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Marido y mujer
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Libro electrónico200 páginas3 horas

Marido y mujer

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Información de este libro electrónico

Cuando Lindy Monroe se separó de su ocupadísimo esposo después de perder al bebé que esperaba, huyó a la granja de su abuelo. Pero entonces el anciano murió y le dejó a Lindy la granja con una condición: ¡Tenía que vivir con su marido!
Un urbanita como Travis estaba completamente fuera de lugar en aquella preciosa granja y más aún junto a la hermosa mujer que había sido su esposa. Aunque resultó que la vida en el campo era más agradable de lo que Travis habría imaginado y que allí además se volvió a encender la llama de un matrimonio que no parecía del todo acabado…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 sept 2018
ISBN9788491886198
Marido y mujer
Autor

Dawn Temple

Dawn Temple was born in Louisiana and, despite having now lived more than half her life in Texas, in her heart, she still considers the Bayou State home. Everything about the South appeals to her: lazy days, nosy neighbours, old buildings and ancient trees. But the best thing is the people. In fact, her favourite part of writing is trying to honestly and emotionally capture that warm Southern spirit on the page. She loves to hear readers say they really connected with one of her characters - especially among the eclectic cast she uses to populate her background. Look closely. With any luck, you might recognise a few characters from your own life. Dawn lives in the Texas Gulf Coast region with her husband, twin sons and three neurotic dogs. Stop by for a bit of Southern hospitality at her website above where friends are always welcome.

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    Marido y mujer - Dawn Temple

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2007 Dawn Temple

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Marido y mujer, n.º 1728- septiembre 2018

    Título original: To Have and To Hold

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9188-619-8

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 8

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    UN delicado resplandor violeta invitó a Lindy Lewis Monroe a abandonar la oscuridad del establo. Cruzó las puertas y se detuvo bruscamente, sobrecogida. Ante ella, el alba teñía el cielo de Tenessee con los colores de la renovación y la esperanza, un recuerdo visible de que la vida continuaba.

    «Bonito día para un entierro, ¿eh, abuelo?».

    Tenía miles de cosas que hacer antes del entierro de su abuelo, pero aun así, permaneció durante varios minutos en el corral, compartiendo un último amanecer con la única persona que siempre había estado a su lado.

    —Adiós, abuelo. Te quiero.

    La fría brisa de la primavera le hacía estremecerse y los dientes le castañeteaban, perturbando el sepulcral silencio de la granja.

    «No te quedes ahí como un pasmarote, jovencita».

    El susurro recordado de su abuelo le obligó a reaccionar. Siguiendo su consejo, le dio la espalda a aquel espectacular amanecer y caminó rápidamente hacia la casa.

    En la habitación de la entrada, se quitó las botas, los vaqueros y la vieja camisa de cuadros rojos y blancos de su abuelo. La franela todavía conservaba su olor. Enterró el rostro en la camisa, se secó con ella una lágrima y la dejó caer al suelo. El aire frío acarició sus brazos. La camiseta que llevaba bajo la camisa apenas le ofrecía algún calor.

    Dejó la ropa húmeda apilada en el suelo y cruzó a la cocina, dejándose envolver por aquel calor que la recibía cada vez que ponía un pie en la que había sido la casa de su infancia. Durante toda su vida, había soñado con poder compartir aquel calor con su propia familia.

    Pero no todos los sueños se hacían realidad. Hacía mucho tiempo que Lindy había tenido oportunidad de cumplir el suyo, pero había terminado perdiéndolo todo: su marido, su hijo y su corazón. Jamás volvería a confiarle sus sueños a nadie.

    Pero no tenía que pensar en el pasado, sino concentrarse en el presente. Tomó aire, una ráfaga de aire limpio con la que arrastrar la tristeza. La fragancia de su café favorito inundó sus sentidos.

    Debería haberse imaginado que Alice pasaría por allí aquella mañana. Alice Robertson había sido amiga, vecina y ama de casa a tiempo parcial de la familia Lewis durante más años de los que nadie podía imaginar. Saber que estaría a su lado le hacía sentirse mucho mejor, pensó Lindy mientras se acercaba a la cafetera. En el mostrador le esperaba una taza con leche y crema.

    Qué mujer más encantadora, pensó. Por primera vez desde que había abandonado el hospital tres noches atrás, curvó los labios en una sonrisa. Y se estaba preguntando por qué Alice no se habría quedado a compartir el café con ella, cuando se volvió y se encontró ante el pasado que había estado intentando olvidar: Travis Monroe.

    Contuvo la respiración, cerró los ojos, esperó durante un largo segundo y volvió a abrirlos lentamente. Travis no había movido un solo músculo.

    Aquel hombre al que no veía desde hacía casi un año, permanecía apoyado contra el marco de la puerta con una taza humeante en la mano. Tenía el pelo revuelto, sin duda alguna por el propio nerviosismo de sus dedos, y una sombra de barba oscurecía su mandíbula. Llevaba el traje arrugado y él mismo estaba demacrado. Y, fantástico.

