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Antropología del deporte: Emociones, poder y negocios en el mundo contemporáneo
Antropología del deporte: Emociones, poder y negocios en el mundo contemporáneo
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Antropología del deporte: Emociones, poder y negocios en el mundo contemporáneo

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Un jugador de futbol africano viaja a Europa con la promesa de un contrato en un equipo de primer nivel. Un laboratorio estudia cómo aumentar el rendimiento de los corredores de pista. Una ciudad invierte millones en su candidatura para ser sede de los Juegos Olímpicos. Una ex colonia derrota a su ex metrópoli en un partido de rugby y en el país se celebra como una fiesta nacional. Un atleta hace pública su homosexualidad y pierde todos sus sponsors.
Pocos ámbitos de la actividad humana condensan de manera tan visible las emociones, las relaciones de poder, el capitalismo globalizado, los dilemas morales y los límites del cuerpo humano como el deporte, un microcosmos que a la vez permite realizar un estudio a gran escala del mundo contemporáneo. ¿Qué nos dice el deporte sobre la constitución de la sociedad, la cultura y la política? Antropología del deporte –libro que inaugura un espacio inédito en la bibliografía especializada– recorre un camino que va de los Juegos Olímpicos de la Grecia clásica a los mundiales de fútbol del siglo XXI, de las intervenciones médicas y tecnológicas en los cuerpos de los atletas a la migración transnacional de jugadores.
Sobre la base de décadas de investigación etnográfica en los cinco continentes, y la experiencia personal como practicantes y espectadores, los autores muestran que el deporte se usó en diferentes momentos como vía para imponer una subjetividad masculina y occidental, como instrumento de colonización y también de resistencia política, y hoy es uno de los escenarios en los que se despliega la industria del espectáculo global.

Retrato apasionante de la época contemporánea, Antropología del deporte está llamado a convertirse en una referencia para antropólogos, sociólogos, historiadores, expertos en medios y marketing e interesará a todos los que experimentan las pasiones que pueblan los grandes estadios y las pistas de entrenamiento, los clubes y las canchas de barrio desde siempre.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 nov 2019
ISBN9789876298841
Antropología del deporte: Emociones, poder y negocios en el mundo contemporáneo

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    Antropología del deporte - Niko Besnier

    2016.

    1. Deporte, antropología e historia

    El deporte ha ocupado una posición endeble en la antropología desde fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Hasta el nuevo milenio, casi no existía una masa crítica de estudiosos que se ocupara del deporte. No existía ninguna revista de antropología del deporte, ni una asociación internacional, tampoco un sector o un grupo de interés en la American Anthropological Association [Asociación Antropológica Estadounidense; AAA]. En fecha más reciente, la excepción son los grupos de trabajo que se reúnen cada dos años en el ámbito del Mercosur.

    En 1974, un pequeño grupo de académicos de distintas disciplinas se reunió en torno al concepto de juego y creó la Association for the Anthropological Study of Play [Asociación para el Estudio Antropológico del Juego; TAASP por sus iniciales en inglés]. Esto condujo a la publicación, en 1985, de The Anthropology of Sport [Antropología del deporte], de Kendall Blanchard y Alyce Cheska, el primer –y durante los siguientes quince años único– intento de definir el campo. Cuando los antropólogos incursionaban en el tema, lo hacían como parte de su preocupación por ciertos paradigmas teóricos o temas más amplios, pero luego pasaban a otra cosa. Más allá de unas pocas y notables excepciones, no se reconocía el deporte como un tópico que condujera a logros teóricos mayores en la disciplina, a diferencia de otros temas considerados más centrales, como la religión, la clase social y el nacionalismo.

    Por esa razón, este capítulo no es una historia de la antropología del deporte sino una visión de conjunto de esos momentos excepcionales en que los antropólogos se ocuparon del deporte. Cualquier intento de generalizar sobre el estado del campo se topará con el problema de que la antropología del deporte no era un campo unificado que experimentó un claro desarrollo teórico, sino un campo surcado por los vientos de los temas dominantes en la disciplina y los cambios que estos sufrieron con el correr del tiempo.

    Los Juegos Olímpicos en la Grecia clásica

    Cuando la antropología comenzó a emerger como disciplina y descubrió el deporte, ya existía un corpus académico sobre deportes antiguos que cargaba el pesado bagaje de la mirada occidental. Mientras la Revolución Industrial estrechaba el contacto entre pueblos distantes, una geografía cultural del mundo empezó a tomar forma entre los académicos occidentales y su público, cuyas categorías primarias eran la civilización occidental y sus herederos: vale decir, los orientales (en primerísimo lugar el rival cultural y militar más próximo a Europa: el Imperio Otomano) y los salvajes (todos los demás). Poco antes de que finalizara el siglo XIX, había una sola forma de educación de élite (por supuesto, masculina) en Occidente, y estaba enfocada en los clásicos griegos y romanos. A finales del siglo XVIII habían surgido los estudios orientales precisamente para analizar e investigar a los orientales, mientras la disciplina de la antropología había emergido a mediados del siglo XIX para estudiar a los salvajes. Los estudios occidentales acerca de los Otros –orientales y salvajes– contribuyeron a fortalecer una identidad compartida entre hombres instruidos que habían recibido una educación clásica y creían representar los avances de la civilización occidental.[15]

