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Batalla de Sombras: La Guerra Solar, #3
Batalla de Sombras: La Guerra Solar, #3
Batalla de Sombras: La Guerra Solar, #3
Libro electrónico430 páginas6 horas

Batalla de Sombras: La Guerra Solar, #3

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La tercera y última parte de la saga La Guerra Solar, confrontará de manera terrible y profunda al lector. El Maestro de Saint Denmark trabaja en un proyecto enfocado en develarle al mundo la "verdad" de lo ocurrido durante los años de la catástrofe nuclear y así despejar el miedo de la población mundial que ha sobrevivido.

Mientras tanto, la Brigada Púrpura, considera que la batalla contra Saint Denmark debe continuar, aunque eso implique morir en el intento. Para ello contarán con el apoyo de Ana Aguirre, Black-hat y César, quien regresa a la acción, sustituyendo a Saint Martin, quien decidirá mantenerse al margen.

Este es un libro que medita a fondo sobre cómo la verdad y la mentira batallan constantemente a la vez que se va escribiendo la historia de la humanidad. Así mismo, en sus páginas se redondea el tema referente al potencial del ser humano de cara al pecado, el perdón y la liberación de la conciencia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2023
ISBN9798215650349
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    Vista previa del libro

    Batalla de Sombras - Carlos Jiménez Duarte

    Epígrafe

    Enseñar y aprender técnicas del pasado con métodos de ahora, lo tradicional va de la mano con la modernidad.

    MAESTRO GERSON URIBE,

    V Dan Hap Ki Do

    Capítulo 1

    El Medallón de Sendell

    Extraído de la página 737 del

    Libro Verde del Maestro de Saint Martin

    Sobre su origen

    El Medallón de Sendell es uno de los amuletos esotéricos más importantes del mundo. Se estima que los poderes de este talismán son casi ilimitados, ya que su potencial depende de los límites de la mente del portador. La redonda joya se destaca por su color dorado, en cuya superficie se puede observar una hermosa S.

    Tal como lo afirmaba el rumor difundido a partir del siglo V después de Cristo, este talismán sí perteneció a Hermes Trismegisto, siendo él quien asumió la labor de crear este objeto. Según lo descrito en los libros de este famoso alquimista de la antigüedad, el medallón posee su propia sangre. Dichos libros también revelan que el nombre de SendellΘ hace referencia al Maestro Astral a quien él rendía obediencia.

    Su guía espiritual le reveló todos los ingredientes y pasos a seguir para fabricar esta joya, que le fue concedida para que pudiera viajar de un extremo a otro del planeta para auxiliar a quienes necesitarán de sus poderes, ya que por entonces él no dominaba el don de la teletransportación. Con su frecuente uso, el medallón absorbió los dones y la sabiduría de este hombre, elevando aún más las capacidades intrínsecas que su Maestro Astral ya le había conferido.

    La creación del Medallón de Sendell tardó poco más de un año, ya que el alquimista tuvo que invertir dicho tiempo en tallar el molde de roca sobre el cual se vertió el oro fundido, en combinación con su sangre, elixires fermentados y piedras preciosas que se diluyeron en el crisolΘΘ de su laboratorio.

    Θ: En el idioma tuinés la palabra Sendell significa Celestial.

    ΘΘ: Fue el mismo crisol en el que se elaboró la aleación de la Espada de Karious:

    Sobre las virtudes del medallón

    Lo más fascinante de esta joya esotérica es que concede dones extraordinarios a aquellas personas que ni siquiera han tenido experiencia como iniciados o avanzados en las ciencias esotéricas, artes espirituales y secretos del Universo. Casi todo aquello que pueda ser concebido en la imaginación puede ser avalado y alcanzado por la energía de este objeto esotérico. Sus mayores límites son el no desafiar las leyes de la naturaleza y los poderes naturales de la muerte.

    El propietario necesitará confiar siempre en su fe para que la energía de este talismán pueda liberarse y concederle lo que anhela. Por ejemplo, si el portador acepta en su mente que le resultará imposible mover un objeto diez veces superior a su propio peso, entonces de nada le servirá el medallón. No hay que olvidar que el despertar de la fe siempre va de la mano a la visualización.

