Antología
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Su obra —aunque casi desconocida para sus contemporáneos— se valora hoy día como una de las expresiones más significativas de la poesía venezolana.
La temática que empleó Ramos Sucre en su obra estuvo caracterizada por el uso frecuente del simbolismo, la mitología, personajes históricos venezolanos, lo fantástico y esotérico; el tema de la muerte ocupó un gran espacio en su producción literaria.
La obra de Ramos Sucre es cercana en ocasiones al relato onírico y en otras a una poesía en prosa evocativa y visual.
De ella se han nutrido muchos de los escritores más prestigiosos de la actualidad. Aunque de difícil catalogación su obra es eminentemente vanguardista, conservando un simbolismo. Críticos literarios coinciden y le reconocen un rechazo al criollismo que imperaba en el ámbito literario venezolano
La presente antología contiene sus principales creaciones en prosa poética:
- La Torre de Timón, de 1925,
- El cielo de esmalte
- y Las formas del fuego, ambos de 1929.
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Antología - José Antonio Ramos Sucre
Créditos
Título original: Antología.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9953-133-5.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-382-5.
ISBN ebook: 978-84-9007-615-6.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 15
La vida 15
Antología 17
La torre de Timón (1925) 19
Preludio 21
El fugitivo 23
El familiar 25
Elogio de la soledad 27
La alucinada 29
La tribulación del novicio 31
Discurso del contemplativo 35
El episodio del nostálgico 37
El retorno 39
La conversión de Pablo 41
Ocaso 43
La venganza del Dios 45
La hija de Valdemar 47
De la vieja Italia 49
Visión del norte 51
El culpable 53
Hechizo 55
La presencia del náufrago 57
El tesoro de la fuente cegada 59
Sobre la poesía elocuente 61
El rapto 63
El hijo del anciano 65
El rezagado 67
El ensueño del cazador 69
La resipisencia de Fausto 71
La ciudad 73
El mensajero 75
El aventurero 77
La vida del maldito 79
Sueño 83
La penitencia del mago 85
Vislumbre del día aciago 87
La cuna de Mazeppa 89
El avenimiento de Sagitario 91
Santoral 93
A orillas del mar eterno 95
Geórgica 97
El romance del bardo 99
Las formas del fuego (1929) 101
Las ruinas 103
El rito 105
El talismán 107
El mandarín 109
El castigo 111
El emigrado 113
El real de los cartagineses 115
La noche 117
La sala de los muebles de laca 119
La plaga 121
El retórico 123
El nómade 125
Fragmento apócrifo de Pausanias 127
El convite 129
El retrato 131
El desesperado 133
El sopor 135
El riesgo 137
El hidalgo 139
El remordimiento 141
La verdad 143
El presidiario 145
El ciego 147
El adolescente 149
Mar latino 151
La suspirante 153
La alborada 155
Rúnica 157
Dionisiana 159
Ofir 161
El protervo 163
El justiciero 165
El venturoso 167
El cortesano 169
El fenicio 171
El sagitario 173
Montería 175
Bajo el velamen de púrpura 177
El lapidario 179
El alumno de Tersites 181
Tacita, la musa décima 183
Carnaval 185
El cielo de esmalte (1929) 187
Victoria 189
El valle del éxtasis 191
El verso 193
Lucía 195
El Capricornio 197
Los gafos 199
Antífona 201
El cirujano 203
La inspiración 205
La Cábala 207
Marginal 209
Los hijos de la tierra 211
Azucena 213
El vértigo de la decadencia 215
Entre los eslavos 217
El superviviente 219
El nombre 221
Los acusadores 223
La juventud del rapsoda 225
El tótem 227
El lego del convento 229
El cazador de avestruces 231
El clamor 233
Del país lívido 235
El herbolario 237
La mesnada 239
El vejamen 241
El ramo de la Sibila 243
El olvido 245
Los ortodoxos 247
La abominación 249
La merced de la bruma 251
El monigote 253
Analogía 255
Los lazos de la Quimera 257
La zarza de los médanos 259
De Profundis 261
La procesión 263
La virtuosa del clavecín 265
El alumno de violante 267
El cautivo de una sombra 269
Del suburbio 271
Bajo el cielo monótono 273
El selenita 275
La virgen de la palma 277
El peregrino ferviente 279
La ciudad de los espejismos 281
El jardinero de las espinas 283
El tejedor de mimbres 285
El arribo forzoso 287
Fantasía del primitivo 289
Omega 291
Los aires del presagio 293
Granizada 295
I 297
II 302
III 302
IV 302
V 302
VI 303
Residuo 305
Textos no recogidos en libros 307
Del destierro 309
El paria 311
Cartas 313
A Lorenzo Ramos 315
Señor Lorenzo Ramos Sucre, agente del Banco de Venezuela Maracay 317
Hamburgo, 5 de febrero de 1930 321
Señorita Dolores Emilia Madriz. Cumaná 323
Consejos de orden intelectual para Lorenzo Ramos 325
Consejo importante de orden intelectual
para Lorenzo Ramos 327
Libros a la carta 329
Brevísima presentación
La vida
José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, 9 de junio de 1890-Ginebra, Suiza, 13 de junio de 1930). Venezuela.
Nació en Cumaná el 9 de junio de 1890. Hijo de Jerónimo Ramos Martínez y de Rita Sucre Mora. Empezó sus estudios en Cumaná en la escuela Don Jacinto Alarcón. En 1900 fue a Carúpano para ser educado por su padrino y tío paterno, José Antonio Ramos Martínez, quien lo inició en el latín y la literatura. Su padre murió en 1902. Y en 1903 tras la muerte de su tío regresó a Cumaná.
