Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los Asesinos Del Gobernador: Radiografía De Una Nación De Los Nuevos Tiempos
Los Asesinos Del Gobernador: Radiografía De Una Nación De Los Nuevos Tiempos
Los Asesinos Del Gobernador: Radiografía De Una Nación De Los Nuevos Tiempos
Libro electrónico341 páginas5 horas

Los Asesinos Del Gobernador: Radiografía De Una Nación De Los Nuevos Tiempos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

LOS ASESINOS DEL GOBERNADOR Mientras se est investigando a los posibles culpables del secuestro y posterior asesinato del gobernador de una nacin de los nuevos tiempos, se van descubriendo una serie de hechos y acontecimientos que implican a altos funcionarios gubernamentales en actividades del narcotrfico y el crimen organizado.
Segados por la ambicin desmedida de riqueza y poder, ministros de estado, jueces, fiscales, senadores, diputados, generales, coroneles y otros oficiales se van involucrando en stas actividades ilcitas, dejando sembrada la confusin, de si es que en estos tiempos, los polticos se estn convirtiendo en narcotraficantes o, que los narcotraficantes se estn convirtiendo en polticos.
Estos funcionarios son intocables y todo el que osa enfrentarlos es ejecutado por un grupo de sicarios sanguinarios a la orden del narcotrfico De repente sucede un hecho inslitoUna caja conteniendo archivos electrnicos, fotografas y nmeros telefnicos es encontrada en la casa del occiso gobernador y los familiares deciden entregarla a un agente especial norteamericano que est investigando los lazos entre este gobierno y el narcotrfico La DEA le da seguimiento y renen las pruebas para solicitar la extradicin de 21 altos funcionarios de esta nacin, incluyendo su Presidente.
Despus de una ardua lucha entre este gobierno y el de los Estados Unidos, se llev a cabo una accin sin precedente en las relaciones internacionales los 21 funcionarios son extraditados a Norteamrica en donde son juzgados y condenados a 30 aos de prisin y todas sus cuentas bancarias y bienes son confiscados y
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento10 abr 2015
ISBN9781463398972
Los Asesinos Del Gobernador: Radiografía De Una Nación De Los Nuevos Tiempos
Autor

Juan De La Cruz

Juan De La Cruz, escritor dominicano radicado en los Estados Unidos. Licenciado en Marketing con Maestría en Economía. Entre sus principales obras están “Los Verdaderos Misterios del Cristianismo”, “Jesús y la Virgen María En el Espíritu Santo de Dios” y “Los ojos manipuladores del dragon” y “Los Asesinos del Gobernador”.

Lee más de Juan De La Cruz

Relacionado con Los Asesinos Del Gobernador

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los Asesinos Del Gobernador

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los Asesinos Del Gobernador - Juan De La Cruz

    Copyright © 2015 por Juan De La Cruz.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2015901637

    ISBN:   Tapa Blanda             978-1-4633-9896-5

                  Libro Electrónico   978-1-4633-9897-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 08/04/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    619535

    CONTENTS

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    CAPÍTULO 1

    Las torrenciales lluvias no cesaban ni el más mínimo instante en aquellas lúgubres y desoladas colinas de la Esmeralda. Debido a las tormentas, los pocos residentes de aquella montañosa región se mantenían guarecidos en sus viviendas. Y no era para menos, había estado lloviendo durante los seis últimos días, con fuertes vientos huracanados que hacían imposible a los hombres y mujeres de aquel inhóspito lugar, salir a realizar sus labores agrícolas y de pastoreo.

    Por doquier, se oían aullidos de perros, cacareos de gallinas, relinches de caballos y rebuznos de burros, al parecer asustados por los estruendosos truenos que se entremezclaban con el rugir de los fuertes vientos que al chocar contra aquellos bosques creaban un panorama tétrico como si se tratase de la trama de una película de misterio y suspenso del director Anthony Hopkins.

    El resplandecer de los relámpagos era la única luz que permitía a aquellos despiadados asesinos a sueldos, penetrar hasta aquel lugar donde se les había ordenado llevar al gobernador para obligarlo a quitarse la vida, ahorcándose en uno de los árboles frondosos que había en aquel desolado lugar.

