Don Vale: -De Enamorados, Tenderos, Borrachos, Santeros, Funcionarios Corruptos, Policías Y Ladrones-
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Aqu se expone vida y milagros del arquetipo de uno de tantos machos, egocntrico, narcisista, despiadado, etc., etc. y con peripecias vivenciales que, por lo sobresalientes, le hicieron merecedor de ste relato, combinado con las historias de sus parejas, familiares y de otros asimismo, destacados, que convivieron en su tiempo, tomados en buena parte de referencias personales y notas periodsticas.
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Don Vale - Dr. Óscar Carpio Utrilla
Mixcoac
El Paraíso existió; cada País lo ha tenido, y en México también lo tuvimos. Dicho Paraíso, después de haber estado aquí, luego que fue arrollado, arrastrado y aplastado por las aplanadoras del progreso, perdido se quedó entre los cacharros del pasado, en un rincón empolvado del viejo almacén del olvido… allá estuvo de seguro, por el rumbo de Mixcoac… Mujeres hermosas -dotadas con todos los recursos con que la madre naturaleza las ha provisto para tejer la filigrana de la seducción-…hombres apuestos, decididos, valientes… pasiones volcánicas… mil y mil placeres de amor y otros mil y mil sentimientos de dolor por los amores perdidos… ¡Cuantos sucesos contradictorios, impregnados de la más elevada generosidad o de la más ruin mezquindad…! ¡Cuantas bajezas y crímenes cometidos por personas de apariencia tan honrada y sensata…! ¡Cuantas y tantas pasiones vanas, que en lo más hondo del alma dejaron su huella clavada…! Seres alucinados, hipnotizados por sus espejismos y perdidos irremisiblemente por sus extraviadas veredas… Empecinados en poseer el honor de ser uno más de los que lograron la conquista de lo imposible… algunos calculando cada paso y otros corriendo… ¡Volando a ciegas en pos de la quimera, fascinados como mariposas nocturnas alrededor de la flama!…¡dando rienda suelta a sus impulsos, que los arrastraron sin piedad hasta estamparlos contra el muro insalvable de la realidad, mientras Venus y Cupido, al verlos atrapados en sus redes, ríen a carcajadas, festinando el resultado de sus pesadas bromas!
¡La vida…! ¡Ay, amigos!… ¡Esa era la vida!… En el destartalado perchero del tiempo se quedaron para siempre, clavados sus recuerdos… Los años cuarentas, cincuentas, sesentas… Penas y amor… días venturosos impregnados de placer, dolor y traiciones… Románticos carruajes tirados por briosos caballos… Rientes y parlanchines, cristalinos arroyuelos que, cantando viejas canciones llevaban el agua indispensable para cada vivienda… tranquilos paseos que invitaban al relajamiento y a la meditación… árboles añosos a cuya sombra podían descansar los peregrinos fatigados; paseos poblados además, por fauna variada y natural. Empedradas y retorcidas callejas, arrulladas y adormecidas por los cantos de los jóvenes que, en sus balconadas, acompañados por los acordes nostálgicos de guitarras y mandolinas, en la algarabía juvenil, al pié de cerradas ventanas y a la luz de un farol, cantando depositaban el corazón a los pies de la mujer amada. Albas casitas de ventanales pintados con luz de la luna y aderezados con floridas macetas; viejas tapias cubiertas de líquenes, embozadas de bugambilias y de hiedras; aromáticos jardines resplandecientes de rosas, azucenas, mimosas, petunias y margaritas, tierra amasada con oro y con polvo; eso es todo… y es nada ¿Pueden imaginar un Paraíso mejor?
Como el origen oscuro del hombre y las estrellas, la procedencia de la familia de don Valerio –a quien familiarmente aprendimos a llamar Don Vale- es un detalle que se perdió en el tiempo; algunos dicen que vinieron de Durango, otros que de Guanajuato. Lo que se sabe de cierto es que: trepados en la cresta del oleaje de inmigrantes –allá por mediados de los años treinta-, sus progenitores, sus hermanas y él arribaron esperanzados a la Ciudad de México, pertrechados con su escaso equipaje, y echaron las anclas para asentarse en el entonces pueblo de Mixcoac.
