Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La Mansión
La Mansión
La Mansión
Libro electrónico318 páginas5 horas

La Mansión

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La Mansin es una novela digna de leerse por su contenido humano. Es dedicada a miles de mujeres inmigrantes que triunfan a pesar de las vicisitudes preservando sus valores familiares, y en su trama, Beatriz una enfermera mexicana graduada en su pas, logra sus metas en Los Estados Unidos aprendiendo el idioma. Retorna a su profesin cuidando a un invlido en su Mansin, del cual se enamora apasionadamente. Su gran reto fue luchar por no tener pensamientos homofbicos al descubrir que uno de sus hijos es homosexual. Beatriz logra subyugar al lector por sus actitudes nobles y positivas, llevndolos por un bello sendero de dulzura y pasin durante toda la trama. Encuentra ese amor apasionado que tanto haba soado en los brazos de un norteamericano. Tres culturas mezcladas en la novela, Mxico, Los Estados Unidos de Amrica y Espaa, hacen que el lector la disfrute desde el principio al fi n. La Mansin les dejar un recuerdo inolvidable lleno de amor, paz, comprensin y altruismo muy difciles de olvidar, sobre todo, a las abuelas que tanto ayudan a sus nietos. Disfrtenla!
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento11 oct 2012
ISBN9781463340445
La Mansión
Autor

Alila Barreras

ALILA BARRERAS nació en el Central Macareño, provincia de Camagüey, Cuba en 1945. Estudió Laboratorio Patológico 1969. Llegó a los Estados Unidos en el famoso Éxodo del Mariel con su esposo y sus dos hijas pequeñas en 1980. Radicó por dos años en el estado de New Jersey donde estudió Cosmetología 1982. Posteriormente se trasladó con su familia a California, graduándose en computación 1995. Asistió a un programa en MT. San Antonio College llamado H.A.G.A.S.E. El cual significa ‘Hispanas Alcanzando Grandes Ambiciones Satisfacciones y Éxitos en 1996. Su pasión es escribir y ya ha publicado tres libros. El primero titulado “LO QUE UN NORTEAMERICANO NO PUEDE DECIR EN SU TIERRA” (2001) y la versión del mismo en el idioma Inglés titulado “What an American Can’t Say in His Own Land” (2007). El de poesía titulado “Dreams and Melancholies” (2008). Ahora incursiona con su primera novela romántica titulada “La Mansión” (2012). Alila vive felizmente con su familia en el estado de California y es abuela de dos lindas nietas. Es sobreviviente del cáncer.

Relacionado con La Mansión

Libros electrónicos relacionados

Romance para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La Mansión

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La Mansión - Alila Barreras

    LA MANSIÓN

    ALILA BARRERAS

    Copyright © 2012 por por Alila Barreras.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Para pedidos de copias adicionales de este libro, por favor contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE.UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    426136

    Contents

     1

     2

     3

     4

     5

     6

     7

     8

     9

    10

    11

    12

    13

    14

    15

    16

    17

    18

    19

    20

    21

    22

    23

    24

    25

    26

    27

    28

    29

    30

    Dedicatoria

    Para todos los amantes de la literatura y en especial para toda mi familia.

    Agradecimientos

    Gracias Kyiesha por ser mi fotógrafa

    No existen más que dos reglas para escribir:

    tener algo que decir y decirlo.

    ~Oscar Wilde.

    Escribir es un oficio que se aprende escribiendo.

    ~Simone de Beauvoir.

     1

    La mañana era fresca, y Beatriz estaba buscando la dirección que tenía anotada en su libreta. Mientras manejaba en voz alta se preguntaba —¿Será aquí? —No, no. —Este no es el número y repetía — mil ochocientos cincuenta y cinco, cincuenta y siete, —¡Esto sí que es grande! Exclamaba la linda mujer sentada al volante del bello y nuevo carro.

    —Ya he gastado más de medio tanque de gasolina buscando ésta dirección dando vueltas y más vueltas y no doy con ella. —¿Será que tengo que desviarme del sendero? —¡Claro! —Si seré tonta, es por este lado y tengo que hacer izquierda, —monologando todo el tiempo.

