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Anoche Sone Fantasmas
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Libro electrónico209 páginas3 horas

Anoche Sone Fantasmas

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Carlos Esquivel andaba extraviado tratando de eludir a sus fantasmas, pero el, incansable, escribio dia tras dia y noche tras noche su tercera entrega, sin embargo, ahora es asediado por los espectros que aun habitan en su envejecido cerebro; Anoche Sone Fantasmas, te va a sorprender, pero ten cuidado los fantasmas pululan por todas partes.

Un amigo de Carlos Esquivel.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 abr 2022
ISBN9781662493881
Anoche Sone Fantasmas

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    Anoche Sone Fantasmas - Carlos Esquivel

    UNO

    Intenté en vano abrir los ojos, no podía salir del enredo, uno se acostumbra a observar siluetas en la penumbra, a mentirse a sí mismo. Me desperté con el deseo de no levantarme, era un intento fraudulento, hipócrita, mi lánguido cuerpo acusaba un cansancio irredento, un sudor trasnochado, una voluntad estéril. Traté de expulsar el letargo, insistir infructuosamente es una necedad ociosa, empecinarse es declarar la guerra a los que actúan una mentira, mentira que pretende perturbar mi anhelado descanso y la tardanza para esconder mis ojos irritados; los cubro con mis propias manos. Siento frío, hace frío, compruebo que lo glacial es gratuito, la calefacción ya no existe, no debo solapar su indiferencia, aquí no ha echado raíces, electricidad nonata, menos mal que el exceso produce apagones forzosos, más frío dentro de los cuartos plenos de oscuridad, candelas caducas, resecas, fósforos que se desplomaron e hicieron su propio nido, hay que rescatarlos de la alfombra desgastada, casi calva, calvicie que no es prematura, calvicie que es antiquísima. Es urgente rescatar la pelambrera que se oculta bajo el quinqué que está palideciendo; mis sudores, y mis lágrimas humedecen las almohadas, mi angustia se muestra insolente, descarada, procaz. Alcohol y borrachera son lo mismo, son vergüenzas, son arrepentimientos a destiempo.

    Mi madre como mi antagónica autoridad, adopta una fachada con un rechazo absoluto, pero como mi cómplice primigenia, disimula su disgusto al ver las sábanas desordenadas, le provocan recuerdos imperecederos... en ese cajón, el más alto, el inalcanzable, ahí se guardan los pecados de juventud, ahí se esconden las caricias, ahí se disipan los recuerdos vergonzosos, recuerdos que fueron reales... aquí en este, se dice que es el refugio de fantasmas estrambóticos, de apariciones, de demonios que se presentan en las noches entumecidas, donde se relatan historias de muertos que, después de diez días, resucitaron y que se esconden atrás de los maizales; ahí se prohíbe el paso, todo es confidencial, no los busques, mejor sueña con arcángeles y querubines y si prefieres a los ángeles entonces emprende el vuelo y quizá allá arriba los vas a mirar, y si persistes en encontrarlos, nunca los vas a ubicar, puesto que son fantasmas del pasado, son apariciones que se la pasan cantando y expurgando en la basura, basura que no ha sido recogida, basura que está custodiada por los endemoniados demonios del presente, pisarla es la consigna impuesta por los irresponsables Ponga la basura en su lugar, hay que depurarla, hay que salvarla de las tormentas que se avecinan, de la tristeza, de la pobreza, Los árboles mueren de pie, a ellos no se les debe incinerar, pueden renacer, quizá les pertenezca la resurrección.

    ¿Qué quieres ser después que mueras?, pregunta que da risa, acaso se vuelva mortífera, o talvez la mortaja de un militar muerto en la batalla... por ahí se dijo: un verbo que pretende inmiscuirse en una oración catedralicia es un barbarismo infernal, eso lo dijo la maestra Lolita, la más guapa de las maestras, la maestra que no se asusta cuando relata historias de fantasmas. Quizá ella sea un fantasma, yo me acuerdo de sus piernas, las he soñado y estos sueños me han ayudado a deshacer oprobios eróticos; un instante bastó para planear tres decisiones, la primera: meterse temprano en la cama, la segunda: invadir el sanitario para cepillarme los dientes, y la tercera ocultarme en los arcos del zócalo capitalino, allí donde no me vea nadie, escondiéndome de los peatones furibundos, o jugándome la vida en la Avenida de la Reforma, o meterme en la Catedral Metropolitana para pedirle al Santísimo que me calme el furor que se está expandiendo en todo mi cuerpo por culpa de la vecina del tercer piso, es mi testosterona la que exige y yo le tengo que cumplir porque si no, voy a envejecer antes de tiempo.

