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Los archivos.: Papeles para la Nación
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Libro electrónico413 páginas5 horas

Los archivos.: Papeles para la Nación

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"¿Por qué amamos tanto a nuestros archivos?" –pregunta Claude Lévi-Strauss en El pensamiento salvaje–. “Mal de Archivo” llamó Jacques Derrida a esta enfermedad que lleva siglos incubándose en el corazón silencioso de un pensamiento fetichista y sin hombres. El problema del archivo, que tanto convocaba a Michel Foucault en La arqueología del saber, también preocupa por razones un tanto diferentes a Google. El gigante de Internet lleva adelante la más ambiciosa digitalización de textos que la humanidad ha conocido. ¿América Latina forma parte del proyecto Google? ¿Argentina posee un Programa Nacional de Digitalización propio? En Los Archivos_ se lleva a cabo una serie de pesquisas por sitios de Internet, Bibliotecas y Universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina a partir de una interrogación en torno al futuro de nuestras tradiciones. Google y el nuevo estado de los archivos en la era digital, visitas al archivo de Manuscritos de la Universidad de Princeton en busca de los manuscritos de Ricardo Piglia, Victoria Ocampo o Juan José Saer, destrucción de la Biblioteca Nacional de Irak, conversaciones con Roger Chartier, Jorge Carrión, Agustín Fernández Mallo, García Canclini, Horacio González y con el editor Jorge Álvarez, entretelones de algunos de los debates que hacen a la digitalización de fondos de nuestras bibliotecas en tiempos de transformaciones o entrevistas al fotógrafo y diseñador Ronald Shakespear a propósito de las fotografías como soportes de la memoria colectiva conviven en un libro que reflexiona sobre las paradójicas relaciones que el presente mantiene con el pasado. Como sostiene Roger Chartier en la contratapa del libro, "Los Archivos_ papeles para la nación es un precioso mosaico que procura a sus lectores los placeres de lo inesperado. El mosaico reúne conversaciones, encuentros, recuerdos y lecturas con una profunda reflexión histórica y filosófica dedicada a la construcción y destrucción de los libros, las bibliotecas, los archivos. Un interrogante fundamental constituye la tela de fondo de todos los fragmentos reunidos por el arte del autor: ¿cómo pensar y vivir en nuestro presente, maravillado por las posibilidades sin par que ofrece un mundo cada día más digital y, al mismo tiempo, perturbado por la incertidumbre que provoca nuestra capacidad de archivar, ponderar y aprovechar los diferentes pasados que plasman nuestras sociedades. La cuestión convoca un universo de interrogantes, singulares e inspiradoras son las respuesta que nos propone el imaginativo saber de Juan José Mendoza."
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 nov 2020
ISBN9789876995641
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    Los archivos. - Juan José Mendoza

    Los archivos_

    Papeles para la nación


    Mendoza, Juan José

    Los archivos : papeles para la Nación / Juan José Mendoza. -1a ed.- Villa María: Eduvim, 2019.

    Libro digital, EPUB - (Jqka)

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-987-699-564-1

    1. Literatura. 2. Estudios Literarios. I. Título.

    CDD A860


    © Juan José Mendoza, 2019

    © 2019. Editorial Universitaria Villa María

    Chile 253 – (5900) Villa María,

    Córdoba, Argentina

    Tel.: +54 (353) 4539145

    www.eduvim.com.ar

    Edición: Agustina Merro

    Diseño editorial: Juan Pablo Bellini

    La responsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, artículos, estudios y otras colaboraciones publicadas por eduvim incumbe exclusivamente a los autores firmantes y su publicación no necesariamente refleja los puntos de vista ni del Director Editorial, ni del Consejo Editor u otra autoridad de la UNVM. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo y expreso del Editor.

    Por cuanto es del todo necesario para la conservación de los Monasterios, que las Escrituras, Libros, Autos, Bulas, Privilegios, Donaciones y demás Papeles de cualquier modo pertenecientes a la Iglesia, Monasterio, Rentas particulares, Censales, Emolumentos, Recibos, Datas y Gastos estén con toda seguridad, custodia y claridad en el Archivo. Por tanto ordenamos a la Abadesa, que además del Notario o Escribano Archivero que cada Monasterio tiene, dedique por archiveras una Monja Mayor y otra de Velo negro, las que deberán estar instruidas y tener especial inteligencia en Escrituras, Autos y Antigüedades del Monasterio. Las cuales tendrán particular cuidado de componer el Archivo y de apartar unas Escrituras de otras, poniéndolas en cajones, gavetas y armarios con sus títulos, de manera que sea fácil hallar las que sea del propósito de cada dependencia. Y mandamos que el Archivo esté continuamente cerrado al menos con una llave.

