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Máscara de Muerte: El destino del hombre medio muerto
Máscara de Muerte: El destino del hombre medio muerto
Máscara de Muerte: El destino del hombre medio muerto
Libro electrónico398 páginas5 horas

Máscara de Muerte: El destino del hombre medio muerto

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Información de este libro electrónico

En el año 2032, en una versión más decadente e inmoral del mundo que conocemos, un enmascarado combate el mundo del crimen por mano propia motivado por la venganza y el recuerdo tortuoso de la pérdida de sus seres queridos, entre ellos, sus padres y su novia. Cuando se entera de que el responsable de sus muertes, el jefe corporativo de la mafia, Harold Pierre, sigue con vida, se determina a contraatacar con ayuda de los recursos de Richard Fox, un agente federal aliado, y Amanda Coleman, una reconocida periodista que lo ayudará a desenmascarar a la cruel corporación responsable de horribles crímenes contra la humanidad. No obstante, y a falta de recursos adicionales, el enmascarado ha optado por hacer un pacto con fuerzas oscuras que le otorgan habilidades
sobrenaturales para superar a sus enemigos. Sin embargo, usar las fuerzas del mal tiene un costo, algo que tal vez le arrebate para siempre su humanidad, su libertad e incluso su oportunidad de volver a encontrar la felicidad.

¿Qué pasaría si tuvieras que elegir entre ser feliz para siempre y llevar a cabo una venganza para honrar la memoria de tus seres queridos? ¿Qué estarías dispuesto a hacer para ver morir a aquél que mató al amor de tu vida? ¿Lo harías a costa de tu felicidad?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2019
ISBN9789569641299
Máscara de Muerte: El destino del hombre medio muerto

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    Máscara de Muerte - Bruno Costa

    MÁSCARA DE MUERTE

    EL DESTINO DEL HOMBRE MEDIO MUERTO

    Bruno Costa

    Datos libro

    MÁSCARA DE MUERTE

    EL DESTINO DEL HOMBRE MEDIO MUERTO

    © Bruno Costa

    ISBN: 978-956-9641-29-9

    Primera edición digital: abril 2019

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte ni registrada o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecanismo, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro sin el permiso previo escrito por el autor.

    Ilustración portada:

    Peyeyo

    Diagramación digital:

    Michel Deb

    Dr. Sótero del Río 326 of 1003, Santiago de Chile

    www.trayecto.cl

    Impreso en Chile/Printed in Chile 

    AGRADECIMIENTOS

    A mi familia, quienes siempre me han apoyado en mis decisiones, tanto en la de escribir este libro como también en mis bruscos cambios de rumbo.

    A Daniel Manzor, por siempre aportar de manera valiosa con su crítica constructiva.

    A Andrea Pérez, por ser la lectora y fan número uno de mis cuentos.

    A Daniel Manzor y Andrea Pérez por haber leído mi libro previamente a la publicación y haberme dado su retroalimentación, la cual me sirvió para reorganizar y replantear algunas ideas en ciertos puntos de la historia.

    A Káterin Chávez y sus padres, quienes me prestaron amablemente su cabaña en el campo en la cual pude encontrar la paz y concentración necesarias para escribir gran parte de mi libro. 

