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El último diario de Tony Flowers
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El último diario de Tony Flowers
Libro electrónico117 páginas3 horas

El último diario de Tony Flowers

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"Este es el testamento de una de las voces más vivas de la literatura americana de los últimos tiempos: Tony Flowers. Al interés crítico se agregan catorce meses de permanencia en las listas del New York Times de los autores más populares de los Estados Unidos. Capaz de transmitir las inquietudes del americano medio en forma vigorosamente seductora, rehuyó los círculos intelectuales aunque respetaba el trabajo de sus colegas. La amistad que nos unió, me obliga a presentar al público un documento íntimamente conmovedor que no podía permanecer oculto." William A. Spielmann
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 nov 2018
ISBN9789587591552
El último diario de Tony Flowers

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    El último diario de Tony Flowers - Octavio Escobar Giraldo

    © Universidad de Caldas

    -Comité Editorial-

    Título: El último diario de Tony Flowers

    Autor: Octavio Escobar Giraldo

    Ilustraciones: Jorge Tamayo

    Quinta edición:

    Manizales, abril de 2017

    Derechos reservados por la Universidad de Caldas

    para esta edición

    ISBN: 978-958-759-155-2

    Editor: Luis Miguel Gallego Sepúlveda

    Coordinación editorial: Jorge Iván Escobar Castro

    Diseño de portada y diagramación: Luis Osorio Tejada

    Editorial Universidad de Caldas

    E-mail: produccion.editorial@ucaldas.edu.co

    Apartado aéreo: 275

    Teléfono: (57+6) 8781500 Ext. 11106

    Manizales — Colombia

    Catalogación en la fuente, Biblioteca Universidad de Caldas

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

    de la presente obra solo puede realizarse con autorización expresa

    de la Editorial Universdidad de Caldas, salvo las excepciones establecidas por la ley.

    CONTENIDO

    NOTA DEL TRADUCTOR

    IN MEMORIAM

    RECONOCIMIENTOS

    AUTOR

    Cuando Juan Carlos Aristizábal me propuso, en nombre de la editorial, la traducción del último diario de Tony Flowers, mi reacción fue de pasmo absoluto; el autor era para mí apenas merecedor del gusto indulgente de las «amigas» lectoras de Vanidades y sin ambages se lo expresé a través del teléfono. Concertamos una cita y con bien fundadas razones me convenció en pocos minutos de la validez de la empresa y despertó mi interés en Tony Flowers.

    Nació el catorce de junio de 1946 en Lincoln, capital de Nebraska. Tercer hijo varón de un inmigrante español y una dama de la aristocracia local, terminó estudios en el Roosevelt Institute y a los diecisiete años, después de otra de sus disputas familiares, se fue a Omaha, la ciudad más progresista del estado, a casa de unos amigos de su madre que lo acogieron sin entusiasmo. Fue allí donde manifestó sus inclinaciones hacia el teatro y partió con las maletas llenas de esperanzas en su repentina vocación, rumbo a New York.

    En un Greenwich Village en plena efervescencia, su participación en muchas obras, la mayoría de escaso interés, le granjeó algún reconocimiento. No obstante, resulta curiosa su fotografía de entonces abrazado a Richard Burton; quizá un encuentro fortuito en momentos de efusividad etílica del actor inglés. También conoció al contrabajista Eddie Gómez, motor de su admiración por el malogrado pianista de jazz Bill Evans (1929-1980).

    Por aquella época aparecieron cuentos suyos en revistas de vanguardia aunque su estilo no era en absoluto audaz, como sí lo fue su vida amorosa, por llamarla de alguna manera. Flowers medía más de seis pies y su rostro moreno enmarcaba admirablemente dos ojos azules y expresivos; las canas daban al cabello ondulado y oscuro un aire aristocrático. Sus dotes galantes inclinaban a las mujeres a mantener bien servidos su guardarropa y su lecho. Hay al respecto numerosas historias, unas harto picantes, otras bastante sórdidas, pero parece que siempre salió de este tipo de situaciones con alguna gracia.

