Memorias de dolencias y violencias
Por Iván Ulchur
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Una lectura dura y que hará reflexionar a todos sus lectores.
De dolencias y violencias es un libro bromista que esconde dolores enmascarados en un enfermo de párkinson que narra su cotidianidad incómoda y festiva, su vida de ambiguo pesimista.
Su lectura zarandea la serenidad del sano.
Iván Ulchur
En estas breves memorias, el veterano y pícaro narrador, nacido en Timbío, Cauca, Colombia, cuenta sus peripecias de profesor universitario, músico y experiodista enfermo, al borde de la jubilación en Ecuador. En esta narración conviven sus dudas religiosas con la nostalgia de un muchachón creyente; la atmósfera violenta es incesante y lo conduce a sus padres, a la vejez, al olvido. Sin embargo, los acordes de su acordeón son un homenaje final a la alegría única de vivir.
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Memorias de dolencias y violencias - Iván Ulchur
© 2015, Iván Ulchur Collazos
© 2015, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
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ISBN: Tapa Blanda 978-8-4163-3963-1
Libro Electrónico 978-8-4163-3964-8
Contenido
Capítulo 1 Pueblo, libros y divagaciones
Capítulo 2 Centrismo, personaje y enfermedad
De cómo mi enfermedad es esencialmente misteriosa y mágica
De cómo la física prima sobre los calzoncillos
De cómo siendo perriférico, amé el centro gatuférico
Capítulo 3 Seminario, paraíso y nostalgia
De cómo el seminarista temía al infierno a la vista
Capítulo 4 Mi país político con ríos de violencia
De cómo la conservadora salva la vida de su leguleyo marido
De cómo la Violencia se tomó a Belalcázar
Capítulo 5 Más libros, más dudas y más descentramiento
De cómo se siguen cociendo y cosiendo las intimidades
De cómo sería el cielo para un seminarista descentrado
Capítulo 6 Mala poesía salvadora y malos pensamientos
De cómo vaciló mi fe y abdiqué teniendo malos pensamientos
De cómo la violencia es una mancha bíblica en Colombia
De cómo me acuso de que tengo malos pensamientos
Capítulo 7 El son del Parkinson y fe pataleando
De cómo mi fe primera fue feneciendo
De cómo la violencia se fijó en la cotidianidad de mis papás
Capítulo 8 Gatomaquias, literatura y violencia
De cómo la literatura se ha hecho cargo de la violencia
De cómo La Violencia
se volvió violencia
morbosa
Capítulo 9 Entre Dios, Marx y Mao
Capítulo 10 Quiteña, familia y baberos
Capítulo 11 Violencia explícita y meditación sobre el mal
De cómo leyendo en Quito, volví a lidiar con el problema del mal
Capítulo12 Como perros y gatos y un poco de etílico
De cómo el Temblor esencial tiene sus ventajas colaterales
Capítulo 13 País descuadernado, familia larguirucha
Capítulo 14 Entusiasmo político y vallenatos
De cómo los Vallenatos acordeoneros paliaban el descuadernamiento
Capítulo 15 Analizar la violencia y la enfermedad
De cómo no hay mal que por mal no venga
Capítulo 16 El mal del mal y el mal olor a sicario
De cómo la muerte se corporizó en el sicario
De cómo la violencia enferma a un país que convalece
Capítulo 17 Conciencia del mal y elogio de los gringos
De cómo la muerte nos llega tan cantando
Capítulo 18 Último síntoma que por poco se olvida
Capítulo 19 La viva muerte y muerto de miedo
De cómo vivo actualmente mis sísmicos afectos y mis miedos
Capítulo 20 La guelez
y la frontera del subsuelo
De cómo la enfermedad atrae la muerte
De cómo murieron mis papás y me tocó abrir su baúl de recuerdos
Capítulo 21 Narrar la enfermedad y el amor loco
Capítulo 22 Auschwitz y 9/11: los nuevos males
Capítulo 23 Mysterium salutis y demás bienes
Capítulo 24 Terminar un libro o abandonarlo
Sobre el autor
Para Bernardina y Alfonso, nuestros héroes sin medallas.
La salud coquetea con la eternidad; la enfermedad agua la fiesta de la vida.
Leobardo Ulcué.
