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Proyecto Tierra Prometida: La Guerra Solar, #2
Proyecto Tierra Prometida: La Guerra Solar, #2
Proyecto Tierra Prometida: La Guerra Solar, #2
Libro electrónico516 páginas7 horas

Proyecto Tierra Prometida: La Guerra Solar, #2

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La segunda parte de La Guerra Solar llega cargada de más emociones y adrenalina. Ahora que el conflicto bélico parece encontrarse en un estado de tregua, el Maestro de Saint Martin y sus aliados son conscientes que el gran perdedor del desastre nuclear ha sido la Tierra. Para restaurar al planeta deciden realizar diversos viajes a través del tiempo, en un intento por cambiar las circunstancias en la historia.

¿Lograrán devolverle a la Tierra su antigua naturaleza? Este segundo libro de la trilogía La Guerra Solar, dejará a la vista cómo los impulsos de la fe y la voluntad puede transformar la realidad, a la vez que reflexiona a si el ser humano merece tener una segunda oportunidad sobre la tierra y si es lo suficientemente importante como para preocuparnos por su extinción. Una novela fascinante que cambiará tu perspectiva de entender el tiempo y el mundo.

En febrero del año 2021, esta novela fue seleccionada como ganadora dentro de los Premios Tinta Dorada: una iniciativa liderada por distintos escritores y lectores de la plataforma Wattpad a través del perfil fake_melancholia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2023
ISBN9798223060871
Proyecto Tierra Prometida: La Guerra Solar, #2

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    Vista previa del libro

    Proyecto Tierra Prometida - Carlos Jiménez Duarte

    Epígrafe

    El problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón.

    ALBERT EINSTEIN

    Capítulo 1

    La Orden de los Basiliscos

    Noche tras noche, soñaba con el mismo rostro. Toda su infancia, en la oscuridad de su habitación, había vislumbrado a través de sus sueños a esa misma persona. No era fácil liberarse de la idea de ser un asesino. Pero el ritual de iniciación en la Orden de los Basiliscos así lo exigía.

    La daga se hundió de manera suave en el cuerpo de la víctima. El niño escuchó un gemido brusco, como si fuese el lamento de un gato y luego observó cómo un rio de sangre emanaba de la toga que portaba aquel cuerpo que representaba el sacrificio. La infantil silueta negra se derrumbó entonces en el suelo. 

    ―Ven, cariño―dijo un hombre tras de sí―, lo has hecho muy bien. Ahora entrégame la daga.

    El niño se giró y le entregó el arma blanca a su maestro. También ese hombre iba vestido como él, con una elegante y pesada toga, mientras en su rostro portaba una máscara escamosa que aludía a una furiosa serpiente. La figura alta de dicho hombre se le presentaba imponente y seria.

    Hacía unos minutos, aquel niño de cinco años, había recibido su máscara de reptil. La amplia sala en la que se hallaba, se encontraba poblada por un poco más de setenta personas. Los miembros de menor estatura se encontraban formando el primer círculo en medio del cual se encontraba él.

    ―Es necesario hacerlo―preguntó―. Es un niño igual que yo.

    ―Debes hacerlo, es tu destino ser un basilisco―contestó el maestro que dirigía aquella ceremonia―. Un pequeño sacrificio para bien del destino de todos los hombres.

    Los dos niños se estuvieron mirando durante un largo periodo de minutos. Frente a frente, el nuevo miembro de la orden estuvo contemplando los rasgos dulces de aquel rostro infantil, que a partir de esa misma noche lo atormentaría durante largos años. 

    Sus ojos brillaban igual que el color dorado de su cabello, mientras que sus labios insinuaban una gran ternura, lo mismo que sus mejillas rosadas y su frente blanca. Entonces, el hombre que apoyaba los brazos sobre los hombros de ese niño, desplegó la capucha de la toga para ocultar su rostro.

    ―William―dijo el maestro de ceremonia―. Es hora de que lo hagas. Da media vuelta para tener el honor de recibir la Daga del Basilisco.

    El niño obedeció a la petición y en sus manos recibió la preciada arma blanca. La estuvo contemplando durante un minuto, reconociendo el hermoso diseño de la empuñadura, tal como lo exigía el ritual que días atrás había sido estudiado. En silencio contuvo la respiración antes de actuar.

    La daga te suministrará la energía que necesitas―le había advertido el maestro durante la preparación―. Luego te voltearás y sin dudarlo atacarás. Y en efecto, tras girarse, descargó la hoja afilada en el vientre de aquel cuerpo. Su ser fue estremecido por un relámpago invisible.

    Durante los días del ensayo le habían permitido apuñalar a un muñeco, pero ahora la prueba era real y la sangre emanando de aquel cuerpo certificaba para él un asesinato. Ver aquel cuerpo desangrándose lo obligó a respirar con una ansiedad tremenda y horrible.

    ―¿Ahora soy un basilisco?―preguntó William.

    ―Así es, querido, así es.

    El precio pagado por ser un basilisco lo agobiaría durante más de dos décadas. Noche tras noche, volvía a confrontarse con la vista de aquel rostro infantil, tierno e inocente. La disputa acababa cuando alguno de los dos bajaba su mirada al suelo. Casi siempre era William quien ganaba. 

