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El extraño caso del hombre del hacha
El extraño caso del hombre del hacha
El extraño caso del hombre del hacha
Libro electrónico271 páginas4 horas

El extraño caso del hombre del hacha

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La novela tiene un imaginario que hace un símil a la época de la Revolución Mexicana, etapa que se reconoce como un período oscuro, las invasiones al orden del día. Matar era un pretexto para eliminar a quién sea, los secuestros de mujeres también estaban en su apogeo. Es en esta etapa histórica de México donde escapa esta historia.
La imagen que le da vida a la narrativa, se suscita a través de un hombre que, motivado por la sed de venganza, se encubre de manera anónima, oscura y clandestina, ilustrando la ilegalidad de una figura humana y, al reflejarse se deja ver cargando un hacha. Cuyo encadenamiento va buscando cumplir, su extraña venganza.
El clímax que le da sentido a esta epopeya, toma como pretexto la confusión de la gente de aquel tiempo, disquisición que es aprovechada para darle muerte a este hombre y echarles la culpa a todos y a nadie.
En conclusión, reúne a los figurantes que le ayudarán a llevar su resarcimiento, para que juntos, se comprometan a llevar a cabo su enmienda. Sin embargo, la trama se vuelve un tanto lóbrega y, al parecer no se plasma su comanda, propiciando que su desagravio de un giro inesperado.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 jun 2023
ISBN9798223476092
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    El extraño caso del hombre del hacha - R Rivas

    I

    LOS RECUERDOS LO PERSIGUEN

    ––––––––

    Luis Vargas era un hombre de edad avanzada, unos pocos cabellos cubrían su rostro y la poca cabellera que aún le quedaba. Su semblante y sus pocos cabellos evidenciaban la experiencia acumulada a lo largo de ya más de nueve décadas. Su cara rugosa prescribía a la imaginación del cómo había sido su vida. Cada línea de su perfil demacrado dejaba ver el desgaste sufrido por sus casi setenta años de vida laboral. Ese día su cara endureció más, pues le dieron la terrible noticia de que su periodo laboral había llegado a su término, la jubilación lo había alcanzado. Por sus mejillas merodearon unas cuantas lágrimas ¡nunca pensó que ese día llegaría! Algunos conocidos amigos, que por tanto tiempo le veían llegar a su trabajo con esa energía que siempre le caracterizaba, se le acercaron para desearle suerte, rápidamente como pudo ocultó su tristeza, se secó las gotas que rodaron por sus mejillas con su ya cansada mano. Nunca se había permitido que nadie lo viera llorando y, no estaba dispuesto a ser objetos de burlas, pues conocía a los que se le acercaron y notaba sus negras intenciones. 

    Esa tarde como pudo llegó a su casa, con el dolor en su ya cansado corazón, abrió esa puerta tirada por un cordón y entró como un chiquillo que ha perdido su dulce preferido, su amada esposa de nombre Esperanza, como siempre ya lo esperaba, cuan lejos estaba ella del dolor que a Luis su bienquisto esposo le embargaba, no percibía aún, que ese día lo habían separado de aquel trabajo que por tantos años fue más que su casa, debido a que en él sembró todo lo que él era, nunca faltaba a trabajar, nada, ni nadie merecían más atención que cumplir con su patrón y, ni idea tenía Esperanza que Luis este día en particular se veía solo, sin ningún horizonte. 

    Una duda merodeaba a Luis la cual le llevaba a preguntarse una y otra vez ¿Qué voy a hacer? ¿qué va a ser de mi vida? Para no levantar sospecha de que algo le había acontecido entró a su morada no como siempre con aquel silbido que lo caracterizaba, además de llegar contento porque estaba con su querida Pelancha como él le decía. Trató a toda costa ocultar su tristeza y entró sonriente, dejó como todos los días su sombrero de palma en ese mueble. Sombrero que se había convertido durante toda su vida en su mejor aliado y amigo, le cubría del polvo y del sol a esa cabeza casi pelona. 

