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Vida de Ali
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Libro electrónico1008 páginas18 horas

Vida de Ali

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La biografía más completa y definitiva de Muhammad Ali que jamás se haya publicado.

Muhammad Ali se llamaba a sí mismo "El más grande", y muchos estaban de acuerdo. Era el más ingenioso, el más guapo, el más descarado, el más malo, el más rápido, el más ruidoso, el más rudo. Ahora llega la primera biografía completa y no autorizada de una de las figuras más fantásticas del siglo XX.

Basada en más de 500 entrevistas con quienes mejor conocieron a Ali que han sobrevivido, y mejorada por el descubrimiento por parte del autor de miles de páginas de registros del FBI y entrevistas de Ali recientemente descubiertas de la década de 1960, lo que ha permitido conocer muchos nuevos y espectaculares datos sobre su vida y su carrera, este es el impresionante retrato de un hombre que se convirtió en una leyenda.

Cuando la frágil y temblorosa figura de Muhammad Ali encendió la llama olímpica en Atlanta en 1996, una audiencia televisiva de hasta 3.000 millones de personas volvió a quedar atrapada por la historia del icono deportivo más famoso del mundo. El hombre que en su día fue vilipendiado por su negativa a luchar por su país y por su verborrea al denunciar a sus oponentes era ahora adorado casi universalmente, y el verdadero coste de su asombrosa carrera boxística estaba a la vista.

En la innovadora biografía de Jonathan Eig, respaldada por nuevas y detalladas investigaciones encargadas especialmente para este libro, obtenemos un impresionante retrato de una de las personalidades más significativas de la segunda mitad del siglo XX. No sólo nos lleva al interior del cuadrilátero en algunos de los combates más famosos de la historia del boxeo, sino que también conocemos su vida personal, sus finanzas, su fe y los momentos en que empezaron a aparecer los primeros signos de su declive físico. Ali fue un símbolo de la libertad y el valor, un héroe para muchos, pero esta es también una historia muy personal de un guerrero que venció a todos sus oponentes, pero que finalmente fue derribado por su propia obstinación en no abandonar jamás.



Una historia épica de un luchador que se convirtió en el pacifista más famoso del mundo, 'Ali: Una vida' hace plena justicia a un hombre extraordinario.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 nov 2022
ISBN9788412554069
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    Vida de Ali - Jonathan Eig

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    Prefacio

    Miami, 1964

    Primer asalto. El contrincante: Cassius Clay

    Un Cadillac largo y negro avanza con suavidad, dejando atrás las palmeras mecidas por la brisa, y se detiene frente al Surfside Community Center.[1] Los parachoques cromados reflejan los destellos cegadores del sol de la tarde. Cassius Clay se baja del coche. Lleva una chaqueta vaquera hecha a medida y un bastón de dandi que balancea al caminar.[2]

    Comprueba si alguien se ha percatado de su presencia.

    Aún no.

    Exclama: «¡Soy el más grande de todos los tiempos! ¡Soy el rey!».[3]

    Clay es alto y extraordinariamente guapo, no hay quien se resista a su sonrisa. Es una fuerza de la gravedad que arrastra a la gente hacia su órbita en un abrir y cerrar de ojos. Suenan cláxones. Los coches de la avenida Collins se detienen. Las mujeres se apoyan en los quicios de las ventanas de los hoteles y gritan su nombre. Hombres en pantalón corto y chicas en pantalón de pitillo se agolpan para ver al boxeador fanfarrón del que tanto han oído hablar.[4]

    «¡Revolotea como una mariposa! ¡Pica como una abeja! ¡Pelea, chico, pelea! ¡Aaaaaah!», grita Clay.[5]

    La multitud congregada no deja de crecer y, entonces, llega el jefe de policía e intenta sacar a Clay de la calle y meterlo en un aparcamiento, donde causará menos revuelo. El fotógrafo de un periódico apunta con su cámara, pero Clay, en lugar de sonreír, abre la boca de par en par, como si gritara, y lanza un jab de izquierda que se detiene a centímetros de la cámara.

    «Soy bello y me muevo tan rápido como un rayo. ¡Solo tengo veintidós años y voy a ganar un millón de dólares!», exclama con su dulce acento de Kentucky.[6]

    Segundo asalto. El campeón: Sonny Liston

    La izquierda de Sonny Liston es un ariete; la derecha, una maza. ¡Pumba! ¡Pumba! ¡Pumba! ¡Pumba! Golpea el pesado saco con tanta fuerza que las paredes tiemblan y las manos de los cronistas deportivos saltan mientras escriben sinónimos floridos de «aterrador».

    Liston es el boxeador más demoledor desde hace más de una generación. Cada uno de sus puños mide cuarenta centímetros de diámetro y su pecho sobresale como la delantera de un tanque M4 Sherman. No le teme a nada y es despiadado. ¿Cómo de despiadado? En una ocasión, se empezó a pelear con un poli, al que zurró hasta dejarlo sin sentido, luego le birló la pistola, lo recogió del suelo y lo dejó tirado en un callejón; se fue de allí sonriendo, con la gorra del poli en la cabeza.

    Liston no se limita a derrotar a sus contrincantes: los rompe, los humilla, los atormenta, hace que se estremezcan en sus sueños al recordar los puñetazos. Sonny Liston es la maldición de Estados Unidos. Es la amenaza negra que brota de los estereotipos racistas de los blancos, y así es como él quiere que sea.

    «Tiene que haber tipos buenos y tiene que haber tipos malos —dice, comparando el mundo con una película del Oeste—. Se supone que los tipos malos pierden. Yo le doy la vuelta. Yo gano».[7]

    Cuando se entera de que el joven con el que se enfrentará pronto por el título de campeón mundial de los pesos pesados de boxeo está en la entrada del centro comunitario donde entrena, Liston sale a la tarde soleada para conocer al liante. Choca las manos extendidas de sus admiradores y se va derecho a Cassius Clay hasta que se pone a casi un gancho de distancia.[8]

    Liston se detiene y sonríe.

    «Clay no es más que un crío que necesita unos azotes», le dice a un reportero.[9]

    Tercer asalto. El ministro: Malcolm X

    En una estrecha habitación de hotel, cerca del aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, Malcolm X, de treinta y ocho años, habla hasta bien entrada la noche.[10] Le cuenta la historia de su vida a un reportero. Malcolm es un hombre alto y esbelto de mandíbula dura y gafas con montura de carey. Incluso cuando sonríe, su expresión es severa.

    Malcolm se pasea de un lado a otro mientras dicta y solo se sienta para garabatear notas en alguna servilleta. No puede esperar a llegar a viejo para sacar su autobiografía. Hace poco que lo han expulsado temporalmente de la Nación del Islam por desobedecer al líder del grupo radical, Elijah Muhammad, y no sabe si volverá alguna vez. Unos meses antes, Elijah Muhammad les había ordenado a sus ministros que se abstuvieran de comentar el asesinato del presidente Kennedy por respeto a una nación que estaba de luto, pero Malcolm habló igualmente y dijo que el asesinato era una consecuencia de la violencia que Estados Unidos había sembrado en Vietnam, el Congo y Cuba. «Yo, que soy un chico de campo —había dicho Malcolm—, sé que cada uno recoge lo que siembra, y me parece bien».[11] Hay otros asuntos, otras fuerzas que crean discordia entre su maestro y él. Malcolm se ha enterado de que Elijah Muhammad ha concebido muchos hijos con mujeres jóvenes empleadas en la Nación del Islam. Malcolm ha estado hablando con otras personas de la organización sobre el comportamiento decepcionante de su líder, así que Elijah Muhammad está furioso y han llegado rumores hasta Nueva York de que quiere ver muerto a Malcolm X.

    Malcolm ha sido un superviviente toda su vida. Ha sobrevivido a la pobreza, la cárcel y a peleas de navajas, y tiene la intención de sobrevivir a esto también.

