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Un Insomne: Simulación 299
Un Insomne: Simulación 299
Un Insomne: Simulación 299
Libro electrónico348 páginas4 horas

Un Insomne: Simulación 299

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El planeta Ethos está en guerra con misteriosos enemigos conocidos como los Ensambladores. Hasta ahora, su única defensa exitosa ha sido la Iniciativa de los Supremos. Separados de sus familias desde que son unos recién nacidos, todos los niños con un código genético compatible, reciben la Inyección Suprema. Los que sobreviven a ella, desarrollan alguna habilidad extraordinaria que los hace aptos para ser entrenados y reclutados por el ejército.

Después de cumplir doce años, Aidan es seleccionado para recibir entrenamiento dentro de un programa para tropas de élte en Monte Fegorio. Sus dones especiales le permiten tener un éxito sin precedentes en las simulaciones de entrenamiento virtual, avanzando más allá que cualquier cadete en la historia. Nadie tiene idea de lo que sigue después de la simulación 299, ni siquiera el Director Tuskin, el  despiadado gobernante del planeta Ethos. Pero algo, o alguien, ha estado ayudando a Aidan a llegar hasta ahí. Tal vez, concluyendo la simulación, le sea posible descubrir los terribles secretos que se esconden detras de la Guerra Ensambladora. 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 jun 2018
ISBN9781547528592
Un Insomne: Simulación 299

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    Se trata de un libro dirigido al público adolescente pero con personajes entrañables.

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Un Insomne - Johan Twiss

DEDICATORIA

––––––––

Para N, L, C, J & H.

Los más fieros, graciosos, inteligentes, locos

y adorables cadetes supremos que conozco.

ÍNDICE

Capítulo 1: La Cantera

Cada vez es mayor mi convicción de que nunca podremos escapar de esta guerra. La única solución, por lo tanto, debe ser controlarla. El control debería ser nuestra meta, y la Iniciativa de los Supremos nos proporcionará ese control que necesitamos. Es nuestra última esperanza de salvar nuestros mundos. La defensiva de Hashmeer ha sido rebasada por el ataque enemigo, y Omori y Ethos pronto caerán también. Incluso si pudiera conciliar el sueño, me sentiría atormentado por las pesadillas acerca de los terrores que están por venir.

-Doctor T.M. Omori,

«La búsqueda humana de la destrucción: Un caso de estudio a partir de la Iniciativa de los Supremos».

–¿En realidad cree usted que él es la clave para terminar esta guerra? –preguntó el General Estrago –. Es tan sólo un niño. Es cierto, posee dos habilidades bastante especiales, pero no veo cómo puedan conducirnos a la victoria en el campo de batalla.

El Director Tuskin dilató sus fosas nasales irritado:

–Estrago, en todos mis ciclos de vida, él es el único supremo nacido con múltiples dones y sin ningún defecto del que he tenido noticia además de mí. A pesar de sus ineptas observaciones, las dos habilidades que posee son de suma importancia para nuestra causa. Ni siquiera yo mismo poseo las habilidades de un descifrador de enigmas ni de un vibrunte.

El General Estrago deslizó su pesado cuerpo a la izquierda, haciendo una mueca de dolor, tan pronto un crujido se escuchó en su espalda baja. Las sobresalientes y gruesas cicatrices de su rostro se contrajeron mientras tensaba la quijada, a causa del dolor. Éstas, brotaban zigzageantes de su frente, atravesando todo su rostro de tez oscura y su pulcra barba, deslizándose como el tejido de una arañagansa por la garganta, hasta desaparecer en el cuello marrón de su uniforme.

Había crecido casi ocho centímetros durante el último año, llegando a medir más de tres metros de altura, pero los dolores que padecía comenzaban a volverse insoportables. Con frecuencia se preguntaba cuánto más podría resistir su cuerpo. Pocos eidéticos lograban alcanzar su edad, todavía menos su estatura. El General Estrago tuvo que aguardar unos momentos antes de que el agudo dolor desapareciera, para así proseguir con sus réplicas.

