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El Maestro del Caos: La Guerra Solar, #1
El Maestro del Caos: La Guerra Solar, #1
El Maestro del Caos: La Guerra Solar, #1
Libro electrónico473 páginas6 horas

El Maestro del Caos: La Guerra Solar, #1

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La Guerra Solar es una historia distópica y postapocalíptica que tiene lugar tras un holocausto nuclear. Ahora el mundo está sumido en un completo desastre. Nuboff, un payaso terrorista autodenominado El Maestro del Caos, tiene el mundo bajo su control, gracias a su gran inteligencia y a su gran experiencia como hacker avanzado. Sin embargo, en esta historia de supervivencia a la guerra nuclear, un grupo de jóvenes que forman la Brigada Púrpura se embarcan en una aventura para derrocar a este terrorista, mientras el amor, la amistad y el sexo se niegan a morir.

El Maestro del Caos representa la primera parte de la trilogía La Guerra Solar. Desde sus primeros episodios, la obra revela el peligro en que se encuentra la raza humana frente al progreso tecnológico y la industria armamentísta. Se trata de una novela profunda que expone el macabro destino al que se dirige la humanidad si no hay un control en materia de innovación científica y digital.

Este libro ganó el Premio Wattys 2019 dentro de las obras escritas en castellano en la categoría de Ciencia Ficción. En esta misma categoría, en marzo del año siguiente, la plataforma Wattpad.com le otorgó la distinción de Destacadas del mes. Un reconocimiento más que se sumó al otorgado por el Perfil @WattpadSuperheroesES al elegirlo como Historia Destacada.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 jun 2023
ISBN9798223239949
El Maestro del Caos: La Guerra Solar, #1

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    Vista previa del libro

    El Maestro del Caos - Carlos Jiménez Duarte

    Epígrafe

    A pesar de que el viaje a la capital era en aquel tiempo poco menos que imposible, José Arcadio Buendía prometía intentarlo tan pronto como se lo ordenara el gobierno,  con el fin de hacer demostraciones prácticas de su invento ante los poderes militares, y adiestrarlos personalmente en las complicadas artes de la guerra solar.

    Cien Años de Soledad, Cap. 1. 

    GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

    Capítulo

    El misterioso Proyecto Z50.1

    Desde hacía tres semanas , Ana Aguirre se encontraba trabajando en el código. En la pantalla de su ordenador, línea tras línea iba dándole solución al problema. Como estudiante de último año de ingeniería de sistemas de la Universidad de Barcelona, ella había decidido asumir el reto de aquel certamen internacional.

    La compañía de software White Shadows, había publicado en su web oficial, las pautas de un concurso en el que se invitaba a programadores de todo el mundo a resolver un complejo y largo código informático. La persona que creara el mejor algoritmo, ganaría una cifra de $30.000 dólares y un viaje a las instalaciones de la empresa en Silicon Valley.

    Eran las dos de la madrugada, cuando Ana envió su algoritmo. Al día siguiente, en la noche, recibió un correo electrónico, cuyo contenido simplemente era el número de una dirección IP. Tras escribirla en su navegador, ingresó a la interfaz de un chat de fondo negro.

    El único interlocutor que existía en el chat, se presentó con el nombre de Proyecto Z50.1. Ambos estuvieron en línea hasta las cuatro de la mañana, no sin antes acordar una nueva cita para el día siguiente a medianoche.

    Noche tras noche, Ana continuó conversando con ese alguien, colmándolo con sus preguntas y motivada por la curiosidad. Era evidente que se trataba de alguien con vastos conocimientos. Podía contestar en cuestión de milésimas segundos a cualquier tipo de pregunta: desde los nombres exactos de las estrellas, pasando por las capitales de los países y hasta explicar ideas complejas sobre maestros de filosofía.

    A veces, Proyecto Z50.1 le discurría pensamientos asombrosos sobre su percepción de la Vida y el Universo. En algún momento Ana llegó a sospechar que Proyecto Z50.1 se trataba de una Inteligencia Artificial realmente avanzada. Se atrevió entonces a tentarlo, pidiéndole que hablara sobre ella y su propia vida.

    Proyecto Z50.1 no le respondió nada sobre sus datos personales, pero sí le reveló una serie de recuerdos, como los sucesos vividos durante la primera cita con su ex novio, la operación del corazón que había recibido su padre hacía quince años y el viaje a Egipto donde se perdió en un bazar.

    Una noche, Proyecto Z50.1 le dijo algo que la dejó sorprendida. Le anunció que en un futuro, el mundo estaría gobernado por los ordenadores y los sistemas digitales, mientras un único programador en el planeta mantendría el control sobre éstos.

