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Las Flores Muertas
Las Flores Muertas
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Libro electrónico376 páginas5 horas

Las Flores Muertas

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Durante la celebracin del dcimo aniversario de una famosa fundacin cultural en la ciudad de Toledo, algunos de sus miembros desaparecen misteriosamente y otros son atrozmente asesinados. El principal sospechoso es Samuel; hermano gemelo de uno de los fundadores de dicha organizacin y prfugo de la justicia desde hace tambin una dcada, por haber, supuestamente, asesinado a sus propios padres; unos aposentados joyeros de origen sefard.
La ciudad sufre la mayor temporada de tormentas desde hace aos y vive acosada por los crmenes y las leyendas que parecen cobrar vida.
Qu misterio rodea a la famosa fundacin? Quin asesin a los joyeros de la calle Hombre de Palo? Quin es el que est atacando y haciendo desaparecer a los integrantes de dicha organizacin?
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento16 mar 2012
ISBN9781463321277
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    Las Flores Muertas - El Vampiro De Libros

    Copyright © 2012 por El Vampiro De Libros.

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    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

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    387296

    Contents

    INTRODUCCIÓN

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    INTRODUCCIÓN

    Cuenta la leyenda que hubo una vez un califa muy cruel. Más malvado que la lepra, más sanguinario que la propia sangre, tan asesino como su propia maldad. Pero este señor tuvo una hija, y tan padre se sintió que cuando estaba con ella cambiaba su semblante y mirar al de un niño asustado con miedo de a su hija hacerla mal.

    Tanto la amaba que herido en su alma se sentía por verla llorar.

    - Y que le pasa a mi querida dueña. Cuéntamelo sin falta o a mi corazón en mil trozos romperás.

    - Querido padre y mi amado señor. Lloro porque ya tengo diez años y aun no se lo que es disfrutar del paisaje de nuestra amada ciudad vestida de blanco. Las nevadas que caen son escasas y duran poco; y mi espíritu gime por ello.

    Y por ello es por lo que su amante padre y señor ordenó plantar todo Toledo y alrededores de grandes almendros blancos que al florecer en febrero le daban a la urbe un aspecto puro y limpio, como de recién nevado. Y los pétalos, al caer, adornaban el suelo de tal forma que al caminar por sus paseos y vaguadas levantabas las flores muertas alzando al aire y al viento una poesía de tal belleza que hasta la exigente princesa se sintió satisfecha.

    Pero creció y se hizo mujer. Y estando prometida a un buen mozo musulmán de noble cuna y rica alcurnia conoció a un cristiano mozárabe del cual se enamoró.

    Aunque el Tajo riega parte de la aplastante llanura que hoy día llaman La Mancha y con sus aguas dulces y buenas hace crecer abundante riqueza en sus vegas y terrazas, las aguas subterráneas que manan en los pozos toledanos son tan salobres como la del mismo mar. Pero existía uno del que manaban como si de un manantial montañoso se tratase. Fue en dicho lugar donde se conocieron durante una tarde seca y calurosa, al intentar su sed ambos apagar. Y la apagaron, pero iniciaron otra que fue imposible saciar.

    El lugar se halla en la zona sur de la ciudad, en la antigua judería. En dicho pozo solían quedar para verse, tocarse, acariciarse y amarse con tal ternura y amor que ni el miedo a la diferencia de culturas ni al califa pudo impedir la pasión que entre los dos nació.

    No obstante, la discreción de la bella princesa fue insuficiente y el califa al fin se enteró. Montó en cólera y tras infructuosos intentos de calmar su sed de sangre mozárabe; pensando en lo feliz que había visto a su hija durante los últimos días, juró venganza.

    Era ya primavera avanzada. De los balcones colgaban los típicos geranios florecidos, los jazmines perfumaban desde sus tapias todos los jardines y las rosas rojas reventadas de pasión se exhibían por doquier. Una de estas robó el guapo galán mientras se dirigía a su cita nocturna con las estrellas, la luna y el amor. Esperó con la rosa en la mano hasta que su amor llegó, sin percatarse que la flor tenía espinas y que en su mano se había pinchado. Estaba tan enamorado que sólo la miraba a ella. No se daba cuenta que el padre la seguía.

    Allí mismo lo hirió de muerte, ante la mirada de espanto de su propia hija; y sin mediar palabra. Hizo honor a la crueldad que lo caracterizaba.