Alborozado de ilusión don Roberto, el pater familias, montó una tienda a espaldas de una sobrepoblada vecindad, la que en sus negras entrañas hervía de inquietos y traviesos chiquillos a quienes sin tardanza se unió Valerio, alegre y atrevido como el que más, pronto se hizo reconocer como líder de la falange de aventureros: proponiendo audaces temeridades, declarando abiertas las hostilidades, ideando las estrategias de combate y seleccionando entre los mocosos a los que consideró como idóneos para llevarlas a cabo.
No había niño descalabrado en sus juegos o macetas rotas con sus flores desparramadas en los patios en las que él no hubiese tenido parte. Si alguno aparecía por ahí lloroso y sangrando con huellas de contusiones y arañazos producto de la rudeza de sus juegos, jaranas y marimorenas… sin averiguar:… ¡Ese fue Valerio!
aseguraban las comadres. Tampoco hubo travesura pandillera en la que no hubiese participado aunque fuese tan sólo para convencer a los comediantes en representar los diversos papeles, en los que la adrenalina era el ingrediente principal.
Para los habitantes de la periferia de la gran ciudad -que cada década rompe sus límites y forma otros nuevos- el paisaje, a lo largo de un siglo había cambiado muy poco, al tener que transitar por calles hechas de terracería. En esos parajes, en los primeros meses del año, el viento travieso se divierte formando densos remolinos de polvo, cegando los ojos de sus víctimas con los groseros puñados de tierra que les arroja a la cara, asfixiando sus gargantas con espesas oleadas anaeróbicas; riendo a carcajadas de su consternación, capeándolos sin piedad hasta dejarlos convertidos en polvorón ¡Cómo desesperaban las señoras que, habiendo dejado tendidas las ropas lavadas a fuerzas de mano y lomo, si no las recogieron oportunamente, pasado el simún terminaban como pellas de barro seco! Desde luego los muebles que no eran sacudidos a diario (y por lo regular pese a ello), estaban cubiertos por notoria capa del polvo, procedente de las calles o de las minas de arena cercanas. Era un hecho común el observar que, en el lugar donde había permanecido sentada alguna persona de las que no se mudan la ropa con frecuencia, quedaba como rúbrica una muestra del polvo de sus asentaderas.
En aquél entonces por los aires de Mixcoac pasaban lentas, acompasadas y con desplante aristocrático, sostenidas por cables de acero las góndolas cargadas de arena, provenientes de Lomas de Tarango, transportando el material a una beneficiadora sita en la parte baja de donde retornaban vacías, para continuar su peregrinación, monótona y silenciosa bajo los rayos del sol.
En la primera mitad del 900, la Barranca del muerto, despoblada y agreste, pese a lo sombrío de su nombre (que lo obtuvo el día en que, efectivamente, se halló el cadáver de un hombre asesinado en su seno), era de una belleza monumental. En los atardeceres de otoño, cuando el sol la inundaba y acariciaba con sus tibios rayos, obsequiaba a los paseantes con inolvidables espectáculos, con irisadas explosiones de color, debidos a los reflejos de la luz que se deshojaba en su fronda, los troncos y las ramas de sus pirules, pinos, huizaches y de todo su abigarrado breñal. Indómita y altiva, se erguía con sus desafiantes garras vegetales extendidas y clavadas tercamente en las enormes peñas y rojizos canales, mientras su lomo desigual se abría paso, perdiéndose hacia la serranía del Ajusco.
Merced Gomez
La guarida de los susodichos forajidos infantiles, se hallaba en la colonia Merced Gómez; colonia que casi por completo pertenecía al malogrado torero que así se llamaba, quien, aunque fue rico y famoso -pues su nombre quedó inscrito tanto en los anales del toreo, como en los de la política del siglo pasado-, tuvo como perro inseparable - que tal vez por perro no dejó de morderle- a la sombra del más negro infortunio.
