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El rugby: Historia, rituales y controversias desde sus orígenes hasta hoy
El rugby: Historia, rituales y controversias desde sus orígenes hasta hoy
El rugby: Historia, rituales y controversias desde sus orígenes hasta hoy
Libro electrónico376 páginas5 horas

El rugby: Historia, rituales y controversias desde sus orígenes hasta hoy

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Es un deporte con ciento cincuenta años de vida en el país, clubes con tradición en casi todas las provincias y popularidad creciente en las últimas décadas, pero no tenía una historia documentada y completa. Hasta ahora. Este libro atrapante, la primera historia del rugby en la Argentina, viene a llenar ese vacío.
Plenas de crónicas y personajes, estadísticas y reconstrucciones de momentos clave, estas páginas abren con la llegada del rugby al país a fines del siglo XIX de la mano de los empleados de empresas inglesas, describen su arraigo entre los sectores acomodados locales después de la Primera Guerra Mundial y el surgimiento de los clubes, y llegan hasta la actualidad, con las polémicas por la persistencia del amateurismo, las iniciativas para llevar este deporte a barrios carenciados y cárceles como instrumento de inclusión social, y también las acusaciones de elitismo, machismo y violencia que en ocasiones recibe. Además, exploran la incorporación del rugby a los Campeonatos Evita bajo el primer peronismo, las controversias por los viajes de jugadores argentinos a Sudáfrica durante el apartheid, y las poco contadas historias de los rugbiers desaparecidos durante la última dictadura militar.
Especial para fanáticos pero muy apto para legos, este libro –que tiene ya destino de referencia en las bibliotecas– muestra que la historia del rugby local es en buena medida el relato del intento por ganar un lugar entre las grandes potencias de este deporte, alejadas en espacio y en recursos. En el país del fútbol, el rugby supo encontrar la manera de volverse, también, una pasión argentina.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 may 2024
ISBN9789878013534
El rugby: Historia, rituales y controversias desde sus orígenes hasta hoy
Autor

Andrés Reggiani

Andrés Reggiani es profesor de Historia (UBA), doctor en Historia (Universidad Estatal de Nueva York) y autor de artículos y libros sobre fascismo, eugenesia y cultura física. Miembro del Comité Científico de la International Society for the History of Physical Education and Sport, es profesor investigador de la Universidad Torcuato Di Tella, donde dirige el Departamento de Estudios Históricos y Sociales.

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    Vista previa del libro

    El rugby - Andrés Reggiani

    Índice

    Cubierta

    Índice

    Portada

    Copyright

    Introducción

    1. El rugger desembarca en las pampas

    Los orígenes del rugby, entre el mito y la historia

    La pelota ovalada llega al Río de la Plata

    Sociabilidades imperiales

    2. Un deporte inglés en la Nueva Argentina peronista

    El universo del rugby y sus espacios de práctica

    Rugby desde abajo: la historia de Beromama

    Consumir el rugby: espectadores y lectores

    El involucramiento del Estado

    Una convivencia difícil

    3. Décadas de luces y sombras

    Embajadores de lujo: la gira sudafricana de Los Pumas (1965)

    ¿Inglés o francés? La idiosincrasia del rugby criollo

    Antiimperialismo, rugby oligarca y la gira inglesa de 1973

    Su hora más aciaga: rugby y terrorismo de Estado

    4. Jugar con el apartheid

    La gira del SIC a Rodesia del Sur y la intervención a la UAR (1973)

    Los Pumas se disfrazan de Sudamérica XV (1980-1982)

    Derechos humanos, Malvinas y la gira de Jaguares (1984)

    5. La globalización y el desafío del profesionalismo

    El universo del rugby argentino en su centenario

    Un deporte global

    El seleccionado argentino en los primeros mundiales de rugby (1987-1999)

    Un experimento fallido de profesionalismo light: la Fedar

    Epílogo. Nuevos escenarios

    Anexo

    Agradecimientos

    Bibliografía

    Andrés Reggiani

    Alan Costa

    El rugby

    Historia, rituales y controversias desde sus orígenes hasta hoy

    Reggiani, Andrés

    El rugby / Andrés Reggiani; Alan Costa.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2024.