    Una de las virtudes más temibles de esta joya, tiene que ver con la posibilidad que tiene el portador de dominar el pensamiento de masas enteras, generando control sobre grupos de personas para comandarlas a su gustoΘΘΘ. Por eso mismo fue objeto de deseo entre grandes militares y estrategas de la historia, como Napoleón Bonaparte, Alejandro Magno y Ghengis Khan.

    ΘΘΘ: Daniel Smith fue el último portador en aprovechar esta virtud.

    ¿Es posible neutralizar al portador?

    Alo largo de la historia de la humanidad, el Medallón de Sendell ha pertenecido a distintas personas. El amuleto no acostumbra a distinguir entre la bondad o maldad de su usuario, por lo que sus dones siempre estarán disponibles a quien desee aprovecharlos. Y entre mayor uso haga del medallón, su nivel de invulnerabilidad aumentará.

    Sin embargo, si alguien quiere neutralizar a quien lleva el amuleto, solo le bastará con tomar entre sus manos a la mano derecha del portador. Al sentirse sujetado, el pensamiento del usuario queda exento de acudir a su imaginación para canalizar lo que visualiza y acepta como real en su mente. Este modo de bloqueo es tan contundente que al portador le será difícil liberarse de la prisión forjada por las manos.

    En una situación así, el amuleto puede ser heredado de manera legítima por quien ejerce como agente neutralizador, siempre y cuando su energía se encuentre en un nivel más equilibrado al del portador. La joya esotérica tenderá a ser parte de quien mejor tenga ordenados sus pensamientos y emociones. Pero, además, ésta misma evaluará la fe y el nivel conocimiento que ostenta la persona sobre el talismán, antes de aceptar entregarse a su nuevo heredero.

    Nota del 25 de abril del Año Púrpura del Siglo Xol

    En la actualidad, se sabe que el Medallón de Sendell se encuentra bajo el poder de una persona llamada Don-jo.

    Capítulo 2

    Irak

    ―P ara qué elegir una fábrica abandonada en Irak―dijo César―. Yo le hubiera dado un hotel frente al mar.

    ―Saint Denmark es un hombre de gustos extraños―le contestó Black-hat―. Bien, ahora que terminamos con la inspección tramo a tramo de esta fábrica, podemos ocuparnos en ella. En efecto, mis sentidos me indican que hay una mujer en esa bodega.

    ―Ten cuidado, ya sabes que, si usamos mucho nuestros dones, LeBlanc nos percibirá.

    ―Entendido, Maestro César. 

    Black-hat estaba convencido de que tenía la zona asegurada. A tres kilómetros de allí, en una solitaria estación de gasolina y usando únicamente una laptop, canceló todas las telecomunicaciones de la zona, a excepción de la conectividad a las redes de la computadora de la mujer de la bodega.

    La bodega en la que permanecía LeBlanc, había sido en otro tiempo el lugar de almacenamiento de los insumos y recursos de producción de una empresa que había dejado de funcionar desde hacía más de cien años. Lo único que sobrevivía ahora en los niveles del edificio cercano a la bodega, eran escritorios de madera carcomida, maquinaría oxidada, bombillos rotos, techos agrietados y marcos de ventanas que se iban al suelo con solo tocarlos.

    Si alguien observaba la zona de la fábrica desde una perspectiva satelital, se habría percatado de inmediato que la bodega representaba un rectángulo acompañado por un edificio, de techos poblados de hierba, cuya forma era bastante similar a una enorme C. Solo que, en vez de poseer una redonda espalda, aquella letra arquitectónica se presentaba rígida y recta, como si hubiese sido trazada en un cuaderno de páginas cuadriculadas.

    Los dos aliados se instalarían, en la línea inferior de esa letra arquitectónica, en una región bastante lejana de la espalda. La razón obedecería al hecho de que el otro lado del edificio estaba siendo golpeado por un sol intolerable.

    ―Es imposible quedarnos ahí―dijo Black-hat en cuanto subieron al piso decimo―. Con este gabán oscuro que llevo puesto acabaría de rostizarme de calor. 

    ―¿Lo dices por eso?―le respondió César―. Pensé que estábamos trabajando como espías, en modo de bajo perfil, actuando desde las sombras.