    Esta identidad compartida surgió en la misma época en que el orden social basado en la monarquía y en la Iglesia católica comenzó a derrumbarse, para ser luego reemplazado por el sistema moderno de Estados nacionales. La reconfiguración del orden social estuvo acompañada por algunas de las guerras más brutales de la historia. Los varones de la élite, gracias a su educación clásica, advirtieron de inmediato el paralelo existente entre las beligerantes ciudades-estado de la antigua Grecia y los beligerantes Estados nacionales modernos. Sabían que en la Antigüedad los juegos atléticos habían sido importantes foros para la diplomacia interestatal, y se les ocurrió revivir los antiguos Juegos Olímpicos para resolver los males políticos de su tiempo. Tal vez el primer llamado a revivirlos surgió en 1790 en Francia, cuando los pensadores fundacionales de la Revolución Francesa vincularon los deportes con la antigua democracia griega.[16]

    En 1875 se llevó a cabo la mayor excavación arqueológica (hasta ese momento) en el sitio de los Juegos Olímpicos en la antigua Olimpia, en Grecia. Fue liderada por Ernst Curtius, catedrático de arqueología clásica en la Universidad de Berlín, y solventada por el emperador alemán Guillermo I. La arqueología se había convertido en una herramienta fundamental para las potencias occidentales, que no sólo buscaban extender su control sobre territorios físicos por medio del colonialismo y el imperialismo, sino también ejercer un control simbólico sobre el pasado al adueñarse de los sitios arqueológicos más importantes. Los gobiernos y las élites adineradas pagaban expediciones en busca de artefactos arqueológicos y etnológicos. En una época en que millones de objetos se expatriaban a museos occidentales como símbolo del compromiso con la civilización y el progreso que pregonaban sus apropiadores, la excavación de Olimpia fue excepcional porque Curtius negoció un acuerdo con el gobierno griego por el cual todos los artefactos, excepto algunas réplicas seleccionadas, permanecerían en Grecia.[17]

    Ernst Curtius fue quizás el primero en ver en los deportes y juegos de los antiguos griegos un emblema del espíritu inquieto y competitivo que había convertido a los occidentales en amos de la historia y a todos los demás en súbditos, o al menos eso creía. Curtius y los eminentes clasicistas que lo siguieron postulaban que los antiguos griegos valoraban la competencia más que cualquier otro pueblo, que su espíritu competitivo (espíritu agonal: derivado del griego agón, competencia) era un rasgo definitorio de la civilización occidental, y que ese mismo espíritu explicaba por qué los griegos habían inventado la democracia y por qué los herederos de su tradición dominarían el curso de la historia mundial de manera inevitable. Se decía que los Juegos Olímpicos eran la expresión por excelencia de ese espíritu competitivo.[18]

    El resurgimiento neoclásico más amplio, donde la arqueología desempeñó un papel clave, fue el contexto de fundación de los primeros Juegos Olímpicos modernos en 1896 bajo la égida de Pierre de Coubertin, un aristócrata francés con educación clásica. En el transcurso de las dos décadas siguientes, los Juegos funcionaron como un campeonato mundial para varios deportes, y de este modo cimentaron el vínculo entre los deportes modernos, la democracia y la supremacía colonial e imperial de Occidente.

    En el ámbito del deporte, el pasado tiene un particular peso sobre el presente debido a que la historia se ha utilizado para legitimar distintos tipos de práctica deportiva. Estos procesos de legitimación eran parte de una dinámica a mayor escala, mediante la cual una construcción particular de la historia justificaba el poder de ciertas regiones del mundo sobre otras. Pero como demostró el antropólogo Eric Wolf en su obra de inspiración marxista Europa y la gente sin historia, el mundo –incluidas sus regiones en apariencia aisladas– ha estado interconectado a través del comercio y otras dinámicas desde el año 1400 de la era cristiana.[19]

    Wolf argumentaba que las tradiciones intelectuales veían a los europeos (la gente con historia) como la fuerza impulsora del cambio histórico, y a las sociedades primitivas (la gente sin historia) como prístinos e inalterables sobrevivientes del pasado. Wolf abogaba por una nueva antropología global que derrocara a la historia centrada en Occidente, e insistía en que la historia del mundo siempre había consistido en una interacción de doble mano entre las zonas occidentales y las no occidentales del mundo. Si los especialistas reconocieran de manera apropiada las interconexiones entre los distintos pueblos del mundo, sus trabajos demostrarían que los mismos procesos globales que la expansión europea puso en marcha también constituyen su historia.[20]

    Hasta el día de hoy, el COI afirma que los valores humanistas olímpicos de la antigua Grecia son la base y el fundamento del Movimiento Olímpico moderno.[21] Los deportes olímpicos contemporáneos quedan atados por un lazo mítico a la historia antigua de la civilización occidental, que se supone está localizada en la antigua Grecia antes que en otros lugares lógicamente posibles, aunque la antigua Grecia fuera una encrucijada de numerosas culturas orientales y occidentales, lo cual constituía una de sus mayores fuentes de vitalidad. De hecho, los antiguos Juegos Olímpicos surgieron como institución a fines del siglo VIII a.C., un período de crecientes interacciones entre las civilizaciones del Mediterráneo oriental y Cercano Oriente. Esto se conoce como el período orientalizante por el gran número de motivos que el arte griego tomó prestados de las entonces más desarrolladas culturas de Siria, Asiria, Fenicia, Israel y Egipto. Los barcos griegos comerciaban en toda la costa del Mediterráneo, donde no sólo interactuaban con sus Otros, sino que a veces debían someterse a sus reglas.