    Con el paso de los años, esa infinita confrontación visual le otorgó a su mirada un poder fuerte y penetrante, derivado de un odio profundo cuya energía le recordaba la sensación de alquimia que le había proporcionado la daga antes de clavarla en el cuerpo. Un odio que encendía un fuego infinito en su espíritu, como si se tratara de la misma potencia proyectada por un sol.

    Una noche, cuando logró dominar la intensidad de ese fuego, sintió que su vista fue capaz de carbonizar a ese rostro que lo miraba desde sus sueños. Ser un basilisco―le había susurrado su maestro durante el ritual de iniciación―, te concederá el don de eliminar a quien gustes con el poder de tu mirada. Muchos años después, aquel niño sería conocido con el nombre de Maestro de Saint Denmark.

    Capítulo 2

    Kira

    ―D e acuerdo―dijo Monique― , entonces Alemania se retira.

    ―Nos vemos en casa―agregó Marshall―, ¡buena suerte a los demás!

    ―Estás muy optimista―intervino Troy, mientras presionaba el auricular de transmisión dual contra su oído―. ¿Y si no logramos apagarla?

    ―La Maestra Ana Aguirre dijo que sería como una partida de ajedrez―contestó Marshall―. Aunque bueno... también podríamos perder...

    La frase también podríamos perder quedó gravitando en medio de la conversación, mientras en la tablet que tenía Monique entre sus manos una barra de progreso de color azul se llenaba por completo. La pantalla se apagó en ese momento y la oscuridad volvió a instaurarse en esa pequeña habitación.

    Marshall, con su fusil de asalto tras su espalda y sentado sobre sus talones, retiró el cable que conectaba a la tablet con el servidor que acababa de fundirse para siempre. Las pequeñas luces de color verde del servidor habían parpadeado frenéticamente, como si aquel aparato se estuviese retorciendo de dolor antes de su inevitable muerte.

    ―Así es Marshall―dijo Troy, cortando el silencio―, la probabilidad de perder aún está viva.

    Hubo un momento de suspenso que les recordó a todos que la misión que estaban protagonizando no era un simple juego. La alegre emoción con la que Monique y Marshall se retiraban de la acción, estaba motivada por la sensación de estar libres de toda responsabilidad. Para los demás en cambio, ese abandono representaba la ausencia de dos fichas menos en el tablero de batalla.

    Y ese abandono aumentaba la tensión de la tarea que los llevó a dividirse en cuatro grupos. Cada grupo se hallaba ubicado de manera respectiva en un país del planeta, mientras la Maestra Ana Aguirre se hacía cargo de liderar la misión. El objetivo: derrocar de una vez y para siempre a Kira, la famosa Inteligencia Artificial que asesoraba en todas sus decisiones al terrorista más famoso del mundo.

    Ahora que Alemania se retiraba del ataque, había que esperar al menos diez minutos antes del siguiente paso. Mientras tanto, en Sudáfrica, Trinity y Troy se encontraban, en una oficina dotada con diversos ordenadores y pantallas. Los dedos de Troy estaban tamborileando, sin generar mucho ruido, sobre la mesa.

    ―Tranquilo, mi amor―le dijo Trinity―. Todo va a salir bien.

    ―No es fácil conservar la calma―dijo Troy―cuando observas que hay seis cadáveres en esta sala.

    ―Ni mucho menos cuando vas uniformado igual que el bando enemigo.

    La mujer se levantó de la silla para quitarse el overol de presidario naranja. Su novio decidió realizar lo mismo, mientras contemplaba cómo a unos veinte metros, junto a la puerta de acceso de aquella oficina, descansaban los cuerpos sin vida de los aractivodios. En medio de los cadáveres, aún uniformados de naranja y con sus máscaras de oxígeno, se había esparcido un enorme charco de sangre.

    La ansiedad que vivía Troy en ese instante estaba influenciada en gran medida por el pequeño infarto que experimentó cuando quince minutos atrás los aractivodios decidieron disparar contra el pecho de Trinity. El joven británico, la vio derrumbarse en el suelo, mientras una energía mágica y poderosa que acudió a auxiliarlo, le permitió mantener su mente enfocada.

    Gracias a dicho autocontrol pudo responder al ataque de manera rápida e inteligente. Solo tuvo que escudarse un momento contra la esquina del corredor, antes de volver a la acción y derrotar al único enemigo que se había salvado de la descarga inicial de disparos efectuada por su fusil RN – 15.

    Fue entonces cuando se acercó a prestar su auxilio a Trinity.

    ―¿Estás bien?―preguntó―. ¿Te han impactado?

    ―Sí, creo que el chaleco contuvo la bala―respondió ella―. Es increíble cómo la velocidad de una bala te puede tumbar al suelo.

    ―Sí, veo que estás bien...

    Tras ayudarla a levantarse, ambos continuaron caminando con cautela hasta el final del corredor. Entonces, Trinity presionó su dedo índice sobre uno de los botones del auricular de transmisión dual que tenía ajustado en su oreja izquierda. Al presionar dicho botón, el canal de comunicación quedó abierto y disponible para enviar un mensaje a las demás personas que participaban en aquella misión.