    Ante esta tragedia que embargaba a Luis, un paliativo que le ayudaría a mermar su dolor era un que peregrino suceso que en su vida estaba por ocurrir, cuyas repercusiones y su desenlace, le ayudaría a recobrar nuevamente el sentirse útil, y con las ganas y el deseo de perdurar, hasta que el cuerpo lo aguantara. 

    Una mañana de diciembre caminando por los pasillos de su casa, escuchó la plática de su nieto y se enteró de la   desaparición de Guadalupe Asunción, una mujer muy querida y estimada por los lugareños. Su nieto un joven llamado Reginaldo platicaba de esta lamentable desaparición con su madre, lo que provocó que apresurara su paso para poder escuchar bien, e intentar interrogar sobre lo sucedido, pues Luis conocía perfectamente a aquella mujer. 

    La trama de la plática entre Reginaldo y su madre, versaba sobre la manera extraña en cómo desapareció aquella señora, ante los murmullos alcanzó a oír, que una sombra que no se podía relatar cómo era, había sido la responsable. Reginaldo hablaba con una voz alarmante —Madre en el pueblo dicen que se la ha llevado una negrura rara, que a su paso va sembrando calamidad y devastación causando grandes estragos en su camino— insistía en su diálogo aquél joven, lo que provocó en la madre de Reginaldo una risa disimulada, pero también de duda, llevándole a creer que su hijo estaba embelesando, que estaba diciendo locuras. ¡ya basta!  Le dijo su madre. Sin embargo, al ver su semblante tan raro, tan seguro de lo que pronunciaba, le generó cierto temor, y se puso a pensar si en realidad su hijo le estaría diciendo la verdad. Lo veía muy seguro de sí. 

    Luis Vargas al escucharlos recordó aquella noche del año 1920, sentado en el regazo de su tío (Anatolio) cuando le comenzó a contar algo muy parecido a lo que expresaba su nieto... —fue una noche decembrina decía, poco peculiar en esta zona, como nunca el frío hacía mella en las personas, nadie quería salir, porque congelaba sus huesos, además una increíble nieve cubría casi todo ¡jamás había nevado! la gente suspensa por esta rareza en el clima del lugar, se cuestionaba ¿Por qué está nevando si no somos una región que nos caractericemos por el frío? Y mucho menos porque haya nieve—.

    El tío de Luis Vargas, Don Anatolio aprovechó la oportunidad para contarle a su sobrino al tenerlo en su regazo, para explicarle que eso que estaba pasando no era de a okis, aquellos mal nacidos provocaron la muerte de aquel que se decía extrañamente el hombre del hacha. Allí cara a cara le fue narrando las extrañas desapariciones que se habían dado desde hacía ya un tiempo, y sin poder encontrar respuestas ante eso hecho de la desaparición de personas y muchas de ellas muy conocidas y queridas por los lugareños.

    Tomando aire me dijo mi Tío —Eran los años veinte replicaba Anatolio, la gran revolución dio término y todo el territorio había quedado en ruinas, la población se encontraba desolada, porque asociado a esta gran devastación que dejó la guerra, emergió como una epidemia un suceso que destrozó la vida de muchas familias, porque comenzaron de manera muy inconcebible a desaparecer animales, carretas, personas, entre ellos mayores de edad y algunos niños, sin dejar rastro alguno, perdiéndose y, nadie tenía conocimiento de su paradero. Se esfumaban de manera muy misteriosa y jamás se volvía a saber de ellos.

    Mi tío (Anatolio) angustiado me reveló estos acontecimientos de aquella década que para él había sido muy trágica, porque, además, con una lágrima en la mejilla, me dijo ¡los zapatistas se llevaron a mi madre! Solo recuerdo que se fue en un caballo montado, me estiró su mano y después, ¡jamás la volví a ver! 

    Se quedó el tío Anatolio por unos minutos en silencio señaló Luis. Prosiguiendo con su plática, con un suspiro en sus labios, reanudó su narración, me decía de manera muy alarmante de que esos sucesos, siempre tenían como señuelo una relación curiosa las personas desaparecidas, sus nombres comenzaban con letras S, F, P o L, coincidencias o no, pero la realidad, es que nadie se explicaba ¿por qué? era muy confina esa conexión, la gente decía, que era un ¡castigo de Dios!

