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Auto-análisis. Sin miedo a crecer
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Libro electrónico512 páginas15 horas

Auto-análisis. Sin miedo a crecer

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Crecer es luz de auto-conciencia, la capacidad de la mente de mirarse a sí misma y la trayectoria de su vida. Crecer es el movimiento más profundo y vital del ser humano. Quedarse detenido es ceguera y parálisis con aroma a cementerio. Crecer es reconocer lo que se es y crear algo bueno con eso. Quedarse detenido es resignarse a ser una mala fotocopia de uno mismo. Crecer es saber que las cosas pueden ser mejores y seguir el impulso de hacerlo. Quedarse detenido es jugar al ignorante siempre dichoso, absorbido por sus ilusiones. Crecer es avanzar con la vida. Quedarse detenido es dejar que la vida pase de largo. Crecer es amar y realizar los sueños. Quedarse detenido es depresión contagiosa que inunda todo. Crecer es soltar lo pasado y abrirse a lo nuevo. Quedarse detenido es vivir de reminiscencias y repetirse a sí mismo. Crecer es voluntad de auto-expresión y de ser más. Quedarse detenido es vivir a gusto del consumidor. Crecer es abundancia. Quedarse detenido es subdesarrollo. Crecer es traspasar las fronteras del miedo. Quedarse detenido es demasiada cobardía para ser feliz.
¿Qué elegimos con más frecuencia: crecer o quedarnos detenidos? ¡Quedarnos detenidos!
Tenemos dificultades para sentir el presente y llegamos atrasados a la vida, más tarde de lo pensado para descubrir que de veras existimos. Pero si la vida anda siempre hacia adelante y el impulso esencial del alma es el auto-desarrollo, ¿qué nos detiene?
IdiomaEspañol
EditorialMAGO Editores
Fecha de lanzamiento7 nov 2016
ISBN9789563171228
Auto-análisis. Sin miedo a crecer

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    Vista previa del libro

    Auto-análisis. Sin miedo a crecer - Alexandra Berger Dempster

    Alejandra Berger Dempster

    © Copyright 2011, by Wendy Alejandra Berger Dempster

    Primera edición digital: Septiembre 2014

    Colección Investigaciones

    Director: Máximo G. Sáez

    editorial@magoeditores.cl

    www.magoeditores.cl

    Registro de Propiedad Intelectual Nº 192.924

    ISBN: 978-956-317-122-8

    Diseño y diagramación: Francisca Galilea R.

    Lectura y revisión: María José Cabezas

    Edición: Beatriz Berger

    Edición electrónica: Sergio Cruz

    INTRODUCCION

    ¿Qué elegimos con más frecuencia:

    crecer o quedarnos detenidos?

    ¡Quedarnos detenidos!

    Tenemos dificultades para sentir el presente y llegamos atrasados a la vida, más tarde de lo pensado. Pero si la vida anda siempre hacia adelante ¿qué nos detiene?

    En Auto-análisis me propuse responder esta pregunta y otras más. Aunque no falte quien insista en abordar con ligereza su felicidad, lograrla es nuestro derecho y responsabilidad principal. Su búsqueda involucra un sendero de autodescubrimiento, donde el ser humano irá adquiriendo peso y profundidad. Detrás de cada vida humana operan fuerzas invisibles, las mismas que fluyen en nuestro interior y que tienden a la plenitud del ser. Pese a que avanzar en el amor, en el conocimiento, en la intuición y en libertad es parte del sendero, las penurias de la vida infligen heridas al alma; estancando su marcha hacia la felicidad, condenándonos al infierno de la monotonía y artificialidad.

    Sigmund Freud, (1856-1939), se transformaba en el padre del psicoanálisis, al descubrir que la pérdida del equilibrio psicológico, es el resultado de la evasión de los sufrimientos así como el camino sanador es contemplarlos de frente, sin maquillajes. Desde esa mirada reflexiva y abierta, se organizan las acciones apropiadas para modificar las insatisfacciones y superar los retos de la existencia. En cambio, una consciencia limitada de las circunstancias personales, apegada en exceso a condicionamientos sociales, conflictos y miedos irracionales, que excluyen las dimensiones emocionales más profundas y espontáneas del ser, producirá una imagen empobrecida y alterada de lo que en verdad se es. Sin duda, en algún momento de la vida, a cada uno de nosotros le tocará resolver el mismo dilema de Hamlet, Ser o no ser y pensar seriamente en modificar las frustraciones o huir de uno mismo.