    Constitución para los Monasterios de Religiosas de la Congregación Benedictina,

    Capítulo xiii. Del archivo y archiveras, 1605

    Mi augusto Padre y Señor, que esté en gloria, considerando que los papeles de Indias se hallaban dispersos en muchos lugares sin la orden y distinción correspondiente a su importancia, mandó hacer un Archivo General de ellos en la Real casa-Lonja de la ciudad de Sevilla, donde custodiados y ordenados debidamente al cargo de Archivero propio y Oficiales produjesen la mayor utilidad posible.

    Preámbulo de las Ordenanzas para el Archivo General de Indias, 1790

    Flaubert o Hugo, se convirtieron en archivistas de sí mismos.

    Roger Chartier

    Goethe, que se preocupó por la conservación de sus manuscritos, cartas y colecciones, y tituló uno de sus ensayos Los archivos del poeta y del escritor.

    Roger Chartier

    Mis manuscritos, mis cartas y mis colecciones merecen la mayor atención; […] no se encontrará antes de mucho tiempo una colección tan rica y tan variada para un solo individuo. […] Ésa es la razón por la cual espero que su conservación esté garantizada.

    Goethe

    El pensamiento de permanecer toda mi vida completamente desconocido no tiene nada que me entristezca. Con tal de que mis manuscritos duren tanto como yo, eso es todo lo que quiero. Es una pena que me haría falta una tumba demasiado grande; los haría enterrar conmigo, como hace un salvaje con su caballo.

    Flaubert

    Hay que publicar todo, por supuesto, pero ¿qué quiere decir ese todo? Todo lo que el mismo Nietzsche publicó, claro está. ¿Los borradores de sus obras? Evidentemente. ¿Los proyectos de aforismos? Sí. ¿También las tachaduras, las notas en la parte inferior de las libretas? Sí. Pero cuando, en el interior de una libreta repleta de aforismos, se encuentra una referencia, la indicación de una cita o una dirección, una nota para la lavandería: ¿obra o no obra? Pero ¿por qué no? Y así de seguido.

    Michel Foucault

    Todas las imágenes, técnicas y formas modernistas y vanguardistas son almacenadas como recuerdo espontáneo en los bancos computarizados de memoria de nuestra cultura.

    Andreas Huyssen

    Ser de vanguardia significa saber lo que está muerto; ser de retaguardia significa amarlo todavía.

    Roland Barthes

    La página sería entonces propiamente dada vuelta. La escritura electrónica, por su movilidad, devolvería a las obras, en la apoteosis de la modernidad, al camino de una antigua literatura de la cual la imprenta había borrado sus huellas. Nosotros tenemos ahí un gran motivo de reflexión.

    Bernard Cerquiglini

    …Nuestro sistema está regido por la entropía, lo que significa que este mundo, con todo lo que en él habita, se encamina indefectiblemente hacia el caos, el desorden, la descomposición.

    Y sin embargo… […] Al escribir, al fin y al cabo, ¿no estoy intentando evitar la entropía, la desorganización, la muerte de la forma?

    […] toda literatura es un intento por derrotar a la temible, devastadora entropía. La paradoja […] resulta tan obvia como desasosegante. Cada libro, cada capítulo, cada párrafo, cada frase, cada letra, cada disposición de la materia en forma de palabra, ¿no está generando a su vez un nuevo e insoportable capital de entropía? ¿No estamos pretendiendo limpiar los establos del lenguaje con el único instrumento que ayuda a ensuciarlos cada vez más?

    Ricardo Menéndez Salmón

    Si lo piensas un momento, está claro que las grandes tiendas departamentales son un poco como museos.

