ELLE GOURMET

Tomás Alía

AVIDAD. Me remite al pensamiento con las manos. Castilla, Lagartera y la casa de mi madre revolotean en mi imaginario... Recuerdos de mi infancia con Gredos como telón de fondo. ¡Gredos siempre nos guarda! Profunda diáspora Lagarterana la que rodeó mi conocimiento estético. En la mesa, sobre el fieltro color pajizo tejido en telar a mano, destacan los picados rojos a tijera que hablan de nuestra de Pedro de la Cal, siempre muy cerca; llegan los platos de Talavera y se mezclan chaparros y adormideras, unos cuencos de pinos puenteños llenan la mesa de verde y azul. Llegan flores y ramas que encuentro en el campo y la mesa se eleva con la luz de las velas y los candeleros de cobre, que he descolgado de la espetera. Todo transcurre en el portal, la estancia de casa por la que cinco generaciones han pasado, llena de vivencias, repleta en sus paredes de lozas ordenadas en formas concéntricas –Talavera, Puente, Manises y Valencia–, que componen una amalgama increíble de formas y colores, en contraste con un suelo rojo de barro encerado y el artesonado de vigas oscuras. Sobre las puertas castellanas cuelgan unos linos bordados que llaman paños de manos. Todo informa sobre la manera casi museística de entender la vida, un sentido religioso de valorar y apreciar lo nuestro. Aquí aprendí a componer el espacio y las formas, también a valorar los silencios del vacío, a pasar de mucho a poco constantemente. Pero, sobre todo, a amar la textura. Llega el alimento y Castilla rezuma por los cuatro costados, pero también la proximidad a Extremadura: Cordero asado en horno de leña y romero, caldos de ave y jamón, verde para poder sobrellevarlo, un aperitivo de uvas y queso de Herreruela, un verdadero manjar. Tampoco mucho más. De postre, los sabores vuelven a nuestro origen, de la torta de meloja de calabaza y miel (suena lo sefardí) a las floretas y las mangas, sabores de siempre que hablan de celebración en casa. Como las identidades suelen ser de ida y vuelta, encuentro en mi casa de Tánger este abrazo increíble. Es mi refugio, paraíso de lo simple. Comparto estas fiestas con los dos destinos y su manera de celebrar. Llega a la mesa primero el dulce, después el salado, en los repletos de almohadones y mesas de taracea de hueso llenas de enormes bandejas de metal con dulces en forma de pirámide. Aparece Hussein, el hombre de eterna y perfecta sonrisa que me cuida y me hace la vida feliz. Él cocina como pocos la pastela de pescado y los rodeados de menta, su sopa es especial. Amo la manera lenta y bella de entender la vida en Marruecos y su hedonismo y sensualidad en toda la ceremonia de recibir. ¡Tan cerca y tan lejos!

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