Quiero hacer un paréntesis en mi relato para hacer algunos señalamientos acerca de la historia de éste extraordinario personaje, quien, con las anécdotas que jalonaron su agitada existencia, nos regaló con no pocas sorpresas.
A comienzos del 900: cuando frisaba la primer veintena de años y se encontraba en plena carrera ascendente, con fama acrecentada como un nuevo valor juvenil de la fiesta brava, pisando los legendarios umbrales del estrellato -dado el bajo punto de ebullición que tiene la sangre de los machos muy machos-, en vulgar pleito cantinero contra otro matador (Carbonero de Sevilla) le llegó, traicionera, la desgracia. Peleaban embriagados y armados con puñales, enardecidos por los gritos de la chusma sedienta de sangre que los rodeaba incitándolos a la riña, gritando los consejos inspirados y seleccionados en las propias experiencias:
"¡Al cuello, tírale al cuello!,
¡No, tírale a los bajos!,
¡Quiébrate al pinche gachupín!,
¡Acábalo, porque si no, se levanta y te mata!", etc. etc.
En el vértigo de los lances para salvar la vida y quitársela al rival, entre saltos relampagueantes, sangrando por los diversos cortes en la frente, los brazos y el pecho, con los que hasta el momento se habían obsequiado sin haber logrado herir en lo hondo, lanzando veloces puñaladas mientras giraban el uno en torno del otro, los antebrazos izquierdos protegidos con trapos enrollados, con los que habían parado más de un golpe que llevaba las peores intenciones… agazapados los cuerpos como fieras al acecho… fijas las pupilas en las del contrincante… tratando febrilmente de anticiparse al próximo tajo para escamotear el cuerpo o detenerlo… con las venas del cuello y de los brazos resaltadas, los corazones latiendo furiosos, exhalando feroces rugidos con cada golpe, tres o cuatro veces, al chocar con el rival cantó el acero su frustración… de súbito el peninsular… de certera estocada cercenó su femoral izquierda y le trajo tendido al suelo entre un rojo surtidor de sangre, huyendo entonces a toda prisa y sin preocuparse por rematarlo, al calcular que con ese sablazo sería suficiente –y a juzgar por el chorro que marcaba cada latido de su corazón, no andaba tan errado en sus cálculos- Merced Gómez en tanto, con un apretado torniquete en la pierna, trataba de controlar la hemorragia –a sabiendas de que por la región herida, ésta hemorragia dejada a su libre curso causa la muerte en menos de una hora- y era trasladado a toda prisa al nosocomio más cercano en donde los médicos, para salvarle la vida hubieron de amputarle de raíz la extremidad entera, sentenciándolo a vivir, jinete de las muletas y con sus aspiraciones míticas como torero, canceladas. Lo que gracias a su destreza no pudieron los toros, vino a legárselo un compañero de oficio.
Hombre emprendedor, de admirable carácter e inventiva se creció ante la desgracia y echando mano a sus menguados recursos, enderezó las velas y el rumbo hacia el comercio, entre otras cosas, de la arena cuyas minas, sitas cuesta arriba en Lomas de Tarango, también eran de su propiedad, logrando no sólo mantener a flote el barco, sino darle mejores y más libres derroteros.
Siempre habrá machotes y bravucones, matones de vocación que, plantados con los dos pies, en alta voz y ante cualquier auditorio afirmen: "¡Chico se me hace el mar, para echarme un buche de agua!" Y parece que tal era su caso pues, pese a la minusvalía obsequiada, como la aventura comercial no fuera suficiente para calmar sus inquietudes, nuevamente izó las velas, temerario, para desafiar al proceloso mar de la política, arriándolas al llegar hasta la Presidencia Municipal de Mixcoac, quedando sus imágenes plasmadas entre otros, en los Archivos de Casasola. Por esos años, una gloria que se retiraba del toreo: Rodolfo Gaona, fue quien, en emotiva ceremonia cortó la coleta a Merced Gómez.