    De pronto, el gobernador volteó la cabeza hacia la derecha y al echar una mirada por encima del hombro pudo ver que el hombre que encabezaba el grupo de sicarios que lo llevaba secuestrado era su hermano político, el cual apodaban «El Chaquetón». Éste le apuntaba con un arma de fuego directo a la cabeza y al percatarse de que el gobernador había volteado la cabeza para mirarlo, le propinó un fuerte golpe en la nuca, con la cacha de la pistola, provocando que el ejecutivo cayese sobre un charco de lodo con, un olor repugnante y lleno de gusanos, que en cuestión de segundos subieron por todo el cuerpo del gobernador, quien asqueado se levantó rápidamente, sacudiéndose con manos y pies, tratando desesperadamente de desprenderse de aquellos desagradables bichos que le caminaban de pies a cabeza.

    Más adelante, mientras era forzado a caminar por aquella angosta e inclinada ladera, el gobernador alcanzó a ver a lo lejos, un hermoso lago que a pesar de las torrenciales lluvias mantenía sus aguas cristalinas y transparentes, de forma tal, que le permitía ver que en lo más profundo de aquel lago había un hombre corpulento, de piel mestiza, con un gran tatuaje con la imagen de un caballo que parecía galopar en su espalda al tiempo que éste buceaba plácidamente hacia el fondo del lago en donde estaba la entrada de la cueva que le servía como guarida para esconderse.

    El gobernador, de inmediato, supo que éste escurridizo y misterioso hombre, al que no pudo ver su rostro, fue quien planeó su secuestro y pagó al grupo de sicarios para que lo ejecutasen.

    Mientras tanto, en las colinas aledañas, siguiendo los pasos de estos criminales había un equipo élite del comando de operaciones tácticas de la Policía Nacional, mejor conocidos como Los Cimarrones. Los hombres de este comando especial estaban «peinando» todas aquellas sierras montañosas ubicadas en la Provincia de la Esmeralda, en busca del paradero de los secuestradores, para someterlos a la obediencia y liberar al gobernador.

    Aquellos torrenciales aguaceros no daban tregua, y la búsqueda se dificultaba cada vez más al entrar la noche. Parecía como si el tiempo y el destino estuvieran confabulados con aquellos cobardes sicarios para que lograran su cometido.

    —¡Camina rápido, y no mires hacia atrás! Para no matarte aquí mismo.—Exclamó, fuertemente el mismo hombre que minutos antes había propinado el cachetazo al gobernador—.

    Al penetrar a lo más profundo, luego de atravesar aquellos cañaverales, en un llano en donde nacen los árboles más frondosos de copey, en un lugar bastante apartado de la carretera y de cualquier zona habitada, el grupo de sicarios, pistolas en manos, estaba intentando obligar al gobernador a que se suicidara colgándose de la rama de un árbol de copey con una soga, pero éste se negaba a hacerlo… Él forcejeaba con ellos…Cuando de repente… Se escuchó un fuerte sonido, como un trueno, que penetró en lo más profundo del inconsciente de Vidal, el hermano del gobernador, quien al instante dio un salto y con el corazón tratando de salirse de su pecho, logró abrir los ojos y pararse rápidamente, antes de morir de un infarto.

    Se le había hecho tarde para llegar a tiempo a su trabajo. Solo atinó a prepararse rápidamente y salir corriendo hacia su oficina.

    10488.png

    Transcurría la tarde de aquel que parecía ser un jueves normal de mayo. El hermano del gobernador, se encontraba, como de costumbre, en su oficina, concentrado en sus labores cotidianas, cuando de repente, el sonido de su celular interrumpió aquel espacio de silencio. Era su cuñada Janet, la esposa del gobernador de la Esmeralda, quien con voz entrecortada, entre lágrimas y sollozos, trataba de explicarle lo que estaba sucediendo con su esposo:

    —Vidal… Te estoy llamando porque a Tito lo han secuestrado, y no sé qué hacer… Yo pienso… que hasta pueden haberlo matado, porque ni siquiera contesta su celular.