    Luis por unos segundos dejó de hablar, lo que hizo que volteara Reginaldo para ver ¿Qué estaba pasando? Inmediatamente el joven comprendió lo que le pasaba al abuelo. 

    Reginaldo se acercó a su viejo, le llevó un pañuelo para que se secara algunas lágrimas que en su rostro se dejaban ver, sintió el dolor al verle su aspecto. Le dijo —abuelo si quieres ¡ya no me platiques! ¡Aquí le paramos!— 

    —De ninguna manera— le replicó Luis, tomó nuevamente aire, esta vez con mayor ímpetu hasta que recuperó sus fuerzas y continuó con su relato. 

    Reginaldo al verlo decidido y con el afán de motivarlo le expresó —Abuelo cuéntame de esas desapariciones, dime por favor ¿Cómo eran? ¿Qué sucedía? ¿Cómo era que desaparecían estas personas?—

    Luis en sus pensamientos tenía en un inicio la actitud de no querer decir nada, se había caracterizado durante toda su vida por ser un hombre reacio, de pocas palabras y principalmente poco afectivo, lo pensó muy seriamente. Además, la tristeza de esa jubilación lo tenían desmotivado. 

    —Me molesta tener que platicar sobre mis cosas y ahora conversar con mi nieto algo que ni a mis hijos les dije en sus tiempos— se dijo a sí mismo, pero a la vez sintió una enorme necesidad de contar, aquellos recuerdos que ahora agolpaban en su cabeza. Sentía alivio después de su tragedia post jubilatoria, contando esto que él sabía. 

    Pasaron unos segundos y decidió para sus adentros contarle el caso de Santos Pérez, un hombre muy popular en la comuna. 

    —Santos Pérez, dijo, te contaré su caso ¿te parece? —sí dijo Reginaldo, cuéntame ¡vamos!, contestaba con los ojos llenos de gusto, rebosaba de alegría, si algo le gustaba a su hijuelo y que a leguas lo denotaba era dar saltos de júbilo, lo que le causaba gran asombro al abuelo porque ya no era un niño. Pero veía en sus ojos que mantenía ese interés por sus cosas. 

    Al estar observando su actitud sintió por primera vez algo extraño, tuvo el deseo de contar aquella situación vivida, de cuando él era adolescente, así, de la misma edad que ahora tenía su nieto. Diciéndose, —ni modo comencé, ¡ahora termino!—

    —Pon atención porque no voy a repetir y te lo contaré tal y como me lo narró el gran tío Anatolio— Era una mañana decembrina, el frío asechaba a mi amado pueblo llamado la Ixtapita.

    Ese año de manera ortodoxa y maravillosa amaneció nevando, y que dicho sea de paso jamás se repitió. Santos me dijo —¡ven juguemos con la nieve! Divirtámonos ¡no temas!, ¡anda vamos!— Con un gran miedo me acerqué al lugar donde él se encontraba, la nieve corroía mis huesos y sentía que se me congelaban mis manos, porque no estábamos acostumbrados a esos climas, y mucho menos a hacer esos que les decían muñecos de nieve

    Comenzó a aventarme nieve y yo temeroso me hacía para atrás no quería que mi madre me regañara, que me pegara por no acatar sus órdenes, cada vez que llegaba sucio a mi casa me daba tremendas tundas que mi cuerpo languidecía, producto de esas jugarretas. 