    ―No va con mi estilo, soy un hombre de gustos refinados―confesó con cierto tono sarcástico.

    Después de cortar las telecomunicaciones desde la estación de gasolina, Black-hat envió un dron de reconocimiento cuya apariencia era similar a un pequeño cuervo. Y así pudo comprobar que la zona no estaba rodeada por ningún tipo de hombre armado, ametralladora de alto nivel, cámara de video o sensores de movimiento.

    El vuelo aéreo del ave robótica dejó en claro la soledad que se instauraba en la olvidada fábrica. Ahora el cuervo descansaba dentro de una de las dos mochilas ubicadas entre ellos dos, quienes permanecían agachados, asomándose con discreción sobre un muro de escasos cien centímetros de altura. Ninguno de los dos deseaba destruir la calma y el silencio que gravitaba en el aire.

    Tras varios segundos de silencio contemplando la bodega, César dijo:

    ―¿En serio nuestro enemigo tiene a la mejor directora de cine del mundo trabajando sin protección alguna?

    ―Pues, eso parece―le contestó Black-hat―. A no ser que las defensas se encuentren en el mismo interior de la bodega.

    ―Bueno, en eso tienes razón.

    ―Dejemos que sea nuestra luciérnaga la que nos informe lo que nos espera allá adentro.

    Black-hat tomó la mochila y extrajo una cajita pequeña tan similar a un cofre de anillo de compromiso. La luciérnaga que descansaba en su interior se activaría un minuto después cuando él, abrió una aplicación en la única tablet que llevaban para aquella misión. Así, el dron insecto descendió desde lo alto del edificio, rumbo a la bodega.

    El aspecto exterior de la bodega era bastante deplorable y triste, rodeada de hierba y arbustos creciendo desde hacía años, tal como ocurría también con la mayoría de los espacios de aquella fábrica de chocolates. Pero una vez la luciérnaga se infiltró por una de las ventanas abiertas, la realidad cambió por completo.

    En el interior todo permanecía muy bien iluminado y ordenado como si se tratara de un amplio departamento en la ciudad de New York. El dron se paseó por los espacios de la sala, la cocina y el corredor principal, hasta que ingresó al baño y descubrió a LeBlanc bañándose desnuda bajo la ducha. Black-hat apagó la pantalla de la tablet en ese mismo instante.

    ―¿Por qué suspendiste la transmisión?―preguntó César con una sonrisa en sus labios―. Estábamos contemplando el mejor momento.

    ―No dejemos abierta la tentación, tenemos una tarea específica por cumplir aquí.

    ―Déjame usarla un rato por favor. Te juro que no la usaré para espiarla desnuda, solo quiero jugar con el dron.

    ―Está bien.

    Además de dos fusiles de asalto, la tablet, la laptop, los drones de reconocimiento y dos catalejos militares, el armamento que tenían para aquella operación estaba compuesto por un fusil francotirador, doce granadas de fragmentación, seis granadas de humo y una bazuca, que llevaba César tras su espalda. En medio de la calma que reinaba en el lugar, todo aquel equipo de ataque resultaba inútil.

    La tranquilidad se intensificó y el silencio se presentó mucho más puro, más cristalino, más confiable. Ninguno de los dos sospechaba que de nada había servido romper las telecomunicaciones del área. Porque quien estaba a cargo de proteger a LeBlanc los vigilaba desde un lugar ubicado a cinco kilómetros de la fábrica. 

    Aquel guardián había respondido con la misma estrategia tecnológica de su enemigo. En cuanto fue informado de que las telecomunicaciones de la zona fueron anuladas, envío un escarabajo espía de apenas cinco centímetros que cruzó la amplia distancia en veinte minutos.

    Ahora, desde la habitación de un hotel, frente a un escritorio dotado de nueve pantallas, seguía con atención el comportamiento de los dos hombres. La optimización del dron escarabajo le permitía incluso escuchar todo lo que estaban dialogando, a pesar de estar ubicado al otro lado del edificio.

    ―Entrégame ya esa tablet. Pareces un niño hipnotizado con el vuelo de esa luciérnaga. Hay que volver a llevar al dron al baño.

    ―Aquí la tiene, Señor de Saint Ángel―dijo César.

    ―No me digas así.