    Para internar al lector en el amplio y misterioso mundo del auto-conocimiento y en el valor creativo que tiene su vida, quise aventurarme en la escritura de un libro que retomara estos tópicos, desde un enfoque menos académico. Los libros suelen ser un espacio virtual y portátil de concepción, de acogida y protección; y al mismo tiempo de mucha libertad para animar la introspección. Cuidando de no perder la sensación cálida de experiencia creativa compartida, su trama gira en torno a un conjunto de entrevistas y conversaciones ficticias, que realiza la psicóloga Elena, a un psicoanalista experimentado: el doctor Guillermo Jensen y otros dos personajes: Dmitri y Sebastián, articulando así una suerte de caleidoscopio de reflexiones que servirán de guía al lector para su auto-análisis y el trabajo en su felicidad, la que involucra el cuerpo, el alma y el pensar. Desde luego, cabe resaltar que estos diálogos se han basado en investigaciones científicas sobre este tema y en la valiosa colaboración del doctor Hernán Davanzo, uno de los pioneros del psicoanálisis en Chile, reconocido por su trayectoria clínica y docente en el ámbito de la salud mental. Claro está, sin esa generosidad, este libro jamás habría sido escrito. Por último, como se trata de no interrumpir ni sobrecargar el flujo suelto de una conversación, me he limitado a pintar un cuadro general, tratando de no abarcar demasiado, y se han omitido algunas citas de autores. La cuestión es implicar al lector en una de las imágenes más bellas y potentes que existen: la del ser humano que mira su vida.

    Ser feliz demanda un acto de valentía junto a la habilidad de crear canales sensibles de consciencia que permiten conversar con el alma, limpiarla de malezas y explorar sus fuerzas creativas. No tendremos una buena vida si nos relacionamos sólo con su rostro más amable o si actuamos como ratones asustados de las miradas ajenas y propias. Propongo entonces al lector, prender el motor de partida y sin miedo, adentrarse en ese ser extraño y desconocido que es él mismo.

    Cada brizna de pasto tiene su ángel

    que se inclina y le susurra

    crece, crece.

    El Talmud

    El llamado del alma

    Cuando el Otro apareció en la vida de Elena, lo hizo en un sueño, uno tan claro y vibrante como nada en su realidad material lo era en ese entonces. Acababa de cumplir cuarenta años de edad, y entendía que estaba al borde de perder muchas funciones que le eran naturales como el derecho a tener hijos. Aunque había fallado y cumplido en los mismos lugares que tantos otros cumplieron y fallaron, algo en su vida permanecía incompleto, faltaba un aspecto fundamental.

    El llamado del alma a realizar su deseo más recóndito, se presentó una noche bajo la figura de un hombre mayor que estaba sentado, y en cuyo amplio regazo, muy cerca del corazón, sostenía una niña de unos ocho años de edad, que parecía dormir profundamente. Mira –dijo– la niña está agonizando, tras lo cual, Elena, exclamó angustiada: ¡Regrésala al cuidado de su madre! Pero el hombre se negó: Serás tú quien la acompañe hasta su muerte. Elena, incapaz de asimilar que una pequeña tuviera un futuro tan trágico y que a ella le fuera asignado ese duro trance para encarar su angustia, se las arregló para dibujar en sus manos la curiosidad de una torta de cumpleaños, con esas velas que se prenden y apagan. Si la niña está muriendo, revivirá apagando sus velas, propuso con ingenuidad infantil. ¡Ah Elena! –le advirtió el hombre–, la vida es como esas velas, mientras unos espíritus se encienden, otros se extinguen. No te quejes de miserias o protestes ante este encargo, en especial, tratándose de alguien como tú, tan terrible como barroca.

    Un sueño es un mensaje de buena voluntad para la acción. Pero, ¿barroca? ¡Terrible! La vida es tan breve, demasiado, para explicar la totalidad de nuestras fantasías y ensueños. Existe un puñado de realidades esenciales; el nacimiento, el sufrimiento, la enfermedad, la vejez, los eternos adioses y, el punto final, la muerte. Las demás, contienen en sí mismas una cuota sustancial de falsedades como aspectos que sin querer decidimos soslayar, y pese al esmero por corregir, la mente astuta se preparará para tergiversarlas según los egoísmos e inseguridades personales. ¡Si hasta los sueños mienten, usan máscaras y quieren decir otra cosa! De hecho, el de Elena, era de esos que inmovilizan al evocar una antigua tortura emocional. Y aunque el alma, guiada por su instinto maternal siempre está enseñando; protege el dormir del soñador contándole una historia importante para su porvenir, en forma tan amena y sensible que no se despierta. Pues bien: Esta vez recomiendo despertar. Elena estaba de muerte y se resistía a profundizar en ello, tranquilizándose a sí misma: Si tan sólo es un sueño. Entonces no tenía idea de que la buena suerte comienza justo cuando la mala suerte no puede ser peor, que a menudo el bien llega mientras dormimos y que un sueño puede tener razón. Como sea, no siempre es fácil despertar y ese sueño siguió rondando en su mente, mientras se preguntaba una y otra vez, "¿Cuál será el propósito de mi alma?