    ―Ya estamos frente a la puerta de acceso a la sección G3―dijo―. Luna, es tu turno.

    Luna, la única soldado profesional de la Brigada Púrpura, se encontraba en ese instante en el país de la India. A diferencia de las demás parejas, la francotiradora y experta en explosivos, no contaba con el respaldo de otra persona, sino que decidió actuar bajo la compañía de una Arakna-306. Aquel equipo militar se había hecho cargo de acabar con la vida de los 53 hombres que custodiaban aquel bunker.

    Aquella invención bélica, cuyo tamaño era bastante similar al de un gato adulto, podía ser monitoreada de manera remota. Pero Luna, confiando en la efectividad de dicha tecnología, dejó con total tranquilidad que aquella maquina asumiera el cargo de defender su vida, mientras abatía a los distintos miembros del bando enemigo.

    Pese a ello, la joven militar iba protegida con un chaleco antibalas y llevaba un fusil de asalto terciado sobre su pecho. Tras recorrer todo el bunker y despejar la zona, Luna se dirigió a la amplia zona de cocina de aquella base para disfrutar con total calma de un café.

    Desde entonces pasó a modo de espera y solo por diversión se entretuvo hablando con la inteligencia artificial de la Arakna-306. Los ocho lentes de color rojo, que representaban la visión de aquel sofisticado equipo, la miraban con cierta ternura cada vez que respondía a sus preguntas. Justo en medio de dichos ojos, se encontraba el agujero que descargaba la munición almacenada en el estómago de su cuerpo.

    ―Ahora solo queda esperar―dijo en voz alta―los otros movimientos en el tablero de ajedrez.

    ―¿Desea que envíe―preguntó la voz robótica de la Arakna-306―una notificación sobre la situación a la Maestra Ana Aguirre?

    ―No es necesario―respondió la joven militar―, ella ya está enterada.

    Al otro lado del mundo, en Colombia, Ana Aguirre, la experta en sistemas y directora de la compañía White Shadows, se mantenía en línea con todos los participantes de aquella operación. Era ella quien había coordinado previamente el plan de acción para derrocar a Kira.

    ―Aunque más que derrocar o destruir―había anunciado Ana Aguirre a los elegidos miembros del ataque―, lo que me interesa es mutar la naturaleza de Kira y lograr que trabaje a nuestro favor.

    ―Quedará en la palma de nuestra mano―afirmó Troy de inmediato.

    ―Así es. No sabemos cuáles son los alcances de ese hombre, aún ahora que se quedó sin el arma más peligrosa del planeta.

    La idea de producir dicha mutación había surgido en la mente de Trinity cuando en la operación contra el General O’Donnell, ella identificó la ubicación de los siete puntos de conexión que representaban la infraestructura digital de Kira. Las distintas sedes se ubicaban en Alemania, Colombia, Estados Unidos, Rusia, Sudáfrica, India y Australia.

    La idea era poder contar con dicha tecnología para anticiparse a las decisiones que tomara Nuboff, el denominado terrorista más famoso del mundo. Curiosamente, sobre aquel hombre, tan temido por su rostro maquillado de blanco en el que sobresalían tres rayas en diagonal como si fuera los rasguños dejados por una fiera, no se tenía pista alguna desde hacía dos meses.

    Ese había sido uno de los temas de mayor debate en la sala enorme de desarrollo de la empresa White Shadows.

    ―¿Y sí por alguna razón ya murió?―dijo Marshall.

    ―Sería una de las mejores noticias en la historia de la humanidad―comentó Nathan―. Aunque como bien sabemos, el problema no es él, sino el jefe al que rinde obediencia: el famoso Maestro de Saint Denmark.

    ―No podemos confiarnos en el silencio de Nuboff―reflexionaba Trinity con los demás―, tenemos que actuar como siempre: con la sensación fantasmal de que nos puede estar observando desde cualquier lugar del planeta.

    ―Estás en lo correcto―indicó el texto escrito por Ana Aguirre en la enorme pantalla de la sala―. No hay que olvidar que tiene un talento enorme en sistemas. Creo que él y yo estamos en el mismo nivel en lo referente a inteligencia y experiencia en desarrollo de software.

    Dicha reunión, se había celebrado de la misma manera privada que otras tantas a las que había tenido derecho la Brigada Púrpura. Solo uno de los antiguos miembros de la brigada no se hallaba presente y en su reemplazo se encontraba un nuevo aliado.

    Su nombre: Alexandra. Una mujer con una estatura de 1,70 metros. Su cabello de color castaño solía recogérselo con una liga, formando una especie de cebolla de pelo en la zona trasera de su cabeza. Su rostro pronunciando, con sus delgados labios rosa, estaba matizado con la belleza de unos brillantes ojos cafés.

    Sus veintisiete años de edad, sumada al carisma que inspiraba y la ternura de su rostro, le concedían el título de ser estimada como una joven radiante y llena de seguridad. Una seguridad que envolvía su ser de una fascinante energía sexual, potenciada por una personalidad amable y alegre.

