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El emigrante.
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Libro electrónico365 páginas4 horas

El emigrante.

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Información de este libro electrónico

Víctor es un joven integrado en el sistema socialista que gobierna su país, sin embargo, a raíz de acontecimientos acaecidos en la década de los años ochenta, se plantea la posibilidad de estar equivocado en sus creencias y decide cambiar el rumbo de su vida.
El cambio puede ser muy radical e irreversible.
Novela de ficción donde se relatan algunos hechos reales, que se mezclan con: drama, historia, política, amor, sexo, engaños e intriga y en la que cualquier semejanza con la realidad es sólo fruto del azar o tal vez..., no.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 dic 2020
ISBN9781005628918
El emigrante.
Autor

Steven Terrors

Nació en Matanzas, Cuba, en el año 1961. Desde muy joven aficionado a la lectura y la escritura. Sus primeras incursiones, en el mundo de las letras, lo supuso la redacción de frases cortas que lo ayudaban a entender lo que lo rodeaba, los poemas y microrrelatos. En la década de los noventa escribió su primera novela; Más allá de la frontera -publicada con Editorial Leibros en el año 2017. A través de la escritura pretende ofrecer nuevas perspectivas y puntos de vista, a los lectores, sobre los hechos narrados en sus obras. Sin obligarles, permitiendo que sea el lector quien saque sus propias conclusiones. Todas sus obras, aunque de ficción, relatan hechos reales y tratan de hacer llegar, a través de los personajes, la visión oculta de los acontecimientos, quizá ficción o tal vez no. Ha participado en múltiples eventos literarios y como jurado en concursos de microrrelatos y novela para editoriales. Es corrector de estilo y ortotipografía.

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    El emigrante. - Steven Terrors

    Índice de contenido

    1980

    CAPITULO I

    LA DECISIÓN

    Residencia de SusanaMadrid, año 2000

    CAPITULO II

    EL PASADO

    Aeropuerto José MartíRancho Boyeros, La Habana

    CAPITULO III

    EL COMIENZO

    Versalles, Matanzas, año 1961

    CAPÍTULO IV

    LOS HECHOS

    Matanzas, año 1980Residencia de VictorResidencia de JesúsHospital de Versalles

    Matanzas

    Residencia de Minelia

    Matanzas

    Residencia de Victor y Vanesa

    Matanzas

    Termoeléctrica José MartíVivienda de Nélida

    Matanzas

    Residencia de VictorCentro de trabajo de VanesaResidencia de Victor y Vanesa

    Matanzas

    Hospital MaternoSociedad DINAMO Capitán San LuisEdificio de Inmigración y Emigración

    Matanzas

    Residencia de VictorPlaya AmurResidencia de Victor y Vanesa

    Matanzas

    El TomeguínResidencia de VictorCabaret Antillano

    Matanzas-La Habana

    Residencia de VictorConsulado español en La HabanaResidencia de Victor

    CAPÍTULO V

    LA LLEGADA

    Aeropuerto de BarajasParque Eugenia de MontijoMadrid, año 1984

    Madrid

    Sur de la capitalUna discoteca en el centro

    Madrid

    Residencia de EddyZona norte de la ciudad

    Madrid

    Una obra en el centro de la ciudadResidencia de EddyResidencia de Rosa

    CAPITULO VI

    NUEVA VIDA

    MadridUna empresa de seguridad en Torrejón deArdozSur de MadridHotel Praga

    Las Palmas de Gran Canarias

    Isla de TenerifeLa OrotavaUn apartahotel en el Puerto de La Cruz

    Isla de Tenerife

    Oficinas de Slimpey, Los Gigantes

    Isla de Tenerife

    Puerto de La CruzLa Orotava

    Isla de Tenerife

    Puerto de La Cruz

    Madrid

    Torrejón de ArdozHospital de La Princesa

    Madrid

    Residencia de EddyHospital de La Princesa

    Madrid

    Residencia de EddyUn despacho de abogados en el centro

    Madrid

    Hospital de La PrincesaResidencia de EddyUn apartamento en el centro

    Firmapage0001

    El emigrante

    Libro I

    (Nueva vida)

    Steven Terrors

    El emigrante 

    (Nueva vida)

    Copyright, textos y maquetación: Steven Terrors

    Diseños interiores y de portada: Steven Terrors

    Corrección de estilo y ortotipográfica: Steven Terrors

    Impreso por: GRAFIEXPRESS, Álvarez de Lugo, 52, 38004. Santa Cruz de Tenerife.

