En el seno de la cultura hegemónica mexicana ha surgido una subcultura en la que, a través de canciones, películas, series televisivas, redes sociales, documentales y otros medios de difusión, las personas han adoptado, por convicción, actitudes, prácticas y lenguajes propios de los narcotraficantes y del estilo de vida que los rodea.1 Nos referimos a la cultura del narcotráfico, a la cual llamaremos, por su término coloquial, en sustitución del concepto “subcultura del narcotráfico”,2 “narcocultura”.
La narcocultura es parte de un universo simbólico particular, de un sistema de valores a partir de la premisa del honor, muy al estilo de las culturas y las mafias mediterráneas: valentía, lealtad familiar y grupal, protección, venganza, generosidad, hospitalidad, nobleza y prestigio; formas de regulación interna —el uso de violencia física en contra de quien traicione al jefe o quiera salirse del negocio—; un consumo específico —uso de sustancias ilícitas o adquisición de joyería de valor—; un argot particular —manejo de claves como estrategia de clandestinidad—; modelos de comportamiento caracterizados por un exacerbado “anhelo de poder”, en una búsqueda a ultranza del hedonismo y del prestigio social, y una visión fatalista y nihilista del Y así lo manifiesta claramente el siguiente narcocorrido