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Una dádiva para Luukas
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Libro electrónico237 páginas3 horas

Una dádiva para Luukas

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Información de este libro electrónico

Guido Virgilio
Schiappacasse Cocio

nació en otoño del año 1973 en Viña del Mar, Chile.



IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 abr 2022
ISBN9786074107463
Una dádiva para Luukas

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    Una dádiva para Luukas - Guido Virgilio Schiappacasse Cocio

    Forro.jpg

    Una dádiva

    para Luukas

    Libro de cuentos

    Guido Schiappacasse Cocio

    Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendiendo la reprografía y el tratamiento informático".

    Una dádiva para Luukas

    © 2022 Guido Schiappacasse Cocio

    © 2022 Innovación Editorial Lagares de México, S.A. de C.V.

    Gladiolas # 225

    Col. La Florida

    Naucalpan, Estado de México

    C.P. 53160

    Teléfono: (55) 5240- 1295 al 98

    Email: editor@lagares.com.mx

    Twitter: @LagaresMexico

    Facebook: facebook.com/LagaresMexico

    Instagram: instagram.com/lagaresmexico

    Ilustración de portada: Macarena Cisternas Cisternas

    Diseño de Portada: Jacqueline Hernández Rodríguez

    Cuidado Editorial: Rosaura Rodríguez Aguilera

    ISBN Electrónico: 978-607-410-746-3

    Primera edición electrónica: abril, 2022

    Dedicatoria

    Para mi hermano

    De intelecto inquieto, sagaz y curioso,

    de mirada escudriñadora y atenta.

    Eminente astrofísico.

    Quizá, la humanidad deba a él el próximo avance en el saber.

    Para mí, la Providencia me otorgó una gracia más brillante que los diamantes y de más valía que el oro.

    Un compañero leal, noble y sabio en el sendero de la existencia.

    Un apoyo en mis horas de flaqueza y un prudente consejero.

    Fui bendecido porque él es mi hermano.

    Para Ella

    Se dice que la imago femenina inspira al poeta.

    Tal vez, las musas prenden la chispa divina en el juglar,

    otros susurran que las hadas suspiran en el corazón sensible.

    ¿Quieren conocer mi secreto?

    Yo tengo mi propia ánima,

    pero ¿una sombra de carne y hueso puede ser tan particular?

    Dícese que el artista proyecta en ella su propia alma.

    No lo sé, en verdad,

    Sólo sé que su nombre es…

    Basta con eso. Sobre su identidad nada más os diré por ahora.

    Prólogo del autor

    La habitación del Olvido

    Acabo de escribir este libro de cuentos. Los he revisado una y cientos de veces. Quizá, muchas, pero muchas más. Ahora me hallo en la labor de componer el prefacio de esta obra. La verdad, no sé siquiera, cómo empezar este trabajo. A lo mejor, debiese simplemente guardar mi manuscrito únicamente para mí. Me dirijo a la habitación del Olvido con esta firme intención. Allí enterraré este escrito entre muchos papeles y documentos. Es más, borraré el asunto de mi memoria. Haré como si nunca hubiese nacido esta obra. Este libro de narraciones sobre la vida, sus alegrías e infortunios. Pincelazos de codicia, lujuria y miedo. Muestras de sabiduría y misericordia. De artistas y sus tan demenciales como ingenuos sueños. De psiquiatras enloquecidos y sultanes de Oriente. De héroes e intervención de seres mágicos, intrigantes y sobrenaturales. Relatos sobre el amor, quizá, verdadero. Cantares sobre la vida de mi padre. Sobre los libros que escribió alguna vez y que aún esperan, ansiosos, la imprenta. Narraciones sobre habitantes de otros mundos, sobre el Purgatorio y el Infierno. Mucho he de guardar. Demasiado he de olvidar. Me siento en el living de mi departamento tras cumplir mi propósito. Ella, hoy, me ha enviado una foto. En esa imagen estamos juntos celebrando su cumpleaños número treinta y…, no os diré su edad. El retrato de mi padre en la otra esquina de la estancia, me sonríe. Testigo de mi debatir, al redactar estos enredos, en medio de una desquiciada pandemia y su cuarentena. Está bien, ya entendí el mensaje. Hagamos un trato, querido lector. Leedme y disfrutad de estos relatos, cuentos y canciones. Tal vez palpite un sentido en todo este devenir que llamamos existencia. A lo mejor, estas historias ayuden a vislumbrar aquello. Publicaré el libro y ustedes lo hojearán. Sólo sé qué si lo hacen y os gusta, mucho más he de contarles en mis próximas entregas. Os aseguro que no perderemos el tiempo. Y, en una de esas, con esta lectura ustedes disfrutarán como niños jugando en el parque, comiendo algodones de azúcar. Y yo, cuando abandone esta vida, sentiré que el esfuerzo valió la pena. No os aburriré más. Sentémonos cómodamente en nuestro sillón favorito. Apaguemos la televisión. Y pongámonos a leer…