    Sin embargo, mi cerebro todavía evoca los instantes festivos, las imágenes difusas de mis amigos que persisten e insisten en poner su granito de arena en mi resaca, resaca disponible en cualquier momento, resaca coqueta, casquivana, frívola, resaca al alcance de cualquier bolsillo, pero para ti es gratis, también mañana al dos por uno en la hora feliz de la cantina: La Rosaleda. Los muebles de mi recámara giran incansables dentro de mi cabeza; los volantines, la rueda de la fortuna, la montaña rusa, de estos estoy huyendo; paren, deténganse, ya no den vueltas, me producen arcadas y no las puedo contener, arcadas en plena rebeldía...

    Luego, a un lado de mi cama se aparece la basura, basura que viene resguardando algunas reliquias familiares, basura que al pisarla esparce su intolerancia, siento su blandura y su repugnante olor, aromas que, sin embargo, son ficticios, todo está en su cerebro, eso fue lo que dijo el psicólogo... su consultorio huele a glutaraldehído, pero la enfermera está de muy buen ver. La basura se vuelve desconcertante, apacible, intocable, a veces la pisaba en mis pesadillas solo por el placer de fruncir mi entrecejo, como si me enfrascara en una riña para defender su inmundicia, su porquería, donde en ocasiones se ven animales anfibios, animales que surgen solo cuando llueve; creo que mañana lloverá... el mal olor había embarnecido a fuerza de ignorarlo, rechazo, discriminación, nada es hipotético, todo es real, también el odio es verídico.

    Esa noche había transcurrido en medio de luces danzantes, las hubo rojas, verdes y azules... las amarillas eran las más mareantes, parecían abejas angustiadas, eran abejas que atacaban a los que agitan sus manos, son abejas que agreden con su aguijón venenoso, pican sin dar pausas, sin dar tregua, pican hasta que mueren. Esa noche, horas antes había compartido el festejo cumpleañero de Giovany, cada año es lo mismo, cada mes, cada fin de semana, de lo que se trata es beber alcohol y cometer barbaridades, a veces hasta embrutecernos; Comportémonos, no seamos majaderos... el bar Nicte-Ha y el Montenegro son nuestra barricada; son bares que se encuentran en el interior del Hotel del Prado, el de la Avenida Juárez, el que está frente a la Alameda Central, el que compite con el Hotel Regis, ahí donde pululan los turistas y las prostitutas. ¿Cuánto por un beso?... pregunta ingenua, anárquica ¡cuiden sus carteras...! Giovany nos apercibió: hay muchas personas con facciones sospechosas; Mateo, Paco y yo ratificamos nuestra presencia, presencia que no estorba, presencia que demuestra nuestra fidelidad, que demuestra la lucidez con la que festejamos los dichos a veces imbéciles, dichos más de mil veces dichos, dichos sarcásticos, influenciados por lo ficticio, dichos expresados por el tendero, dichos por los que se aman: No hay mal que por bien no venga, El que mucho abarca poco aprieta, Haz el bien sin mirar a quien.

    Hoy vi a la vecina del tercer piso, ella venía improvisando dichos tardíos, cursis... y al marido lo reconocí por las palabras soeces que enunciaba, palabras que ofenden a las mujeres, entonces los misóginos reciben un bofetón por cretinos; entre los cuatro le dimos jaque mate a dos botellas de coñac Martell Cordon Bleu...

    —Yo ya estoy borracho —les dije.

    —Nosotros ya estamos borrachos —dijeron.