    Esa inspiradora energía sexual llegó a generar una conmoción intensa en Luna y Marshall cuando la conocieron por primera vez. De hecho, Marshall quedó tan impresionado al verla que por su mente cruzó de inmediato el deseo de conquistarla. Pero, esa ilusión se desmoronó un segundo después, cuando se enteró que aquella mujer no era otra que la misma esposa del Maestro de Saint Martin.

    ―Y bien...―dijo Alexandra―. Creo que no hay más que decir. Es hora de viajar y ubicarnos en los distintos búnkeres.

    ―Así es―agregó Troy―. Será un largo viaje, a pesar de que viajaremos en jets privados.

    ―¡A viajar como reyes!―indicó Monique.

    Alexandra y Nathan, eran los dos aliados de la Brigada Púrpura que fueron asignados para operar desde el bunker ubicado en Australia. Serían ellos dos los que se harían cargo de mover la ficha final que permitiría que la inteligencia artificial que representaba Kira fuese trastornada.

    Durante el viaje hacia Australia, Nathan se sintió muy a gusto, contemplando a través de la ventana del avión la radiante luz de la luna llena y las estrellas que la acompañaban. De vez en cuando, enormes grupos de nubes ofrecían su compañía a la luminosa esfera blanca, lo que despertaba grandes sentimientos en su corazón.

    Era una imagen preciosa cuya magia irresistible perforó su memoria hasta lograr grabarse en su corazón. Y es que aquel paisaje aéreo le hizo olvidar por un instante que allá abajo, la superficie de los continentes había sido castigada con miles de bombas nucleares, formando cráteres tan enormes que podían verse con nitidez desde el mismo espacio.

    Estaba tan absorto en dicha contemplación que se sorprendió al reconocer que Alexandra se hallaba durmiendo en uno de los sofás dobles de aquel lujoso jet. Al ver su rostro tierno descansando, no pudo evitar recordar a las otras tres mujeres que hacían parte de la Brigada Púrpura.

    ―Y pensar―se dijo en voz alta―que hace unos dos meses contábamos con una más. ¡Qué en paz descanses, querida amiga: paz en tu tumba!

    A ninguno de los miembros de aquella operación le agradaba del todo tener que viajar para afrontar los peligros que allí los esperaba. Todos sabían que sus vidas estaban en riesgo, muy a pesar de la convicción que los inspiró en su momento a ser parte de esa guerra y luchar contra Nuboff.

    Pero las últimas misiones les habían enseñado a todos que lo que estaban asumiendo no era un juego de niños y que debían actuar de manera inteligente, dejando al margen cualquier sentimiento de heroísmo. Viajar y afrontar la labor de luchar era inevitable, en vista de que las artes magistrales de Ana Aguirre no lograron sobrepasar las barreras informáticas que imponía Kira para defenderse.

    En un primer momento, ella intentó a toda cosa inhabilitar a Kira con todos los trucos digitales que tenía a su alcance. Sin embargo, no tardó en identificar que, al igual que había ocurrido con los algoritmos con los que operaba el General O’Donnell, era necesario intervenir de manera directa a cada una de las sedes que daban vida a la asistente de Nuboff.

    Lo único que sí pudo lograr de manera exitosa fue tener el dominio sobre los búnkeres de Colombia, Estados Unidos y Rusia. Después de sondear a fondo a los sistemas de estas bases, pudo garantizar que podía trabajar sobre estos, sin necesariamente enviar a ninguna persona para que interviniera desde adentro.

    ―Ya hemos llegado Alexandra, despierta―le dijo Nathan.

    ―Gracias, he dormido como un lirón―contestó ella―. Ni siquiera sentí el aterrizaje. ¿Ya los demás están en línea?

    ―Así es―respondió él―. Toma tu auricular de transmisión dual.

    ―Gracias.

    Al igual que había ocurrido con las restantes aeronaves, habían aterrizado en la pista ubicada encima de cada bunker. El despeje de los jets desde Colombia había sido coordinado por Ana Aguirre, respondiendo a un horario muy bien estudiado, para que en el momento de arribar a los destinos, solo hubiese una diferencia de máximo cinco minutos en los tiempos de aterrizaje.

    La operación debía iniciarse de inmediato. En Australia eran las dos y media de la mañana. En cuanto llegaron a las compuertas de ingreso al bunker, Alexandra se hizo cargo de incrustar, en la ranura circular del tablero de acceso, un dispositivo de almacenamiento, con forma cilíndrica, en el que se albergaba un software de hackeo.

    En cuestión de segundos dicho software se hizo cargo derrumbar la seguridad que bloqueaba el acceso al bunker. La mujer retiró el dispositivo cilíndrico, mejor conocido en el campo de la informática con el nombre técnico de MK-11. Luego lo guardó en uno de los bolsillos laterales de su pantalón de estilo militar.

    Tal como lo había revelado el estudio previo de Ana Aguirre sobre los búnkeres, en el caso de aquella base australiana, los denominados aractivodios se hallaban presentes a partir del tercer nivel subterráneo. Nada había alertado hasta ahora a ese bando enemigo de la llegada de los infiltrados.

    ―Hora de lanzar esta granada―dijo Nathan―. Hora de enmascararnos también, querida aliada.

    ―Cuando quieras―respondió ella―. Estoy más que lista.