    Aquel programador sería capaz de destruir una ciudad entera a su antojo tras enviar una ojiva nuclear o vaciar las cuentas bancarias de hasta el hombre más acaudalado del planeta. Todo ello, con tan solo presionar una tecla de su computadora, mientras permanecía en completo anonimato. Acto seguido le enseñó una serie de fotos de cómo sería dicha era del futuro.

    ―¿Por qué me has revelado esto a mí?―preguntó Ana, realmente aterrada.

    ―Porque fuiste tú la que escribió el código―respondió―. Ahora mira detrás de ti.

    Fue entonces cuando giró su cabeza hacia atrás. En la puerta de su habitación vio a un hombre alto, vestido con un gabán negro y una gorra de estilo militar del mismo color. Por un instante le vio sonreír y luego se fijó que en su mano derecha sostenía un arma automática, provista además con un silenciador.

    Aquel hombre disparó. Ana Aguirre experimentó en su cabeza un fuerte impacto, sólo que mientras se derrumbaba en el suelo tuvo la certeza de que no era la bala la que logró fulminarla, sino que el golpe provenía desde otro ángulo, el cual tenía además la contundencia de haber sido ejecutado con un objeto sólido, como un bate de beisbol.

    Ana estuvo en el suelo durante varios minutos observando la línea de sangre que emanaba de su cabeza. Luego, todo se oscureció por completo. Cuando volvió a abrir sus ojos, un médico se asomó en su campo de visión.

    ―Ya era hora que despertaras―dijo―. Llevas casi cuarenta años en coma. Aunque la empresa White Shadows quebró hace siete años, el gerente de la misma siguió empeñado en no desconectarte. Nos alegra saber que la mejor programadora del planeta esté de vuelta. Sin ti, este mundo sería un desastre y el General O’Donnell seguiría operando desde las sombras.

    Capítulo 2

    Un aliado inesperado

    Rasec había llegado en el momento más tenso de esa guerra. Apareció en el Portal del Cielo la madrugada de un día de diciembre. Su cuerpo se materializó en medio de un relámpago que alcanzó a iluminar por completo el portal, mientras un sonido electrizante despertó a todos los allí presentes, quienes vieron cómo su silueta blanca fue adquiriendo sus colores.

    Fue en ese justo instante en que se pudo percibir que iba vestido con su azul overol de tirantes, provisto con un hermoso bolsillo en la zona del pecho. Debajo del overol llevaba una camiseta blanca de mangas largas. Sus pies se encontraban calzados con unos zapatos deportivos negros dotados de cordones blancos.

    ―¿Me estaban esperado?―preguntó.

    No había terminado de formular su pregunta, cuando la realidad saltó de manera intempestiva de la oscuridad de la madrugada, a la tranquilidad de una mañana fresca y agradable. Ahora la claridad del día insinuaba que debían ser las siete de la mañana.

    ―¿Quién te ha traído hasta aquí?―dijo Trinity, rompiendo el silencio.

    ―Ya habrá tiempo para las respuestas―respondió el joven.

    Entonces se dirigió a uno de los baúles militares y extrajo una RN – 15. A partir de ese momento aquel sería el fusil asalto que lo acompañaría, llevándolo a menudo de manera cruzada tras su espalda. Se tomó unos segundos para valorar el arma, revisando que estuviera cargada y verificando al mismo tiempo que tuviera activo el seguro.

    ―Bien, damas y caballeros―dijo―, ¡andando!

    Bajó las escaleras del templete, mientras ubicaba el fusil a sus espaldas. Luego se aproximó al jeep hasta ubicarse en la puerta del conductor, donde se detuvo al ser consciente de que los miembros de la brigada permanecían inmóviles, observándolo y llenos de asombro.

    ―¿Qué están esperando?―preguntó―. Nuboff atacará en dos horas. ¿Piensan quedarse de brazos cruzados?

    Con esa actitud y determinación que emanaba de su presencia, Rasec acababa de convertirse en el líder de la Brigada Púrpura. Un minuto después, los tres vehículos abandonaban el Portal del Cielo. Aquella obra de arte, ubicada en medio de la hierba verde y con sus columnas de mármol que formaban un círculo, fue dejada atrás.

    A medida que el sol ascendía en el horizonte, un calor agradable impregnó a los tres jeeps. Rasec iba conduciendo el primero de aquellos vehículos, mientras en el asiento del copiloto se encontraba Trinity. Hablaban sobre todos los estragos de la guerra y la era apocalíptica en la que se hallaba el mundo.

    Una hora más tarde, los vehículos atravesaron una llanura ocre y árida, dotada de enormes huecos nucleares. Las microbombas atómicas más pequeñas habían dejado hoyos de unos veinte metros de ancho. Hoyos que parecían haber sido creados por la punta enorme de un trompo.