–Se trata de un espécimen excepcional. Ningún otro descifrador de enigmas del que se tenga registro ha sobrepasado los ocho años de edad. Él, en cambio, cumplirá doce años cuando se integre a las cuadrillas de élite durante las pruebas de la próxima semana. Pero sólo quedan tres elementos de la cuadrilla de doce a la que pertenecía originalmente, y su grupo es el más reducido y con miembros más jóvenes de todos los que participarán en las pruebas. No tienen ninguna posibilidad de ganar en la Cantera.

La vista del Director Tuskin permaneció fija en la imagen de Aidan que se mostraba en el holoproyector.

­–Agradezco sus opiniones al respecto, Estrago. Pero quizás debería saber que yo mismo me aseguré de que su cuadrilla quedara reducida a lo largo de los últimos años, con un propósito específico.

–¿De verdad lo ha hecho? –inquirió el General Estrago, alarmado al escuchar aquella revelación –. Pero si tan sólo eran unos niños, señor, eso sin tomar en cuenta que también eran cadetes supremos. Resulta indispensable entrenar a la mayor cantidad posible de supremos para así ganar esta guerra.

El Director Tuskin desestimó tales acusaciones con un gesto de su mano:

–No olvide su jerarquía en la cadena de mando, Estrago. No olvide quién soy. No olvide lo que hice con su cuadrilla, siendo usted aún muy joven.

El General Estrago entonces palideció. Cerró sus ojos intentando bloquear los recuerdos, e inconscientemente recorrió con sus dedos la maraña de cicatrices de su cara.

Dirigiéndose al holoproyector, el Director Tuskin se levantó de su silla, apartando sus ojos de la imagen de Aidan.

–Todo lo que he hecho, ha sido en pos de la supervivencia de nuestro planeta. No podemos permitir que Ethos y la raza humana sean aniquilados. Debemos seguir presionando al muchacho si queremos que desarrolle todo su potencial. De estar en lo cierto, él será, efectivamente, la clave para poner fin a esta guerra.

***

–¡AL SUELO! –gritó Aidan a través del comunicador.

Fig apenas logró arrojarse de espaldas a tiempo para esquivar la enorme piedra del tamaño de un bípode que, para su horror, pasó apenas rozando su cabeza.

–Gracias –respondió Fig temblando, mientras que abundantes perlas de sudor recorrían su frente azulada–. Me tomaron desprevenido.

–Descuida. Puedo escuchar a la cuadrilla entera del otro lado de la cumbre de la montaña: Cuatro lugos, dos mekas, dos aguladores y un eidético.   

–¡Por la furia de Tuskin! –exclamó Fig–. ¿Te parece una pelea justa? Nueve cadetes de quince años luchando contra nosotros tres. Estamos perdidos. Y la luz del sol me está cegando completamente.

Aidan se escabulló por detrás de un bípode destruido. Una nube de humo se elevó por encima de los imponentes restos del vehículo flotante que yacía entre las columnas de piedra rojiza con forma de trasgo, y que sobresalían desde el suelo del desfiladero. La sombra proyectada por el armatoste calcinado ayudaba a camuflajear su piel de tonos grisáceos, junto con su uniforme con patrones grises y verdes, pero hacían poco por ocultar su brillante cabello verde, así como uno de sus ojos, del mismo color.

–Relájate Fig –contestó Aidan, tratando de recuperar el aliento–. Para este tipo de situaciones hemos sido entrenados desde que éramos niños. Por fin tendremos la oportunidad de probar nuestras habilidades frente a otros cadetes. Además, tenemos una ventaja sobre ellos.

–¿Hablas en serio?

–Así es. Acabo de pisar excremento de osogato.

–¿Cómo? ¡Qué asqueroso! ¿Pero cómo puede ser posible que oler como si no te hubieras bañado en un mes represente una ventaja para nosotros? Estamos fritos. Fritos te digo. Fritos, fritos, fritos.

–Fig, en serio, cálmate. Sé perfectamente en dónde esconden su trofeo, y no tienen ni la más remota idea de dónde escondemos el nuestro.

Aidan se colocó en cuclillas tocando con sus manos el suelo, y cerró los ojos para concentrarse, mientras que utilizaba sus habilidades vibruntes para vibroescanear la Cantera, enfocándose en los movimientos que producía la tierra y en las ondas de sonido generadas alrededor del desfiladero. Una clara imagen multidimensional del campo de batalla se formó en su mente. Al otro extremo del desfiladero, se hallaba situada la base de los supremos de quince años, protegida por un cúmulo de rocas rojizas de picos salientes que la rodeaban en su totalidad, haciendo así las veces de una fortaleza natural.

