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Historia comparada de las literaturas Argentina y Brasileña: De la colonia a la organización nacional
Historia comparada de las literaturas Argentina y Brasileña: De la colonia a la organización nacional
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Historia comparada de las literaturas Argentina y Brasileña: De la colonia a la organización nacional

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El paralelismo histórico entre la Revolución de Mayo y la Independencia brasileña participa de la disimetría entre el entusiasmo ideológico y las producciones estéticas hasta que sobrevino el romanticismo como molde literario y teórico para pensar la nación y lo propio, y en tanto primera orientación cultural independentista. La poesía de Mayo, la revista Niterói y sus secuelas, el Salón Literario de Buenos Aires y los autores canónicos de mediados del siglo XIX exhiben una continuidad a veces dificultosa y otras veces francamente rebelde respecto de los textos coloniales que dieron un perfil y un nombre a los países, desde la Carta de Caminha y La Argentina de Centenera hasta las Academias brasileñas y el neoclasicismo rioplatense.En ese contexto el plan del presente tomo –regido por la imagen central del Paraná y de la Amazonia, trazando los contornos fluvial y selvático de cada literatura– marca un punto sobresaliente en los emprendimientos intelectuales que fomentan el ingreso del romanticismo a la región. A ellos se añade el papel de la prensa, tanto oficialista como opositora (y la dialéctica que se entabla entre ambas), y las formas de inclusión y exclusión de sujetos sociales a través de la práctica escrituraria –la gauchesca, el indigenismo y las manifestaciones abolicionistas– que recorren un siglo que promedia en la consolidación del Estado nacional en la Argentina y la proclamación de la República en Brasil.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ene 2017
ISBN9789876993296
Historia comparada de las literaturas Argentina y Brasileña: De la colonia a la organización nacional

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    Historia comparada de las literaturas Argentina y Brasileña - Marcela Croce

    Presentación

    Marcela Croce

    La literatura brasileña ha sido aislada de los estudios que intentan dar cuenta de una literatura latinoamericana. En la mayoría de las universidades de la América de habla hispana, se la estudia como literatura extranjera en relación directa con la portuguesa; la lengua y la articulación colonia/metrópolis aparecen como pobre justificación. En otras currículas se la asocia a las literaturas caribeñas. Lo cierto es que no encuentra un lugar propio en el cual pueda ser situada sin agotarse en extensas explicaciones.

    El propósito de esta Historia es mucho más limitado que el de abarcar toda América Latina, pero insiste no ya en la conveniencia sino en la necesidad de colocar a Brasil en el orden latinoamericano, renunciando a la extrañeza que lo segrega fuera de los estudios continentales para restituirlo al espacio de apropiación que José Martí definió con un posesivo entrañable: Nuestra América.

    La voluntad de indagar una serie de coincidencias y un conjunto correlativo de desencuentros en la historia cultural de Argentina y Brasil es el acicate que sostiene esta propuesta de abordar la literatura generada en los siglos XIX y XX en ambos países en un contexto latinoamericano y, específicamente, en el ámbito del MERCOSUR, entendiendo que el aspecto cultural de esta asociación regional todavía es demasiado débil mientras las áreas económicas, políticas, aduaneras y migratorias tienen un desarrollo muy superior y una fluidez que, pese a los altibajos, nunca ha flaqueado hasta el extremo de la secesión.

    Salvo casos aislados o anecdóticos, los puntos de contacto entre Argentina y Brasil no fueron estudiados en su efectiva relevancia ni han sido apropiadamente focalizados. Admitiendo que existe una gran unidad cultural entre ambos países debido al tipo de colonización ibérica, que los movimientos literarios y artísticos mundiales han impactado de forma similar y que la evolución histórico-social de los dos siguió un camino semejante (lo que no significa idéntico aunque habilita el trazado de paralelismos válidos), el marco en el que esta propuesta se inscribe queda justificado, siempre que la postulación de las hipótesis pueda ser debidamente contrastada y controlada para no caer en generalizaciones vacuas o exacerbaciones inútiles.