    Andy Warhol

    LA CUESTIÓN ARCHIVOS

    En marzo de 2001 la Revista de Occidente edita en su número 239 un monográfico sobre el problema del Archivo. Se titula: El saber en el universo digital.¹ Se traduce el artículo Cómo podríamos pensar de Vannevar Bush, publicado en julio de 1945 en The Atlantic Monthly. Hay también un texto de Roger Chartier sobre las transfiguraciones del lector en la era digital. Un artículo de Javier Candeira que se titula La Web como memoria organizada. Tres años más tarde, en 2004, aparece el primer número de la revista La Biblioteca de la Biblioteca Nacional (Tercera Época) íntegramente dedicado, también, al problema del archivo: El archivo como enigma de la historia es el título con el que se presenta el número.² Allí, la reflexión en torno al archivo como drama nacional aparece en diálogo con los modos de repensar la nación. Dos años más tarde, en otro lugar, se lee: Seguramente esta mayor visibilidad de una problemática hasta hace poco casi totalmente ignorada por las políticas públicas se relaciona con el llamado auge de las memorias y con el lugar relevante adquirido por el pasado reciente –dice en la presentación de su dossier monográfico En torno al archivo el anuario del CeDInCi (Políticas de la memoria N° 6/7, verano 2006/2007)–.³ Y agrega: No parece que la ‘cuestión archivos’ sea solamente motorizada por los requerimientos del pasado reciente.⁴ Al aumento de la visibilidad de la cuestión archivos, el anuario del CeDInCi cree necesario impulsar un debate más profundo sobre la cuestión, el cual, en efecto, se propone motorizar desde sus páginas. Siguiendo con las enumeraciones, en 2007 aparece el libro de Barbara Cassin Googléame. La segunda misión de los Estados Unidos, una interrogación a propósito del algoritmo de búsquedas de Google que, aunque se pretenda iluminista y democrático, está impregnado de oscurantismo: "la fórmula de Google es como la de la Coca-Cola, nadie la conoce".⁵ En 2008 se edita La utopía de la copia. El pop como irritación, el libro de Mercedes Bunz que entre sus capítulos incluye un ensayo sobre los modos en que los sitios de reproducción musical hacen de todas las computadoras encendidas una única gran base de datos, un gran archivo mutante, efímero, en incesante transformación.⁶

    En la segunda década del siglo xxi también se destaca esta vocación enfocada especialmente al tratamiento del problema del archivo: en Congresos y encuentros como la Jornada de Bibliotecología Invisibles, olvidados y renovadores –realizada en la Biblioteca Nacional en junio de 2013– o las Jornadas Las lenguas del archivo –Universidad Nacional de La Plata, agosto de 2013 y junio de 2017–. O las crecientes políticas de digitalización de fondos en instituciones públicas y privadas, que redundan en la creación de equipos de trabajo referidos a documentación y al incremento del movimiento Openglam –Galleries, Libraries, Archives and Museums asociados para la creación de archivos y colecciones en línea–. Y, a todo ello, se agregan las más recientes investigaciones científicas e intervenciones artísticas que ensayan la inserción de archivos en el adn de bacterias, elevando el tono de la conversación, por no decir, proponiendo una nueva ontología para la noción de archivos.

    Los imaginarios de convergencia entre genética e información han llevado adelante experiencias de distinto rango. Han llevado, por ejemplo, al poeta canadiense Christian Bök a introducir poemas codificados en el interior de bacterias extremófilas, abonando así el camino para la comprensión de la vida como un nuevo lugar para la domiciliación de los archivos.⁷ Es un camino ensayado por artistas y científicos que exploran los alcances y los límites del adn como sede para archivos de información cultural, tal como definitivamente lo describe Maximiliano Brina en un artículo suyo aparecido en la revista Technos Magazine: "En 2003 el Dr. Pak Wong codificó la letra de la canción ‘It’s a Small World After All’ y la incorporó al adn de la bacteria D. radiodurans. En 2010, el equipo del genetista Craig Venter introdujo en una bacteria el primer genoma sintético en el que inscribieron sus nombres y un fragmento de Joyce (‛Vivir, fracasar, caer, triunfar, recrear vida a partir de la vida’). [En 2017], investigadores del New York Genome Center lograron introducir y recuperar archivos extensos: un sistema operativo y una película de los Lumière. Lejos del exhibicionismo, esto es parte de una línea de investigación que propone al código genético como una alternativa al almacenamiento en soportes analógicos o digitales. A diferencia de estos, que además de su capacidad limitada pueden corromperse o volverse obsoletos con el tiempo, el adn podría almacenar por miles de años en un espacio ultracompacto más de 215 petabytes (o sea, 215 millones de gigabytes) de información".⁸ El miércoles 12 de julio de 2017 los científicos Seth L. Shipman, Jeff Nivala, Jeffrey D. Macklis y George M. Church publicaron en la revista Nature los resultados de su experimento de inserción de los fotogramas del Caballo en movimiento (1878) –obra del fotógrafo y precursor del cine Eadweard Muybridge– en el adn de una bacteria común: la E. coli.⁹ El experimento permite la inserción de archivos de imágenes y videos en bacterias, y, además, su indefinida reproducción biológica en un camino en el que las bacterias se vislumbran, para decirlo con palabras de Heidegger, como una antigua y nueva casa del ser.