    EL ENMASCARADO

    En una noche helada de otoño que abrazaba los vientos venideros de invierno un hombre enmascarado caminaba por un barrio del bajo mundo moviéndose con un solo propósito, el de encontrar a un hombre que se decía que lo controlaba todo; la mafia, la policía, los medios y muchas grandes corporaciones e instituciones. Era el año 2032 y el mundo se había transformado en una versión más corrupta e inmoral de la que conocemos. Muchas instituciones como los tribunales de justicia y los departamentos de policía habían sido contaminados por la corrupción y el crimen organizado. La ley ya no hacía justicia, y el enmascarado estaba determinado a hacerla valer bajo sus propios términos. Se había enterado de que alguien estaba moviendo los hilos nuevamente en el mundo corporativo y la mafia en conjunto hace un tiempo atrás. No sabía realmente su verdadera identidad, solo que se trataba de un hombre poderoso que creía que por tener todo el dinero del mundo podía adueñarse de todo. Llevaba aproximadamente un año aniquilando criminales por su propia cuenta y se había hecho conocido tanto por el bajo mundo como por la policía y el FBI, quienes últimamente habían desarrollado un especial interés en él. Tanto los criminales como la prensa, lo conocían como Máscara de Muerte, pues cada vez que atacaba a grupos o bandas criminales solo uno sobrevivía para poder entregar un mensaje. A veces, ninguno sobrevivía. Su aparición significaba que alguien estaba a punto de morir, pero por supuesto, no se le aparecía a cualquiera. Se decía que Máscara de Muerte deambulaba por el mundo tratando de aliviar su alma en pena por la pérdida de sus seres queridos, otros decían que en verdad era un enviado del Diablo. Algunas versiones provenientes de personas que habían tenido contacto con él, dicen que el hombre no conocía el perdón ni la misericordia, y que su andar y aire de fiereza demostraban insensibilidad incluso en presencia de los buenos, pues unos pocos clamaban asegurar que el hombre de la máscara tampoco sentía amor.

    El enmascarado continuaba caminando por los pasillos desolados de un puerto en la gélida ciudad de Black Port, el cual había quedado abandonado luego de que California se separara en dos estados. Al pertenecer ahora a la administración de California del Norte había quedado en desuso y los criminales hacían amplio uso de él para el contrabando. Se movía a paso lento, como una pantera que merodea por la noche buscando algo para depredar. Su atuendo era completamente negro y se mezclaba a la perfección con la noche, a excepción de su máscara, la cual era gris y tenía unas franjas diagonales negras que la cruzaban como si las garras de una bestia del inframundo se las hubiera marcado. Usaba una armadura ninja con una coraza que le protegía tórax y abdomen en una sola pieza, protectores de hombros, el kusazuri; una especie de faldín que cubría los muslos, y protectores de antebrazo del cual sobresalían tres hojas afiladas. En su espalda cargaba una espada japonesa conocida como ninjato o shinobigatana, el arma por excelencia de los ninjas. Un arma letal y hecha especialmente para el arte del asesinato. Dentro del vestón de su ropaje bajo la armadura cargaba además sus kunai, cuchillos ninjas especiales para lanzamientos a distancia, así como también los shuriken, hojas filosas con forma de estrellas que al ser lanzadas causaban daño superficial que ralentizaba o aturdía al enemigo, o incluso la muerte si era lanzado a la garganta o la cara.

    A lo lejos se oyó una discusión entre dos o tres hombres, el enmascarado sintió curiosidad y se acercó para subir al techo de uno de los galpones y observar lo que ocurría desde las alturas. Se agazapó sigilosamente como un gato, preparado para un inminente ataque, quizás solo para observar sin ser visto, tal vez ni siquiera interrumpiría.

    Abajo tres hombres discutían acaloradamente. Un grandulón de unos 1,95 metros que llevaba un bate de béisbol, y otro más bajo de unos 1,75 con una pistola en mano amenazaban a otro tipo delgado con mal aspecto de menor corpulencia.

    —Ahora la policía sabe de ti, sospechan de ti —dijo el hombre armado.

    —Eres un estúpido, te dejaste descubrir —agregó el grandulón.

    —No, no fue mi culpa, fue esa estúpida de Gina. No soportó la culpa y fue donde la policía, yo le dije que no lo hiciera —dijo el menor de ellos que se veía golpeado.

    —Pero ahora la policía apunta a ti ¿no es así? Y eso nos expone a nosotros.

    —No debimos darle a él droga para distribuir. ¡Míralo! ¡Es un inútil!

    —¡No, esperen! Les juro que he hecho todo discretamente, todos a quienes les vendo la heroína son discretos igual que yo.

    —Excepto tu estúpida novia, ¿verdad?

