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La Ciudad De Los Tullidos
La Ciudad De Los Tullidos
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Libro electrónico241 páginas3 horas

La Ciudad De Los Tullidos

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Información de este libro electrónico

Javier, quien slo conoce la realidad de las cuatro paredes de su crcel, tras ms de cuarenta aos de prisin es puesto en libertad. El mundo que conoca ha desaparecido, las ciudades han sido divididas arbitrariamente en guetos: unos en donde viven los habitantes cuerdos y sanos, y otro suburbio militarizado en que el que han sido confinados los enfermos mentales, los pobres, los tullidos... El antiguo barrio de San Esteban, ahora convertido en un contenedor de seres humanos desechados por las exigencias del mercado, es el lugar en el que ahora se gesta una revolucin que pretende poner fin a una segregacin de dcadas de duracin. Una revolucin de carcter vengativo y violento llevada a cabo por algunos seres cuya condicin humana ha sido puesta al lmite.

Este libro es la primera parte de una triloga que ahondar en las relaciones entre dos sociedades enfrentadas bajo la etiqueta de la adiccin y la enfermedad mental. La lucha social, el poder, la vida del enfermo mental, las drogas o la influencia de los medios y de las organizaciones son algunos de los temas tratados en esta saga.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento27 abr 2012
ISBN9781463323714
La Ciudad De Los Tullidos
Autor

Jorge Salazar

Jorge Salazar tiene 26 años y es estudiante de Periodismo. Debuta con la trilogía de los tullidos y busca hacerse un hueco en el mundillo literario en castellano. Está influenciado por el realismo mágico, el realismo sucio y la ciencia ficción.

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    La Ciudad De Los Tullidos - Jorge Salazar

    Copyright © 2012 por Jorge Salazar.

    Portada y Diseño Gráfico: Mamen Guti

    Fotografía: Jorge Salazar

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:               2012906809

    ISBN:                          Tapa Dura                            978-1-4633-2373-8

    ISBN:                          Tapa Blanda                          978-1-4633-2372-1

    ISBN:                          Libro Electrónico                  978-1-4633-2371-4

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

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    Llamadas internacionales +1.812.671.9757

    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    206916

    Contents

    Agradecimientos especiales

    Introducción

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    Dedicado a mis padres por su apoyo incondicional,

    a Miguel y a todos los tullidos del mundo.

    Agradecimientos especiales

    A Joakim Fridlund, Rafael Haensch, Jorge Salazar Forero, Mercedes Martínez Gutiérrez, Miguel Ángel Martínez, Mónica Espinosa, Antonio Sempere, Familia López Salazar, Familia Lizarazo Salazar, Familia Fuentes Salazar y a toda la gente que directa o indirectamente fueron parte de esta obra con su pensamiento, palabra, obra u omisión. Gracias.

    Introducción

    Gracias por comprar, robar, haber tomado prestado o haberte encontrado fortuitamente con este libro. La casualidad, o quizá yo mismo como autor, hemos hecho que este ejemplar cayera en tus manos. De modo que, ya que el Universo ha conspirado de manera tan caprichosa y en este momento tú tienes este ejemplar en tu poder, ¿por qué no te lo lees? Como mínimo pasarás unos ratos entretenidos y si ya llegas al extremo de plantearte cosas o reflexionar, ¿qué más le puedes pedir a este inanimado lote de hojas pegadas? Ahora tienes dos opciones: la concienzuda, que consiste en leerte el resto de esta introducción para contextualizarte, de algún modo, y que puedas ubicarte en la trama que te vas a encontrar. Y la opción kamikaze, que consiste en lanzarte sin miedo hacia la trama saltándote la breve introducción que te queda por leer. Las dos son igual de entretenidas, tú mismo. La emoción está garantizada en ambos casos. Si optas por la segunda opción, recuerda que en caso de desmedida inquietud y duda, siempre puedes volver a esta introducción que te orientará de una manera que no llegas aún a imaginar.