    Y aquí es donde comienza su lucha por la supervivencia: en una habitación de hotel junto al aeropuerto, trabajando en su autobiografía, porque las palabras dan poder y Malcolm no va a dejar que Elijah Muhammad, el FBI de J. Edgar Hoover, los medios de comunicación blancos ni ninguna otra persona lo definan con sus palabras. Él se definirá a sí mismo con sus propias palabras, con su nuevo credo, a su manera. Una gran revolución se está gestando en Estados Unidos. El orden racial dominante está siendo atacado con una furia que no se veía desde la guerra civil. Hombres y mujeres de raza negra están comenzando a despertar y luchar por el poder. El cambio se acerca, por fin, y Malcolm tiene la intención de darle un empujón (de forzarlo, si hace falta), sin importar lo que Elijah Muhammad o cualquier otro tengan que decir al respecto.

    Son las dos de la mañana cuando Malcolm deja el hotel y se dirige en coche a su hogar en Queens.[12] Un agente del FBI supervisa cada uno de sus movimientos. Más tarde, Malcolm, su esposa y tres de sus hijas embarcan en un avión rumbo a las que serán las primeras vacaciones de la familia. Esto también forma parte del plan de Malcolm. Quiere que el mundo vea que no es un lunático que pone bombas, sino un padre, un esposo, un ministro de Dios que cree que Estados Unidos puede y debe reformarse. Tiene planeado hacerse fotos y escribir algunas notas para un reportaje especial que aparecerá en prensa, al que pondrá por título: «Malcolm X, el hombre de familia».

    Cuando el avión aterriza en Miami, hay un coche esperando para llevar a Malcolm y su familia al motel, solo para negros, donde se alojarán en Miami Beach. Según un confidente del FBI, el conductor es Cassius Clay.[13]

    Cuarto asalto. El contrincante: Cassius Clay

    Clay grita como si se lo llevaran los demonios: «¡No tienes ninguna posibilidad! ¡No me vas a vencer y lo sabes!».[14]

    Es la mañana de la pelea y ya ha llegado la hora de que los contrincantes se reúnan con la prensa, presuman de tener un cuerpo vigoroso y se suban a la báscula para comprobar su peso. La sala apesta a humo de tabaco, olor corporal y colonia barata. Los reporteros no han visto nunca a un deportista profesional comportarse con tal falta de profesionalidad. Algunos comentan que Clay se ha vuelto loco, que el miedo que le tiene a Sonny Liston lo ha hecho saltar.

    Todo el mundo habla en la sala, pero la voz de Clay se impone sobre las demás.

    «¡Ninguna posibilidad! ¡Ni una!», grita, ignorando a las autoridades boxísticas que amenazan con sancionarlo si no cierra la boca. Al igual que Malcolm X, Clay no permite que le digan lo que tiene que hacer. Supera y desafía las expectativas de cualquiera que tenga la intención de controlarlo o aprovecharse de él.

    Clay señala a Liston mientras afirma estar listo para pelear con el campeón en ese mismo momento, en ese instante, sin guantes, sin árbitro, sin público, hombre contra hombre. En su cara no se lee ni un atisbo de sarcasmo. Se quita con brusquedad la bata blanca y deja al descubierto un cuerpo largo, esbelto y oscuro, en cuyo abdomen y pecho se marca cada uno de los músculos. Se abalanza contra Liston mientras los miembros de su séquito lo sujetan para impedírselo.

    Tal vez Clay no esté loco. Tal vez sepa de un modo instintivo, o a partir de su experiencia junto a un padre abusador y violento, que lo peor que puede hacer un hombre amenazado es dejar ver su miedo.

    «¡Soy el más GRANDE! —vocifera— ¡Soy el CAMPEÓN!».[15]

    Quinto asalto. El campeón: Sonny Liston

    Liston advierte a sus oponentes de la potencia de sus puñetazos, así como de los efectos que estos tienen a corto y largo plazo. Al hablarle del peligro a un reportero, desliza los nudillos de una de sus enormes manos por los surcos de los nudillos de su otra mano enorme mientras explica: «Mira, las diferentes partes del cerebro se asientan así, en pequeños huecos. Cuando te dan un golpe tremendo, ¡plop!, el cerebro se sale de los huecos y te quedas noqueado. Luego, el cerebro se coloca otra vez en los huecos y recobras el conocimiento. Pero cuando esto te ocurre unas cuantas veces, o a veces basta con una si el golpe es lo bastante fuerte, el cerebro ya no vuelve a colocarse en los huecos, y ahí empiezas a necesitar que otras personas te ayuden a moverte».[16]

    Puede que Cassius Clay se le escape durante uno o dos asaltos, pero Liston promete atrapar a su joven contrincante tarde o temprano y, cuando lo haga, va a golpear a Clay tan fuerte que le va a sacar el cerebro de su sitio.

    Sexto asalto. En el cuadrilátero

    El humo gris se contonea bajo las luces blancas y brillantes del ring, enturbiando la vista. Los reporteros repiquetean sus máquinas de escribir portátiles y se sacuden la ceniza de cigarrillo de la corbata. No hay mucha discusión sobre quién ganará esta noche entre los corresponsales de prensa. La pregunta (la única pregunta, en opinión de la mayoría) es si Cassius Clay saldrá del cuadrilátero inconsciente o muerto.

    Esta pelea va más allá de un simple combate de boxeo y al menos un pequeño porcentaje del personal congregado en el Convention Center de Miami Beach lo entiende así. Percibe que hay fuerzas brutales y románticas erigiéndose bajo la plácida superficie del estilo de vida estadounidense y que Cassius Clay es un mensajero del cambio que está por llegar, un radical con la apariencia del típico deportista estadounidense. «Los engaña —dice Malcolm X a propósito de Clay antes de la pelea—. Uno se olvida de que, aunque el payaso nunca imita al sabio, el sabio puede imitar al payaso».[17]

    Malcolm levanta la mirada hacia las luces del ring desde la primera fila, donde está sentado junto al cantante Sam Cooke y el boxeador Sugar Ray Robinson. Circulan rumores de que Malcolm planea atraer a Cassius Clay al seno de los musulmanes negros.

    El campeón retirado de los pesos pesados Joe Louis está sentado también en primera fila y se inclina sobre un micrófono mientras describe la acción para los aficionados que se disponen a ver la pelea, en blanco y negro, en pantallas de cine de todo el país. Louis, conocido en su época de boxeador como el «bombardero moreno», fue el mejor de los pesos pesados de su generación; un hombre negro que se ganó la admiración del estadounidense blanco por prestar servicio en la Segunda Guerra Mundial, por derrotar al boxeador alemán Max Schmeling en 1938 y por su humildad al aceptar que ni siquiera un campeón negro debe comportarse como si fuera igual que un hombre blanco corriente.

    Clay entra en el cuadrilátero y se quita la bata, revelando un calzón de satén blanco con rayas rojas. Sus piernas largas y escuálidas danzan mientras lanza rápidos jabs al aire para soltar el cuerpo. Liston lo hace esperar y, a continuación, entra en el estadio arrastrando los pies y en silencio y se sube al cuadrilátero.

    Los dos hombres cruzan miradas.

    Suena la campana.

    «Fue la única vez que pasé miedo en el ring»,[18] diría Clay años más tarde, tras haber ganado y perdido el título de campeón de los pesos pesados tres veces; tras haber declarado lealtad a la Nación del Islam y adoptado el nombre de Muhammad Ali; tras haberse convertido en uno de los hombres más despreciados de Estados Unidos y, en menos que canta un gallo, en el más amado; tras haber sido de todo, desde insumiso a héroe estadounidense; tras haberse consolidado como uno de los mejores pesos pesados de todos los tiempos: un púgil sin parangón a la hora de combinar velocidad, potencia y resistencia, cuya habilidad para asimilar el castigo y aguantar en pie era extraordinaria; tras convertirse en el ser humano más famoso del planeta, «el espíritu del siglo XX»,[19] como lo bautizaría un escritor; después de que el párkinson y alrededor de doscientos mil golpes[20] en el cuerpo y la cabeza le arrebataran precisamente todo aquello que lo hacía extraordinario: la velocidad, la fuerza, el encanto, la arrogancia, el ingenio verbal, la gracia, la masculinidad fuera de serie y el brillo aniñado en unos ojos que pedían que lo amaran por muy inaceptable que fuera su comportamiento.

