La bella y el millonario
Por Kathleen Hope
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Las palabras nunca llegaron y nunca salieron de mi boca, en vez de eso simplemente presioné mis labios contra los suyos y le besé más apasionadamente de lo que había besado en toda mi vida. Todo el dolor, los celos y la atracción que había tenido que ocultar salían a borbotones a la superficie y no pude hacer otra cosa que rendirme a ello. Al principio, le sorprendió mi abrazo, pero empezó a mover sus dulces labios contra los míos. Enrolló sus brazos a mi cuerpo y se inclinó hacia atrás, haciendo que quedara encima de él mientras sus manos acariciaban mi espalda. Su tacto era eléctrico y dejaba un rastro de piel de gallina en todos los lugares por los que pasaban sus dedos. Sentía como si estuviera soñando otra vez.
Su beso se hacía cada vez más intenso antes de morderme suavemente el labio, gemí cuando...
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La bella y el millonario - Kathleen Hope
Romance millonario
La bella y el millonario
Kathleen Hope
Tabla de contenidos
Capítulo 1: La vida diaria de Autumn Van Ross
Capítulo 2: La reina del baile
Capítulo 3: En boca de todos
Capítulo 4: Una visita a mamá
Capítulo 5: Cena con la familia Finn
Capítulo 6: Un visitante sorpresa
Capítulo 7: Escuela de protocolo
Capítulo 8: Apariencias
Capítulo 9: Bienestar
Capítulo 1: La vida diaria de Autumn Van Ross
El tiempo parecía ir cada vez más despacio a medida que miraba los segundos pasar por el reloj barato que colgaba de la pared de la cafetería. Las manecillas hacían tic-tac sobre las letras negras con forma de bloque impresas en el espacio en blanco, y sentía que me sumía cada vez más en el aburrimiento. Los segundos parecían horas, prolongando los momentos hasta parecer una eternidad agotadora. Solo quería irme a casa, quería alejarme de este lugar, y quería estar en la comodidad de mi cálida cama.
Mi mente vagaba al montón de colada que dejé en medio de mi apartamento; aún sigue ahí, creciendo a medida que las semanas pasaban sin un día libre. No había suficientes horas en un día, y si las hubiera, tendría que pasar cada una de ellas en este agujero infernal. No había nada que odiara más que las incontables horas que estaba obligada a pasar trabajando en el sucio restaurante 24h.
Tengo que irme.
Simplemente podría irme y huir lejos de aquí.
Para siempre.
Estos pensamientos aparecían en mi mente una y otra vez durante todo el día; parecía que apaciguaban el ambiente depresivo y sin futuro. En secreto yo sabía que la idea de irme de este lugar para siempre y hacer cosas más grandes y mejores era solo una fantasía que había creado para proteger mi propia cordura. Tenía responsabilidades. Tenía cuerdas que simplemente no podía cortar. No tenía dinero y estaba estancada. Este deseo solo tenía un propósito; hacer el trabajo un poco más sostenible, especialmente cuando mi jefe me asignaba turnos dobles.
Honestamente, trabajar en ese grasiento restaurante no sería tan malo si no fuera por mis jefes hambrientos de poder. O el limpiador con esencia de limón que utilizamos para limpiar el suelo. O la vibrante música country que suena a través de los altavoces averiados que cuelgan de las telas de araña que cubren las esquinas. O el olor pútrido de las goteantes axilas de los sobones de los cocineros. O la asquerosa estampida de sucios camioneros a los que les gustaba arrastrar sus embarradas botas por mi fresco y limpio suelo.
Suspiré cuando otro grupo de camioneros charlatanes entraron en el restaurante. Caminaron como patos hasta la mesa más alejada y se sentaron, dejando tras de sí un rastro polvoriento de pisadas en las baldosas cuadradas. Suspiré mientras volvía a coger la escoba que acababa de dejar y la coloqué tras el mostrador de la recepcionista.
─ ¿Qué van a tomar?─ pregunté cuando llegué a su mesa, forzándome a mí misma a sonreír.
