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Cantos órficos
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Cantos órficos

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Indica Rodolfo Alonso que "sólo Campana, sí, nada más y nada menos que Dino Campana, la única voz de la península que resulta auténtica y original en un momento suspendido entre uno y otro siglo, antes de que aparezcan las grandes voces de la muy grande poesía italiana de comienzos del siglo veinte".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 may 2016
ISBN9789876990790
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    Cantos órficos - Dino Campana

    Dino Campana. Civilización o Barbarie

    No es casual, por supuesto, que nada menos que Eugenio Montale subraye en forma tan nítida "la naturaleza más personal y más oscura del mensaje bárbaro de Campana. Porque esa barbarie es puesta de manifiesto por él mismo de manera explícita (Inconscientemente aquel que yo había sido se encontraba encaminado hacia la torre bárbara, la mítica guardiana de los sueños de la adolescencia"), no una sino muchas veces, ya al comienzo de aquellos Cantos órficos (1914), de hecho su único libro, y también a todo lo largo de la obra (reina bárbara bajo el peso de todo el sueño humano, por ejemplo, que se reitera asimismo entre otras varias unas veinte páginas después: como las antiguas hermanas, las antiguas reinas bárbaras castigadas por el torbellino del canto de Dante, reina bárbara bajo el peso de todo el sueño humano).

    Barbarie contrapuesta con orgullo a toda civilización en verdadera decadencia, barbarie como búsqueda de la inocencia y la disponibilidad del primitivo (¿y por qué no del niño?), barbarie también como coartada, quizá como cortina de humo. Barbarie de los románticos y de Rousseau, barbarie de Rimbaud y de las vanguardias. Barbarie bien moderna, en suma, barbarie de Modigliani y de Picasso, barbarie de Apollinaire y de Cendrars, con su rostro de Jano a la vez mirando el porvenir y bien anclada en el pasado más arcaico (¡Tú ya lo comprendiste oh Leonardo, oh divino primitivo!), donde siguen latentes las fuentes nutricias, primigenias de lo humano, los manantiales hasta ahora inextinguibles de todo terror, de todo amor. Pero nunca –de manera especial en el caso de Campana– barbarie puesta en pose, fingida, pretendida, barbarie de disfraz, falsa barbarie.

    Y si el brío y la suntuosa virulencia de los propios textos no fuera suficiente garantía, está su propia vida para probarlo. No sólo sus largos años de permanencia en hospicios y su muerte en uno de ellos, ese desequilibrio (justo, nítido término) que bien pudo ser –como se sabe– tanto una defensa contra un medio quizá mucho más enfermo, como una válvula de escape ante la imposibilidad de poner en su vida todo lo que latía dentro suyo, como ansia, como deseo sí, pero también como realidad (Nunca nos habíamos inclinado a sacrificar ante la monstruosa absurda razón...).

    Y está su biografía temporal, ese haber nacido en Marradi el 20 de agosto de 1885 y haber muerto en el hospital psiquiátrico de Castel Pulci, en San Martín La Palma, cerca de Florencia, el 1º de marzo de 1932, verdadera bisagra entre dos universos, entre un mundo que concluye y otro que se anuncia, pero no sin que –contra todo maniqueísmo– otros restos de universos y de mundos sigan vigentes allí, vivos aún, resistiéndose a morir, pugnando por existir de una manera bien orgánica. Experiencia intensa, casi deslumbradoramente vivida y transmitida por él –aún en forma inconsciente, si así

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