    La fama de Cassius Clay persistirá durante la era de las luchas por los derechos civiles, la Guerra Fría, la guerra de Vietnam, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y bien entrado el siglo XXI. Clay vivirá para ver la casa de su infancia en Louisville convertida en museo y, al otro lado de la ciudad, otro museo aún mayor para honrar su legado. Su trayectoria vital inspirará a millones de personas, aun cuando despierte adoración en unos y desprecio en otros.

    Gran parte de la vida de Clay transcurrirá inmersa en una revolución social, que él ayudó a instigar, en la que estadounidenses negros forzaron a estadounidenses blancos a reescribir los términos del concepto de ciudadanía. Clay irá alcanzando notoriedad a medida que las palabras y las imágenes viajen a más velocidad por todo el mundo, lo cual permitirá que los individuos sean vistos y escuchados como nunca. La gente cantará canciones, compondrá poemas y hará películas y obras de teatro sobre él, en los que contarán la historia de su vida con una extraña mezcla de verdad y ficción, en lugar de como el reflejo real del alma complicada y anhelante que parecía esconderse a plena vista. Su deseo de afecto será insaciable y lo expondrá a innumerables relaciones con chicas y mujeres, entre las que se cuentan cuatro esposas. Ganará las sumas de dinero antes reservadas a magnates del petróleo y la propiedad inmobiliaria, y su extraordinaria riqueza y naturaleza confiada lo harán presa fácil de estafadores. Se ganará la vida burlándose con crueldad de sus oponentes antes de vencerlos con saña y, sin embargo, se convertirá en un símbolo mundial imperecedero de tolerancia, benevolencia y pacifismo.

    «Yo soy Estados Unidos —declararía con orgullo—. Soy la parte que no reconocéis, acostumbraos a mí. Negro, seguro de mí mismo, arrogante. Mi nombre, no el vuestro; mi religión, no la vuestra; mis objetivos, los míos propios. Acostumbraos a mí».

    Su extraordinario don para el boxeo cimentará su grandeza y hará posibles las numerosas contradicciones de su vida. Sin embargo, esta es la ironía más amarga de una vida plagada de ironías: su mayor don será también el acicate de su caída.

    En los primeros segundos de combate, Liston lanza potentes jabs y cruzados en busca de uno de esos nocauts rápidos a los que está acostumbrado y de los que depende. Clay amaga, esquiva, se inclina hacia atrás como si tuviera la columna de goma. Liston se abalanza pesadamente hacia delante y pone a Clay contra las cuerdas a la fuerza, donde los grandes golpeadores suelen destrozar a los oponentes con un buen juego de pies. Pero justo en el momento en que a Liston se le abren los ojos de par en par, anticipando la escabechina, Clay gira el cuerpo hacia un lado y el croché de izquierda de Liston pasa silbando y golpea aire nada más.

    Clay baila en círculos, rápido y ligero como un colibrí y, de golpe, le sacude a Liston un jab con la izquierda que aterriza de lleno en la cara. Miles de voces gritan como si fueran una sola. Liston intenta otro potente derechazo, pero Clay esquiva y amaga hacia la izquierda, evitando el golpe. Entonces, se endereza y lanza otro jab que da en la diana, seguido de otro.

    Queda menos de un minuto para que concluya el asalto cuando Clay lanza un derechazo que golpea de lleno en la cabeza de Liston. Clay sigue bailando y, a continuación, clava los pies un segundo y desencadena una ráfaga de puñetazos rápidos como una ametralladora: derecha-izquierda-derecha-izquierda-izquierda-derecha. Cada uno de ellos aterriza en su objetivo.

    De repente, todo cambia.

    La multitud brama. Liston se agacha para protegerse.

    Clay demuestra por fin lo que él ya sabía desde el principio: que lo que es capaz de hacer es más importante que lo que dice.

    Y lo que Clay es capaz de hacer es pelear.

    [1] «Clay’s Act Plays Liston’s Camp and Sonny Is a Kindly Critic», en The New York Times, 20 de febrero de 1964.

    [2] Imágenes de archivo de BBC News, s. f., en www.youtube.com.

    [3] Ibid.

    [4] «Clay’s Act Plays Liston’s Camp and Sonny Is a Kindly Critic».

    [5] Ibid.

    [6] John Cottrell, Muhammad Ali, Who Once Was Cassius Clay, Nueva York: Funk and Wagnalls, 1967, p. 127.

    [7] Nick Tosches, The Devil and Sonny Liston, Nueva York: Little, Brown, 2000, p. 201.

    [8] Imágenes de archivo de BBC News, s. f., en www.youtube.com.

    [9] «Clay’s Act Plays Liston’s Camp and Sonny Is a Kindly Critic».

    [10] «Malcolm Little (Malcolm X) HQ File», memorando del FBI, 5 de febrero de 1964, Oficina Federal de Investigación, en https://vault.fbi.gov/malcolm-little-malcolm-x (en adelante, FBI Vault), sección 10.

    [11] «Malcolm X Scores U.S. and Kennedy», en The New York Times, 2 de diciembre de 1963.

    [12] Archivo del FBI sobre Malcolm X, 5 de febrero de 1964, sección 10.

    [13] Archivo del FBI sobre Malcolm X, 21 de enero de 1964, sección 9.

    [14] Archivo fílmico de la BBC, s. f., en www.youtube.com.

    [15] Murray Kempton, «The Champ and the Chump: The Meaning of Liston-Clay I», en New Republic, 7 de marzo de 1964, en http://thestacks.deadspin.com/the-champand-the-chump-the-meaning-of-clay-liston-i-1440585986.

    [16] William Nack, My Turf: Horses, Boxers, Blood Money and the Sporting Life, Cambridge (Massachusetts): Da Capo Press, 2003, p. 123.

    [17] George Plimpton, «Author Notebook: Cassius Clay and Malcolm X», en George Kimball y John Schulian (eds.), At the Fights: American Writers on Boxing, Nueva York: Library of America, 2012, p. 190.

    [18] David Remnick, King of the World, Nueva York: Random House, 1998 [la traducción de esta y otras citas del libro de Remnick que aparecen a lo largo del libro es de Ramón Buenaventura, en Rey del mundo, Madrid: Debate, 2001; esta en p. 10].

    [19] Norman Mailer, King of the Hill: Norman Mailer on the Fight of the Century, Nueva York: Signet, 1971, p. 11 [trad. cast.: En la cima del mundo, Madrid: 451 Editores, 2009, trad. de Juan Sebastián Cárdenas].

    [20] A petición del autor, CompuBox Inc. recopiló estadísticas de cada uno de los golpes de las peleas de Muhammad Ali. Hay material fílmico de cuarenta y siete combates completos de los sesenta y uno que Ali disputó como profesional. El análisis que CompuBox realizó de esas cuarenta y siete peleas demostró que Ali recibió una media de 14,8 golpes por asalto a lo largo de su carrera profesional (una cifra ligeramente menor que la media de otros pesos pesados, establecida en 15,2 golpes por asalto). La cifra estimada de doscientos mil golpes a lo largo de su vida no solo se basa en los datos de CompuBox, sino en las entrevistas del autor a representantes, entrenadores, sparrings y contrincantes. Ali boxeó un total de 548 asaltos como profesional, unos 260 como amateur, una cifra estimada de 12.000 asaltos con sparring en sus programas de entrenamiento y al menos 500 asaltos en exhibiciones. Es probable que Ali recibiera menos de 14,8 golpes por asalto durante su periodo amateur o en las exhibiciones, aunque también es probable que recibiera más de 14,8 golpes por asalto durante las sesiones con sparring. Teniendo en cuenta dichas presunciones, es posible que el siguiente cálculo sea demasiado prudente: 13.308 asaltos multiplicados por 14,8 golpes por asalto arrojan un resultado de 196.958 golpes.