    —Creo que se merece un castigo, ¿verdad, Crisp?

    El grandulón levantó el bate y lo azotó con fuerza a las costillas del muchacho, tirándolo al suelo. El chico soltó el primer grito de dolor.

    —¡Dios! ¡Me rompiste las costillas!

    —Y te romperemos mucho más, muchacho —advirtió Crisp.

    El grandulón se acercó nuevamente y continuó con la golpiza enfocándose esta vez en piernas y brazos, buscando nada más que fracturar partes del chico y causar un tremendo daño. Los gritos del muchacho estremecían la noche y la maldad atormentaba a uno que otro animalejo que pasaba cerca. Un gato en las alturas del galpón maulló con temor, como si él mismo sintiera el dolor de la víctima. Las despavoridas ratas se metieron por las rendijas de las alcantarillas y uno que otro cuervo revoloteó agitado por el cielo maligno de aquella noche. Mientras el grandulón golpeaba violentamente al muchacho, Crisp solo observaba con satisfacción, pues disfrutaba mucho del sufrimiento ajeno. Cuando ya estuvo satisfecho con la golpiza se dignó a interrumpir.

    —Bien, Trevor, creo que ya es suficiente.

    La paliza se detuvo y el pobre muchacho había quedado muy malherido. Sufría de una fractura expuesta, tenía un ojo magullado y expulsaba también sangre por la boca.

    —Por favor, no me maten, ¡no es mi culpa! —dijo apenas el moribundo muchacho.

    —Ahora no sé si arrojarte gasolina y prenderte fuego por estúpido, o simplemente darte una muerte rápida. ¿Qué dices, Trevor? ¿Lo quemamos?

    —Ya le di suficiente castigo con la golpiza que le propiné. Dispárale ya.

    —¿Qué tal si le disparo y luego lo quemamos igualmente para no dejar restos identificables para la policía?

    —Como quieras.

    El hombre levantó el arma apuntando hacia el chico, y justo cuando se disponía a apretar el gatillo, una cuchilla voló hacia su mano. El hombre soltó inmediatamente el revólver y lanzó un estrepitoso alarido. Trevor se dio vuelta, pero se encontró con el ninjato de Máscara de Muerte que le atravesó el abdomen. Acto seguido el enmascarado lo tumbó rápidamente con una fuerte patada con giro que lo envió a una pared. Luego, arrojó un segundo kunai en la espalda de Crisp que se movía para tratar de agarrar el revolver en el suelo. El enmascarado se acercó a él y le cortó la mano de una sola tajada antes de que pudiera intentar cualquier cosa. Tras él, el gigante aún seguía con vida y embistió por la retaguardia con el bate en mano determinado a vengarse, pero Máscara de Muerte, más hábil y experto en combate, esquivó fácilmente el golpe haciéndolo tropezar al suelo para luego tomarlo por detrás y degollarlo. Trevor calló muerto inmediatamente. Crisp se arrastraba aún por el suelo para intentar hacer algún movimiento, pero Máscara de Muerte lo detuvo nuevamente, esta vez para hacerle un interrogatorio.

    —¿De qué agujero de mierda saliste tú? —preguntó el enmascarado.

    Crisp se giró hacia al hombre temblando por el dolor, pero en cuanto lo miró supo frente a quién estaba.

    —Eres él, del que todos hablan.

    Antes de que pudiera continuar diciendo algo, Máscara de Muerte le tapó la boca y empezó a registrar sus bolsillos hasta que encontró una bolsa de cocaína.

    —Así que heroína no es lo único que vendes, ¿verdad? —dijo el enmascarado mientras lanzaba la bolsa al agua desde el muelle.

    —¡Imbécil! ¿Tienes idea de para quién trabajamos?

    —No lo sé, ilústrame —respondió el enmascarado mientras miraba desinteresado hacia un lado como si no se sintiera intimidado en lo más mínimo.

    —¡Trabajamos para Harold Pierre!