    Inmediatamente llegó a la mente del hermano del gobernador el recuerdo de aquel extraño sueño que acababa de hacer esa misma mañana, apena seis horas antes, lo cual le hizo pensar que había ocurrido lo peor. En pocos segundos pasaron por su mente las imágenes de secuestro, pistolas, sicarios, lodo, gusanos, autor intelectual que nunca le vio la cara, brigadas de policías rastreando las montañas en búsqueda de los secuestradores que nunca pudieron hallar, entre otras tantas escalofriantes imágenes que solo lo podían conducir a una única conclusión, tras lo cual exclamó para sí mismo: ¡Mataron a mi hermano!… Eso era el aviso del bendito sueño que tuve esta mañana.

    Pero a pesar de su gran incertidumbre, trató de calmarse y calmar a su cuñada, sin dejarla que percibiera su terrible presentimiento, pidiéndole que le esperara en su casa, ya que él saldría para allá de inmediato, para hablar con más detalles sobre lo que estaba ocurriendo, y así poder determinar mejor los pasos a seguir.

    Luego de terminar de hablar con Janet, el hermano del gobernador hizo varios intentos de llamadas al celular de su hermano, sin lograr ningún contacto. Desde que marcaba el número de celular, salía inmediatamente «la contestadota» como si el aparato estuviese apagado.

    Mientras manejaba hacia la casa del gobernador, llegó a su mente el recuerdo de la última vez que estuvo compartiendo junto a él. Fue precisamente unos seis días antes, cuando le visitó en su casa, acompañado por su madre doña Anita, su hermano Narciso, su hermana María y Jesús, el hijo menor de su hermana. Su madre le había pedido que les acompañaran a visitarle esa noche, ya que ella tenía el presentimiento de que algo malo le estaba sucediendo a Tito, «nombre con el que era llamado el gobernador Juan Torres, por sus familiares y amigos cercanos».

    En esa ocasión, la madre le dijo que había hablado con él por teléfono y lo había notado muy preocupado, algo que no era común en él. En un principio pensaron que las causas de su preocupación era el resultado adverso en las elecciones, ya que para entonces, solo habían transcurrido dos días desde la celebración de las Elecciones Municipales y Congresuales en las que él había corrido como candidato a senador por la Provincia Esmeralda, y a pesar de que todas las encuestas lo daban como ganador, luego del conteo de los votos, el Tribunal Electoral dio como ganador al candidato del partido del Presidente.

    Tito era muy querido y respetado en la Provincia Esmeralda por sus obras de caridad. Muchos habitantes de la provincia acudían a él en busca de alimentos, medicinas, sillas de ruedas, reparación de casas, entre otros tipos de ayudas que él proporcionaba sin tomar en cuenta partidarismo ni ideologías políticas de las personas.

    Eran interminables aquellas filas de personas necesitadas que acudían a los operativos sociales que mensualmente realizaba el equipo político de Tito desde muchos años antes de convertirse en gobernador de la provincia, en donde además de la ayuda económica se les daba atención médica a niños y ancianos que padecían algún tipo de enfermedad. Alrededor de 10 mil familias recibían ayudas en alimentos crudos y canastillas para mujeres embarazadas, durante estos operativos en la Provincia Esmeralda. Los repartos se hacían sin discriminación de ningún género ni exclusiones políticas y sólo se tomaba en cuenta las necesidades y las condiciones de vida que llevaban los ciudadanos pobres de la zona.

    Aquella noche el gobernador recordó los años de infancia al lado de su madre y sus medios hermanos, por parte de madre, sumidos en la más extrema pobreza.

    El calor sofocante de aquellas noches a oscuras, sin ni siquiera un abanico que espantara aquel enjambre de mosquitos que se empeñaban, con sus zumbidos y picadas, en no dejar que nadie, en aquella casa, lograra conciliar el sueño.

