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Historia comparada de las literaturas argentina y brasileña: Del romanticismo canonizador a la república oligárquica, 1845-1890
Historia comparada de las literaturas argentina y brasileña: Del romanticismo canonizador a la república oligárquica, 1845-1890
Historia comparada de las literaturas argentina y brasileña: Del romanticismo canonizador a la república oligárquica, 1845-1890
Libro electrónico452 páginas6 horas

Historia comparada de las literaturas argentina y brasileña: Del romanticismo canonizador a la república oligárquica, 1845-1890

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El recorrido de este segundo Tomo de la Historia comparada de las literaturas argentina y brasileña se extiende entre el esplendor del romanticismo en su función programática y la crisis económica que sacudió ambos escenarios nacionales en 1890-91. En el itinerario marcado por el apogeo del comienzo y la decadencia del cierre del período se revisan las inflexiones más significativas de las dos literaturas. La canonización del autor y la canonización de las obras, dos de los criterios organizativos de una literatura independiente, reúne en capítulos simétricos a Sarmiento y José de Alencar, por una parte, y a Martín Fierro e Iracema por la otra, insistiendo en la caracterización ya establecida en el Tomo 1 sobre un sistema anti-indígena en la Argentina y un indigenismo idealizado en Brasil. La mirada hacia el esclavismo, la introducción de los bandidos en los ejercicios estéticos de corte popular, la construcción de figuras de autor elevadas a íconos nacionales y las secuelas que dejó la infame Guerra de la Triple Alianza en los ejércitos nacional e imperial son algunos de los puntos sobresalientes de una indagación que se resiste al conformismo y encuentra en estos paralelos no solamente una práctica eficaz del comparatismo sino también una posibilidad de revisión de tradiciones que reiteradamente se han pretendido autónomas y cerradamente suficientes. Este Tomo se detiene allí donde la reunión de argentinos y brasileños, con la mediación privilegiada de Rubén Darío, ilustra los avatares del modernismo en el Cono Sur.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 jul 2017
ISBN9789876993906
Historia comparada de las literaturas argentina y brasileña: Del romanticismo canonizador a la república oligárquica, 1845-1890

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    Historia comparada de las literaturas argentina y brasileña - Marcela Croce

    capítulo.

    Primera parte

    Tradiciones, modelos y adpataciones

    1. Sarmiento en Facundo y Alencar en O guaraní, o la canonización del autor romántico

    Melina di Miro

    Una vez lograda la independencia de sus metrópolis, los estados americanos surgidos de las viejas colonias debieron enfrentar no solo la tarea de la organización de sus instituciones jurídicas y sus territorios, sino también el desarrollo de una cultura independiente. Como es evidente al comparar la ruptura de la futura Argentina con la monarquía española y la continuidad de régimen en el Brasil imperial, estos procesos tuvieron temporalidades y problemáticas particulares en los diversos países latinoamericanos. Pero, desde tempranas décadas del siglo xix, la escritura romántica en Latinoamérica, guiada por el principio historicista, manifiesta la preocupación de los jóvenes letrados de afirmar una cultura que diera cuenta de su singular diferencia frente a las antiguas dominadoras (Vid. Cap. Independencia cultural: un proyecto de los intelectuales en la década de 1830 en el Tomo i).

    José de Alencar (1829-1877) y Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) han sido dos figuras centrales del romanticismo local, cuyas obras han pervivido en las letras de sus países en ecos recursivos hasta el presente. Vinculado espiritualmente a la Generación del 37, rápidamente desencantada de su pretensión de constituirse en la consejera intelectual de Juan Manuel de Rosas, Sarmiento inscribe desde el exilio chileno en su texto fundamental, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas (1845),1 una crítica al régimen rosista a través de la biografía del caudillo riojano. Heredero polémico de la primera generación romántica –nucleada en el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño (1838) apadrinado por Pedro ii–, Alencar da a conocer la que fue considerada por él mismo su obra prima, O guarani (1857),2 en la que a través de la historia del indio Peri se exalta un sistema de valores afines a la ideología conservadora del Segundo imperio. Aunque su fecha de publicación corresponde al desarrollo del egotismo poético, Bosi (1982) y Candido (2004) coincidirán en que la narrativa alencariana desarrolla los núcleos nacionalistas del primer romanticismo brasileño, si bien con una modernización de los códigos de representación del indígena.

