    CAPITULO CINCUENTA Y OCHO

    CAPITULO CINCUENTA Y NUEVE

    CAPITULO SESENTA

    CAPITULO SESENTA Y UNO

    CAPITULO SESENTA Y DOS

    CAPITULO SESENTA Y TRES

    CAPITULO SESENTA Y CUATRO

    CAPITULO SESENTA Y CINCO

    CAPITULO SESENTA Y SEIS

    CAPPITULO SESENTA Y SIETE

    CAPITULO SESENTA Y OCHO

    CAPITULO SESENTA Y NUEVE

    CAPITULO SETENTANTA

    AGRADECIMIENTO

    Agradezco a Luz Mary, por su apoyo, compañía y paciencia; a mi hijo Cesar Augusto por su colaboración desinteresada, a Ana María Córdoba, a Claudia Juliana, a Juan Córdoba y a mi hijo Jonathan Andrés por estar ahí para lo que yo necesite. Muchas gracias a: Mauricio Abad director de Como en Casa Quien no solo ordenó se hiciera un perfil de mi pueblo, donde estuviera incluida mi familia y yo, sino que me puso en un pedestal inmensamente alto y puso sobre mis hombros una carga muy pesada, me llamó: Ejemplo Nacional titulo que recibo con humildad, pero que llevaré con honor. Gracias a ese pedazo de Chocó, en el corazón de Bogotá, Alejandro Mosquera, hombre que desde la primera vista, entrega la amistad sincera, como si hubiera sido eterna, a mi negro querido, por la preparación de la nota sobre mi familia y yo, a Ivonne Torres, a Julio Cesar Mendozza, Mary Méndez, Adriana Betancourt, Carlos Calero, Presentadores del programa Como en Casa de R. C. N. tv. Lo mismo que a cada uno de los camarógrafos, ambientadores, y a todos los que de alguna manera hacen posible que ese maravilloso programa salga al aire, para que sirva de puente para ver la Patria en la distancia y apoyo a los Colombianos que vivimos en el exterior. A todos ellos mil gracias.

    CAPITULO UNO

    Luis Eduardo abrazó a su esposa y la besó con todas las fuerzas de su corazón, prometiéndole que pronto mandaría por ella y sus tres hijos; tuvo que atravesar varios países y después de llegar a México y encontrar los servicios de un coyote o pollero debería atravesar a brazo partido el caudaloso rio bravo infestado de rancheros vigilantes del lado Estadounidense, armados de carabinas automáticas, revólveres y pistolas que empezaban a ser disparadas cuando estaban los transeúntes en la mitad del rio, habiendo tenido que devolverse cuando vieron el agua teñirse de sangre, para repetir la hazaña el próximo día, hasta lograr pisar suelo Americano. Entonces tendría que empezar a huir de los agentes de inmigración llamada la patrulla fronteriza. Luego de estar escondido junto a otras veinte personas en una casa abandonada por varios días, ahorrando los tragos de agua que aún le quedaban en su galón. Todos en grupo, tuvieron que emprender la ardua travesía por un desierto plagado de toda clase de insectos y víboras de cascabel cuyo zarpazo era totalmente efectivo tanto en la precisión para morder como en la inoculación del veneno, capaz de matar un animal de más de doscientos kilos de peso; deberían estar pendientes del sonido aterrador de un helicóptero que cada hora rondaba los cielos bajos del desierto en busca de presas fáciles que no eran otra cosa que los inmigrantes al maravilloso país de los sueños. Fueron muchas las veces que tuvieron que meterse rápidamente en cuevas elaboradas en los barrancos, por los coyotes y otros transeúntes que al igual, que los que ponen permanentemente, galones o botellas de agua con el fin de saciar la sed de los que diariamente se someten al paso del desierto, sin observar si tenían alguna serpiente, alacranes o bichos venenosos, por el afán, acompañado del miedo por ser descubiertos, muy especialmente las mujeres cuyo estrés llegaba al máximo con el acoso del guía que siempre repetía: caminen rápido, corran, no se queden, vamos corran, escóndanse, métanse en las cuevas, el que se quede se muere o lo matan, salgan rápido, tírense de barriga detrás del Nopal; apurando en el camino que casi todo el recorrido era al trote, con la amenaza de que el que se atrasara sería abandonado en pleno desierto donde una mujer adulta murió de infarto y otra fue mordida por una cascabel al entrar en su escondite sin antes revisarlo; nadie, absolutamente nadie, pudo ayudarla porque el guía que era la persona indicada dijo: De la mordedura de ese animal no se salva nadie, yo no voy a perder el paso de diez y nueve porque una vieja se salve; lo que podemos hacer es dejarla afuera para que la patrulla la vea y la rescate si tiene suerte. La sacaron casi arrastrada de la cueva donde la mordió la fiera y la dejaron a la vista del helicóptero donde poco a poco fue sufriendo el envenenamiento normal de todo su cuerpo; para cuando la vio el piloto y bajaron por ella ya era demasiado tarde, estaba agonizando, aunque la llevaron a un hospital no tuvo salvación, murió y fue enterrada en una sepultura con otras personas desconocidas a las que denominaron como N.N. Las diez y nueve personas restantes reanudaron el trote que cesaba al tener que esconderse en cuevas o matorrales hasta que fueron escondidos en una habitación, de una casa vieja abandonada, pero ya cerca a una ciudad en los Estados Unidos, con la orden terminante de que ahí tenían que esperar hasta una nueva orden y que nadie podía salir porque serian descubiertos todos. Al cabo de una semana de alimentarse con panes y agua que les llevaba el guía, se oyó el abrir del candado que sujetaba la puerta y entonces entró el traficante de humanos y dijo: todo el que pague ya se puede ir. Dos o tres pudieron hacerlo pero los otros quedaron cautivos mientras se las ingeniaban para conseguir el dinero con sus familiares vendiendo o hipotecando lo que tenían, casa, apartamento, carro, joyas, vacas, bestias, cerdos etc. A medida que los familiares de los retenidos o secuestrados iban pagando, salían del escondite, sin fuerzas siquiera de caminar por el debilitamiento a causa de la inanición.