    Máscara de Muerte giró rápidamente la cabeza hacia Crisp, se dirigió hacia él y lo tomó del cuello fuertemente.

    —¿Qué fue lo que acabas de decir? ¡Repítelo!

    —Harold Pierre, esta área está bajo su dominio.

    —¡Mientes! Harold Pierre está muerto.

    —Es lo que todos pensaron. Pero aún vive. Te lo aseguro.

    Máscara de Muerte se quedó parado frente a él e hizo unos segundos de silencio mientras lo miraba con su temible máscara que escondía sus emociones e intenciones. Ondeó la espada una vez más y la colocó en su cuello mientras la sangre de Trevor aún corría por la hoja.

    —Dime donde está.

    —Inepto. ¿Por qué habría de decirte yo eso? No obtendrás nada de mi boca.

    —Entonces no me eres de utilidad.

    Levantó su espada una vez más y la blandió contra su cabeza haciéndola rodar por el suelo.

    Cuando se disponía a retirarse la voz del muchacho malherido se dirigió hacia él.

    —Espera, por favor, ayúdame —dijo con voz quejumbrosa.

    Máscara de Muerte se detuvo al oírlo y se dirigió hacia donde yacía aún echado en el piso.

    —Gracias por salvarme. Por favor, ayúdame a salir de aquí.

    —¿Vendías drogas para ellos?

    —Sí.

    —Entonces no eres diferente de ellos.

    Máscara de Muerte envainó el ninjato, y en lugar de eso, tomó el revolver de Crisp y le metió al joven una bala en la cabeza, una muerte rápida para alguien que ya se encontraba en agonía.

    El enmascarado soltó el revólver y se marchó. 

    LA MISIÓN

    En una taberna una mujer y un hombre se sentaron con la disposición de hablar sobre aquel hombre enmascarado que ha asesinado a cientos, tal vez miles. Un mesero se acercó a su mesa para atenderlos.

    —Un whisky doble para mí.

    —Para mí solo agua mineral, gracias.

    —Un whisky doble para el caballero y agua mineral para la dama— dijo el mesero mientras tomaba la orden en la comanda para luego retirarse.

    —Bien, Señor Fox, ahora que estoy aquí dígame cuál es la razón de la llamada.

    —Tengo algo que podría interesarle. Leí los artículos que escribió acerca de su experiencia en las guerras civiles en África. Muy interesante debo decir.

    —Lo es.

    —Veo que es una escritora intrépida.

    —Lo soy —confirmó Amanda Coleman con seguridad.

    —Es por eso que creo que lo que tengo para ofrecerle sería de gran interés para usted. ¿Ha oído del enmascarado?

    —Por supuesto, quién no lo ha hecho.

    Richard Fox sacó su pipa y la encendió mientras tenía en suspenso a la reportera. Amanda miraba impaciente esperando que la llamada al bar haya valido la pena.

    —¿Es Máscara de Muerte el tipo de personaje del que le gustaría escribir?

    —Por supuesto, sería una gran historia para contar.

    —¿Qué me diría si le dijera que puedo ponerla en contacto con ese hombre?

    —¿Habla en serio? ¿Lo conoce? —preguntó Amanda sorprendida.

    —Lo conozco.

    —Pues le diría que aplazaría todos mis otros proyectos con tal de escribir acerca de él. Realmente no me esperaba esto. ¿Cómo lo conoce? ¿Es por eso que me pidió que viniera sola?

    —Le pedí que viniera sola porque nadie debe saber que le estoy ofreciendo esto. Verá, hace muchos meses el FBI abrió un expediente designando a un agente federal y colega mío llamado Frank McCoy, para realizar una investigación en contra de PierreCorp.

    —¿La empresa del multimillonario Harold Pierre? ¿Se refiere a esa empresa?