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    Cassius Marcellus Clay

    El padre de su tatarabuelo fue un esclavo y un héroe. Su abuelo fue un asesino convicto que le metió una bala en el pecho a un hombre en una riña por un cuarto de dólar.[21] Su padre fue un bebedor que buscaba bronca en los bares,[22] un mujeriego y un maltratador que, en un momento de rabia etílica, rajó al mayor de sus hijos con un cuchillo.[23] Esas son las raíces de Muhammad Ali, que nació con lo que él llamaba el «nombre de esclavo» de Cassius Marcellus Clay Jr. y que llegaría a convertirse en uno de los hombres más famosos e influyentes de su tiempo.

    Archer Alexander, el padre del tatarabuelo de Ali, nació esclavo en 1816, fue separado de sus padres siendo niño y vendido por su propietario por ser demasiado presuntuoso. En 1863, Alexander avisó a unos soldados unionistas de que unos partidarios de la Confederación habían saboteado un puente. Poco tiempo después, Alexander se escapó de su cautiverio. Fue capturado, pero se volvió a escapar. En 1869, hizo de modelo para el monumento a la Emancipación, que aún sigue en pie en Washington D. C.

    John Henry Clay, el bisabuelo de Muhammad Ali, era una propiedad a ojos de su amo y del Gobierno de Estados Unidos. Era un hombre alto, fuerte y apuesto.[24] Tenía la piel de color marrón claro. Tenía el pecho robusto, los hombros anchos, los pómulos altos y ojos expresivos y cálidos. Pertenecía a la familia de Henry Clay, senador de Estados Unidos por Kentucky, uno de los políticos más impetuosos y controvertidos de su época, un hombre que consideraba la esclavitud una desgracia nacional, una abominación que corrompía las almas de amos y esclavos: «Un gran mal […], la mancha más oscura del mapa de nuestro país».[25]

    El senador Clay criticaba con vehemencia la esclavitud. Fundó la American Colonization Society (Sociedad Americana de Colonización o ACS) con el objetivo de enviar a los esclavos estadounidenses de vuelta a África. Al mismo tiempo, tanto él como la mayor parte de los miembros de su familia en Kentucky siguieron siendo propietarios de montones de hombres, mujeres y niños de ascendencia africana.[26]

    Cuando el vástago del senador Clay, Henry Jr., viajó a México en 1846 para luchar en la guerra entre México y Estados Unidos, se llevó consigo a un joven esclavo llamado John. Según algunos miembros de la familia de Muhammad Ali, aquel esclavo era John Henry Clay, el bisabuelo de Ali.[27] Los descendientes de Muhammad Ali afirman además que John Henry Clay era hijo ilegítimo de Henry Clay o de Henry Clay Jr. Se aprecia un cierto parecido entre ambos en las fotos del blanco Henry Clay padre y el negro John Henry Clay, aunque, por el momento, no ha habido ningún intento de demostrar el parentesco mediante pruebas genéticas. Rara vez se registraban meticulosamente los matrimonios, nacimientos y muertes de esclavos. Más raro aún era que los hombres blancos reconocieran a los hijos que engendraban con mujeres negras, los cuales eran, en muchos casos, producto de violaciones. Los nombres no demostraban nada. Los nombres eran propiedad de los amos, no de los esclavos, y se asignaban a estos como las marcas al ganado. Los nombres de los esclavos se cambiaban por capricho o en las subastas de esclavos. A menudo, cuando un esclavo era liberado o se escapaba de su cautiverio, lo celebraba eligiendo su propio nombre. «Pues es a través de nuestros nombres que ocupamos nuestro lugar en el mundo», escribiría Ralph Ellison.[28]

    El 1 de enero de 1847, Henry Clay Jr. le envió una carta desde México a su hijo en Kentucky. En un fragmento, decía lo siguiente: «John me ha pedido que te felicite la Navidad. Sigue conmigo y ha resultado ser un buen muchacho. Le da gracias a Dios por seguir sano y salvo, puesto que varios de sus compañeros negros han muerto a manos de los mexicanos».[29] Poco después de escribir la carta, Henry Clay Jr. fue asesinado cuando lideraba una carga de su regimiento. John Henry Clay regresó a Kentucky, aún como esclavo.

    No está claro cuándo se emancipó, pero el Censo de Estados Unidos de 1870 indica que John Clay estuvo casado y que fue peón, padre de cuatro hijos y dueño de propiedades por valor de 2.500 dólares. Junto a su esposa, Sallie, llegaría a tener nueve hijos, entre los que se incluye Herman Heaton Clay, el abuelo de Muhammad Ali, nacido en 1876 en Louisville.

    Herman Heaton Clay dejó la escuela tras terminar tercero de primaria.[30] Se convertiría en un hombre apuesto, fuerte y alto.[31] En 1898, se casó con una mujer llamada Priscilla Nather. Tuvieron un niño, pero el matrimonio no duró.[32] El 4 de noviembre de 1900, mientras jugaba a los dados en un callejón de Louisville, Herman Clay le birló un cuarto de dólar a un hombre y se negó a devolvérselo.[33] Más tarde, Herman le contó premonitoriamente a su hermano Cassius que quien viniera a molestarlo por el dinero «iba a salir malparado».[34] Herman y su hermano estaban apostados junto a un poste telefónico de la esquina entre la 16 y Harney cuando vieron a Charles Dickey, un amigo del hombre al que le habían robado la moneda. Dickey tenía veinticinco años y era un jornalero analfabeto.[35] Llevaba un bastón con una empuñadura pesada cuando se acercó a los hermanos Clay. Herman Clay llevaba una pistola. Cassius empuñó un cuchillo de manera que Dickey pudiera verlo. Dickey le preguntó el porqué del cuchillo.

    —Ya tenía el cuchillo antes de que vinieras —contestó el hermano de Herman.[36]

    —Algo querrías hacer con él —respondió Dickey.

    Según los testigos, no intercambiaron más palabras. Herman Clay se giró, sacó su pistola del calibre 38 y disparó una vez, alcanzando a Dickey en el corazón. Según el Louisville Courier-Journal: «La muerte fue instantánea».[37]

    Herman salió huyendo de la escena del crimen, pero lo capturaron enseguida. Lo condenaron por asesinato y sentenciaron a cadena perpetua. Poco después de ser condenado, Priscilla y él se divorciaron.[38] Tras pasar seis años en la penitenciaría estatal de Frankfort (Kentucky), Clay salió con la condicional.[39] Tres años más tarde, el 30 de diciembre de 1909, se casó con Edith Greathouse.[40] Tendrían doce hijos. El primero de ellos, Everett Clay, acabaría en la cárcel por matar a su esposa con una cuchilla de afeitar y moriría entre rejas.[41] El segundo, Cassius Marcellus Clay, nacido el 11 de noviembre de 1912, sería el padre de Muhammad Ali.

    La esclavitud no era un concepto abstracto para la familia negra de Clay del siglo XX. Varios de los suyos la habían vivido en sus carnes. Conocían los detalles. Cassius Marcellus Clay padre había heredado su nombre de dos personas, una negra y otra blanca. El Cassius Clay negro era su tío, el que había permanecido junto a su hermano Herman el día que este disparó y mató a un hombre. El Cassius Clay blanco era primo del senador Henry Clay, nacido en 1810. El Cassius Clay blanco fue abogado, soldado, editor, político y una voz crítica con la esclavitud. «Para quienes respetan las leyes de Dios, tengo este argumento— dijo en una ocasión, mientras enseñaba un tomo con tapa de cuero de la Biblia—. Para quienes creen en las leyes humanas, tengo este argumento —prosiguió mientras dejaba una copia de la Constitución del estado—. Y para quienes no respetan la ley de Dios ni creen en las leyes humanas, aún me quedan estos otros argumentos».[42] Y sacaba un cuchillo Bowie y dos pistolas.