    ¿De dónde vienen estas voces? ¿De dónde viene esta profunda inquietud por los archivos? ¿De qué nuevo orden serían, entonces, nuestros problemas con el archivo?

    Archívese

    Vive, respira, huele.

    Memoria de espectro completo.

    Puede obtener una actualización de chip por un precio menor a una taza de café diario

    y tres décadas de almacenamiento gratuito.

    Procedimiento de incrustación de chip de memoria con anestesia local.

    Porque la memoria es para vivir.

    Toda tu Historia, Black Mirror, Temporada 1, Episodio 3

    ¿Qué pasaría si de repente alguien dijera Archívese? ¿De qué modo nos rebelaríamos a ese imperativo? 144.000.000.000 de correos electrónicos enviados por día, 149.000.000 de usuarios de Facebook, 225.000.000 de me gusta por hora, 200.000.000 de usuarios de Twitter, 175.000.000 de tweets por día, 14.000.000 por hora, 233.000 por minuto, y contando. Dos mil cuatrocientos millones de usuarios de Internet en todo el mundo, editando, en este preciso instante, cada uno de ellos, su propio blog. Si tienes un archivo, tienes una vida: ese pareciera ser el imperativo de nuestro tiempo. ¿Si eso no es una política de archivos, qué es? ¿Cómo resistirse entonces a la infernal técnica archivadora del presente? Al parecer, alguien le ha dicho a nuestra época: archívese. ¿Quién ha dado esa orden?

    La bomba atómica ha dado esa orden. Ella ha dicho Archívese. No se puede pensar esta compulsión por el archivo sin la pasión por el desastre que tuvo el siglo xx. No se puede pensar la infernal máquina de archivos que se ha puesto en marcha sin comprender la política de archivos que comenzó con la Segunda Guerra. La evolución de la medicina, la industria armamentística, el desarrollo informático, todo nos lleva a creer que el avance técnico ha seguido su propio impulso en una feroz carrera contra sí mismo, en favor y en contra de la vida.

    Por eso, un repaso. Años 40. El Director del Museo de Arte de Toledo le escribía al Director de la Galería Nacional de Washington que tuviera en cuenta un plan de evacuación de obras de arte en caso de que Estados Unidos fuera invadida por los japoneses: Pearl Harbor ya había sido bombardeada y, ante el eventual progreso de los bombardeos, los directores de museos no querían que les pasara lo que había pasado a los ingleses, que habían tardado mucho en poner a resguardo sus obras de arte. Y en París, donde se había subestimado la posibilidad efectiva de la ocupación y las obras habían quedado a merced de los saqueadores alemanes. En aquel contexto internacional, el 20 de diciembre de 1941 cuarenta hombres y cuatro mujeres se dirigieron desde diferentes puntos de los Estados Unidos hasta las escaleras del Museo Metropolitano de Nueva York. Habían sido convocados de urgencia y por telégrafo. El motivo de la reunión: la exposición secreta de unas diapositivas. En ellas se veían los marcos vacíos colgando de las paredes del Louvre; La ronda nocturna de Rembrandt del museo de arte neerlandés enrollada como una alfombra; El David de Miguel Ángel refugiado en un ataúd. La metáfora no podía ser más literal. Al arte también estaba en el frente, en las líneas de batalla contra la que embestían los bombarderos. Así, con ese tono sensacionalista y dramático lo cuenta Robert M. Edsel en The Monuments Men (2007).¹⁰

    En tiempos convulsos, y por paradójico que parezca, el arte también cobra su importancia. Figura primero en la lista de los botines de guerra. También es motivo de invasiones a determinadas ciudades. Del otro lado, frente al desastre y la destrucción, el arte otorga esperanzas de algo perdurable en un mundo sumido en la desaparición de las personas y las cosas. Por aquellos años de la Segunda Guerra comienzan a aparecer discursos como los impulsados por Paul Sachs, por entonces figura ascendente en el ambiente del arte norteamericano, quien decía algo así como que, si en tiempos de paz el arte y la cultura son importantes, en tiempos de guerra lo son aún más: En momentos en que las insignificancias y nimiedades de la vida se disuelven, el hombre se enfrenta cara a cara con los valores más perdurables del humanismo. Algo semejante dirán, años más tarde, Gilles Deleuze y Félix Guattari en ¿Qué es la filosofía? (1991). El arte está destinado a durar: El arte conserva, y es lo único en el mundo que se conserva.¹¹