    —Así es. Se investigaba a la corporación por presuntas actividades ilícitas, pero a falta de pruebas suficientes el FBI cerró la investigación. Muchos departamentos de policía habían hecho lo mismo, pero por alguna razón cerraron la investigación también. Frank creía que en la policía había corrupción, y se obsesionó tanto con el caso que luego de que éste fuera cerrado, continuó investigando por su propia cuenta. Desafortunadamente desapareció hace poco más de un mes. Sin embargo, antes de desaparecer dejó en mi poder unos planos. Estos planos tienen la ubicación de diferentes lugares que él tenía en la mira, donde sospechaba se llevaban a cabo actividades ilegales. Me los confió a mí por si algún día algo malo llegaba a pasarle.

    —Ya veo. ¿Y qué es lo que espera de mí?

    —Usted se caracteriza por contar la verdad, ¿o me equivoco?

    —Así es.

    —¿Sin importar nada?

    —En efecto.

    —Entonces esto es lo que le propongo. Le daré estos planos para que usted vaya a esos lugares y reúna evidencia que pueda yo usar en contra de esa organización. Lo haría yo mismo, pero el FBI me ha prohibido seguir con la investigación.

    —Pero ¿pretende que haga eso yo sola?

    —Por supuesto que no. Máscara de Muerte irá con usted.

    —¿Habla en serio? ¿Quiere que me una a un asesino buscado por la ley? ¿Y por qué habría él de ayudarme?

    —Créame. A él le interesará. Máscara de Muerte culpa a Harold Pierre de la muerte de sus padres.

    —Sí, pero ¿por qué yo?

    —Usted dijo por teléfono que buscaba una historia interesante y diferente para escribir, ¿verdad? Pues esta es su oportunidad. No solo tendrá algo para decir a la prensa acerca de las actividades ilegales respaldadas por Harold Pierre, sino que también llegará a conocer más de cerca al enigmático Máscara de Muerte. Y confíe en mí cuando le digo que de ese hombre tiene mucho para contar. Su experiencia junto a él podría ser la base para su próximo libro.

    Amanda miraba a Fox intrigada, pues con cada palabra que decía el hombre, más interesada estaba ella en la oferta.

    —Véalo de esta manera —dijo Fox—. Ambos ganamos, usted impulsa su carrera tanto de periodista como de escritora, entregando a la prensa importantísima información sobre la verdad de Harold Pierre, y además consigue una gran historia para escribir en su nuevo libro, y yo por otro lado recibiré evidencia para reabrir el caso.

    —¿Y por qué soy yo la más indicada para esto?

    —Porque si todo lo que leí de usted en África es verdad, probablemente sea la única con el suficiente estómago para digerir todo lo que verá junto a Máscara de Muerte. Además, usted es alguien que siempre está dispuesta a contar la verdad.

    —¿Y cuál es la verdad?

    —El enmascarado y PierreCorp no son lo que la gente cree. Máscara de Muerte no es el asesino que todos piensan y PierreCorp tiene de ética lo que tiene de legal.

    —¿Y quién es Máscara de Muerte entonces?

    —Eso debe descubrirlo usted misma.

    Amanda se quedó un momento en silencio mirando fijamente a los ojos del agente federal, todo lo que le ofrecía se oía tremendamente excitante, pero al mismo tiempo sumamente peligroso. No obstante, y a sabiendas del riesgo que tomaría, no quiso perder esta gran oportunidad y decidió tomarla.

    —Está bien. Acepto el reto. Pero tengo una pregunta: ¿qué pasa si el FBI pregunta acerca de esto cuando le entregue la evidencia? Tendré que hablar del enmascarado. ¿No lo perjudicará eso a usted también?

    —En lo absoluto, si el FBI le pregunta usted dirá que lo hizo por voluntad propia y que el enmascarado apareció en su camino de casualidad, nadie tiene por qué saber que yo la puse en contacto con él ni mucho menos decirles que yo le pedí esto. Usted solo diga que voluntariamente me entregó la evidencia a mí porque me conocía con anterioridad.

    —Está bien. Entiendo.