    ISBN: 9798486176647

    Esta obra está protegida por los derechos de autor, con lo cual, corresponde al autor el ejercicio exclusivo de los derechos de explotación de su obra, en cualquier forma, y en especial los derechos de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación, que no podrán ser realizadas sin su autorización, salvos en los casos previstos en la Ley de Propiedad Intelectual, RD Legislativo 1/1996, de 12 de abril, por el que se aprueba el Texto Redifundido de la Ley de Propiedad. Si usted distribuye esta obra sin autorización expresa de su autor, estará incurriendo en un delito perseguido por la ley.

    Esta obra es de ficción. El argumento relatado es fruto de la imaginación de su autor, no obstante, se dan a conocer situaciones y testimonios que sucedieron en la vida real. Cualquier coincidencia de la trama con la realidad o de cualesquiera de los lugares descritos, son fruto del azar.

    El camino del cual puede hablarse,

    no es el camino eterno…

    no puede explicarse ni definirse,

    sólo puede experimentarse.

    Anónimo

    A mi querido hijo

    A mi madre, a mi hermana, a mis familiares, los de Cuba

    y los de Estados Unidos de América.

    A mi padre y mi segunda madre, Ana. A todos aquellos, quienes de una u otra manera contribuyeron con

    sus conversaciones, comentarios y enseñanzas,

    a que todo fuera más real.

    Steven Terrors

    1980 

    El aroma dulce e intenso del follaje tropical, que se abrió más adelante, y la putrefacción, flotaron en el aire mientras el zumbido de los insectos llenó la noche. 

    Estaban agotados, sudorosos, y los cuerpos y las ropas apestaban a maleza.

    Llevaban todo el día rastreando la sierra, en busca de alzados, sin el apoyo del refuerzo prometido que no llegó.

    Eddy se detuvo por un momento.

    Estaba hambriento y su estómago rugió, como si tuviera un león dentro, pero ocultarse de los insurrectos que merodeaban por la cordillera era la principal necesidad. Formaba parte del juego. Una exhibición más de la habilidad, para permanecer vivo, en un lugar donde la probabilidad era bastante reducida. 

    Notaba mucho cansancio. 

    Desde la llegada al infierno —así prefirió llamar a aquel lugar—, apenas había descansado. Dormir podía llegar a costar la vida. 

    Vivía en constante tensión. La ansiedad se convirtió en su mejor compañera —aunque difícil de soportar—, y su cuerpo, de cinco pies y siete pulgadas de estatura, perdía peso. 

    No pudo precisar la pérdida. Fue consciente de la disminución de la masa corporal porque las costillas comenzaban a ser visibles. 

    Continuó descendiendo por la peligrosa pendiente y llegó al meandro de un río donde un árbol caído se adentraba en el agua. 

    Se percató que llevaba un largo tiempo sin ver a su amigo. 

    Giró y buscó a Julio. 

    Estaba sentado en el tronco del árbol caído. 

    Lo acechó y se distrajo encendiendo su último Vegueros. 

    Estaba demacrado, barbudo, flaco. Como él. 

    Aguardó hasta que concluyó. Hizo un ademán para que lo siguiera, y continuó andando, sin prestar atención a la tenue luz del pitillo que podía delatarlos. 

    «Qué carajo». —Se sobresaltó al pensar si había llegado el momento, en el que, después de todo lo visto y sufrido en el horripilante paraje, las cosas daban igual y se retaba impunemente a la muerte. 

    Dejó a un lado las cavilaciones y continuó la marcha concentrado. 

    Precisaba llegar lo antes posible al campamento construido, en lo intrínseco de la sierra, antes de batir la zona repartidos en seis patrullas. 