    El repugnante mal olor que provenía del basurero de la joya de «sal si puede». Los estruendosos e insoportables sonidos de la música a todo volumen con canciones como: «El jarro pichao’, No lo saque de ahí, Pónmelo ahí que te lo voy a partir, Le comieron el gato a la hija de la vecina, El Conejo de la vecina, La copa rota, A mí dame la semilla, entre muchas otras», y el insoportable ruido de los parroquianos que habitualmente visitaban los tres bares de mala muerte del vecindario, dos que quedaban patio con patio con la casa materna y el otro que estaba ubicado en el frente de dicha casa, lo cual sumado con aquel sofocante calor y el zumbido de los mosquitos hacía que aquellas noches fuesen interminables.

    Ya bajo la luz del día, cuando por fin amanecía, el polvo que desprendían los fuertes vientos al soplar en aquellas callejuelas y callejones, que nunca habían visto ni olido pavimento alguno, hacían que el aire de aquel vecindario se hiciera irrespirable. El brillante sol tropical de aquellos parajes en donde todo el tiempo era verano, reflejaba una relumbrante visión panorámica de aquellas casuchas construidas de tablas de palmas y cobijadas de hojas de guano que se remecían con el vaivén del viento, cual experimentadas bailarinas de «Belly Dancer».

    El gobernador resaltó el contraste que había entre los periodos de tiempo en que vivía con su padre, en donde todo era muy diferente. El padre del gobernador era un acaudalado hacendado de la región noroeste del país, que había abandonado a la madre de éste para regresar con su ex esposa, justo después de ganarse el premio mayor de la Lotería Nacional.

    El padre del gobernador, que respondía al nombre de Augusto Torres, había llegado a trabajar en los campos de tiros de los cañaverales del Batey Gualey, en la Provincia Esmeralda en donde conoció a una joven madre soltera con un niño de dos años, con la cual tuvo otro niño «el gobernador» y vivió en concubinato hasta el día que se ganó el premio mayor de la Lotería Nacional. Luego de lo cual decidió regresar a su pueblo natal, abandonando a su concubina, con los dos niños, a su suerte, en donde se convirtió en un gran hacendado en muy corto tiempo.

    Éste llegó al Batey Gualey tan miserablemente vestido, que los residentes de aquella pobre comunidad ni siquiera lo saludaban. A él mismo le daba apuro salir a las calles del pueblo en pleno día y que la gente lo viera con semejantes andrajos. Si bien era cierto que las gentes de aquel lugar eran humildes y de bajos recursos, por lo menos no andaban tan mal vestidos y mal olientes.

    Fue un medio día bastante caluroso cuando conoció a aquella joven mujer. La joven había ido hasta el campo de tiro a llevarle comida a su padre, que trabajaba como seguridad en el área en que estaba la grúa donde pesaban las cañas. En aquel momento al quedar frente a frente, se cruzaron sus miradas y quedaron atraídos mutuamente. A partir de aquel día se hicieron amigos y siguieron viéndose y conversando siempre que la joven iba a llevar comida a su padre. Luego, la joven que había aprendido el arte de la costura de ropa, de parte de su abuela paterna, comenzó a hacerle algunas camisas y pantalones a su pretendiente. Poco tiempo después se mudaron juntos en una casita propiedad de la joven madre… Como dirían en el argot popular; ¡El hombre calló para’o!

    Dos años después, en una mañana fría y lluviosa de domingo, apenas unas horas antes de comenzar a cantar los números de la lotería, llegó el billetero al que habitualmente el señor Augusto Torres le jugaba, abonado, el número 66.

    —Augusto, aquí te traigo tu número en un billete lindísimo.

    —No. Hoy yo no voy a jugar porque no tengo dinero.—Fue la repuesta de Augusto—.

    —Pero, tú sabes que eso no es problema. Tú eres un cliente fijo y yo te lo puedo dejar, y tú me lo pagas después, cuando consigas dinero.

    El billetero le pasó las hojas de billetes a Augusto, pero éste le recalcó:

    —No. Ya te dije que no. Yo no voy a meterme en más líos de los que tengo.