    —Ahora, hay algo más. Me imagino que para ir a todos estos lugares necesitará transporte para poder movilizarse por todo el país.

    —Pues sí.

    —Yo puedo facilitarle equipamiento y transporte, tanto por tierra como por aire. Tengo un conocido que es ex-militar que aceptó ir con usted como piloto y soporte técnico. Sin embargo, él cobrará por su tiempo invertido. ¿Está dispuesta a pagarle honorarios?

    —Desde luego. No será problema.

    —Tendrá que costear otros gastos también...

    —El dinero no es problema.

    —Bien. Está decidido entonces.

    —Quiero saber algo más. ¿Cómo me pondrá en contacto con el enmascarado?

    —No se preocupe, deje esa parte en mis manos. Yo la contactaré cuando esté todo listo.

    —¡Perfecto!

    —Una última cosa. Quiero decirle que tenga mucho cuidado en todo esto.

    —Lo sé, se cree que Harold Pierre está ligado a la mafia.

    —No lo digo solo por la mafia, lo digo por Máscara de Muerte. Estando con él presenciará cosas que nunca antes ha visto. Cosas perturbadoras. Estará a expuesta a mucha violencia, muerte y caos.

    —Está bien, lo entiendo señor Fox.

    El mesero trajo el whisky y el agua. Ambos bebieron. Fox seguía fumando su pipa mientras la escritora tomaba notas en un cuadernillo.

    Amanda Coleman era una mujer cercana a los treinta muy distinguida, con buen porte, sofisticada y con ropa elegante. Usaba para leer unos anteojos no muy grandes de marco muy fino que junto con su cabello tomado y bien cuidado, y unos flequillos largos que le cubrían parte del rostro, le daban una apariencia intelectual que escondía sutilmente un rostro bonito, pero no excesivamente llamativo.

    Richard Fox por otra parte, un hombre de unos cuarenta y tantos, era de gustos más simples, y a diferencia de sus compañeros federales, no le gustaba tanto la formalidad de vestir de terno ni estar completamente afeitado. Le gustaba dejarse un poco de barba y prefería vestir de civil, su atuendo favorito era una gabardina negra que le era cómoda y útil para para protegerse de los fríos vientos y niebla ocasional que eran característicos de Black Port. Pero lo que no podía faltar nunca consigo era su pipa, un hábito que había adquirido en sus tiempos de policía, antes de unirse a la agencia.

    Amanda se quitó sus anteojos, bebió un último sorbo de agua y se dirigió a Fox nuevamente.

    —Señor Fox, quiero preguntarle algo, y por favor sea honesto. Se dice que Máscara de Muerte ha matado tanto criminales como policías, lo que lleva a mi pregunta. ¿De qué lado se encuentra?

    —Ese hombre no se encuentra del lado de nadie Señorita Coleman, ni de la justicia, ni del crimen.

    —¿Quiere decir que es una especie de antihéroe? —dijo Amanda de manera sarcástica.

    —Yo no lo llamaría antihéroe. Las cosas que lo he visto hacer, el daño que ha provocado a muchas personas, no se atribuyen a nada que contenga la palabra héroe. Ni siquiera un antihéroe haría lo que él ha hecho —dijo Fox mientras hacía girar el vaso de whisky con desaliento.

    —¿Es una especie de vigilante nocturno?

    —Para fines prácticos tendría que responderle que sí.

    —Pero Máscara de Muerte ¿es un hombre bueno o malo?

    A Richard Fox le resultaba difícil decir la verdad, y más aún cuando la verdad era perturbadora. Máscara de Muerte no era un hombre fácil de describir. En un principio hubo muchos que estuvieron cerca de él y pudieron haber hablado de él con precisión, pero muchos de ellos están muertos, y los que aún viven ya no tienen mucho contacto con él.

    —Ni lo uno ni lo otro. Máscara de Muerte es un hombre que vive bajo sus propios términos o, dicho de otra manera, bajo su propia ética y ley. Él obra sobre lo que él considera bueno, y elimina a aquellos que él considera perjudiciales, y por supuesto, a cualquiera que se interponga en su camino.