    Al tiempo que se bombardeaban ciudades o se militarizaban los océanos, también se dictaban seminarios sobre seguridad y evacuación de museos. Eran tiempos en que también se volvían más estrechos los criterios para la selección de obras maestras: en caso de que las evacuaciones tuvieran que hacerse de urgencia y no hubiera demasiado tiempo para salvar colecciones completas, un error de crítica de arte podía condenar a la destrucción a un cuadro fundamental del canon. El conservador George Stout escribía folletos sobre conservación de obras de arte en las trincheras. En el corazón de Europa, en noviembre de 1940, Hitler expropiaba colecciones de muebles antiguos a los judíos e impartía instrucciones sobre la distribución de bienes de arte entre las elites nazis. ¿Qué importa que Inglaterra sea el martillo y nosotros el yunque? Lo importante es que rija la violencia… –dice Otto Dietrich zur Linde, el jerarca nazi de Deutsches Requiem, aquel relato de Borges integrado en El Aleph–.¹² Los campos de concentración, convertidos en favelas y villas miserias, son la principal exportación del nazismo. El salto de la medicina, la carrera armamentística, la pasión por los archivos, los museos y las bibliotecas, algunos de los legados involuntarios del nazismo en Occidente. Si a menudo se dice que el mundo se reorganizó después de la Segunda Guerra de un modo que todavía continúa, también debería decirse lo mismo en relación con el arte, los museos, los archivos y las bibliotecas. El mundo del arte se reconfiguró después de la Segunda Guerra. Podría decirse que Nueva York en los años 60 le quitó el lugar de polo de referencia estética que había detentado París desde mediados del siglo xix, en gran medida, por el movimiento del tablero que la Segunda Guerra significó. Basta con recordar los esfuerzos norteamericanos por el diseño de un sistema de archivos y descentralización de las informaciones ante las amenazas de atentados a los centros de datos que la Guerra Fría supuso. Aquellos esfuerzos constituyen el banco de pruebas sobre los que se estaba calibrando el nacimiento de Internet. En cuanto a los efectos de esta pulsión archivística que anida en el corazón del siglo xx, basta con dar un paseo por los museos y bibliotecas estadounidenses y ver la cantidad de obra europea que hay allí. El modo en que se museifica el pasado. La política de escenografía con que se concibe el arte. El modo en que los museos de arte y de ciencias naturales alimentan la imaginación hollywoodense.

    Esa política belicista ha generado efectos colaterales. La preocupación que nuestra época le brinda a los archivos quizá también tenga que ver con un acontecimiento historicista: el pasado se ha estirado. El pasado nunca pareció ser tan grande y al mismo tiempo estar tan disponible como en el presente. Una de nuestras preguntas es: ¿qué vamos a hacer con él? Al parecer, los hombres de nuestra época tienen el hipocampo más grande que los hombres de la Edad Media, que los hombres y mujeres del Renacimiento y que los hombres y mujeres del Pleistoceno del Cuaternario, aquel momento en que surgieron las primeras partículas elementales del lenguaje: los morfemas, las interjecciones y las preposiciones. Pero hemos reducido las tensiones de la historia a una masa amorfa de pasado tendida sobre un hilo flotante de tiempo. El pasado es una nube de ceros y unos. Sencillamente hemos transformado la experiencia. La hemos convertido en un dato: 215.000.000 de resultados en 0,22 segundos. Sociedad de la información, Big Data,

    algoritmos, gerenciamiento del conocimiento, ellos nombran los nuevos afueras del archivo, extraños intrusos, convidados de piedra en la intensa historia del humanismo. Aunque habría que matizar. Archivos letrados y archivos digitales extrañamente confluyen. Ellos nombran las diferentes fases de una larga y progresiva conquista técnica de la información. Fase de archivos analógicos (una fase que va del siglo x al siglo xx); fase de archivos informáticos y digitales (desde mediados del siglo xx y continúa). En esa historia la concepción del adn como portador de información –de información genética, pero también de información histórica, cultural– es un paso más que marca un nuevo umbral en la reducción de los seres humanos a información. ¿De allí la competencia entre hombres y máquinas?