–Están asumiendo una posición defensiva –señaló Aidan–-. Creo que tienen pensado probar nuestras fuerzas antes de atacarnos. Pero nunca antes se han enfrentado a una cuadrilla como la nuestra.

–Querrás decir que nunca se han enfrentado a un supremo como tú.

Aidan asintió, aunque sin que Fig alcanzara a verlo. Sabía que su sola presencia ponía nerviosos a los miembros de todas las cuadrillas de élite. Poco tiempo atrás, en el Monte Fegorio, había notado que estos recurrían a los apodos, insultos y gestos vulgares de siempre, tratando de esconder su propio miedo. 

Un repiqueteo característico de su código privado de comandos resonó en sus auriculares:

–Te escucho Paloma[1]–contestó Aidan­–. Tienes razón, tenemos que obligarlos a salir ¿Alguien tiene alguna idea?

–Yo creo que deberíamos arrojarles nuestro trofeo y dar el día por terminado –fue la respuesta de Fig.

–Tengo una mejor idea ­–agregó Paloma, dando repiqueteos en el botón de su auricular[2]–: Que Fig se precipite hacia la base enemiga disparando bolas de fuego y después salga huyendo de ahí como un niño pequeño.

Aidan trató de contener la risa.

–¡No! –alegó Fig–. Es una pésima idea. De toda la historia de las ideas, nunca había escuchado una peor. Por más genial que sea mi traje meka, los nueve juntos me destrozarían hasta convertirme en nanopartículas.

–Eres una gallina –interrumpió Paloma[3]–. No pueden matarte de verdad.

Fig suspiró enojado:

–Lo sé. Pero recuerden lo que el general Estrago siempre nos dice cada vez que nos sermonea al respecto: «Si se rompen una pierna durante la prueba, sentirán como si se la hubieran roto en la vida real.» Lo cual significa que si te mueres durante una de las pruebas también padeces los dolores que acompañan a la agonía en la vida real. Mejor paso, gracias.

–Pero ella tiene razón –reconoció Aidan–. Necesitamos generar una distracción y tu traje te hace el más rápido de nosotros. Dudo mucho que dejen la base desprotegida sabiendo que Paloma sigue escondida en alguna parte del desfiladero, así que escuchen: esto es lo que haremos.

Aidan trazó un plan, rápidamente, prometiendo una ración de su postre a Fig si accedía a cooperar con ellos.

«Para ser un meka tan diminuto, diría que come tanto como un vigori»[4], pensó Aidan.

–Bien ¿todos listos?

–¡No!­ –replicó Fig.

–Perfecto. Comencemos con el plan –concluyó Paloma.

Paloma salió disparada de su escondite contiguo al muro, dirigiéndose a un montículo de enormes piedras desde las cuales podía observarse la base enemiga. Su brillante piel dorada y su abundante cabello del mismo color, recogido en forma de rodete, resplandecían bajo la luz del Sol. Cada una de las prendas doradas que formaban parte de su uniforme de las Fuerzas Armadas de Ethos no dejaban lugar a dudas de que se trataba de una lugo.

–¿Cuánto falta para llegar? –inquirió Paloma.

–Aproximadamente 150 metros ¿Crees que estamos lo suficientemente cerca para ti?

Con un gesto de exasperación, Paloma se limitó a arrojar una roca de grandes proporciones hacia la base enemiga. Al impactar contra la parte más alta de la muralla, generó un eco que resonó en toda la Cantera.

–¡Genial! Hemos captado su atención, pero, esta vez, trata de apuntar 3 metros más a la izquierda y cuatro metros y medio más arriba –indicó Aidan.

Por medio de su vibroescaneaneo, pudo percibir el momento en que Paloma arrojó la siguiente mole de roca directo al corazón de la base enemiga, encogiendo su cuerpo, tan pronto sintió cómo dos miembros de la cuadrilla enemiga eran aplastados. Los agudos alaridos de éstos se hicieron escuchar en todas partes.

–Perdieron a un lugo y a un agulador. Se les ve bastante molestos. Fig, tu turno.

