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Salto al vacío: y no me cuentes… cuentos
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Salto al vacío: y no me cuentes… cuentos
Libro electrónico131 páginas1 hora

Salto al vacío: y no me cuentes… cuentos

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Relatos, cuentos cortos, ya publicados en diferentes antologías por su autor. Sin presunción, carentes de ambición y con el único objetivo y ánimo de distraer la mente de los lectores que gusten de leerlos y, «OJALÁ» de disfrutarlos.

IdiomaEspañol
EditorialFrank Spoiler
Fecha de lanzamiento30 jul 2017
ISBN9781386802228
Salto al vacío: y no me cuentes… cuentos

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    Salto al vacío - Frank Spoiler

    Agradecimientos

    A MIS DOS HIJOS PUES ellos serán siempre mi fuerza para vivir y seguir aprendiendo. ¡Os amo hijos míos con toda mi alma y mi aliento!

    FDM «fin del mundo»

    — VEN, MARTA —LE OFRECIÓ Javier su mano izquierda que, ella aceptó de buen grado saliendo del auto. Mira —extendió la otra cerrada con el dedo índice extendido señalando hacia el frente, donde Marta pudo ver y admirar un paisaje muy hermoso poblado de cerezos en flor. A escasos días del comienzo de la primavera que, al parecer, y debido a las cálidas temperaturas de esos días, habían decidido abrirse antes de la primavera que, al parecer, y debido a las cálidas temperaturas de esos días en el Valle del Jerte"  (Cáceres), de la sin par provincia extremeña».

    — Ves aquella montaña de allí —prosiguió indicando Javier, señalando un punto concreto del horizonte ligeramente a la izquierda—, pues esa es  La Garganta de la Puria, una preciosa garganta con unas no menos impresionantes chorreras y cascadas. Donde también puedes encontrar unas construcciones agrícolas y ganaderas y...

    —Javier no pudo continuar hablando, tanto él como Marta, quedaron embobados observando cómo en el cielo una enorme bola de fuego se aproximaba a una velocidad de vértigo hacia lo que él llamó Garganta de la Puria. Era grandiosa e iba seguida de una larga cola de humo negro. Vieron, pasmados, sin poder moverse de la impresión, cómo ésta chocaba contra la arboleda de la garganta, perdiéndose de vista entre su espesa hondonada y cómo a sus pies sintieron  un temblor en forma de vibración que casi los hizo caer, aunque lograron finalmente mantener el equilibrio a duras penas.

    Horas más tarde, ya en Plasencia y en casa del tío de Javier, los empalidecidos rostros de Marta y Javier, con una extraña mezcla de desconcierto y pavor, pudieron ver y enterarse en las noticias de la televisión regional extremeña que lo que habían visto no fue sino un breve seísmo de categoría cuatro, sin víctimas ni mayores consecuencias. Corría por entonces el mes de febrero del año 2005. Sin saber por qué ni Marta ni Javier contaron jamás lo que vieron ese día.

    20 DE FEBRERO DEL 2015

    La tierra estaba devastada, con más de mil cien millones de muertos en todo el mundo. Una década ya desde aquel fatídico día en que apareció el primer ser humano contagiado por el FDM siglas por la que era conocida aquella epidemia. Del fin del mundo, como la habían llamado los primeros investigadores que lo descubrieron. Un temible y mortal virus, por su poderosa fuerza viral y la celeridad en cómo se desarrollaba y expandía: «nadie que se hubiera contagiado la enfermedad había logrado sobrevivir más de diez días». Todavía no se sabía cómo se produjo la primera infección, aunque habían sospechas, pese a los investigadores en todo el mundo que intentaban averiguar las verdaderas causas, y en la que muchos de ellos murieron en su empeño por encontrar la solución, al estar en contacto con la beta maliciosa que, pese a los billones de euros gastados entre todos los países del mundo seguían sin averiguar.

    Parecía una misión hasta el momento imposible. Se decía que todo había empezado en la provincia de Cáceres, por el Valle del Jerte, luego empezaría a saberse que por todos los rincones del mundo estaba ocurriendo lo mismo.