    La granada descendió por el enorme hueco con forma hexagonal que se repetía piso tras piso hasta llegar al subterráneo nivel nueve. Viajar por el vació solo le tomó dos segundos a dicho artefacto de superficie imantada, que produjo un fuerte sonido al quedar fijo sobre el suelo metálico.

    El ruido llamó la atención a varios aractivodios que se acercaron a observar a aquel objeto. De pronto la granada estalló, generando una enorme columna de humo cuyo blanco espesor perduraría más de cinco minutos.

    Algunos de los aractivodios que se hallaban sin máscaras cayeron de inmediato al suelo, tras aspirar el halotano liberado por la granada. Los demás quedaron embrutecidos ante la intensidad de la nube blanca, hasta el punto de que algunos experimentaron la sensación de haberse extraviado en la ficción de un sueño.

    Gracias a las máscaras que portaban los infiltrados, la realidad era tan nítida que bien se podía pensar que la granada no había liberado aquella nube blanca. Pero gracias a un indicador, que se presentaba en el lente de las máscaras, era evidente que se movían entre esas nubes de halotano.

    ―Sin compasión, Nathan―dijo Alexandra―. Es el destino que les corresponde vivir.

    ―Mi corazón puro―contestó Nathan―me autoriza a hacerlo sin remordimientos.

    Una a una, la vida de los enemigos llegó a su fin con el uso de pistolas automáticas con silenciador. Los dos aliados contabilizaron la muerte de treinta y ocho enemigos ubicados en los distintos niveles. En cuanto llegaron al nivel más bajo, los dos se mantuvieron junto a la granada, pero mirando hacia la compuerta del norte, a la espera de que ésta se abriera.

    Un grupo de diez aractivodios apareció entonces tras la apertura de aquella puerta de fuerte grosor, pero no fue más de dos metros lo que alcanzaron a correr hacia donde se ubicaban los dos aliados, porque fueron fulminados de inmediato por el fuego liberado por los fusiles de asalto.

    ―Solo faltan tres más―dijo Nathan―. Pero la nube de halotano ya está desapareciendo.

    ―Entonces al suelo―respondió su aliada.

    Como si ambos fuesen soldados profesionales, los dos ubicaron con facilidad los fusiles de asalto en el suelo, no sin antes desplegar el sistema de patas de soporte. Un minuto más tarde, los tres enemigos que faltaban por dar de baja aparecieron al fondo del corredor. Ni siquiera tuvieron tiempo de reconocer a los dos infiltrados que se hallaban en el suelo.

    ―Vayan a rendirle cuentas al diablo―dijo Alexandra―. Ahora sí tenemos el área despejada.

    Hasta ahora todo parecía bastante fácil. Los miembros de la Brigada Púrpura no solo contaban con los mejores recursos militares para actuar en medio de aquellos búnkeres, sino que también poseían el respaldo informático de Ana Aguirre, quien aparte de brindar los códigos de acceso, había intervenido a los sistemas de monitoreo para evitar cualquier imprevisto.

    Sin embargo, además del pequeño susto que se llevó Troy al ver cómo impactaban a su novia, Monique y Marshall estuvieron a punto de ser fusilados por una ametralladora inteligente instalada a veinte metros de una de las compuertas. Sabían lo que les esperaba tras aquella puerta de acceso y para ello contaban con un escudo metálico como defensa: un rectángulo vertical de alto blindaje.

    Cuando la gruesa puerta se abrió como el telón de un teatro, dividiéndose en dos y escondiéndose cada sección en la pared, la ametralladora de alto nivel identificó el escudo y no vio en ello ninguna pista para atacar. Sin embargo, el error lo cometió Monique, quien en ese momento estaba detrás de un Marshall a cargo de sostener la defensa de metal.

    Lo que ocurrió fue que Monique, después de retirar de la laptop el dispositivo cilíndrico que autorizó que la compuerta se abriera, extrajo de uno de los bolsillos un segundo MK-11 que resbaló de sus manos. Aquel segundo dispositivo se haría cargo de inhabilitar a la ametralladora.

    ―¡Diablos!―dijo ella.

    ―¿Qué pasó?―preguntó Marshall.

    ―Se me ha resbalado de las manos la memoria MK-11―explicó Monique―. Está a solo diez centímetros de nuestro escudo.

    ―Pues tómalo con tus manos, no hay otra opción.

    Con el corazón palpitándole frenéticamente, la mujer alargó su mano para agarrar el objeto cilíndrico. Aquello ocurrió en menos de un segundo. Pero el sistema inteligente de la ametralladora que estaba a veinte metros de ellos, solo necesitó una milésima de segundo para reconocer que aquella mano no se hallaba registrada en sus bases de datos.

    Además, dado el calor corporal que alcanzó a percibir de dicha mano, su algoritmo le ordenó atacar sin piedad. El efecto artillero de aquella arma fue tan violento, que empezó a doblegar la estabilidad del escudo que sostenía Marshall. Con una ansiedad tremendísima, Monique introdujo el dispositivo MK-11 en la laptop.

    Los diez segundos que tardaba el código de aquella memoria en completar la tarea que debía realizar, fueron los más angustiantes para aquella pareja de aliados. La ametralladora seguía atacando con total brutalidad, a un ritmo agonizante, generando al mismo tiempo un ruido perturbador.

