Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Atilan
Atilan
Atilan
Libro electrónico140 páginas2 horas

Atilan

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Atilán

Es una novela escrita desde la costa de Michoacán México, narra la vida dentro de la comunidad indígenas y el surgimiento de un grupo de autodefensa, es un trabajo dedicado a las comunidades vulnerables que son afectadas por el crímen organizado y las políticas económicas de saqueo, desde México para el mundo.

IdiomaEspañol
EditorialNo
Fecha de lanzamiento21 jul 2023
ISBN9798223422426
Atilan
Autor

Juan Manuel Ramírez Magallón

Juan Manuel Ramírez Magallón Filósofo y abogado escritor independiente de Michoacán México  

Lee más de Juan Manuel Ramírez Magallón

Autores relacionados

Relacionado con Atilan

Libros electrónicos relacionados

Adultos jóvenes para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Atilan

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Atilan - Juan Manuel Ramírez Magallón

    CAPÍTULO I

    Vacaciones en la montaña

    Es verano de 2014, ha finalizado el ciclo escolar y la joven universitaria, estudiante de la licenciatura en filosofía y letras, ha resuelto destinar sus ahorros en la visita a su bisabuelo José, anciano indígena nahua de noventa y cuatro años, quien vive en un pueblo originario oculto en la montaña, frente al mar occidental de México; el longevo anciano es uno de los pocos de su generación en permanecer en el mundo de los mortales, nació a finales de la revolución mexicana (1920) y su fortuna incluye el estreno del nuevo milenio y, aún más, ha refutado las supuestas predicciones de los mayas según la interpretación occidental: el fin del mundo en el año 2012, entendido desde la hermenéutica de nuestro mundo,  que a ciencia de su servidor, no es más que el final de su calendario porque fueron invadidos por un mal, la invasión europea.

    La joven de nombre Jimena ha viajado varias horas, sobre camino de asfalto y terracería, hasta internarse entre las montañas, allá donde se oculta tarde el sol. El vehículo se detiene frente a una de las casitas y se pone en pie una hermosa joven de pelo café claro, ojos grises, piel clara y figura bonita.  La casa de don José luce entre las más humildes del lugar.

    ¿Cómo está papá José? —pregunta la joven en forma de saludo—; el anciano desconcertado por la visita, sin estar seguro de que persona es, contesta.

    ―  ¡Estoy bien! Y tú, ¿cómo estás?

    ―  ¡Bien Tata, vine a visitarlo!

    Se da cuenta quién es, mientras la joven lo tiene cobijado por un tierno abrazo.

    ―  ¿Cómo están tus padres? Ya tienen mucho que no me visitan, no han de querer ver a este viejo rebelde. —Posterior de una sonrisa, cambia de tema—. Desde que naciste eres una mujer muy sociable, una buena estrella nació contigo, así como eres tú era tu abuelo José, aquel hombre alegre que le privaron la vida por defender la tierra.

    El anciano hace un movimiento para sacudirse el doloroso recuerdo de su hijo primogénito y señala un equipal para que la joven la ocupe, pero Jimena hace saber al Tata la necesidad de un café para relajar su cuerpo de la actividad del volante y, el frío de la tarde lo amerita; en aquella casa la cocina es de madera entretejida, enjarrada con lodo preparado con pajoso de asno y res en revuelta con fango; el techo es de teja de barro, en las vigas cuelgan tazas, cazuelas de arcilla y cucharas; sobre una horqueta de árbol sepultada unas cuartas del tronco principal de la misma pieza, descansa un cántaro de agua fresca por el clima y por el barro; a unos pasos de la esquina se encuentra el metate, modelando su única mano sobre sí, muy cerca está la chimenea con dos fogones, uno es para los cocidos y otro para las tortillas, por eso en el último luce un comal de arcilla, sobre el cual, se inflan las tortillas como nubes de agosto; en el equipo de cocina de aquel hogar no falta el molino para el nixtamal, una tinajera abundante en pocillos, vasos, cucharas, platos y tazones o poches.