    No obstante, ninguno olvidamos el acostumbrado regalo, yo le obsequié una corbata de seda de color rojo púrpura que a mi parecer ese color le favorece, se la regalé solo por contradecirlo, a él le gusta el color azul cielo, es el color que él piensa que le va bien, el que se ha convertido en su estandarte; él no sabe anudarla, con todo, es evidente que su ropa es fina y lo define como un tipo de presencia fashion, estampa repetida, rebuscada, a veces dudosa, maniquea, hasta turbia diría yo. Mateo invirtió su quincena jugándose la supervivencia de dos semanas, serán quince días sin los bizcochitos que les gustan a sus hermanos, habían sido dos semanas dilucidando el color de la chamarra que le regalaría a Giovany... ¿La gris...?, ¿o mejor la negra...? No; la verde olivo es muy bonita, total acabó por adquirir la de color amielado, regalo que a Giovany le causó gran satisfacción; ya que por mucho tiempo la había deseado, «Aquí si le damos gusto señor Giovany», pensé. Afirmación que insufló su perspectiva actual, sin embargo, él vertió su alegría sobre nosotros casi hasta las lágrimas, los gestos de agradecimiento no se hicieron esperar, a punto estuvo de dar las gracias recitando el poema que repite en cada borrachera; Paco impulsado por el instinto de agradar le obsequió un reloj que le costó diez mil pesos, gasto estúpido, inútil, desperdiciado, pues Giovany posee una colección de relojes de marca de valor inalcanzable. Después de varios brindis y de decenas de: ¡felicidades!, un hecho sin precedente nos sorprendió a todos: un mensajero se acercó a nuestra mesa y sobre esta depositó una caja que contenía las obras completas de Julio Verne: trece tomos bellamente encuadernados en piel y grabados con papel de oro. Giovany fingió la sorpresa qué, sin embargo, no le salió muy bien, sospechamos que él ya sabía el origen de tan suntuoso regalo, quizá procedía de su última aventura amorosa, o de la chica que coqueteaba con todos nosotros, la qué alborotó a nuestra libido. En fin, esa noche como en otras ocasiones los invitados ocasionales se bebieron una botella cortesía de Giovany, este proceder era el resultado de la empatía que Giovany dispensaba a conocidos y desconocidos, y que curiosamente estos fueron los que más bebieron. Un poco más tarde los amigos espontáneos salieron del bar ruidosamente; nunca pudimos concluir la edad de Giovany, empero, era irrelevante, o quizá sería falta de tacto preguntarle su edad, después de darle vueltas a la indagación, decidí olvidarme de tan trasnochada pregunta; de pronto a los cuatro se nos enredaron las palabras y nos reímos bulliciosamente, Giovany levantó sus ojos y abrió la boca como para iniciar una conversación.

    —Hola señor Giovany.

    —Hola —respondió Giovany

    —¿Están bien? —don Roberto el mesero más longevo, el más anacrónico, preguntó con sus ojos somnolientos.

    Don Roberto es el mesero más conversador, el más arraigado en el bar, su piel huele a whisky, con saludos y a preguntas se gana la propina:

    —Aquí estuvo Carlos Fuentes. —Y dejó el aire más transparente, eran sus palabras interminables, aniquilables, castrantes.

    Don Roberto cuando nos veía achispados se incluía en la conversación adoptando la postura del maestro que contaba historias descabelladas, quizá eran su autobiografía las que desmenuzaba; él, hablaba del origen del universo, el cuerpo de una mujer desnuda era su personal universo, de ese arcaico universo se hablaba, diálogos memorizados, nada comprobables, inciertos como si fueran metáforas inacabadas, metáforas inherentes a su inventiva… «Puras falacias, puros tropezones», pensé… él decía que de esos cuerpos marmóreos nacían las estrellas y que los próximos dioses estaban por nacer, Hay que tener paciencia y respeto, habrá que darles la bienvenida, eran los sabios consejos de don Roberto. A pesar de ello a los cuatro se nos soltó la lengua y cada uno incluyó en la charla lo que habíamos vivido en las últimas veinticuatro horas, asuntos que a don Roberto no le atañían, la finalidad era consolidar la despedida de don Roberto, él torció sus labios y se retiró con la cabeza gacha, decepcionado, había sido una suerte de desdén, pero no definitivo, nos miraba con sus ojos fatigados como si pidiera perdón por haberse entrometido en nuestra plática, se alejó viéndonos de reojo y con desparpajo se arrimó a las otras mesas aconsejando alguna que otra bebida e involucrándose en el coloquio de los parroquianos recién llegados, concluyente era, eso sí, la cara adusta e incómoda de los nuevos clientes y él con el pretexto de causar una buena impresión se adicionaba sin invitación:

    —¿Cómo está usted? —les preguntaba.

    —¿Bien y usted? —le respondían con una sonrisa.

