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Enemigo oculto
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Libro electrónico275 páginas3 horas

Enemigo oculto

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Un criminal atentado con motivos muy cuestionables.
Un centenar de víctimas inocentes y un inesperado accidente de un analista del SSD.
El deseo de venganza involucra a Steven en una investigación donde casi nada es verdad y donde la realidad se oculta detrás de un enemigo invisible con demasiado poder.

En Brusseau un criminal atentado pone fin a la vida de más de cien ciudadanos.

Al principio de la investigación todo parece indicar que los responsables son el grupo terrorista y separatista radicado en la isla.

Charles, un analista del SSD, no está convencido de la autoría del PFL y tampoco de la de los yihadistas, también sospechosos, pero un desafortunado "accidente" acaba con su vida.

Steven, su hermano, se involucra en una investigación para esclarecer los hechos y llevar a los responsables de tantas muertes ante la justicia.

Descubrirá que los involucrados tienen, además de un motivo oculto, demasiado poder y son capaces de cometer los actos más viles del ser humano.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 ago 2021
ISBN9798201335717
Enemigo oculto
Autor

Steven Terrors

Nació en Matanzas, Cuba, en el año 1961. Desde muy joven aficionado a la lectura y la escritura. Sus primeras incursiones, en el mundo de las letras, lo supuso la redacción de frases cortas que lo ayudaban a entender lo que lo rodeaba, los poemas y microrrelatos. En la década de los noventa escribió su primera novela; Más allá de la frontera -publicada con Editorial Leibros en el año 2017. A través de la escritura pretende ofrecer nuevas perspectivas y puntos de vista, a los lectores, sobre los hechos narrados en sus obras. Sin obligarles, permitiendo que sea el lector quien saque sus propias conclusiones. Todas sus obras, aunque de ficción, relatan hechos reales y tratan de hacer llegar, a través de los personajes, la visión oculta de los acontecimientos, quizá ficción o tal vez no. Ha participado en múltiples eventos literarios y como jurado en concursos de microrrelatos y novela para editoriales. Es corrector de estilo y ortotipografía.

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    Enemigo oculto - Steven Terrors

    Mehdia, Marruecos

    Cuando convocó la reunión no imaginó que encontraría una localidad más apropiada a su propósito. La pequeña ciudad marroquí, de apenas diecisiete mil habitantes, perteneciente a la provincia de Kentira, se le antojó el enclave ideal por haber sido invadida por españoles y franceses, y nido de piratas, en el siglo XVl. Resultaba irónico, pero no pudo resistir la tentación, ante lo que se representó como un símil. Una premonición de lo que estaba próximo a ocurrir. La nueva generación de corsarios, los guerreros de Alá, prestos y a punto de asestar un duro golpe a los occidentales que tantos sufrimientos creaban a diario. 

    Las olas rompían con fuerza sobre la arena de la orilla de la playa y el sol se precipitaba con rapidez, en el horizonte, a punto de perderse sobre la superficie del mar. 

    El cielo, en el exterior, cubierto de una tonalidad roja anaranjada. En el interior de la casa cuatro hombres, de origen marroquí, bebían de sus respectivas tazas de plata labradas a mano, con llamativas formas, el típico té verde con menta. 

    —Tenemos que infligir a los infieles el castigo que merecen. –concluyó Abdellah. El único de los presentes ataviado con chilaba blanca, de apertura lateral, y babuchas de color amarillo, en el preciso instante en que apoyó la taza de té vacía, sobre el platillo, al tiempo que la volvía a llenar y borrando de sus labios la malvada y somera sonrisa que se dibujó, mientras permaneció abstraído en el recordatorio de la historia del lugar. 

    Aparentaba entre cuarenta y cinco y cincuenta años. Estatura aproximada a los ciento setenta y dos centímetros y, quizá su peso estaba un poco por encima de lo ideal para su altura. Debía rondar cerca de los ochenta y cinco kilogramos. 

    Su cara permanecía, en parte, escondida por la abundante barba que sólo dejaba al descubierto la nariz, los ojos, la boca y una grotesca cicatriz que lo recorría desde la parte derecha inferior de su nariz hasta la zona más externa del ojo del mismo lado. 

    Provenía de una familia humilde, pastores. De muy joven radicalizado; asociado a un grupo terrorista en Oriente Medio. Su participación en actividades sangrientas, hasta aquel momento, siempre fue nula. Jugaba un relevante papel en la captación y adoctrinamiento de los –que solían llamar– nuevos guerreros de Alá. 

    Su ascenso dentro del organigrama de la organización se materializó, unos pocos años atrás, gracias a su privilegiada mente, a su capacidad para planificar acciones terroristas, y su potencial para impartir la pervertida doctrina a los jóvenes captados para la lucha santa. 