    El escenario en el que tiene lugar la acción en La Ciudad de los Tullidos es un futuro condicionado por tres factores muy importantes, y a la vista del autor, trascendentes en los tiempos venideros. Esos tres factores son la escasez de recursos naturales, en especial el petróleo, el consumo de drogas y las enfermedades mentales vistas como una pandemia. El primer factor –el agotamiento del petróleo– está basado principalmente en la Teoría del Pico del Petróleo de Hubbert, la cual vaticina el agotamiento de los combustibles fósiles en un mediano plazo. Concretamente se basa en un cálculo en el que se relaciona el crecimiento exponencial de consumo de petróleo y el número de nuevos yacimientos que se encuentran, llegándose a la conclusión de que al nivel al que la sociedad consume los recursos petrolíferos, será muy complicado en un futuro cubrir la demanda total de petróleo que hay y habrá en los próximos años. Es una teoría ampliamente aceptada tanto por los expertos en la materia, como por la industria petrolera, el punto espinoso, en el que cuesta conseguir un consenso, es: ¿cuándo ocurrirá dicho cenit? Es por ello por lo que la acción en la novela no ocurre en un año concreto. Sin embargo, son tratados los efectos que dicho agotamiento de recursos podría causar en la sociedad.

    El segundo factor es el consumo masivo de drogas y, en esta obra, está íntimamente relacionado con el cenit del petróleo. Como más adelante descubrirás, ante la escasez de recursos naturales, la sociedad entra en un colapso en el que se suceden los disturbios y las manifestaciones violentas. A la vista de esta situación, el Gobierno decide administrar drogas masivamente a la población, logrando aletargar sus ánimos, pero consiguiendo un efecto adverso: la adicción y por consiguiente, la enfermedad mental.

    Ese es el tercer factor; la enfermedad mental. La Ciudad de los Tullidos es un escenario en el cual han sido confinados todos los adictos y enfermos mentales de una ciudad imaginaria llamada Solonso, y allí es donde transcurre la acción de esta primera parte de una trilogía que profundizará más en otros aspectos de este futuro imaginario, y que sobre todo analizará la relación de dos sociedades antagonistas, la de los cuerdos y la de los locos. Será un futuro distinto, sombrío, pre-apocalíptico, pero en el que se vislumbra la esperanza, esperanza de cambiar las cosas, es el relato de una sociedad que quiere empezar de cero y librarse de sus cadenas.

    Sobre la estructura de la trilogía, te advierto de antemano que la segunda parte de la saga no es una continuación de la acción que se desarrollará en esta novela. Como contraposición, en la segunda entrega, la acción ocurre en Solonso, la ciudad de cuerdos, en el mismo tiempo narrativo que la primera parte, y no hay en ella una continuidad de lo sucedido en su predecesora. De este modo, la acción se desarrolla de manera simultánea entre las dos primeras novelas, lo que te permitirá profundizar en las intrigas planteadas, y ahondar en los interrogantes que quedan abiertos en la primera. Asimismo, se abrirán nuevas tramas y sub-tramas que involucrarán a personajes distintos, personajes que forman parte de una sociedad opuesta, pero que en resumidas cuentas están hechos de la misma pasta que los desequilibrados protagonistas del libro que vas a leer a continuación. Como resultado, en la tercera parte de la trilogía, se gesta un turbulenta conclusión en la que las dos sociedades antagónicas entran en contacto, y se pone broche final a la triada. Si no has entendido esta suerte de explicación no te preocupes, ni te asustes, conforme vayas leyendo lo irás entendiendo todo.

    No es más, amiguit@. Te agradezco que hayas tomado la valiente decisión de leerte un par de páginas más que los kamikaze, ellos se lo pierden. Ahora ponte cómodo en tu lugar favorito y pasa página, La Ciudad de los Tullidos te espera.