    Libro digital, EPUB.- (Singular)

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-987-801-353-4

    1. Rugby. 2. Historia. 3. Historia Social. I. Costa, Alan II. Título

    CDD 796.333

    © 2024, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

    Diseño de cubierta: Emmanuel Prado / manuprado.com

    Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

    Primera edición en formato digital: junio de 2024

    Hecho el depósito que marca la ley 11.723

    ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-353-4

    Introducción

    Caricatura Evolución del jugador de rugby, revista Tackle, 1951

    El rugby es un deporte de hooligans jugado por caballeros.

    W. Churchill

    Un rugbier argentino es un italiano que habla español y sueña con ser inglés.

    J. Lacouture

    El 18 de enero de 2020 un grupo de jóvenes asesinó a Fernando Báez Sosa a la salida de un club nocturno de Villa Gesell, una pequeña ciudad costera en la provincia de Buenos Aires. La conmoción causada por la noticia fue aún mayor cuando se supo que los victimarios, pertenecientes a un club de rugby de la ciudad de Zárate, profirieron insultos racistas mientras golpeaban al joven de origen migrante.[1] A fines de ese mismo año, cuando todo parecía indicar que el crimen de Báez Sosa había quedado acotado a un episodio repudiable pero excepcional, el tibio homenaje que Los Pumas rindieron a la memoria del recientemente fallecido Diego Maradona, antes de comenzar el segundo partido del Rugby Championship contra los All Blacks, volvió a poner al rugby en el centro de la polémica.[2] La falta de sensibilidad hacia la memoria de un ídolo popular, una sensación que los neozelandeses magnificaron cuando su capitán depositó sobre el césped una camiseta negra con el número 10 y el nombre de Maradona, mutó en escándalo días después luego de que salieran a la luz los tuits racistas de tres jugadores del equipo nacional, incluido su capitán. En pocas horas, las repercusiones del episodio marchitaron los laureles que los rugbiers argentinos habían obtenido dos semanas antes en su histórico triunfo sobre los neozelandeses.[3]

    Nunca antes se habló tanto y tan mal del rugby. Estos episodios dieron lugar a una catarata de intervenciones de periodistas, personas vinculadas a este deporte e investigadores de diversas disciplinas académicas, desde la sociología y la antropología hasta la filosofía y la psicología.[4] Aunque las posturas de especialistas y blogueros mostraron más matices de lo que cabría suponer, la imagen del rugby se vio sensiblemente deteriorada.[5] La mayoría de las opiniones reproducían lugares comunes de lo que, sin riesgo de exageración, cabría llamar la leyenda negra del rugby nacional. Esta podría resumirse, simplificando un poco, de la siguiente manera: un deporte de élite que promueve valores machistas, violentos y racistas. Traducido en términos algo más académicos: un campo donde se construyen y reproducen hábitos propios de una sociabilidad hipermasculina en la cual se ponen en juego usos y sentidos del cuerpo, que a su vez se articulan con identidades sociales y étnicas.

    Sin ser totalmente falsa, esta caracterización es problemática, ya que postula una imagen del rugby como conjunto de prácticas inmunes al paso del tiempo, que no reflejan la realidad de un deporte atravesado por tensiones y experiencias socioculturales muy diversas. Hablar de manera genérica de el rugby o, como suelen hacerlo sus autoridades, de la gran familia del rugby, conlleva el riesgo de simplificar un panorama más complejo. De todas las voces que se hicieron escuchar durante esas polémicas, la historia fue la gran ausente. El rugby argentino carece aún de un relato ordenado de sus orígenes y evolución basado en el examen crítico de las fuentes y que vaya más allá de la celebración de algunos hitos históricos. Este libro, que busca dar sentido a la evolución histórica del rugby en la Argentina en sus diferentes contextos sociopolíticos, intenta saldar esa deuda.[6] Territorio dominado por la pluma de exjugadores y periodistas especializados, al rugby nacional le cuesta pensarse históricamente. Este déficit no se condice con la realidad de un deporte que reúne entre 70.000 y más de 100.000 jugadores, federados y no federados de todas las categorías, que lo practican en más de 400 instituciones,[7] y cuyo seleccionado nacional interviene en varias competencias internacionales.[8] Además de su larga presencia en el país, el rugby es el segundo deporte que más jugadores exporta al exterior, después del fútbol.[9] Aunque afianzado a nivel competitivo en el plano local e internacional, al rugby argentino no le ha resultado sencillo situarse en relación con el mundo social que lo rodea, una consecuencia, entre otras, del histórico apego de sus instituciones representativas a la filosofía del amateurismo, del deporte por el deporte mismo. Uno de los corresponsales que acompañó a los jugadores argentinos que en los años ochenta viajaron a Sudáfrica violando el boicot contra el apartheid advirtió que la tendencia a distanciarse de la realidad política y social del país hacía del rugby una isla dentro del deporte argentino.[10]