    —¿Perjudiciales para quién?

    —Para él, para la sociedad, para el mundo...la verdad no sabría decirle. Ese hombre es un misterio.

    —¿Es un peligro para mí?

    —No, no se preocupe. Mientras no se meta en su camino no corre peligro.

    Amanda tragó saliva.

    —Bromeaba, no. No tiene nada que temer. Además, él no tiene ninguna razón para hacerle daño a usted.

    Amanda tomaba notas en su cuadernillo tan rápido que no se lograba distinguir lo que escribía. No se le escapaba ninguna palabra, pues su labor de periodista le había entregado la agilidad necesaria para el trabajo.

    —Dígame algo, Señorita Coleman —continuó Fox— ¿Qué escribirá una vez que todo esto termine? ¿Una crónica? ¿O tal vez una novela?

    —Eso dependerá de lo que vean mis ojos, Señor Fox. Verá. Siempre he pensado que la justicia no debe tomarse en manos propias, y el obrar de este hombre me desconcierta, es como si no tuviera un código para matar. Lo que me genere la experiencia es lo que determinará lo que termine escribiendo acerca de él. Podría ser algo malo, como también algo bueno.

    —Solo le puedo anticipar que estará muy satisfecha con lo que aprenderá de él.

    —Entonces creo que voy por buen camino. Debo escribir una historia acerca de él.

    —Creo que lo que usted debiera hacer no es escribir una historia acerca de él, debe escribir su historia; la historia de Máscara de Muerte. Él debe tener mucho que decirle al mundo, y solo lo sabrá conociéndolo de cerca. Lo que yo puedo decirle de él es apenas una décima parte de su vida.

    —Si entiendo. Entonces ¿espero su llamado?

    —Sí, cuando tenga novedades, le avisaré.

    —Esperaré su llamada —dijo Amanda ansiosa.

    UN PROPÓSITO EN COMÚN

    Máscara de Muerte se encontraba sentado desde la azotea de un edificio en la oscuridad de la noche mirando hacia abajo en la calle. Mientras observaba, recuerdos de una mujer ensangrentada en sus brazos invadían su mente, los gritos de dolor al verla fallecer resonaban como un eco que traslada solo el sonido de la muerte. Mientras revivía el tormentoso momento apretaba su puño sin tener nada que golpear, y con su otra mano tocaba un colgante que llevaba en su cuello. De pronto, algo interrumpió su momento.

    —Siempre que te busco aquí, te encuentro. ¿Qué tiene este maldito lugar que tanto vienes? —dijo Fox.

    —¿A qué viniste? —preguntó Máscara de Muerte mientras volvía a desviar la mirada hacia abajo.

    —Tengo una tarea para ti.

    —¿Otro criminal a quien asesinar?

    —No, algo mucho mejor. Una reportera tiene interés en ti.

    —¿Qué reportero no tiene interés en mí? —dijo el enmascarado con tono irónico sabiendo que la prensa le tenía poco aprecio.

    —Esta vez es distinto. Ella tiene interés en ayudarme a investigar la organización criminal dirigida por Harold Pierre, quien, como ya sabrás, sigue vivo.

    Máscara de Muerte volvió a girar la cabeza hacia Fox. Se levantó de la orilla de la azotea y empezó a caminar hacia él mientras envainaba el ninjato en su espalda.

    —¿Qué motivación personal tiene ella con Pierre y su organización? ¿Por qué de pronto una reportera quiere investigar a quien nadie quiere?

    —Porque esta mujer quiere revelar la verdad. Está dispuesta a ir a las ubicaciones marcadas por el agente Frank McCoy donde podría obtener evidencia valiosa que podría acabar para siempre con esa organización.

    —¿Y qué tengo que ver yo con ella?

    —Creo que tú debes ser su escolta.

