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El Collar De Perlas
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Libro electrónico233 páginas3 horas

El Collar De Perlas

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Cuando llegaron los hombres del mar a la capital del imperio y arrasaron con todo, principalmente con los templos, las deidades aztecas demostraron reacciones diferentes, unas con terrible furia y otras con gran dolor. Todos fueron al rincn azul celeste entre las estrellas, su cuartel general, donde los ubicaba su pueblo; y desde all enviaron su influencia csmica alterando conciencias y provocando conflictos (los primeros) que con el tiempo se convirtieron en espantosas conflagraciones centenarias hasta la de la era actual denominada el oscuro perodo de sangre; y a quienes trataron de frenar y vencer (los segundos) para restablecer la paz y concordia entre los descendientes de su antiguo pueblo, desatando (junto con la de su pueblo en la tierra) una guerra paralela en el cielo, entre ellos, y otra ms que se desat en los dos planos entre Cihuacatl, diosa madre de los aztecas, y Mictantecuhtli, dios del inframundo, quienes bajaron enredados en una brutal lucha por apoderarse del lienzo tejido de muerte/amor, rescate/destruccin y redencin en donde se ocultaba el misterio de las emponzoadas vivencias de las almas de las sacerdotisas de Cihuacatl, portadoras de las perlas (perdidas) de su collar y condenadas por Huitzilopochtli a sufrir un eterno calvario.

Misin en la que ambos iban a llevarse impactantes sorpresas con lo que hallaran en las entraas y desenlaces de cada una de las siete terribles historias que vivan las almas perdidas en las garras del tiempo y del espacio.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 dic 2011
ISBN9781463306625
El Collar De Perlas
Autor

Dálber Ra Melessio

Dálber Ra Melessio Nació en 1941, en plena segunda guerra mundial, en Apaséo el Alto Gto. Inició sus estudios en su comunidad rural, salón improvisado, un solo maestro que faltaba mucho y al que dejaban solo cuando venían las lluvias y se iban a sembrar, a recoger los cabritos recién nacidos y después, a cosechar. Los continuó en Apaséo el Alto (cabecera municipal), Celaya, la escuela de Agricultura de Roque Gto., la Superior de Agricultura de Chapingo, estado de México, la preparatoria Num 1 de la Universidad Nacional Autónoma de México y, en la Facultado de Odontología (de la misma UNAM.) la licenciatura y las especialidades de Ortodoncia y Endodoncia. Desde la primaria y la secundaria escribió Sketches humorísticos y anecdóticos que representaban en las festividades de la escuela y después con sus hijos en sus fi estas. Colaboró con el diario “El sol del bajío” de Celaya, con trabajos sobre el agrarismo olvidado, la muerte de los cultivos de temporal y acerca de las gruesas fi las de campesinos rumbo a los campos de algodón de USA. En el taller de teatro de la preparatoria siguió escribiendo y representando Sketches; en la Licenciatura editó la sección literaria de la revista de la Facultad y colaboró con la de la Universidad antes de escribir sus primeras novelas, “Patry Xuchi-Atli, Patricia fl or del cielo”; y “la niña nahual en la corte de Moctezuma”. Publicadas por su cuenta y repartidas entre sus amistades, conocidos, miembros de su comunidad y los de las escuelas donde estudió.

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    El Collar De Perlas - Dálber Ra Melessio

    Contents

    El Collar De Perlas

    La Flor Que Nació

    Del Fuego

    Un Rayo de Esperanza

    La Cárta

    El Potro Medusa

    El Ángel del Molino

    Cuando Villa Nos Dio La Tierra

    La Ordeña

    El Huesped Debe Morir

    FIGURA%201.jpg

    El Collar De Perlas

    Cuenta una leyenda que cuando la diosa Cihuacóatl (madre de los aztecas), bajó del rincón secreto universal náhuatl donde brillaba junto con la esperanza en medio de siete estrellas de primera magnitud, y vio venir a los hombres del mar, arrasando al imperio del sol con el rayo y el trueno de la tormenta en sus manos e impulsados por la fuerza de una filosofía de vida desconocida; y conociendo el destino inmediato que el gran Tloque Nahuaque había deparado para su pueblo siglos atrás…

    ¡Aaaay mis hijos!

