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Sarmiento: El regreso
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Libro electrónico131 páginas2 horas

Sarmiento: El regreso

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Presentamos aquí un conjunto de trabajos cuyo objeto es la signicación de la obra de Sarmiento, en particular el Facundo y Recuerdos de provincia, revisados tanto en su génesis como en sus alcances culturales, ideológicos y políticos. De alcance analítico en general en su mayor parte, los abordajes se relacionan con perspectivas teóricas, en particular la cuestión de la “escritura”, al margen de las polémicas corrientes de tipo exaltatorio o denigrativo, como operaciones radicionales y corrientes. Sarmiento: el regreso, intenta terciar en las polémicas que retornan acerca de Sarmiento, como presencia orientadora y perturbadora al mismo tiempo: da por supuesto que su gura sigue concitando reflexiones, antagonismos, exigencias de explicación entre los interesados en la relación que puede haber entre el pasado argentino, histórico, concreto y simbólico, y las problemáticas actuales.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ene 2017
ISBN9789876992954
Sarmiento: El regreso

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    Sarmiento - Noé Jitrik

    Explicación

    Buenos Aires-San Juan-La Cumbre-México

    1990-2014

    Los escritos que vienen a continuación, así recogidos, son un testimonio y un eco. Testimonian una presencia constante de Sarmiento en mis intereses que podemos llamar críticos, exagerando el valor de esta palabra, o bien puramente literarios puesto que, desde mis primeros acercamientos, siempre pensé que con su profusa obra se fundaba una literatura: a determinar su alcance dediqué muchas páginas en muy diversas oportunidades y respondiendo a muy diferentes demandas. No he incluido trabajos mayores, como el que en otros lugares titulé La gran riqueza de la pobreza, o alguna borrosa biografía o el laborioso ensayo titulado Muerte y resurrección de Facundo del cual extraje un capítulo que reescribí por completo para incluirlo en este conjunto. Algunos de los que vienen a continuación fueron publicados, aquí y allá, o presentados, otros son inéditos: entiendo que dialogan entre ellos, una secreta unidad sostiene el conjunto, quizás la de mi propio pensamiento.

    Y el eco: Sarmiento regresa al escenario por suerte siempre renovado de la discusión histórica argentina acerca no sólo de su obra en todos los terrenos sino de la constitución y la identidad de una literatura, de una cultura y, llevando las cosas a un extremo, de un país. No es ningún misterio que el ensalzamiento mitificador y la denigración vienen juntos, como jinetes de la redención o del apocalipsis de modo que situarse en otro lugar puede ser higiénico.

    Por lo tanto, ¿podrá la lectura de estos trabajos intervenir en esa dilatada, repetida y recuperada discusión para traer un poco de aire fresco en un tema que sigue excitando y prescindir del cual es tarea vana porque la palabra Sarmiento es un estar ahí, fantasma ineludible, en casi todos los dilemas argentinos?

    Sarmiento, nuevamente

    Cuando Sarmiento empezó a escribir los artículos que iba publicando, desde el 1° de mayo de 1845 en El Progreso, de Valparaíso, obligado a entender su situación de exiliado e intentando con ellos atacar la política exterior de Rosas, no podía imaginar el profundo efecto y las trascendentales consecuencias históricas que iría a tener la recopilación que, bajo el título de Civilización i barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga, i aspecto físico, costumbres i ábitos de la República Argentina, publicó casi en seguida.

    Es cierto que de inmediato tuvo confianza en su libro, como según es tradición sobre todo lo que pensaba y hacía, pero fundamentalmente como arma políticamente demoledora, para neutralizar, en lo inmediato, una inminente maniobra diplomática de Rosas, que, por medio una misión de su Ministro Baldomero García, intentaba frenar la acción de los exiliados. Como pocos años después de 1852 ya no fue cuestión de Rosas ni de rosismo y considerando la enorme presencia del libro y las profusas lecturas que se produjeron en todo el ámbito americano, habría que preguntarse si esas ideas eran lo que valía u otro factor. Lo desencadenante, en suma, desapareció pero no el texto a que dio lugar.

    En ese otro factor acaso pensó lateralmente, porque lo apasionaba la polémica ardorosa para la que estaba siempre dispuesto, me refiero a sus aspectos literarios y filosóficos que son, en definitiva, lo más perdurable y además, raro caso en la modernidad, inaugurales: a partir de Facundo, sabiéndolo o no, presumiéndolo o no, la incipiente literatura argentina sufre una torsión fundamental, se abre un camino que, salvo en su propia obra posterior, fue desconsiderado o simplemente no tenido en cuenta. Y no porque no se respetara su figura y su magisterio; tal vez, al estructurarse la sociedad después de décadas de guerras civiles acompasándose a los requerimientos europeos, los escritores se vieron compelidos a reproducir ese proceso: empezó a predominar la retórica de los géneros y en ella no cabía la turbulenta voz que se anuncia en Facundo.

    Su confianza se basaba ante todo en la confianza que se tenía a sí mismo y cuyos frutos ya estaba recogiendo en Chile, donde se le confiaron responsabilidades muy grandes bajo la protección del sagaz Ministro Manuel Montt; creó allí una escuela para mujeres, intervino en debates con Andrés Bello sobre la lengua y la gramática, fundó periódicos, hizo periodismo de combate, preparó planes de educación cuya inteligencia motivó que el Ministro Montt propiciara su viaje a Europa con el fin de estudiar los sistemas educativos vigentes, del cual quedan las admirables cartas que componen su libro Viajes, publicado en 1849.