    Aún con la fiebre que lo atormentaba desde hacía tres días, Nathan observó a lo lejos que no existía rastro alguno de vida: ningún árbol, animal o hierba que recordará los gloriosos días de aquel lugar. Una región fértil en la que las vacas pastaban, en medio de cercas que delimitaban a las haciendas. Ahora era una zona devastada y triste.

    ―¿Cuántos soles han caído en este planeta desde que me fui?―cuestionó con humor el conductor.

    ―Los suficientes para devastar a casi toda la humanidad―contestó Nathan.

    Los tres miembros de la Brigada Púrpura que acompañaban a Rasec habían dejado ya el asombro que inspiraba aquel joven conductor, quien estaba informado de casi todos los pormenores de La Guerra Solar. No era el momento para preocuparse de dónde había salido. Lo importante ahora para ellos era que evidentemente representaba un aliado.

    Al cabo de cuarenta minutos más de viaje, los tres jeeps se detuvieron frente a un par de vías ferroviarias. El calor de la mañana había incrementado, pero el clima templado de la región otorgaba a los presentes una sensación deliciosa. Nathan fue el primero en descender.

    Los cinco miembros de la Brigada Púrpura, los que viajaban a bordo de los dos vehículos que seguían la ruta marcada por el primer jeep, se acercaron con cierta prevención, aún sin dar fe a las intenciones del nuevo aliado.

    ―Mi nombre es Rasec, tal como ya lo saben los demás―dijo―. Discúlpenme por no haberme presentado antes.

    ―Bueno, parece ser que nuestros amigos ya confían plenamente en ti―comentó Monique―. Vaya sonrisa la que tiene Trinity en este momento.

    ―Es cierto―intervino Sofía―. Pero pudiste haberte tomado el tiempo de saludarnos cuando apareciste por primera vez en el portal.

    ―Lo siento, pero tal como se los dije, Nuboff no tardará en atacar. El tiempo juega en contra nuestra en esta ocasión.

    ―¿Y por qué estás tan seguro?―lo cuestionó Monique.

    De pronto, los rieles ferroviarios empezaron generar un suave sonido; un sonido que fue creciendo como un suave chillido, similar al de una aguja raspándose sobre una superficie metálica.

    ―Porque el objetivo de nuestro enemigo está relacionado con ese tren―contestó.

    Monique y Sofía, al igual que los otros tres compañeros de armas, tuvieron que darse media vuelta para apreciar cómo, a lo lejos, en la línea del horizonte, apareció un tren compuesto de al menos unos veinte vagones de transporte de mercancías. Los vagones poseían un interesante color terracota.

    Pero aquel medio de transporte distaba mucho de ser de la época actual. Su modelo y antigüedad parecía haber salido de la década de 1950. Por eso, su marcha no era tan acelerada. Se desplazaba con calma, mientras el sonido de sus vagones generaba un constante bluck-bluck, bluck-bluck. En ese instante se encontraba a una distancia máxima de un kilómetro.

    ―Creo que es hora de ir por nuestras armas―anunció Nathan con ansiedad.

    Solo les bastó diez segundos para ir por sus fusiles de asalto.

    De repente, la mente de todos se desprendió de sus cuerpos y viajó velozmente hacia el tren que se aproximaba. Alcanzaron a percibir las torretas militares ubicadas en el techo de los vagones, las cuales estaban al mando de distintos hombres y mujeres vestidos con uniforme color naranja y máscaras de gas. Por la posición en las que se hallaban las armas, éstas solo podían disparar de manera horizontal o hacía el cielo.

    La visión del tren acercándose generaba cierta euforia. En verdad, era una euforia motivada por la manera imprevista en que se podía contemplar dicha realidad. Pero de pronto la ilusión llegó a su fin y la mente de cada uno de los miembros de la Brigada Púrpura regresó a su cuerpo.

    De inmediato todos se fijaron en Rasec, conscientes de que había sido él quien había generado la oportunidad de ser testigos de dicha visión. De hecho, aquel aliado no pudo evitar que una sonrisa apareciera en su rostro, al percibir la sensación que les había generado.

    El tren se encontraba ahora a menos de doscientos metros de los jeeps.

    ―Muy bien señores―gritó Rasec―. Nuestra misión es abordar dicho tren.

    ―¿Abordar?―preguntó Monique, quien ya se escudaba tras uno de los jeeps.

    Y entonces, aquel aliado saltó hacia las vías ferroviarias y empezó a correr directo hacia el tren. En un segundo, los miembros de la Brigada Púrpura intercambiaron entre ellos miradas de asombro, antes de sentir la magnética inspiración de obedecer al acto que realizaba aquel hombre.

    ―Eso quiere decir―dijo Troy dirigiéndose a uno de los jeeps―que me tengo que poner esta pesada mochila de supervivencia ahora mismo.