    ¿De qué nuevo orden serían, entonces, nuestros problemas con el archivo? ¿De qué naturaleza serían entonces nuestros problemas con la historia, las tradiciones, la literatura, el saber? ¿Qué relación guardan los problemas del archivo con nuestros desafíos archivísticos latinoamericanos: la edificación de archivos y reservorios de información, colecciones de manuscritos, primeras ediciones, fondos documentales, en un contexto de investigaciones y escaladas archivísticas sin precedentes?


    ¹ AA.VV., Revista de Occidente, Nº 239, Madrid, marzo de 2003.

    ² AA.VV., La Biblioteca (Tercera Época), Nº 1, Buenos Aires, verano 2004/2005.

    ³ AA.VV., Archivos del Sur, Políticas de la memoria, N° 6/7, Buenos Aires, verano 2006/2007, pág. 197.

    ⁴ Ibidem, pág. 197.

    ⁵ Cassin, B., Googléame. La segunda misión de los Estados Unidos. Traducción de Víctor Goldstein, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica – Biblioteca Nacional, 2008.

    ⁶ Bunz, M., La utopía de la copia. El pop como irritación. Traducción de Cecilia Pavón, Buenos Aires, Interzona, 2008.

    ⁷ Bök, C., The Xenotext. Book I, Toronto, Coach House Books, 2015.

    ⁸ Brina, M., Xenotextos, un nuevo paradigma, Technos Magazine, N° 5, octubre de 2007. [online] Technosmagazine.com.ar/. Disponible en: http://technosmagazine.com.ar/5literatura.html [Accedido 30 Ene. 2018].

    ⁹ Shipman, S., Nivala, J., Macklis, J. y Church, G., CRISPR–Cas encoding of a digital movie into the genomes of a population of living bacteria, Nature, N° 547, julio de 2017, págs. 345-349.

    ¹⁰ Edsel, R. M., The Monuments Men, New York, Center Street, 2007.

    ¹¹ Deleuze, G. y Guattari, F., ¿Qué es la filosofía? Traducción de Thomas Kauf, Barcelona, Anagrama, 1993, pág. 164.

    ¹² Borges, J. L., Deutsches Requiem, El Aleph, Buenos Aires, Emecé, 1996, págs. 127-141.

    LA EDAD DE LOS ARCHIVOS

    LA ESCRITURA DEL DESASTRE

    OBJETIVISMO DE TRINCHERA

    Siempre que empezaba un nuevo cuaderno, Jünger se preguntaba si alcanzaría a escribir en la última hoja. Entre diciembre de 1914 y septiembre de 1918, Ernst Jünger llenó quince cuadernos sobre sus vivencias en las trincheras de la Gran Guerra. A eso se agrega un cuaderno sobre su recolección de escarabajos en el frente. ¿Coleccionar escarabajos en las trincheras? No es esa la única excentricidad de Jünger durante aquellos años. En medio de las explosiones, y con una bala que le acababa de perforar los pulmones, Jünger se recostó sobre el cráter de una granada a leer Vidas y opiniones del caballero Tristram Shandy.