    Después viene un período que la prensa sensacionalista ha poblado de escándalos y en 1977 su primera novela: Strike (En español se conoce como Pánico en primera base, Editorial El Duende, Barcelona, 1978), que obtuvo el éxito gracias a las gestiones de una editora judía muy emprendedora y enamorada, Miriam Stein, a cuya colaboración atribuyen muchos los pasajes más vigorosos. El asunto se refiere a la toma de un estadio de béisbol por miembros de una facción extremista palestina. La trama discurre con truculencia, bastante sexo y uno o dos golpes ingeniosos que precipitan el final. Las ventas fueron millonarias y su figura se hizo habitual en las páginas de las revistas, al lado de las más diversas personalidades: Jane Fonda, Grace de Mónaco, Kissinger. En su estado, por el contrario, la situación fue bien distinta según se infiere de la carta publicada por Charles Morton, primo de su madre, en el Omaha World Herald: «Si bien no deseo ser indebidamente severo con ningún autor, debo confesar que el estilo de Flowers me inspira menos interés que desagrado, y debo expresar mi admiración ante el extraordinario favor que las editoriales conceden a un autor que con invitaciones a la violencia y excesivo énfasis en los asuntos de Venus, pretende competir con las delicadas narraciones de Willa Cather». No es probable que Flowers pretendiera eclipsar los relatos de pioneros e inmigrantes —A Lost Lady o My Antonia– de Willa Silbert Cather (1876-1947), o desbancarla del primerísimo lugar que ocupa en la literatura de Nebraska, pero algunos interpretaron así sus declaraciones triunfales.

    Dos años después, ya instalado en el penthouse de Park Avenue donde se enfrentara con el destino, publica Shadows Over London (Traducido como Misiles contra Londres, Editorial El Duende, Barcelona, 1980), historia de espionaje y política internacional. Es la apoteosis. Las entrevistas se suceden tanto como las ediciones; los círculos intelectuales comentan sus posibles afinidades con Hemingway y Graham Greene y participa como jurado en Miss Universo. Es entonces cuando desecha a la abnegada editora que tanto contribuyó a su éxito y en su reemplazo escoge a William A. Spielmann, quien se encarga de que afloren suculentísimos adelantos para asegurar los derechos sobre su inminente próximo libro. Flowers vive un período de bonanza social que no interrumpe ni la muerte de su padre. Cuando su hígado no soporta más alcohol ni sus oídos más ditirambos, mermadas sus energías y sus ganancias, decide tomarse un descanso en Europa. El tiempo agota la paciencia de las editoriales que hicieron los generosos desembolsos y Spielmann presiona para que vuelva a New York. Es a su regreso de España cuando inicia el último diario.

    Pero antes de entrar en materia deseo aclarar un poco mi labor.

    He procurado ser fiel a Flowers en estilo e intención, aunque atemperando las descripciones que juzgué procaces. Parto, como es obvio, de la edición de Spielmann, que tiene el grave pecado, ya señalado por las críticas anglosajona y francesa, de ser una selección arbitraria del texto original, hasta el momento inaccesible. Muchos afirman que tal expurgación condena los pasajes donde el malogrado escritor expresa sus más serias desavenencias con Spielmann y en días pasados The Washington Post reveló que las partes eliminadas costaron y costarán muchos dólares a las personas implicadas. Al respecto el cotarro es grande y la familia ya objetó ante las cortes los derechos del editor a los papeles póstumos de Flowers. Aparecieron, además, dos damas que reclaman contraprestaciones por su devoción a «El mayor escritor norteamericano de este siglo», en palabras de una de ellas. El escándalo ha sido de tal magnitud que un columnista de Los Angeles Tribune insinuó que la muerte de Flowers era una patraña montada para aumentar las ventas de sus libros. Las complicaciones apenas comienzan, como se puede ver, y mucho oiremos hablar del asunto en el futuro.

    Una última aclaración: prescindo aquí de iluminar a los lectores respecto a Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) y su literatura, porque los datos necesarios para la comprensión del texto que Flowers no consigna, aparecen en las notas a pie de página que incluye la edición.

    Quiero agradecer a Juan Carlos Aristizábal la bondad del esclarecimiento, ni el primero ni el último, y expresar mi regocijo por su amistad. A él dedico ésta, mi magra labor.

    Este es el testamento de una de las voces más vivas de la literatura americana de los

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