    Las escasas investigaciones locales que buscan desentrañar el significado de lo que una antropóloga llamó ser rugby (Saouter, 2000), como ciertas nociones de masculinidad y pertenencias de clase, tienden a reforzar un sentido común muy extendido, según el cual a través de este deporte de alto contacto físico se pone en juego o articula la identidad masculina de jóvenes acomodados, unidos en una hermandad viril de la cual quedan excluidos flojos y mujeres. Sin embargo, como mostraremos en estas páginas, la asociación entre rugby, clase y masculinidad es problemática por varias razones. En primer lugar, porque, como en el estudio de otros procesos sociales, es necesario distinguir entre prácticas y discursos, y dentro de estos últimos, entre las enunciaciones no siempre coincidentes ni de igual peso o visibilidad de jugadores, técnicos, autoridades de la Unión Argentina de Rugby (UAR), dirigentes de los clubes, periodistas y simples simpatizantes. En segundo lugar, porque las identidades más estrechamente vinculadas al rugby, aunque no necesariamente exclusivas de este, están sujetas a tensiones y cambios que interpelan algunos de los supuestos que las fundamentan. La llegada del rugby a la Argentina a fines del siglo XIX de la mano de los empleados de empresas inglesas, el arraigo entre los sectores acomodados locales después de la Primera Guerra Mundial, su incorporación a los Campeonatos Evita bajo el primer peronismo, los jugadores desaparecidos-asesinados durante la última dictadura militar, el tardío surgimiento del rugby femenino o las iniciativas para hacer de él un instrumento de inclusión social llevándolo a barrios carenciados y la población carcelaria son otros tantos ejemplos de una diversidad de experiencias que han ido corriendo hacia los márgenes las fronteras sociales del rugby.[11] Pese a ello, no es infrecuente encontrarse con afirmaciones que simplifican al extremo del estereotipo los significados de un panorama por demás complejo. Así, por ejemplo, en un texto sobre antropología del deporte puede leerse que, en la Argentina,

    el rugby se practica sobre todo en clubes privados localizados en barrios exclusivos, cuyos miembros incluyen a jugadores, sus padres y sus abuelos, casi siempre exjugadores, y también a familiares mujeres que juegan hockey sobre césped cuando son jóvenes. Los rugbiers frecuentan los clubes con sus familias desde la primera infancia y forman grupos muy estrechos de coetáneos que pasan una considerable cantidad de tiempo juntos, en especial durante los entrenamientos de rugby que se realizan en la primera juventud. La mayoría de los rugbiers están preparados para dirigir las empresas familiares o heredar sus actividades profesionales una vez finalizados sus estudios universitarios. Suelen encontrar esposa entre las familiares de sus compañeros de equipo, muchachas que probablemente juegan al hockey sobre césped en el mismo club, y cultivan lazos sociales con otros miembros, con quienes más tarde formarán redes profesionales de apoyo mutuo que durarán toda la vida (Besnier, Brownell y Carter, 2018: 146).

    Más que una caracterización realista de los y las miles de rugbiers aficionados y aficionadas que lo practican en clubes, empresas e instituciones educativas, el fragmento citado es una generalización de toda la población deportiva de características socioculturales específicas de determinados sectores sociales. Se reproduce un estereotipo, el de los jugadores de los clubes tradicionales de la Capital y de la zona norte del Conurbano, que el imaginario popular asocia con el barrio de San Isidro –declarado capital del rugby por una ordenanza municipal de 1972– y con dos instituciones consideradas sinónimos de rugby: los clubes Atlético de San Isidro (CASI, la catedral) y San Isidro Club (SIC, la zanja).

