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Hijas del sueño olímpico: Crónicas del equipo nacional de Gimnasia Artística Deportiva femenino
Hijas del sueño olímpico: Crónicas del equipo nacional de Gimnasia Artística Deportiva femenino
Hijas del sueño olímpico: Crónicas del equipo nacional de Gimnasia Artística Deportiva femenino
Libro electrónico555 páginas6 horas

Hijas del sueño olímpico: Crónicas del equipo nacional de Gimnasia Artística Deportiva femenino

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Hijas del sueño olímpico relata la persecución de un sueño en un periodo importante para la gimnasia artística femenina en España, desde los años cincuenta hasta los ciclos olímpicos de Múnich 72 y Montreal 76, en los que la autora participó como gimnasta. Una etapa en la que las mujeres luchaban por conseguir los mismos derechos que los deportistas masculinos de alto nivel, demostrando sus cualidades y proezas. Un sueño que sólo algunas alcanzaron con pasión y dedicación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2019
ISBN9788417643119
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    Hijas del sueño olímpico - Elisa Cabello Olivero

    Primera edición digital: diciembre 2018

    Campaña de crowdfunding: Ángela Paloma

    Composición de la cubierta: Silvia Barberá

    Fotografías: Archivos privados, archivo del Consejo Superior de Deportes y RTVE Deportes

    Maquetación: Álvaro López

    Corrección: Juan Francisco Gordo

    Revisión: María Luisa Toribio

    Versión digital realizada por Libros.com

    © 2018 Elisa Cabello Olivero

    © 2018 Libros.com

    editorial@libros.com

    ISBN digital: 978-84-17643-11-9

    Elisa Cabello Olivero

    Hijas del sueño olímpico

    Crónicas del equipo nacional de Gimnasia Artística Deportiva femenino

    Prólogo de Conrado Durántez Corral

    A la memoria de mi hermana M.ª Cristina, su afición por la gimnasia artística deportiva despertó mi pasión por este deporte y me encaminó hacia la senda del sueño olímpico. Ahora brilla en el cielo y su luz iluminará siempre mi vida.

    A mis padres, por la valentía que demostraron al dejarme partir siendo sólo una niña. Gracias por creer siempre en mí. Sin vuestra generosidad no lo habría conseguido. En tu recuerdo, papá.

    Índice

    Portada

    Créditos

    Título y autor

    Dedicatoria

    Prólogo, por Conrado Durántez Corral

    Introducción

    1. Evolución de la gimnasia deportiva española. 1950-1968

    2. El ciclo de Múnich 72. La meta a alcanzar

    3. Nuevo ciclo olímpico. La ilusión de Montreal 76

    Epílogo

    Siglas y abreviaturas

    Archivos consultados

    Bibliografía

    Agradecimientos

    Mecenas

    Contraportada

    Prólogo

    Conrado Durántez Corral

    Elisa Cabello narra con ilusión retrospectiva, no exenta de ternura, su andadura humana en la parcela deportiva que la conduciría al sueño olímpico que al fin logró materializar. Nos habla con profundo conocimiento de causa de lo que la histórica Lilí Álvarez llamaba la «vida vivida». Es un documentado y preciso estudio de la evolución histórica de la gimnasia como modalidad deportiva a través del tiempo, los campeonatos, la organización, la preparación especializada y los Juegos.

    El gimnasio fue en su día como la casa genérica del ejercicio en el mundo griego. De gymnós («desnudo»), adquirió el nombre por ejercitarse los atletas sin vestimenta alguna. Era el gimnasio símbolo de status cívico, pues como razona García Romero, su existencia diferenciaba a la ciudad de una simple población. Pero el gimnasio no era sólo lugar de ejercicio, sino también centro del saber en donde los filósofos y pedagogos desgranaban su ideario y conocimientos en el ambiente gimnástico. El paradigma del equilibrado desarrollo intelectual y físico lo representa Platón, quien como luminaria del saber humano tornará su nombre familiar de Aristocles por el apodo de plato o Platón, y que según Diógenes Laercio le impuso su entrenador, Arístides de Argos, ante el poderoso desarrollo de pecho y espalda adquirido por él en su práctica gimnástica.

