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Libro electrónico223 páginas3 horas

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Información de este libro electrónico

El virus 212R se exparce a través de la población tan rápidamente, mientras que una posible cura se está pudriendo. Maya Solomon, de 17 años, puede ser la única sobreviviente que sepa dónde está. Pero para llegar al laboratorio en Raleigh, Carolina del Norte, tendrá que superar al zombie que la sigue a cada paso y cruzar a una ciudad infestada de monstruos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2019
ISBN9781547564316
Elixir
Autor

Anna Abner

Anna Abner lived in a haunted house for three years and grew up talking to imaginary friends. She married a tall, dark, and handsome United States Marine—her real life romance hero. Currently, she writes edge-of-your-seat paranormal romances from her desert hideaway in sunny southern California. Her series include the Red Plague, Dark Casters, and Beasts of Vegas. Anna also writes fan fiction for ArchiveOfOurOwn.org as well as short, sexy LGBT stories set in high school under the pen name Sadie West. Receive a free ebook when you sign up for Anna’s newsletter and every month enjoy new releases, updates, and a chance to be a VIP reader. Join at http://www.AnnaAbner.com.

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    Elixir - Anna Abner

    ELIXIR

    Primer libro de la trilogía de la plaga roja

    Por Anna Abner

    Criticas de la serie Dark Caster

    Un romance paranormal dulce y candente 5 estrellas de 5.

    —Christine Rains, author of the 13th Floor Series

    Una historia de amor increíble y llena de suspenso. 5 estrellas de 5

    —Coffee Time Romance

    una aventura paranormal con muchos giros e imprevistos. 5 estrellas de 5

    —Community Bookstop

    Este libro me mantuvo al borde de mi asiento todo el tiempo. 4 estrellas de 5.

    —The Reading Café

    Otros trabajos de Anna Abner

    Novelas

    Spell of Summoning (Dark Caster Series Book One)

    Spell of Binding (Dark Caster Series Book Two)

    Spell of Vanishing (Dark Caster Series Book Three)

    Spell of Shattering (Dark Caster Series Book Four)

    Elixir (Red Plague Primer libro de la trilogía)

    Antidote (Red Plague segundo libro de la trilogía)

    Panacea (Red Plague tercer libro de la trilogía)

    The Red Plague Boxed Set

    Remedy (Novela de la plaga roja)

    Shopgirl’s Prophecy (Beasts of Vegas Series Book One)

    Spellspeaker’s Prophecy (Beasts of Vegas Series Book Two)

    Blooddrinker’s Prophecy (Beasts of Vegas Series Book Three)

    Cuentos cortos

    The Night Trevor’s Soul Came Loose

    Shadow Cells

    Suscríbete al boletín mensual de Anna para recibir notificaciones, material adicional y una vista previa de su trabajo.

    ¡Buena lectura!

    Agradecimientos

    Gracias a Jaycee DeLorenzo en Sweet and Spicy Designs por sus bellas y creativas portadas y a Jeff Hill en Driving the Quill por su perspicaz edición.

    Gracias a mis lectores beta por toda su ayuda. Rachel R., Paula R., Mary L., Julie L., Suzanne G., Susan C. y Miechi J. Sus comentarios hicieron de esta una mejor historia, y no podré pagarles por esto.

    Le dedico esta historia a mi hija, mi estrella brillante.

    Capítulo primero

    El sonido de una sierra circular me despertó cinco minutos antes de que mi alarma sonara. Al instante, un terror profundo me invadio. Salí de la cama en Pijama y me arrastré hasta el final del pasillo, asomándome por el borde para ver desde la sala hasta más allá del vestíbulo.

    ¿Papá? murmure.

    Estaba de pie, con sus manos en la cintura, enfrente de la gran pantalla del televisor viendo las noticias locales.

    Me dejé caer contra la pared del alivio. Por un momento pensé que... pero no, no estábamos siendo atacados por las víctimas de la plaga de los ojos rojos.

    Mi papá no me había escuchado, pero alrededor y entre sus brazos podía ver a la agitada presentadora de noticias esforzándose para dar su reporte.

    Sí está en un área de alta infección, leía la morena de ojos vacíos del telepronter, se ordena mantenerse refugiados en el lugar donde estén. No intenten viajar. Los caminos y las autopistas son imposibles de pasar, particularmente en Raleigh y Charlotte. Lo más seguro es quedarse donde está. Cerrar con llave todas las puertas y ventanas, y esperar nuevas instrucciones.