    —Pero... abuelo dime ya un tanto impaciente replicó Reginaldo en un tono como de querer averiguar ¿Cómo desapareció Santos?— Luis le contestó —no comas ansias hijo mío déjame ordenar mis ideas y recordar lo que El tío Anatolio me dijo, haciendo un esfuerzo sobre humano para traer a su memoria lo mencionado por su tío y dando un suspiro dijo —¡ah, sí! Ya recordé, para las orejotas a lo que te voy a seguir contando para que comprendas, porqué si mi memoria no me falla, se extravió aquella noche del 21 de diciembre—

    Aquella noche Santos entró corriendo a mi habitación, dijo mi tío Anatolio, estaba casi a punto de dormirme, durante la tarde a él se le había metido no sé qué idea en la cabezota, decía que estuvo soñando disque cosas raras que sucedían en el bosque que estaba como a una legua de la casa, me estuvo insistiendo —¡vamos no tengas miedo, acompáñame!— La verdad tenía pánico, a mí no me gustaba ese tipo de cosas, siempre estuve impactado por esos acontecimientos, y los amigos te inducen a hacer o pensar cosas que no son reales, espantándote por ese hecho, cosa que no estaba dispuesto a pagar el precio.

    Continuó expresando el abuelo Luis lo que su tío le había narrado —Santos entró a la casa sin pedir permiso. A mi madre le pateaba el alma que lo hiciera de esa manera, decía que era un irrespetuoso, que tenía que pedir autorización, que nadie entra así a una casa, pero terco, ¡no hacía caso! Una vez lo tuvo que sacar de la casa mi papá porque no pidió permiso y además llegó gritando, haciendo un terrible escándalo y esa tarde teníamos enfermo a mi abuelo, como te podrás imaginar, a mis padres no les pareció esa conducta. La verdad sentí feo, porque lo consideraba un gran amigo, pero a él parecía no importarle lo que molestaba a otras personas— 

    Continuó con el diálogo —Santos adentro de casa me decía —anda lo he visto, lo he escuchado—, le pregunté —¿a quién has visto? —No te lo puedo decir, si lo hago todo se vendrá abajo—, le insistí —sí no me dices, no te acompañaré, —anda vamos no tengas temor, estaremos bien, ponte una gorra y una buena chamarra porque allá afuera hace mucho frío, pero anda ya, ¡no tardes!— me decía, —¡apúrate, corre hermano!—.

    Mi madre que estaba en el aposento contiguo escuchó lo que Santos decía, me habló y me dijo, —Anatolio no puedes salir, escuché lo que te dijo ese chamaco del demonio, lo único que hace es distraerte, como es un bueno para nada, te insiste en que hagas cosas que ponen en riesgo tu vida, ¡no vayas te lo digo!, —pero madre sólo será un momento, te juro que, si veo que la cosa se pone fea, te prometo que me regreso, ¡anda permíteme ir! —¡No insistas ya te dije que no!, replicó mi madre. 

    Con la cara triste y melancólica, le dije a Santos que no lo acompañaría que si desobedecía a mi madrecita me iría muy mal. —anda no hagas caso, las madres así son, ellas como ya están viejas, no quieren que uno tenga aventuras, disque para que nada malo nos pase, ¡ah exageraciones! No hagas caso anda ¡vamos!—.

    La realidad es que Santos ya me había convencido, me atrajo mucho lo que me comentó, y me dejó intrigado y le contesté —¡pues vamos!, Santos vamos a hacer una cosa para que me pueda escapar, cuando apague la luz tres veces tú sabrás que estoy listo le subrayo Anatolio, ponte avispado allá fuera, escóndete bien atrás de aquel árbol donde siempre jugamos a la guerrilla, ¡no des la cara! porque mi madre podría verte, ¡me esperas allí! que enseguida salgo— 

    —Esperé a que mi madre seducida por el cansancio, por la faena diaria se durmiera. Cuando creí que ya era hora, salí de mi recámara de puntitas para que no me fuera a escuchar porque si lo hacía, me esperaba una gran tunda, como la de aquella ocasión en que me fui al bosque, precisamente con Santos y Anastasio, nos fuimos y estuvimos allá toda la tarde disque pescando, pero lo único que cogimos fue un enfriamiento que me duró toda la semana, y mi madre por ello, me dejó encerrado un día, en aquel cuarto oscuro que tanto miedo me provocaba, ¡además de una gran paliza!— 