    I

    ¡Ay!, se quejó Javier, casi como un murmullo espinoso. Daba igual noche o día, la luz no entraba allí. ¡Aay! se volvió a oír, abrió los ojos y enfrentados a ellos, se reflejaba la sombra de una luz exterior que se colaba por debajo de la puerta, formando una figura geométrica y tridimensional. ¡Aaaay!, volvió a gritar, esta vez, con la esperanza de que alguien lo oyera. Le dolía la columna, simplemente pedía algo que lo anestesiara. No pedía salir de ese asqueroso cubículo, sólo pedía una pastilla mágica que lo ayudara a olvidarse de aquel dolor espantoso. Pensaba que, al fin y al cabo, lo que le dolía no era estar encerrado, lo que le dolía era la espalda, esa espalda que no podía soportar más peso imaginario, esa espalda que se doblaba y amenazaba con romperse como una varita de bambú. Su cuerpo le lanzaba alertas: esa varita puede romperse, tu espalda se va a quebrar en dos, y Javier obedecía a las advertencias. Apretaba con fuerza sus párpados, se agarraba a la pata de su cama como si en ello le fuera la vida y gritaba: ¡Ay!. Era completamente ilegal gritar de esa manera en la penitenciaría de San Luis, pero Javier depositaba en ese gesto rebelde su última esperanza. ¿Se imaginan un preso con una espalda quebrada en dos? ¿Se imaginan a un tipo, literalmente, doblado como una L? A Javier ese pensamiento le causaba escalofríos. ¡Aaaaaay!, se quejó con más fuerza. Si pudiera, hablaría, pero aunque no estuviera prohibido, el viejo Javier no podía articular más de dos sílabas complejas: ese ay de voz engalonada era un ejemplo. Entonces el dolor lo mantenía callado, alejado de cualquier pensamiento que pudiera ser considerado como rebelde. El dolor, paradójicamente, era su opio. El que lo mantenía lejos de cualquier influjo cerebral que desembocara en un pensamiento revolucionario. Y sus carceleros sabían que ese dolor de espalda era el que lo mantenían bajo su control, por ello se negaban a darle algo que aliviara su pena, sabían que ese dolor mantenía al recluso con la mente ocupada, y, si cabía, lo hacía arrepentirse más de sus antiguos delitos. "Manual para el trato con elementos subversivos y peligrosos. Página 129, capítulo 3: El dolor en la psicología del reo", recordó para sus adentros el disciplinado Sargento Morales.

    —¡Vengan! ¡Vengan! gritó Javier quebrando el silencio de la penitenciaría durante la noche.

    —¿Lo ha oído? –preguntó el guarda Jiménez a su colega.

    —No… ¡No puede ser! –repuso incrédulo Morales, su superior.

    —¡Ha hablado! ¡Javier ha hablado! –confirmó Jiménez.

    —No… no… ¡espera! –ordenó desconfiando el Sargento.

    —Mi sargento. El recluso Socas ha hablado. ¡Lo hemos conseguido!

    —Subalterno Jiménez, ¿está diciendo que la terapia de aislamiento del recluso Socas ha funcionado? ¿Que la presión ha hecho que hable?

    –Me temo que sí, mi sargento ¡Vamos a su celda! ¡Corra!

    Los dos guardias penitenciarios se miraron en silencio, mientras otro lamento se dejaba oír desde la celda del recluso Javier Socas, número 428. Morales tomó una llave de un armario de madera, y una vez en su poder, ambos corrieron hacia la celda de Javier. Morales introdujo la llave en la ranura, y dejó que la luz se colara de golpe en una estancia completamente negra. El resplandor se reflejó en los desacostumbrados ojos de Javier y lo encandiló, por un momento sufrió una blanca ceguera que le impedía distinguir las figuras que se hallaban en frente de sí.

    —¡428, Socas! —llamó Morales.

    —¡Javier! —apostilló su subalterno, el Cabo Segundo Jiménez.

    —¡428!, ¿nos escucha? —insistió Morales.