    No fue la gimnasia modalidad deportiva en el programa competitivo de los Juegos de Olimpia, donde las especialidades que en él se insertaban tenían en su primaria dimensión agonal un objetivo de capacitación bélico. Fue Olimpia, para Carl Diem, la gran escuela de deportes del Mediterráneo, y una de las vértebras fundamentales de la cultura occidental. Teodosio I el Grande, en contra de lo genéricamente publicado, no suprimió aquellos Juegos de los cuales ya no se tenía noticia desde 69 años antes del nacimiento del emperador hispano caucense, y en su edicto del 8 de noviembre del año 392, otorgado en Constantinopla y al que se le atribuye el olímpico anatema, nada se dice al respecto. Los Juegos tuvieron brumoso inicio y desaparecieron sin ruido en fecha incierta. «Caduta senza rumore», como califica Fargnoli a su enigmático final.

    En el silencio de siglos tras el ocaso de Olimpia, ha de ser la gimnasia, como en el texto se refiere, la que despertará la entumecida parcela del ejercicio y que habrá de desembocar en el moderno agonismo olímpico.

    El alemán Ludwig Jahm, el sueco Henrik Ling y el español Francisco de Amorós y Ondeano, marqués de Sotelo, promueven y propugnan un nuevo panorama formador con la inclusión del ejercicio físico, y ha de ser Thomas Arnold, director de la Escuela de Rugby, el detonante clave que desembocará en el rico y complejo legado humanista coubertiniano. Y es que Arnold, al ejercicio en su modalidad deportiva, lo consideraba como un genérico instrumento formador y educativo sin encasillarlo en exclusividad en los distintos parámetros de su dimensión competitiva —donde queda condicionada su práctica a un resultado—, retomando así la luminosa senda del humanismo heleno en su histórico patrón del clasicismo integrado en la kalokagatia, equilibrada conjunción de la belleza y la bondad como desarrollo armónico del individuo.

    La tardía y lenta inclusión de pruebas femeninas en los Juegos Olímpicos modernos, y entre ellas la gimnasia, que se estrena en la novena edición moderna, la de Ámsterdam 1928, ha sido un dato calificador de la tradicional misoginia de la institución, sin que pueda imputarse a Pierre de Coubertin toda la serie de deducciones conjeturales erróneas que algunos autores desinformados le han atribuido. Cuando el gran humanista francés puso en marcha el moderno olimpismo el 23 de junio de 1894, lo restaura bajo los parámetros de los ideales de Olimpia, en donde la mujer era draconianamente excluida bajo pena de muerte. Pero, además, nunca se podrá enjuiciar y valorar un hecho histórico sin contextualizarlo dentro de la circunstancialidad orteguiana, pues hay que calibrar en este caso cuál era la época, la función y el papel social de la mujer, reducida fundamentalmente a su dimensión maternal, en cuyo importante cometido, tan específico y trascendente, los médicos del momento destacaban lo perjudicial de la práctica deportiva.

    Hay que destacar en este sentido, a modo de ejemplo y a nivel nacional, la figura de la gran penalista ferrolana, Concepción Arenal, que fallecería un año antes de los I Juegos Olímpicos en Atenas, y que hubo de estudiar la carrera de Derecho en Madrid disfrazada de hombre porque ¿cómo se iba a permitir a una mujer estudiar en la Universidad?

    De forma lenta, progresiva e inexorable la mujer ha ido ocupando su lógico puesto en el moderno olimpismo, representado de forma ritual en México 1968 cuando la atleta mexicana Enriqueta Basilio ofició el acto simbólico más importante de los Juegos al alumbrar solemnemente el pebetero olímpico. En 1981 la venezolana Flor Isava-Fonseca entró a formar parte del Comité Olímpico Internacional y ocupó puesto en su Comité Ejecutivo.

    La especialidad de la gimnasia, como el texto se refiere, inicia una época histórica en la que las preolímpicas se preparan con inmenso esfuerzo y sacrificio físico y mental jugando a las muñecas, lo que provoca un interrogante dentro de un sano humanismo deportivo. ¿Es adecuada y lícita la extenuante presión que se ejerce a las niñas gimnastas en edades tan tempranas? ¿Es conveniente a su formación integral la traumática separación familiar que se opera con un único objetivo como es el deportivo? Porque el deporte, si no sirve al hombre, para nada sirve.

    En este sentido, y a nivel oficial, la severa mutación operada en la edad de las féminas concursantes comienza a partir de México 1968, cuando la checa Vera Caslavska con rotundas formas femeninas a su edad de 26 años, triunfa en la gimnasia en la que se había iniciado once años atrás —a los 15, edad en la que brillarían la rusa Olga Korbut en Múnich 1972 o la rumana Nadia Comăneci en Montreal 1976—. Para tan rutilantes éxitos mundiales conseguidos en plena pubertad ¿a qué edad debieron iniciarse en la práctica?

