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La mirada del hijo (Novela)
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La mirada del hijo (Novela)
Libro electrónico189 páginas

La mirada del hijo (Novela)

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Paula es una maestra de parvulario que no puede tener hijos y junto con su marido adoptan a Daniel, un bebé pelirrojo; al cabo de unos años irrumpe la madre biológica en ese escenario idílico, rompiendo la calma que reinaba hasta entonces. A través de diferentes etapas, desde que el niño llega al hogar hasta que se hace adulto, la mirada del hijo nos adentra en personajes como la abuela, una mujer de carácter con una especial predilección por este nieto; a pesar de que con Paula ambas son un ejemplo de relaciones problemáticas entre madres e hijas. O Sophie, la joven que aparece coincidiendo con el despertar a la adolescencia.
Con un trasfondo de danza clásica asistimos a la historia de un amor que marcará el antes y el después, y en donde todos ellos tendrán mucho más en común de lo que parece.

"Su lectura está llena de interés y no nos deja indiferentes pues es una invitación a la reflexión en un mundo donde la banalidad ejerce su imperio."—L'Ull crític

"El lector encuentra una narrativa estimulante, que se abre a los sentimientos de distintos personajes y que exige sensibilidad para comprender cada una de las vidas que se mueven en la narración."—Resonancias Literarias

"Hechos aparentemente sobreentendidos, y que la novela revela de forma consistente en el momento justo, dan la impresión de estar leyendo una historia escrita por escamas, en la que los acontecimientos se van superponiendo hasta conformar un panorama general. Una obra completa, redonda, cuya lectura no dudamos en recomendarte."—Letralia

NÚRIA AÑÓ (Lleida, 1973) es una escritora y traductora catalana. Su obra ha sido traducida al español, francés, inglés, italiano, alemán, polaco, chino, letón, portugués, neerlandés, griego, árabe y rumano. Su novela "Els nens de l'Elisa" (2006) [Los niños de Elisa, 2023] queda tercera finalista del XXIV Premio Ramon Llull. Siguen "L'escriptora morta" (2008) [La escritora muerta, 2018]; "Núvols baixos" (2009) [Nubes bajas, 2021]; "La mirada del fill" (2012) [La mirada del hijo, 2019]; y la biografía "El salón de los artistas exiliados en California" (2020). Gana el Premio Joan Fuster de Narrativa, el cuarto premio internacional de escritura 2018 Shanghai Get-Together y ha sido galardonada con las prestigiosas becas: NVL (Finlandia, 2016), SWP (China, 2016), BCTW (Suecia, 2017), IWTCR (Grecia, 2017), Cracovia UNESCO Ciudad de Literatura (Polonia, 2018), IWTH (Letonia, 2019 y 2023) y IWP (China, 2020).

IdiomaEspañol
EditorialNúria Añó
Fecha de lanzamiento10 ene 2020
ISBN9780463358542
La mirada del hijo (Novela)
Autor

Núria Añó

Núria Añó (1973) is a Catalan/Spanish novelist and biographer. Her first novel "Els nens de l’Elisa" was third among the finalists for the 24th Ramon Llull Prize and was published in 2006. "L’escriptora morta" [The Dead Writer, 2020], in 2008; "Núvols baixos" [Lowering Clouds, 2020], in 2009, and "La mirada del fill", in 2012. Her most recent work "El salón de los artistas exiliados en California" [The Salon of Exiled Artists in California] (2020) is a biography of screenwriter Salka Viertel, a Jewish salonnière and well-known in Hollywood in the thirties as a specialist on Greta Garbo scripts.Some of her novels, short stories and articles are translated into Spanish, French, English, Italian, German, Polish, Chinese, Latvian, Portuguese, Dutch, Greek and Arabic.Añó’s writing focus on the characters’ psychology, most of them antiheroes. The characters in her books are the most important due to an introspection, a reflection, not sentimental, but feminine. Her novels cover a multitude of topics, treat actual and socially relevant problems such as injustices or poor communication between people. Frequently, the core of her stories remains unexplained. Añó asks the reader to discover the deeper meaning and to become involved in the events presented.Literary Prizes/ Awards:2023. Awarded at International Writers’ and Translators’ House in Latvia.2020. Awarded at International Writing Program in China.2019. Awarded at International Writers’ and Translators’ House in Latvia.2018. Fourth prize of the 5th Shanghai Get-together Writing Contest.2018. Selected for a literary residence in Krakow UNESCO City of Literature, Poland.2017. Awarded at the International Writers’ and Translators’ Center of Rhodes in Greece.2017. Awarded at the Baltic Centre for Writers and Translators in Sweden.2016. Awarded at the Shanghai Writing Program, hosted by the Shanghai Writer’s Association.2016. Awarded by the Culture Association Nuoren Voiman Liitto to be a resident at Villa Sarkia in Finland.2004. Third among the finalists for the 24th Ramon Llull Prize for Catalan Literature.1997. Finalist for the 8th Mercè Rodoreda Prize for Short Stories.1996. Awarded the 18th Joan Fuster Prize for Fiction.