    Un pequeño sonido de miedo escapo de mi garganta, y mi papá volteo la cabeza. Su pelo rubio, normalmente peinado hacía atrás, estaba seco y desordenado, como si no se hubiera molestado en peinarse.

    Maya, exclamo, poniendo una sonrisa amigable. Pero debajo de esta fachada de positivismo podía ver que él estaba tan asustado como yo. El mundo se estaba cayendo a pedazos y ambos lo sabíamos. Buenos días nena. ¿Te despertó el ruido de la construcción?, les dije que no hicieran ruido hasta después de las seis.

    Nena. No me había llamada de esa manera desde hace dos años. Desde el funeral de mamá.

    Papá, dije, mientras jugaba nerviosamente con mi pelo. ¿Qué está pasando? Me había quedado dormida preocupada por la rápida expansión del virus 212R y me desperté en una zona de construcción.

    Oh. Miro a través del arco de la cocina de donde provenían los ruidos de la sierra. Esos hombres están construyendo un bunker de emergencia en la despensa. Creo que lo mencione la semana pasada. Es como un cuarto de pánico, pero no necesitara electricidad.

    ¿Para qué necesitamos eso? ¿No estaba lo suficientemente asustada?, el virus 212R estaba infectado a las áreas urbanas densamente pobladas, y después de tres días de fiebre, las víctimas perdían su capacidad de razonar y empezaban a experimentar unas ansias insaciables por carne cruda y sangre. Las víctimas estaban arrastrándose por todas las grandes ciudades. Estábamos a salvo por el momento en los suburbios. Pero no por mucho.

    No te preocupes, me dijo, mostrándome otra de esas sonrisas falsas, poniéndome incluso más nerviosa. Es una política de la aseguradora. Vístete, vamos a desayunar.

    Me metí a mi cuarto y me puse mi traje de pista -shorts, camiseta y tenis para correr- en tiempo récord alcance a papá y a uno de los trabajadores en la isla de la cocina.

    Papá saco de su maletín un rollo de billetes de veinte y los deslizo sobre la mesa de granito hacia el hombre.

    Es más de lo pactado, dijo papá calmadamente. ¿Pueden terminar antes de las dos?

    No hay problema jefe. El hombre me miro. Con cuatro hombres trabajando sin parar estará terminado en un par de horas.

    ¿Con un sistema independiente de ventilación?

    Exactamente como lo hablamos.

    ¿Con una estación de saneamiento?

    Roger está poniendo la tubería en este momento.

    Me aclaré la garganta. ¿Quieres cereal papá? Aún queda algo de avena.

    Se estremeció, como si hubiera olvidado que estaba allí. Nena, prepárate lo que tú quieras. Yo tengo que irme en un minuto.

    Mi estómago se desplomo. ¿Vas a ir a trabajar?

    El pequeño televisor al lado del horno tostador estaba sintonizado en las noticias locales. En la pantalla había una instantánea borrosa de un hombre infectado, su rostro salpicado de sangre y sus ojos de un distintivo y profundo tono rojo.

    El reportero decía de manera exaltada a su invitado, No los vamos a llamar por la palabra Z profesor. Ellos están enfermos y necesitan nuestro apoyo y ayuda, no nuestra ridiculez. Se ahogó, y cubrió su boca por un momento. Mi madre ha estado enferma los últimos días. Ayer sus ojos se pusieron rojos. Inhaló un suspiro tembloroso. No permitiré ese tipo de lenguaje. No este programa.

    En el lado derecho de la pantalla había un cartel de advertencia con viñetas. Quédese dentro de casa. Conserve energía. Hierva el agua y manténgala en recipientes herméticos. Llamadas telefónicas solo para emergencias.

    Lo siento. Mi padre uso el remoto para apagar el televisor. No necesitas ver estos disparates. Es todo para llamar la atención y aumentar el miedo.

    Bueno, lo había logrado, estaba aterrorizada. ¿Debería quedarme en casa y no ir a la escuela?

    No, dijo papá.  "El virus aún no ha llegado hasta acá. Lo mejor que puedes hacer es ir a la escuela, ver a tus amigos y correr en la pista, como siempre."

    Pero en las noticias...

    Esa es la situación en las ciudades, agrego, pero nosotros no estamos en la ciudad. Si el 212R está aquí, es nuevo. Tenemos tiempo.

    Tres días. Esa era la cantidad de tiempo que le tomaba a la infección invadir el cuerpo y esparcirse completamente por él.