    El hoy día denominado «alto rendimiento» no es más que una especie de maquiavelismo deportivo en donde los medios se pretenden justificar con el fin, o como un día diría el gran Jesse Owens, epónimo de los Juegos de Berlín en 1936, cuando le preguntaron lo que suponía para él sus descollantes éxitos olímpicos, «son toda una vida de entrenamiento para sólo diez segundos». Excelsa recompensa moral la olímpica, gratificante y resarcidora de tantos sacrificios y esfuerzos, no ya por la victoria —de conseguirla—, sino también por el privilegio de haber tenido opción a la gran fiesta mundial de la juventud formando parte de la «primavera humana» coubertiniana integrando la gran familia que bajo los parámetros morales de la no discriminación, la búsqueda de la paz y la mejora psicofísica a través del deporte, cuadrienalmente se dan cita para las justas deportivas —amparado y regido el gran festival por un ritual grandioso de profundo simbolismo como en el caso de la autora fue el ritual del fuego olímpico que tanto la emocionó en Montreal 1976—.

    Felicitaciones a Elisa Cabello por su importante y fundamentada visión personal de la gimnasia olímpica, parcela tan necesitada de estudios tan profundos y objetivos como el que en el texto se hace.

    Conrado Durántez Corral

    Presidente de la Real Academia Olímpica Española

    Comité Olímpico Español

    Introducción

    En la actualidad, voces especializadas en gimnasia artística deportiva femenina abogan por la toma de medidas referidas al funcionamiento de los centros de alto rendimiento (CAR) y, en concreto, en lo relativo al tipo de concentraciones permanentes que la Real Federación Española de Gimnasia obliga a realizar a las gimnastas que destacan en sus diferentes clubes con el propósito de incorporarlas a la selección nacional. De este modo, algunas especialistas como Elisa Estapé —una de las autoras españolas más prolíficas en el estudio de la gimnasia artística deportiva— opinan que este tipo de concentraciones ya están desfasadas y no deberían ser obligatorias para aquellas gimnastas que cuenten con medios suficientes y entrenadores capacitados en sus clubes de origen. Este tipo de concentraciones aíslan de su entorno familiar, deportivo y académico a las gimnastas, pudiendo provocar con ello desequilibrios emocionales que pueden repercutir de forma negativa en su rendimiento deportivo.

    En contraposición a estos argumentos y los medios excepcionales que existen en el deporte actual, la obra que el lector tiene en sus manos quiere demostrar que estas condiciones no siempre fueron así en la gimnasia española. La historia de vida que quiero narrar pertenece a una época del deporte español en la que la Federación Española de Gimnasia (FEG) —actualmente denominada Real Federación Española de Gimnasia— y la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes (DNEFD), en la actualidad Consejo Superior de Deportes (CSD), apostaron por iniciar una especie de CAR gimnástico en Madrid. Con el objetivo de mejorar y elevar el nivel de este deporte en España, concentraron de forma permanente a un grupo reducido de gimnastas, en principio, masculinos, y posteriormente femeninos.

    Como el lector se puede imaginar, las condiciones existentes en este innovador proyecto no fueron, ni mucho menos, comparables con las que cuenta el deporte español en la actualidad, aunque hay que reconocer que hasta ese momento fueron las mejores que tuvo la gimnasia española. Este libro tiene el propósito de dar a conocer la historia deportiva de las integrantes del equipo nacional español de Gimnasia Artística deportiva correspondiente a los ciclos olímpicos de Múnich 72 y Montreal 76. Con ello pretendo realizar un análisis histórico de la realidad y circunstancias en la que se desenvolvía esta modalidad deportiva en aquellos años en nuestro país. Este equipo fue consecuencia del proyecto deportivo denominado Plan de Promesas que la FEG puso en marcha en el año 1968. Las gimnastas permanecimos concentradas en Madrid bajo la tutela de la Federación Española a lo largo de los ciclos olímpicos de 1968 y 1976. Objetivo prioritario: alcanzar la clasificación por equipo para participar en los Juegos Olímpicos de Múnich 72.