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    Cuando te adoptan ¿es por qué alguien no te quiso, o por el contrario, por qué alguien te quiere? ¿Una abuela adoptiva puede ser tu mejor amiga? Magnifica obra dónde todos los temas tienen una gran importancia y se interrelacionan. El ballet, la pintura... Relaciones padres e hijos... El afán por saber qué pasó cuando naciste... ¡Magnifica obra y recomendable!!

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La mirada del hijo (Novela) - Núria Añó

La mirada del hijo

Núria Añó

Título original: La mirada del fill

Copyright © 2012 Núria Añó

De la traducción © 2019 Núria Añó

De esta edición © 2022 Núria Añó

www.nuriaanyo.com

Fotografía de la cubierta © Anna Jurkovska

Diseño de la cubierta © Núria Añó

Dibujos en el interior © Gordon Johnson

Los Gatos: Smashwords Edition, 2020.

ISBN: 9780463358542

Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. Si desea compartir este libro con otras personas, por favor, compre copias adicionales. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta autora.

Índice

La mirada del hijo

Copyright

La mirada del hijo

Primera Parte

Segunda Parte

Tercera parte

Sobre la autora

Otros libros

La escritora muerta

Nubes bajas

El salón de los artistas exiliados en California

La mirada del hijo

Núria Añó

PRIMERA PARTE

La mujer del pelo rojo partía y dejaba tras de sí una serie de pisadas en la nieve. Por más que de la ventana del primer piso donde aquel niño había subido a toda prisa, ya no podían distinguirse aquellas huellas del resto. Abajo seguía Paula con los brazos cruzados, su chaqueta gruesa a medio abrochar; probablemente en el día más difícil de su vida. Cuando ya era tarde y mirando hacia arriba, encontraba a Daniel; incluso lo saludaba con su mano enérgica, igual que si no hubiese ocurrido nada. Y entonces la mirada del hijo se iría perdiendo, su cuerpo, alejando del cristal… Como si estuviese escrito que un día no muy lejano se sentaría en la mesa donde suele hacer los deberes y dibujaría una figura a lápiz, perfilando aquella frente ligeramente arqueada, aportando el rojo a aquellos cabellos que vio un día al otro lado de la puerta… Mientras jugaba Daniel, con una bola de goma que en cuanto apuntaba en su bolsillo, ya se le escapaba de la mano, rebotaba y a menudo había de bajar escaleras; solo que aquella tarde perdía el norte por culpa de un color de cabello… O ella que, en vez de pulsar el timbre, se arrodillaba y metía un sobre bajo la puerta, con aquel extremo que, de repente, ni corría hacia adelante ni hacia atrás. Un sobre sin destinatario, grueso que apenas entraba. Y de súbito quedaron muy próximas las manos de uno y otro, como dos piezas de distinto tamaño que encajaban a la perfección por algún hilo invisible que las activaba como remitente y destinatario. Lógicamente cuando Daniel se levantaba y abría la puerta, también la pelirroja alzó la mirada y asintió con ojos muy expresivos, asombrada por aquel pretexto en sí. El mismo que se entreabría ante ella, y esta, vislumbrando en la penumbra, hacía un gesto, con aquella inesperada lucidez en que su boca se unió a la mejilla de él y no lo hubiese soltado. No lo hubiese soltado jamás.