    En otra ocasión, Clay recibió una puñalada en el pecho durante un debate con un candidato al Gobierno estatal que defendía la esclavitud, pero sobrevivió al ataque y le devolvió la puñalada a su rival.

    El Cassius Clay blanco creía que la esclavitud era un mal desde el punto de vista de la moral y pedía la liberación progresiva de todos los esclavos. Pese a no liberar a todos los esclavos de sus propiedades, sus francas opiniones lo convirtieron en un héroe a ojos de muchos hombres negros; tanto es así que un antiguo esclavo suyo, llamado John Henry Clay, le puso a uno de sus hijos el nombre de Cassius. Herman Heaton Clay, nacido una década después del fin de la esclavitud, haría lo mismo y Cassius Marcellus Clay, nacido en 1912, le pasaría el nombre a su vez a su hijo nacido en 1942. Un nombre que perduraría mientras los efectos de la esclavitud y el racismo seguían resonando a lo largo y ancho del país, a través del periodo de la Reconstrucción, del «separados pero iguales», del nacimiento de la National Association for the Advancement of Colored People (Asociación Nacional por el Progreso de las Personas de Color o NAACP), de Jack Johnson, la Gran Migración, la lucha de Marcus Garvey por la independencia de los negros, Joe Louis, la Segunda Guerra Mundial, Jackie Robinson y el nacimiento del movimiento por los derechos civiles del siglo XX.

    [21] «Shot through the Heart», en Louisville Courier-Journal, 5 de noviembre de 1900; transcripción del juicio, 12 de noviembre de 1900, Commonwealth c. Herman Clay, Kentucky Department for Libraries and Archives, Frankfort.

    [22] A partir de entrevistas del autor a Rahaman Ali, Khalilah Camacho-Ali (antes Belinda Ali), Gordon Davidson y Coretta Bather mantenidas en las siguientes fechas: 10 de noviembre de 2014, 28 de marzo de 2016, 18 de marzo de 2014 y 28 de marzo de 2014.

    [23] Jack Olsen, Black Is Best: The Riddle of Cassius Clay, Nueva York: Dell, 1967, p. 49.

    [24] Fotografía de John Henry Clay, cortesía de Keith Winstead, primo de Muhammad Ali.

    [25] «The Day Henry Clay Refused to Compromise», en smithsonian.com, 6 de diciembre de 2012, http://www.smithsonianmag.com/history/the-day-henry-clayrefused-to-compromise-153589853/.

    [26] Censo de Estados Unidos.

    [27] Entrevista del autor a Keith Winstead, 16 de junio de 2016.

    [28] Ralph Ellison, The Collected Essays of Ralph Ellison, ed. de John F. Callahan, Nueva York: Modern Library, 1995, p. 192.

    [29] Carta de Henry Clay Jr. a Henry Clay, 1 de enero de 1847, fondo documental de la Henry Clay Memorial Foundation, University of Kentucky Special Collections, Lexington.

    [30] Censo de Estados Unidos de 1940, en www.ancestry.com.

    [31] Entrevista del autor a Coretta Bather, 28 de marzo de 2014.

    [32] «Slave Inhabitants in District No. 2», condado de Fayett (Kentucky), 1850, Censo de Estados Unidos, en www.ancestry.com.

    [33] Transcripción del juicio, 12 de noviembre de 1900, Commonwealth c. Herman Clay.

    [34] Ibid.

    [35] Censo de Estados Unidos de 1900, en www.ancestry.com.

    [36] Transcripción del juicio, 12 de noviembre de 1900, Commonwealth c. Herman Clay.

    [37] «Shot through the Heart».

    [38] «NINE DIVORCES GRANTED», en Louisville Courier-Journal, 10 de noviembre de 1901.

    [39] «Penitentiary Labor», en Louisville Courier-Journal, 2 de mayo de 1906.

    [40] Registro matrimonial de Kentucky, en www.ancestry.com.

    [41] Certificado de defunción, registros de defunción de Kentucky, www.ancestry.com.

    [42] David Remnick, Rey del mundo, p. 99.

    02

    El crío más escandaloso

    El padre de Muhammad Ali solo se peleaba cuando estaba borracho. Cassius Marcellus Clay padre era un hombre conocido y no muy respetado entre sus vecinos del sector de población de raza negra del West End de Louisville. Cash, como todos lo llamaban, abandonó la escuela al terminar la secundaria, en octavo. Se ganaba la vida modestamente pintando letreros.

    A esa edad en que la mayoría de los hombres sentaban la cabeza y formaban una familia, Cash se ponía sus zapatos blancos resplandecientes y pantalones ajustados y bailaba toda la noche hasta bien entrada la madrugada en clubes de jazz cargados de humo y cantinas con jukebox de los vecindarios del West End y Little Africa. Medía más de uno ochenta, era musculoso y tenía la piel oscura y un bigotito fino. Las mujeres del West End lo llamaban, medio en broma, «el Gable oscuro».[43] Cash Clay presumía de su atractivo, de su potente físico, del vibrato lascivo que emitía al cantar[44] y de los preciosos carteles y letreros que pintaba para negocios locales, en su mayoría, propiedad de otros negros: «LAS TRES SALAS DE MUEBLES DE KING KARL», en la calle Market; «A. B. HARRIS, DOCTOR EN MEDICINA, PARTOS Y DOLENCIAS FEMENINAS», en la calle Dumesnil, y la «BARBERÍA DE JOYCE», en la calle 13.[45] También pintaba escenas bíblicas en los muros de algunas iglesias. Por una faena en una iglesia podía cobrar veinticinco dólares y pollo gratis,[46] un jornal que a duras penas le daba para mantenerse, pero ser un hombre negro del Sur que se labra el porvenir usando sus manos y su talento, sin el permiso o la aprobación de un hombre blanco, tenía sus ventajas. Cash había oído a su padre, Herman, predicar sobre los peligros y humillaciones de trabajar para el hombre blanco. Un negro estaba mejor por su cuenta, decía siempre Herman.[47]

    Cash distaba mucho de ser famoso, y aún más de ser rico, pero aquellos letreros que pintaba le procuraban independencia, además de un cierto reconocimiento público que le encantaba. La gente no solo lo contrataba por la excelencia de su trabajo, sino por su sociabilidad. «Cuando Cassius está trabajando en un letrero se tiene que parar cien veces al día para hablar con todos los conocidos que pasan por allí —recordaba Mel Davis, que contrató a Cash para pintar el letrero de su casa de empeños de la calle Market—. No quieres que te pinte el letrero otro, pero tampoco quieres pagar a Cassius por horas, desde luego».[48]

    Cash insistía en que no era la falta de talento o preparación la que lo separaban de la fama y la fortuna de un artista serio, era el Estados Unidos de Jim Crow el que no lo dejaba ascender, decía en referencia a las denominadas «leyes Jim Crow» que imponían la segregación racial en el Sur de Estados Unidos.