    Capítulo I

    Primera entrevista con el doctor

    Guillermo Jensen:

    sin deseo ni memoria

    ¿Qué es un análisis? - Pasar el mal trago. - Una mirada compasiva. - ¿Quién es la persona detrás de esta cara desconocida? - Soy el capitán de mi alma. - Comunicación de inconsciente a inconsciente. - Camino hacia la felicidad: Posición sin deseo ni memoria. - Del dicho al hecho. - Un relato es una serpentina. - Análisis de la transferencia. - ¿Por qué la infelicidad es tan larga? - Limitaciones de la relación terapéutica.

    La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento

    tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas.

    Sigmund Freud

    ¿Qué es un análisis?

    Grabadora en mano, espero inquieta en la consulta del doctor Guillermo Jensen. Hoy, este analista de analistas, pese a sus ochenta años, sigue vigente, trabajando igual que siempre. Reflexiono en silencio, sin creer que hoy he dado mi primer paso. El lugar es masculino, algo sombrío, con un aura misteriosa, pero acogedor. De forma rectangular, está dividido en dos áreas: a mi espalda, un living armado con butacones y sofás tapizados en cuero envejecido marrón oscuro, de seguro contemplado para las terapias de grupo; en tanto ahora descanso en uno de los dos sillones rotatorios dispuestos en la otra área. Precisamente a mi derecha, el popular diván del analista: una sencilla cama cubierta con un decorativo manto artesanal color ocre. Una lámpara encendida sobre el escritorio a mi izquierda desparrama una luz tenue y dorada y otra más natural, se origina del ventanal al fondo que da a un pequeño patio interior por donde asoman helechos y camelias, que parecen mirar curiosas hacia adentro. Me siento a salvo del frío y lluvioso invierno, de mis eternas ansiedades y anhelos, como alojada en el interior del útero materno. O quizás sea al revés, y me encuentre a punto de cruzar el umbral hacia un mundo de fantasmas y, como todos saben, es imposible huir de ellos, lo mejor será hacer una parada y darle forma a eso que no se ve.

    Pese a los constantes esfuerzos por difundir el psicoanálisis en Chile –la mayor parte dirigidos a los ambientes académicos– me he propuesto entregar mi visión de su práctica clínica y de su teoría, a quienes no lo conocen o saben poco, pero que están interesados. Pretendo entusiasmarlos con este enfoque que, además de ayudar a pensar en nuestra persona, amplía la capacidad de entender y de relacionarnos con otros.

    No obstante las resistencias y tropiezos, deseamos comprender quiénes somos, hablar con nuestra alma, buscar su realización y ver qué entregar a los demás. También vacilamos con algo de miedo a revitalizar la espiritualidad y creatividad, a vaciarnos en ella y toparnos con parajes más inquietantes. Creo beneficioso expresar temores y ansiedades, inseguridades y sufrimientos, las reiteradas decepciones, el cansancio, pero también las alegrías, el amor y los sueños secretos. Tal como la tierra contiene lo bueno y lo malo, debemos aprender a dar sostén, sin derrumbarnos, a lo luminoso y oscuro de la propia existencia.

    Vivir plenamente es una aventura de impenetrables enigmas. Y si se contempla el panorama existencial, ojalá acabarámos riéndonos un poco. Entonces, ¿por qué no escribir un libro basado en una serie de conversaciones con un analista? Sin pensarlo dos veces, antes de ser perseguida y embestida por mi pesimismo, decidí telefonear al doctor Jensen para averiguar si estaba dispuesto a ser mi entrevistado y participar en esta iniciativa. Para mi asombro –los analistas son renuentes a contestar preguntas– aceptó de inmediato, sin condiciones. Convenimos empezar hoy día. Aun cuando no tengo definido el tema central del libro, miles de preguntas se agolpan en mi cabeza y aquí estoy, resuelta a dejar que la conversación fluya sobre la marcha.

    Pasar el mal trago

    La mayoría de quienes se atreven con un psicoanálisis, se adentran en tierras desconocidas, sin saber nada o muy poco de esta terapia, que aún sigue siendo tan sencilla como una conversación entre dos personas; donde una se tiende en un diván y habla de todo lo que se le cruza por la cabeza, mientras la otra, se acomoda detrás de ella, en un sillón a escuchar. ¿Qué es lo difícil e inquietante? ¿Qué es un análisis? ¿Qué hacen dos personas en esta pieza? ¿Qué hay entre ellos? ¿Por qué han venido? ¿Qué espera uno del otro?

    A veces, un profesional puede olvidar que él está mucho más acostumbrado al análisis que sus pacientes. Puede ser muy natural para él sentarse en su sillón silenciosamente y escuchar; en cambio, el analizado novicio, a lo mejor no está listo para soportarlo. No sería raro que se sintiera tan atemorizado y presionado por la actitud abstinente de su terapeuta, que deseara salir corriendo. Por eso en la práctica, quien le atiende, debe amoldarse a lo que él es capaz de tolerar de modo que se sienta tranquilo y pueda hablar con soltura.