    Por esa razón el método más ajustado a la reposición de vínculos culturales entre ambas naciones es el de las literaturas comparadas, que aunque visita el afán erudito con que se practicó en la primera mitad del siglo pasado en Europa y se complace con la pasión filológica desplegada en grandes ejercicios como Mímesis (1942) de Erich Auerbach, admite y reclama ciertas precisiones para el abordaje puntual de estos casos y celebra las intuiciones pioneras de Ángel Rama sobre el comparatismo latinoamericano, recuperadas y exacerbadas por la productividad de las ideas de Silviano Santiago.

    La desconfianza sobre la unidad occidental que proclaman los modelos críticos europeos y norteamericanos lleva a Santiago a desestabilizar la categoría de influencia como una tentativa de ofrecer continuidad entre sistemas heterogéneos –en la línea abierta por Rafael Gutiérrez Girardot (1983) que la desestima en tanto categoría colonial–, como parte de un rechazo general hacia las pretensiones colonialistas de ofrecer garantías de verdad absoluta. En contrapartida, postula el mestizaje en tanto principio de descolonización e insiste en la contribución latinoamericana mayor que opera la destrucción de los conceptos de unidad y pureza (Santiago, 2012: 64-65). El comparatismo clásico, de matriz europea, es la apología de la copia (reducida y menor, por añadidura) en la relación entre centro y periferia, como si la verdad de un texto solo pudiese ser señalada por la deuda y la imitación (Santiago, 2012: 68). Es menester, entonces, reponer una relación de paridad entre los textos comparados, tarea que esta Historia asume como divisa, sin encerrarse en la proclama de la falencia de tal método (Ibíd.) sino avanzando en subrayar las diferencias como un valor y operando una comparación por diversidad, no empecinada en buscar semejanzas remotas sino en restituir las relaciones de un texto con el sistema literario en el que se produce y con otros en que su función o sus elecciones puedan ser integradas independientemente de sus diferencias.

    La reacción excesiva de las literaturas comparadas en su formulación clásica frente a tales libertades (el reaccionarismo, más específicamente, que se solaza en enunciados grotescos como no existe la literatura comparada en América Latina o solamente se pueden comparar literaturas escritas en lenguas diferentes) es la mejor muestra de su limitación por admitir lo diverso. A la lógica de fuentes e influencias con que se manifiesta el comparatismo tradicional le responde el comparatismo latinoamericano con la provocación de la paradoja en la cual desarticula el método, ya que la universalidad metropolitana depende estrechamente del reconocimiento de aquella periferia sobre la cual levanta sus pretensiones.

    El punto de partida de esta Historia –a fin de controlar la comparación y no reducirla a pura confrontación de dos casos, sino creando un tercer elemento que funcione como garantía del ejercicio comparativo– es un hecho que cambió el destino de ambos países, así como de toda Latinoamérica: la recepción local de la Revolución francesa y sus consecuencias más notorias: la llegada de la familia real portuguesa a tierras brasileñas (1808) y la Revolución de Mayo en el Río de la Plata (1810). Aunque el itinerario se inicia en el siglo XVI, con las cartas y crónicas de la Conquista que en breve continúan en ejercicios de épica local, el recorrido preciso se recorta sobre la constitución de las patrias argentina y brasileña (sin abandonar en una primera etapa el gentilicio rioplatense que integra las producciones virreinales y sin confiar plenamente en el carácter efectivo de la Independencia surgida del Grito de Ipiranga en 1822). El trayecto tiene en los inicios del siglo XIX su origen puntual, impregnándose de la decisión de Ricardo Rojas (1960) de situar a los coloniales apenas en términos de antecedentes de la literatura argentina.