    Desde el siglo VI hasta el siglo IV a.C., el principal Otro de los griegos fue el vasto Imperio Persa, que se extendía desde el actual norte de Grecia hasta el valle del río Indo, en India. Estas interacciones canalizaban influencias culturales hacia el continente, y las reuniones de atletas griegos nacidos libres –que se realizaban en Olimpia cada cuatro años– funcionaban como una fuerza centrípeta para atraer nuevas ideas y prácticas. En la Antigüedad las culturas deportivas viajaban con el comercio y la colonización, y asimismo a través de la conquista y el imperio.[22]

    En la época clásica, los Juegos Olímpicos ofrecieron un terreno común para las beligerantes ciudades-estado y ayudaron a crear una identidad helénica unificada. Al final fueron patrocinados por los conquistadores macedonios y romanos, que no sólo desplegaron su poder, sino también su admiración por la cultura helénica. De hecho, los Juegos Olímpicos alcanzaron su mayor escala no en la época de las ciudades-estado, sino en tiempos de los romanos, cuando la participación ya no estaba restringida a los griegos nacidos libres y podían competir los mejores atletas del Mediterráneo. La integración a un imperio más vasto diseminó el arte, la cultura y los ideales helénicos en un segmento mucho más amplio de la población mundial.

    Dado que el Movimiento Olímpico ha forjado una suerte de vínculo romántico entre los Juegos Olímpicos modernos y los antiguos, no es sorprendente que tanto el imaginario académico como el popular hayan trazado una línea recta que va desde los antiguos egipcios, los antiguos griegos y el Imperio Romano hasta el deporte británico y estadounidense y culmina en el deporte global contemporáneo.[23] Tampoco es sorprendente que los registros arqueológicos de hace milenios suelan verse simplificados, dado que el carácter ambiguo de la evidencia concede un importante margen a las interpretaciones de historiadores y arqueólogos… interpretaciones que casi siempre derivan de sus propios supuestos. Aunque se ocupan del período grecorromano, en general se sustentan en preocupaciones muy modernas: la desnudez, los eventos atléticos, los ideales estéticos, los juegos en sociedad, las mujeres, los atletas, la educación, y las relaciones entre deporte, poder político, profesionalismo y nacionalismo. Estos análisis no son meras descripciones aburridas de restos materiales; en cambio, intentan cada vez más establecer una conexión entre las mudas arenas del pasado y los rugidos del deporte contemporáneo. Para poder hacerlo, los trabajos más recientes invocan la teoría cognitiva arqueológica del compromiso material, que sostiene que las mentes de los hacedores y los usuarios de objetos arqueológicos son integrales a la comprensión del objeto físico.[24] Trabajos recientes de historiadores del mundo antiguo han combinado la crítica literaria con el análisis histórico contextual para aportar algunos de los estudios más informativos y esclarecedores del deporte antiguo.[25]

    Por ejemplo, Stephen Miller ha utilizado una herramienta etnográfica única para estudiar los deportes antiguos: la recreación. El revival de los Juegos Nemeos de la Antigüedad, que Miller inició después de dos décadas de excavaciones en el sitio, se ha convertido en un evento cuatrienal que atrae a cientos de competidores, muchos de ellos oriundos de otros países (véase la figura 3). Su reconstrucción de los preparativos, organización y funcionamiento de esos juegos le permitió hacer observaciones arqueológicas experimentales acerca de los espectadores, los marcadores de línea y los beneficios del aceite de oliva para capturar el espectacular ambiente de un acontecimiento atlético. También observó cómo se usaba el hysplex, una suerte de gatera, para garantizar un comienzo justo en las carreras.[26] Susan Brownell experimentó el hysplex en carne propia cuando ganó el stadion (carrera que abarca la longitud del estadio) dentro de su grupo etario en el revival de los Juegos Nemeos 2012: vestida con túnica, corriendo descalza y ungida con aceite de oliva.[27]

    Figura 3. Revival de los Juegos Nemeos, en su edición 2012. Largada de las carreras, Antigua Nemea, 23 de junio. Puede apreciarse la posición de las contendientes en el hysplex, suerte de gatera (en la foto, la coautora Susan Brownell es la cuarta desde la izquierda).

    El pueblo sin historia del deporte

    El hecho de que otras civilizaciones, además de los griegos y los romanos, practicaran deporte no ha recibido tanta atención por parte de los estudiosos. En la mayor parte de la arqueología del deporte es casi imposible salir del mundo mediterráneo, al que se supone cuna de la civilización occidental. Al igual que un extenso linaje de historiadores del deporte antiguo antes que él, Nigel Crowther incluyó apenas unos breves capítulos sobre China, Japón y Corea y no dedicó una sola página al deporte del Sudeste Asiático en su libro de 2010 Sport in Ancient Times.[28] Reconoció a las civilizaciones mesoamericanas, pero no a las regiones norteamericanas de Cahokia, el sudeste y las ciudades-estado de los Grandes Lagos, donde según parece se jugaban formas arcaicas de stickball.[29]

    Uno de los legados perdurables de las tendencias decimonónicas ha sido la continuidad de la idea de que el antiguo concepto de agón es un rasgo que define a la civilización occidental desde los griegos hasta hoy. La noción de que el foco cultural en las competencias era exclusivo de los antiguos griegos sigue siendo aceptada, hasta cierto grado, por eminentes eruditos clásicos.[30] Uno de los pocos especialistas en disentir con el estereotipo de la competitividad occidental fue Johan Huizinga (1872-1945), un historiador holandés especializado en la Edad Media y autor de una teoría fundacional del juego. Impresionado por la interpretación del sinólogo francés Marcel Granet de la antigua cultura china, Huizinga argumentó que "el principio agonístico desempeña un papel mucho más significativo en el desarrollo de la civilización china que el agón en el mundo helénico".[31] Huizinga estaba varias décadas adelantado a su época: un poco más adelante analizaremos sus aportes al estudio del juego.

