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Perdido en Cognito
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Libro electrónico116 páginas1 hora

Perdido en Cognito

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Sin desanimarse por la escasa información dada para su último caso, Jake Brown, investigador privado, se encuentra en Cognito, un pequeño y agradable pueblo al norte de la frontera, lejos del aburrimiento y la fanfarria de la vida, una cuadrícula de calles y avenidas conectadas, un lugar diseñado para los perdidos y los transitorios, un lugar para nuevos comienzos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jun 2019
ISBN9789962715184
Perdido en Cognito
Autor

Pat Alvarado

Pat es oriunda de Abbeville, Luisiana, donde reinan los pantanos y los bayous; pero es en Panamá, el paraíso tropical, donde vive con su esposo, su gata elegante y su perrito callejero.Pat is a native of Abbeville, Louisiana, where swamps and bayous reign; but it’s in Panama, the tropical paradise, where she lives with her husband, their elegant cat and their little mutt.

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    Perdido en Cognito - Pat Alvarado

    Cognito

    I

    La llegada

    RESERVÉ UNA HABITACIÓN PARA mí en el Hotel Cross Bow en Cognito, un pequeño pueblo agradable exactamente al norte de la frontera, lejos de la monotonía y la algarabía de la vida. Sólo mi secretaria sabía que yo estaba ahí. Me gusta trabajar solo, así que este era el lugar perfecto.

    En el momento que me registré y desempaqué, eran las tres. El sol inclinó su luz dorada en la ventana y calentó la habitación. Pequeñas partículas de polvo subían hacia el techo.

    Pedí servicio a la habitación. Voy a satisfacer mi adicción a la pizza antes de trabajar en mi proyecto.

    —Buenas tardes, esta es la habitación 321. ¿Podría usted por favor enviarme una gran pizza vegetariana y una botella de vino tinto de la casa?... ¿en treinta minutos? Está bien, gracias —le dije al empleado del servicio a la habitación y colgué.

    Yo tenía un trabajo que hacer, pero decidí aplazarlo. Encendí la televisión, con el control remoto cambié al canal de deportes y esperé, pero qué podría hacer sin el torneo de bolos de este año y probablemente cada año en realidad. Así que, la apagué y conecté mi laptop. El mundo apareció a la vista. Hice clic con las noticias. Eché un vistazo a través de los detalles sórdidos de la vida de los ricos e infames y los maravillosos descubrimientos del universo. Mi concentración fue interrumpida por un golpe en la puerta.

    —Servicio a la habitación —se escuchó una voz desde el otro lado.

    El olor a pizza caliente invadió la habitación y mi estómago gruñó.

    —Sólo firme aquí, señor —el chico de la entrega dijo.

    —Gracias —respondí.

    Abrí la botella de vino y me serví una copa. Luego me senté a la mesa de escribir y agarré un trozo de pizza. El borde estaba caliente y crujiente, tal como me gusta. Mi hambre disminuyó. No podía retrasarme más. Me enfrenté a la computadora y abrí el archivo en que estaba trabajando:

    Marion Davis, antropóloga, edad 37 años

    Vista por última vez el 14 de agosto de 1974, en Cognito

    Eso era todo lo que tenía para continuar: no había fecha ni lugar de nacimiento, nada más su edad y la fecha que ella fue vista por última vez y una vieja fotografía sin color y borrosa tomada tiempo antes de desaparecer que brindaba una descripción física incompleta. Una mujer delgada con el cabello castaño corto sonrió a la cámara. Ella vestía un par de jeans y una camisa manga larga. Ella estaba de pie en una extensión de lo que parecía un desierto con montañas a los lejos y ella estaba señalándolas.

    La persona que me contrató para localizarla afirmó que Marion Davis era una buena amiga que aparentemente desapareció de la faz de la tierra. Yo admito que me pareció un buen reto y aunque esto parecía un poco exagerado, necesitaba encontrar a esta persona y yo iría al límite para hacerlo. Es por eso que vine a Cognito.