    Cuando estaba sobrio, Cash era puro entretenimiento y enseguida se echaba a reír a carcajadas o se cantaba unas estrofas de Nat King Cole. Cuando bebía, ginebra por lo general, empezaba a vociferar, se ponía testarudo de un modo desagradable y, con frecuencia, violento.[49] «No sabía pelear —relataba uno de sus amigos—, pero en cuanto bebía más de la cuenta, la emprendía a golpes con cualquiera».[50]

    Cash no tenía ninguna prisa por sentar la cabeza y, puesto que su personalidad y su salario eran tan inestables, tampoco es que las mujeres estuvieran locas por comprometerse con él. Clay no habría sentado la cabeza nunca —bebiendo y persiguiendo mujeres toda su vida—, pero acabó casándose. Iba de vuelta a casa después de trabajar cuando se fijó en una chica al otro lado de la calle: «¡Eres preciosa!», les diría a sus hijos que exclamó al contarles la historia, años más tarde.[51]

    Odessa Lee Grady era de piel clara, rellenita y risueña, y por entonces aún estudiaba en el Central High School de Louisville. Era nieta de Tom Morehead, un negro de piel clara que había luchado junto a los unionistas en la guerra civil, donde ascendió de soldado raso a sargento tras un año de servicio. Morehead era hijo de un blanco de Kentucky que se había casado con una esclava llamada Dinah. Es posible que su otro abuelo también fuera blanco, un inmigrante irlandés llamado Abe Grady, pero las pruebas que apoyan la versión de los antepasados irlandeses son débiles.

    Es probable que Odessa, que era aún adolescente, no estuviera al tanto de la reputación de Cash Clay cuando aquel hombre mayor la llamó desde la acera de enfrente. Odessa iba a misa y era una estudiante aplicada, nada que ver con las chicas que frecuentaban los clubes nocturnos.

    A Odessa la admiraban por ser trabajadora y alegre. Se había criado en Earlington, una pequeña localidad al oeste de Kentucky. Cuando su padre, que trabajaba en las minas de carbón, abandonó a la familia, enviaron a Odessa a vivir con una de sus tías a Louisville. Se costeaba la ropa trabajando de cocinera para familias blancas después de clase. Nadie recuerda oír una queja salir de su boca. Aun así, casarse joven con un hombre mayor, apuesto y seguro de sí mismo que ganaba un salario decente debió de ser tentador para una adolescente en la gran ciudad, lejos de su madre y su padre durante lo peor de la Gran Depresión. Cuando Odessa se quedó embarazada, el matrimonio debió de parecerle una obligación.

    Cash y Odessa eran antagónicos en muchos sentidos. Él era revoltoso y ella, amable. Él era alto y esbelto y ella, bajita y rechoncha. Él despotricaba contra las injusticias de la discriminación racial, mientras que ella sonreía y sufría en silencio. Él era un metodista poco practicante y ella, una baptista que nunca se perdía el servicio del domingo en la iglesia de Mount Zion. Él bebía y trasnochaba y ella se quedaba en casa cocinando y limpiando. Sin embargo, pese a todas sus diferencias, a ambos les encantaba reír, y cuando Cash le gastaba bromas, le contaba historias o le cantaba una canción, Odessa se desternillaba emitiendo unas preciosas risotadas agudas que le granjearon el apodo de «Bird» (Pájaro).

    Es probable que se conocieran en 1933 o 1934, ya que Odessa contaba que tenía dieciséis años cuando sucedió, aunque no se casaron hasta 1941. La boda se celebró el 25 de junio en San Luis, cuando Odessa ya estaba embarazada de unos tres meses.[52] El 17 de enero de 1942 dio a luz a su primer hijo. El bebé, de tres kilos y veintiocho gramos, nació en el Louisville City Hospital bien pasada la fecha en que estaba previsto que su madre saliera de cuentas.[53] Según Odessa, el parto fue doloroso y largo y no se acabó hasta que un doctor cogió el fórceps y agarró a la criatura por la cabezota para sacarla de la barriga. El fórceps dejó una pequeña marca rectangular en la mejilla derecha del niño que permanecería durante el resto de su vida.[54]

    Cash prefería el nombre de Rudolph, por el actor de Hollywood Rodolfo Valentino, pero Odessa insistió en que el niño llevara el nombre del padre: «El más bonito para un hombre que he oído en mi vida»,[55] decía; un nombre enraizado en la tormentosa historia de la nación y la familia, de modo que lo llamaron Cassius Marcellus Clay Jr. En el certificado de nacimiento escribieron mal el nombre y consta como «Cassuis», pero sus padres no se dieron cuenta o no les importó lo suficiente como para pedir que lo corrigieran.

    El matrimonio vivía en el número 1121 de la calle Oak Oeste,[56] a una manzana del hogar donde había vivido Odessa, en un apartamento que alquilarían por unos seis o siete dólares al mes.[57] El certificado de nacimiento indicaba que Cash Clay trabajaba para la Southern Bell Telephone and Telegraph, lo cual sugiere que le preocupaba lo suficiente su incipiente familia como para asegurarse un sueldo fijo por primera y última vez en su vida.

    Cassius Jr. era el niño más escandaloso del hospital, les contaría su madre a unos periodistas años más tarde. «Lloraba tanto que el resto de los bebés del pabellón empezaban también a berrear. Estaban todos durmiendo como angelitos y Cassius empezaba a gritar y chillar. Al segundo, todos los bebés de la planta hacían lo mismo».[58]

    Antes de que pasaran dos años del nacimiento de Cassius Jr., Odessa y Cassius padre tuvieron otro hijo. Esta vez, Cash se salió con la suya y llamaron al bebé Rudolph Arnett Clay. La familia compró una casita en el número 3302 de la avenida Grand, en el West End de Louisville. Era una caja de zapatos que no tendría más de setenta y cuatro metros cuadrados, con dos dormitorios y un baño. En un momento dado, Cash pintó la casita de rosa, el color favorito de Odessa. Cash construyó también un estanque para peces dorados y plantó un huerto en el patio de atrás. Algún tiempo después, le añadió una pequeña habitación a la parte trasera para que los niños tuvieran más espacio donde jugar. Cassius Jr. y el pequeño Rudy compartían una habitación de unos cuatro metros de ancho por seis de largo y papel pintado blanco con rosas rojas.[59] Dormían uno junto al otro en sendas camas individuales. La cama de Cassius estaba junto a la ventana,[60] que daba a la casa del vecino, a dos metros de distancia.[61]

    Su cuarto era modesto y la mayor parte de la ropa que llevaban provenía de Goodwill, incluso los zapatos, que Cash reforzaba con un forro de cartón.[62] Aun así, los chicos Clay nunca iban a la escuela ojerosos ni hambrientos. Su casa olía a pintura debido al copioso suministro de botes de pintura y brochas de Cash,[63] aunque el aroma de los excelentes guisos de Odessa engullía a menudo los efluvios de la pintura.[64] Odessa cocinaba chili, preparaba pollo frito con judías verdes y patatas, mezclaba col con zanahoria y cebolla y lo sofreía todo en aceite hasta que el aroma inundaba la casa y salía flotando por la ventana para que los niños lo olieran desde el patio. Horneaba pasteles de chocolate y pudin de plátano. Hubo un tiempo en que la familia tuvo una gallina de mascota; en otro, un perro negro con la cola blanca al que llamaron Rusty. A medida que fueron creciendo, Cassius y Rudy tendrían trenes eléctricos, monopatines motorizados y bicicletas.

    Algunas de las calles del West End estaban pobremente pavimentadas y algunas de las viviendas próximas a la casita de los Clay no eran más que chozas, pero el vecindario era mucho mejor que el cercano Little Africa, donde las letrinas en el exterior y las calles sin pavimentar sobrevivieron hasta bien entrada la mitad del siglo XX. La mayor parte de los vecinos de los Clay en los años cuarenta se ganaban bien la vida; había fontaneros, maestros de escuela, chóferes, mozos de vagón, mecánicos de coches y propietarios de comercios. «Claro que conocíamos a todas y cada una de las personas que vivían en la misma manzana —rememoraba Georgia Powers, que creció en la avenida Grand con los Clay y que llegaría a convertirse en la primera persona afroamericana y la primera mujer elegida para el Senado por Kentucky—. Había trece maestros y tres doctores: un doctor en medicina, un dentista y Joseph Ray, que tenía un doctorado y era banquero, y que pasaba en su Cadillac negro, saludaba con una ligera inclinación del sombrero y decía: Hola, señorita Georgia. Estas cosas eran un mensaje para todos en la comunidad».[65]

    Los niños negros del West End estaban advertidos de no aventurarse en otros barrios de población negra más pobres y peligrosos, como Little Africa o Smoketown. No era necesario que los advirtieran de que no debían ir a los barrios de los blancos. El West End les ofrecía seguridad. «Nuestra infancia no fue difícil —recordaba Alice Kean Houston, que creció dos puertas más abajo de los Clay—. Teníamos negocios, bancos y cines. Hasta que salimos al mundo exterior no nos dimos cuenta de que nuestro mundo era muy diferente».[66]

    Odessa Clay recuerda los primeros años de su hijo en una biografía escrita a mano en un cuaderno con renglones, con buena letra, pero muchas faltas de ortografía, mayúsculas que no proceden y errores de puntuación. Redactó la biografía en 1966 a petición de un periodista que escribía para una revista.