    —¡Dios mío ayúdame! —Con años de conducir y todavía me cuesta encontrar las direcciones, y después decimos que somos mejores que los hombres… y cuando tenemos una dificultad, enseguida pensamos en ellos. —¡Ay qué alivio!

    —Creo que ya la encontré… pero tan misterioso es el camino, como la casa. —¡Qué solitario está todo esto! —Precioso e impresionante de tanta majestuosidad y belleza, pero me da un poquito de miedo, parece un paisaje de misterio.

    Este era un camino desviado del sendero principal y a sus lados, frondosos árboles tejían numerosas sombras en el suelo al filtrarse los rayos del sol. Pavimentado el sendero en diferentes tonos de lajas, imponente en su diseño, lucía ¡Maravilloso! Parecía haber salido de las páginas de un bello libro de cuentos. La casa se perfilaba a lo lejos como celestial paisaje, retando la mano divina de un gran pintor o de Dios. Inmediatamente la joven en su imaginación la bautizó con el nombre de la casona gris, aunque en realidad era una preciosa mansión.

    Esta era de color gris e imponente, tanto por su arquitectura, como por el lugar escogido para su construcción. En ella se mezclaba el misterio y la belleza, sobrecogiéndola anímicamente un tanto. Tuvo que tomar decisiones rápidas porque al final del camino éste se bifurcaba en dos direcciones. Una hacia la entrada principal de la casa, y la otra hacia el lateral, perdiéndose entre los arbustos y plantas. Instintivamente optó por la entrada principal demostrando el carácter independiente que poseía, ya que no le gustaban los subterfugios, sino ir directamente a donde se proponía. Entró a velocidad moderada observando donde debía aparcarse. Se dirigió hacia unos rosales y aparcó sin grandes dificultades. Se sentía temerosa de lo desconocido que le esperaba detrás de esa enorme puerta de la imponente mansión. Con pasos seguros y llenos de gracia se dirigió hacia la entrada.

    Llevaba puesto un lindo juego de falda y chaqueta color gris claro confeccionado por ella y nadie hubiese puesto en duda si era de marca reconocida o no, tal era la elegancia del conjunto. La blusa era estampada con arabescos rojos y grises de fina seda. Calzaba altos tacones del mismo color del conjunto y con bolso en mano parecía más una gran modelo de revistas famosas, que una simple buscadora de empleo.

    Tenía la sensación de que la observaban, fue un fugaz presentimiento; llegó al portal de la entrada principal y desde allí divisaba un paisaje encantador, impregnado de un delicioso olor a flores de primavera. Era un hermoso jardín. La bella mujer oprimió el timbre y girando sobre sus altísimos tacones momentáneamente se puso de frente al majestuoso panorama.

    En esa forma podía apreciar ampliamente lo que Dios con su inmenso poder había creado al pintar esa mañana con su sabio pincel… paisajes tan encantadores resaltando el verde oscuro de los árboles y las sombras casi negras que se proyectaban por doquier.

    Tan absorta estaba contemplando el jardín, que no sintió que abrían la puerta; el mayordomo le llamó la atención y ella soltó una exclamación de susto acompañado de un instintivo pequeño movimiento hacia atrás. —Disculpe señorita —¿Qué desea? —Perdón señor, me asusté. El mayordomo hizo una mueca más que una sonrisa, y si la joven no hubiese estado tan nerviosa hubiera visto la chispita de cordialidad que brilló en los ojos del hombre.

    Él le volvió a repetir la pregunta y ella con elegancia sacó su tarjeta de presentación y se la entregó al momento de explicarle que venía por el anuncio y que tenía cita. Él le pidió que lo siguiera y ella le seguía pensando… —solamente le hacen falta los guantes para ser el clásico mayordomo. Mientras lo seguía, estaba admirando de pasada los bellos y costosos cuadros que engalanaban el hermoso corredor; mesas de la época de Luis XV, jarrones colocados en el sitio adecuado. Le gustó inmediatamente la forma en que lo habían decorado a pesar que nunca había estado en una mansión como esa. Sintió la sensación agradable de poder admirar y sentir a la vez esa tranquilidad espiritual y eso se lo proporcionaba los buenos cuadros, las obras de artes que no son muy comunes de apreciar en cualquier casa, pero los había visto en los museos de arte.