Por el contrario, Daniel soñaba tenerla tan cerca que a veces se despertaba y durante un buen rato solo pensaba en ella. No tanto en la persona, sino en leves fragmentos que aparecían de aquel estado meditabundo en que se encontraba inmerso. Como un mechón de pelo que a ella le había caído sobre la frente, el cual apartaba con su pálida mano, y podían distinguirse pecas incluso en las orejas. Ella no intuía que la observaban, pese a que, con su juventud e inexperiencia, trataba de girar un sobre, y probaba reiteradamente cada extremo, por si finalmente entraba. Y entonces el tiempo pareció detenerse, tan solo el vaho del invierno exhalaba de su boca y chocaba contra el cristal, mostrando un avance. Podía nacer en cualquier momento, de entre el peso de los árboles, el mínimo tambaleo de una rama y ya caía la nieve de algún lado, lenta como un segundo, pero a la vez transparente y brillante como una mirada que se iniciaba. Esta partía del suelo, de entre aquel baile rotativo de papeles y manos en que estaba permitido hacer trampa, o bien podía ocurrir que uno de los dos provocase aquello. Sí, mientras Daniel abría la puerta y allí se mostraba el rostro de ella mirando hacia arriba, con todo lo que suponía la belleza espontánea de las cosas. Justo entonces se coló inoportuna la bola, seguía bajando de peldaño en peldaño; lógicamente no importaba esto, sino lo cerca que aquello estaba de concluir.

¡Mamá!, habría llorado desorientado en algún momento de la noche, y allí aparecía la suya. Daniel tenía suerte, en cuanto llamaba a su madre, allí tenía ya en pie a Paula, la que encendía la luz de la mesilla y daba más vida si cabe a los juguetes y a aquella cenefa de tonos pastel que debía de hacer la vida más llevadera, aunque solo fuese por el montón de trenes de madera que había pintado un día… ¡Qué digo un día! Muchos días, demasiado tiempo esperando, tanto, que el tránsito era ya muy espeso; unos iban, otros venían y el choque frontal era evidente. Aunque no aquí, no entre esas paredes. Y mucho menos en ese cuarto donde había una colcha azul celeste de tacto muy suave y agradable, la cual subía Paula mientras Daniel cerraba los ojos y se dormía de nuevo. ¿Qué decir de ese momento? Solo se podría añadir cuánta tranquilidad y silencio. La noche traía esto, y algún libro sobre la mesilla que a menudo Paula giraba hacia ella. Si la verdadera importancia de todo cuanto relataba, recaía en su voz, esta se abría como una rosa de color rosa y se activaba modularmente mientras la dirigía hacia su receptor, Dani; el que provocaba que sus párpados se abrieran y se cerraran de placer, el que hacía que su mirada brillara una y otra vez, ¡el culpable de tanta felicidad! Aun cuando había días que la felicidad llamaba a la puerta poco antes de largarse y ya no se sabía nada, si volvería, si no, si sería pronto o si jamás regresaría… Tal vez la felicidad no podía exprimirse como quería Paula, consumiéndola tan deprisa que incluso la pintaba por doquier, donde sacase un pincel, ¡y miren la cantidad de luz en este cuarto!, ello no se puede negar. Y aquí tienen al culpable, al verdadero culpable, el que se encontraba abriendo la puerta y dejándola marchar ¡a la felicidad! Primero desatando el nudo, deshaciendo vueltas y dejándola volar como haría un pañuelo ondeando, jugando con el aire, hasta borrarse en la lejanía. Si a Paula se le hacía un nudo en la garganta con solo pensarlo, antes o después de expresar: ¡y a partir de ahora vamos a pasarlo pipa! En ese dormitorio donde agudizando el olfato, olía a madera. También los ojos de Daniel se abrían y se cerraban por instinto, aunque sin una chispa de esperanza. Aquí, en donde no hace tanto se leían historias en voz alta, las cuales pasaban ante la mirada atenta de Daniel mientras escuchaba y retenía la información con la frente fruncida, como si dudase de todo y tuviese que pronunciar de un momento a otro: no puede ser. Entonces Paula bajaba la guardia mientras pasaba la página y, de repente, él abría los ojos como expresando: ¡ah ya! Asimismo, su mirada producía un exceso de líquido insignificante cuando decía: ¡continúa! De tal modo que Paula se hacía de rogar y pasaba de hurtadillas por aquella mente, como intuyendo qué estaría pensando. Este era su premio, el conocimiento casi absoluto de aquella pieza pequeña, no mayor de estatura que cualquiera de los jarrones de porcelana que decoraban la entrada. Y en cambio, ¿qué ocurría esa noche? El silencio de Daniel la hería. Ni pasando una mano por su cabeza podía hacerlo bajar de dondequiera que se encontrara. No sé exactamente dónde, aunque probablemente envuelto con algún mechón pelirrojo por el que seguiría deslizándose de espaldas, más o menos como ya había visto en alguna ocasión a sus primos bajando con las piernas entreabiertas por el pasamano de la escalera. Sí, mientras él seguía a lo suyo, perdiéndose si hacía falta, donde indicase la bola según el rebote, y ya podías llamarlo; él no escuchaba. Sin embargo, esa tarde, ¿es que la mujer pelirroja no lo habría soltado? Y qué habría pasado de no estar Paula en casa, ¿se lo habría llevado? En fin, ahí quedaba tal impresión, jugando como el pañuelo que volvía, solo que ya no parecía el mismo. Además, un escalofrío le helaba el espinazo y llegaba cuando una menos lo esperaba.