    ―¿Cómo quieres entonces que te nombremos?―preguntó con un divertido tono desafiante―. ¿Nuboff? ¿Señor de la Muerte? ¿Maestro del caos? ¿O qué tal si te llamamos por tu verdadero nombre? ¡Señor Daniel Smith!

    Black-hat descargó un puño sobre el hombro izquierdo de César, quien emitió un quejido de profundo dolor y utilizó su mano derecha para apaciguar el efecto del golpe. Con una mirada inocente y una sonrisa burlona, miró a su compañero de armas en una actitud clara de reproche. Luego dijo:

    ―Sí, ya sé de sobra que no te gusta que te llamen por tu nombre de pila. Pero volviendo a lo del Maestro de Saint Ángel, recuerda que fue el Maestro de Saint Martín quien pidió que te llamáramos así.

    ―Lo sé, pero prefiero mi nuevo nombre en clave. Continúa llamándome como Black-hat, tal como lo has hecho hasta ahora.

    Unos diez minutos más tarde, la luciérnaga dejó en evidencia que LeBlanc salía de la ducha para vestirse con la toga de baño. Tanto César como Black-hat no pudieron evitar deleitarse al verla desnuda. Luego, mientras la mujer se secaba el pelo con una toalla, sus ojos reconocieron al pequeño dron robótico, al que prestó toda su atención durante varios segundos.

    ―Qué mujer tan hermosa, ¿no lo crees César?―comentó Black-hat.

    ―Claro que sí. Cabello negro hasta la mitad de su espalda, color de tez blanco, 176 centímetros de altura y silueta muy bien moldeada gracias a su vocación por ejercitarse en su pequeño gimnasio en casa. Tienes razón, la señorita LeBlanc es una joven bastante linda.

    ―Sí, joven: a pesar de que ya es una mujer adulta de treinta y dos años.

    LeBlanc abandonó el cuarto de baño y se dirigió a la cocina. Black-hat condujo a la luciérnaga hacia ese mismo lugar, guiándola con muchísima cautela y con una dosis de miedo derivada de los segundos de atención que el dron acababa de recibir. Ese mismo temor lo obligó a dejar a la luciérnaga en la zona superior de la nevera.

    El dron espía se asomó desde el borde de la superficie metálica, como si fuese un tigre que vigila con discreción a su presa. Tuvo que retroceder unos segundos después, cuando LeBlanc abrió la nevera para extraer un paquete de waffles con chispas de chocolate, una botella con jugo de naranja y una lata de duraznos.

    ―Son las dos y media de la tarde―dijo César, observando los sucesos en la tablet―. Por lo visto apenas va almorzar.

    ―Opino lo mismo―contestó Black-hat―. Y ha de tener mucha hambre para querer comerse cuatro waffles ella sola.

    La mujer se sentó en la mesa de la cocina y comenzó a disfrutar de los alimentos. Se mantuvo en silencio, masticando con calma la comida y disfrutando de la luz solar que se filtraba por la ventana de la bodega. Al cabo de unos minutos de silencio, la mujer se fijó de manera involuntaria en la superficie de la nevera e identificó de nuevo a la luciérnaga.

    ―Es mejor que saques a ese bicho de la bodega―indicó César―. Está claro que su intuición como mortal, le está generando la sensación de que la estamos observado.

    ―Tienes razón. Aunque es evidente que no es una mujer con capacidades avanzadas como las nuestras, su mente y su sensibilidad de ser humano le está produciendo esa sensación.

    ―Por supuesto. Esa es la misma razón por la que no la estamos sondeando con nuestro don de visión remota.

    La luciérnaga emprendió entonces el vuelo, para ir a concluirlo sobre la superficie del muro en donde ambos se encontraban. El insecto robótico había traído consigo una intensa sensación de calma que empezó a cuestionar los sentidos de ambos intrusos.

    Ninguno percibía que la sospecha que empezaba a dominarlos provenía de la persona que los estudiaba a través del escarabajo espía que los miraba desde el otro lado del edificio. Unos quince minutos de serenidad más tarde, un vértigo inesperado se apoderó de Black-hat y fue entonces cuando la misma realidad lo obligó a pronunciar la frase:

    ―Aquí hay algo extraño, Cesar. ¿No lo crees?