    En estas páginas veremos cómo, en sus ciento cincuenta años de presencia en nuestro país, tan antigua como el fútbol, el rugby ha pasado por fases de desarrollo que han sido producto, por un lado, de la evolución del juego bajo la influencia de diferentes estilos extranjeros y su adaptación a la idiosincrasia criolla; por otro, de su filtración hacia sectores más amplios de la sociedad, fenómeno que a su vez se reflejó en prácticas de sociabilidad no siempre congruentes con el espíritu y los valores enunciados por las instituciones guardianas del rugby amateur. Un ejemplo ilustrativo de este fenómeno es el rugby practicado por jóvenes pobres y reos, como el primer Beromama de los años cuarenta, o los poco conocidos clubes que luchan por sobrevivir en la frontera porosa que separa el rugby con clase del otro rugby. La persistencia de un acentuado espíritu amateur en la retórica de la Unión Argentina de Rugby y de muchos clubes hizo difícil percibir en la cultura deportiva cambios importantes que no pasaban necesariamente por su monetización o profesionalización. Introducido por la comunidad británica en las últimas décadas del siglo XIX, el rugby se difundió a los sectores medios de la mano de la movilidad social, la expansión de la sociedad civil y el crecimiento del bienestar. Entre las décadas del veinte y el cincuenta, experimentó un doble proceso de criollización cultural y nacionalización territorial. En los equipos, los apellidos españoles e italianos reemplazaron a los ingleses, la extracción social de los jugadores se diversificó y el surgimiento de las uniones provinciales llevó el rugby a todos los rincones del país.

    Hablar sobre los sentidos y usos del cuerpo en un deporte de alto contacto físico e incluso violento nos pone ante el riesgo de decir lo obvio o de caer en clichés, olvidando por momentos que, como en todo deporte, la elección por el rugby involucra, en primer lugar, la atracción que ejerce su dimensión lúdica, el placer de jugar con otros, la posibilidad de descargar tensiones a través de una guerra simulada y regulada, en la cual treinta cuerpos sincronizan sus capacidades para doblegar a un adversario. El universo de la masculinidad deportiva, nos recuerda Georges Vigarello, está constituido por una nebulosa de goces diversos provocados por el placer físico, el sentimiento de plenitud, la voluntad de superación. Uno de los pioneros del rugby evocaba ese imaginario de deleite al recordar el momento en que una pelota ovalada de cuero engrasado penetró como un pequeño dios obeso y esquivo que se impondría a sus fascinados discípulos (Vigarello, 2011: 231-255). No es necesario recalcar que, con sus reglas y rituales, el rugby mantiene un vínculo profundo con nociones de masculinidad e identidades de clase forjadas en un período histórico en el que la burguesía impuso un modelo de sociabilidad y una estética corporal que encontraron en ese y otros deportes ejemplos consumados del sportsman amateur. Sin embargo, caracterizarlo como un deporte creado por hombres y para hombres, con rituales y reglas concebidos para resguardar las virtudes masculinas, un habitus viril de distinción de una clase privilegiada, conlleva no solamente el problema de pasar por alto su dimensión lúdica; también corre el riesgo de fijar ciertas nociones de clase y masculinidad como permanentes e inalteradas, ajenas al entorno social en el que está inserto el rugby.

    Un ejemplo de esto último lo encontramos en el análisis de Pierre Bourdieu sobre la transformación del rugby francés luego de que su centro histórico migró desde la costa noratlántica a las comarcas rurales del sudoeste, tema que ampliaremos en otros capítulos. "La exaltación de la proeza viril y el culto al espíritu de equipo, que los adolescentes de origen burgués o aristocrático de las public schools inglesas o sus émulos franceses de principios de siglo asociaban a la práctica del rugby, afirma, se perpetuó entre las clases medias y medias bajas del Mediodía (Midi) a costa de una profunda reinterpretación" del juego. En ese nuevo escenario geográfico y sociocultural, marcado por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y el declive de la agricultura, la exaltación de la manliness y el culto al team spirit del rugby universitario dieron paso al gusto por la violencia (el castañazo) y la exaltación del sacrificio oscuro y típicamente plebeyo hasta en sus metáforas (ir al tajo), un estilo que los propios franceses denominaron "rugby de muerte [sic]" (Bourdieu, 2013: 187-188).