    En la diversidad de sus obras y las sociedades que fueron –directa o indirectamente– material de su escritura y de sus proyecciones puede hallarse, sin embargo, la impronta común de ese pensamiento historicista que, tanto en Brasil como en la futura Argentina, permitió dar un sustento estético y filosófico a la conciencia y al deseo de un sector de la comunidad letrada por esa paradójica tarea de descubrir y construir una autonomía espiritual que acompañara la reciente independencia política de estos países en formación. En efecto, en la escritura de Sarmiento así como en la de Alencar es posible encontrar la confluencia de dos ideas rectoras del romanticismo latinoamericano: la reivindicación de las particularidades geográficas, étnicas e históricas de estos pueblos, y la necesidad de elaborar una literatura que fuera expresión de la fisonomía y la realidad americana con una intencionalidad de afirmación nacional. De allí el afán por representar la naturaleza y los que se consideraba caracteres americanos típicos, habitantes presentes y pasados del suelo patrio: el gaucho, el indio.

    Así, en las siguientes palabras sarmientinas se deja entrever el proyecto de crear una literatura nacional que exprese y, a la vez, forme una identidad literaria para la Argentina: Si un destello de literatura nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales y, sobre todo, de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena (Sarmiento, 1958: 35). Por su parte, será retrospectivamente como Alencar explicitará su proyecto literario nacionalista cuando en el prólogo a la novela Sonhos d´ouro (1872) periodice el desarrollo de la literatura brasileña –equiparada con el alma de la patria– en tres fases a las que hace coincidir con la organización de su propia producción literaria. Dichas fases son la aborigen o primitiva –constituida por mitos y leyendas–, la colonial –donde se narra el encuentro del invasor con la tierra americana–, y la tercera fase iniciada con la independencia política, que espera escritores que formen el gusto nacional.

    Si el gesto de Alencar es hacer de su propia obra la expresión máxima y sintética de esa literatura, representando nuestra tierra, que los hijos de Europa no se cansan de admirar (Alencar, 1988: 70), el de Sarmiento parecería ser, en principio, organizar el camino que ya han empezado a recorrer otros como Esteban Echeverría. Sin embargo, Sarmiento no se reserva tácitamente para sí solo el lugar del Tocqueville americano que, munido del saber europeo –desplegado en los epígrafes de Facundo– y de su experiencia de la tierra americana, dé cuenta y explique al extranjero la particularidad argentina, sino que él mismo en su escritura realiza parte de ese proyecto literario nacional. Allí están para demostrarlo diversos pasajes del Facundo donde es posible leer narraciones que presentan literariamente la lucha entre la civilización y la barbarie: el romance lastimero de la bella Severa perseguida por el Tigre de los Llanos (139), la historia de las niñas que en un paisaje de Las mil y una noches imploran a Quiroga por sus padres (168), o esas anécdotas en que el caudillo perdona la vida a hombres civilizados y que prueban la teoría del drama moderno de la chispa de virtud en la maldad (143).

    Para ambos autores, la constitución de una literatura que fuera afirmación de la autonomía espiritual de estos pueblos implicó asimismo la defensa de la independencia lingüística. Tanto Sarmiento como Alencar abogaron por legitimar la diferenciación del uso lingüístico americano respecto de la norma metropolitana. Es esta la bandera sostenida por Sarmiento en su polémica con Andrés Bello. En Alencar, su apartamiento de la norma lingüística lusitana, introduciendo en sus narraciones neologismos y vocablos del guaraní e intentando acercar la escritura al portugués hablado en el Brasil, también fue causa de polémicas en algunos libros y en la prensa –véase por ejemplo los posfacios a las segundas ediciones de Iracema y Diva. Cabe mencionar el carácter elitista del romanticismo lingüístico en estos escritores, ya que, si bien defienden una correspondencia entre el desarrollo de la lengua y las mudanzas de los pueblos, también sostienen que las innovaciones en materia idiomática deben pasar por el filtro del escritor (Gazzola, 2014).

    Teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí podría hacerse extensivo al caso argentino la siguiente afirmación de Candido: el Romanticismo brasileño fue inicialmente (y continuó siendo en parte hasta al final) sobre todo nacionalismo. Y nacionalismo fue antes que nada escribir sobre cosas locales. De ahí la importancia de la narrativa ficcional en prosa (Candido, 2004: 36).3 Sin embargo, tal perspectiva nacionalista fue atravesada por un diverso signo ideológico en Brasil y en Argentina respectivamente durante las primeras décadas de su desarrollo en ambos países. Así, mientras el romanticismo alencariano es sustentado en un complejo ideológico conservador-monárquico-religioso, en el autor argentino se encuentra ligado a un ideario liberal-republicano-laico. Tal brecha entre la cosmovisión alencariana y la sarmientina revela la inevitable parcialidad de los trabajos sobre romanticismo en Latinoamérica que se enuncian de espaldas ya a su inflexión hispana, ya a su articulación lusa. Los estudios sobre romanticismo hispanoamericano suelen subrayar su espíritu republicano y su uso de la literatura como defensa del progreso y la civilización (Jitrik, 1970; Yañez, 2012), en tanto que aquellos sobre romanticismo brasileño enfatizan la presencia de un ideal conservador y anti-burgués en sus dos primeras generaciones (Bosi, 1982; Zella, 2010). Estas significativas diferencias no pueden remontarse simplemente al acervo de lecturas europeas –Alencar conocía las páginas de Hugo y Lamartine tan bien como Sarmiento las de Chateaubriand–; ellas echan sus raíces en el disímil contexto histórico de ambas ex colonias y en el modo de inserción en él de estos letrados desde los que la estética de ultramar fue reapropiada y reelaborada.

    Existen tres instancias primordiales para el pensamiento romántico latinoamericano en cuyos modos particulares de representación en O guarani y Facundo pueden manifestarse las diversas modalidades del romanticismo en Sarmiento y Alencar. Se trata de los caracteres americanos típicos–el gaucho y el indio respectivamente–, la naturaleza autóctona y los lazos con las antiguas metrópolis. Pero si, por una parte, en las representaciones de estas tres instancias hay contrastes que permiten vislumbrar el desencuentro en la articulación del romanticismo argentino y brasileño, por otra parte, a través de ellas puede singularizarse en ambas obras un diseño de la nación futura que aproximará la perspectiva de la cultura letrada de ambos autores en su ímpetu asimilador sobre los sectores oprimidos. El gaucho y el indio, aunque pertenecientes a grupos étnicos diferentes y con un diverso posicionamiento en la estructura socio-política argentina y brasileña, son susceptibles de comparación en la escritura sarmientina y alencariana en tanto cada uno de ellos cumple allí, como se verá, la función del Otro asimilable. En ese sentido, se diferencian, en el contexto de producción de 1830-1860, de las figuras del negro en la literatura de Brasil y del indio en la argentina, los cuales son concebidos como el Otro no integrable en la comunidad nacional. Cabe mencionar que el gaucho también es objeto en Alencar de una idealización positiva, como puede verse en su novela O gaúcho (1870); sin embargo, nos hemos focalizado en el indio en tanto equivalente funcional al caso argentino, pues él fue el sujeto privilegiado de exaltación en el romanticismo brasileño hasta fines de la década de 1860.

    El gaucho, el indio: el Otro asimilable

    Al remitir desde sus títulos a las figuras protagónicas, leer en continuidad el nombre de ambas obras es vislumbrar ya la disímil construcción de la imagen del hombre americano en cada una de ellas. En el caso argentino, mediante el nombre propio de un gaucho que vivió asolando la patria y que como grande hombre manifestará los rasgos de esa masa gauchesca que habita bárbaramente las campañas pastoras. En el texto brasileño, a través de la sustantivación de un gentilicio, el título refiere al indio guaraní Peri, quien actuará heroicamente al salvar la vida de la noble hija del caballero portugués Antônio de Mariz, objeto de allí en más de su entera devoción.