    En dirección vertical a los fogones cuelgan mazorcas y ensartas de tomatillo milpero; ésta es una forma ancestral de conservar el maíz y semillas para su futura siembra, el tomatillo milpero se guarda deshidratado en las ensartas, figurando como piel de anciano de noventa y cuatro años, al ser cocido se hidrata y es triturado en los molcajetes. La joven citadina se apresura a la cocina con la intención de no dejar al anfitrión que se moleste en preparar el café y se encuentra a un mundo desconocido de cosas, no sabe qué hacer, el viejo que observa a unos metros se compadece de Jimena y entre sonrisas.

    ―  Aquí no hay estufa hija, mucho menos cafetera, hagamos la lumbre, traeré olotes y leña.

    ―  Abuelo, la vida aquí es muy difícil.

    ―  Así parece hija, aunque sea incomodo, no me quise acostumbrar a la vida moderna, ni quise derribar la cocina de Aniceta.

    ―  No es incómodo Tata, es diferente a lo que estoy acostumbrada, pero me parece todo un rito el acto de cocinar en este lugar.

    El viejo va hasta la troja y junta olotes, acerca a la chimenea algunos leños y con una astilla de ocote inicia el fuego mientras la joven lava una cafetera de barro.

    ―  Ya está la lumbre —dijo el Tata—.

    ―  Sí Tata, ¿y el café? ¡No lo encuentro!

    ―  El café es de mojo —aseguró don José— de la recolecta de este año, espero te guste hija, tiene canela y si tú quieres le pones alcohol que está preparado con vainilla natural que me regaló tu tío Enrique de la Cruz, él tiene plantas, se rio Jimena al saber que el Tata tomaba café con alcohol, sin saber lo que aquel preparativo ocultaba en su esencia.

    ―  ¿Para qué le pone vainilla?

    ―  El alcohol con vainilla sirve para el corazón cuando se está enamorado. —Se ríe y desmiente—. Es un remedio para el respirar, con eso puedo caminar sin sentir ahogarme, ¡lo dejo de tomar y me ataca la falta de aire! —lo expresa elevando un poco la voz—.

    ¿Quién le enseñó ese remedio?

    Mi abuelo, la enseñanza viene de generaciones.

    Aquellos ojos grises se sorprenden de las lecciones de medicina tradicional y el viejo José asume el papel de maestro y conoce la inquietud e inocencia de Jimena; lo interesante de la vida indígena náhuatl son sus usos y costumbres, en ello guardan grandes valores. El anciano baja del garabato un pomo, en el que contiene aromático polvo de mojo, le vierte algunas cucharadas a la olla con agua hirviendo y después de unos minutos el café está listo; la escena es controversial, una hermosa joven sosteniendo en sus manos un pocillo de barro, del cual se fuga un chorro de vapor y un aroma delicioso a café con canela, un anciano cuyo rostro refleja muchas décadas, con sus manos agita una cuchara dentro del líquido que desprende delicioso olor y se volatiza el alcohol, tal cual se esfuma la vida. Unidos en plática, la joven contagia con su simpatía, juventud y alegría al Tata, quien pareciese rejuvenecer por la plática y el entorno que lo cobija, la diferencia de edades es tal el alba y la puesta del sol, cinco por uno, sin embargo, no es un obstáculo para la conexión espiritual. En aquella charla sonó una de las inquietas preguntas de Jimena.

    ―  Disculpe Tata que le pregunte, me gustaría saber, ¿por qué mi bisabuelita murió tan joven?

    ―  Cuando tu abuelo José tenía 10 años mis dos últimos hijos vinieron al mundo, era el Cuate y una pequeña niña, yo no tenía dinero y todo fue muy rápido, no pude llevarlos al médico, murió la niña, la salud de Cheta se desmejoró, la de malas se nos vino y murió, de mis 17 hijos solo vivieron cinco hijas y cinco varones, por la muerte de tu abuelo Chepe me quedan cuatro.

    Lo asaltaron los recuerdos y los ánimos parecieron bajar en aquel anciano, le echa un chorro de alcohol a su taza, menea el contenido y segundos más tarde da un sorbo.