    Se detuvieron frente a una puerta de color caoba, con un brillo casi exagerado… ¡Cómo si diariamente la pulieran! La puerta tenía una cerradura que parecía una joya de orfebrería. Se abrió la imponente puerta y el mayordomo se situó a un lado dejándola pasar. Todo era de un gusto exquisito, no tan antiguo como el del corredor. Los cortinajes pesados de color claro, eran de encajes de hilo y adornaban todo lo ancho de los enormes ventanales dejando pasar la claridad que provenía del exterior. Un juego antiguo de sillones, un piano, más allá se divisaba una gran mesa de jugar billar con su paño verde resaltante.

    Se respiraba un ambiente familiar en el recinto. Una pequeña mesita y dos hombres sentados en sus elegantes sillas jugaban una partida de ajedrez y no notaron la presencia de la joven tal era la concentración en el juego. La voz que sobresalió invitándola a pasar provenía de una señora de más de cincuenta años de edad, de una dulzura desmedida para esos tiempos, casi infeliz se podía presumir.

    Estaba elegantemente vestida y con una amplia sonrisa en su bien dibujado rostro se le acercó a la joven. —Siéntese— señalándole la señora uno de los sillones que formaban el conjunto de una salita en medio del salón.

    Los señores que jugaban ajedrez solamente levantaron la vista del tablero y la miraron sin concederle importancia. Todo evidenciaba la riqueza que poseían. De una simple mirada pudo apreciar que el juego de ajedrez sus fichas eran de marfil y oro.

    El reloj medía cerca de seis pies de altura, fabricado de madera oscura y sus números y péndulo eran de oro. Debía pertenecer a la época de Luis XV. Todo lo había mirado mientras la señora se tomaba el trabajo de cuchichear con el mayordomo para atenderla a ella. En ese momento la señora le dijo, —No se sorprenda… pero desde que pusimos el anuncio en los periódicos, hemos recibido más de ocho personas que no han llenado los requisitos. —¿Me puede decir su nombre por favor? —Si señora, me llamo Beatriz Zamora, pero todos me dicen Bea. —¿Qué edad tiene? —Treinta y dos años. —Parece usted de veinte años de edad, luce muy jovencita y me parece que es demasiado joven para la tarea que se le piensa encomendar si la aceptamos.

    —¿Dónde estudió? —En mi país de origen, pero estudié aquí también y acto seguido le entregaba los documentos requeridos en el anuncio a la dulce señora. Esta los observaba y de repente le preguntó —¿Dónde aprendió el excelente Inglés que habla? —Lo estudié en New York, venía y salía del país con visa de estudiante y me he adaptado a las costumbres del país sin olvidar las mías quedándome indocumentada hasta que gracias a Dios después de algunos años obtuve la ciudadanía. La señora se detuvo en el título de enfermera de su país. —Por favor trajo sus referencias… Bea tragó saliva y sintió que se ponía nerviosa —déjeme explicarle… trabajé cómo enfermera en mi país de origen México, pero no he ejercido aquí porque mientras estudiaba, tenía que trabajar por las noches y como verá el título de aquí no lo he acabado de recibir. —Por favor— insistía la señora —¿En qué ha trabajado aquí si no lo ha hecho cómo enfermera? —He trabajado en fábricas mientras sacaba el título, pero simultáneamente he estudiado decoración pensando un día poner mi propio negocio, pero tuve problemas familiares y todo se me ha dificultado.