    Es entonces cuando cuenta la leyenda que tras besarlo tiernamente y susurrarle te amo en su agonía, el joven murió. Ella se levantó y lloró sobre el pozo. Y dicen que las lágrimas eran tan amargas que las aguas se volvieron imbebibles, pues sabían a hiel.

    Poco después la bella princesa murió de pena allí mismo, abrazada al cuerpo sin vida de su amado.

    Aun existe aquel pozo de aguas amargas que da nombre a parte de la judería de Toledo; todo un barrio llamado El Pozo Amargo.

    Instantes después de morir ella estalló una terrible tormenta sobre la ciudad. Parecía venir de la nada. Los rayos llovían y los truenos hacían retumbar hasta las almas de los que no tienen conciencia. El suelo comenzó a temblar soltando un gemido de espanto y de los sumideros se elevaban columnas de humo. Algo comenzó a moverse entre las callejuelas, algo horripilante; sí, algo siniestro. Ese algo se abalanzó sobre El Alcázar buscando el lugar donde el califa se había refugiado para huir de su crimen.

    Nunca más se supo de él.

    De esta manera nació la leyenda del avatar; la bestia toledana que aparece en noches de tormenta. Cuando ataca siempre hay víctimas y resulta ser un mal presagio. Parece alimentarse de la maldad que fluye en el ambiente.

    1

    En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no tengo más remedio que acordarme, lucía en lo alto de siete colinas la ciudad imperial, antigua capital del imperio más grande que jamás el mundo ha conocido. Sí, me refiero a Toledo; lugar eterno, piedras congeladas en el tiempo; almas que por vivir en ella son condenadas a una existencia exigua sin más remedio que el trabajo y el conservador anonimato que dan las rocas salpicadas de historias y leyendas.

    Sí, en Toledo nació el castellano como idioma, además de la nobleza, el honor, el valor y la gallardía castellana. Demasiado rancio abolengo para tan pocas líneas de una humilde página.

    Eso pensaría la nube que atormentaba con sus rayos y truenos la oscura urbe, la misma que situada en el umbral de la tarde y la noche, entre las dos tardes como decían sus antiguos moradores judíos, gemía de terror por la tenebrosa oscuridad que asomaba por el este, de solano, para cubrir con un manto negro la inmensa llanura que se extiende a sus pies.

    Un rayo rasgaba las tinieblas de vez en cuando seguido de un trueno. El espacio de tiempo entre los dos fenómenos no hacía augurar un cataclismo atmosférico inminente; aunque sí lo bastante como para pensar en buscar algo cubierto que resguarde de la impertinente lluvia que seguro caería en muy buena cantidad.

    El viento comenzó a agitar las condensadas calles empedradas, soplando con descaro, escalando las empecinadas cuestas ya vacías por la incipiente noche, el miedo y el frío. Las farolas que alumbraban los estrechos callejones les daban a estos un aspecto sobrenatural. Las luces de las casas se acercaban más y más a su eclipse, porque más valía dormir que ver según que cosas.

    Los truenos se seguían unos tras otros, casi instantáneamente a los relámpagos. Sus fogonazos de luces fantasmagóricas aturdían más esas milenarias callejuelas empedradas por la moral y las tradiciones. La tormenta ya asomaba su sobrenatural rostro espectral aprovechando el anonimato de la noche y la alevosía de su propia violencia ambulante.

    Entonces de la tierra comenzó a elevarse una neblina oscura y dura que atontaba aun más a los moradores de esta ratonera milenaria. La muerte podría esperar en cada esquina, debajo de los soportales de la plaza Zocodover, o entre los árboles de La Vega, donde la desidia de los jardineros, como no, castellanos, y el calor seco de La Mancha han dejado un saldo muy negativo para los vegetales que allí sobreviven: sus suelos tupidos de hierba casi seca y polvo están cubiertos de flores muertas; de cadáveres de lo que antaño fue la hojarasca verde que forraba los arbustos y troncos que se engalanaban frente a la luna llena en una hermosa primavera.

    La puerta Bisagra, con su inmenso escudo del águila imperial bicéfala en su fachada exterior, anuncia la entrada a una ciudad que en esos momentos estaba tomada por el miedo, el viento, los rayos, los truenos, algún espíritu malvado y cientos de miles de flores muertas que se elevaban al aire como si ellas mismas fueran una plegaria al cielo, un estímulo, un clamor de venganza; un auxilio, un grito de socorro a la tormenta. Pero, ellas ya están muertas, como las vidas de los leves moradores de esta multicentenaria ciudad, como las piedras de esta misma urbe que aunque pretende tener vida; tan pretenciosa ella, no es más que un inmenso sarcófago donde gimen y claman los futuros de miles y miles de seres humanos de múltiples generaciones que ya han perecido entre sus garras.