    Sus tres acompañantes, vestidos con gandoras; cuyas edades se situaban entre treinta y cuarenta años, asintieron varias veces con un movimiento de sus respectivas cabezas. 

    Después se incorporaron al mismo tiempo y se despidieron de su anfitrión, quien permaneció inmóvil sumido en sus razonamientos, mientras degustaba la última taza de té servido. 

    La asamblea no fue un suceso imprevisto. Llevaba programada desde varios meses atrás. El objetivo: la planificación de los actos de terror para originar el máximo y factible daño en los países occidentales. Devolver el golpe. Que sus ciudadanos experimentaran en sus carnes todo el dolor que ellos padecían desde hacía muchos años. 

    Cuando terminó la infusión se levantó, desenrolló una alfombra, y se preparó para cumplir con sus obligaciones religiosas del Corán.

    Isla Brusseau

    Aeropuerto Internacional, año 2011

    El hombre que abandonó el control de pasaportes, cuyo documento lo identificaba como Salim, salió por la puerta principal del aeropuerto internacional y se subió a uno de los taxis que aguardaban clientes en la larga fila. Él era el último, de los tres más jóvenes, de los elegidos que antaño participó en el encuentro en la casa en Mehdia. 

    Cuando traspasó la salida, y antes de abordar el vehículo, permaneció durante un par de minutos estático frente a la larga hilera. Dedicado a observar la descomunal construcción. A pesar de las veces que lo había frecuentado nunca se detuvo a apreciar la majestuosidad de la única instalación, para el transporte aéreo de pasajeros, edificada en la isla y la número veinticinco a escala mundial en tráfico de personas. Puesto merecido y reconocido a causa del abundante flujo de turistas que arribaban y despegaban, en sus respectivos vuelos, del país a diario. 

    De estatura media, pero cercana a los seis pies. Su cara redondeada. Sus vivaces y pequeños ojos se situaban por encima de una nariz achatada, aunque no muy gruesa. 

     En su boca, quizá un poco más grande de lo común, unos labios carnosos la dominaban. 

    Tenía cierta tendencia a engordar. Empezaba a apreciarse el exceso de peso, en la zona abdominal, en el cuerpo de complexión ancha sobre el que se asentaba la cabeza unida al conjunto por un cuello corto. 

    Nunca solía viajar a Marruecos sin hacerse acompañar, por su esposa y su hijo de siete años, pero en aquella ocasión teniendo en cuenta que sólo permanecería por espacio de un par de días, en su país de origen y del motivo, prefirió hacerlo. 

    Salim inmigrante en Brusseau desde hacía ya doce años tras obtener –no exento de sacrificio e inconvenientes por su condición y a causa del engorro de los trámites burocráticos y la inflexible ley de extranjería–, su permiso de residencia se arriesgó a reclamar a su esposa, para quién, a pesar de ser la madre de un niño nacido en el país, no había podido aún conseguir la documentación que la reconociera como residente regular –que ya ostentaba su primogénito–, aunque no la nacionalidad que sólo podría solicitar a partir de la fecha de su décimo cumpleaños. 

    Una situación que lo mantenía incómodo. Las autoridades de inmigración y la policía rechazaban una y otra vez los documentos a su cónyuge, al igual que los innumerables recursos presentados. Denegados de la misma manera uno tras otro. Imposibilitando que pudiera acreditarse una autorización de trabajo, imprescindible para incorporarse al mercado laboral, y poder auxiliarlo con la economía de la familia que recaía de forma única sobre su responsabilidad. 

    Cada vez le costaba un esfuerzo superior llegar a fin de mes. Con el sueldo ajustado que percibía por parte de un paisano, quien lo tenía empleado en un locutorio entre diez y doce horas diarias, la tarea se antojaba ardua en demasía. 

    Era su particular yihad. Proveer de la forma que fuera viable para poder garantizar la subsistencia familiar. Todo porque los malditos burócratas, dedicados de manera exclusiva a proclamar leyes sin sentido, resolvieron en un lapso determinado endurecer la legislación, en lo referente a extranjería, y obstaculizar un poco más las ya conflictivas situaciones de los inmigrantes. 

    Igual que sus predecesores, en el viaje de regreso, vestía como un occidental. 

    Un jean; una camisa a cuadros azules oscuros y claros y una chaqueta que se percibía con uso frecuente. Pasada de moda, pero aceptable, no lo suficiente antigua como para centrar la atención. 

    Iba calzado con mocasines de punteras finas que semejaban a las babuchas. 