¿Por qué tuvo que ser su sino tan voluble y tan cruel? ¿Será cierto aquello que se dice de la predestinación? ¿Lo de las cuentas que se quedan sin pagar en ésta y que por eso, afirman, es necesaria otra vida?
Pues bien, llegado que hubo Merced Gómez al tranquilo puerto de la cuarentena de años: recuperados fama y fortuna, y cuando apenas comenzaba a paladear el divino néctar de aquello inasible a lo que llaman El Triunfo; un día cualquiera… empujado por la fuerza irresistible de la fatalidad… asistiendo puntualmente a su cita con el destino… posiblemente con el fin de cerciorarse de la seguridad de sus nuevas instalaciones mineras… caminó ciegamente al interior de uno de dichos yacimientos, sin saber que ahí… agazapada, le acechaba La Parca… pereciendo aplastado por el desplome de miles de toneladas de arena sobre su cuerpo indefenso, allá por 1923…
Reza el dicho popular que: los males siempre vienen juntos ¿Fue por mala suerte? Pudiera ser, aunque para los testigos de los hechos, lo más seguro es que fue por mala administración, producto de la pereza y el derroche. Rota la hélice propulsora, carentes de brújula y timonel, la mujer y los hijos fueron perdiendo poco a poco su heredad; vendiendo una por una, haciendas y negocios y malgastando el producto. Envueltos por la bruma acariciadora de la incuria descendieron lentamente por la espiral del haber, hasta pisar la lobreguez de sus sótanos.
Por los años cuarentas, Valerio y sus adolescentes amigos caminaban todavía por calles de tierra, piedra y hoyos. Dedicados en sus ratos libres al muy noble y honorable oficio de aplanacalles al que, en los meses de vacaciones se entregaban con singular entusiasmo, entre los encuentros de fútbol llanero, de béisbol y una que otra carrera a caballo, donde como jinete lucía su habilidad y la fuerza de sus músculos. Empero, no era un perezoso; cuando se trataba de ayudar en los trabajos y atención de la tienda, tampoco hacía remilgos. Por éste motivo, con frecuencia don Roberto escuchaba complacido y satisfecho las alabanzas de los vecinos a lo laborioso del hijo, que sudaba mares y se rayaba el lomo, trabajando incansable en los arreglos y cuidados del negocio.
Las Contriciones
- México, D.F. Años ochenta:
- .-Juanita ¿Sinceramente cree usted que no fue por mi culpa? ¿No será que, por mis malos deseos y por mis malos pensamientos les haya ocurrido todo esto? ¡No puedo soportarlo! ¡No me deja ni dormir, ni comer en paz el pensar que todo fue por mi culpa! ¿Sería por tanto que rogué para que se les castigara…? ¿Por tanto que los maldije…? ¿O sería por otros motivos?
- Los remordimientos angustiados estrujaban las manos de Clementina, mientras buscaba la respuesta en la experimentada tranquilidad de su interlocutora, una septuagenaria que la observaba con una tierna sonrisa dibujada entre sus labios.
- Se encontraban en el interior de una modesta vivienda, a la que se llegaba por los estrechos pasillos de una destartalada vecindad; donde, entre las oxidadas escaleras metálicas y protecciones ventanales, tendida en lazos secábase la ropa multicolor de los vecinos, obligando a los transeúntes a efectuar todo género de genuflexiones para sortearla. Las paredes de ladrillo sin cubrir, avergonzadas, se esforzaban por ocultar su desnudez con gruesas capas de pintura superpuesta -que por su edad se encontraba ya en fase exfoliativa- los pisos en tanto, lucían su ingenua sonrisa desdentada. En el interior de la vivienda, los muebles eran de madera de pino, chimuelos de uno que otro barrote; de viejo barniz excoriado en las orillas, que revelaba los años de limpieza repetida. Dos focos desnudos, pendientes del techo disipaban la penumbra del humilde hogar.