    Tenía que ultimar, aunque fuera durante unas pocas horas, la espeluznante y real pesadilla que comenzó cuando la patrulla, en la que estaban integrados, resultó aniquilada en su totalidad. 

    Sólo ellos sobrevivieron al enfrentamiento con los denominados alzados. Aún podía visualizar la encarnizada lucha. 

    El desconcierto fue enorme. 

    La metralla, las granadas arrojadas, las balas disparadas por los rifles y ametralladoras de ambos frentes, esparcidas por la zona, espantaron la fauna y abatieron a unos y otros contendientes. 

    Tras dos horas de duro y encarnizado combate —que dejó sobre la tierra húmeda más de dos docenas de cadáveres mutilados, ramas de árboles fracturadas, animales muertos, olor a pólvora y restos de metralla por doquier–, los disparos se extinguieron junto con las vidas de los enfrentados. Fueron los únicos capaces de salvar sus vidas y escapar de la carnicería. 

    Prosiguieron el descenso por la ladera escarpada, de la cumbre de la montaña carente de vegetación, donde los escasos árboles no formaban impenetrables masas y donde, en algunos sitios, voluminosos troncos yacían en el suelo. 

    Secó el sudor de la frente con la palma de la mano derecha. 

    El calor resultaba asfixiante a pesar de los nubarrones, que anunciaban la inminente tormenta muy cerca, y de la oscura noche que se cernía sobre ellos. 

    Aceleraron el paso sin dejar de ser cautelosos. 

    En ocasiones descubrieron huellas de pisadas de personas. Como si no fuera suficiente, para intranquilizarlos, el terreno por donde transitaban era poco firme, resbaladizo y muy peligroso. 

    —No me explico que carajo hago aquí jugándome la vida. —articuló sin poder contenerse por más tiempo, sin detenerse, frenando el impulso adquirido en el descenso. 

    —Deja las majaderías coño. Sabes que hay que acabar con todos los gusanos que quieren joder la Revolución. 

    —No jeringues chico, deja la charla ideológica. —Giró con rapidez encarando a su amigo—. Mucha de esta gente era fiel a Castro y a Huber Matos. Calló un momento. Chasqueó la lengua y continuó. 

    —Habría que pensar que provocó que esta gente cambiara de bando. 

    —No hay nada que pensar. Traicionaron a la Revolución. —chilló Julio—. Por eso muchos están en la cárcel, como Huber, y otros muertos. 

    —Revolución… La palabrita se hará famosa junto con todos los que estamos aquí, si nos mantenemos con vida. No estoy muy seguro que Matos sea un traidor. 

    Como siempre, existían dos versiones: la de Castro, quien aseguró que Matos organizó una sublevación en Camagüey, que estuvo a punto de provocar un combate sangriento, que según el comandante detuvo por teléfono. 

    Fidel declaró, que se trasladó con Camilo Cienfuegos a Camagüey y, que fue al regimiento con el pueblo sin armas. 

    Mantuvo que sabía que las tropas de Huber no dispararían. Por el efecto del impacto moral. Aunque tampoco ocultó que Camilo se adelantó y desarmó a Huber, antes que él llegara en compañía del pueblo, sin embargo, la otra versión era muy distinta. 

    Según el propio Huber, en octubre de 1959, escribió a Fidel: «Quiero regresar a casa, abandonar toda actividad pública, porque no comparto lo que está ocurriendo. Muchos grandes hombres, han caído en desgracia cuando sus hechos se han visto enfrentados a sus declaraciones. Creo en la democracia y creo que lo que se está construyendo es otra cosa. Te deseo Fidel, toda la suerte del mundo y los mayores éxitos». 

    Este respondió tratando de hablar por teléfono con Huber, pero rehusó. 

    Fue entonces cuando recurrió a Camilo, quien guardaba excelente relación con Matos. 

    Antes de partir, Fidel le advirtió: «Dile que dentro de la Revolución todo, pero fuera nada». 

    Camilo viajó a Camagüey, y de regreso a La Habana, informó que Matos estaba convertido en una persona muy popular en la provincia. Rodeado de tropas fieles, comandadas por oficiales, con experiencia en la Sierra Maestra. 