    Sin embargo, eso no me importó no cedí ante la petición, de a quien mi juicio era mi mejor amigo, y la verdad es que sí lo llegué a considerarlo, siempre compartíamos cosas, hablábamos de nuestros problemas de la vida, de lo que queríamos ser cuando fuéramos grandes, continuamente decía que sería un buscador de seres inventados, siderales, tenía unas ideas bien raras, pero a pesar de ello, le tenía un gran aprecio, llegué a considerarlo casi como mi hermano— 

    Hubo un momento de silencio, Luis Vargas hizo una breve pausa, Reginaldo alzó la mirada y vio nuevamente como en su abuelo se le derramaba de nuevo unas gotas de lágrimas por sus mejillas, diciéndose para sí —creo que esta vez mi abuelo estaba siendo muy sincero con lo que al tío Anatolio en su niñez, le había pasado—. 

    Moviendo su cabeza Luis dijo —Pero basta ya de tonterías y reanudemos con lo que estábamos—.

    —Recuerdo muy bien esa tarde tenía una gran peculiaridad, Santos tenía talento, sabía reconocer cuando algunas vicisitudes que sucedían a nuestro alrededor, volteó a verme y me dijo con una enorme seguridad, —son seres que se quieren comunicar con nosotros, nos quieren decir algo, tú y yo hemos sido escogidos para esta misión— cada vez que lo hacía con esa cara seria, que no reflejaba nada de vacilación en su voz y que pareciera que no le causaba mella en su vida, muy probablemente era porque de seguro y ya había tenido un contacto con lo que me estaba diciendo, lo conocía tan bien, que sabía que algo escondía, que su interés no era de balde, y eso confieso me empezó a intrigar, porque sabía y estaba seguro de que no pararíamos hasta averiguar lo que estaba pasando.

    Al verlo tan decidido yo quería desmayarme, salir huyendo, dejarlo a su suerte, pero, a decir verdad, no quería hacerlo porque después les contaría a todos los amigos no sé qué tantas cosas, porque también hablaba hasta por los codos, y lo que yo menos quería era que todos se burlaran de mí. 

    Salió de casa y se retiró, lo vi cómo se fue perdiendo entre la densa niebla provocada por la nieve que caía, que por cierto recuerdo esa tarde parecían unas hermosas notas musicales, que parecía como si en cada grano revelaran qué algo acontecería, tanto en la vida de Santos como en la mía—

    —Llegó la hora pactada, mi madre por fin se había quedado dormida y sabía de antemano que lo haría por lo menos por dos horas, ese tiempo nos alcanzaría para poder salir y vivir ese momento intenso, que ansiaba porque hacía ya rato que no tenía en mi cuerpo un poco de adrenalina—

    —Prendí la vela aquella como había acordado con Santos, él inmediatamente se acercó a la casa en una forma sigilosa y un tanto curiosa, sonreí tanto que mi madre, me habló ¿estás allí Anatolio? me hice el disimulado no hice ningún ruido, por un momento pensé que me descubriría, guardé silencio, me escondí atrás de la escalera que está junto al baño, para que no me fuera a descubrir, fue un instante de intensa adrenalina, esperando a que no se fuera a levantar y nos pudiera sorprender—

    —Estaba casi seguro de que mi madre se había quedado dormida, Santos proseguía su caminar hacia la casa, sin ningún aspaviento, todo de manera normal, cuando de repente mi mamá se da el parón, conduciéndose hacia el baño, y allí estaba yo, ¡que angustia, me va a pescar!, ¿Qué hago? Me hago el dormido pensé, no porque me podría descubrir y estaba seguro de que ya no se volvería a acostar a dormir, fueron unos segundos angustiosos, ella en dirección a la ablución, Santos a punto de hacer la señal que habíamos pactado para tocarle la puerta y de esa manera salir hacia nuestro destino. Escondido tan cerca al baño, que al menor ruido fácilmente sería descubierto—

    Reginaldo estaba tan emocionado que interrumpió la plática y dijo — ¿Qué hizo tu tío, se quedó allí? Preguntó angustiado.