Una de las principales enfermedades del hombre es su inquieta curiosidad por conocer lo que no puede llegar a saber.
(Blaise Pascal)
El Mal es en la misma medida que el Bien una fuerza creadora. Ahora bien, es el más activo de los dos. Pues con demasiada frecuencia el Bien haraganea.
E. M. CIORAN.
Mi corazón estaba concebido para el amor y la simpatía,
y cuando la desdicha lo transformó hacia la maldad y el odio,
sufrí un tormento que no puedes siquiera imaginar…
el mal se convirtió desde entonces en el bien para mí.
MARY W. SHELLEY, Frankenstein.
Capítulo 1
Pueblo, libros y divagaciones
De cómo surgen estas historias
Años cincuenta. Municipio de Timbú, sur del Cauca, Colombia. Son como las 8 de la noche de un fin de semana. Lyris, mi hermana mayor y yo, en nuestro cuarto de niños de 4 y 3 años, listos para simular dormir, con la luz apagada, pero con nuestros oídos infantiles bien alertas. Los dos usamos batones de dormir. Tampoco somos víctimas de fiebres de insomnio sino de curiosidad. En nuestra cama yacen dos imágenes en madera de un ángel sonriente y guapísimo, de pelo rubio y largo, que cuida a dos niños que cruzan un río turbulento. Nuestros padres están en la otra pieza charlando, ofreciendo copitas de aguardiente con pasabocas y contando conmovidos, detalles de algo que presenciaron en un pueblo llamado Belalcázar, que límita por el oriente con el departamento del Huila; por su aislamiento de Popayán, la capital, a la zona la llaman también Tierradentro. Los dos nos pegamos a la puerta y escuchamos, entre las exclamaciones de los pocos invitados, don Telmo, don Pioquinto, don Diomedes, don Evaristo, doña Pacha, doña Chepa, don Próculo, una conversación fragmentada, interferida por las risas festivas. Escuchamos cuando los invitados se callan porque Mamá, la Mona, cuenta frases cortadas, palabras decapitadas, verbos apuñalados, letras cadavéricas. Nuestro cuarto en la casa grande y de ladrillo, arriba del pueblo, en el barrio Belén, huele a guayaba y a mandarina. Estamos rodeados de una extensa huerta donde el abuelo Abraham siembra café y plátano.
Aquí estoy yo, damas y caballeros, en mi rincón del 7B en Quito, a la sombra de mi asombro insertando inicialmente disparates. Necesito de ustedes. Estoy enfermo y soy un enfermo movedizo. Hago esto para comunicarme con alguien. No los veo, pero los presiento en su sofá y me los imagino pensando con manía biológica en si soy un tentador efebo o un -efeo- de la confederación de los sesenta y piquito. Un libro de Rosa Montero está a mi lado. Lo abro. Mientras ella encamina su argumento sobre el dolor de las pérdidas humanas, hace una digresión sobre que las mujeres son más proclives a confundir guapeza con virtudes valiosas.
Comento que los hombres nos excitamos con el órgano más -sexitoso- que es el cerebro, validos de la vista larga que pasa revista a las mujeres con apremio de sabuesos. Las mujeres tienden a procesar el deslumbramiento, mientras que nosotros, mamarrachos, exhibimos la proeza entre machos para tragarnos el cuento de que somos los héroes del torneo amoroso.
Pero, antes de ir al grano, debo presentarme: en realidad de verdad, soy un viejo achacoso que insiste en borronear páginas sobre sus anodinas peripecias, pues siempre me dio por escribir como vicio, como condenación inevitable. Y en este lapso escribo desordenadamente al ritmo de lo que se le ocurre al pensamiento o la preocupación del tiempo que acelera su incierto camino.
También tengo a mi lado una novela narrada por un jocundo tomador de pelos que hace su llamado: Aquí está mi voz en su oído receptivo para decirle que sin usted, esto no existe; sin otro que sintonice, esto sería sólo una semilla estéril. Pero, gracias al tímpano de su alma, y gracias a la Palabra –alma también, pero en los labios del cacumen—, ambos estamos en pos de la gran jugada: la Creación, es decir, la posibilidad de vida.