    Era una suerte de desdén malentendido, era un desaire por lo vetusto, por lo decrépito, por lo antiguo, por lo que huele a ancianidad, Así como me ve, usted se verá, era un duelo de pensamientos hostiles, donde al final nadie tenía la razón. Todos vamos a envejecer, y de remate él no podía disimular sus taras físicas, cojeaba de la pierna izquierda, era más corta que la derecha y su espalda se curvaba por una joroba que por más que trataba de esconder, esta se patentizaba con más rigor, don Roberto caminaba, eso de caminar es un chiste. Por otro lado, un extraño se acercó titubeante con su rostro enrojecido y no se podía negar que estaba pasado de copas, clavó sus ojos como dagas en mi cara tratando de identificarme, apretaba sus pestañas como si estuviera exprimiendo algún residuo de su alcoholizado cerebro, luego se dio cuenta de que se había confundido, avergonzado y trastocado y trabucado... creo que eso fue lo que quiso representar, recuerdo lo que dijo:

    —Tú eres el que va al cine a espiar a las parejas que se masturban amparadas por la penumbra.

    —¿Por qué lo dices? —sorprendido le pregunté.

    —Porque te he visto —afirmó.

    —¿Por qué mientes...?, tú no me conoces —le advertí—. ¿Por qué me acusas?, ¿por qué me involucras en la ruindad de tus sospechas?, estás confundido, tu mente está dispersa, desconectada, yo no soy el que tú crees que soy. —Guardé silencio en medio de una polifonía musical, encorajinado busqué mi gnosis y al no encontrarla me armé de polisílabas y diseñé mis particulares sentencias y le dije—: Estás cargando tus propios pecados y los quieres hacer ajenos ¿con qué derecho me acusas...? Eres un esquizofrénico, un injurioso, un insolente, eres un borracho empedernido, eres un hijo de puta que está perdiendo la chaveta.

    Silencio, luego las carcajadas de mis amigos favorecen mi retorno a la realidad.

    —Mejor vete, sal del bar, quizá tu familia te espera ¡vete!

    Invitación fallida, desprecio, desentenderse de lo obvio, así que pedimos ayuda a don Roberto y entre dos personas sacaron al anónimo personaje, «Es un desalojo con todas las de la ley», cavilé... ya liberados del atrevido ignoto, Mateo quiso suavizar la tensión que, como herencia dejó el borrachín desconocido:

    —La poligamia se convierte en monogamia, es el cura de la parroquia de San Miguel Arcángel el que nos da consejos, Dios te da permiso de tener solo una esposa, son preceptos bíblicos: no desearás a la mujer de tu prójimo —Mateo insiste.

    —Sí, pero mi vecina del tercer piso está bien buena —le digo.

    —Sí, pero ella está casada y es una mujer prohibida, precepto inalienable porque es la palabra de Dios —Mateo asegura.

    Luego Paco con palabras contextuadas nos informa: que poco antes de llegar estuvo a un tris de ser asaltado... Paco frunció los labios, guardó silencio por unos segundos, aspiró profusamente y cariacontecido relató los pormenores de su vivencia: empezó mostrando varios golpes en la cara, jalones de pelo, moretones en las costillas, legado intransferible, prolongación del miedo a todo lo que destruye, relato que se le atraganta, no hay manera de obturar la salida de las ansiedades, ansiedades míticas, engrandecidas por el orgullo vilipendiado, denigrado por el amor propio, masacrado por algunos desadaptados, la desventura se le había enclaustrado en su rememoración, su voz encubría estertores inusitados, sonidos extraños que se ahogaban en su garganta, era la antesala del llanto; con atención, los tres aguardábamos la continuación de su narración... la bitácora comedida, el anecdotario casi en blanco esperando el recorrido de un lápiz que culmine la historia hablada y la transforme en historia escrita, didáctica, escolar, gramatical, quizá universitaria, donde el doctorado espera paciente la confirmación. «No hay que perder el tiempo», pensé, la tendencia por curiosear me condujo a formularle preguntas a Paco, entonces él mostró los desgarres de su suéter recién estrenado, yo atribulado, guardé silencio con la postura de un buen interlocutor, Paco no podía abortar los trozos de amargura que desquiciaban su razonamiento, ya era tarde para disimular las lágrimas que anegaban sus ojos.

    —Así pues, estoy tratando de olvidar lo acontecido —dijo, luego agregó—: ¡Brindemos¡, ¡salud!, ¡salud!, ¡salud!

    Fue un brindis multitudinario que aflojó la tensión de Paco

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