    Casi de forma simultánea, Fidel recibió un nuevo mensaje de Huber. «He ordenado a mis hombres que bajo ningún concepto disparen, contra nadie, ni siquiera contra los sicarios que enviarás para que me degüellen. No quiero derramar ni una sola gota de sangre cubana». 

    Fidel decidió que tenía que actuar rápido y varios mítines más tarde, en los que dejó entrever lo que ocurría, después de intentar abrir un proceso judicial a Matos, por conspiración contra el estado, en el cual no obtuvo lo que pretendía —sólo consiguió un voto—, protagonizó la manifestación que lo detuvo sin oponer resistencia. Fue encarcelado con los presos comunes. 

    Camilo, antes de la detención, recriminó a Fidel lo que estaba ocurriendo. Le dijo que usaba el prestigio de la Revolución, y de los revolucionarios, para asentar una dictadura personal. Fidel no replicó. Pocos días después del encarcelamiento de Matos, Camilo desapareció en un accidente de avioneta. Inexplicable y por aclarar, según el gobierno, en las poco profundas y cristalinas aguas del Mar Caribe. 

    —Calla carajo y no digas más pendejadas. —vociferó. 

    Eddy calló. 

    La montaña constituía un territorio diferente y con muchas peculiaridades. Una de ellas: lo lejos que se propaga el sonido. En la sierra silenciosa una plática entre dos personas, en tono normal, se puede escuchar a trescientos metros. 

    Más tarde, en silencio, irrumpieron en el bosque tropical mixto dominado por arbustos y hierbas altas. Donde destaca, por su altura y abundancia, la palma real. Que se mezcla con los ceibos, caobos, cedros y jiquís de madera dura y negra. 

    El calor, más soportable, comenzaba a aplacarse a causa de la ligera brisa que soplaba secando los uniformes, de color verde olivo, que cubrían sus cuerpos y adquirieron tonalidad oscura empapados por el sudor. 

    Las espesas nubes impidieron el paso de la claridad, de la luna, y la total oscuridad dificultó mucho la visibilidad. 

    Julio se detuvo. 

    —¿Qué pasa? ¿Por qué te paras? 

    —Calla. —Levantó la mano frente a su pecho y se concentró en los ruidos de la noche—. Me pareció escuchar pisadas. –añadió en un susurro. 

    —Venga, tira para delante. Salgamos de aquí de una puñetera vez. —gruñó Eddy a su oído sujetando el fusil con excesiva fuerza. 

    —Calla carajo. 

    Se adelantó tres o cuatro metros y escrutó en la oscuridad procurando evitar pisar con fuerza, en caso de hollar de manera fortuita, alguna rama seca que se interpusiera en su camino. 

    Se giró para indicar a Julio que podían continuar. Ocurrió en ese momento, al virar hacia la derecha, cuando captó el movimiento de una sombra desplazándose a pocas decenas de metros. En un lugar más alto, que el que ocupaban, y que apareció en su campo visual. Corrió hacia él, sin saber si les habían descubierto, y lanzándose al suelo lo arrastró en su caída. 

    —Mierda. —Escupió la tierra adherida a los labios, cuando su boca chocó contra la húmeda tierra—. ¿Qué cojones pasa ahora? 

    —Una sombra... humana. Eso creo. —Su voz era casi un silbido. 

    —¿Seguro? —Dudó, a pesar de creer escuchar pisadas. La oscuridad era total—. ¿No lo habrás imaginado? 

    —Imbécil. —Lo agarró por la pechera y tiró de él hasta que pudo sentir su aliento—. Vi una figura y creo que era humana. 

    —Está bien. —Se soltó dando un tirón–. Larguémonos. Con cuidado. Si nos escuchó puede que esté ahí. —Señaló hacia la maleza—. Tenemos que partirle el culo antes que nos joda. 

    Reiniciaron el descenso con lentitud, volviendo sobre sus pasos, en zigzag. Efectuando un rodeo para peinar la zona y poder tender una emboscada. No querían sorpresas. 

    Eddy notó como la respiración se agitó y la tensión apareció. 