    Máscara de Muerte meneó su cabeza hacia un lado como si tratase de encontrarle sentido a las palabras de Fox. Su intimidante máscara impedía saber con exactitud sus reacciones, y por sí sola solo transmitía una sensación negativa que se mezclaba entre el odio y la ira. Era imposible saber qué pensaba.

    —¿Y por qué habría yo de escoltarla? Dame esos datos de las ubicaciones a mí y yo mismo acabaré con todo lo que queda de Pierre.

    —No será suficiente.

    —¿Por qué no?

    —Aunque mates a todos, la policía te seguirá buscando de todas formas. Para ti nada cambiará.

    —Todo cambiará. Cuando todos ellos estén muertos yo ya no tendré más motivos para seguir haciendo esto. Colgaré mi espada y la máscara. Nunca nadie más sabrá de mí.

    —Claro que sí cambiará. Esta mujer podría limpiar tu nombre.

    —¿Limpiar mi nombre? ¿Y por qué querría ayudarme ella a mí? ¿Por qué habría yo de importarle?

    —Porque ella revelará la verdad. Y la verdad que conocemos es que no eres un criminal como dice la prensa.

    —Digamos que acepto. ¿Qué esperas que haga con ella? ¿Que la cuide todo el tiempo como si fuera su guardaespaldas?

    —No tienes que ser su guardaespaldas. Solo deja que trabaje contigo. Hagan equipo.

    —¿Que hagamos equipo? Nunca he hecho equipo con nadie.

    —Tú solo haz tu parte y deja que ella haga la suya. Deja que ella reúna toda la información que necesita, que tome fotografías, que grabe videos de lo que vea y toda la evidencia que necesite.

    —Y una vez que lo haya hecho ¿qué? ¿Llevará esa información a la policía? ¿Escribirá una nota para su periódico? ¿Aparecerá en televisión?

    —Deja que ella se encargue.

    —¿Y qué le dirá a la prensa? ¿Que colaboró conmigo? La meterán presa.

    —Ella le dirá a la prensa que hizo todo voluntariamente y que ustedes se cruzaron por casualidad.

    —¿Dónde están todos estos lugares que dices acerca de mapa de McCoy? Necesitaremos transporte si es que están muy lejos unos de otros.

    —Tú no te preocupes de eso. Yo me encargaré. Conseguí a alguien de confianza que los ayudará.

    Máscara de Muerte seguía reacio frente a toda la situación. No creía que ir acompañado de la reportera fuera una buena idea, pues pensaba que le sería un estorbo. Creía que ella en verdad no sabía en lo que se estaba metiendo, ya que él sabía muy bien lo peligroso que era la gente debajo de Harold Pierre. Sin embargo, la idea de que alguien hiciera público en la prensa toda la verdad acerca de lo que escondía esa organización y su dueño, era suficiente motivación como para aceptar la propuesta.

    —Bien —dijo el enmascarado— pero necesitaré tiempo.

    —¿Tiempo para qué?

    —Si voy a combatir a Pierre y sus hombres voy a necesitar algo con qué combatirlo. Necesito hacer un par de viajes.

    —¿Cuánto tiempo necesitas?

    —Dame dos semanas.

    —Fox se quedó callado un momento. Sacó su pipa y la encendió. Máscara de Muerte miró hacia un lado con aspecto de estar perdiendo su paciencia. Luego de que Fox finalmente terminó de encender su pipa dirigió la mirada nuevamente a Máscara de Muerte.

    —Bien, tómate el tiempo que necesitas para reunir tus armas necesarias. Cuando hayan pasado dos semanas, te buscaré —dijo Fox mientras se alejaba caminando.

    —No, yo te buscaré a ti cuando haya vuelto.

    Fox se detuvo y se dio la vuelta. —¿Y cómo vas a encontrarme si...

    Máscara de Muerte ya se había esfumado. Fox se retiró del escenario también.

    EL PODER PRESTADO

    Tres días después de la charla con Fox, Máscara de Muerte caminaba por un paraje desolado que llevaba hacia una

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