    Augusto procedió a devolver los billetes al billetero. Pero el billetero se los tiró en el suelo, en sus pies y se fue diciéndole:

    —Tú me los pagas después y si no me lo puedes pagar, está bien, también, pero yo no te voy a dejar sin tu número, porque tú no tengas dinero hoy.

    Y deseándole suerte se alejó del lugar.

    La joven Anita recogió los billetes del suelo y los guardó en la mesa del comedor debajo de un pequeño vaso de florero.

    Aproximadamente una hora y media más tarde, comenzaron a cantar los números de la lotería, y apenas tres bolas después de haber cantado la primera bola, cantaron el premio mayor, con el número exacto del billete que el billetero le acababa de dejar a Augusto.

    La joven mujer fue acompañada de toda la alegría del mundo a donde estaba su amado marido para darle la noticia de que ya se habían acabado todos sus problemas, porque ya era millonario, sin saber que unas semanas más tarde, lo perdería para siempre, por esa misma causa.

    Era una silenciosa y fría mañana, seis días después de haber recibido el dinero por el billete ganador del premio mayor de la Lotería Nacional, y Augusto se encontraba impaciente; salía y entraba a la casa sin ningún motivo aparente y no paraba de fumar; con el cabo de un cigarro encendía el otro, él acostumbraba a fumar cigarrillos Ocasin, lo más baratos del mercado, pero ahora había comenzado a fumar cigarros Oshabaner, unos cigarros que eran tan caros que solo lo fumaban los tutumpotes y los turistas.

    —Augusto… ¿Qué te pasa? Que te veo tan inquieto. Ya no puede ser por dinero, porque te acabas de sacar la lotería, y ya eres un hombre rico que lo que debes hacer es tratar de invertir ese dinero en algo pa’que lo aumente.—Le voceo Anita desde la habitación de la casa, asomada por la ventana—

    —La verdad es que no encuentro como decirte algo que quiero decirte.—Le respondió el marido con voz entrecortada por la preocupación—.

    La joven salió de la casa y se acercó a donde estaba su marido.

    —Bueno… Pero habla, que pa’eso te puso Dios la boca.

    —Es que he tomado la decisión de irme para mi pueblo, y quiero pedirte que te vayas conmigo.

    —¡Ah! quieres decir que tú tomaste la decisión de irte, por tu cuenta, solo, sin hablar conmigo, y ahora que ya tiene tu maleta hecha vienes a pedirme que me vaya contigo. ¡Qué bien! Y para tu pueblo…, a donde tú tienes tu mujer y tu familia. Será pa’que to’a esa gente me maten por allá, sola, con mis dos muchachitos… No mi’jo, déjate de eso, yo no voy pa’ninguna parte, y menos contigo. Si tú quieres irte, vete tú solo, total, ya tú no me necesitas más, ya tú tienes dinero. ¡Eso sí! Mientras no tenías nada, no pensaste nunca en irte para tú tan querido pueblo.

    Mientras pronunciaba estas palabras, las lágrimas brotaban de los ojos de la joven, y le recorrían por todo el rostro, casi al unísono que las palabras pronunciadas le iban atravesando, una a una, el corazón, se daba vuelta para proceder a apartarse del lado del hombre que hasta ese momento había sido su pareja sentimental. Él, a su vez, trató de seguirla para consolarla y tratar de darle una explicación, pero la única reacción que obtuvo de ella fue:

    —¡No te me acerque!… Vete por favor. Si te vas a ir, vete lo antes posible, y no diga nada más.

    Pero a pesar de todo el sufrimiento que sabía que estaba causando a su mujer, Augusto no cambió su decisión y tres días más tarde partió con rumbo a su pueblo natal.

    Años más tarde, la joven mujer, «ahora con cuatro hijos», todos varones, decidió mudarse a vivir a la ciudad Capital en busca de mejor porvenir para ella y sus hijos.