    Experimentó la presencia furtiva de la muerte y, se sintió tan cerca de ella que, no pudo evitar pensar en Nélida. 

    Luchó con tenacidad para eludir los pensamientos, y logró dominar la mente, y concentrarse en la bajada. 

    No sabía a quién se enfrentaba. 

    Si la sombra se correspondía con un alzado, sobreviviente al enfrentamiento anterior, todas las previsiones resultaban insuficientes. Existía la probabilidad de que aquel hombre, al llevar más tiempo que ellos en aquel paraje, conociera mejor la cordillera y los emboscara. 

    Apretó el fusil, entre las sudorosas manos, como si temiera perderlo. 

    Lo levantó cuando secó la frente con el antebrazo izquierdo. 

    Estaba empapado en sudor y, a pesar del calor, percibió el frío que lo penetraba. 

    Fue consciente que tiritaba de miedo. 

    Quiso alejarse, lo antes posible, del terrorífico escenario, pero la necesidad de correr despareció. Cuando se percató, que no existía lugar seguro hacia donde hacerlo y, que representaba una forma segura de perder la vida. 

    Procuró relajarse, pero no lo logró, y dibujó de nuevo en su mente la imagen de su esposa. Quiso estar a su lado, sobre todo en aquel momento. Eligió pensar que, aunque no fuera posible aquella noche, al menos sería muy pronto. Cuando diera a luz, si no lo abandonaba la suerte. 

    No eligió aquel destino. No quiso estar en aquel lugar, en aquella estúpida lucha. No se presentó voluntario, y jamás lo habría hecho, pero fue llamado a filas. En los tiempos que corrían, la única opción posible con un llamamiento a las armas, era presentarse y procurar seguir con vida hasta la finalización del servicio. 

    A pesar de sus cortos veintitrés años estaba muy cansado, con demasiadas vivencias desagradables sobre la espalda. Cualquier joven a su edad, en una vida normal, disfrutaba de las vivencias con sus amigos en compañía de chicas hermosas. Bailando en una discoteca, bebiendo ron, y no como él luchando por mantenerse vivo. 

    Sintió asco de aquella situación. Notó como la frustración se apoderó de su ser. Fue consciente una vez más, desde el día que llegó a aquel inhóspito y peligroso lugar, que de no ser por la esposa que le aguardaba en la ciudad habría desertado y mandado todo al carajo. Pero no podía hacerlo. La única opción que quedaba era seguir hacia delante. 

    Quiso gritar, llorar, aún a sabiendas de que no encontraría, ni el consuelo, ni una cálida mano femenina que secara sus lágrimas. Logró sobreponerse, sin poder evitar que un par de sollozos se le escaparan. 

    La distracción estuvo a punto de acabar con su vida. 

    Su momentánea fuga anuló sus defensas naturales impidiéndolo advertir la presencia del hombre que, a escasos metros, apuntaba apoyado contra un árbol. 

    El rostro palideció y el pánico lo apresó, paralizándolo, inhabilitándolo para llevar a cabo cualquier tipo de acción. 

    Retrocedió un paso. 

    Una rama sobresaliente, del irregular terreno, provocó que perdiera el equilibrio al tropezar. Cayó sobre la húmeda tierra. 

    La bala pasó silbando a la altura de su oreja. 

    Pensó en Julio. No sabía dónde estaba. 

    Logró sobreponerse y acopiando todas sus fuerzas con celeridad, con el rifle montado, se incorporó en el instante que volvía a ser encañonado. Elevó el arma y un nuevo disparo rompió el silencio de la sierra. Terminando de ahuyentar las pocas aves cercanas que rondaban por la zona, y principiaron el vuelo, espantadas por la fuerte detonación. 

    Julio llegó corriendo y chocó con el cadáver. 

    Eddy examinaba al hombre, que yacía a sus pies, con un orificio en el centro del pecho. La sangre oscura, que brotaba, manchaba la camisa de caqui de mangas largas. 

    Lo miró. 

    Era de proporciones similares a las de su amigo y no debía superar los setenta kilogramos. 

    —Por un momento temí por tu vida. —Resopló. 