    A fines del siglo XIX y comienzos del XX, Alemania era el centro mundial del clasicismo, por lo que gran parte de los trabajos académicos líderes sobre deportes antiguos en el mundo clásico habían salido de sus universidades. Tal vez cansados de la obsesión romántica y en definitiva catastrófica de Alemania con la antigua Grecia y la civilización aria, los académicos alemanes de posguerra fueron más incisivos en sus críticas a la flagrante omisión de las culturas no occidentales en la historia de los deportes antiguos. Uno de esos académicos fue Wolfgang Decker, quien demostró por primera vez que Egipto poseía una rica tradición deportiva anterior a Grecia (los filólogos clásicos decimonónicos consideraban a Egipto una civilización oriental). Otro especialista, Ingomar Weiler, criticó la fijación de los clasicistas con la búsqueda griega de la excelencia individual –expresada en el proverbio homérico Aièn aristeuein: Alcanza la excelencia– con el argumento de que era funcional al academicismo racista que negaba la existencia de la competencia y el deporte entre las razas no arias.[32]

    Henning Eichberg fue el único académico que abordó el debate desde una perspectiva antropológica. Eichberg –un catedrático alemán residente en Dinamarca desde 1982, especialista en historia y sociología, que realizó trabajo de campo sobre deportes en Indonesia y Libia– criticó con agudeza lo que, a su entender, podía definirse como un neocolonialismo en el estudio de los deportes y observó que cuando se piensa en términos de ‘ausencia’, se tiende a reproducir la desigualdad colonial en un nuevo nivel; el deporte moderno sigue siendo la medida: los otros ‘todavía no lo tienen’.[33]

    Sin embargo, casi ninguno de estos trabajos fue traducido al inglés, con excepción de unos pocos artículos de Eichberg.[34] Como resultado, la cuestión de la preminencia de la mirada occidental en la historia del deporte antiguo no ha sido tomada en serio por los académicos anglófonos. Más aún: si bien el subcampo de la historia del deporte clásico ha abrevado en numerosas teorías antropológicas, pocos antropólogos especializados han publicado en el campo. La historia de los deportes griegos y romanos en conjunto podría beneficiarse con una colaboración más estrecha con los antropólogos.

    Juegos, deporte y antropología en la cultura victoriana de las exposiciones

    La antropología surgió en este contexto, y buena parte de su historia temprana está entrelazada con el clasicismo y la arqueología clásica. Por este motivo los arqueólogos con base en los Estados Unidos procuraban encontrar magníficos yacimientos en las Américas, de donde extraer artefactos capaces de rivalizar con aquellos extraídos de los yacimientos clásicos que ya habían excavado los europeos. La división disciplinar entre arqueólogos clásicos y arqueólogos antropológicos continúa hasta hoy. Más aún: tanto la arqueología clásica como la antropológica estaban vinculadas con el crecimiento de la cultura popular de masas.

    Suele afirmarse que P. T. Barnum es el creador de la cultura popular: empresas de entretenimientos mercantilizados que obtienen ganancias al atraer públicos numerosos y no particularmente instruidos que pagan entradas baratas. Inaugurado en Nueva York en 1841, el Barnum’s American Museum (que no era un museo en el sentido que hoy otorgamos a esa palabra) exhibía artefactos etnológicos junto con animales exóticos, objetos históricos, pinturas y esculturas, efigies de cera, espectáculos de freaks y otras curiosidades; retomaba la idea del gabinete de curiosidades del Iluminismo, pero la volvía accesible al consumo masivo. Cuando su museo se incendió hasta los cimientos en 1870, Barnum salió al camino con su primer circo.[35]

    En el Reino Unido, la cultura de las exposiciones victoriana surgió en los museos públicos inaugurados en ese momento. La Great Exhibition of the Works of Industry of all Nations, realizada en Londres en 1851 y a menudo llamada Crystal Palace Exhibition, fue la primera exposición que aspiró a un carácter internacional y dio el puntapié inicial a la moda de las ferias mundiales.[36] En los primeros años de la antropología, los museos y las ferias, instituciones de creación reciente, ofrecían apoyo financiero a quienes ya tuvieran un rango profesional. Los circos y las ferias mezclaban las recreaciones grecorromanas –como carreras de carros, combates de gladiadores y espectáculos con animales salvajes– con peleas de boxeo, exhibiciones ecuestres y rodeos, así como proezas acrobáticas junto con exposiciones de humanos provenientes de Asia, África y América del Norte, que a veces también participaban en actividades de tipo deportivo.