    Y la tormenta sigue amenazando, atrayendo a la neblina premortem, lamiendo con sus latigazos luminosos ya continuos cada pared, cada roca, cada rincón.

    Unas primeras gotas golpearon un suelo orgulloso que las recibió con mucho disgusto, sacudiéndose de acá para allá como una bestia enrabiada. Enseguida se precipitaron más, castigando al mismo suelo rancio y altivo que alguna vez en la historia, Dios sabe cuando, pisaron los reyes católicos y su nieto Carlos I. Este se resignaba, renegado todo él, a recibir las emisiones obscenas de esa cosa que se atrevía a fornicar con la santa tierra castellana.

    De repente algo comenzó a moverse por entre las callejuelas estrechas y los arcos y ruinas medievales, mojadas todas ellas; pisando las chorreras que caían por esas empinadas cuestas, volando por en medio de los estandartes que colgaban de las ventanas y balcones con la rapidez de una bestia; con la fuerza de un dios.

    Alcanzó la plaza Zocodover, bajando en décimas de segundo por la calle del comercio; la calle ancha como la refieren los lugareños, hasta casi la catedral. Una vez en la plaza de Las Cuatro Calles se deslizó a la de las pescaderías y de allí al cercano y renovado teatro Rojas; al que se abalanzó destruyendo todo lo que se encontraba a su paso. El fuerte estruendo alarmó a los pocos vecinos que aun podían dormir en estos ambientes.

    Para cuando la policía y los bomberos se atrevieron a llegar, en el lugar de los hechos sólo quedaba un antiguo lugar cultural mancillado; en el suelo del hall un gran charco de sangre y una cara exposición de pintura totalmente destrozada por las zarpas de una bestia que nadie, nadie se atrevía a describir.

    Entre tanto, la tormenta rugía, los vientos silbaban y las calles de Toledo junto a sus ciudadanos se estremecían mientras miles de plegarias se elevaban a un cielo castellano totalmente estéril que desde sus tapias y jardines clamaban; miles de plegarias inútiles en forma de flores muertas.

    32058.jpg

    El abrasador sol mediterráneo de una primavera tardía declinó dando lugar a un anochecer un poco fresco. Aun así, Barcelona hervía; gentes de todos los colores orígenes y nacionalidades continuaban con su intenso e incansable trasiego infestando cada rincón de la gran ciudad en un cuadro cosmopolita único, imborrable y siempre cambiante.

    En los estudios de cine y televisión de Barcelona Condal Audiovisual, situados enfrente del hospital de Sant Pau, se había terminado la jornada laboral. Llevaban todo el día rodando el final de una película tan barata y tan mala que hasta costaba trabajo ponerle título.

    Un representante del productor estuvo en todo momento metiendo prisa, gritando e insultando a todo aquel que se le ponía por delante y sacando de quicio al entero equipo de trabajo. En su boca sólo se le hallaba una palabra; dinero, dinero y más dinero. Vociferaba continuamente que alargar esa mierda un día más era demasiado gasto.

    Por fin se concluyó a tiempo. Todo el mundo terminaba de recoger y el representante del productor se había llevado su preciado premio barato y de mala calidad al laboratorio de montaje para comenzar con la postproducción.

    Mientras salían de los estudios, ya que se podía hablar con libertad porque no estaba cierto personaje; aunque no con la voz muy alta por si acaso, los susurros audibles y bastante entendibles de la mayor parte era: ¿A quién narices venderá el señor Adán Frade la basura que acabamos de terminar?

    Un silencio aplastante se apoderó del lugar; un silencio sólo roto de vez en cuando por un lejano llanto que provenía del destartalado y pequeño camerino donde aun permanecía una joven de hermosa apariencia y cuerpo escultural que mirándose al típico espejo rodeado de bombillas, casi todas fundidas, se acordaba cada ciertos minutos que debía gimotear para enjuagar sus penas.

    Estaba sola y envuelta en su mundo interior; lamiéndose las heridas sentimentales provocadas por su mala cabeza y excesiva confianza. El recinto, oscuro y lúgubre, inspiraba un terror imperceptible para ella, que todavía vestía el atuendo más bien escaso lucido en ese asco de película en la que ahora sí se arrepentía de haber participado.