    Cuando dos personalidades se encuentran en una situación analítica, señala el intuitivo analista británico W. R. Bion, se desarrolla una tormenta emocional que inevitablemente las transformará. En lo invisible, es posible palpar una corriente inusual de emociones, con frecuencia intensas, que fluye de un lado para el otro; por lo que los participantes, quizás decidan pasar ese mal trago lo mejor posible mientras aprenden a convivir con lo que van creando.

    No se puede ser terapeuta y pasar por alto que detrás de la aparente calma reflejada en el rostro del consultante, él esté asustado. Le preocupa que su analista sea un incompetente, aunque le angustia aún más, que sea lo suficientemente competente como para descubrir lo que él considera su locura, es decir, la compleja intimidad detrás del secreto de su infelicidad. En consecuencia, cualquier cosa que el profesional haga puede perturbar la relación: guardar silencio, intervenir con algún comentario, o simplemente saludar con un buenas tardes genera algo.

    Buenas tardes, me da la bienvenida el doctor Jensen, trayendo una bandeja de té con galletas. De estatura media, su contextura es fornida y atlética, y su pelo entrecano, algo largo y en desorden. Su vestimenta es informal, no muy a la moda; perfectamente podría corresponder a la usada durante la Segunda Guerra Mundial. Parece el típico intelectual, desgarbado y rebelde, apreciación que se confirma cuando saca un par de anticuados anteojos de montura negra y gruesa. No obstante, su sonrisa cálida, sus amistosos ojos pardos, y su mirada atenta me hacen sentir en confianza. Mientras sirve el té, se remonta a la época en que era aún un estudiante de medicina en la universidad, siguiendo los pasos de su padre, un médico internista que falleció cuando él tenía sólo ocho años de edad. Luego repasa su pregrado en psiquiatría y su experiencia posterior en el Instituto de Psicoanálisis, en donde se hizo un análisis con una profesional de renombre con estudios en Francia.

    –Aunque me juraba un tipo de lo más normal –confiesa risueño–, allí me di cuenta de mis problemas, en especial con el complejo de Edipo. Como hombre joven, fomentaba mi ego con las habilidades de conquistar chiquillas e invertía energías en una imagen sexual de macho galán, identificándome con el lado duro de una erección. No se ría –dice–, es que me veía como un boy scout, siempre dispuesto a cumplir en todo. Como pensaba que debía ser duro y fuerte, solía desplegar superioridad y confianza en mí mismo. Tocaba la guitarra, le pegaba al canto y practicaba deportes, principalmente el tenis. Así me añadía atractivos y andaba pavoneándome por ahí. Además, aunque tengo una hermana menor, fui el niño de los ojos de mi madre, quien concentraba su atención emocional en mí, pero a cambio, yo sentía que debía estar para ella, lo que a la larga disminuyó mi sentido de ser yo mismo.

    Enseguida Jensen se detiene en sus primeros profesores y de forma especial en la figura del doctor Ignacio Matte-Blanco (1908-1995), psiquiatra y psicoanalista que se destaca en nuestro país por difundir la Psiquiatría Dinámica a fines de los años cuarenta y por sus ideas originales.

    –Era un tipo excelente, nada egoísta. No me perdía sus clases donde se exponían y supervisaban a la vista de los becarios numerosos casos clínicos. De ahí nació un grupo muy unido, como de quince estudiantes, reconocidos como bichos raros por el resto de los psiquiatras: Ahí va Matte con sus apóstoles, bromeaban. Acostumbrábamos a reunirnos una vez a la semana a comer en el restaurante «Pinpilinpausha» y, así, gradualmente, fuimos ganando terreno: en 1949 se obtuvo la Cátedra de Psiquiatría y más tarde, en el año 55, comenzó la construcción de la Clínica Psiquiátrica, un palacio con instalaciones modernísimas, para cuyo diseño se contrató como arquitecto a Elisa Azócar, aunque todos colaboramos en un proceso creativo que nos comprometió profundamente.

    En agosto de 1949, la Sociedad Chilena de Psicoanálisis, recibió el reconocimiento oficial de la organización internacional pertinente. En el fondo, mi carrera profesional ha estado siempre vinculada a la docencia –en el instituto, como analista didacta, y en la universidad, como profesor asociado a la Cátedra de Psiquiatría– con el firme propósito de integrar el psicoanálisis en las universidades, los hospitales, en la sociedad y en la cultura.

    Elena: Alcanzar el grado de analista didacta es una de las máximas aspiraciones profesionales. Los puestos en el Instituto de Psicoanálisis son limitados y no todos califican.

    Dr. Jensen: Desde luego, ese grado supone cierta antigüedad o experiencia; requisito obligatorio para supervisar los casos clínicos de quienes se están formando en el instituto. Un analista no se concibe sólo con libros y seminarios teóricos, también necesita experimentar en carne propia el lenguaje del inconsciente, debiendo analizarse primero él mismo.