    ―  ¡Ora sí me quedó bueno! Tu bisabuela era una bonita mujer, me hizo ser grande, me ayudaba en el hogar, cuidaba de mis hijos, su trabajo en casa era juntar los huevos de las Buchonas, darles maíz a los puercos, regaba las plantas. El fin de semana cargaba con la producción y me dirigía al poblado a vender, de regreso traía lo que me enlistaba la mujer.

    ―  ¿Qué compraba Tata?

    ―  A veces cambiaba huevo por azúcar, sal, cerillos, canela, especias y compraba manta y tela para que la mujer hiciera vestidos y prendas para los varones. Siempre traté de producir todo lo necesario para la familia, así ahorraba. Mi familia fue numerosa y los varones vinieron al último, por eso fue más difícil para mí el trabajo. Labré la tierra para sembrar el maíz y siempre obtuve el que necesitaba, produje arroz, frijol, jícama, pepino, calabaza, cacahuate, jamaica y maicena. Fui a concursar con mi maíz y arroz a la ciudad de Uruapan y gané el primer lugar, un comprador me dijo que le produjera toneladas de ambos productos y le dije que no podía producir tanto.

    Cheta y yo en nuestro potrero sembramos árboles de guanábana, naranja, aguacate, mango, ciruela, nance, limón, lima, mamey, sidra, café y toronja; en el corral alojamos plátano, coco y caña. En el jardín sembramos la hortaliza y plantas de ornato.

    ―  ¿Cuál es su fruta favorita Tata?

    ―  Las frutas silvestres. Me gustan las anonas, cabeza, picecuas, limoncillo, huajucos pero la que más, la pitaya sin ajuate. Las frutas comerciales que más me gustan son el mango y el mamey.

    Aquella humilde casa tiene una selva, entre rosales y obeliscos; flores de diversas especies, colores y olores, en el mismo jardín hay plantas medicinales, vegetales y arbustos. Ese hombre es amante de las flores.

    ―  ¿Por qué tanta planta Tata?

    ―  Cada una conserva un recuerdo, y yo creo que Cheta viene a mi jardín, cuando una planta va envejeciendo, corto un codo y lo pongo a retoñar, de ese modo he conservado durante cincuenta años las plantas favoritas de la Mujer.

    Me alegra que me visiten los colibríes, las aves y los espíritus de mis hijos y mi esposa, he escuchado voces de niños jugar en el jardín, allí yacen sepultados mis hijos y figuro que ellos invitan a jugar a otros niños, imagino que la misma rosa a la que robo el aroma con un suspiro, a esa misma mi mujer la huele, aún recuerdo sus flores favoritas y el modo como las olía, sus expresiones; recordar hace sentirme enamorado. Mis hijos se casaron muy chicos, todos se fueron, dejándome solo y es por eso que me abrazo de los recuerdos, son ellos y la visita lo que me mantienen vivo.

    Tu abuelo José —continuó el Tata— se casó a los 19 años con Cuquita y de igual manera, muy joven le privaron la vida, ¡déjame mostrarte un periódico! En el que su amigo Efrén Capiz narra los hechos.

    Fue el veterano a su cuarto y de un beliz extrajo un viejo periódico, lo pone en las manos de Jimena, quien en su voz temblorosa lee: 

    ―  Del asesinato del dirigente de la UCEZ [...] El 29 de abril, como a las 22 horas, individuos que sirven a intereses de las empresas mineras HYLSA Y LAS ENCINAS, de los grupos Alfa y Monterrey entre ellos Manuel Cruz García, asesinaron a balazos a José Ramírez Verduzco, valioso y valiente miembro de la Comunidad Indígena San Miguel Aquila, Michoacán.

    El primero de mayo, en el panteón de Aquila, el Coordinador General de la Unión de Comuneros

    Emiliano Zapata, Efrén Capiz pronunció el siguiente discurso: "hoy nos encontramos en torno a esta fosa, que guardará el cuerpo de nuestro compañero José Ramírez Verduzco, nos encontramos aquí, su familia y sus compañeros de lucha. La lucha de nuestro compañero servirá para formar

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1