    No sé quién diablos sea―pensó Trinity, que fue la primera en llegar a las vías―, pero con semejante seguridad no nos queda otro remedio que seguirlo. Los nueve personajes, que corrían en dirección al tren, fueron entonces avistados por el hombre enmascarado de la primera torreta del tren.

    Aquel hombre empezó a reírse ante la lógica verdad de que ellos serían aplastados por el tren. Pero entonces los vio desvanecerse. La Brigada Púrpura, que sentía con horror cómo el rostro metálico de aquel medio de transporte avanzaba y avanzaba, experimentó una energía electrizante.

    Luego sintieron que una fuerza poderosa los empujó desde atrás, logrando que la materia de cada uno fuese tan liviana como el mismo viento. Un viento que desafió la potencia del tren y conquistó el interior del primer vagón. Escenario en el que tras un refrescante remolino de brisas, todos volvieron a materializarse.

    ―¡Wow!―exclamó Reik―volvamos a repetir eso.

    Pero la emoción de lo ocurrido pasó de inmediato a la seriedad de la misión que todos tenían que afrontar. No tardaron en reconocer que aquel vagón estaba lleno de bolsas de dinero. De hecho, existían fajos de billetes aquí y allá, además de monedas, como sí alguien se hubiese tomado el tiempo de celebrar el millonario robo.

    ―Aquí hay suficiente dinero―dijo Nathan―como para vivir unas diez vidas sin preocuparse por trabajar.

    El joven Reik tomó uno de los fajos de billetes y descubrió en el primero el rostro impreso de Benjamín Franklin. La ambición de conservar aquel fajo de billetes, que debía representar al menos unos diez mil dólares, invadió su corazón. Solo que al instante recordó que, en medio de La Guerra Solar, aquel dinero no tenía valor alguno.

    ―Vamos a ver quién está al mando del tren―dijo Trinity, mientras quitaba el seguro de su fusil.

    Se dirigió a la puerta del vagón y la abrió con toda convicción.

    La estancia de la cabina de mando estaba abandonada. Nadie estaba al mando de aquel medio de transporte. Aunque de inmediato reconocieron que el espacio estaba ocupado por tres barriles de gasolina que permanecían conectados a diferentes grupos de tacos de dinamita. Un reloj con cuenta regresiva se hallaba sobre uno de los tacos, ubicado en el centro del tablero de mando.

    ―Este es otro de sus ridículos chistes―dijo Monique. 

    Todos dieron paso entonces a la mujer más joven de la Brigada Púrpura. Su nombre: Luna. Experta en explosivos y francotiradora. Siempre iba vestida de uniforme militar negro y llevaba una gorra del mismo estilo que solo se quitaba cuando decidía acariciar su cabello, el cual le llegaba hasta casi la mitad de su espalda.

    En ese momento, a ella no le preocupaba para nada que al reloj de la cuenta regresiva de la dinamita solo le faltarán diez segundos. De hecho, esperó a que el conteo llegara a cero, para ver cómo se reiniciaba la cuenta de nuevo desde los mismos diez segundos.

    Con suma tranquilidad, la mujer metió su mano derecha en uno de los bolsillos de su guerrera y extrajo un alicate metálico de color rojo.

    ―No es necesario que contengan la respiración―anunció con ironía.

    Con la misma paciencia y serenidad, Luna acercó dicha herramienta a uno de los cables azules de la bomba. Y esperó a que en el reloj de la dinamita apareciera el número 3. Se escuchó un pequeño clic cuando el cable azul fue cortado. La mujer levantó sus ojos, que se detuvieron al reconocer el par de megáfonos, que colgaban en cada esquina superior de la ventana frontal de esa cabina de mando. 

    El sonido de una guitarra eléctrica empezó a vibrar en la estancia. Fue aumentando de volumen suavemente, hasta que la voz del cantante estalló: "Welcome to the jungle, we've got fun and games; we got everything you want honey, we know the names; we are the people that can find whatever you may need; if you got the money, honey, we got your disease".

    ―¿Todavía escuchan música de los Guns N’ Roses en este planeta?―preguntó Rasec, sorprendido.

    ―Sí, y esa es la orden de escape―exclamó Reik.

    En el techo del tren se escucharon pesados y violentos pasos de movimiento. Reik, se asomó de inmediato por una de las ventanas laterales. Todos los hombres y mujeres, uniformados de color naranja y con sus respectivas máscaras de gas que se hallaban en las torretas, se estaban lanzando hacia las segundas vías de tren.

    Uno de ellos cayó de cabeza contra un riel de acero, antes de recuperarse del golpe y salir corriendo, desapareciendo en medio de los árboles.

    ―Caballeros, es hora de registrar este tren―ordenó Reik.