    La vida de Cassius Jr para mí fue diferente que la de otros Niños, y todavía hoy es diferente. Cuando bebé, no había manera que se sentara. Cuando lo llevaba de paseo en el cochecito, siempre se levantaba para verlo todo. Intentó hablar desde muy pequeño. Le puso tanto esfuerzo que aprendió a andar a los 10 meses. Cuando tenía un año le encantaba que Alguno lo meciera para dormirse, si no se sentaba en una Silla y no paraba de chuecar la cabeza con el respaldo de la Silla hasta que se quedaba dormido. No quería que lo vistas ni le quitas la ropa. Yoraba siempre. Queria comer solo cuando era muy pequeño. Con 2 años siempre se levantaba a las 5 de la mañana y tiraba todo Fuera del cajón de la Comoda y dejaba las cosas por en medio del suelo. Le encantaba jugar en el agua. Le encantaba hablar mucho y le encanta comer, le encantaba suvirse a las cosas. No jugaba con jugetes. Sacaba todas las Oyas y las sartenes del Armario y las aporreaba. Le Podía dar golpes a cualquier cosas y sacaba el ritmo. Cuando muy Pequeño andaba de puntillas, Andando así bien que desarrolló Arcos, y por eso es que es tan rápido con los pies.[67]

    De bebé, a Cassius le encantaba comer, pero odiaba que lo alimentaran. Insistía en comer solo, y cuanto más lo pringara todo, mejor. Tenía siempre un hambre voraz y se hizo grande, fuerte y juguetón a más no poder. No caminaba si podía correr y, en palabras de Odessa, tenía siempre tanta prisa que contrajo la varicela y el sarampión al mismo tiempo. Su primera, y única palabra durante muchos meses, fue «gee».[68] Se quedaba mirando a su madre y exclamaba «¡Gee! ¡Gee!». Señalaba la comida: «¡Gee! ¡Gee!». Miraba a su padre: «¡Gee! ¡Gee!». Necesitaba que le cambiaran el pañal y lo anunciaba con un «¡Gee! ¡Gee!». Como es natural, Odessa y Cash empezaron a llamar a su pequeño «Gee» o, en ocasiones, «Gee Gee». Odessa llamaba también a su hijo «Woody Baby»,[69] un derivado de «Little Baby» (bebecito), pero Gee Gee fue la etiqueta que persistió no solo en casa y mientras fue niño, sino por todo el West End y durante toda su vida.

    Cassius anhelaba aventuras. Gateaba hasta la lavadora, se encaramaba al fregadero y perseguía a las gallinas por todo el patio. Cuando tenía uno o dos años, asestó su primer puñetazo, que aterrizó por accidente en la boca de su madre y dejó un diente suelto que el dentista de Odessa tuvo que sacar más tarde. A los tres años, Cassius ya era demasiado grande para su camita de bebé. Los conductores de autobús le insistían a Odessa para que pagara el billete del chico, ya que daban por sentado que este ya tendría al menos cinco o seis años cuando lo cierto es que no contaba con más de tres o cuatro y seguía teniendo derecho a viajar sin pagar. Odessa, que no era dada a desafiar a la autoridad, pagaba al conductor sin rechistar.

    Odessa supo desde el principio que sus dos hijos eran precoces, sobre todo Cassius, que no hacía mucho caso a las reglas ni se preocupaba por los castigos. Su naturaleza rebelde y su arrogancia le venían de su padre, mientras que la calidez y la generosidad las había heredado de su madre. Cuando Rudy se metía en líos, Cassius les advertía a sus padres que Rudy era su bebé y que nadie iba a azotar a su bebé. Acto seguido, cogía a Rudy del brazo y lo empujaba hasta la habitación que compartían.

    La paciencia no era su punto fuerte. Cuando comenzó a asistir a la escuela elemental para negros de la calle Virginia, Odessa lo enviaba todos los días con el almuerzo, que Cassius devoraba de camino a la escuela pese a haberse zampado un buen desayuno en casa. A otros niños les habría preocupado pasar hambre después si se comían el almuerzo antes de llegar a la escuela, pero no a Cassius. Él daba por hecho que sería capaz de improvisar algo, y normalmente eso hacía, camelarse a sus amigos a la hora de comer para que compartieran su almuerzo. Odessa, con la intención de atajar el problema, dejó de ponerle comida a Cassius en la mochila y empezó a darle dinero para que se comprara algún plato caliente en la cafetería de la escuela. Sin embargo, a Cassius no se le podía privar de nada, de modo que usaba el dinero de su madre para comprarle a su amigo Tuddie el almuerzo y eso es lo que se comía de camino a la escuela.[70]

    A los siete u ocho años, Cassius ya era el líder de una pandilla de chicos que siempre iba a la caza de aventuras. Odessa miraba a través de la puerta mosquitera y veía a su hijo mayor de pie en el porche de hormigón, como un político subido a un estrado, comunicándoles a sus jóvenes seguidores lo que había planeado para ellos. Tan pronto como tuvo edad suficiente para seguir el ritmo de su hermano, Rudy se convirtió en su sombra y principal contrincante. «Éramos como gemelos», recordaría Rudy años más tarde.[71] Para divertirse, Cassius se colocaba de pie en el hueco de dos metros que separaba su casa de la del vecino y dejaba que Rudy le tirara piedras. Rudy lanzaba con toda la fuerza de que era capaz mientras su hermano mayor saltaba, esquivaba y se movía rápido como un rayo. Jugaban a las canicas, a la matatena[72] o al escondite, a los que rara vez Cassius dejaba a su hermano ganar.[73] Cuando jugaban a indios y vaqueros, Cassius era el vaquero siempre, sin excepción.

    Otros niños se burlaban y se metían con ellos porque eran ruidosos y llamaban la atención, aunque también porque tenían la cabeza especialmente grande. «Ay, cariño —rememoraba su tía, Mary Turner—, los críos tenían la cabeza bien grande, esa es la verdad. Se sentaban en el bordillo a jugar a las canicas u otra cosa que se jugara en la calle y se les acercaban sigilosos uno o dos niños por detrás y ¡paaam!, chocaban una cabeza contra la otra. Entonces los críos salían disparados como una flecha con Rudy y Cassius pisándoles los talones. A ellos les parecía de lo más divertido, pero cuando se hicieron un poco más grandes, se acabó la historia. Cassius y Rudy podían con la mayoría de los chicos del barrio porque eran muy rápidos y grandes. Al final les crecieron tanto los cuerpos que las cabezas ya no eran tan grandes».[74]

    No tardaron mucho en ser Cassius y Rudy los que se burlaban y martirizaban a niños más pequeños. Les cogían las bicis a los más pequeños y se las quedaban durante horas. En palabras de su tía: «No eran crueles, pero se creían que eran los mejores del barrio. Cassius pensaba que no había hermano mejor que Rudy y Rudy pensaba lo mismo de Cassius».