    Tu laboratorio queda en Releigh, le recordé. No es seguro allá.

    Tomó mi cara, y aunque su toque era suave, sus dedos estaban tensos como garras contra mis mejillas. "Maya, la cura existe, pero tengo que terminar de sinterizar el antisuero. Si todo mi equipo llega a trabajar puedo terminarlo hoy. Tengo que ir."

    Abrí mi boca para discutir un poco más. Él era uno de los químicos trabajando en Centro de Control de Enfermedades, un laboratorio lleno de científicos y técnicos. Honestamente, ¿Qué diferencia podría su ausencia hacer en ese gran esquema?

    Puedo ponerle fin a esto, dijo, su voz estaba volviéndose ronca por la emoción. "Puedo arreglar todo esto. Los puedo salvar."

    Vi en su cara llena de determinación y valor que no iba a poder convencerlo de que se quedara.

    Mi estómago se deshizo como un pañuelo viejo. ¿Pero volverás a casa esta noche?

    Claro. Retrocedió, haciendo un gesto hacia la encimera junto al fregadero. En tu camino a la escuela. ¿Podrías regresarle este plato a la Sra. Kinley? Ha estado aquí por una semana.

    Okay

    Lo siento, estoy de afán, dijo mientras que tomaba su maletín, sus llaves y su celular.

    El CCE está enviando un helicóptero para recogerme.

    Lo acompañe hasta la puerta delantera, sintiendo la picazón que solía tener cuando él nos dejaba a Mason y a mí en la guardería hace años. No quería que se fuera.

    No lo olvides, dijo, deteniéndose por un momento en el umbral de la puerta, Lávate las manos constantemente. Carga desinfectante contigo. Nada de apretones de mano. No abrazos. Come y bebe solo de recipientes sellados.

    Lo se papá. He escuchado estas reglas de limpieza tan seguido, especialmente en las últimas semanas cuando el 212R era todo de lo que se hablaba, me las sabía de memoria.

    Ven a casa esta noche. Le rogué por última vez. Desde que mi madre murió y mi hermano gemelo Manson se fue, mi papá era todo lo que me quedaba. ¿Me lo prometes? ¿Sin importar cuanto trabajo te falte?

    Vendré a casa. Y traeré el generador para el bunker. Me dio un beso en la frente y se fue en su carro.

    Casi había olvidado a los trabajadores en la cocina hasta que cerré la puerta y me vi cara a cara con el líder del grupo.

    ¿Alguno otro detalle adicional que quieran? me pregunto, lambiándose los labios mientras que examinaba mi cabello.  Puedo poner algunas alfombras. ¿Te gustaría eso? ¿Qué tal una mirilla a prueba de balas?

    Poniendo mi pelo detrás de mis orejas, me dirigí por el pasillo hacia mi cuarto.

    Suena bien, gracias.

    Me acomode el pelo en un moño, empaque en mi maleta ropa de cambio, mi copia de los sonetos de Shakespeare para clase de inglés, y mi folder de la escuela. Antes de salir de mi cuarto me detuve a mirar distraídamente mi guitarra color miel. La tome en mis brazos, tocar sus cuerdas, y sentir la vibración de los acordes en mi pecho era la mejor parte de mi día. Pero sería pesado cargarla de una clase a otra, por lo cual la deje en mi cuarto, prometiéndome a mí misma que la tocaría cuando regresara.

    Salí de la casa apresuradamente, tomando el plato de la cocina al salir.

    La señora Kinley abrió la puerta, pero solo después de que había golpeado cinco o seis veces, y cuando lo hizo, su cabello que usualmente estaba en una elegante cola de caballo en la parte posterior de su cuello estaba suelto y desordenado.

    Maya, ¿Qué estás haciendo aquí afuera? me empujó hacia adentro, cerrando la puerta y asegurándola detrás mío. ¿Has visto las noticias? No es seguro.

    ¿Han cerrado las escuelas? quizás no tendría que ir después de todo, sin importar lo que mi papá pensara.

    No las ha cerrado aquí, pero en Raleigh ya lo hicieron. Su gato Freckles corría por el cuarto como si tuviera un fantasma en su larga y peluda cola. Están cerrando todo en la ciudad. Esta plaga de Zombis es ridícula.

    La palabra Z, la palabra que no se suponía que dijéramos.

    ¿Sabes que acaban de decir en televisión? añadió. los rojos no pueden hablar. Sus ojos se llenador de lágrimas, mientras que tomaba mi mano. Sus dedos estaban fríos, pero fuertes.  ¿No es eso lo más triste que hayas oído? Incluso si quisieran comunicarse, físicamente no pueden.