    El paralelismo histórico entre la Revolución de Mayo y la Independencia brasileña procura no forzar similitudes e inscribirse atento a la cronología latinoamericana, centrado en la circunstancia de que entonces se produjo una disimetría entre el entusiasmo ideológico y las producciones estéticas hasta que sobrevino el romanticismo como modelo literario y teórico para pensar la nación y lo propio, y en tanto primera orientación cultural independentista. La comparación, así como exige un tercer término que garantice la aplicación del método, reclama combinar los aspectos culturales con los histórico-políticos, de modo de interrelacionar las producciones. En ese contexto, el plan general de la Historia marca puntos sobresalientes en los levantamientos inconexos y algo atropellados producidos en diversos puntos de ambos territorios, los emprendimientos intelectuales que fomentan el ingreso del romanticismo a la región, el papel de la prensa tanto oficialista como opositora (y la dialéctica que se entabla entre ambas), las formas de inclusión y exclusión de sujetos sociales a través de la práctica escrituraria –como ocurre con la gauchesca en poesía, el indigenismo en poesía y novela y las manifestaciones abolicionistas más propicias al ensayo pero que también encuentran expresión poética.

    A estos aspectos tratados en el presente volumen, hay que agregar los que serán considerados en los tomos sucesivos con el empecinamiento de estrechar los contactos entre la historia tout court y la literatura para producir una historia literaria. En el somero catálogo auxiliado por la cronología se alinean la Guerra del Paraguay, los primeros acercamientos intelectuales entre Argentina y Brasil hacia fines del siglo XIX (que encuentran un raro ejemplo de ecuanimidad y acuerdo en El Brasil intelectual de Martín García Mérou en 1900), las extrañas fascinaciones promovidas por el naturalismo francés en las letras locales, el destino de ambos países luego de la consolidación como Estados-nación modernos, los centenarios respectivos de 1910 y 1922, las vanguardias y la profesionalización de la escritura, la cultura oficial y la cultura de resistencia generadas durante el varguismo y el peronismo, una relectura del fenómeno del boom de la narrativa latinoamericana y, ya en el orden siniestro, la colaboración entre ambos países durante la última dictadura militar junto a otros miembros del Plan Cóndor, así como la respuesta que tales prácticas recibieron desde la literatura.

    Pero como una historia literaria requiere ser trazada desde los textos, las circunstancias históricas se limitan a proveer el marco en el cual se sitúan las obras, y la posibilidad de comparación literaria excede en ciertos casos, complementa en algunos más y justifica en muchos otros las relaciones entre hechos y fenómenos históricos. La historia literaria no es una ilustración de la historia tout court, lo que implicaría un reduccionismo; tampoco debe responder estrictamente a un orden cronológico que frecuentemente exige reacomodamientos (es así como la comparación entre Lavardén y Castro Alves salta varias décadas para producir una originalidad crítica que se evade de cualquier sujeción cerradamente contemporánea). Ni la historia se resuelve en pura cronología ni las literaturas comparadas se practican según un método único, como consta en la justificación previa: tales comprobaciones del desmoronamiento de las certezas orientan los ejercicios que siguen. La confianza en un sistema literario (Candido, 2006) más que en la abstracción equívoca de la literatura nacional –antes propicia a la consagración canónica que a la incitación crítica– se verifica en cada capítulo, tanto en las líneas que abre hacia el resto del sistema como en las equivalencias que sostienen la práctica compleja de un comparatismo intra-americano del que algunos abominan y otros descreen.

    Una voluntad provocativa apuntala entonces esta Historia: la del diseño efectivo y puesta en marcha de estudios de literatura comparada intra-americanos, partiendo de la hipótesis de que la literatura latinoamericana, tal como se enseña e investiga actualmente en las universidades del continente, responde a un modelo de literaturas nacionales comparadas. Sistematizar los estudios comparados con un ojo puesto en el método y otro en la perspectiva política que habilita (para abusar de la analogía oftalmológica que regocijaba la fe estrábica de Echeverría, repartida entre la patria y Europa) significa intervenir en el desarrollo de un campo inexplorado de producción y transmisión del conocimiento dentro de la comunidad académica, ofreciendo asimismo un modelo para aplicar a otras disciplinas.