    El tren continuó con su incesable marcha. Efectivamente había sido abandonado por completo. Los cuatro primeros vagones estaban repletos de bolsas de dinero. En el quinto se encontraron con una bonita sala de estar. Se trataba de un espacio iluminado por una lámpara de techo. El color amarillo del bombillo, bañaba a un conjunto de elegantes muebles, que yacían sobre un tapete.

    Lo trágico de aquel lugar era que el cuerpo sin vida de un guardia de banco, se hallaba sobre una de las poltronas, sosteniendo una taza de café. Justo al frente de este cadáver, sentada en una silla, una secretaria fallecida y vestida de rojo, sostenía frente a sus piernas una tetera. Ambas personas tenían el rostro maquillado de amarillo.

    ―¿Cuántas escenas más como estas seguiremos viendo en esta guerra?―preguntó Luna.

    En ese punto, Reik dio la orden a Monique, Sofía, Marshall y Troy, de que subieran al techo del tren y viajaran hasta la cola de éste mismo. Su tarea consistió en revisar los vagones faltantes, dirigiéndose hacia adelante, hasta llegar al décimo en donde todos volvieron a reunirse.

    ―Seis vagones repletos de dinero, otra macabra escenita y los demás vacíos―reportó Marshall.

    Ahora se habían vuelto a reunir en el vagón número decimo, el cual representaba justo la mitad de la totalidad del tren. Envuelto en unas lonas verdes militares, se hallaba un cubo de unos dos metros de alto. Diversas sogas de amarre impedían desvestir aquella pesada carga. Con letras de aerosol rojo las cuatro paredes del cubo tenían la marca de WS-284. 

    ―Viene por esto―dijo Rasec―. Y no tardará en hacerlo.

    Y no mentía. A lo lejos se escuchó un faaam-faaaaaaaam, que representaba el sonido del claxon de otro tren acercándose. Muy pronto se sintió que la fuerza de aquel pesado medio de transporte, que se desplazaba en el carril ferroviario paralelo, había sobrepasado la posición del vagón en el que permanecía la brigada. Y luego, todos tuvieron la sensación de que aquel tren, redujo su marcha para no dejarlos atrás. 

    ―¡AL SUELO!―gritó Reik.

    Todos obedecieron a la orden. No habían acabado de acomodarse en el suelo, cuando se escuchó el sonido de un arma automática disparando a diestra y siniestra contra la pared del vagón. La luz exterior logró filtrarse, a través de los agujeros recién hechos, proyectando diferentes puntos blancos en todo el vagón.

    Unos segundos más tarde, el vagón fue iluminado en su totalidad, cuando la gran puerta del vagón fue arrancada: pareció como si se la hubiese llevado el viento. Pero para lograrlo el bando enemigo había realizado uso de unos equipos especiales de fuerte agarre. Acto seguido se escuchó que cayó en el interior del tren un objeto metálico. Se trataba de una granada de humo que rápidamente expandió una nube blanca en el vagón.

    La confusión era total para los miembros de la Brigada Púrpura, quienes sintieron asfixiarse a causa del humo. En medio del suelo, Luna percibió a un grupo de cuatro hombres, con uniforme naranja y máscaras de gas, ingresar rápidamente para agarrar con ganchos de metal la madera del pallet que transportaba al cubo de dos metros.

    En ese instante, la velocidad con la que marchaba el tren, permitió que la brisa del exterior inundara al vagón, despejando por completo el humo. Gracias a dicha claridad, Reik descubrió que habían instalado un puente entre ambos vagones. Sin perder tiempo, los hombres regresaron al tren agresor y activaron un motor que se hizo cargo de jalar las cuerdas de metal.

    ―Se la están llevando―dijo Trinity asustadísima―. ¡Se la están llevando!

    El desplazamiento agresivo de la carga empujó a las vías ferroviarias el respectivo fusil de Trinity y Luna: ambos fusiles habían escapado de sus manos en medio de la confusión iniciada desde la aproximación del tren. En tres segundos, la misteriosa carga, con su inscripción de aerosol rojo de WS-284, se encontraba en el tren enemigo, mientras el puente cayó a las vías. Reik disparó con su fusil de asalto y logró impactar a dos de los seis hombres del tren enemigo.

    Al recibir el ataque, uno de ellos resbaló y fue a dar a las vías de los trenes en movimiento. En ese momento, la puerta del vagón fue cerrada por los hombres uniformados de naranja, empujándola hacia la derecha. Pero casi de inmediato volvió a abrirse, deslizándose con facilidad hacia la izquierda. Ahí estaba.