    —Leí el anuncio y aquí estoy solicitándolo porque me interesa seguir en mi profesión de enfermera y creo que este empleo es una buena oportunidad. Estoy totalmente capacitada para hacerlo aunque no tenga la experiencia en este país. —No lo dudo— le dijo la fina señora —pero me temo que no va a poder quedarse… al oír Beatriz tales palabras pensó —¡Qué mala suerte! Disimulando su preocupación.

    La señora sacándola de sus negativos pensamientos le dijo: —hija, no soy yo la que dice la última palabra en este asunto de escoger a la persona indicada, pero sin las referencias que piden aquí y con la tarea que se le encomendará a la persona elegida me temo que no la aceptarán. —Perdone que la interrumpa señora, le dijo Bea. —Usted no me ha dado la oportunidad de preguntarle absolutamente nada con respecto al paciente. —Cuando me decidí a solicitar el empleo fue porque lo necesito y estoy capacitada para ejercerlo aunque no tenga las referencias que piden. —Tampoco usted me ha dicho que es lo que aqueja al paciente, ni cuáles son sus problemas o limitaciones.

    —Mire señorita, le voy a informar sin entrar en detalles. —No estoy segura si la aceptarán o no, pero si la contratan es para cuidar a mi sobrinito. Hace años lo tumbó un caballo y desde entonces no ha vuelto a caminar; se ha puesto muy difícil de carácter, por eso necesitamos que la persona sea enfermera y tenga la suficiente psicología para cuidarlo, tanto física como emocionalmente. Nadie dura en este puesto y las personas que lo han cuidado anteriormente, todas han sido despedidas por él mismo.

    Es por eso que ahora pedimos que sea una enfermera graduada, eso nos garantiza que posee la suficiente práctica para poderlo ayudar. Proseguía la señora… —él está muy acomplejado aunque no lo admite, por eso me parece que al verla a usted no acepte sus servicios; es hijo único, el consentido de la familia y nadie le lleva la contraria a pesar que es muy inteligente, pero desde el accidente todo ha sido muy distinto.

    Bea pensaba que hacían muy mal con no regañarlo y hacerle comprender que el estar enfermo no le da el derecho de abusar de los demás. ¡Cómo pueden los familiares consentirles malacrianzas que en vez de mejorarlos, los destruyen! —Ahora usted conoce la situación. Aquí encontrará, si se queda… una buena biblioteca, desde los clásicos hasta los modernos, verdaderas obras literarias, si le gusta leer. —¡Me encanta!

    —Casi todo es antiguo en este hogar, excepto las habitaciones de mi sobrinito que son modernas; desde el baño hasta el bar todo es el último grito de la moda. Bea la interrumpió —perdone usted, pero ¿Cómo le permiten tener un bar si es un niño?

    —¿Quién le dijo que es un niño? —Tiene treinta y ocho años de edad. Claro que se ha confundido porque yo lo llamo mi sobrinito, es que para mí siempre será el niño de la casa… no he tenido hijos y él es el único en la familia, ustedes dos son casi de la misma edad, aunque le repito, que usted aparenta veinte años de edad, pero cuando él sonríe parece un niño.

    Beatriz sintió que tenía encendidas sus hermosas mejillas con un rubor que no podía explicarse; primero pensó que había cometido el error de asumir sin preguntar, y si conseguía el empleo, pensó que era para cuidar a una anciana, después creyó que era a un niño, y ahora para colmo, un hombre joven acomplejado, y por si fuera poco, majadero.

    Bea no sabía si hablaba con su madre adoptiva o con algún familiar, la señora no se había presentado, se sintió inquieta sin saber por qué. La señora tal parece que le estuviera leyendo el pensamiento, porque en ese momento le dijo: —No me he presentado, mi nombre es Susy Beker, esta es la familia Smith. Un rictus de amargura se reflejó en las facciones de la señora. —Soy la hermana del padre de mi sobrino, sus padres están de viaje, mi hermano es muy bueno y mi cuñada también, sólo que en algunas ocasiones ella es un poco dura, es muy elegante y distinguida.