    Los juegos de oposición que se articulan en torno a uno de los conflictos principales que hace avanzar la trama –la competencia amorosa de Peri, Álvaro y Loredano por Cecilia, la virgen brasileña– colocarán la figura del indio en el centro de un contrapunteo de relaciones entre personajes, construidos como arquetipos simbólicos, que irá pincelando los rasgos de la imagen del guaraní a la vez que el sistema de valores que organiza el mundo interno de la novela. Así, frente a Álvaro –el joven caballero leal a Mariz, junto a quien representa los valores de la nobleza y la cristiandad– y al aventurero italiano Loredano, alias fray Ángelo –personaje demonizado quien encarna lo hereje, lo extranjero y lo corrompido por el dinero– se recorta la figura de Peri. A diferencia del fraile apóstata, él no injuria la religión de los nobles, pues no ha conocido jamás la verdadera fe: es en este sentido el buen salvaje, el hombre natural, leal y pacífico con el hombre blanco que no le hace guerra. Pero si ignora al dios de los cristianos (y por ello antepone su dama a su señor y es capaz de silenciosas venganzas), porta, como Álvaro, valores de nobleza: el coraje, la valentía, el cumplimiento de su palabra, el respeto a la mujer y a su amo. Al otorgar estos atributos al indio Peri, ya sea mediante descripciones estilizadas, ya sea mediante atribución de acciones heroicas, la novela construye una imagen idealizada del guaraní que puede ser sintetizada en el sintagma un caballero portugués en el cuerpo de un salvaje (Alencar, 1988: 34).4

    De esta manera, la escritura alencariana construye un pasado para la nación atribuyéndole un doble linaje de nobleza a la aristocracia del imperio: aquel proveniente de la estirpe portuguesa colonial, simbolizada en Álvaro y Antonio, y aquel del habitante autóctono del Brasil: el guaraní. En este sentido Bosi ha señalado, refiriéndose a la idealización del indio, que la novela colonial de Alencar nace de la aspiración de apoyar sobre un pasado mítico la nobleza reciente del país (1982: 91). La cosmovisión de un mundo feudal estable y jerárquico –en consonancia con el orden monárquico-agrario-esclavista del Segundo Imperio– no sería entonces un resabio del período colonial del que había que deshacerse para fundar la cultura de un Brasil independiente, sino que se alojaba en el origen legendario de la nación. La mitificación caballeresca del hombre natural americano será una operación estética reiterada en este autor (Iracema, 1865; O gaúcho, 1870; O sertanejo, 1875), quien, al unificar el sistema de valores que rige la cosmovisión de protagonistas de novelas ambientadas en diferentes zonas del Brasil, hace de su regionalismo un efectivo nacionalismo literario.

    La diferencia fundamental entre Peri y los verdaderos caballeros es anulada mediante la conversión religiosa, la cual posibilita la unión amorosa de Peri y Cecilia. Dicha unión constituye una resolución imaginaria del conflicto interétnico mediatizada por la idealización de la figura del indio. En este sentido, el amor de Peri y Cecilia puede ser interpretado como uno de los símbolos a través de los cuales las novelas ‘indianistas’ de José Alencar […] trabajan […] los encuentros étnicos-culturales como una especie de genealogía de la nación, indicando lo que se debe olvidar/recordar en la historia patria (Carrizo 2001: 21). Quienes no sean objeto de dicha mediación no ingresarán a la genealogía nacional, tal es el caso de los aimorés que en la novela son presentados como el Otro no asimilable, marcado por el signo de la extranjería del Brasil y de la humanidad. Ellos son pueblo sin patria y sin religión que se alimentaba de carne humana y vivía como fieras (Alencar, 1988: 58). No hay entonces en la narrativa de Alencar un rescate indiscriminado de las poblaciones indígenas frente a, como el mismo autor denunciaba, las injustas imágenes que los cronistas habían hecho de ellas, sino solamente del jefe de los Goitacás.

    Ahora bien, si en O guarani la figura del indio singularizada se exalta tácitamente como el sostén simbólico del Brasil imperial, al construir sobre ella el mito de una estirpe noble nativa; en Facundo, el gaucho será presentado ante todo como el obstáculo para el avance de la deseada república. Asimismo, la problemática central de esta obra, la dicotomía entre la civilización y la barbarie, podría ser reencontrada en la escritura alencariana, con las debidas diferencias, solo en un plano secundario para presentar el conflicto con los aimorés.