    —Casi lo logra. Tropecé. Caí. —balbució sintiendo su corazón agitado, pero quieto, arrodillado junto a la víctima. 

    —Cabrón. —Empezó a escupirlo y patearlo en las costillas. 

    —Basta. Déjalo. Está muerto. —Empujó la pierna de su amigo. Impidiendo que continuara el castigo sobre el cuerpo inerte. 

    —Mierda. Que se joda. —Echó el rifle sobre el hombro—. Vamos, salgamos de aquí. 

    —Espera. —Lo obligó a detenerse—. Quiero saber quién era. 

    Abrió la boca para protestar, pero eligió no hacerlo y esperó. 

    Minutos más tarde concluyó el registro. Sin poder palpar ningún documento o chapa, que pudiera identificar el cadáver. 

    —Vamos. 

    —Espera un segundo. —En esa ocasión fue él quien frenó el avance. Se agachó y recogió el sombrero del difunto. Le dio unas vueltas entre sus manos y sacó un envoltorio de papel de un pequeño bolsillo interior. Cosido de manera improvisada. 

    Lo deshizo. Aprovechando que una masa nubosa al desplazarse, impulsada por el viento, permitió que la claridad reflejada por la luna iluminara la sierra, ayudado por la fosforera, lo leyó antes de entregarlo a Eddy junto con las chapas protegidas por el papel. Este sostuvo el pliego con el nombre y la dirección escritos, en una mano y las chapas en la otra, sin saber qué hacer con todo aquello. 

    Por fin lo decidió y guardó todo, en el bolsillo de su camisa, en el momento que cayeron las primeras gotas de lluvia. 

    Se volvió para mirar por última vez a la víctima. Emitió un desgarrador grito cuando la claridad se posó sobre el rostro. 

    Eddy se incorporó con rapidez en la cama, en la penumbra de la habitación. 

    El pulso estaba acelerado y no conseguía respirar con normalidad. 

    Desde la llamada de Víctor comunicando su intención de pedir una visa de turismo, para ir a visitarlo, no podía conciliar el sueño. Lo peor era que aquella pesadilla recurrente sobre una realidad pasada, en la que al final veía el rostro de su hijo, se reproducía desde hacía una semana. 

    Permaneció sentado en la cama un breve espacio de tiempo, durante el cual comprobó que su mujer dormía y que no había alterado su sueño, y minutos después se arropó con la manta. 

     El día siguiente sería largo. 

    Ordenando las gestiones a realizar, se durmió.

    CAPITULO I

    LA DECISIÓN

    Residencia de Susana

    Madrid, año 2000

    Victor apartó la cortina de la ventana abierta, del dormitorio, el más alejado de la entrada de la casa, situado al final del pasillo —que lindaba con la cocina—, al que se trasladó de forma definitiva dos meses atrás. El tiempo que llevaba rota su relación de pareja. 

    Su vida, cambiada, permanecía en continua metamorfosis. No conocía la causa, y su interés por saberlo era inferior al esfuerzo que le suponía conocerlo, pero su relación sentimental se estaba desmoronando. 

    La ilusión, el amor, el deseo, de manera incomprensible se extinguieron, dejando paso y sitio libre al hastío y la intolerancia. Pensaba en la conveniencia de mantener una situación que, a cada día que transcurría, se le antojaba insostenible. 

    Propinó una chupada a su cigarrillo Popular que extrajo de la cajetilla comprada, dos días atrás, en la agencia de viajes ubicada en la misma planta del Consulado Cubano erigido en la madrileña calle del Conde de Peñalver. Levantó la vista de la piscina, cubierta —aún faltaba un mes para que la limpiaran y la pusieran a disposición de los vecinos de la comunidad dando comienzo a la temporada de baños—, con la lona azul sobre la que se acumulaban pequeñas y grandes lagunas de agua verdosa. Donde permanecían visibles los inquietos puntos móviles, moviéndose a velocidades vertiginosas. Las larvas de los futuros e incómodos mosquitos, que encontraron el hábitat ideal para su desarrollo. 