    ―La verdad es que tanta calma también se me hace sospechosa.

    ―Vive como una reina en su palacio. Pero a diferencia de lo que ocurría con mis supuestos generales, no tiene ningún sistema de defensa.

    ―Ni en la Otra Dimensión―dijo César―, se ve que una persona se mueva sin escudos.

    ―Volvamos a enviar nuestro pequeño dron de reconocimiento.

    La pequeña luciérnaga que permanecía sobre el muro activó el movimiento de sus alas cuando César acarició con su dedo índice su pequeña cabeza. El robótico insecto emprendió su vuelo, descendiendo con rapidez los diez niveles que ostentaban aquel edificio abandonado para regresar a la bodega.

    La luciérnaga aterrizó sobre el elegante y cómodo sofá color verde claro que acompañaba a la gran pantalla de televisión de la sala de entretenimiento. Desde la posición en la que se encontraba, sus ojos captaban a la mujer delgada, de espaldas, lavándose las manos en el fregadero de la cocina. Todavía estaba vestida con su toga de baño y estaba descalza. Unos segundos después abrió una de las dos puertas de la nevera y eligió una manzana verde.

    Los dos hombres observaron a través de la tablet cómo LeBlanc abandonó la cocina y se dirigió hacia el escritorio, ubicado a dos metros del sofá, en donde existían cinco pantallas. La luciérnaga de reconocimiento, enfocó su atención en el rostro de la mujer, que en ese momento mordía la manzana con gran provocación.

    Luego, ella se inclinó hacia atrás en su cómoda silla gerencial y dejó sus pies sobre el escritorio. Al ubicarse en su nueva posición, la toga de baño se movió un poco, dejando en evidencia a sus senos sin sostén. Durante largos minutos, estaría contemplando lo que ocurría en las pantallas.

    ―¿Será oportuno capturarla de una vez?―preguntó César.

    ―No lo sé. Tú sabes muy bien que aquí hay algo que no encaja. Nuestra intuición ha estado intentando advertirnos que no podemos actuar todavía.

    ―Tenemos que seguir con nuestro plan―dijo César―. Es una misión demasiado fácil: la capturamos y nos la llevamos a Colombia. Eso es todo.

    ―Es cierto, estamos perdiendo el tiempo aquí.

    Los dos hombres alcanzaron a colocarse de pie, dispuestos a lanzarse desde ese décimo piso con la confianza de que sus dones extraordinarios les permitirían caer con facilidad sobre la hierba, sin sufrir lesión alguna. Pero justo en ese momento, el dron emitió una notificación de movimiento: LeBlanc acababa de levantarse del asiento.

    A través de la tablet, Black-hat y César observaron cómo ella caminó hacia el corredor que comunicaba con el cuarto de baño y a la habitación principal. Aunque estaban decididos a entrar a la bodega, ese evento inesperado los sedujo a ambos a esperar. Ahora deseaban ser testigos del desarrollo de los nuevos acontecimientos.

    Un momento más tarde, LeBlanc volvió a presentarse frente a su computadora, pero ahora iba vestida con un jean militar color arena, botas de color negro y una camiseta sin mangas que dejaba en exhibición sus desnudos hombros y la zona de las axilas. Mientras miraba las pantallas, se ubicó sobre su cabeza la boina negra que hasta entonces llevaba en su mano izquierda.

    ―¿Hacía donde pensará ir?―preguntó César―. ¿Ir a dar un paseo en este desalado lugar de la nación de Irak, a media hora de la ciudad de Bagdad?

    ―Tal vez. Pienso que lo mejor será mirar si ha recibido un mensaje en su computadora.

    La luciérnaga en el interior del departamento-bodega emprendió un vuelo desde el sofá de la zona de entretenimiento hacia la pared ubicada frente a la computadora. Desde la posición en la que se hallaba el pequeño dron, era posible contemplar de pie a la mujer y al fondo las cinco pantallas.

    Black-hat apretó sus labios con total decepción al reconocer que en la imagen que transmitía el dron, las pantallas estaban inundadas de un color amarillo radiante, lo cual dificultaba por completo el reconocer qué era lo que allí se presentaba.

    ―¡Diablos!―dijo Black-hat―. Las pantallas están trabajando con tecnología anti espionaje. Es imposible saber si recibió una orden.