    En el texto sarmientino el gaucho es tratado desde múltiples dimensiones. Así, como elemento político se presenta en la figura del caudillo; como elemento socio-cultural, en los tipos del rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el cantor; y como elemento militar, en la imagen de la montonera. A pesar de sus particularidades, la representación de estas tres dimensiones se constituye en la articulación, por un lado, de un discurso que tiende a la racionalización a través de analogías, clasificaciones y dicotomías y, por otro lado, de un discurso literario que, como ha señalado Julio Ramos (1989), le permite al letrado mediante imágenes, descripciones y narraciones escuchar y traducir al Otro-gaucho cuyo saber tenderá a ser ordenado, asimilado, en ese tamiz racionalizador. Así, las narraciones biográficas y literarias sobre episodios violentos de la vida de Facundo Quiroga se vuelven manifestaciones ejemplares de la violencia gaucha que él encarna en tanto grande hombre.5 Facundo y Rosas, con sus diferencias, son caudillos gauchos que, en su liderazgo sostenido por el terror, personifican una de las fuerzas en pugna en el país: la barbarie, producto en la visión sarmientina del aislamiento social a que conducen las grandes extensiones de las campañas pastoras. Como han señalado Piglia (1980) y Altamirano (1994), es esta concepción del determinismo geográfico la que se encuentra en la base de las analogías con las imágenes del mundo oriental, provenientes del archivo orientalista europeo, para dar cuenta de la barbarie. De allí la correspondencia establecida entre las carretas pampeanas y las caravanas asiáticas: ambas surcan las planicies que preparaban las vías del despotismo (Sarmiento: 23), o entre la montonera y la horda beduina en tanto pura fuerza dirigida y unificada por el terror a su jefe opuesta a la estrategia del ejército a la europea. Contra este mundo de la barbarie gaucha-oriental se yergue el paradigma de la civilización argentina-europea, si bajo el primero se rigen Quiroga y Rosas, serán hombres representativos del segundo término de la dicotomía héroes como Paz y Rivadavia. A veces parece que la barrera entre civilización y barbarie se difumina: Lavalle adopta el sistema montonero y Rosas toma estrategias del ejército, pero es solo una inversión puntual que no altera la oposición fundamental entre la inteligencia y la materia (148).

    Sin embargo, en la obra de Sarmiento, no todo lo proveniente de la barbarie es motivo de repulsión, tal como se observa en la tipología de caracteres argentinos, la cual pretende sistematizar la multiplicidad sociocultural del mundo gaucho. En ella se reconocen las diversas ciencias del desierto –como la admirada ciencia casera y popular del rastreador o la gaya ciencia del cantor– y se apunta su utilidad para la gente de ciudad –así, por ejemplo, el baqueano, es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un general (42). Mas esta valorización del saber bárbaro no implica una integración no asimilada del gaucho en tanto elemento social y cultural en el espacio de la civilización. Por una parte, la dicotomía civilización-barbarie es reintroducida en esta tipología mediante el distanciamiento entre la palabra letrada y la voz gaucha marcado por el uso de la bastardilla para citar a esta última, o incluso, como se ve en el siguiente pasaje, por la presencia de una traducción parentética que pone de manifiesto la brecha entre ambas visiones de mundo: "El cantor […] tiene que dar la cuenta de sendas puñaladas que ha distribuido, una o dos desgracias (¡muertes!) (46). La traducción cultural parentética desde la civilización" invisibiliza toda causa de injusticia social hacia el gaucho como explicación de su violencia contra las instituciones. Por otra parte, no solo la literatura sirve en estos cuadros para escuchar al Otro, sino que el Otro se vuelve en la escritura un personaje literario. En la narración de ese silencioso duelo campero entre Calíbar y el ladrón de su montura, en la descripción de la búsqueda mental del gaucho malo del preciado caballo con una estrella blanca entre los sinnúmeros pampeanos, en el relato de la fuga del gaucho cantor, es donde el Facundo postula y realiza el mayor aporte que la barbarie le haría a la civilización: ser material de la literatura nacional. Así, si la idealización del indio era una mediación necesaria en Alencar para incorporarlo a la genealogía nacional, la estetización del gaucho y su conversión en un tipo literario parece ser en Sarmiento una mediación necesaria para permitir manifestar cierta fascinación hacia él. No casualmente las analogías añaden ahora como término de comparación la obra literaria de un admirado novelista norteamericano: El último de los mohicanos de James Fenimore Cooper.

    De este modo, conviven en tensión en la escritura sarmientina cierta valoración y atracción hacia los elementos bárbaros, que se resisten a ser representados-ordenados (Iglesia, 1997), y una tendencia a erigir incansablemente en la representación política, socio-cultural y militar del gaucho la frágil frontera entre la civilización y la barbarie. Los desbordes de la tipología, los cruces de individuos de un lado al otro del límite, la fascinación del enunciador por la energía del mundo de las campañas tensionan pero no anulan el juicio general sobre la barbarie. Lo gaucho siempre es dejado en un más acá de la civilización, incluso los saberes que de ellos se exaltan serán obsoletos en el futuro orden económico y socio-cultural de la nación que se proyecta como misión del nuevo gobierno tras la caída de Rosas. ¿Qué hará el baqueano o el capataz de carretas cuando la pampa sea cruzada por trenes?, ¿de qué servirán las crónicas del cantor frente a los documentos de lo que es juzgado una sociedad culta con superior inteligencia? (Sarmiento: 46). Tal como se explica en el capítulo Presente y porvenir, solo los gauchos que hayan sido civilizados podrán formar parte de ese nuevo orden.