    En la metodología comparatista de esta Historia no existe una relación de superioridad de una literatura sobre la otra sino un vínculo de igualdad sostenido por la proximidad geográfica, la multitud de coincidencias históricas y la condición igualmente periférica que la academia metropolitana reserva a Argentina y Brasil. No se trata de evaluar innovaciones ni de establecer precursorías, sino de mostrar las variantes que en cada país registran algunos modelos externos. Así, el romanticismo indianista brasileño en poesía (Gonçalves Dias) se confronta con el romanticismo argentino que expulsa al indio y lo reduce a malón salvaje o a sujetos sin identidad (Echeverría); del mismo modo que en la gauchesca el mestizo rural adquiere voz en una operación cumplida por los letrados rioplatenses, en tanto el negro será objeto antes que sujeto del abolicionismo en los textos brasileños.

    En torno al realismo, las convergencias entre la literatura de ambos países son más notorias, con un epicentro significativo en los textos sobre la Guerra del Paraguay y los efectos de la crisis bursátil de fines del siglo XIX. En el caso del naturalismo, si bien los autores de uno y otro lado se rigen por los principios zolianos y los axiomas del positivismo, resulta opuesta la visión del inmigrante: genéticamente predispuesto para expandir el mal en el caso argentino (el italiano en Cambaceres) o corrompido por el medio tropical (el portugués en Aluísio Azevedo). Asimismo, el melodrama que opera como conciliación política en la Argentina ofrece una matriz apta para el acuerdo racial y el mestizaje en ciertas producciones brasileñas. Al lado de tales repercusiones de estéticas europeas se reconoce una originalidad en la producción de géneros locales: por el lado argentino –extensible al área rioplatense– se desarrolla la gauchesca durante varias décadas del siglo XIX; en Brasil existe una forma casi pura de creación popular como es la literatura de cordel, especialmente proliferante en la primera mitad del siglo XX.

    Las mismas repercusiones de fenómenos culturales impregnan la crítica y la historiografía literaria. Las historias que existen para cada país incurren en restricciones propias de la época en la que fueron escritas: así, el positivismo que se verifica en los Capítulos de historia colonial (1907) de Capistrano de Abreu es descartado por el sociologismo empleado por Antonio Candido en su Formação da literatura brasileira (1959), donde el peso otorgado al público lector contrasta con la obsesión formal desplegada por Abreu. Araripe Júnior descubre en Gregório de Matos a un precursor barroco de la literatura del Brasil decimonónico, de modo similar a la reconstrucción que opera Ricardo Rojas de Los coloniales en su Historia de la literatura argentina (1917-1922), escrita con el afán de crear una bibliografía para la recién inaugurada cátedra universitaria de estudios de la literatura nacional.

    El trabajo con ambas literaturas propone complementar un vínculo que naturalmente se ha desarrollado en el campo musical –intérpretes brasileños como Gal Costa, Chico Buarque o Caetano Veloso circulan desde hace décadas en la Argentina, así como Mercedes Sosa es difundida en Brasil y un grupo argentino como Serú Girán se formó en Buzios en 1978– y que ha tenido momentos de coincidencia notoria en el plano de las artes plásticas, lo que resulta confirmado por recientes exposiciones como la que se montó en la Fundación Proa a fines de 2012 que marcaba los puntos de coincidencia entre los artistas locales del Instituto Di Tella y su proyección en figuras brasileñas como Hélio Oiticica y Lygia Clark. Sin embargo, la integración literaria permanece aún en grado hipotético. La historia comparada de las literaturas argentina y brasileña representa un envión hacia la concreción efectiva de una relación bilateral culturalmente intensa, que contribuya a relativizar las ideas extraterritoriales y a promover una crítica, una metodología y un sistema independientes, evitando la frecuencia con que se aplican las ideas fuera de lugar ya diagnosticadas y estigmatizadas por Roberto Schwarz (2004) en un artículo clásico enunciado como manifiesto de independencia intelectual.