    Diez años de locura, de devastación, pero no de vegetales, demás especies u cosas, no, ¡DE SERES HUMANOS! «El virus solo afectaba a los seres humanos, no afectaba en modo alguno a las demás especies, plantas u cosas. Era verdaderamente curioso. Ya había quien decía que se estaba ante una maldición de Dios (Yahvé) o cualquier otro dios... También se hablaba de plagas bíblicas». Ningún ciudadano se fiaba de su vecino, por temor a sufrir el contagio, vivían enemistados unos con otros, sin querer socializar, apenas salían de sus casas para ir a sus trabajos. Eso sí con aquellos trajes horribles, muy pesados y de amianto que, pese a todo, parecían no ser todo lo fiables ni eficaces cómo deberían ser pues, los contagios, seguían produciéndose unos tras otros. Solo parecía haber desaparecido sin que hubiera ninguna base científica ni explicación en algunas pequeñas aldeas o  pueblos de menos de cien habitantes. ¿Milagro? No se sabía a ciencia cierta pero lo cierto fue que habían desaparecido todos los brotes de FDM, sin que se llegara a saber sus posibles o verdaderas causas.

    BARCELONA, 20 DE FEBRERO del 2015, las 17:39 horas.

    ¿Diga? — preguntó Marta al otro lado de la línea.

    — Marta, soy yo, Javier, tenemos que vernos y hablar urgentemente —tras un carraspeo y una ligera pausa al otro lado del teléfono y un corto suspiro, se escuchó la voz de Marta—. Está bien Javier, ¿te parece bien que nos veamos en el bar de Juan, a las 21: 00 horas?

    — Sí — fue la escueta respuesta de Javier, antes de colgar.

    — Marta no había cambiado mucho, como pudo comprobar por sí mismo Javier al verla entrar tímidamente en el bar, vestía un conjunto de blusa y pantalón, los dos en tonos grises (siempre fue muy clásica), y eso que habían pasado nada más y nada menos que diez años desde la última vez que la vio en la casa de su tío Carlos, en Plasencia, después de... Un frío estremecimiento interrumpió los pensamientos de Javier.

    — Aquí Marta, estoy aquí — llamó, no muy alto Javier, sin levantarse y alzando una mano, desde donde permanecía sentado, una mesa alejada del tumulto de la barra. Pese a no ser un día de fiesta, el bar estaba muy concurrido, aunque de las diez mesas que ocupaban el local, tan solo permanecían ocupadas tres, la suya y las otras dos  con  tres y cuatro parroquianos por mesa respectivamente jugando a las cartas. ´Todos evitaban pensar en lo que estaba sucediendo o disimulaban intentando hacer las mismas cosas que hacían antes de la tragedia`. Barcelona había sido diezmada en más de cien mil personas y sus gentes parecían autómatas, andaban, respiraban y se movían pero, parecían no sentir.... y de hecho, poco a poco dejaron de hacerlo, se volvieron inexpresivos, opacos, no mostraban emoción o sentimiento alguno... hasta los niños habían dejado de jugar o de reír, parecían simples muñecos sin expresión.

    Javier se levantó al llegar Marta a su altura dándole un beso en cada mejilla, que Marta correspondió. Todo muy escueto, inexpresivo.

    Una vez acomodados los dos, se miraron fijamente sin mostrar emoción alguna. Marta era una mujer de unos cuarenta y cuatro años, alta, con líneas ampulosas, morena y de ojos marrones, casi ocultos por unas feas gafas de pasta negra, no era guapa pero tenía una belleza superior, la de su interior, tenía un alma muy noble y un corazón que no le cabía en el pecho de buena persona y excelente amiga de sus amigos que era.

    JAVIER FUE EL PRIMERO en hablar y fue al grano.

    — Ha llegado la hora de ejecutar la orden que se nos dio — fue enérgico Javier desde sus ciento veinte kilos de peso y sus uno ochenta de estatura, se le notaba muy seguro de lo que decía y de cómo lo decía. En sus ojos no hubo dudas, al contrario, mostraron su gran entereza.

    — Esperaba tu llamada — Replicó Marta, sin demostrar emoción.

    — ¡Perdón, señores!, ¿qué desean tomar? — Les preguntaba Juan frente a ellos. En sus ojos no había ni un leve gesto de reconocimiento, su mirada era totalmente opaca, inexpresiva, como si ejecutara un paso de baile bien aprendido y llevara años haciéndolo.

    Marta lo miró con tristeza, no quedaba nada de humanidad en su amigo Juan, bueno, ni en Juan ni en nadie de los que conocieron años atrás en ese precioso barrio de Sants, de la cosmopolita Barcelona. Ni siquiera su madre la reconocía ya, aunque la aceptaba en casa con ella.

    — Trae dos cafés por favor — pidió Javier, sin mirarlo. Hacía tiempo que había perdido la esperanza de que su amigo Juan lo reconociera, de hecho, no lo reconocía nadie del barrio, era como si les hubieran borrado a todos la memoria, colectivamente y de un solo plumazo de un día para el otro, de acuerdo que tampoco era su barrio, apenas hacía un año que se había trasladado a vivir allí, a unas dos manzanas de su amiga Marta, pese y

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