    —En los últimos tiempos, mi cuñada ha envejecido con el problema de su hijo, por eso hay que perdonarle sus brusquedades. —Bea, ¿Puedo llamarla así? —Siento que la conozco de toda la vida y creo que estoy hablando demás. —Por favor acompáñeme, voy a presentarle a su paciente, sólo de él depende que usted se quede con el empleo. —Discúlpelo si le dice alguna grosería cuando la vea ya usted sabe como son estas cosas; hoy ha despedido a dos enfermeros, le digo algo… particularmente quisiera que usted se quedara, me ha caído muy bien. —Gracias le respondió Beatriz.

     2

    Salieron de la habitación por una puerta lateral que daba a otro pasillo, éste era muy parecido al anterior pero adornado con plantas naturales y en las paredes valiosísimos cuadros modernos. Se detuvieron frente a una puerta de madera fina, tallada con pequeños símbolos y figuritas. Desde que Bea supo que su posible paciente era un hombre joven como ella, se sentía inquieta sin poderlo remediar, aunque nadie al verla podía imaginarse su estado de ánimo, aparentaba una seguridad que en esos momentos estaba muy lejos de sentir.

    Susy había dado dos pequeños y suaves toques a la puerta. Bea sintió como si se los hubiesen dado en su corazón. Sentía que la sangre le bullía por todo el cuerpo, se sintió paralizada cuando oyó la firme y bien timbrada voz decir —adelante— Susy abrió la puerta y las dos mujeres se perfilaron en el umbral avanzando lentamente. Una corriente eléctrica pasó por la habitación, los músculos del hermosísimo inválido se contrajeron dentro de todo su cuerpo y un rubor intenso le subió a su rostro de facciones casi perfectas como si lo hubiera esculpido el mejor escultor del mundo. Instintivamente, transformándose en fiera loca y como saludo lanzó un grito —¡Afuera!

    Fue un grito tan iracundo como si se rompiera el pentagrama por un tono agudo en la escala musical. La pobrecita tía retrocedió asustada del grito de su sobrino, en cambio, Bea reaccionó de forma diferente, estaba rabiosa, no esperaba en ningún momento salida tan grosera e indignante, se sintió a punto de llorar, pero reaccionando rápidamente, avanzó hasta donde se encontraba el inválido, aunque más parecía un gladiador romano dispuesto a presentar batalla y mirándolo fijamente a medida que avanzaba levantó su delicada mano y la dejó caer con fuerza en el rostro varonil, haciéndole daño en sus sensuales labios con la sortija que llevaba puesta. Todo fue tan extraordinariamente rápido, que los tres se quedaron aturdidos, la primera en reaccionar fue Beatriz que mirándolo retadoramente le dijo.

    —¡Usted es un insolente! ¡Un mal educado! —Ni a usted ni a nadie le pido limosnas… lo que busco es un trabajo decente para sustentarme, no que usted me insulte por que le dé la gana… —¡Malcriado! Recalcándole con toda la rabia y dolor que sentía en esos momentos, estaba ciega de la ira, y el inválido asombrado tuvo que reconocer que mientras más furiosa, más linda era. Beatriz giró en sus altísimos tacones y dirigiéndose a la asustada tía le dijo: —¡Vámonos por favor!

    Una atmósfera electrizante los envolvía, lo menos que se imaginaba acababa de ocurrir. En esos momentos se oyó la voz profunda, sensual y dulce a la vez de un Clark distinto, más humano llamándolas. Bea se le acercó suavemente, con pasos firmes y elegantes, con una amplia sonrisa iluminándole sus bellos ojos, solo sus labios se abrieron para susurrarle al inválido. —¡Discúlpeme! No pensé hacerlo… pero usted me sacó de quicio con su brutal comportamiento, si no me acepta como su enfermera o acompañante, por lo menos respéteme, no considero que usted sea un loco, solamente un inválido, y eso no le da el derecho de insultar a los que le rodean.