    CAPITULO DOS

    Superada esa etapa Luis Eduardo Sarmiento empezó a buscar trabajo ofreciendo sus servicios en lo que fuera, pues tenía que pagarle a quien, en su país, le había prestado el dinero para a su turno pagarle al traficante de personas que lo había llevado, la parte que aún le debía y mandarle dinero a su esposa para el sostenimiento de sus tres hijos que para esa época estaban estudiando, sin olvidar que la promesa era la de enviar por ellos lo más pronto posible para reunir nuevamente a toda la familia. Por fin llegó a un restaurante donde le dieron trabajo lavando platos, el salario acordado fue el de treinta dólares por día de ocho horas laborales y a la hora del descanso se escondía en la bodega tras las cajas de alimentos para descansar y dormitar un rato para volver a lucir el delantal de plástico negro que defendería su única muda de ropa porque la que traía de remuda la había soltado en el rio grande durante la lluvia de plomo del primer intento. Cuando sentía que cerraban el restaurante entonces salía y lavaba su ropa quedando desnudo hasta que esta se secara. Finalizó la primera semana de trabajo y sabía que tendría a su favor ciento cincuenta dólares por los cinco días de trabajo, pero su sorpresa fue mayor cuando solo recibió setenta y cinco, al preguntar en tono de reclamo por el resto de su salario la respuesta fue: si le gusta así, bien y si no váyase, usted es indocumentado y no nos puede denunciar porque ahí mismo lo deportan. Con la rabia entre los dientes y brotándole lágrimas de impotencia preguntó a un compañero de trabajo, como podría mandar el dinero a su mujer y este le contestó que era muy poca cantidad, que esperara una semana más que un amigo viajaría y él le llevaría el dinero ahorrándose así los impuestos y el valor del envío. Luis Eduardo Sarmiento ya sabía que las llamadas se hacían con una tarjeta telefónica y, aunque en su casa no había teléfono, donde un vecino podrían hacerle el favor de pasarle a su esposa para hablar con ella, era normal que quisiera saber de ella y de sus hijos, como contarle lo acontecido en la travesía por el rio bravo y la persecución de la llamada ‘migra’. Cuando sonó el timbre del teléfono en la casa del vecino, la que contestó fue la señora de la casa quien al escuchar al interlocutor le dijo con amabilidad: con mucho gusto don Luis Eduardo yo le llamo a su señora, espere un momento. La mujer salió velozmente, golpeó con afán la puerta de la casa de la vecina quien abrió al momento y tomándola por una mano la haló diciéndole, venga que la está llamando su marido, venga rápido; la mujer apuro el paso entre sorprendida y alegre, tomó la bocina y nerviosa dijo: aló, aló, y empezó la conversación telefónica con las insustituibles palabra: mi amor te extraño mucho, me haces mucha falta y los niños te preguntan mucho; dígales que los quiero mucho y que muy pronto nos reuniremos todos, la semana entrante la llamo adiós; adiós amor de mi vida contestó la mujer con sus ojos inundados de lagrimas que rodaron por sus hermosas mejillas. Cuando el hombre regresaba al restaurante para seguir lavando platos por los miserables setenta y cinco dólares semanales, vio un grupo de personas en una gasolinera y esto le llamó poderosamente la atención y, sin pensarlo dos veces pasó la calle y se acercó a un grupo de ellos que parecían latinos y les preguntó que hacían allí, uno le contestó que allí era un paradero de trabajadores, que ahí los buscaban todos los días las personas que necesitaban algún trabajador; en ese preciso momento entró una camioneta y al momento le cayeron unos veinte inmigrantes ofreciéndose para trabajar sin saber en qué ni cuanto sería la paga, el hombre señalo con su índice derecho cuatro individuos para que se subieran al vehículo; entre esos cuatro estaba Luis Eduardo que muy emocionado miraba a sus compañeros sin saber que decir y sonriendo nerviosamente los miraba de reojo; estaba dispuesto a pasar lo que pasaran los otros tres. De pronto hablo uno y dijo: ¿A como nos va a pagar míster? Oh yo pagarles a ocho dólares la hora y ¿Cuál es el trabajo? El trabajo es en construcción de casas; bueno vamos pero nos vuelve a traer al sitio de partida ok; yes. Cuando oyeron ese sí, ya Luis Eduardo había hecho cuentas y sabía cuánto ganaría en las ocho horas de trabajo; los ojos