    El contenido de esta obra supone empezar a escribir la historia de la gimnasia femenina española, algo que a mi entender resulta importante en el ámbito académico cuya recuperación histórica, como otras circunstancias tratadas en la misma, no ha sido abordadas por la bibliografía especializada. Este libro parte de un gran interés personal por haber sido protagonista de los acontecimientos que quiero recuperar. Reconozco que el hecho de haber compartido vivencias personales con los testimonios de las fuentes orales que han participado en el desarrollo de esta obra —y que por decisión propia se mantienen en el anonimato— ha resultado una situación ventajosa por la obvia facilidad que he tenido a la hora de acceder al conocimiento y localización de las fuentes de información imprescindibles para abordar un obra de esta envergadura. En este sentido, también he de subrayar que muchos de los resultados deportivos incluidos en esta investigación son fruto del interés que siempre mostré por la historia de mi deporte y la dilatada andadura que he tenido como gimnasta, juez y técnico del equipo nacional femenino en la Federación Española de Gimnasia.

    Me ha parecido oportuno iniciar este libro con una introducción que abarca, entre otros, objetivos respecto al contexto histórico en el que tuvieron lugar las corrientes pedagógicas correspondientes al periodo de la Ilustración surgidas durante la última mitad del siglo XVIII. Este fue el germen que promovió las escuelas gimnásticas europeas a lo largo del siglo XIX dando lugar al nacimiento de la gimnasia como actividad físico-deportiva. La aparición del deporte en el ámbito escolar durante la segunda mitad del siglo XIX, atribuido por diferentes autores a Thomas Arnold, director de la Rugby School de Inglaterra, favoreció una novedosa concepción pedagógica que se extendió rápidamente por Inglaterra y más tarde por Europa, contribuyendo en gran medida a impulsar la restauración de los Juegos Olímpicos de la Era Moderna inducida por el barón de Coubertin en 1896. La popularización internacional que alcanzó el deporte como fenómeno social sirvió de estímulo para la promoción de muchos deportes y, en consecuencia, también favoreció el desarrollo y evolución de la gimnasia deportiva en el ámbito del olimpismo.

    En esta introducción no se puede obviar el desafío social que llevaron a cabo los grupos feministas en los prolegómenos del primer tercio del siglo XX y la consecución de libertades que gracias a estas acciones llegaron a alcanzar las deportistas de esa época. La participación de la mujer en el deporte estuvo influenciada por los supuestos científico-médicos e ideológicos que imperaban en aquella sociedad cuyos argumentos sostenían que el ejercicio físico y el deporte resultaban peligrosos para el organismo femenino.

    A pesar de estas teorías científicas, muy inculcadas sobre todo en las clases populares, la actividad físico-deportiva femenina fue en aumento tanto en el ámbito internacional como a nivel nacional, y las deportistas fueron alcanzando con el tiempo la participación en todo tipo de deportes.

    Para entender el presente es necesario conocer el pasado y, por ello, el segundo propósito que me he planteado en esta parte de la obra gira en torno a la labor que la Sección Femenina (SF) de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS ejerció como única responsable de la formación de la mujer española. Comprender el grado de influencia que alcanzó la gestión de esta institución en la organización, gestión, desarrollo y evolución de la educación física femenina (EFF), así como del deporte en general, se convierte en una cuestión indispensable a la hora de entender el escaso progreso alcanzado en el ámbito del deporte femenino español en aquel periodo.

    Una vez completada esta primera parte del libro, introduciré al lector en el relato histórico-gimnástico que me he propuesto esbozar en torno a la historia de la gimnasia deportiva femenina española. El primer capítulo abarca desde el año 1950, fecha en la que tuvo lugar el primer Campeonato de España, y finaliza en el ciclo olímpico de México 1968. La información recopilada sobre estos periodos deportivos ha sido tratada de forma documental utilizando para ello tanto fuentes orales como secundarias o hemerográficas, por referirse a generaciones gimnásticas anteriores a la mía.

    A partir de los Juegos Olímpicos de México, celebrados en 1968, relataré de un modo autobiográfico las circunstancias personales y deportivas que estuvieron presentes a lo largo de numerosos entrenamientos, competiciones, vivencias y experiencias coincidentes con los ciclos olímpicos de Múnich 72 y Montreal 76. Para ello será preciso hacer hincapié no sólo en cuestiones referidas a las concepciones metodológicas propias de la década de los sesenta y setenta, sino también a los medios e infraestructuras que los entrenadores y entrenadoras de aquel periodo dispusieron en su afán por dirigir al equipo nacional de gimnasia deportiva femenina. Por último, pero no por ello menos importante, se subrayarán las condiciones laborales en las que estos técnicos trabajaron durante su pertenencia a la Federación Española.