Obviamente lo esperaba… Si en cuanto Paula salía de casa ya miraba a ambos lados, con un movimiento de cuello similar al de un cisne, primero hacia la izquierda, luego hacia la derecha. De algo habrían servido sus clases de ballet. Hace ya mucho de esto; no obstante, a través de su mirada madrugadora todavía se intuye que no llegó a rozar el listón de aquello que tanto le pedían, a ella o a su madre. ¡Qué importa a cuál de las dos!; el daño nunca cicatriza bien. Y a veces ocurría que Daniel imitaba esto. La madre hacía un movimiento a izquierda y derecha, luego expiraba aire sacando parte de la tensión acumulada y él, a base de fijarse y escucharlo, podía hacer lo mismo un día. No sé, cuando lo necesitase, en alguna de las visitas que hacía la abuela por la ciudad, después de darle dos besos, llenarlo de regalos y tenerlo en la falda un rato. Antes de que se cansara de él. Cuando Daniel se hacía molesto con aquella bola que golpeaba reiteradamente contra el suelo, como si no hubiese nada más en el mundo que ese sonido metiéndose en la cabeza; si ella pudiese, la habría tirado. Aunque para él quedarse sin ese juego no sería lo peor, sino sentirse aislado y de nuevo rechazado.

Y entonces de la nada la respiración de Daniel parecía que se quedaba sin aire, sus pulmones como si fueran a cerrarse, igual que si en todo ese tiempo no hubiese aprendido nada, aparte del movimiento de cabeza en que mamá decía izquierda y derecha, izquierda y derecha, uno y dos. Y daba el primer paso así: su espalda estirada como una reina de títere, después decaía mirando hacia arriba como si alguien le hubiese cortado los hilos desde lo alto y no quedase nada donde agarrarse, algo a lo que aferrarse. Así lo sentía a veces el hijo cuando se tumbaba en la alfombra y comprobaba como la bola salía de su bolsillo mientras tosía. Luego, seguía lanzándola ante la visita de la abuela, aunque solo fuese para alertarla con aquel movimiento reiterado hacia arriba. Así lo había probado varias veces sin éxito con papá, el cual no se encontraba lejos de la sala. Y cómo de pronto ese hombre entornaba la puerta del despacho y tensaba el hilo del teléfono, descendiendo a través de un vidrio translúcido, con lo recto que siempre aparentaba, y lo perdido que se advertía mientras susurraba a otra. ¿Con quién habla?, cuestionaba la abuela sin esperar respuesta. Y así aquel hombre, antes de madurar su decisión, antes de que se formara un remolino devastador que no dejaría más que desechos. Mucho antes, cuando todo era bonito de escuchar y las palabras salían como si nada: ¡Dani, mi Dani, no hay nada que quiera más en el mundo! Y arriba el niño, como un trofeo. Aunque un día aparecía algo de la nada, quienquiera que fuese tenía un contoneo suave y contenido que hacía perder el aliento y la paciencia a cualquiera, ¿por qué no a papá? Quien ya se sentía afligido antes de tenerla, quizá por aquello de ¡el que la sigue la consigue! Aun cuando conseguir no sería la palabra, tampoco tenerla o poseerla, ¡era tan impreciso lo que era!, ni siquiera se sabía qué era. ¿Qué hacía ella de pie en medio del pasillo? Asimismo, él ponía los hombros algo encorvados, como si por momentos no se fiase, de ella. Demasiadas curvas y, además, muy bien puestas, ya me explicarán cómo se lleva algo así. No estoy solo, insistía de pronto el padre, mientras cerraba la puerta sin contemplaciones y ambos bajaban al garaje. En dicho lugar que se intuía algo húmedo, luego él abrió un interruptor y entonces su virilidad recobraba el vigor de un mar alborotado, como si tuviese que hacerla suya a base de estrujar ropa, hacerle una succión en la piel, romperle la tira del sujetador, morderle los pechos, bajar a la entrepierna, al poco rato reducirla a la altura del miembro y entonces sí, entrar y entrar, probarla por todos lados, marcarla con una mano en la cadera, como haría si tuviese una vaca, poniéndole el sello de la casa y luego tirando de su pelo, hacerla gemir y sacudir hasta que no quede más que añadir, salvo ¡qué corrida!

