Decadencia de la antropofagia
Por Manuel Peyrou
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El falso ensayo "Decadencia de la antropofagia" retoma la tradición del humor británico para tratar con la mayor seriedad un asunto imposible; el cuento "Diana Lancaster, 25 años, soltera" completa la producción en el género más propio del autor, el policial; en "El vendedor de biblias" y "Bancarrota", el humor, por momentos mordaz y marca característica de Peyrou, juega un papel esencial; "La confesión" es el texto más difundido de Peyrou en las redes, pero es casi inhallable en libro; los cinco cuentos finales, publicados en La Prensa entre 1969 y 1974, son ventanas a vidas e historias privadas, construidas con la delicadeza y la economía de recursos propias del autor maduro.
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Decadencia de la antropofagia - Manuel Peyrou
manuel peyrou
decadencia de la antropofagia
Edición al cuidado de Héctor M. Monacci
Foto de tapa: Dominio público provista por www.pxfuel.com
Retrato de Manuel Peyrou en solapa: Hermenegildo Sábat.
Gentileza Sucesión Hermenegildo Sábat
Diseño de tapa: Osvaldo Gallese
© 2020. Libros del Zorzal
Buenos Aires, Argentina
www.delzorzal.com
Comentarios y sugerencias:
info@delzorzal.com.ar
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.
Impreso en Argentina / Printed in Argentina
Hecho el depósito que marca la ley 11723
Índice
Introducción | 6
Diana Lancaster, 25 años, soltera | 15
Decadencia de la antropofagia | 31
El vendedor de biblias | 42
Bancarrota | 44
La confesión | 50
El cofre | 51
El teléfono | 58
La infiel | 63
La trampa | 71
La solterona | 76
Crítica
Aldea millonaria | 85
Ellos no olvidarán
| 88
Desagravio a Borges | 90
Introducción
Los juicios estéticos envejecen mal. Si esa fuera su única debilidad, estos primeros años de la tercera década del siglo XXI, los primeros años tras la edición de la Colección Manuel Peyrou en Libros del Zorzal, serían la zona de confort, digamos, de las valoraciones que aquí consignaré. Sin embargo, hay otra debilidad en los juicios estéticos, una debilidad que no tiene que ver con el paso del tiempo, y que consiste en la tensión entre los fundamentos racionales que deben acompañar, se supone, a esos juicios, y la raíz sensorial y personalísima de cualquier comentario que hable del estilo, de la capacidad de creación, de la imaginación, de la potencia descriptiva o evocadora, del efecto en los lectores, o de cualquier otro valor estético de una compleja obra literaria. Esta tensión es bien conocida; también son notables los casos en que la crítica no logró acertar con la importancia que más adelante se reconocería por consenso a una obra, lo cual agregó un riesgo ocupacional más a la labor ya insegura del crítico. Para peor, muchas veces los autores reaccionaron a la crítica adversa con su natural poder de fuego, como en aquella célebre invectiva de Henry Miller: All that the critics write about a work of art, even at the best, even when most sound, convincing, plausible, even when done with love, which is seldom, is as nothing compared to the actual mechanics, the real genetics of a work of art
. Una buena parte de la crítica, para evitar los dolores que la crítica de la crítica podía traer, se refugió en la creación de una jerga propia y en capas y capas de sutilización de posiciones y de enrarecimiento general del lenguaje. También recurrió a eludir, en lo posible, la estética, y a respaldar su discurso en los fundamentos, comprensiblemente más sólidos, de la historiografía, la biografía, el análisis de adhesiones a líneas ideológicas o políticas, e incluso el psicoanálisis o la astrología.
Manuel Peyrou, un autor apenas menos que olvidado hoy, formó parte del círculo dorado de la literatura argentina del siglo XX. Fue amigo, compañero de juegos literarios y confesor personal de Jorge Luis Borges, y uno de los estilistas que se codeaba de igual a igual con Adolfo Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, Ernesto Sábato, José Bianco, Julio Cortázar. Contribuyó decididamente a afianzar y popularizar el género policial en la Argentina, a través de sus publicaciones iniciales en el suplemento sabatino del diario Crítica y en revistas literarias desde la década de 1930 en adelante, así como en sus libros de cuentos, que incluyen policiales brillantes; trabajó como redactor y columnista también, durante décadas, en el diario La Prensa, y esta mezcla de prensa y literatura lo convierte en uno de los ejemplos más notables de la combinación del género policial literario con la frecuentación de las secciones policiales de los diarios (que presentaban casos, en general, más reales).
Podemos especular sobre los motivos de ese olvido, que afortunadamente no fue perfecto, porque ha seguido reeditándose, de modo esporádico, una sola de sus novelas (El estruendo de las rosas), y han reaparecido algunos cuentos en colecciones.¹ Sin embargo, varias novelas y libros de cuentos no habían sido reeditados nunca, y por otro lado la crítica especializada y la prensa en general parecen haber dejado un hueco donde antes había un hombre de carne y hueso, difícil de clasificar, que huía del roce público y de la promoción de sí mismo, que volcaba opiniones sin especular sobre el beneficio o perjuicio propio, y que no tenía miedo a ofender con el humor. Su humor, que en los momentos graves asumía la forma de la mordacidad, podía cebarse, tanto en las páginas que publicaba como en su vida, con cualquiera de las formas de invasión de la libertad individual: con frecuencia cayeron bajo ese ataque el comunismo, el fascismo, el peronismo, el cristianismo, el elitismo social, las convenciones sociales burguesas.
Sin embargo, entre los motivos del olvido de Peyrou no podemos incluir el de la falta de valores estéticos de su obra: de esos valores, a pesar de los riesgos advertidos más arriba, trataré a continuación.
Capaz de dotar a sus relatos de localizaciones remotas, el Peyrou novelista abandonó casi totalmente, tras El estruendo de las rosas, todo escenario que no fuera la ciudad de Buenos Aires. Un impulso realista, que defendió más de una vez ante amigos, lo llevó a poner los personajes en las mismas calles que ese otro personaje, Peyrou, recorrió toda la vida: es una vida del Centro, de ciertos barrios, a lo sumo de ciertas zonas de la provincia, la que anima a los personajes de novelas y de cuentos. A ese realismo, digamos, visual, se suma un realismo más importante, que profundiza la porteñidad: me refiero al habla y a la manera de pensar de los protagonistas. Gran observador y (por momentos) gran crítico de las maneras de hablar, Peyrou podía mostrar variaciones geográficas o sociales de los porteños, y lo hacía con un arsenal de procedimientos: cambios sutiles del voseo al tuteo (que incluyen cuidar, por ejemplo, cuál personaje vosea en presente de subjuntivo y cuál no: tengás
contra tengas
), uso de expresiones del habla barrial o suburbana, contagio de vocabularios profesionales en los diálogos familiares o sociales, etcétera. Al mismo tiempo manejaba con maestría el arte de encontrar una voz para un personaje, creándole señas particulares en forma de repetición de palabras o frases. El resultado es un parecido notable con las experiencias cotidianas de los porteños, tanto en el entorno como en los personajes, verosimilitud que Peyrou aprovecha para sorprender con los giros inesperados en los