n el debate de quién inventó el surf, lo primero que hay que preguntarse es si consideramos esencial la tabla. Muy probablemente, el ser humano lleva impulsándose entre las olas casi desde que aprendió a flotar en un océano. A finales del siglo xvi, el misionero jesuita español José de Acosta escribió con entusiasmo que había visto en el Perú cómo pescaban los indígenas en unas embarcaciones individuales en las que se montaban a horcajadas. Todo parece indicar que estaba contemplando la continuación de una larguísima tradición, porque la población local llevaba siglos navegando a lomos de lo que luego se denominaron “caballitos de totora”, hechos a base de coral y con un diseño aerodinámico, casi como un misil, para impulsarse y deslizarse entre el oleaje. A finales del siglo xviii, como muy tarde, en Samoa y Tahití se empiezan a apreciar las primeras tablas, derivadas de
