Rendición total
Por Jan Hudson
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Jan Hudson
Except for a brief sojourn in Fort Knox, Kentucky, when her husband was in the army, Jan has lived her entire life in Texas. Like most Texans, she adores tall tales. One of her earliest memories is wearing her footed flannel pajamas and snuggling on someone's lap as patrons sat around the pot-bellied stove in her grandparents' country store-the same store where her mother once filled Bonnie and Clyde's gas tank. She remembers listening, engrossed, as the local characters that gathered there each evening swapped tales. People and their stories have always fascinated her. All kinds of people. All kinds of stories. And she loves books. All kinds of books. Her house is filled with scads of bookshelves, and books are stacked in odd places here and there. As a five-year-old, her great sorrow was the loss of her big fairy-tale volume to a hurricane. She didn't care about clothes or furniture-or even dolls. She wept buckets over that book. Jan has always had a vivid imagination and an active fantasy life, perhaps as a result of being an only child. Her curiosity is boundless and her interest range is extremely broad. In college she majored in both English and elementary education and minored in biology and history. Later she earned a master's degree and a doctorate in counseling, was a licensed psychologist and a crackerjack hypnotist, and taught college psychology (including statistics) for twelve years. Along the way she became a blue ribbon flower arranger, an expert on dreams, and a pretty decent bridge player. Yet, she had a creative itch she had to scratch. The need to write had always been there, nagging. Her mother always swore that her labor with Jan was so long and difficult because her daughter was holding a tablet in one hand and a pencil in the other and wouldn't let go. After years of daydreaming and secretly plotting novels, she took a few brush-up courses, joined Romance Writers of America, and plunged in. Now she writes full time, sees a few hypnotherapy clients on the side, and spends a lot of time reading-and daydreaming. Though her friends swore that their "love at first sight" romance would never last, Jan and her husband have been living happily ever after for more years that she likes to admit. After a brief career as a rock drummer, their tall, handsome, brilliant son is an ad agency creative director. His most creative production is an adorable grandson who loves the stories his Nana tells him. Her most memorable adventure was riding a camel to the Sphinx, climbing the Great Pyramid, and sailing down the Nile. Her favorite food is fudge. With pecans. Chocolate eclairs are a close second.
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Rendición total - Jan Hudson
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Janece O. Hudson
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Rendición total, n.º 1144 - julio 2017
Título original: Wild About a Texan
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-047-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
Se despertó repentinamente, con el corazón golpeando sus costillas. Alargó la mano para tocarla, pero el sitio estaba vacío. Algo le dijo que se había marchado hacía rato, pero se levantó de la cama gritando su nombre. El único signo de que había estado allí, la copa de champán en la mesilla de noche.
Maldiciendo entre dientes, Jackson tomó el teléfono y llamó a recepción.
–La señorita Emory se ha marchado del hotel –le dijeron.
–¿Que se ha ido? ¿Cuándo?
–No lo sé. ¿Quiere que lo compruebe en el ordenador?
–Sí.
Jackson maldijo un poco más mientras esperaba y de nuevo cuando le dijeron que se había marchado a las nueve de la mañana, con lo cual le llevaba tres horas de ventaja.
¿Eran las doce?
Él nunca se levantaba tarde… pero aquella noche apenas había dormido. No se cansaba de ella. Jamás había conocido a nadie como Olivia, nunca había tenido tal conexión con una mujer. Desde que la vio en la cena la noche antes de la boda supo que era alguien muy especial.
Y todo el mundo se dio cuenta de la química que existía entre la dama de honor de Irish Ellison y el padrino de Kyle Rutledge.
El problema era que siempre estaban rodeados de gente, como ella deseaba. Incluso le había dicho que se perdiera cuando la tomó del brazo para salir al jardín. Pero Jackson no se rindió. Dios no le había dado mucho cerebro, pero sí suerte y determinación. Y estaba decidido a conseguir a Olivia Emory como fuera.
Jackson se puso los pantalones del esmoquin y las botas vaqueras y empezó a lanzar maldiciones al no encontrar la camisa. A toda prisa, se puso una sudadera de los Cowboys de Dallas que sacó del cajón y entró en el ascensor.
Cuando salió del hotel estaba nevando. El taxista se ganó una propina por ahorrarle unos minutos, pero cuando llegó al aeropuerto de Akron descubrió que el vuelo de Olivia había salido dos horas antes y que, en ese momento, las pistas estaban cerradas por la nieve hasta que pasara la tormenta.
Mientras volvía al hotel, Jackson se sentía como un hombre roto. Estaba colado por Olivia Emory. Colado como nunca.
Era raro que se hubiera fijado en ella, por guapa que fuera. Olivia era una chica muy brillante y él, más tonto que Abundio. Y nunca le habían gustado las mujeres que se hacen las duras. Conocía demasiadas con ganas de juerga como para perder el tiempo.