    Es en esta mirada asimiladora del letrado sobre el Otro donde, como fue anticipado, se vislumbra una sintonía entre O guarani y Facundo. Peri, como los gauchos sarmientinos, también posee sus saberes específicos sobre el medio natural útiles a los blancos, pero la mayor transformación de aprendizaje cultural que se produce en la novela es la suya propia, al punto tal que abandonará su lengua originaria. Y esa dirección de la transformación de aprendizaje cultural se traduce, social y políticamente, en el orden jerárquico entre el indio y el hombre blanco que no es jamás abandonado en el mundo narrativo. Tal como dice Antônio: los indios cuando nos atacan, son enemigos que debemos combatir; cuando nos respetan, son vasallos de una tierra que conquistamos (Alencar, 1988: 29). En otras palabras: el salvaje, como el gaucho en la proyección de Sarmiento, si es dócil, debe ponerse bajo el mando del hombre civilizado, de lo contrario, no debe lamentarse su destrucción, como ocurre ante los aimorés. Consecuentemente, ni de la escritura alencariana ni de la sarmientina puede deducirse una imagen de la unidad nacional que integre al indio y al gaucho respectivamente como identidades culturales particulares y diferenciadas de la cosmovisión de las elites socio-políticas. Ya sea que se idealice su imagen o que se la presente como el obstáculo para alcanzar la civilización, ambas obras muestran que no hay un lugar real para los originales y originarios hombres de la tierra americana dentro de la nación del futuro en tanto sujetos socioculturales, y menos aun en tanto sujetos políticos. De este modo, así como el referente de la población gaucha queda atrapado y ficcionalizado en la dicotomía civilización y barbarie, el referente de las poblaciones indígenas se pierde en la escritura alencariana en la dicotomía de lo noble y lo espurio articulada entre los guaraníes y los aimorés, ingresando únicamente la figura del indio Peri, en tanto símbolo de una legendaria nobleza nativa, a la tácita proyección de una sociedad brasileña futura.

    Naturaleza y madre patria

    Como se ha insistido, la representación de la naturaleza americana, juzgada fuente de una original poesía primitiva, es uno de los elementos centrales en el proyecto de constitución de una escritura independiente de los modelos metropolitanos en países como Brasil y Argentina, carentes en la primera mitad del siglo xix de una larga historia en tanto entidades políticas autónomas, e incipientes aún en la consolidación de operaciones simbólicas tendientes a construir la historia oficial de sus orígenes. Sin embargo, mientras en Sarmiento la naturaleza se muestra como problema a resolver, la visión de ella en Alencar lleva las marcas de la nostalgia y la resignación ante la inevitable modificación de esas tierras vírgenes.

    En el Facundo, el ámbito natural representado es principalmente la vasta planicie de las campañas pastoras, pues es ante todo su extensión y el modo de vida que esta engendra, al no requerirse asiduas relaciones sociales para la sobrevivencia, el factor explicativo del origen de la seudo sociedad gaucha (Barrenechea, 1961). De allí que la dicotomía civilización-barbarie se traduzca en la oposición campaña vs. ciudad, haciéndose de ella la clave para comprender la historia argentina: La guerra de la revolución argentina ha sido doble […].Las ciudades triunfan de los españoles, y las campañas de las ciudades. He aquí explicado el enigma de la revolución (Sarmiento: 61). Se comprende entonces por qué en Sarmiento la naturaleza que se busca representar, por ser un componente fundamental de diferenciación frente a Europa, es la misma que se juzga insoslayable modificar para construir la nación mediante la instalación de colonias agrícolas y las innovaciones de la ciencia decimonónica, sintetizadas en la tríada escuela, municipio, agricultura (Botana, 1984). Asimismo, tal ideario progresista ilumina el alcance de la influencia del medio natural para Sarmiento: determinación sin fatalismo. Posteriormente, cuando la clave explicativa se desplace en su obra Conflicto y armonías de las razas en América (1884) del determinismo del medio al determinismo racial, el carácter no fatalista de su visión será una constante acompañada por la fe en la transformación de la educación (Vid. Cap. El ensayo intolerante: Sílvio Romero, Nina Rodrigues, Oliveira Viana y el último Sarmiento). Cabe notar que si en Alencar el pensamiento racial se halla presente ya en O guarani –como lo demuestra, entre otras marcas, el énfasis en el color al describir los personajes–, no reviste un carácter inexorable en cuanto a sus implicaciones en el accionar de los personajes.