le brillaron de ilusión y ni hambre sintió ese día, pues el salario era casi lo que se ganaba en una semana en el restaurante, lo único era que allí comía algunos tacos, pero no importaba, iba a ganar cinco veces más en la construcción. Durante el día de trabajo un compañero le preguntó donde vivía y le confesó que no tenía donde a lo que el trabajador le dijo: en la pieza donde yo vivo tenemos un cupo, pero eso sí, si se pierde algo tiene que desaparecerse; por eso no hay problema yo soy un hombre honrado; pero dígame ¿Qué es eso del cupo? Ah, lo del cupo es que en una pieza nos acomodamos ocho personas, cada uno pone veinticinco dólares semanal para comida y renta y apenas estamos siete porque uno se fue, si quiere le presento al propio que es el mero, mero, esta noche y habla con él; sí claro hágame usted ese favor; en la noche se lo presento, él es muy buena persona pero es muy desconfiado, usted sabe, no todas las personas son honestas para meterlas donde uno vive. Claro yo comprendo. Al momento llegaron a la obra y el arquitecto impartió ordenes: Ustedes dos súbanse al techo y ustedes dos vengan con migo. Los hombres empezaron a trabajar bajo los lineamientos del maestro constructor y aunque todos eran inmejorables trabajadores Luis Eduardo tenía que demostrar que no era menos que los demás, tenía un ansia tremenda de sobresalir para hacerse conocer y debería dejar sentado un buen precedente, así que trabajó duro durante todo el día. En la tarde el ingeniero les dijo que el pago sería el viernes por la tarde, cuando se terminara la semana laboral; Luis Eduardo no decía nada, él no sabía cómo eran las cosas, así que esperaba y hacía como los otros que eran conocedores del ambiente constructor; entonces levantó la voz un hombre curtido por el tiempo, en su cabeza lucia algunas canas y se le asomaban las patas de gallina en la comisura de sus ojos, sus manos eran gruesas por las inclemencias del arduo trabajo diario y dijo: perdone la interferencia Ingeniero, está bien que usted le pague los fines de semana a los obreros que con usted están de tiempo atrás y por lo tanto saben quién es usted, pero a nosotros nos contrataron hoy y no estamos seguros de que mañana nos vuelvan a recoger, así que es mejor que nos pague de una vez y, si le gustó nuestro trabajo y quiere seguírnoslo dando, nos dice y lo esperamos mañana; tiene usted razón dijo el ingeniero, entonces les voy a dar su cheque a cada uno de ustedes cuatro y los recojo mañana; cheques no Ingeniero páguenos en efectivo mientras tenemos el gusto de conocerlo un poco más y entonces las cosas serán distintas para usted y también para nosotros; dijo una la voz que antes había hablado, entonces tenemos que ir a una gasolinera para cambiar un cheque por el valor total de sus salarios y arreglamos esto de una vez. Los cuatro hombres se fueron con el Ingeniero a la primera gasolinera que estaba a dos cuadras de distancia y los demás se fueron a su descanso para renovar energías y regresar al día siguiente; el ingeniero entró en la gasolinera elaboró un cheque y lo pasó al cajero quien de inmediato lo cambió cobrándole el dos por ciento; el hombre recibió el dinero lo distribuyó haciendo el pago a los obreros y les recomendó que lo esperaran al otro día temprano y que le preguntaran a los otros obreros para que supieran quien era él, con referencia al debo y pago; los cuatro hombres dieron las gracias por el pago en efectivo y salieron a su descanso, el único que no tenía donde hacerlo era Luis Eduardo quien guardaba la esperanza de que su compañero le presentara el hombre encargado de la pieza que ellos habitaban, estaba feliz, se había ganado sesenta y cuatro dólares en ese día, era casi lo que se había ganado durante una semana en el restaurante, ahora si podía enviarle más dinero a su familia y de seguir así tendría que hacer planes para que todos se vinieran; no era fácil, tendrían que atravesar varios países para poder llegar a México que en Latino América es la plataforma de lanzamiento, no solo de artistas, sino de todo el que en este Continente y de otros, quieran entrar a los estados unidos de Norte América sin documentos; allí están los traficantes de humanos llamados polleros o coyotes, conocedores de los caminos y laberintos, que desde allá conducen al maravilloso país de los sueños.