Pero ella era especial. Lo supo desde el principio.
Había estado observándola durante todo el fin de semana en la boda de su primo Kyle porque, a pesar de lo que dijera, tenía la impresión de que también ella se sentía atraída. Aun así, no lo dejaba apretarla en la pista de baile y se portaba como una maestra de escuela.
Hasta que, de repente, se aplastó contra su pecho.
–Llévame bailando hasta la salida –le dijo al oído–. Y vámonos de aquí.
–¿Estás enferma?
Olivia negó con la cabeza.
Jackson no cuestionó el repentino cambio de opinión, achacándolo a su proverbial buena suerte… o a sus encantos masculinos. Salieron del hotel y fueron a un pequeño restaurante, donde tomaron champán y hablaron hasta las tantas.
Y se rieron. Se rieron mucho. Le gustaba su risa, sexy como el demonio. Jackson le contó un montón de chistes solo para verla reír.
De vuelta en el hotel, la besó en el ascensor. Y cuando se abrieron las puertas, entraron en su suite como si fuera lo más natural del mundo. Hacer el amor con Olivia había sido increíble. Más de lo que nunca hubiera imaginado.
Y por la mañana ella había desaparecido. Jackson tenía el corazón roto… y estaba helado.
Solo entonces se dio cuenta de que no llevaba abrigo. Aquella mujer lo había vuelto majareta.
Cuando estaba pidiendo la llave de su habitación, el recepcionista le dio un sobre.
–¿Qué es esto?
–Un mensaje para usted, señor.
Jackson abrió el sobre y leyó la nota, incrédulo. Después, hizo una bola con el papel y entró de dos zancadas en el ascensor.
Pensaba ir a Washington aunque tuviera que hacerlo en una máquina quitanieves.
Capítulo Uno
Aquello era un error, pensó Olivia, sentada en el banco de una iglesia de Dallas.
No debería haberse dejado convencer por su amiga Irish para ir a la boda de su hermana. Las bodas dan mala suerte. Si hubiera seguido hasta Austin sin pararse en casa de Irish, no estaría metida en aquel lío. Pero lo estaba.
En cuanto lo vio esperando en el altar con su hermano y los demás, supo que llevaba un año y medio mintiéndose a sí misma. Los sentimientos seguían allí. Solo con verlo su corazón se encogía como una pasa.
De repente, el aroma de las flores le dio náuseas. Y su instinto de supervivencia le dijo que saliera corriendo.
Pero cuando iba a levantarse empezó a sonar la música y la primera dama de honor apareció en el pasillo.
Notaba la mirada del hombre clavada en ella e intentó no mirar. Pero no pudo hacerlo. Y cuando sus ojos se encontraron, la música y la gente desaparecieron. El tiempo quedó suspendido.
Olivia maldijo su estupidez por estar allí. Otra persona podía esconderse en excusas, pero ella no. Ella era psicóloga. Como la proverbial polilla a la luz, había acudido a Dallas para ver a Jackson de nuevo.
Con un tremendo esfuerzo, se obligó a sí misma a observar la ceremonia. Eve Ellison, la hermana de Irish, estaba guapísima con un sencillo vestido de raso color marfil. Matt Crow, el hermano de Jackson, miraba a su novia con los ojos llenos de amor. Irish, embarazada, era una de las damas de honor y Kyle Rutledge, su marido, uno de los testigos.
A pesar de sus esfuerzos, Olivia apenas oía nada. Solo podía mirar a Jackson y… la puerta de la iglesia. Pero no quería levantarse en medio de la ceremonia y tampoco quería enfrentarse con él.
En cuanto pudiera, saldría corriendo de la iglesia, tomaría un taxi e iría a casa de Irish…
¡Maldición! No tenía llave de la puerta.
–Puede besar a la novia.
Olivia levantó los ojos y vio a los novios besándose. Y a Jackson mirándola. Nerviosa, sujetó el bolso con las dos manos, como si no fuera con ella.
Los novios empezaron a caminar por el pasillo, con Jackson y Irish detrás. Cuando pasaban a su lado, ella se quedó mirando una vidriera como si fuera la obra de arte más interesante del mundo.
Esperó hasta que habían salido todos los invitados y después abrió una puertecita lateral.
Allí, apoyado en la pared, estaba Jackson Crow.
–¿Ibas a alguna parte?
–Yo… estaba buscando el servicio de señoras.
–¿En una iglesia?
–Ah, no. Es verdad, qué tonta.
–Pues has tenido suerte porque en esta hay uno. Por esa puerta –dijo Jackson–. Te espero.
–No hace falta, gracias. Tú tienes que hacerte fotografías con los novios…
–Te espero.
Olivia se tomó su tiempo, arreglando su maquillaje, pasándose el peine… Y, por fin, con la cabeza bien alta, abrió la puerta.
Jackson sonrió.
–Por