    Lo dijo con tal vehemencia que Clark tuvo que admirarla una vez más, por lo valiente y decidida, aunque rápidamente él pensaba desquitarse la bofetada que ella le había dado. Clark la miraba de soslayo, pensando —a esta linda muñeca la voy a poner a mis pies, es como a mí me gusta… —pensándolo bien, el jueguito me será muy divertido y excitante, si, muy excitante y con cara de caballero muy galante y educado, con una amabilidad sin límites le extendió su mano a Bea disculpándose de su anterior actitud, —¡Discúlpeme se lo ruego! —Por favor, entrégueme sus documentos, yo mismo los revisaré esta noche, mañana le avisarán por teléfono, volvió a extenderle su mano fuerte y vigorosa, despidiéndola cortésmente, cuando tenía la manita de ella entre la de él se la apretó suavemente, tan acariciadoramente que hizo que ella se estremeciera de pies a cabeza, diciéndole: —¿Trabaja usted con eso altísimos tacones?

    Bea sintió el deseo de darle con los tacones en la cabeza, pero sonriendo le dijo. —Algunas veces. La tía presenciaba la escena con asombro y preocupación. —No se preocupe señora, le dijo Beatriz al salir de la habitación. —Recuerde que soy enfermera y su sobrino estaba preso de una fuerte crisis emocional, solo así reaccionaría, aunque no me acepte, tenía que hacerlo. —¿Vio cómo se calmó? —¡Le hacía falta la bofetada!

    Con la mejor de las sonrisas se despidió de la confundida mujer, que en definitiva no había entendido absolutamente nada de lo que ella le explicó.

    Bea salió al jardín acompañada del mayordomo, respiró a sus anchas, sentía que no podía más, que si no se sentaba, pronto se desplomaría en medio del jardín. Con manos temblorosas sacó sus llaves de su elegante bolso, respiraba con fuerzas, como si el aire fuera poco en sus pulmones. Puso en marcha su carro dejando detrás de sí la enorme mansión gris. Salió al sendero que la conduciría a la salida, sentía los latidos de su corazón en el pulso, en su estómago y en todo su cuerpo lastimándola. Si la señora Beker supiera, que en ella no reaccionó la enfermera, sino la mujer, ni la dejaban entrar a esa casa. Bea no vio a un impedido físico, vio al hermosísimo hombre que la humillaba antes de conocerla, arrojándola de allí como si fuera una inmundicia. A medida que avanzaba en su carro, pensaba —¡Majadero!

    Todo su orgullo de mujer quedó a flor de piel, todo se rebeló dentro de ella. Pensaba que le había roto el labio ligeramente cuando le propinó la terrible bofetada, en esos momentos se sentía muy triste y deprimida, no pensaba decir absolutamente nada de lo que había sucedido ni siquiera a su mamá, eso lo callaría para siempre, la llamaran o no.

    Había cometido un sin número de infracciones a medida que se acercaba a su hogar. Era a mediados de mañana. —¿Dónde están todos? Gritaba Bea a medida que salía al pasillo y dirigiéndose al baño, sintió la ducha.

    —¡Mami! —¡Me, estoy bañando, salgo enseguida!

    —¿Dónde están los niños? —Se los llevó tu hermano a dar un paseo… —está bien, le dijo Bea —báñate tranquila. Se dirigió a la cocina a servirse un jugo, de paso abrió el gabinete sacando dos calmantes, sentía que la cabeza le estallaba.

    Sintió la puerta abrirse y el escándalo era fenomenal, los niños venían peleándose entre sí por un helado, el tío molesto gritaba que no los sacaba más a pasear, ella al verlos salió a su encuentro y los abrazó a los dos al mismo tiempo, con infinita ternura, eran un par de mellizos bastantes parecidos entre sí, preciosos niños a los que todos adoraban en la casa y se sentían orgullosos de ellos.

    Vivían en un apartamento de cuatro cuartos. La madre de Bea era una mujer muy fuerte y enérgica, no se amedrentaba con nada, para todo tenía una solución; había quedado viuda y todos vivían juntos a raíz de la separación de su hija, ya que nunca se consumó el divorcio.