    La oyeron gritar por las noches en la imperial Tenochtitlan, la orgullosa ciudad de Tenoch, majestuosa y piramidal, asentada sobre un islote artificial en medio de una laguna y lamidas sus gruesas paredes de cantera por altas y rumorosas olas, como delfines lavando los costados de un barco a la deriva.

    "¡Aaaay mis hijos!

    ¡Hiiijos mios… amados hijos de Anáhuac! ¡Vuestra destrucción está próxima… !"

    Gritaba la diosa.

    ¡Aaayyy… ! ¿A dónde podréis ir… a dónde os podré llevar para que escapéis de tan funesto destino? ¿De tan terrible mal?

    Llenando de lloros y lamentos el valle.

    Y cuentan que esa noche se desgarró las albas vestiduras y se mezo con tanta fuerza el pelo, angustiada por su dolor, que se lo alborotó como si hubiera expuesto su negra cabellera a la erupción del Popocatépetl, o del Iztaccíhuatl, las altas y espectaculares montañas coronadas de nieve a donde bajaba a danzar todas las madrugadas, alumbrada por los luceros, dispensando dones a su pueblo. Y su pelo alborotado y terrible junto con sus llantos tenebrosos llenaron de tanto espanto a la ciudad, la laguna y el valle, que las personas que la vieron y oyeron, huyeron despavoridos de su presencia.

    Su influencia y señorío en el imperio se acercaba a su fin por la llegada de una filosofía de vida oriental que la desplazaría de la veneración de sus hijos y que era preludio de la destrucción del reino anunciada por los siglos en la voz de sus leyendas, fabulas y tradiciones.

    Cihuacóatl, la mujer serpiente, no soportó tanto dolor por la inminente pérdida de su influencia y poderío sobre su pueblo y su nación, lloraba impotencia y desesperación y en un nuevo arrebato de su pena se arrancó el collar de perlas que le había dado su poder además de un don más elevado —que había puesto el dios de la dualidad, el divino Ometeotl —, poder que ella podría regir a voluntad revirtiendo incluso el curso de la ya anunciada derrota, destrucción y muerte del imperio del sol. Uno de los hijos de Ometeotl, Quetzalcóatl, su amado y enamorado que le había regalado las perlas, las unió con un cordón de energía viva del universo para garantizar los dones concedidos (mientras permanecieran unidas) y las puso a brillar alrededor de su cuello como alegres y fulgurantes estrellas en cielo elevado náhuatl, la vía láctea. El era el dios de la vida. Otro gran benefactor de los aztecas y la llenó de poder con su regalo para beneficio de sus mutuos protegidos; pero cuando se lo dio no tuvo tiempo de explicarle el segundo don, el prodigio, el Dd Destino designado, incluido en las perlas, porque en esos momentos Tezcatlipócatl y Huitzilopochtli, hijos también del dios de la dualidad (hombre/mujer, mujer/hombre) envidiosos del poder que estaba adquiriendo (con Cihuacóatl, más poderosa, como aliada) sobre sus gobernados, lo arrancaron del lado de la diosa antes de que ella conociera toda la verdad de los dones incluidos en las perlas de su collar; y acusándolo de haber violado a una de sus propias hermanas lo desterraron del Anáhuac. Solo alcanzó a decirle que no se deshiciera de él y le prometió volver; y ella le prometió esperar.

    El dolor de la futura quiebra del imperio y del funesto destino de su pueblo que hizo a Cihuacóatl arrancarse el collar y desperdigar sus perlas cobró tanta fuerza en la expresión de su llanto que trascendió los siglos y se oyó en los tiempos de la conquista, la colonia, el inicio de la república y todavía, en la vida moderna:

    (¿Pos’ qué será eso tú?

    Sepa, dicen que es el ánima de una mujer que busca a sus hijos

    ¿Los perdió?

    Se los mataron

    Pobrecitos, y ¿quienes habrán sido tú?

    Pos’ no estoy muy seguro, pero creo que nosotros

    ¿Nosotros… ?

    Si, nos invadió una civilización nueva, proveniente de un mundo viejo que se creía mejor que la nuestra y nos subyugó de tal forma (primero física y después mentalmente) que no nos ha sido posible después de tantos años levantar cabeza, seguimos atorados en el momento de la conquista —con el valor, arrojo y bravura (sus hijos) voluntades del ímpetu azteca, muertos a sus pies—, llorando todavía (como ella) la derrota de nuestros ancestros.