    CAPITULO TRES

    Luis Eduardo no se le despegó en ningún momento al joven que le había ofrecido presentarle al encargado de la pieza, como el Ingeniero los había dejado en el sitio donde los había recogido esa mañana para llevarlos al trabajo, estaban cerca del lugar, caminaron unas cuantas cuadras y llegaron; era una vieja casa de inquilinato con varias piezas, los baños estaban distribuidos por el pasillo y tenían que compartirlos con otros inquilinos; allí estaba Pedro, un hombre de origen campesino, ese era el mero, mero, el encargado; era el que desde el principio había suscrito el contrato de arrendamiento y aunque lo había hecho con el compromiso de que solo era para dos personas, él lo sub arriendaba hasta completar ocho personas cuya contribución daría para todos los gastos incluyendo los recibos de los servicios. El joven obrero tocó con los nudillos de los dedos en la puerta, inmediatamente alguien que estaba dentro abrió con disimulo y lentamente, asomó la cabeza y se encontró con la de su compañero de habitación ah, es usted, pase; el joven entró cerrando la puerta tras de él y le dijo: don Pedro es que hay un hombre que está interesado en alquilar el cupo que hay bacante y ¿Quién es? ¿Usted lo conoce? Pues hasta hoy lo vi, está recién llegado y hoy estuvo trabajando con nosotros, lo que vi es que es buen trabajador y nada más. Luis Eduardo Sarmiento se había quedado en el pasillo esperando la razón de si le alquilaban ese cupo o no; Pedro volvió a abrir lentamente la puerta y miro por el pasillo hasta encontrarse con la figura del interesado, lo miró de arriba a abajo y salió cerrando la puerta tras él, ¿Es usted el que necesita alojamiento? Si señor contestó el interesado; entonces oiga las condiciones: tiene que pagar por adelantado veinticinco dólares y veinticinco de depósito que le serán devueltos el día que se quiera ir, si no debe nada; cada dos meses le toca madrugar a las tres de la mañana durante una semana para que haga la comida de todos los ocho, a cada uno nos toca una semana y es en esa oportunidad que tiene que ir a comprar lo necesario, es decir los fríjoles, el arroz, las tortillas y el refresco; a las cinco de la mañana debe de estar todo listo para llevar la lonchera cada uno de nosotros, porque a las seis nos recogen para ir a laborar, ¿Está de acuerdo? Si claro, si señor, bueno, óigame bien, la puerta no se puede abrir si no es para entrar o salir, siempre debe de estar cerrada porque si se dan cuenta que aquí vivimos más de dos, nos echan y es difícil encontrar donde nos alquilen, y otra cosa: siempre hay que madrugar para no hacer cola en el baño porque eso nos delata, ¿Está de acuerdo? Si señor haremos todo lo posible para que vivamos en armonía, si todos sin excepción lo hacen de la misma manera; claro que todos lo tenemos que hacer así repuso Pedro, entonces deme cincuenta dólares y camine entre le indico el lugar que le va a corresponder. Luis Eduardo sacó de su bolsillo el dinero que minutos antes había recibido de el Ingeniero y contó los cincuenta dólares que entregó para pagar su primera semana; ¿Dónde tiene sus cosas, su ropa y lo demás? No tengo nada, apenas estoy empezando. ¿No será que usted es de esos que se quedan una noche para robarse todo lo de los demás? No señor yo soy un hombre honrado, comprendo sus dudas pero se dará cuenta que no soy de esos, esté tranquilo, más bien ¿Quien me podrá prestar algo para tender en el suelo y tirarme a descansar? Yo le puedo prestar unas sábanas pero me las devuelve limpias, si señor por eso no se preocupe. Luis Eduardo tendió las sabanas dejando una para acobijarse y tan pronto se acostó, entro en un profundo sueño y solo lo despertó la luz encendida y el ruido producido por los compañeros de habitación quienes se movían turnándose para ir al baño, el que iba saliendo tomaba su lonchera y se iba. Luis Eduardo salió sin nada porque no tenía lonchera, pero esa misma tarde, cuando salió del trabajo compró una en un almacén que había cerca y que le indicó el mismo compañero que le presentó al encargado de la habitación, también compró lo necesario para dormir bien; esa mañana no tuvieron que esperar mucho tiempo porque el Ingeniero los recogió temprano. Estaban trabajando cuando Luis Eduardo pregunto para que alguien le contestara, donde podría comprar algo de ropa y un obrero le contestó que debería esperar hasta el sábado, que él lo llevaría a un bazar popularmente conocido como la pulga donde podría comprar lo que quisiera a precios