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Huellas
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Libro electrónico73 páginas40 minutos

Huellas

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Un adulto sin mayores ganas de. Una niña con anorak y palo en ristre. Un alce de enorme cornamenta. Una mariposa verde fosforescente. La expedición. La blanca tundra salpicada por metralla de bolas
de nieve de colores tras la batalla interior. El paisaje. Un primer paso, el más difícil. El viaje. Y sus huellas.
En un híbrido entre novela corta, cuento largo y poema gigante, HUELLAS nos narra el mágico viaje del protagonista del invierno a la primavera por el interior de un continente helado. El suyo. Una hermosa fábula sobre la vida, el amor y la muerte.
IdiomaEspañol
EditorialBaile del Sol
Fecha de lanzamiento5 dic 2018
ISBN9788417263485
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    Huellas - Nacho Buzón

    Huellas

    Nacho Buzón

    Para mi hija Luna, por su huella indeleble

    1

    –¿Vas a matarlo?

    Sos se volvió para ver quién le hablaba. Era tan solo una niña. Acto seguido se preguntó por qué su cerebro había decidido intercalar un «tan solo» delante de «niña». Como si los niños fueran menos que los adultos, menos peligrosos, menos incómodos, menos amenazadores, menos adultos. Tan solo niños. Si hubiera visto a un señor de sesenta y ocho años no hubiera pensado «Es tan solo un señor».

    –No, todo lo contrario. Voy a inmortalizarlo.

    La niña miró el alce al que Sos apuntaba. Buscaba tallos tiernos con el hocico bajo ese edredón de nieve virgen que lo cubría todo. Luego fijó sus ojos rasgados en los de Sos, redondos como platos.

    –Vas a matarlo –concluyó–. Siempre lo hacéis.

    Sos no pudo por menos que esbozar una tierna sonrisa al ver la tristeza preventiva en esos expresivos ojitos. Brillaban como los del alce. Brillaban como los suyos.

    –Espántalo –le indicó Sos.

    A la niña le fue fácil hacerlo huir. Llevaba un anorak naranja y un palo en la mano. Los niños y los palos.

    Una vez el animal desapareció entre los preciosos abetos, hundidos por el peso de la nieve, Sos tiró de la manta que cubría el cañón que apuntaba al alce, dejando al descubierto no una escopeta, como pensaba la niña, sino una cámara de fotos con un gran teleobjetivo.

    –Ponte donde estaba el animal –ordenó a la niña–. Voy a inmortalizarte a ti. Al fin y al cabo, has espantado a mi alce.

    Y al hacer clic ya no había tristeza preventiva en esos ojos.

    2

    Nalu caminaba detrás de Sos, pisando sobre las huellas que este iba dejando en la nieve. Las pisadas sobre la nieve son especiales, en ninguna otra superficie sacas la bota y dejas la oquedad, el vacío congelado. En cemento no muy fresco, sí, pero no es lo mismo.

    Las pequeñas botas de la niña se introducían limpiamente en las pisadas del adulto sin siquiera arañar los bordes. Era como una ovejita poniendo su pata sobre la huella de un elefante. Cualquiera que hubiera ido siguiendo el rastro de las pisadas de la pequeña las habría perdido justo ahí, junto a las huellas del alce huido.

    La diferencia de altura era directamente proporcional al tamaño de sus zancadas, por lo que Nalu, que tenía que hacer un esfuerzo mayor para pisar los pasos de Sos, terminó por retrasarse.

    A los pocos metros Sos se volvió y encontró a la niña en el suelo tratando de levantarse con ayuda del palo. Había perdido el equilibrio intentando alcanzar una huella de una zancada más amplia.

    Era un enorme copo naranja descarrilado sobre una nieve tan blanca como su sonrisa.

    3

    –¿Por qué me sigues? –le preguntó Sos a Nalu una vez se hubieron presentado.

    –No te sigo a ti, me sigo a mí misma. Me llevas en tu cámara. Has cazado mi imagen. Quiero saber a dónde voy –Nalu se limpió la agüilla que le goteaba de la nariz con la manga del anorak naranja.

    La respuesta dejó a Sos como dejan los copos a las copas de los árboles, helado. Exhaló

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