    Prefacio de un psiquiatra y escritor

    Guido Schiappacasse, médico oncólogo de profesión y de hábito, a lo largo de estas páginas se pasea con gran habilidad a través de varios estilos literarios, relacionados con la temática eterna de la lucha entre el bien y el mal. Son el alma, la mente y el corazón, los territorios donde se desarrollan y presentan dichos campos de batalla de las pasiones humanas, entre múltiples arquetipos diferentes.

    Escritos con rigurosa pluma, el autor pareciera un fiel heredero de la literatura rusa y de la Divina Comedia de Dante Alighieri¹, al explorar los pecados como debilidades y subjetividades de seres desagarrados por existencias precarias y traumatizadas desde la infancia.

    El escritor nos lleva de la mano a vivenciar dichas experiencias despedazadas. Probablemente él mismo ha tenido que descender a los infiernos, por su misma especialidad médica, donde se comprueba permanentemente la vulnerabilidad, la fragilidad y la fugacidad de la vida.

    Todo ser humano habita en su propio Hades², ya sea por las pesadas cadenas de sus pecados o la esclavitud adherida a un deseo permanente de novedad en un proyecto inauténtico existencial. La función de muchos médicos se asemeja a la de un Hermes³; es decir, como nos recuerda el mito griego, la de un permanente descenso al inframundo, para salvar almas desorientadas y volver a salir a la superficie como mensajero de los dioses, pudiendo interceder ante dicho infortunio.

    El trabajo creativo es una especie de exorcismo de los demonios que habitan en la psiquis humana; sobre todo, y como diría Heidegger⁴: "la pregunta ontológica por el ser, más aún, por el olvido del ser". En este caso, la interrogante busca afanosamente a la resiliencia. ¿Quién cuida al cuidador?

    Nuevamente la mitología nos entrega un representante, Quirón⁵, el curador herido.

    Quirón fue lesionado accidentalmente en una pierna por el héroe Hércules⁶. Pero esta condición de vulnerabilidad no le impidió seguir realizando su trabajo de sanador y maestro de uno de los padres de la medicina: Esculapio⁷.

    En este libro, Guido se ha permitido a sí mismo darse su tiempo para explorar en su inconsciente personal, las imágenes latentes y recuerdos de arquetipos que habitan en las profundas aguas turbulentas del océano de un inconsciente colectivo, para poder exorcizar los demonios en esta pausa de pandemia que se prolonga más de la cuenta.

    ¿Cómo ocupar el tiempo y el vacío?

    A través de la escritura como acto que redime los fantasmas, pero en este caso, en el encuentro con la sombra⁸.

    Lo latente y oscuro que, a través del acto de escribir, permite que lo invisible se haga visible, y le da vida y voz propia a los personajes literarios que siempre estuvieron esperando su oportunidad para emerger a la superficie de la hoja en blanco.