bajos y mucha ropa de segunda. Lo malo dijo Luis Eduardo es que yo no compro nada de segunda, yo nunca me he puesto nada usado y si en mi país no lo hice, aquí tampoco, comprare ropa nueva; la ropa nueva es muy cara y no le queda nada para mandarle a la familia; primero que todo mando lo necesario a mi familia y con lo que me quede poco a poco voy comprando mis cosas; pues si lo que usted quiere es quedarse aquí toda la vida, usted verá, pero nosotros vinimos es a conseguir para un rancho o una casa y luego nos vamos, por eso es que compramos todo de segunda y hasta de tercera si fuera posible. Luis Eduardo no contestó ni una palabra al joven, le sonrió y siguió en su trabajo, de todos modos tendría que esperar hasta el sábado para ir de compras. En la tarjeta telefónica que había comprado a fines de la semana anterior, aun le quedaban minutos, para llamar nuevamente a su familia y contarles las nuevas buenas, así que esa misma tarde después del trabajo buscaría un teléfono público y hablaría con su esposa y sus hijos; así lo hizo esa tarde, era otoño y estaba empezando a oscurecer, hacia frio pero era controlable aunque los vientos eran fuertes y venían del Norte a treinta millas por hora, pero con el paso del tiempo subiría la velocidad que podría llegar a las ciento veinte millas por hora, esos eran vientos desconocidos para Luis Eduardo, en su país los vientos más fuertes solo alcanzaban a levantar las faldas de las muchachas quienes a disgusto exhibían sus maravillosas piernas largas, de una generación en desarrollo dispuesta a mejorar la raza sin que esta fuera mala, solo querían escoger el mejor partido espiritual, digna y físicamente. El hombre sacó la tarjeta y marcó en el teléfono público el número indicado; aló contestó una voz grave al otro lado; si gracias don Roberto, le habla Luis Eduardo, es para pedirle el favor de pasarme a mi esposa, si no es mucha la molestia; y ¿Quien le dijo a usted que este teléfono es público y que yo soy mandadero suyo? Respete abusivo, quien le dio el número telefónico de mi casa para que lo esté usando; su número telefónico lo sé porque yo fui el que le vendió la casa con teléfono y todo, pero ahora que me acuerdo, en la escritura no consta esa línea y entonces puedo retirársela, era solo un favor pero si no puede, para la semana entrante ese teléfono timbrará en mi casa; no tampoco se ponga así, o es que con usted no se puede hacer una broma, claro que se la voy a llamar espere un momento. El hombre salió, golpeó en la puerta siguiente y le hizo una señal a la esposa de Luis Eduardo indicándole que la solicitaban en el teléfono, pero quedó rumiando su disgusto, por lo que le dijo quien meses antes le había vendido la casa; pensó en que perdería el teléfono o se convertiría en mandadero del vecino cada vez que este quisiera llamar a su mujer; pocos minutos después Luis Eduardo escucho una delicada voz, era la de su esposa ¿Qué hubo mi amor, como están?; Nosotros bien y ¿Usted qué tal, como le ha ido? Pues las cosas tienden a mejorar, conseguí un nuevo trabajo, el sábado le mando un poco más de dinero y tenemos que ir pensando en la venida de todos, no le cuente nada a nadie a ver cómo nos salen las cosas; está bien mi amor; los esposos siguieron hablando un poco más y también hablaron los hijos con el papá, hubo suspiros bendiciones y lagrimas pero al hombre le quedó la satisfacción del deber cumplido y ahora si con más animo que al principio se fue a dormir; el día había sido agotador a causa de los vientos que sobre el techo de las casas golpeaba más duro, al tiempo que el frio penetraba hasta los huesos, había que tenerse fuerte para no caer al vacío, algunos para estar seguros se amarraban con cuerdas de las vigas antes de someter sus cuerpos a lo empinado de los techos. Deberíamos hacer una colecta de dinero y comprarnos un televisor para ver las noticias y disipar esta terrible soledad, dijo Una voz en la oscuridad de la habitación, cuya luz se apagaba inmediatamente llegara el ultimo inquilino para que no saliera tan cara la mensualidad y evitar el alza en la renta de los cupos; ¿Televisión? Preguntó otra voz, si dijo el primero que había hablado y ¿Quien va a pagar la electricidad que consume ese aparato? Entre todos nosotros dijo otra voz; al momento se levantó Pedro y encendió el bombillo que iluminaba la habitación y, miró contra las parees en todo su entorno y una cabeza se destapó, ¿Quién fue el que salió con el cuento de comprar un televisor, yo dijo Luis Eduardo incorporándose