    Bea no había sido feliz en su matrimonio, al primer año nacieron los mellizos, fue una vida llena de rutinas, un esposo que decía quererla, ¡Quizás fuera así! Pero nunca la besaba y acariciaba como a ella le hubiera gustado.

    Aunque vivía siempre enamorada del amor, se arreglaba con esmero y jamás su esposo le dijo si estaba bonita o fea, si el vestido le quedaba bien o mal, nunca lo supo. Con una indiferencia que la hería en lo más profundo de sus sentimientos. Sentía la necesidad que la deseara como mujer, no que la quisiera como a una hermana o una madre. Ese vacío y esa soledad le laceraban el alma, los dos pensaban diferente a cerca del amor. Fueron años de soledad conyugal, frialdades que siempre fueron interrumpidas por ella, ¡Siempre ella! Todo se fue acabando, llegó el día que cada cual hacía lo que quería, a ninguno de los dos le preocupó que se acabaran los deseos sexuales entre ambos.

    Se aguantaban mutuamente por los convencionalismos, sin un beso que los volviera a unir y lógicamente se agotó el manantial que mantenía viva las flores del amor. Decidieron separarse; él se fue a un país extranjero, un día le comunicaron que había muerto en un accidente automovilístico, lo lloró como se llora a un buen amigo, lloró al padre de sus hijos, lloró al hombre que no supo darle lo que sus exigencias de mujer enamorada reclamaba. Sintió un enorme vacío en su corazón, como si le mutilaran algo por dentro, aunque habían llegado a la separación, siempre alimentó la esperanza de que él vendría un día a pedirle que comenzaran una nueva vida, no había querido a más ningún hombre que a él.

    Recordaba su vida tan desafortunada, supeditada a un hogar en que no había eso que ella quería, ¡Amor! Amor de mujer. Sólo tenían distancias y más distancias entre los dos, lo sabían, pero ninguno hizo el esfuerzo de romper el hielo, lo ocultaban deliberadamente ante los demás, estaban marchitos espiritualmente… y todo había terminado.

    Bea deseaba una vida diferente, llena de ilusiones, deseos y esperanzas, sentirse amada profundamente, esperarlo bonita, perfumada, con deseos ardientes de vivir, que se percatara de esas sutilezas, Bea pensaba. —Dios nos regaló el don de la palabra —¿Por qué no usarla? —¿Por qué no exteriorizar nuestros pensamientos? —Decirle al ser amado una y mil veces que lo quieres, que lo deseas, eso no es ridículo, ¡Es maravilloso decirlo u oírlo! Sencillamente parecía novelesco pero en la vida real se necesitan todas esas frases para seguir viviendo, para salir adelante en todo.

    Tristemente Bea en su matrimonio había sufrido con creces. Sacudió su hermosa cabellera, no quería seguir pensando en el pasado, los recuerdos le atormentaban, era preferible olvidarlos; no podía sustraerse a esos pensamientos porque fueron años viviendo entre sombras, decididamente era una mujer que deseaba amar y ser amada con la fuerza que llevaba dentro.

    —¡Dios mío! ¿Por qué no se puede amar así cómo lo siento dentro de mí? ¿Es que en las novelas solo pueden ocurrir estas cosas? —¿Importan los años? ¿Los hijos? Apartó sus amargos pensamientos que siempre le atormentaban, era una romántica empedernida, a su pesar sonrió.

    Sus hijos se pasaban el día haciendo travesura, había quien iluminara esta casa, murmuraba Bea en voz baja, y oyendo el juego de su hermano con sus hijos la enternecía. El los adoraba y eso conmovía a Bea hasta el fondo de su alma, siempre sentía un eterno agradecimiento hacia su querido hermano; él hacía las veces de padre.

    La madre de Bea salió del baño exclamando —¡Huy! — Que baño tan rico me he dado, me ha quitado cien años de arriba, Bea al oírla expresarse de esa forma soltó la carcajada.

    —Ay, mamá, si no tienes cien —¿Cómo te los vas a quitar? Las dos rieron al unísono. La madre de Bea se sentó en el sofá y extendiendo los pies hacia adelante, dejándolos

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1