    Simplificando un cuadro más complejo, podríamos decir que el rugby ha dado lugar a dos maneras de practicarlo y sentirlo, cada una con sus propias nociones, asumidas o no, de masculinidad: el sportsman amateur y el jugador profesional. Cada una remite a lo que podría calificarse como la esencia de lo que significa para qué y cómo jugar; simplificando una vez más: jugar para distinguirse o competir para ganar. Se trata de modelos ideales que permiten apreciar mejor los rasgos constitutivos de una y otra forma de concebir la identidad de rugbier y la relación que esta guarda con su entorno social. En esta cuestión también hemos seguido el camino trazado por dos autores que influyeron notablemente en Bourdieu. Se trata de Eric Dunning y Kenneth Sheard, cuyo libro Barbarians, Gentlemen, Players [Bárbaros, caballeros, jugadores] (2005), expresa, ya desde el título mismo, la doble transformación del sentido del juego y de la identidad del jugador, desde sus oscuros orígenes en los anárquicos y violentos pasatiempos premodernos, pasando por su incorporación como variante más civilizada en las escuelas de élite de la Inglaterra victoriana, hasta su transformación en el actual deporte globalizado y profesional.

    Los valores y el espíritu del rugby

    Al hablar de los significados del rugby pocas palabras aparecen mencionadas con más frecuencia que valores y espíritu. Su enunciación en documentos oficiales, notas periodísticas y relatos autobiográficos parecen querer afirmar ciertos rasgos específicos del rugby, no necesariamente exclusivos, pero que se suponen mejor representados o más respetados que en otros deportes y que pueden sintetizarse como el correcto comportamiento dentro y fuera de la cancha: jugar según el reglamento, respetar al réferi y al adversario, sin los cuales no habría juego posible, y moderar el entusiasmo fuera del campo de juego. En resumen, conducirse como personas civilizadas. Psicólogos y pedagogos coinciden en que la espontaneidad y la participación activa que genera el deporte, al enseñar a superar las dificultades del juego y aceptar ciertas normas que están por encima de los deseos de cada uno, aportan valiosos elementos a la educación, entendida como un sistema que nos prepara para la vida en sociedad. Si bien todos esos elementos están presentes en la mayoría de los deportes, sostiene el ex puma y periodista Nicanor González del Solar, el rugby los supera, porque ante todo

    el rugby implica una conducta ajena al campo de juego. Son actitudes que permiten que un juego riesgoso sea diversión. Pero también significa una fusión de habilidades con el respeto hacia los demás. Antes de entrar a una cancha a patear una ovalada se necesita estar consustanciado del espíritu del rugby, cuya premisa básica es el juego limpio. ¿Qué pasaría si en el rugby no existiera esa limpieza dentro y fuera de la cancha? Se desmoronaría toda su estructura, porque quedarían oportunistas que destrozarían al rival o introducirían el lucro.

    Para el veterano cronista, el rugby se distingue de otras disciplinas por ser un juego asociado, donde prevalece la actividad conjunta. El aula y el rugby se asocian en la necesidad comunitaria del aprendizaje, porque no sirve el hombre aislado –ni el rugbier que pretende jugar solo– si no refleja sus progresos en el grupo. Esa dimensión social y solidaria encuentra su expresión más clara en el scrum, instancia del juego que requiere que todas las fuerzas actúen al unísono, que empujen hacia un mismo lado como un bloque. La actitud solidaria en el scrum es una enseñanza fundamental, algo básico para la vida. Pero aún más, ya que, si bien en todos los deportes se respeta al oponente, en muy pocos se lo invita al término del partido sin fijarse en triunfos o derrotas.

    Nace la amistad. […] Se conoce gente, no solo se compite con individuos, ya que se los ve como personas, no excluyentemente como atletas. Esta actitud ayuda al niño a descubrir que hay otros, que no juega solo. También favorece al adolescente, que, en su crisis de imagen corporal, siente que forma parte de un grupo, que no es un ser distinto.