    Anclado también en la tradición circense, William F. Cody –más conocido como Buffalo Bill– inventó en 1883 el show del Lejano Oeste: recreaciones de batallas contra los indios en la frontera estadounidense o durante la expansión imperialista sobre México y el resto del mundo. Sus espectáculos incluían cabalgatas, enlazado de animales, disparos y narraciones dramáticas; las publicidades comunicaban que entre los actores había soldados, vaqueros e indios que habían participado en los acontecimientos reales. Estos shows del Lejano Oeste daban empleo a muchos indios del mundo del espectáculo, que de lo contrario habrían quedado confinados en las reservas. Gozaban de una extraordinaria popularidad en los Estados Unidos y Europa y contribuyeron a forjar ese pasado imaginario de indios y vaqueros que se convertiría en un elemento primordial de la identidad nacional estadounidense. Más aún: las escuelas indígenas entrenaban a sus alumnos en deportes para favorecer su asimilación y los llevaban de gira para competir contra escuelas euroestadounidenses.[37]

    La polémica relación entre los indígenas y el deporte alcanzó su punto de máxima ebullición en el siglo XX, cuando los activistas comenzaron a protestar contra el uso de símbolos aborígenes como mascotas de los equipos deportivos, con el argumento de que expresaban la infatuación de los blancos con los estereotipos indígenas combinada con su completa falta de interés en comprender esa cultura. Una demanda realizada contra el equipo de fútbol Washington Redskins adujo que su nombre violaba la ley que prohibía el uso de nombres peyorativos en marcas comerciales, pero el veredicto contrario al equipo fue revocado tras la apelación.[38]

    Por supuesto, en el ámbito del simbolismo deportivo, algunos no indígenas están tan apegados a los indios ficticios que viven en un pasado imaginario; así como algunos no griegos se aferran a los antiguos griegos ficticios y su imaginario pasado olímpico. Estas ficciones son parte de los grandes sistemas simbólicos que dan sentido a nuestra época en maneras casi siempre problemáticas para las poblaciones desaventajadas.

    Stewart Culin, uno de los fundadores de la Asociación Antropológica Estadounidense (creada en 1902), organizó una exhibición de juegos mundiales en la feria mundial de 1893 en Chicago. Esto fue una prolongación de su interés en los juegos, que dio por resultado más de una docena de artículos y dos libros sobre el tema publicados entre 1889 y 1925.[39] Culin relacionaba los juegos con las creencias religiosas y las prácticas adivinatorias. También pretendía utilizar la similitud de los juegos en regiones del mundo distantes entre sí como prueba fehaciente de la difusión cultural: por ejemplo, encontrar evidencia de que la cultura del Nuevo Mundo, aunque más elevada, tiene su origen en Asia. Además, descubrió que estas similitudes eran prueba de la unidad psicológica de la raza humana; es decir, de que todas las mentes humanas comparten un conjunto similar de capacidades fundamentales, idea que arraiga en la filosofía del Iluminismo y que devino en principio central de la antropología gracias a la influencia de Adolf Bastian y su discípulo Franz Boas (véase el capítulo 3).[40]

    Sin embargo, la enciclopédica obra de Culin sobre los juegos no abarca el ámbito del deporte. Las únicas exhibiciones deportivas protagonizadas por nativos en la feria mundial de Chicago ocurrieron cuando los ingresos no alcanzaron para pagarles a los patrocinadores. Por este solo motivo, con la intención de atraer espectadores que pagaran, se organizaron carreras de botes y concursos de natación entre los zulúes, los indios sudamericanos, los dahomeyanos y los turcos que vivían en las aldeas etnológicas recreadas a lo largo de la carnavalesca franja de atracciones instalada fuera del predio ferial.[41]

    Desde los comienzos de la disciplina, los antropólogos prestaron mucha más atención a los juegos que jugaban las personas en distintos lugares del mundo que a los deportes. Sin embargo, durante mucho tiempo el estudio de los juegos se redujo a catalogar los equipos y las reglas, y casi siempre se los consideraba pasatiempos infantiles. Hubo que esperar hasta la década de 1970 para que el pensamiento analítico se ocupara de atribuir un rol social significativo a los juegos, como veremos más adelante.

    Quizá la convergencia más interesante entre antropología y deporte ocurrió en la Feria Mundial de San Luis (Misuri) en 1904, cuando se incorporaron los deportes autóctonos a las investigaciones científicas llevadas a cabo por WJ McGee, director de la División de Antropología de la exposición.[42] McGee había sido forzado a abandonar el puesto que ocupaba desde 1893 como etnólogo a cargo del Bureau of American Ethnology, pero se había convertido en el primer presidente de la recién fundada Asociación Antropológica Estadounidense en 1902, hecho que confirmó su estatus como el hombre más poderoso en la etnología de ese país.

    Figura 4. Guerreros igorrotes. Competencia de lanzamiento de jabalina, Reserva Filipina, Departamento de Antropología, Feria Mundial de 1904. Jesse Tarbox Beals, colección del Museo de Historia de Misuri. Actualmente se prefiere la grafía igorote.

    McGee respondió a un desafío de James Sullivan, director de la División de Educación Física de la feria y organizador de los terceros Juegos Olímpicos modernos –que se llevaban a cabo de forma conjunta con esta–, sobre la cuestión de si los salvajes eran superiores en lo atlético a los hombres civilizados. McGee aceptó organizar a los nativos exhibidos en San Luis para que participaran en eventos deportivos, con el objetivo de medir y comparar su desempeño con el de los atletas que participarían en los Juegos Olímpicos. Por ridículo que pueda parecernos ahora, McGee llegó a concebir que poner en hilera a un grupo de nativos de todo el mundo, explicarles las reglas en inglés (idioma que muchos de ellos no entendían), y después medir el tiempo y otros aspectos de su participación en carreras, salto en alto, salto en largo, lanzamiento de bala y de jabalina, lanzamiento de pelota de béisbol, cinchada y palo enjabonado para luego comparar sus resultados con los de los atletas mejor entrenados de los Estados Unidos era una auténtica metodología científica (véase figura 4).