    Estaba convencida de que narrar esta experiencia era una deuda histórica que debía subsanar y, por ello, me pareció oportuno ofrecer a las nuevas generaciones gimnásticas un fragmento de la historia de su deporte, la gimnasia artística deportiva femenina. La puesta en marcha de este extraordinario proyecto deportivo, Plan de Promesas, fue en aquellos años innovador y ambicioso y, sin lugar a dudas, constituyó el inicio del deporte de alto nivel femenino en el tardofranquismo.

    Una de las razones que me llevaron a acometer este proyecto fue conocer las motivaciones políticas, sociales y deportivas que influyeron en el proceso de nuestra selección, niñas de once y doce años apartadas de sus familias, entrenadores, colegios, amigos y ciudades emprendiendo una vida deportiva en la que faltaba de todo a excepción de esfuerzo e ilusión por conquistar el sueño olímpico en un deporte minoritario o emergente como era, y es, la gimnasia artística deportiva femenina.

    El desafío que supone narrar esta autobiografía deportiva lo he afrontado con emoción, sinceridad, mucho respeto y, sobre todo, gratitud hacia las personas que fueron responsables de nuestra formación. En estas memorias no sólo están presentes de manera cronológica los hechos y acontecimientos deportivos que durante aquel periodo deportivo acaecieron, sino también reflexiones en torno a la importancia que tuvo la gimnasia en mi formación personal y deportiva. Valores esenciales que me ayudaron a alcanzar mis retos y superar las frustraciones, a comprender que nada se alcanza sin esfuerzo y voluntad, constancia, humildad y mucho respeto. El proceso está lleno de sufrimiento pero también de alegría, empatía, solidaridad, trabajo en equipo, ilusiones y sueños olímpicos como los que nosotras nos atrevimos a perseguir y que, por capricho del destino, sólo algunas pudimos conseguir.

    Pedagogos europeos. Escuelas gimnásticas

    Durante el siglo XVIII, la Ilustración aportó a la humanidad una de las etapas más brillantes de la filosofía. Esta extraordinaria corriente de pensamiento, sustentada en la razón, la ciencia y el respeto a la humanidad reivindicó entre otros derechos sociales la mejora de la educación, exigiendo al Estado que la enseñanza fuese pública, laica, obligatoria y gratuita. Tal y como Pastor Pradillo (1997) apunta, las concepciones gimnásticas surgidas de los cambios sociales producidos en el contexto filosófico de la Ilustración estuvieron fundamentadas en la higiene del cuerpo, el fortalecimiento muscular, el ejercicio sin riesgos y la promoción de la salud en todas las etapas del individuo. Esta corriente, que en un principio sólo fue de ámbito teórico, originó las bases necesarias para impulsar las escuelas gimnásticas europeas —sueca, francesa y alemana— que, posteriormente, dieron lugar a la Gimnasia como deporte.

    Uno de los pedagogos más importantes en este periodo histórico fue Jean Jacques Rousseau (1712-1778), filósofo e impulsor del ámbito educativo, gracias en parte a su obra Emilio o de la Educación. Pastor Pradillo (1997, p. 60) sostiene que este autor instituyó la pedagogía del Naturalismo y por ello es considerado el padre de la educación física moderna. Sus aportaciones teóricas en este campo influyeron en otros autores igualmente significativos en la evolución de la disciplina como fue el caso de Basedow (1723-1790). Su discípulo suizo, Juan Enrique Pestalozzi (1746) divulgó sus teorías pedagógicas poniéndolas en práctica en las escuelas creadas en Suiza y Alemania, concretamente en las ciudades de Neuhof, Stans, Burgdorf e Yverdon. Por su parte, el español Francisco Amorós (1770-1848), militar y secretario en la corte de Carlos IV, fundó en 1806 el Instituto Pestalozziano. Su acercamiento a las ideas ilustradas de José Bonaparte le llevó al exilio en Francia, donde introdujo su método gimnástico en el centro Durdau de París. Pastor Pradillo (1997) mantiene que este sistema tuvo vigencia en la escuela francesa hasta final del siglo XIX.