    Diario de Guerra (1914-1918),¹³ publicado por primera vez en alemán en 2010, contiene los materiales en los que Jünger se basó para la redacción de Tempestades de Acero (1920).¹⁴ Las diferencias entre el Diario y Tempestades son notables. Tempestades es un libro heroico, escrito con el propósito de rendir homenaje a los caídos. En el Diario en cambio hay matices. Se habla de la nobleza del enemigo y de las miserias del propio bando. En una hoja suelta Jünger escribe: El lenguaje es muy seco. Y entonces aclara: El diario es sólo un marco en el que hay que introducir descripciones del paisaje. A ese trabajo se abocará Jünger entre 1918 y 1920. Si el Diario tiene quinientas metáforas, en Tempestades habrá más de mil. Pero no sólo Jünger agregó cosas. También quitó. Tempestades de acero tiene casi la mitad de páginas que el Diario de guerra. A lo largo de sus cuadernos, Jünger pasa de ser un soldado raso a ser un importante oficial del 73º Regimiento Hannoveriano de Infantería, participa en varias patrullas y en ocho grandes batallas, como la Batalla del Somme, el enfrentamiento con más bajas de la historia. Recibe varias condecoraciones, como la Cruz de Hierro y la Cruz Azul Pour le Mérite. Y recibe catorce impactos que le dejan más de veinte cicatrices con orificios de entrada y de salida. En el diario encontramos registro de todo ello. Entrada del 1 de septiembre de 1916: Dando un paseo por la zona agraria de la Francia septentrional, Jünger se sorprende al encontrar la casa de un coleccionista aficionado a las antigüedades: "Había quedado destrozada por varias granadas y, para un amigo de esa clase de mobiliario, era un espectáculo desconsolador. En las paredes colgaba una colección de platos antiguos [...], pilas de agua bendita antiguas, muchos grabados de cobre, etc. En las paredes había armarios enteros llenos de porcelana, en el suelo, dispersos y en desorden, estaban los preciosos pequeños volúmenes en piel del siglo xviii. Encontré una edición del Quijote que era seguro muy valiosa.¹⁵ La escena es de antología, para una compilación que narre el fin del coleccionismo y de la lectura. Para Jünger es una calamidad que todo aquello haya de malograrse y destruirse. Pero son las granadas de su ejército las que hicieron el trabajo. Él mismo, para contribuir al desacopio, extrae un pequeño vasito de licor: ¡me llevé un pequeño vasito de licor, que todavía poseo hoy!".¹⁶ ¿O el gesto de Jünger es también el de la admiración por aquello que acaba de destruirse? ¿Ese pequeño vasito de licor es otra pieza personal de la guerra para armar una nueva colección; continuar la colección del coleccionista francés que ante la visita de las granadas debió abandonar su casa? En otro intento por arrebatarle materia prima a la destrucción, luego del almuerzo en la retaguardia Jünger regresa a la casa del coleccionista a buscar un tomo de los suplementos ilustrados del Petit Journal. En medio de la guerra acontece una escena de lectura. En medio de los ruidos de metralla, Jünger toma café sentado en una butaca y fuma su pipa. Luego de pasar la última página del Petit Journal sale a dar un paseo por la guarnición. Y entonces se produce otro acontecimiento que rompe con esa escena de lectura: "hubo un seco estampido muy cerca de nosotros, en el mismo instante sentí un fuerte impacto en la pierna izquierda. Con la exclamación (es siempre más o menos la misma): ‘¡Ahora me ha tocado a mí!’, me metí corriendo en el sótano. Allí pedí luz y examiné el asunto. En la polaina de vendas, había en la parte de atrás un gran agujero irregular por el que salía sangre que iba formando un charco en el suelo. He de advertir que durante toda esta historia mantuve mi pipa en la boca y seguí fumando. [...] Detrás, por encima del tobillo, tenía una herida más grande, delante estaba metido el balín de shrapnel, que sobresalía claramente bajo la piel abultada. Me vendaron y llamaron al camillero".¹⁷

    El paisaje que se describe en el Diario es cambiante. Se ven caballos muertos con los vientres abiertos y humeantes. Se ven casas destrozadas, cruces y cementerios de barro, los restos de un avión caído. El olor agrio de los cadáveres, desde hace meses ahí, se mezcla con el sabor a metal de la sangre, el olor seco de la pólvora y las explosiones. A eso se agrega el oleaje dulzón de los primeros bombardeos químicos de la historia. En el medio de la noche las luces de las explosiones hacen resplandecer el cielo como si se tratara de los amaneceres de cientos de días unidos. De pronto la lluvia inunda las trincheras, hace frío, amanece, un inmenso río de ratas escapa de un pueblo recién bombardeado. Las ametralladoras enemigas hacen una pausa y el canto de unos pájaros imprime sobre todo aquello un contraste insoportable. Pero enseguida una nueva carga de las ametralladoras le devuelve al mundo una coherencia tranquilizadora. Entre las páginas de Jünger la vida es una delgada película que se retira. Pero Jünger, indiferente a su propia muerte incluso, busca los restos mínimos de la vida entre los escombros; en el juguete roto de un niño, en una liebre que salta por encima de los alambres de púa de las trincheras. Jünger es un apuntador preciso, un documentalista de detalles. Registra pequeñas cosas que, si bien no dan esperanza, permiten imaginar que la vida antes de la guerra fue algo importante. ¿Para qué esta matanza, este continuo matar y matar? –se pregunta–. "Temo que se está destruyendo demasiado y que quedarán pocos

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