    El evento, llamado Anthropology Days, fue un fracaso tan grande como experimento científico que jamás se publicaron informes académicos al respecto. Pero eso no impidió que McGee organizara un segundo evento un mes más tarde con el objetivo de generar ganancias, puesto que había llegado a la conclusión de que los organizadores de la feria no habían publicitado como correspondía el primer evento para atraer la cantidad de espectadores dispuestos a pagar que él esperaba. Los participantes del segundo evento recibieron un poco de entrenamiento previo y contaron con la ayuda de intérpretes que hablaban sus lenguas maternas; también vistieron atuendos típicos. Asistieron cerca de treinta mil espectadores, de los cuales casi tres mil pagaron entre US$0,10 y 0,25 para sentarse en las tribunas especialmente construidas para la ocasión. Si bien McGee aseguró que los desempeños habían mejorado, no han quedado registros; y una vez más, tampoco se publicó ningún informe académico.[43]

    El deporte de Mesoamérica y Norteamérica en la arqueología antropológica

    El deporte también apareció en la pantalla del radar de los arqueólogos antropológicos. La excavación de la gran cancha de pelota en el centro maya de Chichén Itzá en 1923 fue para los arqueólogos el equivalente de los antiguos juegos griegos. La evidencia arqueológica del rol central que ocupaba el deporte como espectáculo en Mesoamérica se vuelve visible gracias a la perdurabilidad de la arquitectura en piedra olmeca, azteca y maya. Se han excavado canchas de pelota de casi tres mil seiscientos años de antigüedad, y los murales que retratan las competencias y a los gobernantes adornan importantes estructuras arquitectónicas.

    La cancha de pelota estaba delimitada por paredes altas en forma de letra I. Las pelotas eran de caucho sólido y pesaban más de cuatro kilos. Como las plantas de caucho eran originarias de Sudamérica, los primeros cronistas españoles quedaron perplejos al ver rebotar las pelotas y se preguntaron si estarían animadas por espíritus. Los espectadores miraban desde las tribunas mientras dos equipos de dos o cuatro jugadores intentaban marcar puntos conservando el control de la pelota, a la que sólo tenían permitido golpear con las caderas. Un golpe de esas pelotas pesadas y veloces podía causar lesiones graves e incluso ser fatal, y por eso los jugadores usaban cascos y voluminosos protectores de caderas. Los gobernantes a menudo se hacían representar con el atuendo icónico del jugador de pelota para mostrar el rol del juego en el fortalecimiento de la autoridad política. Algunas canchas de pelota tienen dos aros de piedra que sobresalen del centro del extenso muro, a veces a casi seis metros del suelo; embocar la pelota en el aro –un acontecimiento seguramente inusual– podía resultar en la victoria inmediata del equipo.[44]

    La evidente magnificencia y escala de las canchas de pelota mesoamericanas rivalizaba con los espectáculos circenses de Roma o Bizancio. La cancha de pelota mesoamericana desempeñaba con claridad un papel central en la exhibición de autoridad teocrática y jerarquía social, como lo evidencian la arquitectura espacial, la planificación urbana, las diversas formas artísticas –murales, figuras de cerámica, estatuas de piedra de los jugadores de pelota– y los mitos y leyendas que relatan las hazañas deportivas de dioses y héroes.

    Los juegos de pelota parecen haber cumplido un rol crucial en la transición de un relativo igualitarismo social y político a una sociedad basada en rangos, en la que líderes hereditarios proclamaban su origen divino y controlaban el trabajo ajeno. Las estatuillas prehistóricas representan hombres de alto rango jerárquico vistiendo el equipo protector del juego de pelota; y el Popol Vuh, el texto cosmológico maya, describe la creación del mundo como un juego de pelota donde los mortales se enfrentan con los dioses. Los juegos de pelota y las actividades en ese contexto desempeñaron un papel instrumental en el establecimiento de las primeras formas de gobierno. Para los antiguos habitantes de la región, el deporte era un asunto serio[45] (el vínculo con la cosmología mesoamericana se describe en el capítulo 3). Si bien las canchas de pelota eran un rasgo común de las plazas centrales en las ciudades mayas y aztecas, se habían propagado por otros lugares y se las podía encontrar en culturas como la hohokam, en lo que es actualmente Arizona.[46]

    Otros deportes también cumplieron roles sociales significativos en América del Norte. Uno de ellos era el chunkey, cuya descripción es más o menos así: uno de los competidores lanzaba varios discos de piedra lisa de unos diez centímetros de diámetro de modo tal que rodaran sobre el suelo. Después, alternándose con su contrincante, arrojaba lanzas de hasta dos metros y medio de longitud con la intención de que aterrizaran lo más cerca posible de los discos dispersos. Era la típica ocasión para apostar. Los arqueólogos han encontrado evidencia de este deporte en buena parte del valle del Misisipi y el sudeste de los Estados Unidos. Y un experto ha documentado que los emisarios de Cahokia –un centro ritual cercano a la actual San Luis, Misuri– llevaban piedras de chunkey en una mano y garrotes de guerra en la otra cuando viajaban al Medio Oeste, el Sur y las planicies para buscar alianzas políticas y, con el tiempo, instaurar la pax Cahokiana en la región.[47] La organización espacial de montículos, edificios de gobierno o pirámides alrededor de una plaza abierta en asentamientos dispersos en el sudeste de los Estados Unidos, el valle del Misisipi y México sugiere la importancia del espectáculo en esos ámbitos.[48]