    En el caso de Guido, se produce un entrecruzamiento entre un vector de luz y otro siniestro. Cada cuento tiene un matiz propio, el cual sorprende al lector y lo atrapa en su lectura entretenida.

    Este texto reinaugura una veta literaria por mucho tiempo no explorada. Esperamos por la cosecha de muchos otros cuentos escritos de forma original, para así seguir viendo la luz al final del túnel, y poniendo al ser humano en su lugar; incluso en tiempos de incertidumbre.

    Bien por Guido, quien se sumerge de manera magistral y logra su cometido.

    Ha nacido un ser de luz y un escritor que atraviesa múltiples umbrales…

    Dr. Carlos de los Ríos Möller

    Viña del Mar, 1º de diciembre del año 2020


    1 Dante Alighieri: Sublime poeta latino, cuya obra magna es La Divina Comedia. Escrito cumbre de la literatura universal.

    2 Hades: En la mitología griega hace referencia a los infiernos.

    3 Hermes: Mensajero de los dioses según el panteón de la antigua Grecia.

    4 Martín Heidegger: Filósofo alemán. Es considerado el pensador más importante del siglo XX.

    5 Quirón: En la mitología griega se le considera un centauro sapiente. Tutor de varios héroes legendarios.

    6 Hércules: Semidios griego. Legendario por su descomunal fuerza física y la realización de doce trabajos del todo imposibles de llevar a buen término.

    7 Esculapio: Dios romano considerado el padre de la Medicina.

    8 Sombra: En psicología profunda describe el otro yo. Es decir, aspectos inconscientes de la personalidad que el sujeto no reconoce como propios.

    Una dádiva para Luukas

    Las copas eran llevadas con frenesí, a los labios sedientos de los dos pinganillas. A medida que se iban vaciando, nuevamente eran llenadas. Así, las rondas de alcohol se sucedían, una tras otra, en la cantina.

    —¡A vuestra salud, querido amigo! ¡Qué bueno está este vodka! —jubiloso y sonriente, exclama míster Patrick, entonando una vieja canción nórdica—. Pero, sígueme contando sobre el secreto de la vida, no te detengas Luukas.

    —A propósito de misterios, ¿cuándo me vas a devolver el dinero que te presté, Patrick? —lo interrogó, con voz traposa, Luukas.

    —Tranquilo, amigo. Te debo dinero, es cierto, pero ya te lo restituiré algún día. Ya sé, cuando publiquen tu primer libro de poesía —respondió Patrick, sin sentir vergüenza alguna.

    —Otra ronda, por favor —Patrick le solicitó al camarero, con su voz melosa habitual—. Hoy pagas tú, Luukas.

    —Siempre pago yo —contestó, sin siquiera mostrar un dejo de sorpresa, el poeta.

    Estaba bien hastiado de Patrick. Pero ¿qué podía hacer? Era su único amigo y no tenía a nadie más en el mundo.

    Patrick era un hombre, de unos cuarenta años muy mal conservados. De cara y cuerpo ancho y tosco. Ojos de rapiña, buscando siempre la oportunidad para aprovecharse del desprevenido. Voz envolvedora, siempre lista para el embuste. Y poseedor de un corazón mezquino y estrecho.

    —¿Y tus hijos? —Luukas lo consultó de improviso.

    —No los he visto. Quizá me les deje caer para Año Nuevo. Tú sabes que son tres retoños de diferentes madres cada uno. Y por causa del infortunio, viven lejos y en distintos barrios. Así no se puede. Imagínate, si visito a uno, para los otros dos no sería justo. Por eso no paso a saludar a ninguno —rio de buenísima gana—. Además, mis exmujeres no me pueden ver ni en retrato. Y eso que salgo guapísimo.

    Luukas sólo levantó los hombros. No quiso responder. No quería ofender a su amigo.

    Y aprovechándose de la oportunidad, Patrick, ni tonto ni perezoso, le dijo a Luukas:

    —Acuérdate, poeta, que me vas a prestar algunas monedas para los regalos de Navidad de los niños —le solicitó, cual buitre carroñero.