    Unos segundos después, para incrementar la frustración que experimentaba, y mientras César también prestaba su atención a la pantalla de la tablet, la mujer se acercó a la computadora para apagarla tras presionar el botón del cubo de cincuenta centímetros que representaba la unidad central de procesamiento.

    La luciérnaga registró a continuación como LeBlanc tomó del escritorio un auricular de transmisión dual. Con mucha calma la mujer adaptó el equipo a su oído izquierdo. Por la expresión que adquirió su rostro en ese instante, era notable que estaba escuchando la voz de la persona con la que se encontraba sincronizado aquel pequeño dispositivo de audición.

    ―Tengo un mal presentimiento sobre esto―dijo César―. ¿No tenemos una tecnología para intervenir lo que está escuchando?

    ―Sí, tú sabes que existe una vulnerabilidad, pero...―respondió Black-hat―. Creo que ya es demasiado tarde para iniciar un proceso de hackeo.

    En ese mismo instante, LeBlanc se llevó sus manos a la cintura, antes de soltar un suspiro, mientras miraba el techo de la bodega. Luego, de manera bastante rápida e inesperada, tomó un cuaderno de notas del escritorio y sin soltarlo de su mano, lo empujó de manera violenta contra la pared. La página en blanco fue lo último que captó la luciérnaga dron.

    En la tablet que sostenía Black-hat entre sus manos la conexión se perdió, mientras apareció un fondo oscuro, en la que se contempló una distorsión de color blanco y rojo. Tanto él como César se miraron entre sí, compartiendo una expresión de asombro y terror, digna de una película de comedia. 

    La sorpresa explotó en el corazón de cada uno al escuchar un ruido estruendoso que anticipó la llegada de lo que parecía un tanque de guerra color negro. Aquel vehículo titánico destrozó por sí solo la pared del primer piso en el otro extremo del edificio, creando así un boquete que le permitió ingresar hasta ubicarse a escasos metros de la bodega.

    Una nube de polvo se dispersó en el aire, creando una cortina gris que ocultó al vehículo. Pero al cabo de unos segundos, el telón se desvaneció y dejó en evidencia al sofisticado vehículo, cuyo diseño poseía unos matices elegantes y únicos, como una máquina que acababa de salir de una historieta de héroes y villanos.

    ―¡Dios Santo!―dijo Black-hat―. ¡Es uno de mis tres batitanques!

    ―¿Batitanque?―preguntó César sin desprender su atención del vehículo―. ¿Cómo en las películas de Batman?

    ―Sí, solo hay tres en el mundo. Yo mismo los fabriqué con la tecnología de una fábrica automotriz de Canadá.

    Solo tendrían diez segundos para contemplar aquel vehículo, antes de que la acción comenzara. El denominado batitanque poseía un diseño imponente y blindado. Todo el fuselaje robusto, metálico y negro, daba la sensación de ser una armadura a prueba de todo. Era un vehículo que transpiraba resistencia y poder.

    De manera inconsciente, César llevó su mano izquierda hacía atrás, tomó la bazuca y la ubicó de manera rápida sobre su hombro. De inmediato, aún sin dejar de ver el tanque de guerra, sus sentidos le informaron lo absurdo que era su intención atacar con esa arma.

    Black-hat alcanzó a reconocer que, en la parte delantera del tanque, existía una inscripción en letras militares y mayúsculas: DON-JO. Al leer ese nombre, sintió que su corazón fue invadido por un miedo extraño, una sensación de vulnerabilidad asociada a quien en otro momento de su vida había sido su mentor.

    ―Es Don-jo―dijo―, ¡el novio del Maestro de Saint Denmark!

    Solo para confirmarlo, tanto él como César obligaron a su mente a desprenderse de sus respectivos cuerpos, para sobrepasar la armadura del tanque y reconocer al hombre que se encontraba en su interior. En efecto, Don-jo se encontraba sentado en medio de una penumbra iluminada por las pantallas azules que hacían parte del sistema del tanque.

    Gracias a esa leve iluminación, pudieron reconocer el rostro de aquel hombre, que poseía un cabello rapado de color castaño. Sus ojos marrones miraban hacia una de las pantallas y sus manos estaban firmemente sujetas al volante. El ambiente al interior del vehículo se sentía fresco y agradable, lo que delataba que estaba activo el aire acondicionado.

