Peripecias de Agapito, un Guardia de Seguridad Privada

Por Adolfo Sagastume

Agapito aprendió en carne propia y con muchos golpes lo que se mueve en el mundo de las agencias de seguridad privada en Tijuana. Su relato es una denuncia a la vez que una extraña aventura. No es que él se lo buscara sino que las circunstancias se fueron dando casi automáticamente. La imagen que él o usted pueda tener de estas empresas tiene deslumbradas a muchas personas. Pero solo quien se mueve en sus terrenos sabe lo que realmente está pasando. Este relato es para todas las personas. Es de fácil lectura.

• Idioma: Español
• Editorial: Adolfo Sagastume
• Fecha de lanzamiento: 9 nov 2018
• ISBN: 9780463963906

Adolfo Sagastume

Construyendo Universos LiterariosCiudadano LatinoamericanoCiudadano de la República de LiberlandCiudadano de Asgardia The Space Kingdom

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Índice

En la Sala de Emergencias

Agapito y Daniel en el Hospital

En la Oficina de Daniel

Las Raterías del Chimy

Contrato con otra Empresa

Guerra de Guardias

Reflexiones en Torno a la Seguridad Privada

Conclusión

En la Sala de Emergencias

En la sala de emergencia del Hospital General de Tijuana, mientras los paramédicos veloces llevaban en una camilla ardiente al viejo Agapito para darle los primeros auxilios de la golpiza que le había propinado el loco Chofani, su compañero de trabajo, en una empresa de seguridad privada, éste gritaba a voz en cuello y desesperado:

—¡Llamen a un periodista! ¡Llamen a un periodista! ¡Llamen a un periodista!

La gente que estaba allí, la mayoría familiares de otros tantos desafortunados que recibían atención médica, se puso de pie y voltearon a ver quién era el que gritaba pidiendo con tanta urgencia un periodista. Se miraban las caras y no podían creerlo.

El que gritaba era un viejo como de sesenta y cinco años de edad, peludo, bigotón, blanco pálido, huesudo como perro de la calle y apestoso a tabaco y aguardiente. Era Agapito un guardia de seguridad que, por afán de ganarse unos cuantos pesos, se había metido en una ratonera, en un nido de víboras, en el bajo mundo de las agencias de seguridad privada.

Así como en todos lados nunca falta un metiche, esta vez fue una vieja panzona y grasienta la que se persignó frente a todos y le dijo:

—Cállese viejo apestoso. ¿Por qué mejor no llama un cura para que se confiese?

Agapito la vio de reojo y con la misma fuerza que pidió a un periodista y con mayor intensidad que los gritos de la vieja chismosa, le contestó:

—No señora, este mundo ya no necesita que los curas lo humillen más de lo que ya está, lo que todos necesitamos es un periodista para que publique las atrocidades que realizan en privado los religiosos y santurrones como usted.

—¡Pinche viejo canijo! —refunfuñó la vieja panzona.

—Ah, ¿verdad? —dijo Agapito y siguió gritando: —¡Llamen a un periodista! ¡Llamen a un periodista! ¡Llamen a un periodista!

Los paramédicos iban llegando con Agapito sobre la camilla rechinante al