    Era una tarde de verano. Anita se hallaba parada en la puerta de su humilde casa con su niño de siete meses entre sus brazos. El niño no paraba de llorar, estaba hambriento, pero no había en la casa nada para darle de comer. Anita estaba esperando que su padre, «el abuelo del niño», llegara a la casa a ver si le prestaba algún dinero para comprarle leche al niño. Hacia unos tres meses que el padre del niño no se aparecía por la casa, supuestamente estaba trabajando en otra ciudad, aunque para ella él lo que andaba era mujereando. Éste, haciendo honor a la fama de mujeriegos que tienen los camioneros, vivía cogiendo y dejando mujeres con hijos por cada pueblo que pasaba, sin importarle la suerte que corrieran éstas y sus hijos.

    Ver lo difícil que se hacía sobrevivir en aquella rural comunidad, le hizo pensar a la joven que ella debía salir de ese humilde pueblo, en busca de mejores horizontes en la ciudad capital, en donde ya se había ido a vivir su hermana Carlota, con su esposo y sus dos hijos, un año antes.

    La joven mujer consiguió el dinero del pasaje prestado, y con su niño menor en brazos se montó en un carro de transporte público con rumbo hacia la ciudad capital. Pero no sin antes haber llevado a Tito a la casa de su padre y haber acordado con su madre el cuidado de los otros dos niños, de tres y nueve años, hasta que ella consiguiera una casa donde vivir y pudiera regresar a buscar a sus hijos.

    Era tan triste la imagen de aquella mujer con su desnutrido hijo en brazos que el chofer del carro de transporte público, por lastima, prefirió no cobrarle el pasaje para que con ese dinero ella pudiera comer y darle de comer a su hijo.

    Para el tiempo que Anita llegó a la ciudad capital acababan de comenzar los trabajos de construcción del barrio Santa Cruz, cerca del área marginal donde estaba viviendo su hermana Carlota. Fue Allí donde obtuvo su primer trabajo como picadora de piedra y llenadora de camiones. Trabajo que consistía en picar las montañas de piedras para luego tirarla dentro de un camión de volteo, hasta llenarlo hasta el tope. Por este trabajo, ella y su hermana, recibían el pago de diez pesos con veinte y ocho centavos. Cantidad que no le alcanzaba para comer y dar de comer a sus hijos, por lo cual, ellas decidieron, además de llenar los camiones de piedras, ponerse a vender café colado, desayuno y comida para los trabajadores de la construcción del área. Pero como esto le tomaba mucho tiempo, ella decidió volver a su pueblo natal con el niño para dejárselo a su mamá, también, hasta que ella se pudiera acomodar.

    De regresó en la capital, la joven estuvo viviendo en la casa de su hermana por un tiempo, hasta que hizo su propio ranchito en los alrededores del sector de La Esperanza, gracias al dinero que ganaba picando piedras y ayudando a su hermana con la venta de comida a los trabajadores de las construcciones de los alrededores.

    En este ranchito de cartón y pedazos de maderas desechadas de las construcciones vivió con sus hijos hasta que fue desalojada de dichos terrenos para dar paso a las ambiciones urbanísticas del Presidente de turno Dr. Julián Blanco Fernández.

    Aquel día cuando estaban todos los moradores del sector reunidos, tratando de oponerse al desalojo. Carlota y Anita se mantuvieron juntas, al lado de sus cinco muchachos «los dos de Carlota y tres de Anita; Tito aún se encontraba viviendo con su padre» y le dieron instrucciones de que se pusieran a llorar cuando la policía los montara en el camión en el que se los iban a llevar presos, para que de esa forma tuvieran piedad y las dejaran libres para que se quedaran cuidando sus niños. Pero los policías decidieron que los niños se quedaran y solo subieron al camión a todos los adultos, hombres y mujeres. De tal forma que el plan no le funcionó.

    Gracias a las gestiones de un grupo de damas de una fundación católica sin fines de lucros y al apoyo brindado por un reconocido pelotero de las grandes ligas «que hoy está en el salón de la fama» estas personas fueron dejadas en libertad y el gobierno le pagó a los desalojados el dinero que le correspondía por sus propiedades.