Lo sé y lo comparto. Por eso parodio una antigua canción popular que empieza: ¿Quién será la que me quiere a mí? ¿Quién será? Y la canto: ¿Quién será el que me detesta-detecta a mí? ¿ Leerá? ¿Se aburrrirá? ¿Se aburrará?
Todo nos entra por los ojos, aún siendo estos ciegos. Lazarillos de ciegos caminantes de esta peregrina aventura de vivir y de beber como deber mundano. De ahí quizá vendrá la palabra inocular, de oculus entrometido en tu ser mujer. Somos oculistas y ocultistas.Todo lo resuelve la apariencia que fluye de la imagen que vale más que esta hemorragia palabrera con la que, a propósito de la expiración, estoy lidiando y tratando de extraerle a la vida, o inspiración, lo que más pueda de su insondable significado. Por eso los budistas dicen que vivimos no de nuestro ser esencial cuanto de nuestra imagen que en su etimología significa fantasma, qué miedo. Qué le vamos a hacer. Soy feo, sentimental, socialista frustrado, creyente descreído y amanuense de buenas intenciones. ¿Y usted, su merced? ¿Cuál es su desasosiego, su -ego ciego-?
Creo ser el autor de este texto porque sé que lo estoy escribiendo. O podría ser que la mano recibe órdenes de un espíritu sin residencia conocida. No estoy completamente seguro, si me atengo a las ideas del muy profundo Platón sobre las apariencias. Creo ser el Leobardo de carne y hueso que nació en un pueblito del sur de Colombia, llamado Timbú.
¿Sobre qué puede ser este libro? O ¿de qué va? como se dice en España. Sobre la violencia, sobre Dios, la mía y descarada enfermedad, la duda trascen-dental, -tras sin dientes- y su rotundo misterio. O quizá, por lo mismo, sobre la muerte y el estrés de vivir con extrañeza, la cotidianidad de las cosas, la ancha angustia del tiempo corroído, el misterio del elusivo y efusivo Dios. Es decir que este libro versa sobre todo y, sobre todo, la enfermedad de la vida. Cuento con la lectura de un libro talentoso e íntimo de Rosa Montero –La ridícula idea de no volverte a ver- que, a su vez, sale de otra lectura. Con el concierto con cierto aire de genialidad que es el libro repleto de Malabares en su tinta, de Iván Eguez, en donde reflota en cada relampagueo, la idea de que la palabra no dice lo que uno quiere decir ni dice lo que uno no quiere decir. Se pone juguetona, mamagallista, reacia al monosentido: hoy por hoy, la única posibilidad de salvarse de la indiferencia es deletreando la vida, y la única prueba de que existe esta posibilidad es el lenguaje mismo, un tirano a derrocarlo, al menos a lisiarlo
.
Pues sí. El lenguaje es quien manda qué se escribe; como el poder decide cuál es la verdad que se apropia y las libertades de conciencia que censura. Pero ahí está el notario para que las palabras canten, zigzagueen, se atraviesen y armen el bororó haciendo de las suyas con las mías de quien pretende ahorcarlas, domarlas, amarlas, desatarlas. Además, me arrimo a un tercer libro que es El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, libro desgarrador y verídico
-lo dice la contraportada- sobre la vida del padre del autor. Como si fuera poco, arriesgo mi apacibilidad de nacimiento, aludiendo a un señor escritor decididamente atropellador e iconoclasta que se llama Fernando Vallejo, autor de El desbarrancadero, de quien ustedes se escandalizarán de una sola, al leer sus hijueputeadas y su cruel visión de mundo. Como si yo no fuera cucho, pido una cita con toda la comunidad de Macondo, en especial, Memoria de mis putas tristes, que tiene como protagonista a un viejo sabio enamorado a sus juveniles 90 años. y con su presencia permanente de gran recuperador de memorias, ahora que García Márquez, El Gabo
, se nos fue y vive en el más allá entre flores amarillas y bellas Remedios. Y además acudo a Roberto Bolaño, un autor moderno cuya vida fue breve, pero cuya obra ya ha trascendido por su irreverencia parricida.
De verdad, estoy de acuerdo con Rosa: uno empieza sin saber para dónde va. Me gusta su idea de que los libros nacen de un huevecillo minúsculo.
Y luego se desconoce su rumbo. Al igual que los hijos a quienes