    Igual que antes de la conquista, en la conquista y después de ella; la furia guerrera de los dioses exiliados en el cielo elevado náhuatl, en su apacible quietud, cual toro universal seguía rascando el suelo estelar bramando guerra.

    La diosa Cihuacóatl, no supo que el collar que se arrancó y tiró habría podido ayudarla a hacer mucho más que llorar por el terrible destino que le esperaba a su pueblo amado, envuelto ya en el más terrible de esos bramidos universales emitidos por los dioses cuando se ponen en pie de guerra unos contra otros..

    Las perlas cayeron rodando por los aires, apagando el poder que le otorgaban y apagando también la esperanza de un eventual triunfo azteca sobre el invasor. Sin embargo, al arrancarlas de su seno y tirarlas, las perlas cobraron vida propia y fertilizadas como estaban con las intenciones que había puesto en ellas mientras las tuvo; volaron hacia la tierra atraídas por sus iguales, las oraciones de las siete sacerdotisas de su templo, listas a esperar a sus almas cuando murieran para llevarlas a brillar (junto a ellas) en el cielo elevado náhuatl; devolviendo el collar roto, reconstruido, alrededor de su cuello, restituyéndole se poder y abocándose ella, a unir fuerzas con el dios de la vida a favor del bienestar de su pueblo; y las almas, a la misión que les tenía reservadas su destino, guiar al sol en su recorrido sobre el manto de la noche universal.

    Pero ahora, en lugar de seguir ese derrotero y mientras la diosa seguía colgada de su lamento y desesperación por lo que le esperaba a su pueblo y por lo tanto, ajena al destino de sus perlas; Mictantecuhtli, el dios del inframundo y muchas veces pretendiente rechazado por ella, trató de atraparlas con sus rayos de muerte para regresárselas y congraciarse a sus ojos esperando su favor y preferencia. No pudo hacerlo. Porque el dios de la muerte no podía atrapar ni conservar nada que no fueran las vidas que arrebataba (ni siquiera había podido atrapar su amor). Sus dedos, rayos de muerte, sólo las perforaron atravesándolas y dejando en su interior toda su ponzoña —el engañoso túnel de luz que cuentan haber visto los que mueren y regresan a la vida porque todavía no les toca; y las gentes que ven llegar a recibirlas en ese túnel llamándolas a seguir hacia el final, son engaños provocados por la ponzoña del dios del inframundo, hábil en mal-encaminar gente, como su mentor Tezcatlipócatl.

    Las perlas, por causa de la perforación que ahora tenían perdieron fuerza y orientación y no pudieron llegar a la capa espiritual de energía de las sacerdotisas; fueron tomadas por las manos aladas de Ehécatl, el dios del viento; quien alegre y despreocupado como era, jugó con ellas a los dados y cuando vio el momento y la oportunidad de una variante a su juego, las lanzó al centro de la capital azteca en el momento más crítico. Cuando explotó la Gran Tenochtitlan junto con el imperio al ser alcanzados por las balas de los cañones de la conquista.

    Las explosión dispersó las nacaradas esferas por el manto de los cinco siglos posteriores a los del esplendoroso imperio del sol; pero ya no iban solas, ni llevaban en su interior —ahora envenado y sin luz, anulada su capacidad para esa misión— a las almas que habían bajado a buscar; por tanto, en lugar de englobarlas con su protector halo de luz, se absorbieron dentro de ellas para viajar juntas a donde las almas fueran y dejar la señal —las perlas, luces y almas serían los tres grandes pies que dejarían sobre las arenas de los siglos futuros, las huellas que seguiría la diosa cuando fuera a buscarlas— que murieron al mismo tiempo que la capital y el reino en el majestuoso templo de Huitzilopochtli; en el centro de la ciudad y corazón del imperio a donde fueron llevadas por la fuerza (las sacerdotisas a quienes pertenecían) a hacerle sacrificios de sangre al feroz dios; y a favor de la causa de los dos grandes comedores de (eztli yuan yullotli) sangre y corazones. Pero como se negaron, por estar consagradas a la diosa y a hacerle a ella solo sacrificios de oración y de amor y no de sangre, Huitzilopochtli enfurecido por ese desaire a su prepotencia de dios mayor y rector absoluto de los aztecas; tomó sus almas de sus cuerpos muertos después de la explosión y las metió en historias muertas, vacías, disfuncionales y extrañas; conciente de que las perlas que iban en ellas sufrirían las mismas vicisitudes desgastando el poder de la diosa con vistas a impedirle recuperarlo; porque de hacerlo lo usaría en contra de ellos uniéndose nuevamente a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada (cuando regresara de su destierro). Huitzilopochtli y Tezcatlipócatl podían con él, si regresaba (ya lo habían desterrado una vez), y con Cihuacóatl, la mujer serpiente, por separado, pero no tan fácilmente podrían vencer al clan de unido.