    Javier estaba extasiado por esa nívea luz que se había filtrado en sus desacostumbrados ojos. Es tan blanca, pensó. Pero más allá de ella no había nada; oía las voces de fondo, pero no podía ver nada. Se restregó los ojos con los puños y lagrimeó, dada la cantidad de suciedad de sus manos, sus ojos se sintieron abrasados y un insoportable escozor le impedía ver qué había más allá de sí.

    —¿Estás seguro de que lo oíste gritar? —preguntó el Sargento Segundo Morales al Cabo Jiménez.

    —Segurísimo… ¡Que me quiten el sueldo si me equivoco!

    —¡Aaaay! –se volvió a lamentar Javier.

    —¿Lo ve? –interpeló emocionado Jiménez.

    —¿Eso? –contestó incrédulo el sargento Morales–. Eso es lo que dice siempre. No sabe decir otra cosa: Ay, Ay, Ay… No dice otra cosa. Este preso no puede hablar. Ni siquiera nos puede ver. Fíjese en esto. Y Morales agitó su mano con el fin de que los obnubilados ojos de Javier la vieran. Cuando Morales creyó que Javier se hallaba cerca de fijar la atención en su mano, le asestó un puñetazo veloz del que Javier no pudo defenderse, y lo dejó tendido en el suelo, lamentándose: Aaaay, Aaay, volvió a exclamar Javier al tocar la sangre que emanaba de su nariz.

    —¿Te has dado cuenta? ¡No puede ver! Si pudiera ver, hubiera esquivado este puñetazo. Está ciego y mudo, y se va a pudrir aquí. –soltó en afán de seguir minando la moral del reo—. No se hable más. Cierra la puerta y dame la llave.

    El cabo Jiménez se mostró escéptico. Se posicionó delante del mango de la puerta y lo sujetó con una mano.

    —Yo sugeriría que viniera Eusebio y hablara con él. Es el único que ha conseguido sacarle alguna palabra. Estoy seguro de que hablará con él. –sugirió el Cabo.

    —¿Eusebio? –preguntó el Sargento.

    —Sí. El Cabo Primero Eusebio Camoes. Él va a hablar con él.

    —Cabo Jiménez. Usted y yo sabemos de dónde viene Eusebio. Es de la Ciudad de los Tullidos, es un loco, está acostumbrado a fantasear. Usted y yo sabemos que la locura corre por sus venas.

    —Con todos mis respetos, mi Sargento. Pero la Ciudad de los Tullidos es la gran cantera de donde salen los mejores militares de Solonso. De los barrios en cuarentena es de donde vienen los más valientes y abnegados soldados del país. Le puedo confirmar que el Cabo Primero Camoes es una de las piezas más importantes con las que contamos.

    —Sí, sí… lo que usted diga. Cierre la puerta, y vamos a la garita, lo invito a un cigarrillo…

    —A sus órdenes, mi Sargento… —respondió Jiménez, y con la mano en el mango de la puerta, la impulsó hasta que topó con la cerradura y un cierre electrónico la selló.

    El recluso 428, Javier Socas, oyó el ruido desde la profundidad. Sus ojos seguían enviando un blanquecino e impoluto paisaje, opuesto a la oscuridad que lo envolvía. No podía ver más, pero aquel diálogo, que comprendió perfectamente, teñía de un incómodo negro esa nívea sensación de libertad de la que gozaba una vez cada dos días, que era cuando el Cabo Segundo, Eusebio Camoes, le dejaba la comida sobre una mesa de concreto y mientras él engullía, el carcelero le resumía las noticias del exterior y le contaba historias sobre ese mundo del que estaba aislado.

    ¡Aaaaaaayyy volvió a exclamar Javier. Su espalda amenazaba con romperse en dos piezas, y aunque el dolor fuera duro, áspero e insoportable, Javier sólo podía decir: ¡Ay!. Ese dolor era nuevo, se le había ido desarrollando progresivamente tras pasar encorvado días y semanas, abrazándose a sus pantorrillas para sentir algo de calor. Como conocía la causa de su lamento, se tumbó sobre el colchón y se estiró, pero esa maldita espalda le dolía más, aún más. Apretaba los dientes, y cuando parecían que se iban a pulir entre ellos de la fricción, soltaba otro agónico ¡Aaaayy!