    A todos esos atributos distintivos del rugby, González del Solar agrega la buena intención:

    En el rugby se ve con suma claridad que la habilidad en el juego no es tan importante como la comprensión y aceptación de todas esas premisas de caballerosidad y respeto. Pero el rugby no limita su código de conducta a lo que sucede fuera del campo de juego. Se mantiene en los encuentros, ya que el respeto de las reglas permite que se juegue y no solamente que se puje […]. Toda la dinámica del rugby está sostenida por esa buena intención. Sin ella, se caería en una actividad irracional, donde no habría diversión […] sino una mera manifestación de actos animales (González del Solar, 1973).

    Las referencias reiteradas a estos atributos, que con el correr de los años fueron adquiriendo tonos de advertencia, son un buen indicador de los cambios que el rugby experimentó a lo largo del tiempo, tanto en su estilo de juego como en su inserción social. Su difusión a los sectores medios, en paralelo con la popularización del fútbol, se acompañó de alarmas reiteradas sobre episodios lamentables, hechos bochornosos y ocurrencias nunca vistas en un partido de rugby: jugadores que se tomaban a los golpes, espectadores, mujeres incluidas, que desde las tribunas insultaban y protestaban los fallos para luego invadir la cancha y agredir al árbitro, confirmaban a ojos de dirigentes y periodistas el temor de que los aspectos menos edificantes del fútbol contaminaran el gentleman’s game. Esas preocupaciones no pasaban por el temor a una improbable mercantilización del rugby, sino por aquellos rasgos de la cultura futbolera que hacían de ella un fenómeno de masas, con sus rituales, excesos y vicios, tan en las antípodas del desinterés y el autocontrol del verdadero sportsman. Esto explica la ambivalencia de la dirigencia ante fenómenos que, si bien por un lado reflejaban el entusiasmo que el rugby despertaba en sectores no tradicionales, por otro generaban aprehensión ante cambios que volvían problemática la gestión de un deporte en expansión. Un informe de la UAR de 1965 advertía con alarma sobre la pérdida del espíritu de club y el sentido de orden, jerarquía y disciplina ocasionados por las escisiones de grupos errantes que se transforman en instituciones-problemas, por clubes que no son tales sino que se trata de grupos de amigos cuya única preocupación es la de actuar juntos, entidades pseudoestudiantiles que nacieron o cayeron en la nada y en la nada prefirieron quedarse, vegetando, gozando de las comodidades ajenas, y que año tras año peregrinan de una puerta a otra, procurando encontrar un club o colegio que les permita emplear sus instalaciones o el baldío donde clavar sus postes improvisados y armar la casilla prefabricada.[12]

    Rugby regional, nacional, global

    Una de las primeras y más duraderas impresiones que llamaron la atención de los jugadores franceses que visitaron la Argentina en 1949 fue la extraña mixtura europea del rugbier criollo: Tienen apellidos italianos, hablan español y sueñan con ser ingleses (Lacouture, 1993: 88). Esta imagen, que el periodista Jean Lacouture rescató como la característica singular del rugby argentino, reflejaba el acriollamiento de un deporte que todavía mantenía fuertes lazos con su cuna inglesa. En sus comienzos, el universo del rugby local, territorialmente hablando, fue netamente rioplatense, tanto en su identidad institucional (River Plate Rugby Union Championship [Torneo Unión de Rugby del Río de la Plata]) como en la de las entidades que participaban en el campeonato (varios clubes de Buenos Aires, uno de Rosario y uno o dos de Uruguay). En los años cuarenta y cincuenta se produjo un doble proceso de nacionalización: se introdujo el Campeonato Nacional, certamen que contribuyó a difundir el rugby más allá de sus zonas de influencia originales; al mismo tiempo, el rugby uruguayo formó su propia liga y estructura luego de que la Unión de Rugby del Río de la Plata se transformara en Unión Argentina de Rugby.