hasta quedar sentado en el suelo y recostado a la pared, yo estoy de acuerdo con usted, en la pulga venden unos a muy bajo precio y si todos ponemos un poco lo podemos comprar, lo único es que si alguno se va tiene que dejarle la parte al que quiera porque no se lo puede llevar, al no ser que lo pague todo para los que quedamos podamos comprar otro, el Sábado vamos y averiguamos y el mes entrante miramos cuanto ha subido el recibo de la energía y ponemos lo que haga falta; a medida que iban hablando se iban destapando cabezas cuyos cuerpos iban quedando sentados en el suelo pero recostados a la pared; al final de la conversación todos estuvieron de acuerdo en que debían mejorar el estado de vida para que no fuera solo trabajo y dormida, era necesario tener un esparcimiento y estar informado de lo que acontece en el mundo dijo Luis Eduardo. El sábado después de hacer fila india, para enviar el dinero en una cabina de envíos de dinero, ubicada en una lavandería donde todos los extranjeros llegaban con bolsas llenas de ropa para lavar teniendo que coger turno, aprovechaban para hacer los envíos de dinero a sus familias y claro, ahí estaba Luis Eduardo quien mandaba lo que más pudiera dejando solo lo indispensable para vivir esa semana y comprarse una muda de ropa; el cambio se hacía necesario pues llevaba dos semanas con la misma ropa que se había puesto antes de soltar la bolsa que traía en el lecho del rio grande, aunque diariamente se daba una ducha siempre se ponía la misma ropa que ya olía mal, pero no podía hacer nada hasta ese sábado que compraría su primera muda de ropa. Después de mandar el dinero para su familia y lavar cada uno su ropa, todos se subieron a la camioneta Ford 150 de color blanco, mareado por el paso de los años de los cuales doce habían sido al servicio de Pedro, su propietario y se dirigieron al bazar o pulga para ver televisores y muchas otras cosas más, que solo se venden en esos lugares, Luis Eduardo tenía y quería comprar su ropa, pero ese no era el lugar indicado para él. Don Pedro: dijo Luis Eduardo, ¿Será posible que pasemos por un almacén donde vendan ropa antes de ir a ver el televisor? Es que allá se nos puede ir el día, entonces mejor vamos después de que yo compre mi ropa; claro vamos, por allí nomás están esos almacenes. El hombre aceleró el motor del viejo vehículo y al poco rato ya estaban parqueándose para entrar en un almacén de ropa; Luis Eduardo no demoró mucho para comprar lo indispensable: una camisa para el trabajo, un pantalón de mezclilla, medias e interiores y ahora si vamos a ver ese televisor que nos entretendrá en las noches mientras descansamos. Sucio en su ropa pero con el alma blanca, limpia y preñada de ilusiones esperando encontrar el sueño Americano en unión de su familia, acompaño a los otros y de paso conocería lo que es una pulga en los Estados Unidos de Norte América. Siempre anduvo con la bolsa de su ropa en las manos aunque le dijeron que podía dejarla en la troca que aquí no le pasa nada, así le dicen a las camionetas en ese país, Luis Eduardo no quiso, se aferro a la bolsa y solo deseaba llegar a la habitación para bañarse y cambiarse, para verse limpio, como lo había sido hasta antes de emprender el viaje de sus sueños, donde primero se viven las pesadillas más horribles de la vida, para después, si está en gracia de Dios, conseguir un trabajo donde casi siempre le roban la mitad de su salario, por no tener documentos sin los cuales, según les dicen no pueden denunciar al abusador que es otro Latino que llegó en las mismas condiciones pero que con el paso del tiempo se convirtió en contratista, o puso algún negocio como un pequeño restaurante, panadería, tortillería, jardinería, agencia de limpieza etc. y conocedor profundo de las debilidades de los que recién llegan llenos de deudas, porque han vendido todo y, como si fuera poco empeñaron lo que de valor tenían y buscaron dinero prestado para poderse venir y pagarle al traficante abusivo y ladrón que después de llegar al sitio en la USA los mantienen secuestrados hasta que paguen todo lo acordado o más, porque les cobran el tiempo de secuestro más el pan y el agua que les dan como único alimento, dejando la familia sin cinco, fiando la comida en la esperanza de que el familiar llegue con bien y pueda conseguir un trabajo con el cual pueda enviarle lo necesario para los alimentos y, si le sobra empiece a pagar las deudas, a los acreedores que en ellos confiaron, pero casi siempre esos cálculos salen mal.