    Al salir de la cárcel, la señora Anita se tuvo que mudar a una casa alquilada «hasta conseguir comprar una mejora de casa». Pero resultó que en la casa alquilada por Anita, el dueño tenía viviendo en un cuartito secreto y totalmente cerrado, sin puertas ni ventanas, a un hijo de unos 30 años de edad que tenía problemas mentales, por lo que había un olor horripilante a heces fecales y basura podrida, el cual no podía ser soportado por humano alguno. Todos se preguntaban, de dónde provenía ese mal olor, pero nadie se podía imaginar lo que estaba sucediendo en aquella casa.

    Esa misma primera noche, por la madrugada, cuando todos trataban de conciliar el sueño, se escuchó una voz que retumbó en toda la vecindad:

    —¡Eso son mentiras!… ¡Eso son mentiras!

    Con un fuerte estruendo alguien les voceó a unos parroquianos, los cuales después de haber pasado la noche tomando en un bar cercano, pasaron hablando de sus andanzas en voz alta por la calle del frente de la casa, aquella madrugada. Pero lo extraño fue que nadie supo de donde provino aquella siniestra voz.

    Al día siguiente, por la mañana, al niño más pequeño de Anita se le calló una moneda al piso, la cual rodó y se introdujo por una hendija entre el piso y una pared de la casa. Cuando el niño se agachó para tratar de alcanzar su moneda, se topó con tremenda sorpresa, al alcanzar a ver a un hombre completamente desnudo, aplastado en el piso en una habitación contigua, y lo aún más sorprendente para el niño era que el hombre estaba jugando, nada más y nada menos que batiendo con sus propias manos la mierda que estaba regada por todo el piso. El niño inmediatamente salió corriendo y llamó a uno de sus hermanos el cual se hallaba parado en la puerta de salida de la casa:

    —Manito… Corre, corre, ven a ver, ahí hay un hombre encuero batiendo mierda en el piso.

    Luego siguió corriendo hacia el patio, en donde estaban todos los demás miembros de la familia y les avisó de lo que acababa de ver dentro de la casa. Todos salieron corrieron rápidamente a comprobar con sus propios ojos lo que le acababa de contar aquel travieso niño, y quedaron sorprendidos con lo que vieron, al tiempo que sacaban su conclusión sobre la procedencia de la misteriosa voz de la noche anterior.

    Ese mismo día, Anita le exigió al dueño de la casa que le devolviera su dinero, porque ella no podía tener a sus hijos en esas condiciones de insalubridad, con ese loco viviendo ahí al lado.

    El dueño de la casa no quería devolverle el dinero a Anita, pero ella buscó a un sargento de la policía, que apodaban El Saya, el cual estaba enamorado de una hermana suya. El Saya fue a la casa y amenazó al hombre con trancarlo por abusador, si no le devolvía en dinero completo. Gracias a dicha presión, el dueño de la casa le devolvió todo el dinero a la señora Anita.

    Por suerte, esa misma tarde El Saya ayudó a la señora Anita a conseguir una casita a medio hacer en las inmediaciones, la cual compró y se mudó inmediatamente con sus tres hijos y una sobrina que también vivía con ella en aquel tiempo.

    Todos rieron a carcajadas cuando el gobernador les hizo recordar lo poco frecuente que era ver carne en sus platos de comida, en aquellos tiempos, y cómo, en muchas ocasiones tenían que conformarse con un poco de sopa de agua de fideos, bien salada, para que le provocara mucha sed y el agua tomada, hiciera percibir a sus estómagos que habían comido suficiente.

    Su madre, «que luego tuvo una niña y un niño de su última relación», luego del desalojo, trabajaba por el día lavando y planchando ropas en la casa de una de las señoras que le ayudó a salir en libertad, y por las noches se sentaba frente a una máquina de coser que había comprado.

    Anita cosía ropas; camisas, blusas y pantalones, para ganar el poco dinero con el que mantenía a sus seis hijos; cinco varones y una hembra, procreados en tres relaciones diferentes, pero de cuyos padres nunca recibió el correspondiente apoyo económico. El mayor de todos, Maximino, hijo de su primer marido; quien la abandonó y jamás supo de él, el segundo, el gobernador, hijo del que la abandonó luego de sacarse la lotería, y los otros cuatros; Narciso, Vidal, María y Wilfredo, hijos de su último

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1