─Hola preciosa, ¿podría tomar un café?─ Uno de los más sucios se quitó el sombrero y ofreció una sonrisa amarillenta y dentuda.
Asentí cordialmente, intentando disimular mi cansancio y mi corto periodo de atención. Garabateé frenéticamente los pedidos del extremadamente desagradable y apestoso grupo. Tenía que aguantar la respiración cada vez que hablaban. A pesar de su hedor, parecía ser una mesa bastante decente; no el tipo que me hacía perder el tiempo con chistes estúpidos o flirteos.
Sonreí cuando acabé de escribir, ─estará listo enseguida.
─Perdonen, ¿hay algún problema por aquí?─ Mi jefe, Khaled, apareció a mi lado.
Los confusos clientes negaron con la cabeza y se giraron hacia mí esperando una respuesta. Intenté esbozar una sonrisa de todo está bien. Enseñé los dientes y estiré los labios para poder forzarla. Me costó toda la fuerza que no tenía para no estrangularlo donde estaba. Mi jefe era un auténtico gilipollas. También un cerdo machista, que se tomaba su trabajo tan seriamente solo porque quería impresionar al más gilipollas aún de su padre.
─ ¿Les importa que me lleve a su camarera un momento?─ Me acompañó delante del restaurante, fuera de los oídos de los clientes, ─ ¡este pedido está durante una eternidad! No te pago para que estés de charla con los clientes, ¿de acuerdo?
─De acuerdo─, apreté con fuerza mi bolígrafo.
Khaled señaló el suelo, donde las pisadas polvorientas crearon un mosaico de cosas de las que quejarse, ─ ¿ves eso?
Asentí
─ Te he dicho mil veces que tienes que fregar y pasar la mopa dos veces al día─, cruzó los brazos sobre el pecho
─Ya he fregado y pasado la mopa dos veces─, me aclaré la garganta en un intento de ocultar mi rabia.
Puso los brazos en jarras, ─ ¡obviamente no!
Solté un suspiro y mis ojos bajaron al suelo.
─ Solo límpialo─, ladeó la cabeza, ─y cuida a tus clientes─.
Quería hacerle la zancadilla cuando se alejaba, quería que se cayera cerca del cubo de la fregona, que rodara hacia el exterior del restaurante y que rodara hasta el creciente tráfico; ahí, con suerte un tráiler le atropellaría. Mentalmente había apuñalado a mi jefe en el cuello treinta veces con mi bolígrafo. Incluso había contemplado la posibilidad de golpearle con la escoba que tenía en mis manos, pero eso solo acabaría en mi despido. Así que en vez de eso me puse a fregar.
─ ¡Autumn! ¡Hola Autumn!
Un susurro me llamaba desde la mesa cerca de la entrada.
Me dirigí hasta allí para encontrar a mi joven, más triunfadora y más atractiva prima, que se escondía detrás de la mesa. Llevaba un vestido que apenas le tapaba nada y temblaba por el frío viento de diciembre que entraba por la puerta principal.
─ ¡Reagan!─ dije con un grito ahogado. ─ ¿Qué haces aquí? ¿Qué llevas puesto?
─ Llevo aquí un rato, ¿vale?─ susurró, ─no tengo dinero y el tío con el que había quedado me ha dejado tirada.
Dejé escapar un suspiro, ─ solo quedas con perdedores.
Ella puso los ojos en blanco, ─ ¿puedes echarme un cable esta vez? Solo déjame cenar y me iré pitando.
─No sé, Khaled está de mal humor hoy. Si nos pilla, estoy despedida de inmediato. ¿Por qué no llamas a tu abuela?─ me encogí de hombros, ─ella puede mandarte al mayordomo, o al chófer, o algo parecido, ¿no?
─ ¡No puedo llamar a la abuela!─, gritó dejando escapar aliento a whisky contra mi cara, ─ ¿sabes qué hora es? Ya está durmiendo.
─ ¿Has estado bebiendo?─ le pregunté, colocando las manos en las caderas.
─ No le puedo decir a la abuela que estaba con un chico. Se suponía que estaba pasando la noche en casa