    Unos pasos firmes y silenciosos avanzaban a buen ritmo entre la oscuridad. La puerta del camerino estaba abierta y desde allí se escapaban los cuatro rayos de luz que permitía las pocas bombillas de escasa potencia que medio iluminaban el espejo mortecino donde la actriz se lamentaba.

    Por fin se resolvió a salir, emborracharse y liarse con el primer depredador que encuentre; pero un hilo de nylon le rodeo el cuello de forma rápida y violenta. Ella llevó sus blancas y delgadas manos instintivamente para quitarse lo que le cortaba la piel y la respiración, sin éxito. A la misma vez que las manos del asesino enfundadas en fuertes guantes de cuero negro apretaban sobre la víctima el hilo profundizaba más en sus tejidos subcutáneos. No podía respirar; sus dedos empapados en su sangre intentaban agarrar el arma que la estaba degollando y estrangulando. La presión parecía que le iba a hacer estallar el cerebro y los ojos en los que ya habían reventado algunos capilares. Jadeaba con la boca abierta y la lengua y los labios azules; cada bocanada de aire era un triunfo.

    A la misma vez que tanto ella como el asesino sintieron que algo se rompía en el interior del cuello un gran chorro de sangre surgió de la herida y de la boca de ella salpicando el espejo, las bombillas y hasta la pared. La pretendida actriz notó un gran dolor en la cabeza y como la oscuridad terminaba de invadirlo todo.

    El asesino alcanzó su objetivo. Sacó el hilo de entre las carnes de su víctima, se extrajo los guantes metiéndoselos en los bolsillos del pantalón de pana que llevaba puesto y se dispuso a salir.

    Atrás dejó un cadáver y frente al espejo manchado por los restos de su siniestro proceder también un jarrón de cristal, no muy grande, lleno de agua pútrida de color amarillo que en algún momento pretendió nutrir unas rosas rojas ya pasadas; vestigio de lo que fue una relación amorosa, que como su dueña acabaron siendo flores muertas.

    2

    - Sí, son los jardines que he tenido siempre en la memoria, llenos de maleza, rosales, setos, y flores muertas. Son los mismos por donde yo andorreaba pisoteando el césped, huyendo de los vecinos que me vociferaban mientras huía de sus reprimendas por aplastarles su mullida hierba verde más que incipiente.

    Toledo, sus calles, sus gentes; todo está tal y como lo dejé hace años, cuando me marché lejos, muy lejos, para empezar una nueva vida, donde nadie me conociera.

    Elegí una ciudad grande porque me gusta el anonimato. Perderme entre las gentes para moverme libremente sin necesidad de dar explicaciones. No es que sea un solitario empedernido pero las compuertas de las oportunidades son más anchas para los desconocidos. No me gustan los lugares donde todo el mundo se conoce y donde todo el mundo sabe la vida de todo el mundo; vivir así es realmente agobiante.

    Por eso me fui a un lugar donde no me persiguiera una sensación que me obsesionó en mi infancia; a veces creí ser como un caballo de carreras con la posición de llegada a la meta sabida de antemano.

    Me explico. Me escapé del conservadurismo de las mentes que coexisten en plena complicidad, ajenas a mis deseos o ambiciones.

    Verás, cuando vives en una urbe con personalidad de pueblo, tu futuro es como esa carrera de caballos amañada que ya he mencionado; por mucho que hagas o digas no se te permitirá nunca salir de los límites que te marca la sana sociedad puritana con la que coexistes. Tu techo ya está fijado, sin darte más oportunidad que eso que todos esperan de ti, nada más.

    Algunos dicen que lo que yo hice fue huir; yo lo llamo respirar, abrir nuevos horizontes, nuevas expectativas; abrir una nueva vida.

    Cuando era pequeño me gustaba escribir relatos o historias básicamente porque en ellos podía construir mi realidad. Era mi espacio, y yo quien dictaba el destino de sus protagonistas; que en realidad era el mío.

    Primero me tuve que sujetar a los designios de unos padres que no conseguían entenderme en lo más mínimo; después a los profesores y maestros de colegios e institutos donde no pegaba ni con cola de contacto, y para colmo de males, me vi sumergido en un mundo totalmente incomprensible para una mente tan progresista como la mía, poseedora de un alma tan joven y creativa.

    Sufrí mucho pero al final la decisión resultó irrevocable y bastante acertada.

    Mírame. Vuelvo a la tierra que me vio crecer transcurridos largos años de trabajo; fracasos y éxitos, duros esfuerzos por labrarme mi futuro.