Estudió en el Colegio Nacional de Cumaná, dirigido por don José Silverio González Varela. En 1908, fue nombrado su asistente. En 1910 se graduó de bachiller en Filosofía, y se fue a Caracas para estudiar Derecho y Literatura en la Universidad Central de Venezuela. Al cierre de la universidad por el general Juan Vicente Gómez, tuvo que continuar los estudios por su cuenta.
Graduado de Derecho en 1917 y de Doctor en Leyes en 1925, no ejerció esta profesión sino que fue profesor de Historia y Geografía, Latín y Griego, en centros de educación media, como el Liceo Caracas. Asimismo desde 1914 trabajó como intérprete y traductor en la Cancillería.
Desde 1911 se dio a conocer como poeta publicando en revistas y diarios, sobre todo en El Universal, donde aparecieron más de cien poemas en prosa. Publicó Trizas de papel (1921), Sobre las huellas de Humboldt (1923), que formaron el volumen La torre de Timón (1925), Las formas del fuego (1929) y El cielo de esmalte (1929).
Ramos Sucre se dedicó al estudio y a la lectura, y a la poesía, pero sufrió insomnio crónico. Sus textos muestran el sufrimiento provocado por su creciente fatiga mental. Se suicidó en la ciudad de Ginebra, el 13 de junio de 1930 con una sobredosis de veronal.
Antología
La torre de Timón (1925)
Preludio
Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.
Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.
El movimiento, signo molesto de realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado de brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la Luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.
El fugitivo
Huía ansiosamente, con pies doloridos, por el descampado. La nevisca mojaba el suelo negro.
Esperaba salvarme en el bosque de los abedules, incurvados por la borrasca.
Pude esconderme en el antro causado por el desarraigo de un árbol. Compuse las raíces manifiestas para defenderme del oso pardo, y despedí los murciélagos a gritos y palmadas.
Estaba atolondrado por el golpe recibido en la cabeza. Padecía alucinaciones y pesadillas en el escondite. Entendí escapadas corriendo más lejos.
Atravesé el lodazal cubierto de juncos largos, amplectivos, y salí a un segundo desierto. Me abstenía de encender fogata por miedo de ser alcanzado.
Me acostaba a la intemperie, entumecido por el frío. Entreveía los mandaderos de mis verdugos metódicos. Me seguían a caballo, socorridos de perros negros, de ojos de fuego y ladrido feroz. Los jinetes ostentaban, de penacho, el hopo de un ardita.
Divisé al pisar la frontera, la lumbre del asilo, y corrí a agazaparme a los pies de mi dios.
Su imagen sedente escucha con los ojos bajos y sonríe con dulzura.
El familiar
Los campesinos se retraían de señalar el curso del tiempo. Empezaban, con el día; las faenas de la tierra y se juntaban y citaban prendiendo una hoguera en el campo raso.
Yo distinguía desde mi balcón, retiro para el soliloquio y el devaneo, la humareda veleidosa nacida sobre la raya del horizonte.
Disfrutaba, después de mi juventud intemperante, el sosiego de una ciudad extinta.
El arcoiris, joya de la celeste fragua, era diadema perpetua de su monte. Yo recorría sus avenidas, percibiendo el desconsuelo del ciprés y del mármol. Cavilaba en sus plazas opacas y húmedas, esteradas de hojas. Adivinaba, en el espejo de sus estanques y de sus fuentes, cabelleras profusas velando desnudos cuerpos fluidos.
Yo defendía el reposo del agua. La oí cantar, en cierta ocasión, una escala de lamentos al sentirse herida por la rama desprendida de un árbol.
Miraba una vez las imágenes voluptuosas, cuando sentí sobre el hombro izquierdo el contacto de una mano fría, adunca. El importuno me interpelaba, al mismo tiempo, con una voz honda, bronca.
El estanque de mi contemplación se había mudado en un abismo. Desde entonces me siguió aquel hombre imperioso. No osaba verle de frente, su cuerpo alto y desarticulado prometía un rostro demasiado irregular. Bajo sus pasos resonaba hondo el suelo de la calle. Pisaba arrastrando zapatos desmesurados. Provocaba, al pasar, el ladrido de los perros supersticiosos.
No puedo recordar el tema de su conversación. Sus ideas eran vagas, referentes a edad olvidada. Una vez solo, me esforzaba inútilmente dando sentido y contorno a sus palabras molestas.
Los habitantes de mi ciudad, capital de un reino abolido, empezaron a hablar de espantajos y maravillas. Notaban la fuga de formas equívocas al despertar del sueño matinal.
Insistían en el resentimiento de los antiguos reyes, olvidados en su catacumba.
Reposaban en un valle, al pie de cerros tapizados de vegetación menuda, donde la luz y el aire divertían con variaciones de terciopelo verde.
Yo me junté a la caterva de jóvenes animosos, esperanzados de reducir los difuntos, por medio de increpaciones, dentro de los límites de su reino indeciso. Nos acercamos a la puerta de la cripta y dudamos entrar.
Sobrevino un azaroso compañero y se nos adelantó resueltamente. Volvió en compañía de los reyes y de los héroes incorporados de su urna de piedra.
Estábamos mudos de terror.
Observé entonces, por primera vez, su faz enjuta, blanquiza, de cal. Acerté con su origen espantoso.
Había desertado de entre los muertos.
Elogio de la soledad
Prebendas del cobarde y del indiferente reputan algunos la soledad, oponiéndose al criterio de los santos que renegaron del mundo y que en ella tuvieron escala de perfección y puerto de ventura. En la disputa acreditan superior sabiduría los autores de la opinión ascética. Siempre será necesario que los cultores de la belleza y del bien, los consagrados por la desdicha se acojan al mudo asilo de la soledad, único refugio acaso de los que parecen de otra época, desconcertados con el progreso. Demasiado altos para el egoísmo, no