    Marshall tuvo que hacer uso de una fuerza sobrenatural que brotaba en sus entrañas (y que aún no lograba dominar por completo) para resistir la embestida de aquella arma, capaz de producir más de quince mil disparos por minuto. Pese a ello, el escudo blindado se inclinaba más y más hacia atrás, hasta que aconteció para ellos dos el milagro que silenció el furioso ruido.

    ―TE LA PERDONO MONIQUE―le gritó Marshall―, PORQUE JUSTO ESTABA PENSANDO EN LA ENERGÍA DE LA PIRÁMIDE DE KEFRÉN.

    ―Pero... pero...―se justificó ella―, un error lo comete cualquiera...

    ―NO ME IMPORTA―dijo él con el mismo tono imponente―. ¡HEMOS ENSAYADO ESTO MILES DE VECES!

    Aquel hombre no mentía al exagerar que habían ensayado esa misión un montón de veces. Gracias a un programa de simulación virtual y a los equipos ubicados en la sede colombiana de la compañía White Shadows, cada una de las parejas había tenido una experiencia de inmersión de lo que les esperaba en los respectivos búnkeres que visitarían.

    Durante toda una semana estuvieron practicando el paso a paso que debían ejecutar. Una experiencia de realidad virtual que en un principio resultó muy divertida, porque el equipo Universe-7 estaba optimizado para permitirles caminar y trotar con libertad, al igual que agacharse, saltar o realizar movimientos bruscos.

    Cada acción emprendida por el usuario, sumado a las gafas de realidad virtual, lograba construir la sensación absoluta de que estaban viviendo en carne propia el reto que debían cumplir. Con el paso de los días, la diversión se transformó en un alto nivel de estrés. Solo Luna, con su experiencia en las artes militares, pudo asumir con calma su entrenamiento.

    Había sido precisamente esa soldado profesional, quien se hizo cargo de elegir con mucha inteligencia los recursos que facilitarían la misión que cada pareja debía protagonizar. Luna, quien tenía en mente liderar su misión en la India de manera individual, tuvo que cambiar de idea cuando visitaron la Cuarta Brigada del Ejército Nacional de Colombia, ubicada en esa ciudad de Medellín.

    ―Vaya, vaya―dijo con asombro Luna―, ¡una Arakna-306! No me esperaba esta sorpresa.

    ―¿Para qué sirve ese aparato?―preguntó Nathan.

    ―Es un robot militar dotado con inteligencia artificial SF-10―explicó ella―. Tiene una frecuencia de disparo de trescientas balas por minuto, es inmune a las ondas de rastreo y sus ocho ojos son altamente sensibles al movimiento. Su cabeza cuenta con una flexibilidad de movimiento de 360° grados y posee un sistema de almacenamiento de energía fotovoltaica, es decir: energía solar.

    ―O sea que es una auténtica máquina de matar―dijo Trinity―. Y si buscamos más en medio de este arsenal. ¿Por qué no vinimos antes a buscar estos recursos en vez de pasar tantos días ensayando los planes de ataque con recursos virtuales? Esta vez la realidad le ganó a la ficción.

    ―Lo siento Trinity―respondió Luna―. Si es la única araña que está a la vista es porque es la única que está a la vista. Esta es la sección de Inteligencia Artificial Militar y recuerda que solo ingresamos aquí por pura curiosidad. Solo existen siete Araknas-306 en el mundo. Me sorprende que el Ejército de Colombia haya tenido bajo su poder a una de éstas. 

    La soldado profesional indicó además que había sido la división de tecnología militar de Alemania la que estuvo a cargo de la investigación y desarrollo de aquella sofisticada arma bélica. Se llegaron a producir más de diez mil unidades, hasta que por denuncias ante la OTAN por parte de Estados Unidos, Rusia y Francia, entre otros países, se ordenó la destrucción de estos aparatos.

    ―¿Y entonces por qué solo quedan siete en el mundo?―preguntó Alexandra―. ¿Las conservan como objetos de única colección?

    ―Porque, en un acto de buena fe, se decidió que las siete potencias más avanzadas del mundo conservaran respectivamente una Arakna-306. Por cierto que es por eso mismo que me resulta tan extraño encontrar esta máquina aquí en Colombia. Si alguna de estas potencias rompía el acuerdo de no usar esta poderosa arma, las demás reproducirían este modelo para darle el mismo uso militar.

    ―Ya entiendo―dijo Marshall―, pero deberíamos investigar donde se ubican las otras. Tal vez la Maestra Ana Aguirre logre adivinar en dónde están.

    Luna le sonrió con cariño y le recordó que una de las virtudes de ese equipo militar era la anulación de las ondas de rastreo, por lo que resultaba muy difícil llegar a ser detectado. En cambio, Alexandra sí fue contundente al advertir que la Maestra Ana Aguirre es una experta en sistemas, no una adivina. Ante aquel comentario, Marshall se excusó ante todos diciendo es cierto, ¡qué torpe soy!.