    Luis le contestó ¡no me interrumpas! Porque ya ves que luego se me olvidan las cosas, la réplica del abuelo fue para decirle lo que su tío le contó —Sí hijo, pero cuál fue la sorpresa, que tu tía bisabuela no iba al baño, sino que se dirigía a acostarse a la recámara que estaba arriba, pero de algo si estoy seguro ¡que, si no me hubiera ocultado lo más que pude, lo más seguro es que sí me hubiera visto! —

    —Cuando por fin entró en la habitación, subí las escaleras con la intencionalidad de cerciorarme que se había vuelto a quedar dormida. Iba en ascendencia, no tuve cuidado, con el nervio a flor de piel es difícil pensar o vigilar todo o que está a tu alrededor, pues pisé la pelmaza de mi hermana haciendo escándalo, se oyó tan fuerte, que creí desmayar ¡no puede ser! ¿Qué hice? Mi madre gritó —quién anda allí— me acordé del gato y aullé como tal, ella ya no hizo por mirar, si de verdad era o no el gato y se quedó nuevamente dormida.

    —Bajé sigilosamente las escaleras, esta vez tomé todas las precauciones, porque para colmo de males eran unas escalinatas de madera ya muy vieja y, en ocasiones producían un ruido muy escandaloso, ¡no quería que esto fuera pasar cuando estaba a punto de salirme de casa ¡—

    —Afuera Santos no la estaba pasando muy bien, había caído en un hoyo que mi padre había hecho, disque porque así podía atrapar uno que otro conejo. El muy ladino estaba allí, acorralado y sin poder gritar o hacer ruido para que saliera y pudiera ayudarle—

    —Continué mi escapada, por fin terminé de bajar el último escalón, no recordé que el tapete de otate viejo que lo envolvía estaba suelto, pasé casi corriendo; y sin querer me caí, salí volando en dirección a un jarrón que se encontraba frente a la puerta de salida, ¡Qué momentos tan interminables, hijo! —Dijo el tío Anatolio. Mi corazón latía no al cien, al mil, sudaba exageradamente, como cuando jugaba a las ollitas con mis amigos, era una escena de locos, no podía ser, me repetía, algo o alguien no quiere que salga, alcancé a pensar antes de caer y si me hago bolita o intento dar una vuelta, rápidamente di un molinete y para mi asombro caí en la mecedora, sin que se hiciera ningún ruido, respiré profundamente, continuando mi caminata, ahora sí, hacia la puerta de salida. Me apresuré lo más que pude, abrí la puerta y lo primero que vi, fue al Santos que estaba acostadote y pensé ¿qué hace el muy socarrón? El acostado cómodamente y yo acá sufriendo. ¡Pero ahora que lo tenga enfrente o verá! 

    —Llegué hasta donde se encontraba, me le quedé viendo de manera furibunda, quería tragármelo— me dijo con una voz de angustia —¿Qué me ves? En vez de que te enojes y te me quedes viendo tontamente, porque no me ayudas a sacar mi pie de esta trampa, no he podido sacarlo y me duele ¡Ay que dolor! ¡Ayúdame!— Entró en mí una especie de desesperación muy grande, no sabía qué hacer, siempre había visto que mi padre iba hacia sus trampas y sacaba los conejos fácilmente. Ahora mi amigo tenía atorado el pie y no podía hacer nada.

    Me dije —mi padre siempre me dice ven Anatolio, para que aprendas a sacar los conejos, y yo de lioso no voy, haciendo toda una serie de malabares para que me deje de decir que lo ayude—

    —¡Qué tonto! Me repetía en ese momento, sí tan solo le hubiera hecho caso ya le hubiera sacado el pie a mi amigo—. En eso me da un zape y me dice —ya deja de hacerle a las canelas y ayúdame, ¡saca mi pata!— Comencé a buscar una forma de hacerlo y por fin, de una maniobra que ni yo supe cómo le hice, logré zafar. 

    Santos me dio un fuerte apretón de manos por la alegría de verse libre y, comenzamos a caminar con la mira de averiguar qué eran esos extraños ruidos que se oían al interior del bosque y que a muchos los tenía conmocionados.

    Los

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