    Estado de la cuestión

    A modo de antecedentes y orientación para este emprendimiento (y a título de excepciones en el panorama previo, que tiende a la desolación en términos de integración y comparatismo latinoamericano) deben contarse los trabajos registrados en el plano de la historia, cuyo epicentro es Argentina Brasil 1850-2000. Un ensayo de historia comparada (2008) de Fernando Devoto y Boris Fausto. Se trata de un libro pionero que marca los puntos de mayor coincidencia y también los de notoria divergencia entre las historias de ambos países. Este texto, con sus indicaciones sobre el alcance de algunos fenómenos, es indispensable para el trazado del plan completo que aspira a articular las producciones literarias con los datos históricos, sociales y políticos que constituyen su contexto.

    Junto a esta obra de referencia se sitúa, aunque en un plano mucho más restringido, la investigación de Luiz Alberto Moniz Bandeira, Conflito e integração na América do Sul: Brasil, Argentina e Estados Unidos (da Tríplice Aliança ao Mercosul, 1870-2001) (2003), cuyo punto de partida es el acuerdo entre los gobiernos de Argentina y Brasil para la destrucción de Paraguay. Igualmente fragmentario en cuanto a su objeto, pero preciso y exhaustivo por su investigación, resulta el volumen Las derechas. La extrema derecha en la Argentina, el Brasil y Chile 1890-1939 de Sandra McGee Deutsch (2005).

    En el orden estrictamente literario, los antecedentes más claros de la vinculación entre Argentina y Brasil constan en el ya referido El Brasil intelectual de García Mérou –escrito en medio de la misión diplomática a la que fue enviado a Rio de Janeiro por el presidente Julio A. Roca– y Literatura del Brasil (1946) de Newton Freitas y Lidia Besouchet, quienes se instalaron en Buenos Aires y difundieron la literatura de su país, operando a la par con traductores de la izquierda intelectual argentina como Benjamín de Garay y Raúl Navarro (Sorá, 2003). Este impulso continúa en las iniciativas de Jorge Schwartz en el libro Vanguardia y cosmopolitismo en la década del veinte (1993) que compara a Oliveiro Girondo y Oswald de Andrade, y la de Florencia Garramuño en Genealogías culturales. Argentina, Brasil y Uruguay en la novela contemporánea (1981-1991) (1997) que aunque incluye a Uruguay y se aboca a un corpus acotado de ficciones, aporta a la discusión teórica de las genealogías literarias, los usos y abusos de la historia y las reescrituras en los autores de ambos países durante ese período.

    La tentativa más relevante de integración bilateral en la literatura reciente es la antología bilingüe Puentes/Pontes. Poesía argentina y brasileña contemporánea (2003) que organizaron Jorge Monteleone y Heloïsa Buarque de Hollanda. En el mismo sentido, las revistas Grumo (dirigida por Mario Cámara y Paloma Vidal) y Margens/Márgenes (Facultad de Letras de la UFMG - Facultad de Humanidades de la Universidad de Mar del Plata - Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) también procuraron establecer lazos entre las literaturas argentina y brasileña pero su objetivo no se centró en los aspectos comparativos.

    En lo que respecta estrictamente a las literaturas comparadas es relevante el trabajo de Eduardo F. Coutinho (2004), quien historiza la comparación en el continente, reiterando en ocasiones el recorrido ya cumplido en el mismo sentido por Tánia Franco Carvalhal (1996). La perspectiva del comparatismo escogida reconoce la paridad entre dos literaturas que se producen simultáneamente, que responden en muchos casos a impactos externos similares o análogos, que aparecen en períodos históricos marcados por hechos o circunstancias semejantes y que, llegando al siglo XXI, muestran un interés en vincularse, aunque inicialmente tal conexión se recorte al plano de las industrias culturales. El dato de que la recepción de modelos externos pueda operar como factor organizador de ciertos períodos ofrece un elemento que funciona como contralor del proceso comparativo, ya que no se trata solo de ver los aspectos de una y otra obra, sino de detenerse en el modo en que un tercer componente incide en la plasmación de las mismas.

