Todo está oscuro. Nada es distinguible, nada diferenciable, nada parece ser límite de sí mismo. Apenas se vislumbra el sendero, apenas se distingue la tierra del suelo, percibe el frío, las gotas de lluvia agarrándole las manos, nota en el rostro el aire gélido, recuerda que ahí delante hay un poderoso roble (ahí debe seguir) y que estas piedras sobre las que tímidamente se refugia son del Templo de Artemisa. Súbitamente sucede. En un pavoroso estruendo un rayo ilumina, apenas unos instantes, el camino. Es luz y es oscuridad, es el vínculo entre la tierra y el cielo. Heráclito escribe: «Todo lo gobierna el rayo».
Pero ¿a qué se de naturaleza. A la forma de gestar a todo lo que se da a ser de la . A cómo todo lo que se da proviene de una coparticipación de contrarios, que no se niegan a sí mismos, que no se aniquilan sino que son condición y límite uno de otro. El rayo participando de la oscuridad a la que tiene como condición (sin lo oscuro de una tormenta no se puede dar el rayo) aporta la luz. Del mismo modo, el rayo participando de la luz a la que tiene como condición (si no fuera luz no se daría a ser) es en sí mismo oscuridad en cuanto su límite. La «ley», el «logos», lo que «gobierna todo» es la tensión entre esos opuestos que se coparticipan y que se unifican en esa misma tensión relacional. Pero el rayo no es solo metáfora de esa copertenencia de antagónicos es también metáfora de lo que une esos opuestos, esas diferencias que son uno y distinto a la vez. El rayo, por ejemplo, es lo que vincula, lo que establece relación entre otro par de opuestos: el cielo y la tierra. Esa genialidad de que lo diferente participa ontológicamente de lo diferente para engendrar lo diferente mientras todo se unifica en esa ley universal es la primera gran aportación de Heráclito. Una genialidad que ha recorrido soterradamente toda la historia del pensamiento, que ha estado detrás, que subyace, independientemente de que hayan leído lo que de él se conserva o no, a cualquier forma de comprensión de lo que existe: desde la filosofía a la ciencia más reciente son, lo quieran o no, lo sepan o no, heraclíteas. Cuando Winston Churchill, que desconozco si conocía la obra de Heráclito, en uno de sus célebres chascarrillos anuncia: «La salud es un estado transitorio que no augura nada bueno», está siendo heraclíteo.