    Soltándome la mano, trate de sonreír de manera alentadora, pero temí que fuera más una burla. Es triste.

    Lo más triste, dijo, mientras que se daba vuelta hacia una caja que estaba empacando en el sofá de la sala.

    Mi papá fue a trabajar a Releigh, dije. Está tratando de terminar la cura.

    Bendito sea. Sus palabras eran amables, pero sus ojos eran concluyentes, como si hubiera descartado esa posibilidad. ¿Quieres quedarte aquí hasta que regrese a casa?

    Estoy en mi camino a la escuela, anuncie valientemente, a pesar de que sentía todo menos valentía. Solo quería regresarle esto. Le mostré el plato. Gracias de nuevo por los brownies. Estaban realmente buenos.

    De nada. Me abrazo por más tiempo y más fuerte de lo normal, y yo puse mi barbilla en su hombro. Envuelta en la suave y dulce fragancia de los brazos de la Sra. Kinley, extrañe a mi mamá más que nunca. Ve con cuidado. Ningún rincón en este mundo es inmune a esto. Agito su mano hacia la sala para cubrir las noticias en el televisor.

    Eso haré. Reajustando mi mochila, crucé el césped y me puse al volante de mi auto, un carro antiguo y pequeño que mi papá me había comprado para que practicara.

    La escuela de Palmetto estaba prácticamente desierta. Y no eran solo los estudiantes los que habían abandonada por la amenaza de la plaga. La mitad de los profesores se habían ausentado y solo una pequeña cantidad de sustitutos había llegado a cubrir las clases. Muchos niños estaban amontonados en aulas de clase en las que normalmente no deberían estar.

    Pero mi entrenadora de atletismo llegó justo a tiempo y lista para sudar.

    Espero que ustedes delicadas flores hayan venido a trabajar, nos saludó la entrenadora. "Ninguna gripa de ave, cerdo o, no sé, de mapache va a detenernos, ¿verdad?"

    Miré a mi derecha a los otros tres corredores que habían asistido a la práctica matutina y asentí con la cabeza de manera incomoda.

    Eso es lo que me encanta ver. La entrenadora hizo sonar su silbato. Calentamiento una milla. Vamos damas.

    Empecé, superando rápidamente al resto de mis compañeros.

    Mi mejor evento fue el de mil metros. Fui más rápida de lo normal ese día. Quizás el pánico y la ansiedad me estimularon, porque fui más que rápida.  Era una maquina en movimiento, no me importaba la humedad, ni el aire denso y pesado de Carolina del Norte.  Mientras corría, el sudor incrementó, cubriéndome con una humedad pegajosa, pero nunca disminuí la velocidad. En el momento en que sonó la primera campana, ya estaba agotada. Me duché en el vestuario y me apresuré a mi primera clase.

    Mi profesor de historia el Sr. Coates tenía el televisor encendido y nadie fingía siquiera estar estudiando o terminando algún trabajo. Todos estábamos concentrados en la televisión, viendo las imágenes en vivo de Nueva York y Miami, las ciudades más afectadas de los EE. UU. Hasta el momento.

    Y Carolina del Norte estaba justamente en el medio de ellas.

    Las victimas infectadas por la plaga, los ojos rojos que parecían brillar, agrupados en las calles atacando y comiendo personas. Los sobrevivientes congestionando todos los medios de transporte–-autopistas, estaciones de tren, aeropuertos.

    Lola Rodríguez no tenía forma de saber que su vecino del primer piso sería atacado en medio de la noche por una víctima del 212R, Daniela, una reportera veterana anunciaba a la cámara. Gracias a su pronta reacción no solo salvo su vida, si no la de tres de sus vecinos llevándolos y escondiéndolos en la terraza del segundo piso.

    Pusieron un pequeño video clip de un rojo subiendo una escalera, llegando casi a la mitad, y cayendo como un soldado de juguete sobre una mesa inestable.

    Como hemos podido evidenciar en los últimos días, continuo la reportera, el 212R afecta el oído interno, por lo cual las personas infectadas no son capaces de subir o bajar más de unos pocos pies antes de sentirse incontrolablemente mareados.

    Mire hacia la ventana. Ojos rojos, sin habla, e incapaces de escalar. Oh, y un apetito insaciable por carne y sangre. Y estaban allá afuera, no muy lejos,

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