    Sin afirmar relación causal alguna, podemos concluir que el deporte desempeñó un papel central en el surgimiento de sociedades complejas en América del Norte y Mesoamérica, dado que todas ellas participaban en espectáculos relacionados con el deporte, como el chunkey, el stickball o los juegos de pelota. Los materiales degradables de los asentamientos norteamericanos han dejado menos evidencia, pero allí donde es posible encontrarla, los deportes asociados con estos espacios muestran las mismas relaciones entre espectáculo, atletismo y poder político.

    La arqueología contribuye en mucho a nuestra comprensión de las primeras sociedades complejas, pero no nos ayuda a entender el deporte fuera de las prácticas de las élites más poderosas. La arqueología del deporte carece de fuentes sobre deportes y juegos informales que pueden haber sido parte de la vida cotidiana del pueblo. En cambio, prefiere enfocarse en las relaciones entre política y deporte, la formación del Estado y las prácticas de las élites.

    De acuerdo con los registros arqueológicos, a diferencia de las civilizaciones mesoamericanas, las del Mediterráneo no parecen haber cultivado los deportes en equipo: los Juegos Panhelénicos, los circos romanos y las carreras bizantinas exaltaban la competencia mano a mano y los logros individuales. Según parece, los padres de la ciudad no creían que jugar a la pelota preparara a los ciudadanos de esas sociedades para ninguna responsabilidad cívica significativa. Es evidente, entonces, que el deporte puede adoptar muchas formas aunque su propósito singular evidente –vincular el deporte con el poder sociopolítico– sea transversal al diverso rango de actividades deportivas que encontramos en la antigüedad.

    Repensar el deporte romano

    Como legado de su vínculo con el colonialismo y el imperialismo occidental, los escritos más populares sobre la evolución del deporte respetan una narrativa histórica que refleja, si no reproduce por completo, el relato dominante de la modernidad, y de este modo demuestra el inevitable progreso de un deporte moderno que abandona sus formas anticuadas. Este vínculo ideológico no manifiesta los valores, la organización o las estructuras del deporte como eran entonces, sino las creencias centrales sobre la humanidad, el mundo y la civilización imperantes en la época de cada autor.[49] Pese a las presunciones sobre la singularidad del deporte moderno, si pensamos en los juegos de la antigua Grecia y los diversos entretenimientos de los imperios romano y bizantino, no podemos menos que advertir que las políticas del boato, el espectáculo y la celebridad parecen haber cruzado los siglos.

    En las primeras interpretaciones de restos arqueológicos, los discursos sobre el progreso y el efecto civilizador del deporte fueron confirmados por diversos hallazgos, lo cual influyó decididamente en nuestras ideas acerca del deporte antiguo, sobre todo respecto del mundo panhelénico y, en especial, del mundo de los Juegos Olímpicos.[50] En fecha tanto más reciente, estos supuestos fueron sometidos a escrutinio crítico por un vasto corpus teórico que repensó el rol del deporte y otros espectáculos llevados a cabo en espacios de grandes dimensiones, como estadios, anfiteatros y plazas, para reforzar la legitimidad política de los gobernantes y del Estado.[51]

    En continuidad con la tendencia sesgada de los padres fundadores del cristianismo –que demonizaron los espectáculos romanos con leyendas de cristianos martirizados–, los clasicistas decimonónicos produjeron un estereotipo positivo de los deportes griegos y uno negativo de los deportes romanos. Caracterizaron los deportes griegos como admirables, puros, participativos, amateurs, nobles y edificantes; mientras que los espectáculos romanos eran decadentes, vulgares, profesionales, sádicos y degradantes.[52]

    Pierre de Coubertin subscribía este estereotipo y por eso insistió en que los Juegos Olímpicos tuvieran como sede una ciudad en vez de un país, lo cual reprodujo el estatus de la ciudad-estado griega como principal unidad política. Y así continúa siendo hasta hoy, aunque la mayoría de la gente no repara en ello (en este aspecto los Juegos Olímpicos difieren de la Copa Mundial de la FIFA, cuya sede es siempre un país). En una época en que los Estados nacionales europeos amenazaban con devorarse unos a otros mientras se repartían continentes enteros, Coubertin afirmaba que existía un conflicto eliminatorio latente entre el principio del Estado romano y el principio de la polis griega y temía que el futuro favoreciera al Estado romano, en tanto él prefería la ciudad griega.[53]

    Hubo que esperar a la década de 1980 para que estudiosos y académicos empezaran a bajar a los griegos de sus pedestales y alzar a los romanos de sus ruinas.[54] El supuesto "ideal amateur" de los antiguos deportes griegos –al que habían hecho abundantísima referencia las élites británicas con el más que específico objetivo de excluir a los trabajadores de sus deportes– se desmoronó cuando David Young documentó que en la antigua Grecia los atletas eran profesionales bien remunerados. Del mismo modo, la supuesta exclusión de las mujeres de los deportes quedó invalidada cuando se reveló que se realizaban competencias entre mujeres en honor a la esposa de Zeus, Hera, en el panteón olímpico.[55]

    No es para asombrarse que ambos hechos hayan sido redescubiertos por los académicos cuando la realidad de los deportes de élite ya había cambiado: era un secreto a voces que los mejores atletas olímpicos eran profesionales encubiertos, y para entonces las mujeres habían logrado una módica aceptación en el mundo del deporte. No deja de ser interesante que los estudios más certeros sean posteriores al surgimiento de las nuevas prácticas sociales en vez de precederlas: esto da la sensación de que fueron los deportistas quienes obligaron a los estudiosos a quitarse la venda de los ojos, y no al revés.