    Hablar de la relación entre el rugby y la identidad nacional obliga a tener en cuenta dos condicionamientos: por un lado, su débil arraigo y lento desarrollo en nuestro país; por otro, su ausencia casi total en el resto del continente latinoamericano. La historia del rugby argentino es un largo camino cuesta arriba en un país y región dominados por el fútbol. Este aislamiento geográfico no solo constituyó un importante obstáculo para el perfeccionamiento del juego, sino que reforzó su vínculo con la gran familia del rugby del exterior, haciendo que los jugadores argentinos miraran a británicos, franceses, sudafricanos, australianos y neozelandeses con la admiración y la humildad del alumno que tiene mucho que aprender. El tardío despertar del sentimiento nacional también fue producto de una visión y de un discurso que renegaba de las pasiones de los deportes de masas como impropios del sportsman amateur.

    La tierra yerma que América Latina fue para el rugby argentino y que hizo que este se tornara irremediablemente hacia el Imperio Británico y luego también hacia Francia dio pie para que algunos vieran en ese deporte otra expresión del talante extranjerizante de una minoría cosmopolita. Como mostraremos, el encuentro, si cabe la palabra, entre el rugby y la nación (como sentimiento) fue producto tanto de su irrigación hacia los sectores medios como de su creciente visibilidad en los medios de comunicación. En este sentido, la periodicidad de las giras o visitas internacionales a partir de los años setenta –hasta entonces realizadas de manera más esporádica– y la introducción de la Copa Mundial Webb Ellis a fines de la década siguiente permitieron a los jugadores argentinos foguearse con equipos de primer nivel y moldear la idiosincrasia de un rugby que, además de su evolución técnica, se mostraba más poroso a influencias de su entorno social (González del Solar, 1972). Un ejemplo simbólico de este cambio quedó reflejado en el abrazo de Maradona, vistiendo la camiseta de Los Pumas, y el medio scrum del seleccionado nacional, Agustín Pichot, luego del Mundial de Rugby de 1999.

    ¿Podría el rugby haberse popularizado? Salvo por sus aspectos técnicos, que veremos más adelante, en el resto de sus características deportivas no había nada, per se, que le impidiera difundirse más ampliamente. Las dimensiones del campo de juego son prácticamente las mismas que las del fútbol y lo mismo cabe, con la excepción de la pelota y el sistema de puntuación, para la indumentaria de los jugadores.[13] Dejando de lado el riesgo de lesiones más o menos severas, aspecto difícil de ponderar a la edad temprana en que se elige un deporte, dos factores dificultaron la popularización del rugby en un país donde el fútbol podía satisfacer las necesidades de consumo de espectáculos accesibles al gran público. El primero es la complejidad de sus reglas, en particular las instancias en que se sanciona la ley del offside y –lo que es peor, como ocurre en cada mundial de rugby– los diversos criterios para aplicarla. A esto hay que sumarle el tedio que para el no iniciado suponen las acciones estáticas en las cuales los jugadores se disputan la posesión de la pelota impidiendo que esta fluya con movimientos de ataque más vistosos y adecuados para un deporte de espectadores. El segundo obstáculo fue la decisión de mantenerlo no solo como deporte amateur, sino también alejado de cualquier contagio posible con el profesionalismo, decisión que impidió al rugby convivir y compartir espacios con instituciones donde se practicaba fútbol o alguna otra disciplina rentada. En los años treinta, la decisión de la entonces Unión de Rugby del Río de la Plata de desafiliar o rechazar la solicitud de afiliación de clubes como River, Racing, Ferrocarril Oeste u Obras Sanitarias, o la eliminación de los Campeonatos Evita después del golpe de 1955, invita a repensar la historia del rugby también a partir de los caminos que no se tomaron.

    ¿Rugby de derecha o de izquierda?

    Aunque pocos se animarían hoy a establecer de manera explícita una relación entre el rugby y una identidad o filiación ideológica determinada, en el imaginario popular el arraigo de ese deporte en los sectores acomodados y la adhesión a los principios del amateurismo puro y duro lo ubicó en el universo conservador, cuando no oligárquico. Así lo vieron las organizaciones revolucionarias que en los años setenta impidieron la visita a nuestro país del seleccionado inglés, y lo mismo ocurrió con los jugadores que militaban en la izquierda, que se vieron ante la necesidad de discutir

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