    Otro representante destacado por su influencia en la gimnasia deportiva fue Guths Muths (1759-1839), creador de la escuela alemana y propulsor de la educación física como ciencia pedagógica. Este profesor comenzó su labor en la Escuela Schnepfenthal que Salzman (1744-1811) fundó en Alemania en 1784. Pfister (2008) opina que su método no tenía en cuenta a las mujeres y propugnaba el ejercicio al aire libre. F. Nachtegall (1777-1847) lo difundió por Escandinavia favoreciendo así la escuela sueca de Pier Henriq Ling (1776-1839). Según Legido Arce (1999), esta escuela defensora de una gimnasia de posturas acorde a los conocimientos fisiológicos de aquellos años destacó por su carácter higiénico.

    Pero el autor más importante en la evolución de la gimnasia deportiva fue el alemán Friedrich Ludwing Jahn (1778-1852), pedagogo de origen prusiano y discípulo de Guth. Durante su docencia en el Instituto Palman de Berlín en 1810, implantó un método conocido como Turnen que, como citan Pfister y Langenfeld (1980, p. 46), «tenía por objeto preparar a hombres bien dotados, capaces de combatir por su país. Así, en los campos de Turnen, con espacio y equipamiento para numerosos y diversos juegos y ejercicios, no había lugar para el sexo débil». No fue hasta 1830, al principio muy esporádicamente, cuando los instructores de Turnen empezaron a impartir cursos de preparación física para chicas y, hacia mediados de siglo, algunos colegios privados para niñas de familias acomodadas comenzaron a incluir el Turnen en sus currículos. Hasta finales de siglo no se permitió a las mujeres adultas participar en el Turnen y en algunos deportes.

    Abaurrea Alfaro (1976) afirma que el sistema contemplaba otras disciplinas deportivas como la lucha, levantamiento de piedras o sacos —con el propósito de desarrollar la fuerza— y la natación, además de las actividades mencionadas también contemplaba juegos de todo tipo realizados de forma individual o colectivamente. También se utilizaban aparatos y pruebas como carreras, saltos de altura o longitud. Al incrementarse de forma extraordinaria el número de alumnos, en 1811 optó por fundar su primer gimnasio. Su método, prohibido en Prusia por la ideología política desde 1820 a 1842, alcanzó gran prestigio por la promoción que le hicieron sus alumnos durante el exilio extendiéndose por Suiza, Holanda y los Estados de Unidos de América. Al introducir Federico Guillermo IV en 1842 la gimnasia como materia en el currículum educativo, el método de Jahn se difundió también en Alemania. En palabras de Pfister (2008, p. 47), las recomendaciones médicas respecto al ejercicio que debía realizar las mujeres eran totalmente contradictorias. Una parte de los médicos consideraba completamente inoportuna la realización de ejercicios deportivos y, por supuesto el Turnen, mientras que otros, sin embargo, apoyaban la tesis de que el ejercicio era beneficioso.

    «Ambos sectores, no obstante, estaban de acuerdo en que, debido a sus cualidades físicas y mentales, así como a sus funciones naturales y predeterminadas, las mujeres eran inferiores a los hombres en muchos aspectos. En consecuencia, incluso los defensores del Turnen para chicas querían verlo limitado a un reducido número de ejercicios sencillos».

    Este mismo autor sigue exponiendo que en esta etapa la práctica se llevó a cabo en los gimnasios, por lo que hubo que restringir el espacio aumentando así la complejidad de los ejercicios. Por su parte, Abaurrea Alfaro (1976, p. 1.216) asegura que los continuadores del método de Jahn fueron Biselen y Spiess, quienes incorporaron al sistema numerosas reformas. Así, «crearon normas para la realización exacta del movimiento, facilitando así su aprendizaje, multiplicaron el número de ejercicios en los aparatos e introdujeron el concepto de ritmo en ejecución».

    De acuerdo con este mismo autor, en este tiempo Spiess dirigió un gran número de exhibiciones «simultáneas» tanto en los aparatos como en el suelo. En los países del este de Europa surgieron asociaciones con métodos similares a los de Jahn. Las llamadas Sokols adquirieron con el tiempo gran influencia en el ámbito gimnástico. De forma progresiva comenzaron a proliferar las asociaciones gimnásticas compartiendo experiencias, problemas metodológicos y técnicos que favorecieron la evolución de la disciplina como deporte. Legido Arce (1999) apunta que a lo largo del siglo XX estas tres escuelas evolucionaron dando paso a la época de los grandes movimientos gimnásticos que se caracterizaron por la expansión geográfica y la renovación de los métodos o sistemas de las mismas. De este modo, la denominación del movimiento del centro se refiere a la zona centroeuropea (Alemania, Austria y Suiza); el movimiento del norte a la zona escandinava (Suecia) y el movimiento del oeste a Francia. Estos grandes movimientos abarcaron distintas concepciones estableciendo así diferentes manifestaciones y formas de entender la gimnástica.