Fig ajustó sus manos sudorosas sobre los controles de su traje. Estos cambiaron a un tono de azul más claro cuando Fig terminó de manipularlos.

–Tú puedes hacerlo. Respira. Eres el indicado para esto –murmuró para sus adentros.

–¡Fig! ¡Vamos! ¡Condenado enano azul! –lo conminó Paloma, impaciente. Pero luego interpeló a sus compañeros: – ¡Un lugo y un agulador atravesaron el muro y van tras de mí!  

Después de dar un último hondo respiro, Fig salió de su escondite detrás de una enorme piedra rojiza, plantándose sobre una gran plataforma hecha de este mismo tipo de piedra, a unos doce metros del muro del desfiladero. El recubrimiento de los pies de su traje se adhirió perfectamente a la arenisca durante el tiempo que se deslizó a través de la cúspide del acantilado. Profirió algunos gritos de armas, antes de dar un enorme salto. Fig pudo contemplar, entonces, con pasmo, a través de la pantalla del casco de su uniforme, su cuerpo elevándose por los aires, dibujando un amplio arco. Para su sorpresa y alivio, logró aterrizar a salvo, justo en la llanura principal del centro del desfiladero. Sin contar con ningún lugar para esconderse, corrió a toda velocidad en dirección a la base enemiga.

–¿Saben cuánto los odio en estos momentos? –se le escuchó refunfuñar entre los rechinidos del exoesqueleto de su traje de batalla.

–Mensaje recibido –reportó Aidan–. Paloma, con cuidado. Percibo a otro lugo aproximándose. Está por atacarte por el flanco izquierdo.

–Enterada –respondió Paloma, instantes antes de esquivar una enorme roca.

Aproximándose a toda velocidad, Fig elevó los brazos de su traje y disparó dos bolas de fuego en dirección a la cima del muro que rodeaba a la base enemiga, la cual estalló en llamas, arrojando a un lugo de espaldas. Dos mekas enemigos aparecieron enseguida, saltando por encima de la muralla. Lanzaron una ráfaga de bombas de humo hacia Fig, formando una humareda que se esparció a lo largo del centro del desfiladero.

Desde el otro lado de la humareda, salió disparado un arpón con una cadena adherida a ésta, dirigido al pecho de Fig. 

Fig apenas había logrado esquivar el primero, cuando un segundo proyectil impactó contra su pierna, explotando hasta tornarse en una gran masa viscosa que se solidificó en segundos.

–¡Patas de arañagansa! –maldijo Fig–. Están usando municiones de escayola, Aidan. No piensan matarme en primera instancia. Planean arrebatarme mi traje, robar mi tecnología y después aniquilarme.

–En algún momento me imaginé que intentarían hacerlo –replicó Aidan–. Mantenlos ocupados. Estoy por entrar a su base. Qué bueno que tuvieron la gentileza de crear esa cortina de humo para ayudarme a escabullirme.

Fig volvió a maldecir, al sentir la siguiente munición que los mekas enemigos plantaron sobre su torso. Éstos, enseguida, comenzaron a retraer las cadenas de sus arpones para arrastrarlo hasta ellos.

«Oh no, no lograrán hacerlo», pensó Fig, mientras apretaba el botón con el rótulo que decía: «Modalidad Lugo», dentro de su panel de control. El zumbido de su traje se intensificó, a medida que la presión también se intensificó sobre sus miembros. La «Modalidad Lugo» era una de sus más recientes mejoras. Hacía su traje más lento, pero aumentaba su fuerza considerablemente. Su traje en esta modalidad no alcanzaba la fuerza de Paloma, pero se acercaba lo suficiente.

Asido por las dos cadenas, Fig comenzó a tirar también. Antes de que pudieran siquiera reaccionar, sin habérselo esperado, los mekas enemigos se encontraron de pronto, siendo arrastrados por el suelo como simples marionetas.

–¡Bien hecho, Fig! –celebró Paloma.

El humo comenzaba a disiparse y Paloma pudo vislumbrar el lado opuesto de la base. Se dirigió corriendo hacia Fig con tres enemigos prácticamente a sus espaldas.

–Espero que no te importe que haya traído a algunos amigos para entretenernos.