    Como ejemplo de interrelación editorial resulta de consulta insoslayable la colección Vereda Brasil de la editorial Corregidor, que a lo largo de una treintena de títulos ha dado a conocer en la Argentina desde autores clásicos de los siglos XIX y XX como Machado de Assis y Clarice Lispector hasta autores más novedosos como Ana Cristina César en poesía y Ferréz en novela, pasando también por dramaturgos y críticos. En el orden académico cabe destacar el volumen Modernidades alternativas na América Latina (2009) organizado por Eneida Maria de Souza y Reinaldo Marques, que integra artículos de brasileños y argentinos y dedica una sección especial a la cuestión del archivo literario, en la cual revisa el ejercicio de la literatura y la crítica en revistas y suplementos literarios, uno de los modos más difundidos de vinculación entre intelectuales y a la vez una forma que reviste inmediatez en la circulación de textos.

    Por supuesto, un lugar central corresponde a las historias de la literatura producidas en ambas naciones, especialmente durante el siglo XX y comienzos del XXI, que además de operar como objetos de consulta y contraste serán exhaustivamente tratadas oportunamente, como ejemplos del nacionalismo literario en sus inicios y como orientaciones críticas originales que corresponden a la revisión de un sistema literario ya avanzada la última centuria. A los textos inaugurales de Sílvio Romero (1888), Capistrano de Abreu (1907) y José Veríssimo (1916) corresponde en la Argentina el monumento filológico erigido por Rojas (1917-1922); a la perspectiva marxista inscripta por Nelson Werneck Sodré (1938) no se le puede encontrar un parangón inmediato en el caso argentino, pero es posible articularlo con las preocupaciones sociales de los años 60 por su conciencia dramática del subdesarrollo cultural, al tiempo que comparte con Rojas la voluntad de eliminar a la literatura colonial de la nómina de literatura nacional; los compendios de Ronald de Carvalho (1919) y Alceu de Amoroso Lima (1957) tienen una vocación simplificadora que se encuentra ausente del proyecto dirigido por Rafael Alberto Arrieta (1958) sobre el modelo de la Escuela de los Anales, con múltiples colaboradores y sin demasiada sistematicidad, lo que redunda en repeticiones y superposiciones copiosas a la par de ausencias sintomáticas y desarticulaciones evidentes. La Formação da literatura brasileira (1959) de Candido insiste en las obras individuales de brasileños allí donde los argentinos favorecían un ejercicio colaborativo que producirá en los años 80 la Historia de la literatura argentina (1980-1986) publicada por el Centro Editor de América Latina. Las estribaciones finales de estas prácticas serán la Breve historia de la literatura argentina (2006) de Martín Prieto, sobrevuelo vertiginoso que tiende a canonizar algunas lecturas de críticos contemporáneos, y la Historia crítica de la literatura argentina dirigida por Noé Jitrik que en una década y media produjo volúmenes dispares cuya segmentación no siempre encuentra justificaciones plausibles.

    Plan de operaciones

    Esta Historia está organizada con vistas a la publicación de seis volúmenes que den cuenta de la producción literaria a lo largo de tres grandes períodos de las historias argentina y brasileña: de 1808/1810 a 1889, de 1889 a 1955 y de 1955 a 2015, repartiéndose en dos entregas cada una de tales divisiones.

    En el primer segmento, que llega hasta 1889, se advierte que la independencia es una tarea de los intelectuales que logran una creciente secularización frente a sus antecesores procedentes de la Iglesia (en lo cual cumple un papel fundamental el predominio jesuítico tanto en el Río de la Plata como en las tierras portuguesas de América hasta la década de 1770). Durante dicho período la comparación está centrada en las prácticas del periodismo cultural, el modelo del romanticismo puesto al servicio de la independencia nacional (que se extiende en ambos casos hasta los años de 1870), el desarrollo del modelo realista en la novela que define la orientación republicana que Argentina adquiere desde mediados del siglo y Brasil recién a partir de 1889, y la recepción diferencial del naturalismo, que en el caso argentino se prestó a segregar a los inmigrantes y en el caso brasileño tendió a disminuir a los nacionales frente a los extranjeros (rechazando en ambas tendencias la función progresista que la corriente registró en sus orígenes franceses con Émile Zola).