    Y tenía sus maravillosos ojos verdes y dorados clavados en la delgada tela de algodón que se pegaba a los senos de Lindy.

    «Genial», pensó ella, «aparece Travis de pronto y yo estoy aquí, parada en medio de la cocina medio desnuda».

    A pesar de su desnudez, Lindy se negaba a cruzarse de brazos, en un virginal intento de ocultar lo que tan íntimamente había conocido Travis.

    —¿Qué estás haciendo aquí?

    Su brusquedad consiguió hacer salir a Travis de su estupor. El enfado y el deseo que reconoció Lindy en su expresión le hicieron retroceder un paso.

    —¿Qué ha sido de la legendaria hospitalidad sureña?

    —La hospitalidad está destinada a amigos e invitados. Y tú no eres ninguna de las dos cosas.

    —No, sólo soy tu marido.

    Travis se apartó de la puerta que separaba la cocina del cuarto de estar.

    —¿Cómo has conseguido entrar?

    —La puerta estaba abierta.

    ¿Abierta? Lindy frunció el ceño, momentáneamente sorprendida, hasta que su cerebro conectó todos los datos. Su abuelo era el que se encargaba de cerrar las puertas por las noches. Una nueva punzada de tristeza atravesó su corazón, pero la contuvo con determinación. Más tarde, cuando estuviera sola, dejaría que fluyeran las lágrimas.

    Pero en ese momento, puso los brazos en jarras e intentó a hacerse a la idea de que iba vestida con un peto de pana y no con una camiseta de algodón casi transparente.

    —Normalmente, sólo cerramos las puertas del gallinero. Aquí no solemos tener problemas con las alimañas.

    —Un buen lema para la Cámara de Comercio.

    El rubor cubrió entonces las mejillas de Lindy. ¿Por qué cuando estaba con Travis le costaba tan poco olvidarse de su habitual amabilidad? Pero conocía de sobra la respuesta: porque nadie le había hecho tanto daño como él.

    —Me aseguraré de transmitir tu sugerencia. Procediendo de una persona con una trayectoria profesional como la tuya, estoy segura de que le prestarán la atención que se merece.

    —Veo que sigues teniendo la lengua tan afilada como siempre. Aunque recuerdo otra época en la que tu respuesta solía ser un ronroneo. O un gemido.

    Que el cielo la ayudara. Ella también recordaba aquella época. Y con demasiada frecuencia. Pero aquél era su secreto. Travis no tenía por qué saberlo.

    —Odio desilusionarte después de que hayas venido hasta aquí, pero hoy voy a tener un día muy apretado. Y los dos sabemos que tú también eres un hombre muy ocupado. Pero puedo llamar más tarde a tu secretaria. A lo mejor Marge puede hacerme un hueco en medio de tus importantes compromisos.

    Travis dio un paso hacia ella. Todo el deseo había desaparecido de sus ojos.

    —¿Crees que a mí me apetece estar aquí?

    —¿Entonces por qué has venido? Yo no te he pedido que lo hicieras.

    —No, no me lo has pedido. Ya dejaste suficientemente claro hacia quién iban dirigidas tus lealtades.

    —¡Mis lealtades!

    —Tú eres el único que habla continuamente de lealtad —¿cuántas veces había salido Travis al rescate de su «verdadera» familia, sin molestarse siquiera en decirle cuándo pensaba volver?

    —Fuiste tú la que te marchaste —replicó Travis con voz glacial—. Hasta que no leí esa maldita nota que dejaste, jamás te había considerado una cobarde. Siempre alardeabas de ser «descendiente de los valientes Lewis».

    El linaje de los valientes Lewis. Aquél era el lema de su abuelo. Su respuesta a todos los problemas con los que se había encontrado a lo largo de su vida.

    —¿Cómo te atreves a echarme en cara las palabras de mi abuelo? Debes haber pasado demasiado tiempo con tu hermano. Ésa es la clase de respuesta cruel que puede esperarse de un hombre como Grant.

    El semblante de Travis reflejó el dolor provocado por sus palabras, pero Lindy endureció su corazón.

    —Es evidente que has venido hasta aquí para molestarme. Pues lo has conseguido. Ahora ya puedes marcharte.

    —¿Marcharme? ¿Ésa es tu única respuesta? ¿Cuando las cosas se ponen difíciles, hacer las maletas y regresar a casa?

    —¿Qué otra opción tenía? No me diste ninguna razón para quedarme —estaba elevando la voz, pero no le importaba—. Trabajabas durante veinte horas al día siete días a la semana. En las raras ocasiones en las que volvías a casa, lo hacías para echarte una siesta rápida, ¡y en la habitación de invitados, por el amor de Dios! ¿Tienes idea de hasta qué punto me desmoralizabas?

    Se interrumpió para tomar aire. Incluso un año después, la idea de no ser para Travis nada más que una obligación le resultaba dolorosa.

    —Nunca pretendí hacerte daño. Pero no era consciente de lo que querías, de lo que necesitabas.

    —Podrías haberlo preguntado.