    FIGURA%202.jpg

    Después de decretar su destino, el dios Huitzilopochtli arrojó las almas a manos de Cauitl, dios del tiempo, condenándolas a purgar sus culpas de soberbia y rebeldía en los años postreros, incubadas en cuerpos de mujeres errantes que sufrirían vidas sombis, en circunstancias insólitas; el y su hermano Tezcatlipócatl ya tenían desterrado a uno de sus enemigos, y estando dormida la otra por falta de poder y energía, durante los próximos cinco siglos se unieron a Mictantehcutli, dios del inframundo, formando la triada maldita, los jinetes apocalípticos náhuatl que se dieron festines interminables de muerte, sangre y corazones; en asonadas contra la colonia y los baños de sangre que esta implementaba en respuesta, represalia y para el escarmiento de la invencible sangre azteca mezclada con sangre castellana de principio a fin de las cuatro centenas de años que siguieron hasta la Independencia y durante los otros doscientos años después de ella. Sin embargo, como estos dioses, después de las guerras de conquista quedaron excluidos de sus antiguos privilegios a raíz del cambio de directrices espirituales en el imperio —ya no podían usar su presencia física-no-física para bajar y ejercer su poder directamente desde sus templos (que ya no existían) como lo hacían cuando eran dueños y señores del Anáhuac—, Se vieron obligados, por tanto, a abrir un portal de entrada a las corrientes de energía viva y palpitante que vienen y van a través del universo uniendo misteriosa e inexplicablemente lo físico con lo no-físico; y por este medio volvieron a enlazar su presencia invisible, con la visible, de la gente; llevando y trayendo mensajes a través de celestes, telegráficos, hilos conductores de la misma energía de que está hecho el pensamiento, vector incorpóreo de intercomunicación entre las dos partes que ellos usaron solo en una dirección, trasmitiendo sus ordenes y mandatos de volver a las armas, al desorden, a la violencia y al crimen.

    Estas influencias cósmicas eran ineludibles, porque iban directamente al subconsciente del componente vivo y pensante de la república, que al recibirlas, las partes más sensibles de esas mentes pensantes, las obedecían ciegamente creando revueltas, levantamientos y guerrillas continuas, apocalípticas, centenarias, llegando incluso, a establecer con ellas el síndrome del en la conciencia colectiva del pueblo.

    Y desde entonces, cada que se cumplían cien años a partir de la última conflagración llegaba puntual la siguiente. Bombardeando el futuro de la nación con base en ideales más o menos válidos que los dioses de la guerra azteca infundían en sus seguidores, hasta que al cumplirse los cinco siglos (en el año dos mil diez) cuando, sin importar que ya no había motivos relevantes para alterar el orden (la independencia y la revolución ya estaban hechas), fieles a sus necesidades de caos, bajaron sus influencias ordenando iniciar la otra (la siguiente gran guerra centenaria), haciendo sonar las armas sobre la plataforma y las paredes de una nación estable y en viaje hacia la cumbre del progreso y bienestar, amenazando con derribarlas una vez más, como habían hecho con el imperio del sol en su afán de contener y rechazar la invasión extranjera.

    FIGURA%203.jpg

    Ese ruido de armas de armas era tan fuerte que alertó a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, recién llegado de su exilio al cielo elevado náhuatl y ajeno a las acciones pasadas y presentes de la triada maldita que tenía mordiendo el polvo a la república; y que consuetudinariamente le robaba el porvenir, impidiéndole levantar la vista al cielo y alzarse sobre su espíritu, como un charro sobre su alazán, para dirigirse hacia el alto destino al que había sido llamada por Ometeotl. Pero la serpiente emplumada no podía, solo, contra la triada. Por eso lo habían desterrado. Despertó a su amada, la mujer serpiente, para invitarla a volver a formar el equipo reptil, vencer a la triada y romper el fatal síndrome establecido, o su pueblo estaría perdido y sumido en las entrañas de la criminalidad por otros quinientos años; como ya había empezado a estarlo otra vez al desatarse en su suelo un huracán de descabezamientos, robos, corrupción, secuestros y envenenamiento de cuerpos y conciencias por medio de la droga, que antes, la república solo veía pasar por su territorio, rumbo al norte.