    La novela de Alencar se focaliza en la representación del medio natural en los alrededores del Paquequer. La temporalidad de la visión se desplaza desde el momento de la escritura hacia comienzos del siglo xvii, antes de que, como se lamenta el autor en una nota al pie, las grandes plantaciones de café transformaran enteramente aquellos lugares otrora vírgenes y desiertos (1988: 11). Los motivos de tal nostalgia confluyen en la añoranza de una vida rural precapitalista. Así, por un lado, las descripciones en que se alaba a la naturaleza por su majestuosidad y belleza hacen de ella un reservorio de virtudes medievales: la jerarquía y la divinidad se encuentran cifradas en ese espacio llamado templo de la creación, altar de la naturaleza; de allí que Peri, consustanciado con su medio, tenga in nuce, como vimos ya, los rasgos de un caballero. Si el Paquequer, por ejemplo, es libre como el hijo de la floresta, su desembocadura en el Paraíba señala el destino natural de esa libertad: vasallo y tributario de ese rey de las aguas, el pequeño río, altivo [...] se curva humildemente a los pies del soberano (11) y si la naturaleza se arrodilla a los pies del Creador (32), Peri también lo hará finalmente. Por otro lado, es solo en ese ambiente rural donde puede conservarse un modelo feudal de relación jerárquica fundamentado en el respeto y la obediencia de los caballeros y de la masa a quien posee superioridad moral, de inteligencia y coraje. Se trata de un modelo en crisis, como se simboliza en la caída de esa especie de castillo medieval de Antônio de Mariz, cuya amenaza proviene tanto de los salvajes como de la ciudad: es en Rio de Janeiro donde la novela enfoca el comienzo del derrotero de ese legado de sangre que constituye el mapa de las minas de oro, y cuyo último portador, Loredano, representa la amenazante propagación de un orden en el cual las relaciones sociales y los liderazgos se rigen por la lógica del dinero.

    Por lo dicho hasta aquí, puede apreciarse, entonces, cómo la diversa valoración de la naturaleza en Sarmiento y Alencar no reside en una radical ponderación de este último de una virginidad prístina –allí están los aimorés para desmentirlo– sino que en ella se refleja la identificación de ambos autores con modelos de civilización basados en distintos complejos ideológicos articulados con el historicismo romántico. Una constelación monárquica-católica-antiburguesa en la visión conservadora alencariana que recupera los valores caballerescos medievales, tanto como modo de legitimación de una aristocracia nacional como reacción frente al malestar que genera, en una sociedad que es aún terrateniente y esclavista, la lenta pero progresiva aparición de nuevos ricos y el crecimiento de las ciudades. Un ideario republicano-laico-liberal en Sarmiento, que acompaña la creencia en el progreso de la nación como un devenir histórico necesario, el cual, con sus propias características americanas, la llevaría a insertarse en el mundo civilizado dejando atrás la tiranía rosista y los resabios de la época colonial.

    Estos modelos diferenciados de civilización que orientan ambas obras son uno de los factores que condicionan la relación disímil que ellas presentan con España y Portugal respectivamente. Desde la mirada del escritor argentino, España es aquello que debe ser dejado atrás para el progreso independiente de la nación. Pero las críticas hacia la península toman en Facundo dos inflexiones distintas. En primera instancia, la cultura y la tradición españolas son concebidas del lado de la civilización, pero en un estadio de retraso respecto de las ideas liberales que en aquellos países considerados por Sarmiento epítomes de Europa –Francia e Inglaterra– marcaban el rumbo de la organización económico-social. De allí que la desespañolización de Buenos Aires y su correlativa europeificación (Sarmiento: 103) sean un signo de progreso que contrasta con el aire monacal y escolástico de la ciudad de Córdoba. En segunda instancia, elementos de la herencia española son juzgados como parte del mundo bárbaro. El cuchillo, arma por excelencia del gaucho, y la enfermedad del terror como resorte del gobierno rosista, son para Sarmiento legados españoles. Por ello advierte: ¡No os riáis, pues, pueblos hispanoamericanos […]! ¡Mirad que sois españoles, y la Inquisición educó así a la España! ¡Esta enfermedad la traemos en la sangre! (117). Se comprende entonces por qué también las imágenes medievales serán un término de comparación con la barbarie.