    CAPITULO CUATRO

    Cuando la camioneta conducida por Pedro entró al inmenso parqueadero del bazar que estaba repleto de carros, Luis Eduardo Sarmiento abrió los ojos para contemplar el panorama, nunca se imaginó que hubieran tantos carros en un solo sitio; luego salieron caminando en busca de el televisor, eran ocho hombres para comprar un televisor de segunda mano y todo por aquello de las dudas entre ellos mismos, todos a excepción de Luis Eduardo sabían que en la pulga se conseguía de todo, desde una aguja hasta un tractor, o camión de diez y ocho ruedas; todo en electrodomésticos y muebles, además de amplios corredores bajo techo llenos de toda clase de ropa de segunda y nueva, toda clase de vajillas, cubiertos de mesa, en fin, lo que al amable lector le pase por la mente, seguro que lo consigue en una pulga o bazar; cuando llegaron al lugar de los televisores habían cientos de ellos en todos los tamaños y en todas las marcas; aunque en la USA no existe la cultura de el recateo, es decir los precios son fijos incluyendo todos y cada uno de los centavos, entre los Latinos se recatea hasta hacer que bajen los precios y aunque la rebaja es poca, no dejas de ser importante, no hay que olvidar que es en dólares que estamos hablando. Entre tantos televisores por fin encontraron el que se acomodaba a sus necesidades visuales y económicas, cada cual puso sus cinco dólares y a la camioneta con él, incluida la antena para ver solo canales locales. Luis Eduardo estaba anhelante de llegar a la habitación para darse otro buen baño, pues ya tenía jabón, pasta de dientes, desodorante, loción, toalla y una muda de ropa limpia y nueva; tan pronto como entraron en la habitación puso la bolsa en el sitio donde dormía, tomó la toalla y el jabón y salió para el baño; cuando se vio vestido y limpio sintió una agradable sensación que hacía más de quince días no sentía, estaba tan contento que llamó nuevamente a su esposa para contarle todo con detalles, pero lamentablemente el teléfono estaba ocupado y aunque insistió en llamar no consiguió comunicarse, parecía que lo habían dejado descolgado. Caminó por las calles solitarias y sucedió algo que nunca se imaginó: una patrulla puso sus luces y paró justamente al lado del transeúnte; el oficial bajó el vidrio de la puerta y le preguntó en ingles cual era su problema, Luis Eduardo no entendió lo que el oficial le decía y cuando se encontró con la mirada del oficial, palideció y se mostró asustado; el oficial se bajó de la patrulla y haciendo uso de un castellano muy pobre le preguntó por sus documentos a lo que el increpado le contestó que no tenía, ¿Dónde tiene su vehículo? No tengo vehículo, en este estado todos tienen uno, dónde está el suyo; ya le dije que no tengo, sin pensarlo dos veces el oficial le puso las esposas, lo subió a la patrulla y se fue llevándolo para entregarlo a la migra como efectivamente lo hizo; allí oficiales con buen manejo del castellano empezaron a indagarlo. ¿De dónde es usted? ¿En qué trabaja? ¿Dónde vive? ¿Cuánto hace que está usted en los Estados Unidos? ¿Por donde entró? ¿Quién lo trajo? ¿Cuánto le cobraron por pasarlo? Díganos la verdad si no quiere pasar cinco años en prisión por entrar indocumentado a los Estados Unidos. El oficial de inmigración no le preguntó más nada, se retiró y lo dejó ahí sentado, a la hora vino otro para hacerle las mismas preguntas para obtener las mismas respuestas, luego otro y cada hora uno distinto hasta que se cansaron y allí amaneció; como todo era no, no, y no, entonces el oficial se enojó y le dijo: por última vez le doy la oportunidad para que no haga las cosas más graves para usted ¿Dígame en donde vive y con quién? Es que no sé, cuando ustedes me encontraron yo estaba perdido, es que un señor me dio posada pero no lo conozco ni sé donde es. Está bien dijo el oficial, mañana será trasladado a una prisión, prepárese. En la habitación de Pedro y sus compañeros, el televisor estuvo encendido la noche anterior y todos lo esperaron hasta tarde en la noche pero al no llegar creyeron que se había ido de copas, apagaron la tele y cerraron los ojos, tenían que descansar para el domingo ir a escuchar la santa misa como cultura ancestral de los latinos católicos. Como casualidad y habiendo tanto de que hablar en un sermón, el sacerdote le dedicó la misa en su totalidad a los inmigrantes, habló del antiguo testamento y trajo a colación las migraciones de los Judíos y Palestinos luego habló de la peregrinación de la virgen en sus últimos días de embarazo y san José, un anciano sin cinco y sin posada, lo mismo que cualquier inmigrante recién llegado a USA, luego habló de las larguísimas jornadas de los apóstoles que por mandato de Jesucristo tuvieron que realizar, para dar a conocer el evangelio puerta a puerta, mejor dicho: caseando como moderno vendedor, puerta a puerta. El sermón tocó profundamente las fibras del alma humana, fue un sermón sobrecogedor hasta las lagrimas de hombres y mujeres que recordaron las dificultades que pasaron en la travesía y que con veinte o