    En el segundo momento, desarrollado entre 1889 y 1955, se trazan sucesivos parangones entre la crisis bursátil de ambas naciones a comienzos de la década de 1890, los primeros viajeros que establecen un intercambio entre los dos países, la renovación poética que introdujo el modernismo hispanoamericano (lo que exige un cuidado especial en el empleo de la nomenclatura a fin de evitar confusiones, ya que el modernismo hispanoamericano define a grandes rasgos el movimiento poético orientado por Rubén Darío que se extiende desde fines de la década de 1880 hasta fines de la década de 1910, mientras el modernismo brasileño es el equivalente de las vanguardias hispanoamericanas y se desarrolla fundamentalmente en la década de 1920), el impacto de las vanguardias europeas y sus ajustes locales, el desarrollo del ensayo intuicionista y esencialista durante los años 30 y la constitución de culturas oficiales a través de los movimientos populares del peronismo y el varguismo respectivamente.

    El tercer período, extendido desde 1955 hasta la contemporaneidad, comienza revisando la literatura ensayística producida en el marco de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), liderada por el argentino Alberto Prebisch y el brasileño Celso Furtado, y su sucesora en el tiempo y opositora en los principios, la Teoría de la Dependencia, enunciada por los brasileños Fernando Henrique Cardoso y Theotônio dos Santos, entre otros, que se esparció por todo el continente y constituyó una formulación original para pensar a América Latina desde sí misma, con sus propios recursos, postulando una estrategia para lograr que la región ingresara a la modernidad sin entregar sus productos y sin extremar la dependencia, como había ocurrido en el momento desarrollista correspondiente a la CEPAL. Es en ese orden que cabe destacar la observación de Candido respecto de la literatura, que representa precisamente un ejemplo cabal de lo que se procura lograr mediante esta historia comparada de las literaturas: la distancia que va de los años 20 a los 60, del triunfalismo del granero del mundo argentino y el primer productor de café brasileño a las dificultades de la posguerra, de las teorías económicas clásicas a la teoría de la dependencia y de las vanguardias literarias entusiastas al ensayo de las ciencias sociales que denuncia la dependencia; esa distancia es la que va de la conciencia alegre del subdesarrollo que motivaba las adhesiones gauchescas en la vanguardia argentina y la provocación Tupí or not tupí en la Antropofagia brasileña a la conciencia dramática del subdesarrollo que revelaba el papel relegado que ambos países tenían en el mundo en la década de 1960 (Candido, 2003).

    Desde allí se estudian las repercusiones del boom latinoamericano en ambas naciones, la extinción de la antigua oligarquía terrateniente como clase social (lo que se verifica en las narrativas desoladas de autores como el argentino Manuel Mujica Láinez y el brasileño Lúcio Cardoso) y el impacto de los medios masivos que repercute en formulaciones que exceden lo puramente verbal para vincularse con lo icónico (el caso de la historieta), el desarrollo de la nueva crítica literaria a partir de la llegada de modelos europeos renovadores como el estructuralismo y la deconstrucción y luego los norteamericanos de los estudios de género y el poscolonialismo, y el peso creciente de las industrias culturales que promueve los fenómenos de mercado como el best-seller.

