Desde la creación del Estado de Israel en 1948, dos personas han sido condenadas en ese país a la pena capital: uno, el criminal de guerra Adolf Eichmann (en 1962); el otro, el capitán de las Fuerzas de Defensa Meir Tobianski, acusado de traición el mismo año de 1948. Tras un consejo de guerra solventado en apenas cuarenta y cinco minutos, un pelotón de fusilamiento ultimó al reo, víctima de un error del jefe de la inteligencia militar Isser Be’eri: este, en las tensiones de la guerra árabe-israelí, o de la Independencia, se equivocó de espía. Un año más tarde, Tobianski fue rehabilitado y su cuerpo sepultado con todos los honores. Su viuda, al menos, pudo consolarse con ese reconocimiento póstumo, ya que no siempre la justicia acierta a restaurar el nombre de los inocentes que han sido tildados de traidores. Y es que, al fin y al cabo, la historia la escriben los vencedores, y son estos también quienes reparten las culpas y los laureles.
¿Traidor o héroe? ¿Quién podría decirlo en el caso de Mordejái Vanunu? En 1986, este ingeniero, nacido en Marruecos en el seno de una familia judía ortodoxa, reveló al diario los entresijos del programa nuclear israelí, que conocía de primera mano gracias a su trabajo en el Centro