    En vista del apoyo que le brindaría la Arakna-306, Luna tuvo que rediseñar su estrategia de infiltrarse al bunker ubicado en la India. Su misión se flexibilizó por completo, pese a que ella, por sí sola, hubiese salido victoriosa con todo el plan que había meditado previamente, haciendo uso de su talento como francotiradora y experta en explosivos.

    La esencia de aquella misión, era cooperar entre todos para ir desbloqueando el camino con las interacciones que se realizarían en cada bunker. El algoritmo inteligente de Kira estaba optimizado para dificultar al máximo el acceso al servidor principal desde el cual debía operar. Los siete búnkeres estaban sincronizados como si virtualmente fuesen uno solo.

    De modo que para abrir la puerta de la sección G3 del bunker de Sudáfrica, Luna tenía que realizar la petición desde la base ubicada en la India. Tarea que logró realizar con mucha facilidad, mientras aún sostenía la segunda taza de café que decidió prepararse en la cocina. Solo tuvo que bajar dos niveles más en el bunker, ingresar a la sala de sistemas y reiniciar la actividad de uno de los ordenadores. 

    ―De acuerdo Trinity―dijo observando en la pantalla del ordenador―, desde aquí mismo los estoy viendo.

    ―Muchas gracias―respondió Troy―. ¿Cómo va todo en Rusia?

    ―Muy bien―indicó Ana Aguirre―. Los aractivodios están desesperados por el modo en que se abren y se cierran las compuertas por sí solas.

    ―Estarán pensando―dijo Monique―que el bunker fue invadido por fantasmas.

    La cooperación entre las distintas bases del planeta agilizaba el cruzar las barreras impuestas por Kira. Si alguna de las parejas que se había infiltrado en los búnkeres era dada de baja, el proceso de seguir avanzando incrementaba el nivel de dificultad.

    Y era esa probabilidad de morir, lo que más liberaba adrenalina para todos los integrantes de aquel operativo. Incluso Ana Aguirre también se hallaba dominada por el mismo nivel de estrés. Porque además participar en el juego de abrir y cerrar compuertas, era ella la que estaba asumiendo el trabajo de acorralar a Kira.

    ―Podemos comparar a Kira con la Reina del tablero de ajedrez―indicó Ana Aguirre mientras explicaba la estrategia de ataque―. No la podemos comparar con el Rey porque esta ficha solo se mueve una sola casilla por turno.

    ―La Reina siempre puede desplazarse por todo el tablero―dijo Alexandra―, aunque no puede saltar como sí lo realiza el Caballo.

    ―Bueno―reflexionó Ana Aguirre―, en esta ocasión la Reina sí contará con la virtud de saltar.

    En teoría no existía un servidor principal por conquistar para intervenir Kira. O por lo menos aún no se había identificado en donde iba a refugiarse. Aquella Inteligencia Artificial no contaba con un núcleo central desde el cual operar, sino que su actividad se efectuaba de manera conjunta desde los distintos búnkeres en los que circulaban sus algoritmos.

    Para facilitar su labor, Ana Aguirre había graficado un tablero de ajedrez dotado de 64 casillas, cuyos colores alternaban entre el azul y el blanco. La Reina se hallaba solitaria en medio de dicho tablero, batallando en silencio contra las sombras blancas que representaban los miembros de la Brigada Púrpura.

    Cada vez que se abría o cerraba una compuerta, la Reina tenía que desplazarse de casilla. Y al realizar dicho desplazamiento, la casilla en la que estaba desaparecía del tablero. En la gráfica digital con la que se orientaba Ana Aguirre, la casilla se desvanecía, siendo suplantada por un profundo color negro. De esa manera, la experta en sistemas se hacía cargo de estrechar el cerco.

    El único problema es que, en el caso de verse amenazada, Kira decidiría fragmentarse y dividir sus algoritmos en las distintas sedes que representaban su cuerpo. En caso de que eso ocurriera, lo primero que haría la Inteligencia Artificial sería informar a Nuboff de la situación y solicitar ser transferida a otra sede de servidores.

    ―Por eso resulta esencial―les advirtió Ana Aguirre―que se respete el turno de cada movimiento en el juego.

    ―Entendido―dijo Luna―, será necesario entonces mantener la paciencia y confiar en el trabajo simultaneo. Estoy segura que lo lograremos.

    ―Al final―concluyó la experta en sistemas―, a Kira solo le quedará una casilla en la cual permanecer. Y será justo en ese momento donde podremos derrocarla... perdón, mutar su naturaleza.

    Una hora más tarde después de haberse iniciado aquella misión, Marshall anunciaba que Alemania se retiraba. En el tablero de ajedrez solo quedaban libres dos casillas de color blanco y una azul. La Reina tenía cómo única alternativa saltar como un Caballo para poder ocupar una.

    A esa altura del juego, las sedes de Colombia, Rusia, Estados Unidos e India, ya se habían retirado. Cada vez que un bunker se retiraba era necesario realizar una pausa de dos minutos que se iban acumulando para continuar con aquella operación. De manera que cuando Alemania se retiró, fue necesario esperar no solo sus respectivos dos minutos, sino también los acumulados por los búnkeres anteriores.

    ―La buena noticia―reflexionó Trinity en voz alta para ser escuchada por todos―, es que ahora solo quedamos Sudáfrica y Australia.