    Así pasó la noche. El día pasado no le tocaba comer, así que los minutos, a los que no percibía, y las horas, de las que había perdido la noción, pasaban lentos mientras esperaba a que su celda se abriera y le trajeran algo de comida. Los espaguetis se habían convertido en la comida más recurrente en la Ciudad de los Tullidos, y por ende en la cárcel de San Luis, donde pasaba sus años la calavera de Javier. Javier rezaba: que no sean espaguetis, que no sean espaguetis, y los días proseguían en su lento transcurrir, hasta que pasaban otros dos días y volvía a comer espaguetis, y así cada par de días. Si por lo menos algún rayito de sol se colara por su celda a través de algún minúsculo agujero hecho en la pared, calcularía de manera más o menos desatinada qué hora sería, o aún más importante, sabría si era de día o de noche.

    Muchísimo tiempo después, puede que hubiera pasado un día, o no, Javier oyó unos pasos que le resultaban conocidos, se incorporó y se posicionó enfrente de la puerta de entrada a su celda. Acarició su calva pretendiendo peinarse, se sacudió su uniforme de preso y miró al frente. No miró a ningún punto fijo en especial, simplemente, por la procedencia de los pasos, creyó que la puerta estaba enfrente de su nariz. De modo que esperó a que los pasos se acercaran, Toc, toc oía a un caminante de fondo, se mantuvo rígido y olvidó su permanente dolor de espalda. Sin embargo, el caminante pasó por delante de la celda del 428 sin detenerse, y ese golpeteo sordo empezó a alejarse en la monofónica cabeza de Javier… Fue una falsa alarma. El cuerpo de Javier se volvió a desplomar sobre la cama, y su espalda emitió un seco crujido. ¡Aaaaaaaaayyyy! gritó Javier con todas sus fuerzas. Los pasos se detuvieron al apercibirse del grito desconsolado de Javier.

    —¡Jiménez, tráigame la llave del 428! –ordenó el Cabo Primero, Eusebio Camoes, deteniéndose en medio del pasillo—. ¡Rápido!

    —¡A sus órdenes, mi Cabo! –repuso el Cabo Segundo Jiménez, quien corrió raudo hasta el puesto de guardia, tomó la llave de la celda, y continuó corriendo hacia su superior al mando. Le entregó la llave en sus manos, y ambos se dirigieron a la guarida de Javier.

    Javier volvió a oír los pasos, intentó ponerse de pie con más pena que gloria, y finalmente optó, por obligación, por permanecer tendido en la cama. Miró a la oscuridad que lo envolvía, a ese punto perdido en el que antes fijaba su vista. Pero ese punto se había trasladado a otro lugar. Desorientado, envuelto en una negrura tenebrosa, y con su espalda a punto de romperse, Javier entró en pánico.

    —¡Vengan!, ¡vengan! —gritó Javier.

    Los dos guardias se apresuraron y en cuestión de segundos se habían situado en frente de la celda 428. Eusebio introdujo la llave en la ranura, y el bloqueo eléctrico se deshizo, liberando los pestillos de la puerta del habitáculo, la portezuela se desplazó ligeramente hacia la izquierda de Javier, quien yacía postrado en su cama, intentando sujetar con las dos manos el insoportable mal que se escapaba por sus cuatro costados.

    —Retírese, cabo Jiménez. –ordenó Eusebio—. Quiero que nos deje solos.

    —Como ordene, mi Cabo. —y la sombra del Cabo se difuminó por la larga extensión del pasillo y desapareció totalmente al entrar en la caseta de los guardias.

    Eusebio sujetó el pomo alargado de la puerta metálica y la desplazó hacia su derecha. El resplandor artificial del exterior se abrió

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