    Los amigos que crecieron con los chicos Clay en el West End recuerdan que Cassius era un corredor veloz y un buen deportista, si bien no uno especialmente dotado: era incapaz de nadar y accedía a jugar al sófbol o al fútbol americano, aunque no sentía ninguna pasión por estos deportes.[75]

    «Gee iba corriendo de un lado para otro y me metía en líos constantemente —recordaba su compañero de clase y vecino Owen Sitgraves—. Solíamos escondernos en el callejón de detrás de la floristería de Kinslow a tirar neumáticos viejos rodando delante de los coches para que tuvieran que frenar. Un día, la rueda se quedó atascada debajo de un coche. Echamos a correr hasta el final del callejón, rodeamos unas casas y salimos por el otro lado para verlo. La señora se bajó del coche y nos dijo: Eh, muchachos, os doy dos dólares por sacar esa rueda de debajo del coche; así que cogimos el gato del maletero y le sacamos la rueda de debajo».[76] En otra ocasión, Owen y Cassius se encontraron una camisa vieja en un callejón y la llenaron de tierra; a continuación, lanzaron la camisa contra la ventana abierta de un autobús que pasaba por allí. «Había un tipo con traje blanco de algodón que debía de ir camino de una cita; se bajó y nos persiguió desde la calle 34 con Virginia hasta Cotter Homes, pero éramos demasiado rápidos […]. Todavía me siento mal por aquello. Iba impoluto».

    A Cassius le entusiasmarían toda la vida el juego y la crueldad de las bromas pesadas. En una ocasión, taló un ciruelo de su padre.[77] Imitaba el sonido de las sirenas tan bien que los conductores se hacían a un lado de la carretera y sacaban la cabeza en busca del coche de la policía.[78] Cogía tomates del huerto familiar y los lanzaba por encima de la cerca de la casa de un maestro, salpicando a los invitados de la fiesta que se estuviera celebrando en el patio trasero. Ataba una cuerda a las cortinas del cuarto de sus padres que llegaba hasta su habitación, y cuando sus padres ya estaban en la cama, corría las cortinas. Se cubría con sábanas y surgía de pronto de algún rincón oscuro de la casa para asustar a su madre. No había regañinas ni castigos en el mundo que pudieran detenerlo.

    «Los obligaba a hacer la siesta cada día —recuerda Odessa—, y un día Cassius le dijo a Rudy: ¿Sabes qué, Rudy? Somos muy mayores para estar aquí echando siestas. Y no la volvieron a dormir nunca más».[79]

    Cuando la desobediencia de los muchachos iba demasiado lejos, Odessa los enviaba al cuarto de baño, donde Cash los reclinaba sobre su rodilla, primero a uno y después al otro, para darles unos azotes. Este tipo de castigos no conseguían que Cassius se volviera más precavido. «Cassius Jr. siempre entraba el primero para recibir sus azotes y luego salía derecho a hacer otra cosa. —Las carcajadas interrumpen la historia que Odessa relata a Jack Olsen, quien la entrevistó para una serie de reportajes publicados en Sports Illustrated en 1966—. Era un chico muy inusual».[80]

    Cuando los amigos de Cassius dan detalles de lo bien que se lo pasaban de chiquillos, omiten a menudo las mil y una maneras en que la discriminación racial y los prejuicios se cernían sobre sus vidas. En parte, quizá se deba a que los amigos y vecinos de Cassius Clay aceptaban la discriminación como algo que se da por sentado, al estar tan enraizada en el día a día. Es posible que se debiera también a que las personas negras de Louisville de finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta creyeran que les iba mejor que a otros estadounidenses negros, que tenían la fortuna de vivir en una ciudad que hacía gala de «un racismo más amable», según el historiador de Louisville Tom Owen.[81]

    Pese a que la mayoría de los nativos de Kentucky simpatizaban con la Confederación, el estado no se independizó de la Unión durante la guerra civil. No se produjeron disturbios raciales ni linchamientos en Louisville entre 1865 y 1930. A diferencia de la mayoría de sus paisanos del Sur, los negros de Louisville consiguieron el derecho al voto a principios de 1870 y no lo perdieron nunca.[82] Los líderes comunitarios blancos de Louisville expresaban con frecuencia una preocupación, al parecer genuina, por las condiciones de vida de sus vecinos negros y aportaban sumas generosas de dinero a causas a favor de los negros. Ni que decir tiene que, a cambio, esos mismos líderes comunitarios blancos, al igual que los propietarios de esclavos de los que algunos de ellos descendían, esperaban de los negros que fueran pasivos y aceptaran el estatus de ciudadanos de segunda sin montar jaleo ni enfurecerse.

    Algunos líderes comunitarios blancos eran condescendientes y proclamaban que sin la guía y el apoyo adecuados los negros de Louisville regresarían a sus métodos bárbaros africanos. Muchos paisanos blancos de Louisville consideraban la segregación intrínseca, natural e inevitable. Otros eran más progresistas y sentían un deseo genuino de ayudar. Robert W. Bingham, propietario del Louisville Courier-Journal, prestaba sus servicios en las filiales locales de la Urban League y la Commission of Interracial Cooperation. Algunos líderes judíos, entre los que se encontraba la familia del juez asociado del Tribunal Supremo Louis Brandeis, trabajaron con organizaciones de voluntarios que prestaban sus servicios en los barrios de población negra. Prominentes abogados blancos locales lucharon contra la discriminación relacionada con la vivienda.

    Periodistas negros y blancos que visitaron la ciudad en las décadas de 1940 y 1950 afirmaban de forma casi unánime que las personas negras de Louisville recibían un trato mejor que las del Sur profundo o muchas ciudades norteñas. No obstante, no mencionaban, puesto que se daba por hecho, que las personas negras seguían sin gozar de acceso en igualdad de condiciones a la vivienda, las escuelas, el desempleo y la sanidad. No señalaban, puesto que era el trato acostumbrado, que, a pesar de que los clientes negros podían comprar ropa en los grandes centros comerciales de la ciudad, no podían probársela antes. Tampoco tuvieron a bien mencionar, puesto que era más que obvio, que a muchas de las personas ricas blancas que colaboraban en causas relacionadas con las personas negras les motivaba el deseo de evitar que la comunidad negra se movilizara para protestar.

    Al joven Cassius Clay le resultaría imposible no darse cuenta de que, en esencia, había dos Louisville: una para negros y otra para blancos. Para los negros, las mejores escuelas, las mejores tiendas y los mejores hospitales estaban fuera de su alcance, como también lo estaban la mayoría de los clubes de campo y los bancos. Los cinéfilos negros solo tenían acceso a unos pocos de entre los grandes cines del centro y, aun en esos casos, solo al gallinero.

    «Bird —le preguntaba Cassius a su madre cuando iban al centro—, ¿dónde trabaja la gente de color? Bird, ¿qué han hecho con los de color?».[83]

    La respuesta estaba clara, aunque no resultara fácil dársela a un niño. La economía de Louisville entró en un periodo de crecimiento en los años que sucedieron a la Segunda Guerra Mundial y había miles de trabajos nuevos en las fábricas. Las plantas de tabaco, destilerías y fábricas de neumáticos ofrecían empleo fijo, si bien a los trabajadores negros se les pagaba, por norma, menos que a los trabajadores blancos, además de negárseles, por norma, los ascensos. En 1949, el salario medio anual de un trabajador negro en Louisville era de 1.251 dólares, mientras que el de un trabajador blanco era de casi el doble, 2.202 dólares.[84] Los trabajadores negros hacían los trabajos más sucios y peligrosos, además de los peor pagados. A menudo, los hombres de raza negra trabajaban al servicio de los hombres de raza blanca: eran sus camareros, caddies y limpiabotas; trabajos en los que la docilidad no solo era un requisito, sino una necesidad para sobrevivir. Las perspectivas para las mujeres de raza negra eran aún peores. Algunas trabajaban como secretarias, peluqueras

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