    Ahora, lleno de fama y gloria, no quiero olvidarme del lugar del orbe que intentó moldearme. Y aunque no tuvo mucho éxito en su empresa siento que algo sí le debo a lo que dejé atrás. Ellos contribuyeron a hacerme tal y como soy. Sin ese espíritu de oposición a lo preconcebido yo no existiría.

    Retorno a lo que nunca cambia, a lo de siempre; a la ciudad que fue galardonada por la UNESCO con el título de Patrimonio de la Humanidad por su hostilidad al progresismo; porque todavía vive en la edad media aunque sus calendarios fingidamente les comenten a sus pobladores que cohabitan a principios del veintiuno.

    Sus calles siguen igual que siempre, sus personajes caminan incluso de la misma manera, y sus vidas; sí esas vidas, permanecen en la misma postura a pesar de que los años transcurren generación tras generación.

    Recuerdo mis juegos en la calle donde mis padres tenían la joyería, muy cerca de la catedral. Me encantaba bajar paseando hasta la mezquita más bonita que he visto en toda mi vida; delante de ella, entre el empedrado de la cuesta, hay una piedra blanca en la que dicen se arrodillaron los caballos de Alfonso VI y el Cid para destapar el milagro; según la leyenda del Cristo de la Luz. La mezquita en cuestión fue convertida al cristianismo posteriormente a la expulsión de los moros de la ciudad, y constituye el ejemplo más sobresaliente del arte árabe en esta tierra. El bello monumento está rodeado de unos jardines exquisitos, con una fuente de mármol de cientos de años. Además, tiene comunicación con la parte alta del Arco Del Sol, por donde puedes entrar si le haces un poco la pelota al vigilante.

    Sí, en aquel lugar yo desarrollé parte de mis días infantiles, entre el oro y la plata; siempre con cosas valiosas a mi alcance que la costumbre hizo perder su valor. Para mí nunca significaron nada; yo sólo quería estar con mis padres para poder aprender a ser persona. Que jornadas aquellas tan inolvidables. Estoy deseando volver a caminar por aquellas rendijas de mi vida cargadas de historias que han condensado los siglos en los libros.

    - ¿Cuándo es la tan renombrada fiesta? - Preguntó la bella fémina que tenía delante.

    - Pues, si mal no recuerdo, es la semana que viene. Creo que el miércoles. Tengo varios días para patearme mis rincones y poder ver y recordar.

    ¿Por qué no vienes?

    - Ya hemos hablado del asunto. Me es imposible. Tú no eres el único cliente que tengo.

    Él la miró con cara triste, esa que sabe poner para conseguir lo que quiere. De todas maneras, aun le quedaban trucos por delante, por si acaso.

    - Está bien. Iré, pero la semana que viene, única y exclusivamente para acompañarte a esa absurda fiesta.

    - ¡Bien! Podré presumir. – Pone cara de niño travieso.

    Ya casi me puedo ver pisando otra vez esas estrechas calles – continua de forma bohemia -. Claro que aun me queda la paliza del tren. Podría coger un avión pero odio cualquier nombre o seudónimo que se le dé o tenga que ver con la industria aeronáutica o aeroportuaria. Por esa razón no voy a tener más remedio que coger un TALGO. Qué le vamos a hacer si soy animal de tierra. Lo malo vendrá cuando me obligues a cruzar el charco. Si Dios hubiera querido que los hombres y mujeres voláramos nos habría dado alas como a los pájaros.

    - ¿Cuándo tienes pensado coger el tren?- Preguntó la morenaza, sentada sobre esa minifalda en una cómoda silla detrás de su mesa, en un bonito despacho.

    - Pienso que esta noche, pero ya sabes que soy totalmente imprevisible.

    Si me voy hoy llegaré mañana por la mañana, a eso de las diez, y tendré la tarde del sábado y todo el domingo para mí. Después ya corresponderé a las exigencias familiares y sociales.

    En esos momentos Luis se levantó de la cómoda butaca, enfrente de la mesa de directora, para dar un ligero rodeo a la misma y llegar hasta la hermosa mujer que estaba totalmente bañada por la luz solar que entraba por los anchos ventanales situados a su espalda. Su vestimenta resplandecía como el propio sol del mediodía, aunque no tanto como su cuerpo. María le seguía con la mirada mientras le esperaba ansiosa, con los labios ya listos para tomar posesión de los suyos.