    Iba vestido con una camisa blanca de mangas largas. Los tirantes rojos que colgaban de sus hombros finalizaban donde iniciaba un pantalón amarillo. Dicho pantalón no llegaba hasta sus pies, sino que concluía un poco más abajo de sus rodillas, justo donde iniciaban sus medias blancas. Las medias estaban rematadas por un par de tenis color rojo.

    Mientras tanto, su rostro estaba maquillado de blanco y contaba con tres rayas gruesas en diagonal, como si hubiese acabado de ser rasguñado por una fiera prehistórica. Por último, aquel villano poseía un cabello tinturado de color rojo que le llegaba hasta la altura de sus hombros. Un cabello que se presentaba de manera desordenada, como si llevara días sin lavárselo y hubiera acabado de levantarse de su cama, tras un profundo sueño.

    Era Nuboff, el terrorista más famoso del mundo.

    ―PAYASO INFELIZ―le gritó Marshall―. A PARTIR DE HOY NO VOLVERÁS A VER TUS PELÍCULAS DE BATMAN.

    De inmediato, le apuntó con su fusil y disparó, haciendo uso de todas las balas de su proveedor. Había sido una oportunidad única para él. Sin embargo, al finalizar comprobó que el enemigo lo estaba mirando con total serenidad. Los proyectiles habían generado diversas marcas de impacto sobre lo que denotaba ser un vidrio blindado.

    Sofía, Troy y Monique, aun entendiendo la situación, se apresuraron a disparar sus respectivas armas, consiguiendo un resultado igual de ineficaz. Ambos trenes continuaban viajando a la misma velocidad. A través del vidrio impactado se observó cómo los cuatro hombres enmascarados empujaban la carga WS-284, ubicándola en el vagón de la derecha. 

    ―¡Maldita sea!―exclamó Marshall―. ¿Qué es lo que hay en esa caja? Tenemos que parar ese tren como sea.

    Nuboff les dio tiempo a sus hombres para que terminaran el trabajo. Solo entonces utilizó su mano derecha para jalar una cuerda de color rojo que se suspendía desde el techo: acción que obligó a que el vidrio blindado se desprendiera del marco del vagón y cayera sobre las vías ferroviarias.

    Entonces mientras el terrorista levantaba su fusil para contestar la descarga de proyectiles que había recibido su vidrio de protección, Rasec se abrió paso para ubicarse justo en medio de la Brigada Púrpura. Todos observaron con horror cómo la boca del fusil de Nuboff escupía fuego, generando un ruido estremecedor.

    Pero contrario a lo que todos esperaban, ningún miembro de la brigada recibió impacto alguno. Monique observó con fascinación cómo los proyectiles caían al suelo del vagón, como si se tratara de pequeñas piedras. La misma sensación de asombro no tardó en apoderarse del corazón de Nuboff, quien suspendió la ráfaga de su arma para estudiarla durante un segundo.

    Esto le permitió comprobar que realmente el fusil no poseía el seguro que impedía que las balas fuesen disparadas. Entonces volvió a iniciar el fuego. Pero el efecto de que los proyectiles rebotaran y cayeran en el vagón al que atacaba volvió a repetirse. Al comprobar lo inútil que resultaba el ataque, los cuatro hombres de Nuboff empezaron a disparar también.

    ―¿QUÉ ESTÁ PASANDO?―gritó Trinity para hacerse escuchar―. ES COMO SI UN ESCUDO INVISIBLE NOS ESTUVIERA PROTEGIENDO.

    Hubo un momento de suspenso, a pesar de la infatigable marcha con la que viajaban ambos trenes. Rasec y Nuboff se miraron a los ojos durante cinco segundos. Tras lo cual el terrorista disparó directamente hacia dicho rostro, que le sonrió de manera subversiva. El resultado del ataque fue el mismo: el escudo invisible prestó todo su servicio al nuevo aliado de la Brigada Púrpura.

    Entonces se sintió en el aire una horrible sensación de miedo, que en realidad provenía de Nuboff. Luna y Trinity, Reik y Nathan, como todos los demás, contemplaron el rostro del terrorista, quien tenía una expresión escalofriante de cobardía y pánico total. Nunca antes la arrogante seguridad de Nuboff había caído tan bajo, siendo vulnerada al comprender quien era el responsable del escudo.

    La misma intuición terminó de iluminar a todos los presentes, incluyendo a los cuatro hombres enmascarados que acompañaban al terrorista. Para reforzar la sensación de asombro, sin tener que tomar impulso, Rasec dio un salto que le permitió caer en el vagón en el que se encontraba el enemigo.

    ―Quédense en donde están―advirtió, como si fuese un regaño―. Yo me hago cargo de esta situación.

    La Brigada Púrpura permaneció en el vagón del tren, inmovilizados por la fascinación que inspiraba ese hombre, viendo cómo empezó a pelear contra Nuboff. Bloqueos, patadas y puños intercambiaban ambos personajes, como si fuesen auténticos maestros en artes marciales. Aun así, era evidente que al payaso le costaba resistir los ataques.