    Quetzalcóatl tampoco podía bajar en su presencia física/no-física, a dirigir corrientes de dirección adecuada a los descendientes de su pueblo para contener y revertir ese caos. Estudió la forma en que ejercían ese dominio los sembradores de discordias, y se dio cuenta de que lo hacían acribillando a sus seguidores seculares, en la república, con trozos de pensamientos criminales directos a sus subconscientes sin que ellos pudieran elegir acatarlos o no acatarlos, debido a que al llegar a su destino dichas ordenanzas no pasaban por el filtro crítico, analítico y selectivo del conciente de esas mentes, impidiéndoles actuar de acuerdo a decisiones propias con respecto a ellas. Por tanto, el dios de la vida, con la intención de desintoxicar a los infectados de violencia, criminalidad y muerte; y de exacerbar la búsqueda de la paz, armonía y cordialidad en las mentes republicanas orientadas en esa dirección; usó el mismo método para enviar el contraveneno, acto que no les gustó a los gemelos y el ruido de armas empezó a sonar también allá, con tanta fuerza como sonaba en la república, desatando otra guerra paralela entre ellos en el cielo elevado náhuatl.

    Mientras, Cihuacóatl, ansiosa de unirse a Quetzalcóatl en su lucha contra los dioses de la guerra y su asociado, bajaba sus fulgores, ojos y manos de luz, personificados en sus nite paleuia (cofrades) a buscar las perlas, las almas y la luz del Destino designado (del que ahora ya tenía conocimiento). Pero Tezcatlipócatl, Huitzilopochtli y Mictantecuhtli no estaban dispuestos a permitir que las recuperara ni mucho menos a perder sus privilegios conquistados durante cinco décadas.

    (En la república, algunas gentes, guiadas por personas sensibles a estas energías, acusaban en su ánimo y en la dirección de sus actos el asedio de esas fuerzas mentales invasoras de los entes del mundo de lo no-físico; y adoctrinados como estaban en la creencia de un solo Dios, y sin embargo, sintiendo la influencia de muchos; se preguntaban confundidos:

    "¿Porqué tantos?, que ¿no solo hay uno?

    Depende de lo que sientas en tu corazón y de lo que creas, o de a quien le creas

    ¿Si creo en uno solo, pero me veo obligado, inconcientemente, a hacerles caso y a actuar de acuerdo a lo que siento que me dicen que haga, los demás, sin creer en ellos; se resuelve el problema?

    Si crees en uno solo y te fortaleces en hacer solo lo que él te dice que hagas desoyendo el revuelo que zumba dentro de ti pidiéndote hacer algo diferente, se resuelve el problema, suponiendo que sea un problema, pero se resuelve solo para ti. Y en la medida en que tu convicción y fuerza de voluntad lo resistan.

    "Pero ¿la influencia de los demás sigue latente y si me descuido o bajo la guardia pueden hacerme a hacer cosas, como el hipnotizador las hace hacer al hipnotizado?

    Las influencias cósmicas siguen activas porque en la conciencia de los hombres las presencias creadas no se anulan solas. Por eso, en el cielo y en la tierra, pero principalmente en la tierra. Hay un solo Dios…, Ninguno…, y Muchos dioses…, y todos están aquí)

    FIGURA%204.jpg

    Quetzalcóatl no podía ayudar a Cihuacóatl en la búsqueda de sus perlas y su contenido por ser hijo del dios que otorgó los dones, los dioses de la guerra tampoco podían intervenir para obstruir esa búsqueda por la misma razón; por tanto enviaron a Mictantecuhtli, el amante rechazado, dios de la muerte, quien ordenó a sus propios sirvientes (tepuztlazutli, rayos de muerte) unirse a los fulgores de las nite paleuia; enredarse en ellos, entorpecer su labor; arrebatarle las perlas, destruir el alo empoderador que contenían

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