    Había necesitado desesperadamente su consuelo. Y lo único que había conseguido había sido su silencio. Su ausencia.

    —Supongo que quería esperar hasta que te hubieras recuperado antes de… —se encogió de hombros—. Antes de abordar un tema tan complicado. Nuestra relación ya era demasiado inestable.

    —Lo poco que quedaba de nuestra relación, murió esa misma noche.

    Se le quebraba la voz, como ocurría cada vez que recordaba el accidente de coche que había destrozado sus vidas. Se llevó las manos al vientre. Si su hijo no hubiera muerto, ¿habría sobrevivido su matrimonio?

    —Daría cualquier cosa por cambiar el pasado —susurró Travis.

    El calor que transmitía su voz minaba una vez más la resolución de Lindy. Intentando defenderse, respondió con dureza:

    —En cualquier caso, ni siquiera tú puedes hacerlo. Y yo tengo que asistir a un entierro.

    Se volvió para marcharse, desesperada por escapar antes de que las lágrimas desbordaran sus ojos.

    El cálido contacto de la mano de Travis interrumpió su retirada.

    —Sentí mucho enterarme de lo de Lionel. Sé lo mucho que significaba para ti.

    Lindy era consciente de que el cosquilleo que le causó el contacto con Travis no estaba bien. Por el amor de Dios, faltaban sólo unas horas para que enterrara al único familiar que había tenido nunca.

    Bajó la mirada hacia el lugar en el que la piel morena de Travis acariciaba su piel clara. Consciente de que él notaría cómo se le aceleraba el pulso, intentó atribuir su reacción al enfado. De modo que alzó la mirada y arqueó una ceja.

    Pero Travis curvó la comisura de los labios. No se dejaba engañar. Fueran cuales fueran los problemas que hubieran tenido, la química no había sido uno de ellos. Cada vez que estaban a menos de medio metro el uno del otro, entraban en combustión.

    Lindy suspiró con tristeza y liberó su brazo. Aquella explosiva atracción explicaba mejor que ninguna otra cosa que todo hubiera acabado de manera tan desastrosa.

    —Haznos un favor a los dos, Travis. Vuelve a Atlanta, al lugar al que perteneces.

    Travis permanecía a la sombra de un roble, en el cementerio, observando a Lindy tras la protección que le ofrecían las gafas de sol. Ella permanecía rígida como un soldado, seria y compuesta. Pero le temblaban las manos.

    Había conseguido domeñar sus rizos rubios en un sofisticado moño a la altura de la nuca. Un traje negro se abrazaba a su cuerpo, mostrando sus senos llenos y la curva de sus caderas.

    No llevaba gafas de sol, se enfrentaba a la mirada del sol y a las especulaciones de los allí reunidos sin máscara alguna.

    El teléfono móvil de Travis vibró por tercera vez en media hora. Travis metió la mano en el bolsillo del traje y lo desconectó. Monroe Enterprises o, más específicamente, su padre y su hermano, tendrían que arreglárselas sin él durante un par de días.

    Porque no iba a ir a ninguna parte hasta que no hubiera averiguado por qué le habían pedido que acudiera al entierro de Lionel Lewis.

    —No debemos pensar solamente en nuestra pérdida —estaba diciendo el sacerdote—. Debemos recordar la felicidad que Lionel llevó a nuestras vidas.

    Aquellas palabras penetraban en la conciencia de Travis, pero su mirada continuaba pendiente de las personas reunidas en el entierro, entre las que permanecía Lindy, junto al ataúd de su abuelo.

    Sus ojos volaron hacia un tipo descomunal que la agarraba del codo. Reconoció inmediatamente a aquel canalla. Jamás olvidaría la imagen de su esposa abrazada a su pecho.

    Tras haber leído la nota que Lindy le había dejado, había salido inmediatamente hacia Tenessee… Y esa misma noche había descubierto a Lindy bailando en la plaza del pueblo con un granjero. Travis se había marchado de allí sin saber el nombre del tipo en cuestión y, una vez en Atlanta, había pasado la noche ahogándose en whisky.

    Había averiguado ya el nombre de aquel tipo. La anciana que llevaba la pensión que pretendía pasar por un hotel en aquel pueblucho de mala muerte le había proporcionado encantada su identidad.

    —Gracias a Dios, tiene a Danny Robertson —le había explicado—. Lindy necesita un hombre fuerte en el que apoyarse en estos momentos difíciles. Y Danny es un gran chico.

    Su anfitriona no había ahorrado detalles sobre la larga amistad de Lindy con el propietario del almacén de semillas y piensos de la zona.

    A su alrededor, los asistentes al entierro comenzaron a susurrar un padrenuestro.

    —Y no nos dejes caer en la tentación…

    La tentación. Exacto. Travis cambió de postura bajo el calor del sol y observó a Lindy. ¿Sería posible que ella no supiera que lo había llamado un abogado el día anterior para darle los datos del entierro de Lionel y citarlo para una reunión que se celebraría a la mañana siguiente?

    Aquella mañana, parecía haberse sorprendido de su presencia.

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