    Los dos trenes viajaban sin descanso a la misma velocidad. Los hombres de Nuboff no se atrevían a dispararle por miedo de impactar a su propio jefe. Sin embargo, sí decidieron atacar cuerpo a cuerpo al agresor. Fue justo en ese instante cuando Rasec demostró su verdadero nivel defensivo, eludiendo los ataques con mucha agilidad y técnica.

    Haciendo uso de un codazo, lanzado hacia atrás, golpeó a uno de los hombres enmascarados, obligándolo a caer al suelo, donde se retorció de dolor. Luego utilizó una patada también dirigida hacia atrás para librarse de otro de los hombres. Aquellos golpes los había ejecutado de manera simultánea al castigo de puños que estaba recibiendo Nuboff.

    ―VAYA ESPECTÁCULO―gritó Nathan―. PENSÉ QUE ESTO SOLO PASABA EN LAS PELÍCULAS.

    Cuando los cuatro hombres enmascarados que acompañaban a Nuboff se encontraban ya en el suelo, agarrotados por la contundencia de los golpes, Rasec realizó una patada que logró derribar al payaso, quien empezó a arrastrarse hacia atrás usando sus codos, desplazándose hacia un rincón del vagón, mientras veía con horror al hombre alto, con overol de tirantes y camiseta blanca manga larga.

    ―SIENTE EL TERROR, MALDITO PAYASO―gritó Nathan―. ¡ES EL MEJOR SOLDADO DE NUESTRA BRIGADA! PÉGALE RASEC, TE AUTORIZO A MATARLO Y DAR FIN A ESTA GUERRA.

    Pero entonces Monique alcanzó a ver cómo, desde el suelo, uno de esos hombres enmascarados cargaba el arma con la firme intención de dispararle a Rasec. De hecho, el hombre se tomó unos segundos para calcular su puntería. Así que ella saltó hacia el interior del vagón. Cuando el hombre intentó reaccionar, su rostro estaba siendo ya golpeado por las botas de Monique.

    ―Amor, ¿qué haces?―exclamó Reik―. No es el momento para heroísmos.

    Entonces Reik, percibiendo cómo los otros hombres enmascarados se empezaban a recuperar del dolor, no pudo evitar el impulso de actuar y se lanzó al vagón. En ese momento, Rasec terminó de acercarse a Nuboff, quien desde el suelo extendió su mano derecha, en un gesto donde era evidente que suplicaba piedad. Pero su agresor fue inclemente y continuó descargando sus puños tanto en el rostro como en el abdomen del payaso.

    Mientras tanto, de manera violenta, Monique le arrebató el fusil de asalto al hombre y disparó contra otro de los enmascarados quien, aun reponiéndose del dolor, se ubicaba a dos metros de ella. Luego con total determinación disparó contra el que tenía junto a ella.

    En ese mismo momento Reik acababa de disparar contra uno más. Cuando se fijó en el hombre enmascarado, que aún permanecía con vida en el vagón, fue demasiado tarde para dispararle. Aquel enemigo, estando todavía en el suelo, apuntaba directamente hacia la mujer, justo cuando ella empezaba a girarse.

    ―¡MONIQUE!―gritó Reik.

    Reik alcanzó a saltar para derrumbar el cuerpo de la mujer. Pero el hombre disparó en el momento justo para lograr que tres proyectiles impactaran en su espalda. Rasec detuvo en ese momento la golpiza que estaba recibiendo Nuboff. Miró durante un brevísimo instante a Reik protegiendo a Monique con su cuerpo.

    Entonces invirtió dos segundos en levantarse y aplastar su pie contra la garganta del único aliado que tenía el payaso en ese momento. Luego, gastó un tercer segundo para fijarse de nuevo en la pareja, que permanecía inmóvil. Tres segundos de distracción le había quitado aquel imprevisto. Pero en ese breve lapso de tiempo, Nuboff logró levantarse para ejecutar una acrobática patada marcial.

    Una patada tan perfecta como la realizada por un karateca profesional. El talón del terrorista más famoso del mundo impactó justo en la sien derecha de Rasec, quien cayó al suelo del vagón. De pie, Nuboff se metió una de sus manos en el bolsillo de su pantalón amarillo y extrajo un control detonador.

    Los espectadores del tren de al frente, vieron entonces cómo el payaso huyó hacia el vagón de la derecha. Un instante después una explosión provocó que el vagón donde se encontraba Rasec, Reik y Monique se desprendiera del resto del tren. Sofía contempló durante unos segundos cómo aquel vagón se fue quedando atrás, mientras los dos trenes continuaban avanzando.