    Las hipótesis que organizan la Historia son ratificadas, rectificadas, reelaboradas o ajustadas de acuerdo con el trazado de comparaciones tanto entre textos argentinos y brasileños como entre autores de una misma procedencia. La circunstancia de que en ocasiones se trate de autores y en otras ocasiones de obras o movimientos literarios responde justamente a una exigencia del sistema comparativo: no siempre los autores y las obras de ambos países se corresponden. Por ejemplo: se ha insistido en la relevancia que registra Grande Sertão: Veredas de João Guimarães Rosa dentro de la narrativa brasileña de los años 60, aunque no logra ser integrado al fenómeno del boom latinoamericano (en cuyos alcances siempre resulta dificultoso el ingreso de Brasil, no obstante las consideraciones oportunas de Ángel Rama (1984). Sin embargo, la gran figura argentina del boom, Julio Cortázar, no puede ponerse a la par de Guimarães Rosa aunque Rayuela, por su carácter renovador y experimental, admite un paralelo con Grande Sertão: Veredas. Por otra parte, la figura de Guimarães, con su dominio de lenguas antiguas y modernas y su resistencia a las modas literarias, además de su consagración indiscutida entre los intelectuales, se encuentra mucho más próxima a la de Jorge Luis Borges en la Argentina (incluso por su relevancia internacional) que a la de Cortázar. Los criterios de comparación exigen, en consecuencia, ajustes constantes y, según el aspecto que se privilegie en cada momento de la comparación, varía la contraparte con la que es más adecuado trazar el vínculo.

    El hecho de que se trate de una historia de la literatura obliga a mantener un doble control sobre las hipótesis: el de la historia y el de la literatura. La bibliografía histórica evita que los datos sean forzados para favorecer una hipótesis que no los admite o que resulta entrar en colisión con ellos, y a su vez garantiza que la historia literaria no se convierta en una sumatoria de autores y obras sino que efectivamente esté guiada por un criterio histórico, ajeno a las arbitrariedades de otras formas organizativas. La selección que integra cada uno de los capítulos no tiene la vocación de ofrecer un panorama completo de ambas literaturas, sino que apunta a desarrollar aquellos puntos en que la comparación resulta más factible; pesa menos la obsesión totalizadora que aqueja a las historias de la literatura nacional que la voluntad comparativa que subraya la originalidad de este planteo. La historia literaria que resulte del presente proyecto se resiste a ser un conjunto de monografías sin relación (sobre lo cual alertaba Barthes, 1979) para pronunciarse por una producción sistemática en la cual la articulación quede garantizada no tanto por la cronología como por la valoración y la relevancia que los hechos adquieren en los textos y el modo en que logran articularse en una construcción discursiva. Eso justifica la presencia de autores como Michel de Certeau y Hayden White en las orientaciones teóricas, quienes caracterizan el modo de redactar una historia según los elementos literarios que ingresan en su composición.

    En el caso de Michel de Certeau, su trabajo permite distinguir la definición de las figuras a través de dos conceptos de orden lingüístico: la denotación y la connotación. Así, los nombres propios comienzan en la pura denotación y a medida que avanza el trabajo histórico se van cargando de connotaciones, y con estas características son trasladados a otros ámbitos del saber. La relevancia de Certeau atañe no exclusivamente al análisis de los textos sino también a los elementos que provee para la escritura de una historia literaria. Hayden White, por su parte, elabora una tipología de los textos históricos según la figura retórica o el modo discursivo dominante en su escritura. Así, por ejemplo, existe una historia trágica, una historia metafórica, una historia irónica, etc. (y los modelos que indaga son los de Jules Michelet, Jacob Burckhardt, Karl Marx, entre otros). Un mismo hecho o período histórico puede ser abordado desde diferentes modos discursivos, construyendo significaciones no ya diferenciales sino incluso contradictorias.

    La presente Historia, amparada por un método de originalidad provocativa y sujeta a las múltiples variables enunciadas, halla el modo de no ser un compendio arbitrario ni una reunión apresurada y sin justificación, sino un conjunto orgánico que efectivamente provea un instrumento útil para inaugurar las investigaciones en este campo, solventada por una formulación discursiva congruente con sus propósitos. Es por eso que elige discurrir con las libertades del ensayo antes que con las restricciones de otras formas más codificadas, haciendo de la ensayística el discurso apropiado para un comparatismo polémico.

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    Nota editorial

    La organización de una obra colectiva requiere sistematizar ciertos aspectos que se detallan a continuación. Algunos se ubican en el orden de las puras convenciones y otros tienden a aclarar la alternativa escogida en caso de variedad de posibilidades. El propósito es establecer

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