LAS LETRAS DEL ORGULLO
La resistencia a entender que la heteronorma y el patriarcado tienen relación directa con el hecho literario (escribir, publicar, ser leído) es perpetuar el conservadurismo, la opresión y la hegemonía que, a día de hoy, dista de todo aquello que nos hace libres.
Quizás lo más conveniente es partir de una premisa: la literatura, como hecho universal, es diversa. Esta diversidad la convierte en una realidad interseccional y, al hablar de interseccionalidad, nos referimos a todos los elementos que conforman a quien escribe.
Estos elementos influyen en el texto literario, directa o indirectamente, y con independencia de que trate o no dichas cuestiones. Nos referimos al género, sexualidad, raza, etnia, costumbres, profesión, estudios, lengua, acento, nacionalidad, cuerpo, expresión de género, crisis personal, crisis y/o situación económica, conflicto bélico, exilio, inmigración, represión, discriminación, éxodo, etc.
Toda persona que haya desarrollado su escritura, difundida en mayor o menor medida o creada exclusivamente en clandestinidad, bajo el yugo de cualquier privación de su libertad, generará una obra impregnada de sus opresiones y, hable de lo que hable, contiene un profundo discurso personal (por lo tanto, político) entre sus líneas. Un testimonio de liberación y de denuncia.
El asunto está, entonces, en aplicar esta mirada interseccional a todo lo leído hasta ahora; pero también a todo lo que no fue leído por muchas consideraciones: ignorancia, censura, infravaloración, amenaza, rechazo, desprecio… Al leer con la mirada de los márgenes aflora otra interpretación, y esto nos lleva a reescribir la historia de la literatura.
Ejemplo de ello es la literatura escrita por mujeres, personas LGBTIQ+, racializadas, vih+, rurales, inmigrantes, pobres, negras, gitanas, indígenas, entre otras realidades. Estos colectivos presionan la historiografía literaria hasta el punto de provocar un estallido de
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