    ―Ahora está tomando ventaja el tren de Nuboff―dijo.

    En efecto, ante la liberación del vagón final, el tren empezó a desplazarse con mayor rapidez. Sin embargo, como si se tratara de un milagro para los restantes miembros de la Brigada Púrpura, en menos de diez segundos el tren volvió a sincronizarse con la velocidad de aquel viejo tren.

    Durante ese tiempo de sincronización, el payaso eligió una de sus armas favoritas en medio de un armario militar. Era un lanzagranadas XW-6V, con cartuchos de tiempo programable. Tras ubicarla en su espalda, se dirigió hacia la escalera vertical que permitía abrir la escotilla del vagón. En el momento en que empujó la tapa, los trenes ya se encontraban de nuevo frente a frente.

    Gracias a dicha coincidencia, en el vagón en que se encontraba la Brigada Púrpura, todos pudieron observar cuando Nuboff asomó su cabeza y terminó de salir para ubicarse en el techo de su tren. De hecho, la tapa de la escotilla resbaló y cayó a las vías ferroviarias.

    ―¿En qué estará pensando ahora?―dijo Troy.

    ―No se... pero no hay tiempo que perder―contestó Marshall, pidiendo prestado el fusil de Nathan antes de dirigirse al vagón de al lado―. Subiré al techo para averiguarlo.

    Cuando Marshall logró salir por la escotilla, tras luchar con mucha dificultad durante un minuto para entender cómo el mecanismo habilitaba dicha abertura, ya Nuboff se encontraba en el primer vagón de su tren. El viento fresco de aquella mañana de diciembre refrescó su cuerpo, permitiéndole sentir una energía electrizante que recorrió por toda su piel.

    Los dos trenes viajaban por un campo repleto de naturaleza. Un paisaje que emocionó aún más el corazón de Marshall, quien estaba acostumbrado a ver territorios desolados y marcados con cráteres circulares, ocasionados por la furia de las bombas nucleares. Una sucesión de árboles y más árboles acompañaba a cada lado a las vías ferroviarias por donde viajaban los dos trenes.

    ―¿Qué estará haciendo?―se preguntó―. Mejor lo espero a que regrese para dispararle.

    Aquella decisión estaba motivada en gran medida al hecho de que en el techo del tren aún se encontraban las torretas militares que antes estaban a disposición de los hombres de Nuboff. Existían al menos dos por cada vagón, lo que impedía correr con facilidad a través de estos.

    Dada la distancia existente entre él y el terrorista más famoso del mundo, Marshall no pudo apreciar bien lo que Nuboff realizaba, quien, tras llevar su mano derecha hacia atrás para seleccionar el lanzagranadas, ubicó su rodilla izquierda sobre el techo del tren. De ese modo logró obtener una posición estable de disparo.

    Luego jaló el gatillo del arma y la granada entró por la ventana lateral de la cabina de mando. Con suma tranquilidad se levantó y empezó a correr a toda velocidad en dirección al recuadro de la escotilla del techo, en el último vagón de su tren. En su mente iba contando los treinta segundos que restaban para que la granada se activara.

    ―Acércate más, imbécil―pensó Marshall mientras agarraba firmemente el fusil―. Acércate más.

    Pero justo cuando se encontraban a escasos metros, el tren en donde se encontraba Nuboff empezó a perder velocidad. El cambio repentino de dicha velocidad sentenció a la mente de Marshall a una ilusión extraña, como si las leyes de la física hubiesen cambiado. Aquella sensación le impidió jalar el gatillo.

    Así que en medio del asombro, Marshall solo pudo contemplar al payaso correr, quien realizó un gesto que lo estremeció: deslizó el dedo índice de su mano derecha sobre su cuello, como si la estuviera cortando de un tajo, con una espada bien afilada.

    Tras ello, Nuboff retornó al interior del vagón. Sin embargo, se aferró a las escaleras mientras dejó la mitad de su cabeza en el exterior para poder apreciar el espectáculo de la explosión. Marshall pensó durante un segundo en el gesto de Nuboff, hasta que la intuición le permitió entender con horror lo que se avecinaba.

    ―¡LOS BARRILES DE GASOLINA Y LA DINAMITA DE LA CABINA DE MANDO!―gritó.

    De manera que corrió de inmediato para saltar al recuadro del techo del tren por el que había subido. Todo aquello ocurrió en menos de cinco segundos. Tras cumplido ese tiempo la cabina de mando estalló. El trueno de la explosión se escuchó hasta tres kilómetros a la redonda.

    Las llantas metálicas de la cabina de mando se desprendieron de los rieles. Esto generó una reacción en cadena que obligó a que el resto de vagones saltaran del carril. Aquel triste tren, con su edad antigua del siglo pasado, se desvió

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