    Esta práctica docente no pretende convertirlo en un ser ideal; el hecho es que somos tan imperfectos como el común de los mortales, aunque cabría esperar una mayor comprensión de uno mismo y cierta capacidad para reconocer los puntos ciegos; de tal modo de no contaminar con nuestra locura a quienes están bajo nuestro cuidado. Por eso la formación profesional es larga y seria. Tratamos con cuestiones de vida o muerte, en las que se dirime la posibilidad de amar y de vivir más contento.

    Una mirada compasiva

    Elena: A través del tiempo, la teoría psicoanalítica, ha experimentado modificaciones y muchos de los conceptos clínicos propuestos por el neurólogo vienés, Sigmund Freud, han sido cuestionados a la luz de nuevos descubrimientos. En cambio, tengo la impresión que el método terapéutico, en sus aspectos más sustanciales, ha variado muy poco.

    Dr. Jensen: Si bien el psicoanálisis continúa siendo una conversación entre dos personas, sus métodos han debido acoplarse a los variados contextos socioculturales. No es lo mismo hacer psicoanálisis en Viena, que en Brasil o Argentina; en Estados Unidos, que en Chile o en Londres, Ginebra o París. El ritmo apresurado de las transformaciones sociales –orientadas a la productividad, la tecnología, la competencia y al consumo, y la instauración de redes informáticas globalizadas– han ido desarrollándose a costa de los vínculos humanos cercanos, amables y solidarios. La gente ha ido perdiendo sus puntos de referencia, en especial, los valores y asociaciones comunitarias que solían ubicarlos y sostenerlos; lo que se ha traducido en cambios en la sintomatología y en la clase de problemas que traen a la consulta, obligándonos a readecuar la práctica clínica. Claro está, nuestra clientela ya no es la misma burguesía de la Viena de Freud, si bien hay una mirada que se mantiene en el tiempo.

    –Espere –me indica el doctor, levantándose del sillón–. Acto seguido, regresa con una pequeña caja que ha sacado del librero: Es una artesanía clásica rusa, conocida como matryoska o babushka, que personifica una mujer sonriente que lleva una mantilla sobre su cabeza.

    Dr. Jensen: Mire, ésta es una joven mujer. Si la destapo, me encuentro con otra figura más pequeña: una niña que a su vez guarda en el interior a una madre, y si nuevamente abro esta muñeca, aparece otra niña que contiene una madre dentro de sí, la que también guarda una chiquilla. Muchos creen que el psicoanálisis se trata de hablar mal de los padres, sin embargo, es una mirada compasiva y realista de todas las imágenes generacionales, relacionadas con la historia personal. Unas, contenidas en las otras.

    Elena: Es una bella metáfora. Expresa que el pasado está en el presente y que una generación va influyendo y transfiriendo aprendizajes e imágenes a la siguiente, formando una cadena en el tiempo.

    Dr. Jensen: Una mujer puede descubrir que su madre fue una niña maltratada, y que a su abuela le sucedió lo mismo. En vez de dar por sentado que la madre es omnipotente, como un Dios –tan grandiosa y poderosa que puede impedir el dolor, suprimir el malestar y satisfacer todos los deseos– entiende que detrás de esa mujer y dentro de ella misma hay un legado generacional de historias femeninas que forman parte de su biografía.

    Entonces comienza a percibir a su madre como una mujer tan frágil, asustada y vulnerable como ella misma se siente ahora. Sucede que los antecesores han impreso en la mente de su descendencia: mensajes, programaciones, limitaciones y modos de ser, que son muy difíciles de erradicar de la mente y que dirigen el presente. Así como pueden enriquecerlo, también pueden llevar a una vida insatisfactoria, amarga, frustrante o auto-destructiva. Por eso es importante mirar con realismo en el árbol familiar y saber con exactitud las actuaciones de nuestros padres, sin negar el sufrimiento experimentado: en tanto la aceptación de la verdad es lo único que protege de la repetición de los abusos en la generación siguiente.

    ¿Quién es la persona detrás de esta cara desconocida?

    Elena: Supongo que para examinar esas vivencias, no es suficiente un sillón cómodo donde podamos reclinar la cabeza, además se requiere de paciencia. Es necesario sentirse en confianza para mirar esas imágenes que van desde lo aparente y visible hasta lo más profundo e invisible. Una actuación improvisada, no sólo puede provocar angustia, sino también rechazo.