    ―Sí, evidentemente es él―comentó César―. La buena noticia es que ese tanque no se compara en nada a nuestros poderes.

    ―Estoy de acuerdo―contestó Black-hat―, aunque...

    La frase quedó interrumpida cuando de la parte superior del tanque se desplegó el tubo de un cañón que disparó justo hacía donde se encontraban ellos dos. El efecto del disparo parecía tener más la intención de intimidarlos que la de generar daños, ya que solo logró derrumbar parte de la estructura del décimo piso.

    Black-hat y César retrocedieron en una actitud de clara defensa, mientras cada uno se cubría con la palma de su mano para protegerse de la nube de polvo que dejó el disparo. La mente de ambos reaccionó al mismo tiempo, invitándolos a contraatacar de inmediato.

    Sin embargo, justo cuando César estaba a punto de saltar hacia el batitanque, éste mismo liberó un pulso electromagnético de alto nivel: una onda de energía, que emanó desde el centro del vehículo como si fuese la mitad de una burbuja, casi invisible y de bordes azules, expandiéndose por toda la fábrica.

    La onda electromagnética golpeó a Black-hat y César, tumbándolos al suelo, como si acabaran de sufrir una descarga de veinte mil voltios. Los dos sintieron además que sus sentidos quedaron anulados, sumergiéndose en una oscuridad total. Cuando volvieron a abrir los ojos, la realidad se les presentó turbia y extraña, mientras experimentaban un zumbido fuerte en sus oídos.

    ―Sabe muy bien a lo que está jugando el tal Don-jo―dijo César―. ¡Nos quedamos sin escudos!

    Con mucha dificultad, siendo consciente de que su sistema nervioso se encontraba alterado, él se aproximó al borde del piso. Así pudo contemplar cómo el tanque dio un rápido y violento giro, logrando que su parte trasera se ubicará frente al ingreso principal de la bodega, que estaba constituida por dos puertas que se separaron, como si fuese el telón de un teatro.

    Mientras las puertas terminaban de desplazarse, la parte trasera de batitanque se expandió, como si fuese una boca de metal. A medida que esa boca se abría, de su interior fue saliendo una estructura dotada con dos puestos, que eran de color negro y denotaban ser bastante cómodos y sofisticados, como si fuesen los asientos de una nave espacial.

    En cuanto la estructura terminó de desplegarse, Black-hat, quien ya se encontraba al borde del décimo piso, pudo observar cómo LeBlanc salió de la bodega, lanzando al suelo un casco de color negro que antes llevaba puesto en su cabeza. Después de lo cual se sentó con suma tranquilidad en uno de los dos puestos.

    La estructura de los asientos comenzó a ocultarse al interior del batitanque. César experimentó una profunda decepción al reconocer cómo la especie de boca de metal de la parte trasera del vehículo se cerró completo. Ahora la mujer se encontraba bajo la protección de aquel blindado tanque.

    ―Va a ser difícil sacarla de ahí―dijo César, antes de preguntar―: ¿tiene algún punto débil el batitanque?

    ―Con nuestro armamento actual no podemos hacerle ningún rasguño―respondió Black-hat.

    ―Entonces habrá que distraerlo.

    Con rapidez y convicción, César decidió entonces apoyar su rodilla izquierda sobre el suelo, colocándose en una posición estable de disparo. Presionó sobre el gatillo de la bazuca y el proyectil salió a toda velocidad, liberando una estela de humo tras de sí.

    La explosión generó un instante de oscuridad en el entorno de la fábrica, antes de que brillara el fuego rojo y amarillo derivado de la detonación del proyectil al chocar contra el tanque. El humo de la explosión tardaría en desvanecerse unos quince segundos.

    Mientras tanto, Black-hat se dirigió a toda velocidad hacia las mochilas y, aparte de elegir uno de los fusiles de asalto, se aprovisionó de seis granadas de fragmentación. Luego, con la misma determinación corrió hacia el otro extremo del edificio, ubicándose a unos diez metros de donde antes se encontraba el escarabajo espía.