    Prueba también de esa confianza es que se llevó consigo en ese periplo ejemplares de Facundo recién salidos de la imprenta y procuró que se lo leyera en el exilio montevideano y brasileño –con el implícito designio de convertirse en el enunciador más calificado de una nueva política– y en Europa para torpedear la red diplomática que el dictador estaba tejiendo y cuyos fundamentos los franceses no entendían bien. Y otra vez lo contingente, lo político inmediato, y no lo permanente que, ya es tiempo de decirlo, rompe tradiciones de pensamiento y abre caminos tanto en el orden de la sociología (porque resume y modifica el más actual pensamiento, baste recordar que el fundador de la sociología como ciencia, Augusto Compte, publicó sus trabajos en ese mismo año de 1845), de la filosofía política (porque propuso categorías de análisis que permitían ir más al fondo de los conflictos que asolaban las recientes repúblicas latinoamericanas, el notorio Civilización y barbarie) y de la literatura (porque creó las bases para una expresión original y propia).

    Se podrá decir que su sociologismo es puramente intuitivo o, a lo sumo, que se guió por el pensamiento romántico europeo, el utopismo saintsimoniano y/o el socialismo científico cuyos profetas aparecen muchas veces mencionados en el libro. Sin embargo, no puede decirse que los reproduzca o los siga como entusiasmado discípulo; podría incluso decirse que altera las exigencias románticas en lo filosófico y recupera aspectos fundamentales del iluminismo que, en principio, estaba superado. Por ejemplo, la idea de nación, formulada por Rousseau y que desarrolla en la tercera parte así como la del hombre representativo, que para el iluminismo estaba encarnada en los grandes y benéficos héroes de la humanidad: en el caso, la variante es que un caudillo, Facundo Quiroga, encarna el mal sin dejar por ello de ser representativo.

    Del romanticismo rescata la pintura de tipos y caracteres (el rastreador, el baqueano, el gaucho malo), uno de los aspectos del libro que mayor fortuna han tenido y, por cierto, la de la biografía respecto de la cual fue un cultor tan fiel (Vida del General Félix Aldao, 1845, Vida de Franklin, 1848, Vida de Dominguito, 1866, Vida de Lincoln y Vida del Chacho, 1863) que concluyó en la autobiografía, campo en el que produjo otro de sus libros mayores, Recuerdos de provincia, prefigurado por Mi defensa, de 1843. Muchos pudieron mirar con recelo ese proceso que va de la biografía de grandes hombres o de hombres del mal al retrato de sí mismo; es posible que se vea en ello rasgos de autoexaltación pero lo más justo es reconocer que se trata de una concepción, fundadora por cierto, en tanto pone el acento en los hacedores de la historia.

    Todas estas observaciones son pertinentes pero conciernen a lo que actualmente nos parece secundario, aunque presenten una radiografía de las ideas que se estaban forjando para darle cuerpo a un país sumido en las convulsiones de su falta de forma, y además formen parte de una consistente historia de las ideas latinoamericanas. En cuanto a esas ideas, muchas de sus consecuencias prácticas, en la política, en la educación o en la economía, pueden ser consideradas no sólo erróneas sino injustas y justificadoras de situaciones abominables vistas desde un punto de observación distanciado pero capaz de reconocer el valor de un gigantismo. Lo que en cambio todavía importa es lo que tiene de fundador en el campo literario, cosa no fácil de definir: la prueba es que quienes lo atacan, no fueron ni son pocos, salvan su valor sin decir por qué y los que lo defienden lo salvan in toto, cualidad de escritor incluido, sin decir por qué o en qué residiría tal cualidad.

    La distancia no tiene mucho sentido en lo que concierne a la extraordinaria fecundidad, que no facundidad, verbal, incesante flujo de escritura sin desfallecimiento y sin medida, llevado a cabo mediante rupturas y sobresaltos, de insólita nerviosidad y de una libertad extraordinaria en lo que se refiere a retóricas o géneros o modos de discurso.

    Sobre este aspecto se ha dicho mucho: melancólicos lectores quieren ver en el Facundo novela, poema épico, historia, biografía, ensayo sociológico; seguramente hay de todo: si es así, sería más bien una poética de mezcla que, dándose en otros planos, produce también veloces desplazamientos a partir de una enunciación irresistible, que mucho le debe, por cierto, al periodismo, pero que constituye también su marca de estilo propio.

    Desentrañar lo que estos desplazamientos producen podría explicar, quizás, por qué este libro abrió un camino a una literatura todavía en ciernes: reproduce, además, la vertiginosa mezcla que define la realidad misma de su momento y acaso de todos los momentos. Y, tal vez, esa homología entre su modo de escritura, de mezcla, y el país que intentaba desentrañar, porque lo consideraba un enigma, reproduce el enigma mismo pero esta vez de una literatura, de un escribir, no ya de un país. La invocación inicial induce a esta suposición: ¡Sombra terrible de Facundo, voy a invocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Con razón, y a propósito, Borges observaba que Sarmiento estaba deslumbrado y al mismo tiempo enceguecido por la realidad cuyo secreto y cuya miseria lo asediaban. De ahí, quizás, sus urgencias, que contrastan con la morosidad provinciana y los resabios coloniales: en esa urgencia reside su modernidad, un hacer febril en todos los órdenes semejante a las máquinas que estaban apurando el ritmo del mundo.

    De ahí, también, el exceso, la demasía, la exageración,

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