- ¡No, mi niña! Tiene usté que tranquilizarse. No fue suya la culpa ¿Porqué no me quiere creer? -Respondió ella, con la voz cascada por los años y ese acento particular de quienes han vivido mucho
- Es que, Juanita ¡Yo estaba desesperada! cuando una siente que ya no hay otra salida, que hasta Dios ya se cansó de sus quejas ¡Entonces comete barbaridades que jamás pensó que se atreviera a hacer! ¡Créame usted!, ¡En toda mi vida he sido incapaz de recurrir a cosas tan feas!, ¡Cuando pienso en mi atrevimiento, en mi reprobable conducta, me lleno de horror…! ¡Jamás debí haber hecho algo así…! -Afirmó, entre lágrimas de sincero arrepentimiento.
- Eso es muy comprensible en su caso, mi amor. Todos podemos dejarnos llevar por la desesperación, bajo su influjo las personas más tranquilas pueden transformarse en asesinas… Esa situación desesperada que usté vivió es la que justifica sus actos. Y yo le puedo asegurar que, viviendo como en su caso, las personas no son verdaderamente culpables cuando obran así… Pero además, usté ya ha rectificado. -Respondió Juanita, mirándola con cariño. El suave tono de su voz, aplicaba un tibio bálsamo sobre sus heridas.
- Primero hice lo que me aconsejaron, pero luego de hablar con usted y de que me abrió los ojos, cambié totalmente mis peticiones. Sin embargo… no parece haber dado buen resultado ¿Por qué todo siguió trabajando así?… ¿Será tan poderosa la fuerza del diablo…? Y además… ¡Ese pobre inocente que sin deberla ni temerla tuvo que morir así, de una manera tan cruel! ¿Será que ya aventadas las malas artes… ya no pueden recogerse… que ya no hay vuelta atrás…? ¿Qué, el diablo tiene que cobrar el haberlo invocado, con sangre de sus víctimas…? ¿O sería tal vez, por tantas maldiciones…? –Al recordarlo, Clementina rompió a llorar.
- No, preciosa ¡Cálmese, Clemen!, ¡Pero si usté y yo ya lo platicamos, y usté ya sabe que todas nuestras acciones tienen su pago! ¡No tiene por qué atormentarse así! Sólo Dios sabe por qué tuvieron que darse así las cosas pero ¡Créame! ¡No fue suya la culpa…!. -Le decía en voz queda al oído, mientras comenzaba a acariciarla y a secar sus lágrimas, abrazándola luego suavemente. Las tazas del café, en tanto, olvidadas sobre la mesa se enfriaban sin remedio. El pan se había quedado servido en un plato, sin que nadie lo tocase. Afuera, en los patios, los chiquillos gritaban persiguiéndose regocijados en sus juegos inocentes; un vendedor ambulante pregonaba a voz en cuello a la entrada de la vecindad: ¡Cocoles! ¡Pan calientito! ¡El paaan!
- ¿Pero, y lo que una pide…? ¿No cuenta lo que una pide? -En su rostro se leía la ansiedad.
- Todo entra en la cuenta –respondió ella con la misma actitud imperturbable- Pero ¿No cree usté que todas nuestras acciones, buenas o malas, deben tener su pago? Ellos tuvieron una cuenta muy grande, muy grande por cubrir…
- Desde luego, Juanita; tan sólo me angustia que no haya sido por eso, si no por mi culpa. ¡He sido tan mala! ¡Le juro por mi madre que les deseaba la muerte y todos los males que pudieran caerles! ¡Los odiaba con toda mi alma! ¡En mis sueños los vi muertos, bien muertos y hechos pedazos! ¡Ay, créame que los remordimientos me matan…! ¡Cómo pudiera ir a borrar todo lo que hice…! ¡De rodillas, con jabón y cepillo fregaría todo lo que escribí en su contra hasta borrarlo por completo! Pero sé que es imposible…
- ¡No, mi niña ¡No se eche usté toda la culpa.
- Es que no encuentro otra explicación, Juanita.