    Dr. Jensen: Al momento en que aparece el analizado, una cara tan anónima como una foto de carné con su número, se impone la tarea de saber más sobre su personalidad, sobre su historia, sus esperanzas e inquietudes y de responder las primeras preguntas: ¿quién es la persona detrás de ese rostro desconocido?, ¿qué le pasa?, ¿por qué ha venido?, ¿cómo desea construir la relación? –reflexiona Jensen quien recomienda ser observador y no inducir a priori una posición rígida de autoridad–. Cuantiosos elementos suelen alentar esa percepción: si existe un gran escritorio y detrás de él, un sillón enorme, haremos sentir al entrevistado en condición inferior, como si estuviera ante una autoridad. En cambio, si ordeno dos butacas más o menos simétricas al lado de un escritorio pegado a la pared, le comunicamos sin palabras una relación de igual a igual; y desde ese diseño no verbal, prestaremos atención a sus reacciones.

    –El analista atiende una serie de indicios verbales y no verbales, mientras intenta que desde cada persona surjan sus manifestaciones más habituales y espontáneas, las que indican cómo quiere contactarse y cómo está, anticipadamente, imaginando la entrevista. ¿Qué hay detrás de lo que no se comunica con palabras?

    –Es una señal habitual de lo contenido por lo reprimido, de lo que no se quiere decir o de lo que no se sabe y que tampoco se quiere decir. Aunque al principio me abstengo de hacer observaciones o confrontaciones como: Usted se sentó ahí porque tal cosa y otra; tomo en cuenta lo no verbal mientras construyo hipótesis progresivas que van convergiendo, en la medida que distingo elementos que tienen que ver y que pueden articularse en forma coherente dentro de una misma conjetura.

    Porque era él, porque era yo.

    Michel de Montaigne

    Soy el capitán de mi alma

    El inconsciente primeramente fue descrito por Freud en su primera obra literaria conocida por el gran público, La interpretación de los sueños (1900) y es el término más popular del psicoanálisis. Ahí plantea un modelo topográfico de la mente, que la divide en tres capas o dimensiones: consciente, pre-consciente e inconsciente. La parte más pequeña y superficial del ser, sólo la punta del iceberg, es la consciencia, lo que sabemos de nosotros mismos, el pensamiento racional y el querer consciente. En cambio, el mundo más grande y profundo, y también el ambiente en que vivimos, corresponden al inconsciente, a lo que jamás podremos conocer con palabras y encerrar en conceptos, justo por ser inconsciente. Descubre además, que la fuerza de la propia individualidad, depende de hacer consciente lo inconsciente, entendiendo la consciencia como la fuerza que empuja la evolución del hombre hacia adelante. Finalmente, constata que el inconsciente se sustenta en un sistema íntimamente ligado al cuerpo; a las excitaciones y funciones involuntarias como la digestión, las sexuales, respiratorias, neurológicas, motoras y circulatorias, que tienen un impacto profundo en el modo de sentir la vida y en la consciencia. Al estar movida y enlazada la consciencia a una corriente subterránea, silenciosa, incansable y siempre cambiante de señales corporales, el sentimiento de ser con el mundo va más allá de una mente informada.

    Dr. Jensen: Yo soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma, proclamaba con ingenuidad, ajeno a los laberintos de la mente, William Ernest Henley. –interviene Jensen, riendo por primera vez con su improvisación teatral, mientras yo, exagero la nota lanzando una vergonzosa risotada. ¡Trabajo perdido, me digo a mí misma, imposible mandar sobre mi risa o mis emociones!

    Aunque la mente tranquiliza, continúa impasible el doctor, dando una ilusión de certeza y de control, somos llevados por fuerzas misteriosas e inmanejables que imponen a la vida un propósito latente y desconocido, frente al cual estamos indefensos; por misteriosas, no apunto a lo sobrenatural, sino a infinitos y sutiles circuitos de conexiones neuronales y procesos psíquicos cuya naturaleza sólo puede intuirse. Hay tantas cosas que aún no hemos vivido o que sabemos, pero que no decimos, tantas impresiones que sólo pueden señalarse con el dedo. Pese a que en su comienzo todo acto psíquico es inconsciente, y puede permanecer así o bien ir y venir desde la consciencia al inconsciente, o viceversa, según el permiso de la censura, la mente humana aún es un enigma. ¡Cuántas veces no sabemos explicar nuestras elecciones o cómo –a pesar de llevar una buena vida– no estamos contentos!

    Elena: ¿Será por un vacío de amor?

    –Por cierto, a la mente le es posible crear la ilusión de amor, pero no el amor verdadero. Lo indicado antes de construir la casa propia, es preocuparse de su cimiento, me refiero al estudio de la biología, al cuidado de las necesidades y funciones corporales más básicas: dormir, comer y amar bien. O si no, ¿será posible la felicidad para quien anda tan cansado? Sin embargo, vivir contento va más allá del cuerpo y su anatomía o de los instintos, siempre preocupados del bienestar y la supervivencia.

    –Además esas condiciones que recién enumeró no son fáciles de complacer. Para empezar, no controlamos los estados fisiológicos, como la digestión o los del corazón.