    María Luisa Jiménez era morena, con ojos negros, cara bonita y redonda coronada por una preciosa nariz y una enorme cabellera rizada que cubría buena parte de su estupenda espalda. Poseía un cuerpo envidiable; envidiable para muchas mujeres y deseable para infinidad de hombres. En fin, una hembra de la cabeza a los pies.

    Era la representante y editora de Luis, a quien defendía y organizaba la vida en más ámbitos de los que el estricto trabajo consideraba necesarios.

    Una vez que él se colocó a su lado ella accedió prestamente al cuerpo que había debajo del bonito traje que lucía para abrazarlo y toquetearlo mientras Luis decía:

    - Aunque tú ya sabes quien es mi mayor exigencia.

    - Últimamente lo dudo bastante. - Replicó la mujer.

    El silencio se hizo palpable en el hiperdecorado habitáculo. El escritor se dirigió a la ventana para observar el tránsito de la calle.

    - ¿Sabes lo que más recuerdo de mis años en Toledo? El olor a nada. Allí parece que todo es perpetuo. Nunca pasa nada. El encontrarme con las mismas personas de siempre cuando han pasado tantos años no me es de buen agrado.

    - No obstante quieres ir.

    - Sí. Deseo ir. Será muy educativo. Es muy buen experimento enfrentar a unas vidas tan conservadoras como las de mi pasado con la evolución que ha experimentado la mía. Pero tengo miedo. Allí me dejé cosas por terminar y creo que ahora ya es el momento de finalizarlas.

    Aun recuerdo la fragancia de los setos en primavera, las lilas en abril, las rosas en mayo; y la tierra mojada en septiembre. Sus bochornos en verano no son comparables a ningún otro sitio y su belleza es muy intensa; casi tanto como su crueldad.

    Otra de las cosas que más recuerdo curiosamente son las flores muertas. Sí, flores muertas. Yo me sentaba a escondidas bajo un gran abeto, en La Vega, mientras leía cosas que me estaban prohibidas por mi padre, y allí, entre página y página se podía sentir el olor a las flores muertas. ¿Sabes que hay rosas que conservan una fragancia exquisita aun después de secarse?

    Maria Luisa, que se había dado la vuelta con su cómodo sillón de jefa para escucharlo más atentamente, se levantó para tomar posesión de nuevo de un hermoso cuerpo masculino que ya la estaba esperando.

    - Eres un niño malo. Sabes como ponerme tierna y eso no es justo.

    - Cariño, con la edad que tienes y el trasiego tan tumultuoso que la vida ha dejado en ti; con el mundo que has corrido y la cantidad de cultura, culturas y conocimientos que has acumulado en tu bella cabecita, como adorno de tu pequeña pero atractiva mente; con todo eso y aun más, deberías haberte dado cuenta de una cosa que es innegable, irrefutable e incomprensible.

    - De cuál. - Preguntó ella con voz fingidamente interesada.

    - No hay nada justo en este mundo. - Respondió el otro con una sonrisita entre los labios.

    - Creo que a mis padres se les olvidó explicármelo.

    32060.jpg

    Entre tanto, en la Vía Laietana, en la comisaría de policía el comisario especial Alberto Cano revisaba los datos del asesinato cometido la noche anterior. Era sospechosamente muy parecido a otros cinco más que ocurrieron a lo largo y ancho de todo el país en el transcurso de varios años, aunque en este caso los mossos d’esquadra estaban emperrados en que el autor era el ex novio despechado de la víctima; ya habían detenido al supuesto culpable y notificado a la prensa su rápido éxito policial.

    Al mismo tiempo que el comisario visionaba en la televisión como hablaba compulsivamente el representante del citado cuerpo catalán él se decía que le estaban encaramando el mochuelo a un inocente mientras todo parece indicar que hay un sanguinario y cruel asesino múltiple suelto, pululando a sus aires.

    Un joven veinteañero vestido con un traje gris reclama su atención desde la entrada de su despacho:

    - Tiene una llamada telefónica, señor.

    Alberto se levantó y agarró el auricular del aparato que tenía encima de su mesa. Tras afirmar varias veces verbalmente y soltar un está bien colgó y se quedó pensativo. Su vasallo le miraba expectante, con la boca abierta, deseando escuchar alguna palabra que se escapara de su adorado superior.

    - Carlos, cierra la boca que te vas a tragar una mosca.

    - ¡Oh!, sí, perdón – soltó el joven trajeado para luego cerrar los labios de forma fuerte y bien visible.

    El comisario se sentó en su silla, le

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