    Como ha señalado Leopoldo Zea (1964), Brasil no tenderá a ver en la herencia portuguesa un obstáculo para su desarrollo, ni sentirá un deseo de romper definitivamente con el pasado colonial. Y ello no solo por la existencia de un pensamiento ecléctico que le permite la solución conciliadora de una monarquía constitucional, sino sobre todo por la experiencia de un proceso gradual hacia una emancipación que será prácticamente incruenta y proclamada por el mismísimo hijo del rey portugués. Ese proceso libertario contrastaba con las sangrientas luchas independentistas de la América hispana, cuyo viviente recuerdo resonaba en las imágenes románticas de España como el atraso y el yugo.6 En O guarani mediante el arquetipo del personaje del hidalgo portugués, la metrópoli se concibe como la fuente proveedora de un legado monárquico y señorial que hay que resguardar. Antônio es portador de una moral intachable y el eje de un modo de vida cuyas virtudes de nobleza y lealtad trascienden al derrumbe de la casa en los sobrevivientes: Peri y Cecilia, e incluso Diogo, de quien se dice, a pesar de su error inicial, que continuaría la honra de su padre (Alencar, 1988: 16). En ese sentido, al idealizar al mismo tiempo al colonizador y al nativo, la obra de Alencar podría leerse como un ejemplo más de indigenismo conciliador del romanticismo brasileño (Bosi, 1982: 129).

    La contraparte en la novela de esta valorización de la madre patria, será la imagen negativa de España como la usurpadora de la regencia portuguesa sobre Brasil. De este modo, si para Sarmiento España se vuelve una metáfora explicativa de lo retrógrado por encarnar la Edad Media en el siglo xix, para Alencar lo será de las amenazas al orden patrimonial por su carácter de antigua competidora colonial.

    Un interrogante cuya respuesta se plantea con claridad en el Facundo –¿cuál es el futuro de estos tipos americanos?– es sugerido en O guarani en la pregunta que tácitamente formula la inundación simbólica que, cual episodio bíblico, cierra la novela: ¿quiénes serán los encargados de poblar el Brasil tras este nuevo diluvio?

    En el caso argentino, hemos visto ya cómo la carencia de fatalismo sobre los orígenes de la barbarie gaucha hace posible considerar a este Otro como susceptible de ser integrado en la Nación mediante su muerte simbólica. Aun más, en el capítulo final del Facundo, se considera no solo que las montoneras han sido ya devastadas, sino también que tal transformación del gaucho ha comenzado a ser operada por las mismas consecuencias de la tiranía rosista, la cual, acercando la campaña y la ciudad y violentando la vida de los gauchos, ha llevado a que ellos simpatizaran con la causa de la civilización. Pero según Sarmiento, y como reiterarán los miembros de la Generación del 37, el elemento principal de orden y moralización con que la Argentina debe contar es la inmigración europea. Ella será, en la proyección de los románticos argentinos, la fuente de los pobladores de la nación en su marcha hacia la república.

    En cuanto a la obra de Alencar, hemos observado el modo en que la estetización de la figura del indio hacía posible su ingreso en la genealogía nacional. Pero es también esa misma idealización asimiladora la que permite legitimar el mestizaje como clave del futuro poblamiento de Brasil, tal como se sugiere en la virtualidad de la descendencia de Peri y Cecilia. Sin embargo, ellos no son los únicos sobrevivientes. Diogo, heredero del nombre del caballero portugués, tiene –como dice su hermana– una misión que cumplir, la cual, ante la inviabilidad del aislamiento de un mundo rural-feudal, se halla evidentemente ligada a la ciudad. De este modo, el indigenismo de Alencar es conciliador en un doble sentido: por una parte, resuelve en la figura del indígena idealizado y en su unión con Cecilia el conflicto étnico-racial y, por otra parte, pareciera configurar

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