    –Pues bien; para los enfermos y desdichados, el pesimismo es un lujo demasiado caro. En cambio, el primer y más sano remedio es la voluntad firme de estar mejor, que no se paraliza en ciencias ni estadísticas pesimistas; de hecho, una voluntad incansable da energías. La segunda cuestión es saber cuidarse uno solo. Para ello contamos con el auxilio de un cerebro intuitivo que jamás abandona. Dueño de una voluntad e inteligencia más integradora que la consciente, tal vez nacida de procesos de auto-regulación emocionales y cognitivos más amplios, está preparado para pensar en uno, para reconocer patrones relacionales que al intelecto se le escapan y para saber exactamente aquello que debe ser reparado en el interior y cómo hacerlo. También uno cuenta con muchas herramientas mentales que deberá agotar para salir como mejor pueda de los aprietos, entre ellas, una mente sincera, serena y ordenada, preparada para reaccionar con imaginación y con acciones prácticas al absurdo de la existencia y a las cosas que salen mal.

    Y, finalmente, el tercer remedio: la aceptación humilde y la gratitud, vivencias que posiblemente suenan a pobreza y sumisión, pero que inspiran a decir gracias y por favor, dos palabras potentes que siguen humildes el paso de la realidad, no sólo aunando las fuerzas ajenas llamadas a cooperar, sino también las propias. Cuando uno ve los noticiarios, es imposible no conmoverse al comprobar cómo los seres humanos, aunque pequeños y transitorios, tras ciertas calamidades, se hacen más grandes y eternos. Los vemos remover, incansables, escombros o cenizas, con ansias de algo que valga la pena, capaz de robustecer la fuerza vital; algo que les permita honrarse a sí mismos lo suficiente como para hacer cosas significativas que salven el amor y rediman. Las lágrimas son la mejor medicina, al momento en que, dominando las fatalidades que el inconsciente pudiese montar ante el fracaso, se hagan los mayores sacrificios por renunciar a los sentimientos de vacío, de amargura o soledad; a favor de la reorientación de las energías psíquicas y herramientas internas hacia rutas más elevadas. De tal manera que a la postre, de la mala suerte, broten buenos frutos.

    –Tal vez hay algo de superficial en estar tan bien adaptado, o ¿no?

    –Al menos en teoría, sí. Sobre todo cuando el sentido de identidad vegeta en un círculo bien demarcado de vida, en el qué dirán, en el afán de poseer o en creencias rígidas, las que por cierto traicionan la vida, cuya esencia es el cambio. Así se subsiste en el infantilismo, con lagunas de experiencias reales, ignorando las riquezas propias. El caso es que para unir las aguas mentales a las emocionales, o hacer danzar las motivaciones conscientes con las inconscientes, sin por ello descuidar la realidad, es preciso una identidad sentida, suelta, flexible y espontánea, dispuesta a variar de rumbos y perspectivas. Aun cuando la isla en que se vive sea pequeña, y se encuentre rodeada de fuerzas secretas, o se viva pasando por alto o desaprovechando muchas experiencias, no conviene resignarse a la estrechez –Jensen contempla el girar de la grabadora situada entre los dos–. Hace falta cierta rebeldía para expandir el territorio habitable, los espacios de libertad intelectual y emocional, a fin de reemplazar el ser movidos, por la voluntad de mover.

    –Ciertamente pensar hace navegar. Además, alivia y da seguridad comprender lo que nos sucede. La vida parece así más ordenada. ¿Podría señalar algunas de las fuerzas invisibles que guían la vida?

    –Cuando Freud consigue acreditar que no somos tan soberanos ni racionales como suponemos y con qué vigor el niño que fuimos continúa actuando en el adulto, condicionando vigorosamente y en silencio gran parte de sus comportamientos, elecciones, sentimientos, ensoñaciones y pensamientos; integra a su vez el impacto paralizador que tienen los traumas y pérdidas tempranas sobre el flujo de la consciencia y en la evolución natural del adulto. Comprendiendo cuán necesario era para reestablecer el orden psicológico perdido de sus pacientes, su reconciliación con el pasado, Freud se toma en serio los recuerdos infantiles. Entonces hace rememorar a sus pacientes a través de la catarsis de emociones, aquellos traumas precoces ocurridos durante la infancia, que fueron reprimidos por considerarse dolorosos o vergonzosos; especialmente los de abuso sexual realizados por adultos. Pero pronto se da cuenta que esos relatos sexuales eran absolutamente falsos; aunque sus pacientes no le mintieron a propósito y creían en la veracidad de su memoria, eso fue un duro golpe para él. Por tanto, la teoría del trauma debía ser abandonada, al menos así lo creyó Freud. No obstante, lejos de no creer más en sus pacientes, trabaja en el material de su auto-análisis y descubre el concepto de fantasía, la piedra base del psicoanálisis. Aunque por fantasía se entiende algo que jamás ocurrió, de todas formas se ha hecho parte del discurso del paciente, configurándose como una estrategia imaginativa destinada a desfigurar, encubrir o sustituir otras fantasías aún más intolerables y difíciles de asumir al yo. Ya no importa tanto lo que en verdad ocurrió, sino lo que el paciente dice que ocurrió, cómo lo explica o a qué lo atribuye, al tiempo que la fantasía y sus contradicciones con la realidad tal vez le recuerden una verdad olvidada. Fue así como Freud, a partir de 1897 se apresura a reformular su método clínico, orientándolo principalmente al mundo imaginario infantil, donde la persona puede regresar al escenario que la dañó, y a su vez, escapar de él a través de la ficción.