    Inicio del deporte contemporáneo

    Como he mencionado en párrafos anteriores, en el siglo XIX tuvo lugar en las publics schools de Inglaterra la aparición del deporte en el ámbito educativo. En estas escuelas privadas se educaban los hijos varones de la alta sociedad inglesa. Algunos autores inciden en señalar a Thomas Arnold (1795-1842), director de la Rugby School, como fundador de esta eclosión deportiva. En palabras de Velázquez Buendía (2001, p. 2), «lo que aquí interesa subrayar es que fue a lo largo de la segunda mitad de dicho siglo cuando el deporte comenzó a introducirse y a desarrollarse posteriormente en las publics schools más antiguas y con mayor prestigio, como parte importante del currículo escolar».

    Durántez Corral (1988, p. 16) afirma que Thomas Arnold consiguió establecer una formación realmente innovadora y muy diferente al sistema educativo que estaba en vigor. Utilizó una metodología «mediante la cual se producía y realizaba una especial preparación del individuo». Este autor expone que esta formación no se conseguía a través de una disciplina férrea propia de la época sino a través de «una metódica y progresiva emancipación, ejercitar libremente su individualidad y desarrollar su propia independencia» En su personal sistema educativo incluyó los juegos deportivos proporcionando a los estudiantes la responsabilidad de dirigir y gestionar de manera autónoma estas actividades. Así, otorgó a los alumnos responsabilidades de organización, normas y arbitrajes consiguiendo que deportes como el rugby y el fútbol, entre otros, tuvieran una gran aceptación y repercusión a nivel nacional. Durántez Corral (1988, p. 16) continúa subrayando que la formación recibida, por tanto, no era artificial sino natural, ya que en su periodo educativo el estudiante adquiría experiencias propias de la vida real; es decir, una formación completamente significativa que favorecía la adaptación a la vida laboral y social puesto que «había aprendido allí el juego del toma y daca de la vida. Cuándo debía ceder y cuándo imponerse y seguir adelante. Sabía, en fin, de una extensa gama de posibilidades que oscilan entre los dos puntos opuestos de la fuerza y la debilidad».

    Arnold (1991) demuestra que en este sistema educativo, instaurado en 1828, se priorizaba el concepto de competitividad frente al de recreación algo que en palabras de Pfister (2008, p. 47) contribuyó enormemente al desarrollo y posterior promoción del deporte «popularizándose rápidamente el atletismo, el ciclismo y el fútbol». Como Barbero González (en Brohm, J.M., 1993, pp. 57-82) indica, los directores y profesores concedieron a los nuevos juegos deportivos valor educativo y, en poco tiempo, se constituyó en parte fundamental del currículum escolar. No obstante, de estas circunstancias se aprovecharon políticos, militares y sobre todo los sectores más moralizantes de la sociedad, quienes favorecieron la creación de asociaciones que con el tiempo se convirtieron en clubes deportivos y propiciaron la promoción del deporte por Inglaterra y posteriormente por todo el mundo, «el deporte surge como parte de una estrategia institucional para el control del tiempo libre de los alumnos, puesto que estas actividades ofrecen un potencial inmejorable para el desarrollo de algunas cualidades morales que se desea que adquieran los escolares en un determinado contexto social y político: caballerosidad, virilidad y coraje, además del juego limpio. Por tanto, el deporte en la escuela, ya desde sus inicios, se convirtió en un importante instrumento formativo al servicio de determinados objetivos educativos y políticos» (Bordieu, 1993, p. 251).

    Restauración de los JJ.OO. de la Era Moderna

    Históricamente, sabemos que la caída de los Juegos Olímpicos antiguos se produjo de forma progresiva tras la conquista de Olimpia por Roma. Las prácticas deportivas fueron prohibidas por el emperador romano Teodosio I el Grande en el 392 d.C. La religión cristiana implantada en el Estado consideró estas prácticas paganas e inadecuadas. Sin embargo, Durántez Corral desmiente esta tesis en el prólogo de este libro, asegurando que este emperador hispano no fue el causante de la desaparición de los Juegos Olímpicos antiguos, ya que «estos tuvieron brumoso inicio y desaparecieron sin ruido en fecha incierta». Tal y como Baguet Herms subraya (1976), si tenemos noción de los antiguos Juegos Olímpicos es gracias a las referencias que los escritores griegos recogen en sus textos aludiendo al sentimiento religioso implícito en estos así como a las proezas de los participantes y el éxito que suponía el triunfo para el atleta y su polis. Por tanto, el sentimiento olímpico estuvo perdido durante muchos siglos.