    El hecho de que ella fuera una antropóloga era una pequeña ventaja. El pueblo alardeaba sobre su biblioteca de investigación basada en hechos así que podría ser un buen comienzo. Pero era tarde y la biblioteca estaba cerrada hasta el día siguiente. Mientras tanto, podría hacer lo que más me gustaba hacer – yo podría leer. Entonces saqué el volumen de Las guerras de las Galias de Julio César y empecé.

    Cuando desperté, eran las seis de la mañana y Las guerras de las Galias estaba boca abajo en el piso al lado de la cama. Algún día lo terminaría.

    Me arrastré para salir de la cama, me estiré y luego me dirigí para la ducha.

    Eran las siete en el momento que llegué al comedor del hotel. Me senté cerca de la ventana y miré al otro lado de la calle. Me tuve que reír solo. Las aceras en esta área estaban hechas de madera, pero no había muchos árboles. ¿Entonces de dónde obtuvieron la madera? Supongo, que deben haberla transportado. Muchos de los edificios también eran de madera. Todo el lugar me recordó algo sacado de una película del oeste.

    —¿Qué desea desayunar esta mañana, señor? —la camarera interrumpió mis pensamientos. Ella era una mujer pequeña y gordita como de treinta años. Debajo de su delantal rosado, vestía un par de jeans y una camiseta de mangas largas. Su tarjeta de identificación decía Elaine.

    —Déme un minuto, señorita —dije y entrecerré los ojos a la tarjeta del menú en la mesa—. Quiero huevos revueltos, pan de trigo y una taza de café.

    —¿Sin bacon, señor?

    —No gracias, estoy pensando en convertirme en vegetariano —confesé.

    —Está bien, señor, ya volveré con su pedido. A propósito, mi nombre es Elaine —ella dijo y señaló la tarjeta.

    —Cierto, gracias, Elaine.

    Regresé a mis pensamientos sobre la madera. Me pregunté de nuevo exactamente de dónde provenía la madera. ¿Qué tiempo tenían las aceras y porque no se modernizaban por completo las personas de Cognito y usan cemento como las ciudades más modernas?

    Elaine regresó con una taza de café humeante sobre un plato astillado y una pequeña jarra de leche. La vajilla era gruesa y blanca con una delgada línea verde alrededor del borde de cada pieza.

    Me recordó a los platos de mi abuela.

    —Aquí está, señor – café, huevos revueltos y pan tostado.

    —Gracias, Elaine —dije y serví un poco de leche en mi café y revolví. El sonido de la cuchara contra la taza me hizo pensar en mi infancia.

    La cocina de la abuela en 1950

    —Come tu avena, Jake, es buena para ti, te hará grande y fuerte como tu abuelo —dijo ella limpiándose sus manos en su delantal.

    —No me gusta la avena, abuela. Es muy viscosa —Jake se quejó y miraba a su abuelo, lo miró a él con ojos de color chocolate oscuro entrecerrados sobre el borde de su taza de café.

    —¿Qué te gustaría comer entonces? —ella preguntó.

    —Yo quiero comer lo que el abuelo coma. Él no está comiendo avena.

    —Pero él lo hizo cuando era joven, por eso es tan grande y fuerte hoy.

    Jake miró a su abuelo de nuevo.

    —Dale al niño lo que él quiere, Edna —dijo el abuelo y guiñó el ojo a Jake.

    Ella viró los ojos y recogió el tazón de avena.

    —Muy bien, Jake, te voy a preparar unos huevos revueltos y café, pero es mejor que te comas todo —ella le advirtió.

    —Lo haré, abuela.

    Los huevos fueron bajando fácilmente. Pero, tomó mucha leche y un par de cucharadas de azúcar para que el café bajara sin atragantarse. Sin embargo, Jake limpió su plato y

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