- Clemen ¿Me quiere decir que si usté no interviene, no les hubiera sucedido nada? ¿De veras lo cree así? -Interrogó la señora, incrédula, enderezándole la cara por las mejillas, mirándola muy seria.
- No, Juanita, tiene usted razón, no puede ser todo por mi culpa; yo no tengo tanto poder –dijo, dejando caer la cabeza sobre el pecho -¡Ni que fuera una diosa, para manejar a mi antojo el destino de los demás! –afirmó súbitamente, como si de repente hubiese captado lo erróneo de su posición y rectificó:- Es cierto lo que usted me ha dicho. Tan es así, que lo he comprobado muchas veces; tal como usted me lo dice: todas nuestras acciones tienen su pago.
- ¡Se lo digo de todo corazón, m´ijita! Yo ya he visto mucho ¡Ay, niña mía! –Exclamó suspirando- ¡Que ciegos pasamos por la juventud! ¡Cuando ´stamos jóvenes creemos que todas nuestras acciones, una vez pasadas se las lleva el viento y que no tendrán consecuencias mayores!… cuando ya ´stamos viejos y achacosos, que es cuando menos nos conviene, porque ya no tenemos la misma energía para buscar el remedio, para encontrar la salida, es cuando nos llega el pago. La vida nos llega entonces con esa retribución… y es cuando dicen que ya ni llorar es bueno ¡Ah, pero no queremos recibirla! ¡Eso sí, protestamos y renegamos! ¿Por qué me mandas esto a mí…? ¿Por qué a mí…? preguntamos a Diosito.
- Si Juanita… todo eso es verdad ¡Cómo no voy a creerle! Todo lo que usted me ha dicho ha resultado cierto, gracias a su paciencia y a sus consejos he podido abrir los ojos y entender muchas cosas ¡Andaba tan equivocada…! Pero encima de todo, a usted le debemos tanto… si no fuera por usted…
- ¡Ni lo diga, mi niña! Lo que hice fue sólo porque no era capaz de dejarla perderse en su desesperación, ¡Me dolía tanto verla llorar y sufrir así! Yo comprendía muy bien sus motivos y todo lo que le ocurrió, para que actuara usté como lo hizo. Pero usté andaba muy mal y yo tenía que lograr que se diera cuenta, que rectificara. Porque de otra manera una no podía esperar nada bueno… ¡Ya sabe que para mí… usté siempre ha sido la hija que no tuve! ¿Cómo podía dejarla sola con su pena? Tenga usté la seguridá de que estén como estén las cosas, aunque parezca que yo no tengo cómo… que no tengo con que ayudarle… yo veré cómo pero ¡con mis pobres fuerzas le ayudaré hasta donde Dios me lo permita! -Le aseguró, acariciándole suavemente las manos.
- Ay, Juanita ¡No cabe duda que Dios la puso en mi camino, para ayudarme a llevar ésta carga tan pesada! –suspiró Clementina-, se lo digo sinceramente: usted ha sido una bendición en mi vida, ha sido como mi segunda madre.
- Que le quede bien claro, mi amor, para que ya deje de atormentarse. Usté no tuvo la culpa de nada de lo que les ocurrió ¡Ninguna culpa! Recuerde siempre que, cada uno de nosotros se va forjando su dicha o su desgracia con sus propias manos, por decisión propia.
- Sí, Juanita, está bien claro… es que con tanta desgracia…
Don Roberto
Como sarape del Bajío, México es un arco iris de contrastes. Tierra arrullada entre misa y mariachi; fecundada con sangre, aguardiente y tequila; barbecho roturado entre el amor desbordante y el odio inconmensurable. Tierra bravía: que salta puñal en mano a vengar las ofensas con la vida, pero es al mismo tiempo, de corazón tierno y palpitante, capaz de los mayores sacrificios hacia los desvalidos y hacia los que sufren. Como la rosa entre sus espinas, como las dulces y jugosas tunas entre las pencas del puntiagudo nopal.
El alma de los seres humanos, se modela con las tiernas caricias maternales