    Vivía en un continuo carrusel de sensaciones y sentimientos. Agradecía la oportunidad de poder permitirse vivir en Brusseau, aunque las condiciones no eran las mejores. La administración suponía un inconveniente que le prolongaba su continuo enfado, pero no dejaba de reconocer que, aún así era mejor que haber permanecido en Marruecos. En su país de natalidad, la supervivencia al menos para él y su familia era una labor mucho más engorrosa y, las posibilidades de vivir una vida digna, teniendo en cuenta su cualificación académica y nivel económico, era casi inasequible. Por eso se alegró mucho cuando emigró, sobre todo cuando le fue concedida su autorización de residencia y permiso de trabajo, aunque lo que nadie le relató y de lo que no consiguió ser consciente, al menos en los primeros momentos, fue de los prejuicios existentes hacia la población marroquí y en especial hacia la religión musulmana. 

    Años atrás cuando el Frente Patriótico de Liberación (PFL), estaba en su apogeo, ningún nacional sentía aversión ni discriminaba a los semejantes de Brusseau, sin embargo desde que los mal llamados yihadistas –que para él no merecían tratamiento distinto del de terroristas, con independencia del lugar de nacimiento–, iniciaron su ofensiva de crímenes, pasaron a ser etiquetados, mal vistos y por muchos tratados, como seres en los que no se podía depositar confianza. Cuya última finalidad resultaba ser la de trapichear con drogas, robar, atentar y exterminar inocentes por el simple hecho de ser occidentales. 

    Tal visión la consideraba injusta y absurda. Quería seguir creyendo que sólo era la de una minoría, pero con el paso del tiempo su percepción fue mutando. Sentía la sensación que aquellos que en un principio le parecieron insignificantes empezaban a ser mayoritarios. De una falacia que lo único que conseguía, además del aislamiento, era fomentar el odio. Consiguiendo que personas como él, incapaces de pensar en dañar a un ser humano, revaloraran y replantearan sus actitudes, y se convirtieran en vulnerables, ante la verborrea de fanáticos asesinos quienes lograban incorporarlos a su causa, que no era otra que el asesinato de inocentes. 

    Cuando llegó a la vivienda alquilada, residencia que ocuparían sus compatriotas y acompañantes en la congregación de Mehdia –para los meses próximos–, soltó el bolso de mano sobre la cama. Se desnudó y se metió bajo la ducha. 

    Abrió el grifo, apoyó las manos sobre la pared de enfrente con los brazos estirados, y permitió que el agua cayera sobre el cuerpo. 

    Sus compañeros, ausentes a su llegada, dejaron sus respectivas bolsas en el sofá del salón, antes de volver a abandonar la vivienda para ocuparse de sus gestiones encomendadas. 

     Iba a ser su primera incursión en una acción terrorista. 

    Comenzó a frotarse el cuerpo con el gel. 

    Precisaba asearse. Después regresaría a su casa con su familia. A sus compatriotas ya les llamaría desde el trabajo.

    Brusseau

    El mismo día por la noche

    Salió del locutorio situado en el centro de la capital de la isla y anduvo hacia la parada del autobús. 

    Estaba ubicado en el que probablemente fuera uno de los barrios más humildes de Brusseau. Erigido en la periferia pero colindante con el corazón neurálgico de la metrópolis. En lo que se denominaba el casco antiguo; de hecho aquella zona fue la primera en ser construida. Incluso con antelación a que se iniciaran las obras de lo que en aquel momento se conocía como la zona más céntrica de la isla. Era un lugar multirracial donde se mezclaban inmigrantes de diferentes continentes como: África, América del Sur y Asia, aunque prevalecían con diferencia abrumadora los africanos, sobre todo los marroquíes, seguidos por indios, paquistaníes, colombianos y chinos. 

    Poco frecuentado por los nacionales. En sus calles se sucedían, casi sin separación, el variopinto y antiguo mobiliario compuesto de mesas –cubiertas con manteles de papel sujetos por pinzas a cada uno de los lados– y sillas de los innumerables negocios orientados a la hostelería. Si se quería degustar comida internacional casera desde luego aquel era el sitio indicado, aunque el menos apropiado si lo que se pretendía era el lujo, la tranquilidad y conversación íntima. El griterío que impregnaba la zona formaba parte de la idiosincrasia del lugar. Al igual que los combinados olores a especias que, evitaba se pudieran identificar todas pero que, conferían al lugar su propia identidad y su comida resultaba deliciosa y bastante económica. 

    Muchos acudían a sus tiendas. Nacionales y extranjeros –pero sólo el tiempo necesario–, para adquirir artículos importados de los países de origen de los migrantes que, aunque en algunos casos adolecían de la ausencia de calidad deseada a causa de los escasos y deficientes controles en las instalaciones de producción, resultaban bastante más baratos y se vendían con pasmosa rapidez. Lo que derivó en un veloz enriquecimiento, de los propietarios de los primeros negocios que se esparcieron y concentraron por toda la zona, lo que la situó como el sitio por excelencia para el abastecimiento de otras tiendas específicas en otros lugares, y de vendedores ambulantes, que distribuían los productos adquiridos al por mayor y les proporcionaban el sustento que les ayudaba a subsistir por carecer de trabajo o de documentación para trabajar por cuenta ajena. 