    En el nuevo milenio, los estudios acerca de deportes romanos basados en perspectivas antropológicas sobre los rituales, las representaciones culturales y el intercambio de dones revelaron que estaban insertos de maneras complejas en las estructuras sociales, económicas y políticas.[56] Los combates de gladiadores no eran tan brutales como Hollywood pretende hacernos creer, aunque superaban el umbral de tolerancia del mundo contemporáneo. Es interesante señalar las variaciones en los límites de la tolerancia entre culturas: si bien los romanos en un momento dado adoptaron el atletismo griego, tuvieron que superar la resistencia inicial debido a la asociación de los deportes helénicos con la homosexualidad y nunca aceptaron la desnudez en la práctica de disciplinas atléticas.

    El ideal masculino romano, a diferencia del griego, era un poco mojigato y paranoico respecto del afeminamiento; de modo que los espectadores que disfrutaban viendo a dos hombres matarse de la manera más sangrienta se habrían sentido ultrajados por la desnudez masculina. De manera paradójica, los gladiadores eran admirados por su masculinidad arquetípica –cuyos ejemplos más evidentes eran sus hazañas físicas y su aceptación de la muerte– y a la vez despreciados por su estatus social inferior. La mayoría eran prisioneros de guerra, no romanos, y se les asignaban tipos específicos de armaduras y armas que representaban distintas identidades étnicas bárbaras. No había un tipo romano porque eso hubiera implicado el riesgo de que un gladiador que representaba a Roma fuera derrotado por un bárbaro, y los espectáculos de gladiadores tenían como único objetivo glorificar las proezas marciales romanas.

    Los gladiadores eran esclavizados por propietarios privados que los abastecían de alimento, atención médica, espacio físico donde poder entrenarse y entrenadores. Aunque se ganaran su libertad, eran extranjeros a perpetuidad clasificados como infamia, estatus que incluía a los actores, los criminales, los deudores, las prostitutas y los sepultureros, todos los cuales tenían derechos legales restringidos. En la República, desde el siglo III a.C. hasta el siglo I d.C., las competencias de gladiadores eran organizadas por un empresario: un hombre de la élite que los entregaba como obsequio a sus electores para ganar su apoyo. Este individuo financiaba el espectáculo y contrataba un elenco de gladiadores.

    El combate no era una matanza descontrolada; respondía a una estricta coreografía y era supervisado por dos árbitros. Las peleas eran breves y terminaban cuando uno de los contrincantes dejaba caer su arma y levantaba un dedo (gesto adoptado del arte marcial mixto griego pankration). El árbitro se aseguraba de que el gladiador victorioso retrocediera y esperara la decisión de los espectadores, que votaban la absolución con el puño cerrado (o señalándolo con dos dedos) o bien la muerte, llevándose el pulgar a la garganta y gritando ¡Mátalo!. La reacción de la multitud se basaba en la calidad de la pelea y en la fama del gladiador. El empresario, que evaluaba la reacción de la muchedumbre sentado en las tribunas, indicaba con un gesto la decisión final. Podía desafiar a la multitud, pero eso iba en contra del propósito del evento, que era exhibir su generosidad y ganarse el apoyo de la concurrencia. Si salvaba a un gladiador, la gente podría pensar que estaba cuidando su bolsillo.

    Los empresarios eran reacios a aceptar el pulgar hacia la garganta porque cada gladiador representaba una importante inversión financiera: algunos contratos incluso especificaban un pago de seiscientos sestercios si el gladiador sobrevivía, y una compensación de cuatro mil si resultaba muerto o mutilado. Un gladiador podía valer más que el salario anual de un soldado romano (unos doce mil sestercios), pese a las regulaciones de control de precios. Entre el 20 y el 50% de las peleas terminaba en muerte, índice que aumentó del siglo I al siglo III. El gladiador que sobrevivía tres años era liberado del circo, y cinco años más tarde obtenía la libertad plena. Se supone que los ciudadanos romanos libres no combatían en peleas de gladiadores, aunque los reiterados decretos imperiales para impedirlo atestiguan que algunos lo hacían (entre ellos un emperador, Cómodo). Pero no les pagaban y no tenían el estigma de la infamia. Muy de vez en cuando se veían mujeres gladiadoras que peleaban contra otras mujeres o contra animales.[57]

    Los juegos del circo romano eran tan integrales a la política que Augusto decidió ejercer un control mayor sobre ese ámbito cuando transformó la República en Imperio y la gobernó como emperador y padre del país del año 27 a.C. en adelante.[58] Augusto reguló los juegos que se practicaban en Roma para asegurarse de que sus rivales no pudieran organizar eventos para ganarse el apoyo

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