    Su rostro ni siquiera habíase inmutado, mientras intentaba volver a embaucar a su camarada.

    Luukas únicamente hizo un gesto reprobatorio. Luego prosiguió a pasarle el dinero convenido. Su mente embriagada comprendía que, su compañero era un oportunista y un descarado. Sin embargo, sentía que, si no accedía a sus petitorios, quedaría solo en medio de la nieve que cubría la acera de las afueras del bar.

    Hacía seis meses, Luukas, frente al dintel de la puerta de su amada, le rogaba que no lo abandonara. Pero ella, fría como el hielo, avejentada por el paso de los años, con un miedo horrible a que la dejase el tranvía y no se casase ni tuviese hijos, se mantuvo impertérrita ante las súplicas y cantos desesperados del poeta.

    —Mira, Luukas, he conocido a un señor mayor que me ha ofrecido matrimonio, estabilidad, una familia y un buen porvenir. ¿Puedes acaso darme algo de aquello, fracasado? ¡Por supuesto qué no! Si ni siquiera has publicado un único libro, y tienes pocos recursos con las tiras cómicas que escribes para el periódico.

    —Pero, Ilta, tenme un poco más de paciencia. Ya lo verás, seré un escritor famoso y mis poemas serán cantados por los trovadores en los siglos por venir.

    —Eres un soñador miserable —fue la álgida respuesta de Ilta.

    Su voz, que develaba desilusión, atropelló los sentidos de Luukas. La puerta se cerró en sus narices y la desesperación se hizo de él. Bajó apesadumbrado las escalinatas que daban a la calle. Eran tres escalones. Los contó, como siempre, desde hacía diez años. Absorto en su dolor y sufrimiento, tropezó, dando de bruces contra la fría y nevada calzada. Un carruaje casi lo pisotea. Corría a paso veloz el siglo XIX.

    —¡Fíjate por dónde vas, infeliz!

    Más no pudo oír. Era el grito del cochero que se alejaba...

    —Míster, si no me va a traer algo que valga la pena esta vez, no me haga perder mi tiempo, y váyase por el mismo lugar por donde vino —dijo el editor.

    Luukas lo miró espantado, mientras sus ojos se enjugaban en lágrimas.

    —Jefe, he tenido un bloqueo mental. Las musas me han abandonado. Así como hace unos meses mi novia —trató en vano de excusarse ante el editor.

    —Míster, no me interesa su vida privada ni sus problemas amorosos. He leído algo de sus cuentos y poemas.

    —¿Y? —lo interrogó expectante, el infeliz escritor.

    —Les falta fuerza, estructura, ritmo, magia y sorpresa. En definitiva, ¡no sirven!

    —¿Usted cree que no se leerán? —preguntó con insistencia e ingenuidad, el trovador.

    —¡No! No se van a leer porque nadie los comprará. Y yo necesito ventas. Requiero mantener a flote el negocio —gritó, ya exasperado, el editor.

    Su bigote se movió bruscamente, y sus ojos empezaron a mostrar cólera ante la insensatez de su interlocutor. Luego, observó con más detenimiento a ese hombre delgado, mal vestido, con pantalones raídos y que caían de su cintura, con camisa desarrapada y botones zurcidos con hilos de diferentes colores, desaliñado y sucio. Pero la flama del artista que habitaba en su corazón, aún juvenil, no abandonaba a Luukas. Así supo percibirlo el editor. Y le hizo recordar su otrora pasado y sus ilusiones propias de la treintena.

    —Míster Luukas, le voy a dar una última oportunidad. Tráigame su libro de cuentos y poemas. Ese que inicia con una historia en el Purgatorio. Debo reconocer, que al menos, es original. Si su manuscrito es en verdad bueno, lo publicaré.