Aidan sonrió al notar cómo se estaban desarrollando los acontecimientos. Las cosas estaban saliendo mucho mejor de lo esperado. Deslizándose hacia la parte meridional del muro enemigo, logró colarse discretamente dentro de la base. Al vibroescanear el área pudo detectar a los dos lugos y a la aguladora, anteriormente eliminados por Fig y Paloma, yaciendo en el piso.

«Ahora sólo necesito derrotar al eidético», sopesó Aidan, mientras espiaba al eidético adolescente de más de dos metros de alto y tez oscura que resguardaba el trofeo.

En realidad, sentía compasión por los eidéticos. Su gran tamaño y su memoria fotográfica resultaban admirables, pero nunca se detenía su crecimiento. Lo anterior, los hacía mucho más fuertes que todos los demás supremos, con excepción de los lugos, pero debido a su crecimiento continuo, a lo largo de toda su vida, padecían dolores intensos, constantemente. Se trataba de un defecto característico de su especie.

Haciendo a un lado su compasión hacia ellos, Aidan se arrastró un poco más hacia el eidético y alargó su mano en dirección a uno de sus bolsillos, extrayendo de éste, una bolsa llena del excremento de osogato que había pisado momentos atrás.

«Comienza la parte divertida», se dijo a sus adentros.

Se desembarazó de su mochila por unos momentos y, con precaución, rebuscó en su interior, hasta extraer una segunda bolsa, esta vez, llena de escarahormigas.

–Me alegra haber podido encontrar su nido en nuestra cueva –susurró Aidan a los diminutos insectos­–. Sólo espero que mi puntería sea tan buena como la de Paloma.

Aidan abrió la bolsa llena del estiércol de osogato, se irguió desde donde se hallaba escondido, y arrojó el pastoso y nocivo contenido de la bolsa al eidético.

¡Plas! El estiércol dio en el blanco.

–¡Maldita sea! ¡Pequeño bobalicón! –rugió el eidetético caminando hacia Aidan, con pesados movimientos. Tanto su uniforme color marrón como su piel morena, lo hacían parecer un gran tronco animado, a medida que se aproximaba.

Aidan agitó la cabeza en señal de arrepentimiento:

–Escucha, si te sirve de algo, quiero que sepas que lo siento –Entonces abrió la segunda bolsa, y arrojó las agitadas escarahormigas a los pies del eidético.

–¡Fallaste! –exclamó el joven eidético con desdén.

Aidan respondió frunciendo el entrecejo:

–En eso te equivocas.

Las escarahormigas, por fin liberadas de su prisión, se arremolinaron en torno al olor a excremento de osohormiga, sintiéndose atraídas hacia éste. El pobre chico dio de golpes con sus palmas abiertas contra su cuerpo, tratando de eliminarlas, pero sus movimientos fueron en vano. Cientos de escarahormigas comenzaron a mordisquear y penetrar su piel, llenándolo de ronchas y de severos verdugones color café a su paso. Sin poder resistir más, el chico colapsó, quedando en estado semiconsciente en el suelo.

–En verdad lo siento –masculló Aidan de nuevo, sintiendo mareos al pasar cerca del eidético convulsionándose de dolor, en su camino hacia el trofeo con forma de disco alargado.

Se hallaba estirando una de sus manos para tratar de alcanzarlo cuando de pronto se detuvo. Su instinto descifrador de enigmas, empezó a operar en su cerebro. Algo andaba mal.

«Es una trampa», de pronto recapacitó. «Los dos lugos y la aguladora fingen estar malheridos y el trofeo que se encuentra en exhibición es sólo un señuelo. El verdadero trofeo debe de tenerlo alguno de los mekas ubicados en el centro de la Cantera».

–¡Por la furia de Tuskin! –maldijo Aidan por el comunicador–. Paloma, Fig, alguno de los mekas enemigos debe de tener el trofeo ¡Necesitan encontrarlo lo más pronto posible!

No hubo ninguna respuesta por parte de sus compañeros.

–¿Fig? ¿Paloma? ¿Me escuchan?

Aidan percibió unas vibraciones en el aire, y se arrojó a un lado, para así esquivar una enorme roca que había sido arrojada por detrás de él, directamente en su dirección.