De pronto un silencio espectral. No tardó en escucharse el coche de ella que arrancaba y ya no contaban las palabras, solo las miradas; y la abuela tenía la suya algo baja. A su vez, papá volvía del garaje y por un segundo pareció que subía las escaleras más enérgico, pues aquella mujer era lo opuesto a Paula, y él era un hombre de contrastes. Nada que ver con la caja de música de mamá que repetía una melodía mientras la bailarina daba vueltas, solo el ritmo se aceleraba según la cuerda que le daban. Y aquella postura de la bailarina resultaba agradable, ¿cómo lo hacía para equilibrar todo su peso sobre una pierna?, nunca se cansaba, ni siquiera bajaba los brazos de la forma oval en que giraba y giraba y nada la alteraba: ¡c’est magnifique! Esa era la actitud, la misma que fallaba en esta familia, con lo simple que era, solo pedía práctica, práctica, práctica. Se veía incluso en el gesto de la abuela cada vez que regresaba. A menudo cuando ella llegaba parecía que no se acordaba de Daniel, y él, aunque se encontrase en casa, solía esconderse debajo de la escalera. Solo que a ratos se cansaba, y también la abuela de sostener la bolsa con algún regalo, mientras charlaba con el yerno en la entrada y ella se quedaba esperando su bolsa de viaje, la misma que el yerno entraba y cargaba hasta el cuarto de invitados. Entonces ella daba el primer paso, no antes sin espiar entre aquellos dos peldaños donde encontraba la mirada muy atenta del nieto, como si de súbito llegase el momento de salir del escondite. Asimismo, Daniel se sentaba en el sofá e intentaba divertirla, algo que aprendía de los adultos, de su padre, por ejemplo, quien ese día pasaba sigiloso ante ellos y buscaba algún libro técnico; y allí, rascándose la cabeza, saludaba como si nada. También la abuela y el nieto saludaban al unísono, aunque ello no significaba que otros tuviesen abuelas como la de Daniel; no, como ella era imposible. Y se pegaba Daniel a su falda. Hacía esto como si la quisiese mucho; en cualquier caso, más de lo que recibía. Evidentemente la abuela tenía más nietos, otros más próximos que Daniel, si bien se apreciaba en él un mecanismo errante que lo diferenciaba del resto. Pues ella podía observarlo y no ver ningún niño en él. Podía incluso observarlo Paula y no ver más allá de este niño, el suyo, su niño. Y por más que se acercara su padre por puro placer de observarlo; efectivamente este era su Daniel, motivo de orgullo irreemplazable.

Paula, esa mujer de boca pequeña y nariz algo afilada que había aprendido a convivir con el marido. Si bien a veces se la veía corriendo la cortina, bajando la persiana, una no dormiría si hubiese que estar siempre pendiente… Todos lo sabían y todos callaban. Y aquella noche volvía Paula, su maletín que dejaba a un lado del sofá; luego miraba, y lo mismo se encontraba la mesa ya puesta. A veces se agrupa a la gente forzosamente. Por un lado, él y ella, marido y mujer, aunque no tengan hambre; sus carnes, no muy lejanas, se pasan el vino y la sal. Luego madre e hija, se unen puntos de sutura, así a grosso modo, se cose y se cose y puede ocurrir que no se sepa dónde acaba una, dónde empieza la otra, y he aquí las dos cosidas por alguna extremidad; unidas de nuevo por el desastre. Pero a pesar de eso la voz de Paula que refunfuña: mamá, qué dice, siempre hablando en voz baja… Se podría

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