    ―¿A cuál sede le corresponderá el honor de utilizar el último código?―dijo Alexandra.

    ―Pues ya nosotros perdimos la apuesta―dijo Monique―. Sería divertido que el premio se lo llevará la pareja Doble-T.

    ―No nos llamen más como la pareja Doble-T―gritó Troy con ofuscado cariño.

    Un conjunto de risas se difundió a través de todos los auriculares de transmisión dual.

    ―¿Ya tienen su tablet a la mano?―preguntó Ana Aguirre―. Acabo de observar que Kira se está confinando en el servidor de Sudáfrica.

    ―Vaya, perdimos la apuesta nosotros también―dijo Troy.

    ―Eso es lo de menos, mi amor―respondió Trinity―, ya te consentiré y tendrás todo mi cariño cuando estemos en casa.

    Entonces, Trinity se dirigió a una de las computadoras de la oficina en la que se encontraba y conectó un cable naranja a uno de los puertos. El otro extremo de cable fue a enchufarse en la tablet de diez pulgadas que tenía Troy en sus manos. Una vez establecida la conexión entre el dispositivo móvil y la computadora, en las pantallas de ambos equipos apareció una barra azul de progreso.

    Unos cinco minutos más tarde, la barra azul de progreso se había rellenado por completo con un color verde. En ese momento, en el tablero que tenía graficado Ana Aguirre, la Reina dio un salto hacia la otra de las casillas, mientras en la que se hallaba previamente el color azul se desvaneció en un negro total. La directora de la empresa White Shadows ejecutó un código adicional.

    Gracias a dicho código, las rutas de los búnkeres en los que se hallaban los miembros de la Brigada Púrpura se abrieron por completo. Ahora todas las compuertas estaban habilitadas para permitir la tranquila y lenta huida que vivirían los participantes del juego.

    ―Muy bien, mis aliados―indicó Ana Aguirre―, ya pueden empezar a retirarse, a excepción de Alexandra y Nathan.

    ―De acuerdo―dijo Luna―, nos encanta haber contado con tu apoyo en tiempo real. En definitiva, era necesario que habilitaras un sistema de voz para mantenerte en línea con nosotros.

    ―Lo venía pensando desde hacía mucho tiempo, Luna―respondió la experta en sistemas―. Por cierto que el tono de mi voz actual es el mismo que tenía desde antes de caer en el estado de coma.

    ―Disculpa la pregunta, Maestra Ana Aguirre―comentó Marshall―, ¿te resulta extraño hablar con un sistema digital creado por ti, mientras tu voz permanece en silencio en una camilla?

    ―Sí, Marshall―contestó Ana Aguirre―. Es bastante extraño. Y esa es la misma razón por la que mantuve mi obstinación de no usar un software para comunicarme con los analistas desarrolladores de la compañía White Shadows.

    ―Pero, ahora ya lo han de saber, ¿no?―dijo Monique.

    ―Se enterarán dentro de pocos días. Ya me he acostumbrado a hablar con este sistema.

    La conversación entre la directora de la compañía White Shadows y los miembros de la Brigada Púrpura se mantuvo mientras esperaban que se cumplieran los doce minutos para efectuar el siguiente paso. Una vez cumplido dicho tiempo, Ana Aguirre ejecutó un algoritmo que obligó a la Reina a desplazarse a una de las dos casillas en blanco del tablero de ajedrez. La otra blanca casilla desapareció de inmediato.

    Alexandra y Nathan se encontraban en ese momento a solo dos metros del servidor del bunker en el que se había enjaulado a Kira. El servidor se presentaba al fondo de aquel corredor, presentándose como una pared tecnológica, dotada con cientos de lucecitas de color azul y verde. Una pantalla de color negro ubicada en el centro de aquel equipo revelaba datos sobre la actividad que realizaba.

    Cuando llegaron al final de ese callejón sin salida, Nathan se dedicó a observar durante varios minutos los datos presentados por aquella pantalla. La información era ofrecida en una tipografía color azul, lo que le otorgaba un gran llamativo. Después de eso, haciendo uso de la tablet, tomó una fotografía de los datos, para enviarlos directamente a la sede de la empresa White Shadows en Colombia.

    Todo lo demás fue estar al tanto de las interacciones realizadas por los otros miembros de la brigada.

    ―Creo que me divertiré un rato con los videojuegos de está tablet ―dijo Nathan.

    ―Aprovecha el momento―le dijo Alexandra con una sonrisa en su rostro―, solo nos queda tener fe en que ellos harán bien su trabajo.

    ―Oye... me da la sensación de que podríamos perder la apuesta que hicimos entre todos... a menos que se puedan realizar más interacciones en este mismo servidor y sea aquí a donde venga a archivarse el algoritmo de Kira.

    En efecto, desde aquel servidor se efectuaron dos actividades más para ayudar en el juego de abrir y cerrar compuertas. Más tarde, cuando Nathan se enteró de que en efecto la asistente digital de Nuboff eligió almacenarse en dicho servidor, una sonrisa de incredulidad apareció en su rostro. Aquella incredulidad solo desapareció hasta que Ana Aguirre autorizó la infiltración del último código.

    Durante los minutos previos de espera a dicha autorización, la

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