    Andaba con rapidez. La pequeña mochila colgada a su espalda, que en apariencia no parecía tener nada de extraordinario, contenía en su interior cinco celulares de la marca Triumph

    Lo relevante en sí no eran los dispositivos móviles, sino la cantidad que transportaba. No era comerciante y tampoco parecía que fueran para una familia numerosa, cuyos miembros coincidieron para adquirir todos el mismo tipo de teléfono. 

    Fumó un cigarrillo a la espera de la llegada del transporte que apareció justo en el momento en que propinó la última chupada. Tenía muy arraigada la creencia en la ley de Murphy. No sabía a ciencia cierta el motivo pero siempre se desesperaba, aguardando la llegada de los autobuses en cualquier lugar que estuviera, así cuando llevaba más de diez minutos de espera solía encender un pitillo. Casi siempre funcionaba. 

    En aquella ocasión no fue diferente. 

    Ocupó un asiento vacío, situado en la hilera, justo a continuación de la puerta trasera de bajada de pasajeros. Al lado de la ventanilla. 

    Giró la cabeza hacia la derecha. Observó el exterior. 

    El autobús se puso en marcha casi de inmediato. Dejaron atrás el teatro de conciertos y empezaron a dejarse ver las pintorescas casas bajas situadas a lo largo de la avenida. 

    Estaban pintadas de diferentes colores. A gusto de sus moradores. Siendo común encontrar una con la fachada azul al lado de otra de fachada amarilla, verdes, etc. Dentro de aquel caos existía armonía. Un encanto colorido que propinaba vida y alegría al lugar, que no pasaban inadvertidas, para los turistas que visitaban la isla de continuo. 

    Siguieron avanzando. Dejaron atrás el pabellón de deportes de atletismo y la estación central de la policía. 

    Cien metros más adelante giraron a la derecha. Salieron de la avenida, que separaba la playa de las casas, y circularon por una calle más alejada hacia el norte. En dirección hacia el puerto. 

    Cuando se acercaron distinguió, girando la cabeza hacia la izquierda sin mucho esfuerzo, el enorme trasatlántico atracado en la dársena. Aguardando a todos sus ocupantes para iniciar su trayecto, de una semana, para deleite de los embarcados. 

    Lo perdió de vista cuando giraron, una vez más a la derecha, y le quedó a la espalda. 

    El edificio de veintiuna plantas se alzó ante su vista. 

    Era su parada. 

    Se puso de pie y colocó una vez más sobre su espalda, la mochila que hasta aquel instante permaneció sobre sus piernas. Bajó hasta el primer escalón de la escalerilla y esperó a que el bus se detuviera y se abriera la puerta. 

    Descendió dando un salto, después se encaminó deprisa al edificio. 

    La vivienda constaba de dos habitaciones con vistas al puerto. 

    A continuación de la entrada, a la derecha, se ubicaba la cocina americana que se separaba del salón con una barra. Entre este y la cocina un acceso que permitía desembocar en un pasillo que, se extendía a derecha e izquierda y, conducía a las habitaciones separadas por el baño. 

    La decoración parca. Compuesta por nueve cuadros repartidos por toda la pared de la sala compartida. Amueblada con una mesa de comedor, seis sillas, una mesa baja dispuesta frente a un sofá cama de tres plazas –donde reposaban cuatro cojines de diferentes tamaños–, y enfrente un mueble bajo donde se apoyaba la televisión de pantalla plana de plasma, de treinta y dos pulgadas, al lado de la que se hallaba el teléfono y el disco duro portátil junto a una botella de licor de café, sin abrir, que ya formaba parte de los objetos propios del domicilio cuando lo alquilaron. 

    En el baño la ornamentación era casi inexistente: una bañera, el bidé, lavamanos y servicio. 

    Los dormitorios en la misma línea. Ocupados, el principal –asignado a Farid–, por una cama de ciento treinta y cinco centímetros con sendas mesitas de noche y tres cajones cada una, que la flanqueaban. En la pared opuesta, a la derecha, una cómoda; a la izquierda, un armario empotrado cubría todo el muro. 

    La habitación secundaria, destinada a Abdel, tenía una cama de noventa centímetros justo pegada a la pared. Bajo la que permanecía oculta otra, de idénticas medidas, que se podía sacar y usar en caso de ser imprescindible. A la izquierda, en el lado contrario, un escaparate empotrado

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