Cuentos con sabor a chocolate
Por Frank Spoiler
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EL 100% DE LOS BENEFICIOS QUE PUEDAN CORRESPONDER A LOS AUTORES, SE DONARÁN ÍNTEGROS A CÁRITAS. Los autores. Ilustradores, diseñadores y todos los que, con amor, lo hemos hecho posible os damos con afecto las gracias. ¡GRACIAS!
Autores: Alex Calderon, Frank Spoiler, Ricardo Corazón de León, Rachel Borreguero Diaz, Paloma Hidalgo D, Isabelle Lebais, Tere Ardiz, Manuela Herrero Palomar, Mercy Flores, Daniel de Cordova, Félix Jaime Cortés, Inma Flores, Janeth Camino, Isabel A. Hernández, Carmen Villamarín, Olga Artigas, Julio García Castillo, Enrique Ríos Ferrer, Vivian Stusser, Karina Delprato. Ilustrador: Olga Artigas. Diseño gráfico y maquetación. Frank Spoiler
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Cuentos con sabor a chocolate - Frank Spoiler
AZUL
CARMEN VILLAMARÍN
https://fbcdn-sphotos-c-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash3/522258_4421067217327_1492641964_n.jpgSE LLAMABA AZUL, ERA un ángel guardián.
Los ángeles estaban hechos de la substancia del pensamiento, de esa manera podían ayudar a los humanos sin que éstos percibieran su presencia.
No les era permitido acercarse a ellos, salvo si recibían una invitación expresa. Cuando así sucedía, podían acercarse y ayudarles en lo que pudieran necesitar, no sólo inspirándoles con ideas y buenos pensamientos, como habitualmente hacían, si no que en esas ocasiones podían permitir ser vistos por ellos. Sucedía pocas veces, porque los humanos hacía tiempo que habían dejado de creer en ellos, de modo que se aburrían muchísimo, pues todo su deseo era echar una mano a los humanos en camaradería.
Cada ángel en su cometido de ayudar a los humanos, tenía asignada una nube en particular que a modo de corcel le llevaba de un lado a otro, cómodamente, allí donde se necesitara su presencia.
Azul, como buen ángel, habitaba en una de esas nubes que aparecía y desaparecía periódicamente para vigilar disimuladamente a hombres, mujeres y niños.
La nube de Azul, era una nube muy confortable, se desplazaba ligera por la atmósfera terrestre deslizándose suavemente con cada ráfaga de aire, tenía buen carácter y a cada indicación de Azul, se movía con rapidez, no se hacía la remolona.
Otros ángeles, se quejaban de que sus nubes se entretenían con cualquier bandada de pájaros que atravesara el cielo o, se detenían a mirar las olas del mar cuando rompían en la orilla, esto hacía que los ángeles pasaran horas y horas entrenando a sus nubes, para que fueran rápidas y ágiles a sus órdenes. Azul, gozaba de buena reputación como instructor de nubes entre los ángeles; así que cuando se aburrían, porque los humanos no les prestaban atención, iban a su búsqueda para que dirigiera un entrenamiento conjunto en el que las nubes aprendieran a moverse con rapidez, tal y como lo hacía su nube—corcel.
Cuando así hacían, todas las nubes se ponían contentas, pues en pandilla con los ángeles hacían toda clase de cabriolas y volteretas. En esos entrenamientos todas obedecían rápidamente al ángel que vivía en ellas, sin entretenerse. Animadas por la reunión, se divertían mientras decidían cuál de ellas era más rápida en aprender.
Había veces que era tal el alboroto que organizaban, que chocaban entre sí, atolondradas, eso hacía que se organizara alguna que otra tormenta que desencadenaba lluvias en la zona de entrenamiento. Era entonces cuando los ángeles tenían mucho trabajo para reorientar y repartir las lluvias donde más necesarias fueran. Porque, además de estar al cuidado de los humanos, los ángeles guardianes cuando no tenían asignada ninguna familia o persona que custodiar se ocupaban del clima, en camaradería con los arcángeles.
Los arcángeles dirigían las estaciones del año. Se ocupaban de que cada una de ellas llegara en el momento adecuado, para que las cosechas fueran productivas y que de esa manera los hombres, pudieran disfrutar de los frutos que la naturaleza brindaba para su alimento.
Azul era un ángel guardián de humanos, su especialidad no era ninguna de éstas, pero cuando algún arcángel requería su participación, corría rápido en su nube— corcel a prestar la ayuda necesaria.
Una mañana estaba recostado plácidamente en su nube, ésta se había coloreado en un tono rosado algodonoso para disfrutar de un día de paseo tranquilo. Acostumbrado como estaba a la indiferencia humana, se presentaba una jornada tranquila de paseo. Azul asomaba su rostro sobre los humanos, mirando aquí y allá esperando alguna llamada, o algún gesto de alguien que reparara en su presencia y reclamara su ayuda; pero parecía que la jornada iba a ser tranquila. Recostado en su nube, pasaba el tiempo enviando pensamientos de bienestar y paz a los viandantes que se cruzaban en su paseo.