–Suerte de principiante, fanfarrón –expresó con escarnio la aguladora, a la vez que se acercaba a Aidan levitando. Su máscara blanca y su capa blanca ondulada le conferían la imponente apariencia de un ángel elevándose por los aires.

«Un ángel de la muerte», caviló Aidan.

Los dos lugos de piel dorada fisgoneaban detrás de ella, cargando cada uno de ellos una piedra de grandes proporciones.

–Ya que mis dos hermanos lugo son incapaces de hablar, déjame explicarte lo que sucederá a continuación, engendro de dos colores: Nos revelarás en dónde está escondido tu trofeo, y te dejaremos morir rápidamente. Sin dolor alguno.

–¿Fig? ¿Paloma? –susurró Aidan.

La aguladora sonrió:

–¡Oh! Lamento informarte que nuestros mekas interfirieron los comunicadores de tus compañeros –reveló con cierto dejo de presunción–. Aunque debo admitirlo: Para ser su primera prueba, a pesar de tratarse de un grupo de perdedores, nos dieron más batalla de la que esperábamos. Pero incluso con sus aberrantes poderes, no tenían ninguna oportunidad de derrotar a nuestro equipo.   

«¿Qué voy a hacer ahora?», reflexionó Aidan mientras observaba a la aguladora aproximándose.

La aguladora cambió la densidad de su cuerpo, aterrizando en seco en el suelo con la fuerza de un meteorito, formando un pequeño cráter.

–Se te acaba el tiempo, engendro. Dime en dónde está tu trofeo.

Aidan sintió entonces el trofeo escondido debajo de su camisa asegurado en su pecho, con ayuda del chaleco que él mismo había diseñado para esconder los libros que el General Estrago, comandante en jefe de Monte Fegorio, le entregaba de contrabando cada semana. El frío y diminuto disco de metal le hacía sentir escalofríos al entrar en contacto contra su tibio cuerpo. Se trataba de una réplica exacta de los discos utilizados para proveer de energía a todas las máquinas de guerra de las Fuerzas Armadas de Ethos. Sin embargo, evidentemente, estos discos, al ser meras réplicas, carecían totalmente de energía, a diferencia de los originales.

«Tal vez mantener el trofeo conmigo no fue tan buena idea después de todo», admitió Aidan en su pensamiento.

–Está bien, se los diré –aseguró Aidan temblando, pero tratando de disimular su pánico–. Les diré en dónde está escondido nuestro trofeo, pero deben prometerme que no nos matarán, ni a mí, ni a ninguno de mis compañeros. Sólo necesitan retenerme aquí y recoger el trofeo. Ustedes ganan.

La aguladora avanzó hacia Aidan elevándose ligeramente con cada paso. Enseguida se posó frente a Aidan, esta vez descendiendo con gracia, a medida que volvía lentamente a cambiar la densidad de su cuerpo.

«Me pregunto qué tan bello será su rostro tras esa máscara», divagó Aidan.

Los aguladores rara vez se quitaban la máscara en público, y Aidan sólo había tenido la oportunidad de ver el rostro de una aguladora una vez: Una chica de su cuadrilla llamada Mescúl[5].

Tenía muy presente su hermoso, risueño y pálido rostro. Pero, desafortunadamente, Mescúl había muerto el año anterior, y la aguladora tan mortífera que tenía frente a sí, definitivamente no era Mescúl. Se trataba de Kara, la capitana de la cuadrilla de supremos de quince años que, además, sentía un profundo desprecio por Aidan desde que él tenía memoria.

–¡Shhhh! –cuchicheó Kara–. Calma. No pienso lastimarte... Al menos no tanto.

Empujando el brazo hacia adelante, conectó un golpe directo en el pecho de Aidan, no sin antes cambiar la densidad original de su brazo por la de un martillo de armas. Al verlo caer de espaldas, los dos lugos no pudieron hacer otra cosa más que reír quedamente. Sus bocas eran incapaces de emitir sonido alguno, ya que el mutismo era el defecto de los lugos.

Para su fortuna, el trofeo asegurado en su pecho absorbió buena parte del golpe, pero Aidan cayó en la cuenta, al instante, de que algunas de sus costillas habían quedado magulladas a causa del impacto, si no es que estaban rotas. 

Reduciendo su peso al de una pluma,

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