    Dirigió la mirada hacia el cielo. El sol empezaba a ocultarse entre las nubes que, raudas se aglomeraron y, evitaron el paso de los rayos solares amenazando con descargar su contenido. 

    Tiró la colilla, con fuerza, para conseguir que cayera sobre uno de los charcos formados encima de la lona que cubría la piscina. 

    Alisó el pelo varias veces seguidas. Sabía que no reconocería su tierra, conocidos, o familiares. 

    Deseó, desde el mismo instante en que puso sus pies sobre la tierra de aquel país, que aquel momento llegara. 

    Diez años después de cumplido el plazo de cuatro años sin poder entrar al país —en aquellos tiempos impuesto por el gobierno cubano a los emigrantes—, creyó estar preparado para la ocasión. Fue consciente que no era verdad. Supo que ni el esfuerzo, ni la mentalización, sirvieron de mucho. No se sintió preparado para el encuentro, ni para el impacto que le podía provocar. 

    Tenía la certeza que todos estaban cambiados, tanto en la forma física como en lo referente a la mente, y ese conocimiento lo inquietaba en exceso. Recordó la primera vez que vio una foto actualizada de su madre, después de catorce años. 

    Nélida conservaba el mismo físico, frágil y pequeño, pero el rostro era diferente. Las canas se apropiaron del liso y suave pelo negro y las arrugas invadieron la piel de la cara, convirtiendo la expresión en triste, permitiendo que traslucieran el sufrimiento y la necesidad vividas durante un período de tiempo prolongado. 

    Inspiró con profundidad. La imagen, cada vez que la reproducía en su mente, resultaba dolorosa. Incrementaba los latidos de su corazón, y acrecentaba su repulsa, hacia todo lo que tuviera relación con el eterno incombustible Comandante en Jefe. 

    A diferencia de su madre, corrió mejor suerte. Estaba igual que cuando abandonó el país. 

    Mantuvo su peso, que oscilaba entre los sesenta y tres kilogramos y los sesenta y cinco. Su piel carecía de arrugas, no tenía barriga, y si no fuera por las visibles y numerosas canas se podía decir que estuvo hibernado. 

     Meneó la cabeza con resignación y enfado. 

    No existía justicia en la vida. Para nada. 

    Dieciséis años después de aterrizar en Madrid, la situación era muy distinta. La relación con Eddy y Manoli, que en un principio comenzó con muy mal pie, se hallaba recuperada. Al fin las partes implicadas —en la que también se incluía—, entendieron los errores y, aunque quedaba mucho por limar y trabajar, mejoraba. Encontró a Raúl y a Rosa, quienes ayudaron en un cambio importante de rumbo en su vida. En su totalidad. Finalmente, decidió que lo mejor sería salir adelante en su nuevo país. Afrontar la nueva vida y crear una familia, como otros muchos hicieron, aunque de momento se le resistía. Retrocedió en sus pensamientos hasta la calurosa tarde del mes de octubre del año 1984. En su país natal, en Cuba, la Perla del Caribe. 

    Lo asaltaron las mismas sensaciones. El miedo lo embargó y el nerviosismo recorrió su anatomía. Como si un ejército de hormigas invisibles correteara por el interior de su cuerpo. 

    Era el momento de volver al punto de partida. La ocasión de reencontrarse, de entenderse, de comprender su vida. De recuperar su identidad, de comenzar a vivir.

    CAPITULO II

    EL PASADO

    Aeropuerto José Martí

    Rancho Boyeros, La Habana 

    Nació en Matanzas, ciudad situada a la distancia de ciento un kilómetro de La Habana, capital del país. Provincia de mayor desarrollo económico, cosmopolita y de mayor densidad —dos mil ochocientos treinta habitantes por kilómetro cuadrado muy superior a la de la nación con noventa y siete. 

    La ciudad es conocida por unos como la Atenas de Cuba y por otros como la Venecia cubana. 

    Las denominaciones, atribuidas en primer lugar, por la diversidad de personajes importantes pertenecientes al mundo del arte y las letras nacidos en la región; en segundo término, porque los ríos Yumurí y San Juan, antes de desembocar en el mar, atraviesan la localidad originando bonitos e insólitos puentes y mansiones.

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