    ―Solo necesitamos tiempo―le susurró con su pensamiento a César―. Te harás cargo tú y yo te secundaré.

    ―Entiendo―le respondió telepáticamente su aliado―. Solo dame un minuto más y podré atacarlo.

    Cuando la nube gris de la explosión se desvaneció, César observó con horror cómo el cañón principal del batitanque estaba apuntando directo hacía él. Don-jo disparó de inmediato, apenas concediéndole un segundo para desplazarse y no ser destrozado, tal como sí ocurrió con la columna frente a la que se encontraba.

    Luego, el cañón se movió de manera rápida hacia el otro extremo, para detenerse justo cuando tuvo en la mira a Black-hat. El ruido del disparo resultó está vez muy atronador y agresivo. El blanco al que se dirigía aquel ataque alcanzó a salvarse por pura suerte, pero cómo el impacto logró destrozar todo el suelo, su cuerpo sufrió una dura caída hasta el piso noveno.

    Su cabeza se golpeó contra un tubo de suministro de agua, lo que lo obligó a disparar de manera involuntaria el fusil de asalto que sostenía en su mano derecha. La RN – 15 escupió fuego y su ruido gestó un escenario de alarma en toda la fábrica. De manera instintiva se levantó, corrió unos quince metros para cambiar de posición y tras asomarse al borde del piso, atacó al batitanque.

    Fue una batalla divertida para los tres. Tanto Don-jo a bordo de aquel titánico vehículo, como César y Black-hat, se dejaron seducir por la adrenalina, el ruido y el caos. Solo LeBlanc, aún sentada en la silla trasera del batitanque, se sentía un poco ansiosa al escuchar el opacado estruendo que alcanzaba a escuchar.

    ―Dame cuarenta segundos más―gritó el pensamiento de César―, solo cuarenta segundos más.

    Fueron los cuarenta segundos más divertidos, pero a la vez más estresantes, que los dos aliados vivían después de mucho tiempo. Porque, así como ellos atacaban al tanque asomándose y replegándose del borde del edificio, también Don-jo comenzó a disparar a diestra y siniestra.

    El edificio iba desplomándose a pedazos tras cada cañonazo, mientras era estremecido por los temblores provocados por cada impacto. Un momento después, cuando Don-jo observó cómo sus dos enemigos comenzaron a lanzarle las granadas de fragmentación, el batitanque extrajo de su interior un nuevo tipo de arma: dos ametralladoras ubicadas a cada lado del cañón principal entraron en el juego.

    ―Tenemos que seguir moviéndonos―gritó telepáticamente Black-hat mientras subía por las escaleras hacía el décimo piso―. ¿Tienes las granadas de humo?

    ―No―le respondió César con su mente―, aún están en nuestra base inicial.

    ―Sí, ya veo las mochilas.

    Sin detenerse, Black-hat tomó la mochila con su mano derecha y siguió corriendo con la suficiente velocidad cómo para salvarse de la potencia del cañón principal del tanque. En cuanto pudo encontrar un escenario seguro, se detuvo, abrió la mochila y extrajo tres granadas de humo de las seis disponibles.

    Las restantes las dejó en el suelo, tras percibir que César lo estaba mirando desde una distancia de unos treinta metros. Su aliado entendió a la perfección el mensaje y corrió a buscar las provisiones, mientras ya Black-hat se encontraba lanzando la primera granada de humo.

    De manera muy inteligente, gracias a la misma coordinación de sus mentes avanzadas, los lanzamientos de las granadas lograron construir un auténtico telón. La C arquitectónica que representaba el edificio quedó revestida por una cortina de humo que fue capaz de silenciar la actividad artillera del tanque.

    ―Nos hizo falta traer auriculares de transmisión dual―le susurró Black-hat sin romper el silencio―. ¿Ya estás preparado?

    ―Eso creo. Aunque tengo un mal presentimiento sobre este tanque, querido amigo.

    ―No nos podemos dejar derrotar por una máquina, somos avanzados.

    ―Lo sé.

    El momento de tregua llegó a su fin. Don-jo empezó a atacar de manera desenfrenada y violenta. Por el nivel de ruido que estaba produciendo sus ataques, era evidente que había decidido darle uso a todo el arsenal que tenía su disposición con ese

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