    Baguet Herms (1976, pp. 25-55) subraya un hecho relevante, la excavación arqueológica llevada a cabo por el alemán Ernst Curtius (1814-1896) en la ciudad de Olimpia. Este hallazgo sensibilizó a gente influyente del siglo XIX y provocó que el movimiento olímpico resurgiera de nuevo despertando en la sociedad un gran interés por este tipo de acontecimientos. Los restos encontrados pusieron de relieve la existencia de recintos y lugares dedicados o consagrados a la práctica de actividad física y al atletismo. Tras estas expediciones y posterior exposición de las piezas halladas en 1852, Curtius abogó a favor de que «los Juegos fuesen restaurados en homenaje a aquella civilización desaparecida».

    Como expone Durántez Corral (1988, p. 86), el francés Pierre de Fredy, barón de Coubertin (1863-1937) —uno de los grandes humanistas del siglo XIX— sintió la necesidad de reconducir y disipar la desolación y el desconcierto social que la guerra e invasión posterior de Alemania provocó en Francia durante el año 1870. Llegó a la conclusión de que sólo a través de un entorno pedagógico renovador y dinámico podía ser superada la crisis que afectaba principalmente al sector juvenil. Tenía «el presentimiento de que allí es donde se encuentra el remedio eficaz: en una educación modificada, transformada, capaz de producir calma colectiva, sagacidad y fuerza reflexiva».

    Coubertin viajó a Inglaterra con el propósito de estudiar a fondo aquellos aspectos educativos y sociales que diferenciaban su patria de este país. Era evidente que los jóvenes ingleses obtenían mejores resultados con inferiores medios. En la escuela de Rugby, dirigida por Thomas Arnold, apareció una educación basada en la formación integral del individuo que llenaba sus horas de ocio desarrollando juegos y actividades deportivas. Observó que al gestionar y diseñar sus propios reglamentos, organizar todo lo concerniente a los partidos o arbitrajes con total libertad, el alumnado adquiría gran responsabilidad y autonomía que, sin lugar a duda, representaban valores y experiencias vitales para su futuro inmediato. Esta formación constituía el preámbulo de la vida laboral y social a la que el estudiante debía enfrentarse tras finalizar su formación educativa. Ante esta novedosa pedagogía, (Coubertin en Durántez Corral, 1988, p. 16) expresa que «por eso, la coexistencia, el voto, la prensa, las aspiraciones, la opinión, la jerarquía, etc., que tanta importancia tenían en la vida social ordinaria, encontraban aquí su paralelo a través del sistema educativo, desarrollado en la mayoría de las ocasiones a través del adecuado vehículo de la actividad deportiva».

    A su regreso a Francia meditó sobre la sobrecarga de asignaturas incoherentes que los jóvenes escolares franceses debían superar llegando a la conclusión de que «el joven debía tener ratos libres que dedicar a actividades deportivas que, endureciéndole el cuerpo, le despejasen la inteligencia para un mejor desarrollo de los dos elementos integrantes de cuerpo y espíritu» Coubertin (en Durántez Corral, 1988, p. 16).

    En aquellos años la gimnasia sueca, imperante en el entorno francés, no convencía a Coubertin, cuya concepción educativa le inducía a pensar que el deporte competitivo debía incorporarse al sistema educativo tal y como había hecho Inglaterra. Su primera experiencia como organizador de eventos deportivos internacionales fue una competición de remo de la que inmediatamente sacó la conclusión de que el amateurismo presente en el deporte de aquellos años difería mucho de un país a otro. Por esta razón tomó la decisión de implantar unas normas deportivas equiparables a todos los participantes. Así, Durántez Corral (1988, p. 18) puntualiza que su plan comenzó a perfilarse entendiendo que era preciso conjuntar en un solo certamen a deportistas, educadores, sociólogos y dirigentes, a fin de que así se pudiera producir el ideológico cambio internacional y multilateral con que él había soñado.

    Este pensamiento fue el germen que impulsó el restablecimiento de los Juegos

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