Al rato, Azul se fijó en un hombre que caminaba con paso cansado. Cargaba sobre su espalda un saco que parecía pesar mucho. Siguió con la mirada a aquel hombre que dirigió sus pasos hasta una pequeña casa de la que se veía salir una columna humeante por la chimenea que se alzaba sobre el tejado, como si vigilara el pequeño jardín que rodeaba la casa.
Aguzó su atención para escuchar los pensamientos de aquel hombre. Estaba preocupado, y algo triste. Se acercaba la Navidad y no había vendido ninguno de los juguetes que él mismo fabricaba. Aquel hombre fabricaba juguetes de madera, de hecho en el saco cargaba con ellos. ¡Ya nadie quería sus juguetes! ¡Cuánto habían cambiado los tiempos! —pensaba—. Los niños de ahora jugaban con maquinitas que él no entendía muy bien. Un montón de cosas que no conocía, así que, tendría que buscar otra manera de ganar su sustento, olvidarse de sus juguetes de madera, pero. . . ¿Qué podía hacer?
Azul cuando vio la preocupación de aquel hombre, deseó ayudarle. Prestó atención a lo que se hablaba dentro de la casa.
― No te preocupes, papá. Si nadie compra tus juguetes, los llevaremos al mercadillo del pueblo en Navidad. Así te conocerán y es posible que al verlos, vengan y encarguen aquí sus regalos.
― Sí, esa es muy buena idea, pero antes de que lleguen las navidades debería vender algo.
― Tranquilo papá, ya verás como de una manera u otra lo conseguiremos.
― Vamos a recoger a tu madre al pueblo, estará a punto de salir del mercado.
Azul observó como el hombre salía de casa con la niña de la mano, camino del pueblo vecino. Dio orden a su nube—corcel de seguirles, quizás fuera la ocasión de entrar en acción. Necesitaba acción y parecía que se presentaba la oportunidad. Claro... eso..., sí alguien le llamaba; mientras tanto no podía hacer nada más que observar, esperar y emitir su buen deseo y pensamiento a los humanos.
Siguió al padre y a su hija, sobre su nube—corcel, hasta el pequeño pueblo, en donde a la puerta del mercado, en la plaza central, les esperaba una mujer. También su semblante era de cansancio; sin embargo cuando la niña echó sus bracitos al cuello de la mujer, su rostro resplandeció.
La niña besuqueó a la madre. Los tres, de la mano, la niña en el centro, se dirigieron hacia la casa donde les esperaba un apetitoso almuerzo. La niña daba saltos, y se columpiaba sujeta a las manos de sus mayores.
Todo parecía dentro de la normalidad; sin embargo aquel hombre que parecía tan cansado, podría precisar de su ayuda en algún momento, así que cumpliendo con su misión de ángel guardián, decidió que debía custodiar a la pequeña familia.
Azul estuvo observando, durante algunos días lo que sucedía en aquella casita, esperando a que alguien reclamara su ayuda. Cuando vio salir a la pequeña de madrugada, envuelta en un pequeño abrigo rojo y un gorro de lana blanco, con una enorme borla que bailaba a cada paso de la pequeña, se disparó la alarma.
Con una mano cargaba sobre la espalda el saco que su padre usaba para traer y llevar los juguetes que fabricaba y, en la otra un caballito de mar de madera, en color azul, con ojos brillantes saltones y con la cola enroscada como un caracolillo. Era su juguete favorito, de los que su padre fabricaba, le llamaba Azul.
Azul, el ángel guardián, alarmado, pensó en desencadenar un chaparrón repentino o alguna ventisca, con mucho ruido para despertar a los padres o, seguir a la pequeña.
No le habían reclamado, así que no podía hacer nada para despertar a los padres y ponerles sobre aviso. Optó por seguir a la niña y vigilar todos sus pasos, no fuera a ser que tuviera algún percance.
La niña partió sin decir nada. En ningún momento pensó que estaría sola, estando como estaba con su caballito de mar, se sentía protegida.
Había estado reflexionando, Decían que eso era cosa de mayores, que los niños no reflexionan, pero ella no creía eso, sino que los mayores no se toman en serio a los niños, porque se habían olvidado de cuando ellos mismos eran niños.
Un niño tiene muchas cosas sobre las que reflexionar y muchas preocupaciones, sobre todo la que más, más... eran los padres. Y ella estaba preocupada por los suyos. La Navidad estaba cerca, quería dar una sorpresa a sus padres. Había oído decir a su padre que antes de que llegara la Navidad debería haber vendido sus juguetes. Ella lo iba a hacer. Ese era su deseo y estaba dispuesta a cumplirlo por Navidad.
Ese día se levantó antes de que despertaran sus padres, de madrugada, y decidida salió con el