    –No hay quien se salve de hablar desde una herida que aún no para de sangrar.

    –Pero como la herida debe parar de sangrar, hay que ir a las situaciones tristes o problemáticas. Aunque el psicoanálisis incluye los hechos concretos de la vida (y considera que la mayoría de los relatos de abuso deben tomarse en serio), prevalece el estudio de la representación de lo real, es decir, de las fantasías conscientes o inconscientes detrás de lo sucedido junto a la reacción de la persona, si respondió recurriendo a la represión o no.

    Dado que muchas fantasías se desarrollan durante la primera infancia, antes del uso de la palabra, no son accesibles al conocimiento directo. Sin embargo, Freud observa que al liberar el discurso verbal del adulto, otorgándole la palabra, es ahí, donde él cree poseer el máximo dominio de su persona, que emerge aquello que palpita en la clandestinidad de la psique. Las inquietudes y pensamientos más genuinos, aprovechan cualquier fisura en la armadura del discurso para infiltrarse en asociaciones verbales; en los sueños, actos fallidos, omisiones, equivocaciones, corto circuitos, tropiezos o lapsos mentales y en los síntomas neuróticos. Así por ejemplo, una muchacha recién casada –por cierto que una muy coqueta– en su noche de bodas, deja escapar el nombre de alguien, que no es precisamente el de su flamante marido.

    –No se necesita ser un experto para concluir que hasta ahí llegó el matrimonio.

    –Así pues, las palabras o las fantasías conscientes en el análisis, al poseer un sentido emocional, no deben ser tomadas al pie de la letra, en tanto ocultan como también revelan deseos subconscientes verdaderos o ciertas tendencias de la personalidad todavía no reconocidas. Podría decir que en nuestra labor de escucha, atendemos el silencio entre las palabras, el sub-texto que revela aquello que no se quiere decir o saber: las segundas intenciones detrás de lo que primeramente se dice.

    –¡Por la boca muere el pez!

    –Bueno, –suspira Jensen reclinándose hacia atrás en el sillón– es preciso acostumbrarse a ser sorprendido. Mire que ante una tormenta emocional inesperada, algunos partirán a esconderse bajo las frazadas, mientras que otros absorberán el impacto inicial y aprenderán a interpretar las señales del cielo.

    –¿A conversar con su inconsciente?

    –Sí, y a vincular lo hasta ahora no vinculado: sus fantasías conscientes con las formaciones del inconsciente. En general, quienes consultan, acuden agobiados por problemas que no saben explicar racionalmente e ignoran de qué se trata esta terapia. Aquí conviene realizar un estudio preliminar de la personalidad para determinar el grado de su desarrollo emocional y si el psicoanálisis clásico con diván es lo indicado, pues contamos con otras modalidades de tratamiento de orientación psicodinámica. Según el tiempo que la persona disponga, sus recursos materiales y el tipo de quejas presentadas, apelaremos a una terapia cara a cara, a una psicoterapia de grupo o la derivaremos a una de pareja o de familia. Una vez completado el estudio inicial, los resultados serán archivados y olvidados en una carpeta para comenzar a trabajar según la posición planteada por Wilfred Bion (1962) sin deseo ni memoria; se despeja la mente de creencias y expectativas conocidas, que podrían dirigir las asociaciones mientras se va observando y registrando todo aquello que surge en el aquí y ahora, momento a momento, en la sesión, dejando así un espacio a lo inesperado. Resulta una mirada muy libre, relajada e imaginativa, que le permite al consultante expresar de forma espontánea sus expectativas, motivaciones y preferencias.

    –Y también se requiere de bastante tacto para permitírselo.

    –Lo que es muy importante. Comencemos diciendo que si un entrevistado me parece demasiado intelectual o su discurso muy abstracto o racional; si me cuenta, por ejemplo, que se encontró con una mujer, le pregunto: ¿cómo se llama esa mujer? Se llama Rosita. ¡Ah!, Rosita ¿cuánto? Rosita Quiroz. ¿Quién es Rosita Quiroz? Y así, le es más fácil ilustrar sus experiencias con imágenes que integran más detalles y datos que dan colorido a la conversación, colorido que es emoción. Al momento que él empieza a comunicar vivencias más sentimentales, tengo la impresión de un buen contacto y me siento más contento. No me detengo en imágenes perfectas,

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