treinta años de estar en ese maravilloso país de los sueños, aún no tienen documentos ni han podido ver a sus familiares, en la esperanza de que algún día llegue a la casa blanca un hombre amado y respetado por el congreso en pleno para que hagan una ley que provea de documentos a más de doce millones de indocumentados, que sí pagan impuestos ya que para que un nacional pueda tomar leche, el latino es el que se levanta a las cuatro de la mañana a ordeñar las vacas y el que doblado contra la tierra la hace producir comida buena que después estará en los supermercados para que personas delicadas puedan llevarlas a sus refrigeradores sin ni siquiera saber quien la produjo, porque aunque ustedes no lo crean, en el maravilloso país de los sueños, las casas, edificios, puentes y carreteras, lo mismo que toda la comida para sus más de tres cientos veinte millones de habitantes es producida por inmigrantes latinos; lo mismo pasa con la ropa y todos los artículos de uso diario, todo es producido con obra de mano latina. Pero de documentos nada, si el presidente quiere, el congreso no, y vise versa, y pasan los días, las semanas, los meses y los años en caravana y pasan las generaciones y las elecciones y pasan por la casa blanca caras nuevas que prometen las mil y una garantía que después no cumplen, no porque no lo quieran sino porque se les olvida y, de documentos nada, son millones de personas que han estado y estarán separadas de sus familias sin poder ir ni siquiera a los entierros porque si salen no pueden volver a entrar, y es en ese maravilloso país de los sueños, que está el trabajo que sostiene a sus familiares aunque tengan que vivir escondidos y, aunque sean perseguidos por la migra en un país donde todos somos inmigrantes, desde el honorable señor presidente hasta el último bandido que hubo en el lejano oeste, todos, padres, abuelos, y bisabuelos o tatarabuelos, todos han tenido a algún familiar inmigrante porque ese país es de eso, de inmigrantes. Pero ahí no para la cosa, hay que ver latinos a los que se les ve en la frente el nopal que abunda en México y con lo cual fueron criados y como machacan el inglés se creen gringos de verdad y usted los podrá oír en emisoras de radio y en la televisión denigrando de sus coterráneos y suplicando que no les den documentos, que los saquen del país y hasta se han sumado a rancheros en la frontera que se organizaron para que por sus propiedades no pase ningún latino y, ahí los puede ver armados hasta los dientes, disparando contra personas humildes que lo único que quieren es venir a trabajar para mantener sus familias porque en sus países no hay trabajo y si lo hay la paga es mala, tan mala que nadie puede vivir con su familia medianamente bien, es decir, con los tres golpes de estomago diarios, que contengan los nutrientes que necesita el cuerpo para tener un buen desarrollo, esto es: carne, leche, huevos, queso, mantequilla, frutas y verduras, todo lo que es buena alimentación para el desarrollo del ser humano, mientras el organismo lo pueda digerir, que lógicamente en nuestros países existen, pero son solo para un círculo de personas con ingresos suficientes que alcanzan para llevar a sus mesas todos estos productos que el cuerpo de cada niño o adolecente necesita para no ser un alfeñique y, en el maravilloso país de los sueños, también hay de todo eso y muy bueno por cierto, la diferencia consiste es, en que en ese país todo el mundo tiene derecho y puede comprar en comida lo que se le antoje. Es que en nuestros países hay gente tan pobre, tan pobre, que ni siquiera verduras pueden comer y ni hablar de las frutas y de lo otro, saben que existe pero nunca lo han visto.

    CAPITULO CINCO

    Hay que ver algunos de los latinos que trabajan en supermercados, cuando ven entrar a un recién llegado y éste se les acerca para preguntarles algo, como en donde puede encontrar una lavandería, una peluquería o cualquier cosa, ahí se vuelven gringos absolutos; no saben castellano, no lo entienden, lo que contestan es: mi no spic hispanis, mí spic inglis y le voltean la espalda y, todo para que no les vayan a quitar el trabajo porque a más inmigrantes menos trabajo o baja el precio por hora; por eso alegan y piden que no entren más y están de acuerdo en que saquen a los que ya están sin documentos. Parece mentira pero es la verdad. Es que ya no son los Estados Unidos como eran hasta los años sesenta, que entraban y al otro día estaban trabajando y, las fabricas tenían personas que se encargaban de quitarle los trabajadores a las otras empresas y, si a una persona le daba la gana de salirse al medio día de la empresa donde trabajaba, a las dos de la tarde de ese mismo día ya estaba trabajando en otra con mejor salario; hoy no es así, hoy los trabajos están limitados a personal capacitado, es decir con título universitario para ser ejecutivos, porque la obra de mano fue desplazada a ciudades de Centro América y china, donde los salarios son de miseria, o es que no han oído que

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