    —Usted verá que no le fallaré. Agradecido estoy de sus consejos y los pondré en práctica enseguida. Pero editor, yo pensaba iniciar el escrito con el cuento de un sultán. Imagínese, la historia transcurre en el Oriente Medio. Es fascinante, ¿no le parece?

    —Juglar, no abuse de mi tiempo y escriba. Componga y reescriba hasta que le sangren las manos. Tiene plazo hasta el último día del año en curso. Después de ello, no lo volveré a recibir en mi despacho. Pase por el escritorio de mi secretaria y entréguele este folio.

    Luukas se incorporó, haciendo una venia al editor. Pero no pudo evitar ojear lo que estaba garabateado en el pliego.

    —Efectivamente, en este mensaje le ordeno a mi secretaria que le dé un adelanto. Tómelo como un regalo de Navidad. Ahora vaya, deshágase de sus demonios, y en el proceso transcriba al papel, todo lo que ocurre en su alma —el editor sabía el valer del escritor en ciernes, pero necesitaba calidad consumada para poder vender sus cuentos—. Retírese, míster Luukas, es hora de que comience su trabajo. Y por favor, aséese y cámbiese esa camisa.

    Los gruñidos del editor retumbaron dentro de los oídos del bardo.

    —Luukas, Luukas, ¿estás ahí? —Patrick exclamó un poco asustado, mientras remecía al artista y le tiraba una jarra de vino a la cara.

    El canta cuentos movió la cabeza de un lado a otro. Sentía que se ahogaba. Las gotas del vino corrían por su rostro y manchaban el cuello de su ya sucia camisa. Pestañeó, tosió fuertemente, pero volvió en sí mismo. Si es que un artista puede, alguna vez, encontrar su centro.

    —¡Qué alivio! No has fallecido todavía. Me descompondría sobremanera haber perdido este vino en vano —ironizó, mientras suspiraba más tranquilo, el truhan de Patrick.

    —Parece que se me subió el vodka a la cabeza —contestó Luukas, después de unos momentos—. Estaba recordando mientras dormía. Como te intentaba explicar hace un momento, cuando todo va de mal en peor en nuestra vida, nos preguntamos por su secreto. Parece que no existe un sentido, y si lo construimos, ¡sólo lo estamos inventando! Eso nos hace caer en una falsa ilusión. Debiese existir un camino, un sentido universal. Y ese nos lo ofrece la religión. Pero, como se basa en la fe, en la creencia no demostrada, es legítimo dudar de aquello. Tampoco la ciencia nos da la respuesta. ¿Te estoy aburriendo?

    —Dale no más, hasta estoy tomando nota —respondió Patrick con tono burlesco.

    Luukas no se dio cuenta del acento sarcástico de su torcido amigo, tal vez por la bebida. Luego, continuó:

    —Pareciera ser que, el creador, el vate, sabe algo que el resto de la humanidad desconoce, pero eso no es así. Sólo escribe lo que le dicta su propio deseo de cómo debiese ser la vida, para así, evitar su propia desesperanza y suicidio. Esa es la esencia del artista, pero en realidad, no sabe nada sobre el sentido.

    Patrick aplaudió enfervorizado por el alcohol e hizo que el desamparado pagase la cuenta. Luego caminaron por las callejuelas nevadas, en medio del frío invernal del norte, hasta la casa del poeta. Ingresaron a una buhardilla miserable, pequeña y desaseada. Instantes después, acostó sobre un camastro sucio y sin hacer, a su desanimado y ebrio amigo.

    —En verdad es grande tu miseria Luukas, pero más lo es tu alma solitaria. Me voy, es víspera de Nochebuena y debo ir a mi casa.

    El muy bandido vivía con su madre anciana. No le trabajaba un jornal a nadie. Con la pensión de gracia de su progenitora se las arreglaba. Bueno, también de lo que le rapiñaba a su queridísimo amigo.

    —¿Puedo sacarte algo del dinero que vi sobre tu escritorio? Es para comprar el pavo de Navidad que miré sobre el escaparate de la tienda

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